Mostrando las entradas con la etiqueta cariño. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta cariño. Mostrar todas las entradas

jueves, 26 de marzo de 2015

Familia

  Me dejé caer en mi cama, exhausto del día que había tenido. Mi cuerpo, por alguna razón, sentía mucho dolor aunque no había hecho ningún esfuerzo físico notable. Solo me sentía abatido y no quería moverme mucho. Sin ponerle mucha atención al asunto, me quité los zapatos y subí mejor a la cama, abrazando la almohada y quedándome dormido. Por suerte, no tuve ningún tipo de sueño, nada que me molestara. Fue hasta bien entrada la noche que desperté y me di cuenta que afuera estaba muy oscuro y que casi no había ruido. Cuando miré mi reloj, era pasada la medianoche.

 Sentado en la cama, no quería moverme pero mi estomago rugía y no tuve más remedio que ponerme de pie e ir a la cocina, donde calenté una de esas comidas para microondas. Era una lasaña de carne. Cuando estuvo lista, la puse sobre un plato, cogí un tenedor y un jugo de cajita de la nevera y me fui con todo a la cama de nuevo. Dejé la comida sobre la cobertor, me quité los pantalones y las medias y me senté en la cama. Cogí el portátil del suelo, donde lo había dejado al llegar, y puse un episodio de una serie que no había podido ver antes.

 Mi cena fue interrumpida entonces por el sonido de mi celular, que también estaba en algún lugar del suelo. Decidí no contestar y mejor dejarlo para después. Además, quien llama después de la medianoche? Podía ser una emergencia pero no había nadie que me llamara por esa razón, al menos no aquí. Entonces podía esperar. No quería saber de nada de ni nadie y mucho menos si resultaba ser algo relacionado con el trabajo. “Que se jodan”, pensé. Había estado todo el día haciendo de todo y no iba a cambiar mis horas de sueño por más de lo mismo.

 Terminé de ver el capitulo de la serie al mismo tiempo que terminaba la lasaña. Después dejé el plato de lado y, mientras tomaba el jugo, miré por la ventana. De verdad que era una muy bonita vista la que tenía de la ciudad. Por estar en un barrio construido sobre una ladera, el apartamento tenía una vista privilegiada. Se podían ver miles de apartamentos, casas e incluso algunos barcos allá lejos, en el mar. Cuando terminé el jugo, cogí el plato y el tenedor y los llevé a la cocina. Tiré a la basura la cajita del jugo y lavé todo. Entonces, de nuevo escuché el sonido del celular.

 Cuando volví al cuarto ya no se escuchaba más pero de todas maneras lo saqué de mi mochila que yacía en el suelo y miré quien me había llamado. El sonido de fastidio fue tan obvio cuando vi la pantalla, que a nadie le habría sorprendido verme tirar el celular justo ahí. Lo mejor era volver a dormir y terminar con un día tan malo. Me demoré un poco conciliando el sueño y tuve que recurrir a la lectura en el portátil para por fin tener algo de sueño. Por culpa de mi siesta anterior, esta vez el sueño fue pesado y no sentí haber descansado nada cuando me desperté al día siguiente.

 Lastimosamente, tenía que levantarme temprano para ir a clase y luego a trabajar, entonces no hubo manera de seguir tratando de dormir. De nuevo, cuando ya estaba por salir, el celular empezó a vibrar en mi bolsillo. Había tenido la buena idea de quitarle el sonido pero de todas maneras era estresante sentir que vibraba como loco. No, no iba a contestar. Para que me llamaba? Que tenía que decirme ahora? No, no más. Ya tenía demasiado con todo lo que se me venía encima como para echarle encima este problema, o mejor, molesto inconveniente.

 Cuando llegué a clase, por fortuna, pude distraerme con algunos conceptos interesantes que empezábamos a ver. Teorías e historias interesantes, que daban rienda suelta a la imaginación, que era lo que más me gustaba. De hecho todavía lo es pero ahora trato de que la imaginación no tome control del todo. Ya lo hice una vez y no resultó nada bien. La clase era larga pero pasó rápidamente. Apenas tuve tiempo de intercambiar algo de charla con mis compañeros y comer algo ligero antes de salir corriendo adonde estaba mi pequeño puesto de trabajo.

 La verdad era que no tenía un trabajo muy interesante. Básicamente estaba encargado de ordenar el constante lío de papeles y archivos y objetos que tenían un poco por todas partes. Había un archivista oficial en el lugar y ese era mi jefe, que parecía tener cosas mucho más interesantes que hacer, que ayudarme a clasificar miles y miles de documentos, cuyos montones parecían nunca cambiar de tamaño. Lo malo de todo es que nadie parecía apreciar mi trabajo y todos siempre sugerían que se debería organizar el archivo, como si eso no fuera lo que yo había estado haciendo.

 Es frustrante, siempre, hacer cosas y darse uno cuenta que nadie lo aprecia. No es que yo haga cosas para que los demás me noten pero sí estaría bien que la gente al menos reconociera mi esfuerzo. Pero en fin, son idiotas en todo caso. Así pasaba horas, desde el almuerzo hasta la hora de la cena, organizando documentos que la verdad era que a nadie le importaban. Los que más consultaban siempre habían estado bien organizados. Los demás, el mar de papel que faltaba por archivar, ese nadie venía a verlo. De pronto era precisamente por el desorden pero la verdad era que no importaba.

 Cuando pude salir de allí, por fin, caminé con rapidez al bar más cercano. Después de todo era viernes y mi cuerpo necesitaba relajarse bastante. Tomaría un par de copas más y luego me iría a casa, a dormir más de la cuenta, para despertarme tarde al otro día y hacer algo que me alegrara la vida. Pero no pude hacer nada de eso porque el teléfono empezó a vibrar de nuevo. Harto de todo contesté y lo primero que hice fue gritar.

-          - No me jodas más!

 Y colgué. Estaba harto de él, no quería saber nada ni de él ni del pasado ni de nada. Ya estaba harto del tema y este no era el mejor momento para hablar de nada de eso. Tomé dos vasos más de vodka con jugo de naranja y, cuando hube terminado el tercero, alguien me tocó la espalda y era él. Quería golpearlo en la cara pero me di cuenta que eso solo le serviría a él. Preferí darme la vuelta y pedir uno más antes de irme. Se sentó a mi lado y no dijo nada. No pidió un trago ni me miró, solo se quedó ahí mirando al vacío. Yo me tomé mi último trago a sorbos y cuando terminé me puse de pie pero entonces él me tomó del brazo y no tuve más remedio, pensé, que lanzarle mi puño a la cara.

 Su nariz pareció explotar, sangre por todos lados. Todos nos miraban. Contrario a lo que uno pensaría, él no respondió mi golpe sino que se quedó allí, mirándome mientras uno de los empleados del sitio le pasaba un trapo para limpiarse y detener la hemorragia. Me quisieron sacar pero les dije que no me tocaran y que ya me iba. Salí del lugar sin prisa, caminando lentamente e inhalando el frío aire de la noche. Tenía los ojos llorosos pero no me iba a dejar vencer por un recuerdo, por algo que ya había ocurrido y no había manera de arreglar o de olvidar. Él no tenía derecho de venir y cambiar mi vida.

 Cuando me di cuenta, había caminado tanto que tuve que detenerme. Traté de recordar para donde debía dirigirme para ir a casa pero entonces él apareció de nuevo. Tenía en la mano el pañuelo blanco ensangrentado con el que había tratado de sanar su nariz, que estaba visiblemente torcido. Ya no parecía tan tranquilo como antes de que lo golpeara. Me tenía rabia y yo a él. Por fin podía sentir que tenía una competencia a mi nivel, una rabia y un dolor igual que el mío.

-           - Deja de seguirme. – le dije.
-           - Porque no me dejas acercarme?
-           - No me interesa lo que quieras decirme.

 Me di la vuelta ya caminé hacia una estación de metro. Él me siguió, de nuevo en silencio. Ya en el andén del lugar, donde habían algunos otros pasajeros noctámbulos, se me acercó y me abrazó. Fue algo tan imprevisto, tan extraño, que al comienzo no lo rechacé. Sentía su calor y su gesto me lo hizo recordar todo. Entonces, ese dolor del pasado, me hizo empujarlo y mirarlo con mis ojos llenos de lágrimas. No podía aguantar más, tenía que dejarlo salir o podría morir.

 Se me acercó de nuevo y me abrazó como antes, como si él no hubiese sido el hermano de la persona que más había yo amado en el mundo sino como si fuera parte de mi familia. Lo apreté con fuerza porque no quería sentir que se alejaba, no quería dejar de sentir esa conexión que, mágicamente, parecía volver a mi. Esa persona ya no estaba pero su hermano sí y me amaba y yo a él porque compartíamos nuestro cariño con alguien más. Entendí entonces que por eso me acosaba, por eso me seguía e insistía.


 Él sabía, mucho antes que yo, que iba a necesitar de alguien para pasar este trago amargo de la vida. Y que mejor que la familia para ayudarme en este oscuro pero necesario viaje.

domingo, 8 de febrero de 2015

Fuera del tiempo

   Me abracé a él por el frío. Llovía demasiado afuera, el mundo por la ventana se veía opaco y triste. Lo apreté con mis brazos un poco hasta que respondió, cubriéndonos mejor con el cubrecama. Agradecí el gesto porque con frío no podía dormir. Cerré los ojos y antes de que pudiera dejarme llevar por el sueño, sentí otro movimiento. Cuando abrí los ojos de nuevo vi que él se había dado la vuelta y ahora tenía su rostro frente a mí, a unos pocos centímetros. Tenía los ojos cerrados pero era para mi imposible cerrar los míos.

 Lo tenía tan cerca que pude ver cada detalle de su rostro para poder así memorizarlo. Ese fue mi pensamiento en el momento y no pensé si eso me serviría de algo o porque había pensado en hacerlo. Solo detallé su rostro: las pocas pecas, las largas pestañas, la nariz algo grande pero refinada, los labios color rosa, las cejas suaves y su cabello suave y corto. Si me hubiera preguntado como era él, años después, lo hubiera podido decir de memoria, sin dudar con ningún pequeño detalle.

 De repente recordé que ese no era mi hogar, de que debía irme y de que había alguien más en todo esto y entonces no solo sentí apuro sino arrepentimiento y culpa. Nunca había sido mi intención herir a nadie y mucho menos a alguien que yo ni siquiera conocía, más que de vista. Tampoco era mi idea excusarme porque pedir excusas por las acciones que se hacen es una idiotez, sobre todo cuando no te arrepientes de nada y sabes que fue una decisión tomada a consciencia.

 Y así había sido. Es cierto que había bebido bastante pero yo no estaba borracho y sabía que él tampoco. Nadie nos obligo a nada. Es gracioso, ahora que lo pienso, porque él nunca me había gustado de ninguna manera. Es decir, viéndolo en la cama fue el momento en el que me di cuenta lo simplemente hermoso que era. Pero eso jamás lo había visto antes. Ciertamente nunca durante las largas horas de trabajo ni cuando él me exigía más o yo a él. Así había sido por dos años y puedo asegurar que nunca sentí ningún tipo de atracción hacia él.

 Pero en todo caso eso no borraba el hecho de que hacía menos de diez horas, habíamos empezado a hablar entre botella y botella de cerveza. De repente nos dimos cuenta de que éramos más que solo “gente del trabajo”. Y entonces me invitó a su casa y creo que ahí él sabía ya lo que iba a suceder y yo lo presentía también. No se puede pretender ser inocente en esta situación. Es como que te encuentren teniendo sexo con alguien y digas “no es lo que parece”. Es ridículo.

 Apenas llegamos a su casa y tomamos más, fue él quien inició todo, besándome en el baño. Ahora que lo pienso, puede que en ese momento haya reunido todo su coraje y se haya decidido por hacerlo de una vez sin pensarlo tanto, y por eso decidió entrar cuando yo estaba acabando de orinar y besarme ahí mismo. El resto, como dicen, es historia. Sabía que ahora debía irme porque simplemente, por todo, no podía quedarme. No quería hablar con él ni tener que hacer las preguntas incomodas que, al menos yo, sentía que debían ser respondidas.

 Con todo el sigilo del que fui capaz, recogí mi ropa y mis cosas y salí a la sala del lugar. Allí me cambié y cuando me aseguré de que tuviera todo conmigo, salí del sitio pensando que jamás volvería allí. Verán, el problema con él no era que fuera mi compañero ni que fuera alguien con el que yo nunca pensé en tener nada. No. El problema era su novia. Una relación de tres años en la que yo me había metido y en la que, sinceramente, no tenía ganas de estar.

De ella no sabía yo mucho. La había visto algunas veces, cuando dejaba a su novio en el trabajo o lo recogía para almorzar. Parecía una buena persona y eso era lo que me torturaba más. Parecía más sencillo que se tratase de una arpía que le hacía la vida imposible a mi compañero, que lo había “llevado” a cometer esa traición. Pero no era así. Y la verdad era que no quería discutirlo porque eso haría que mi culpa fuera más clara y pesada en mi conciencia y no quería eso. Quien lo querría?

 Los días siguientes me comporté lo más normal que pude en el trabajo. Incluso sonreí algunas veces, haciéndole ver que no pensaba en lo sucedido y que todo era exactamente igual. Lo más incomodo eran sus llamadas, que obviamente tenía que atender. Hablábamos del trabajo y al final, siempre, había una pausa incomoda en la que yo sentía que quería decirme algo y por eso me despedía y le colgaba. Como dije antes, yo no necesitaba hablar. Y si él sí lo necesitaba, era algo que él debía solucionar.

 Todo estuvo bien hasta el día que los vi juntos en la entrada de la empresa. Como iba con una compañera especialmente chismosa, ella se abalanzó sobre ellos para forzar una presentación y debo decir que casi no lo logro. Sentí mucha vergüenza pero también rabia. Porque tenía que traerla aquí? Obviamente no había pensado en mí al hacerlo? Pero, porque habría de pensar en mí? Estaba ya volviéndome loco.

 Ese día la saludé y ella me sonrió y parecían una pareja muy feliz, excepto por la sonrisa forzada de él. Créanme, después de tener relaciones sexuales con alguien, se sabe a la perfección si están fingiendo una sonrisa o no. Es como, si lo hace uno bien, los cuerpos se alinearan y hubiera una comprensión profunda del otro, que va más allá de lo entendible. Por eso solo pude saludarlos dos segundos y luego me fui a mi casa y lloré casi toda una hora, in razón aparente.

 Lo más extraño de todo fue lo que sucedió esa noche. Era un viernes y decidí hacer una pequeña maratón de películas. Las acompañaría con bastante comida y vestido sin nada más que una camiseta y mis “boxers”, es decir con mi vestimenta para dormir. A las once de la noche, iba a la mitad de la tercer película. Me asusté cuando timbró el intercomunicador. Detuve la película y contesté y el celador del edificio dijo que alguien quería subir. Era mi compañero de trabajo. Sin pensarlo dije “Que siga”, pero me arrepentí segundos después.

 Pero ya era tarde. Me dio el tiempo justo de ponerme unos pantalones antes de que timbrara y yo abriera apresuradamente, de lo cual también me lamenté después. Él entró y lo primero que hice fue preguntarle si había venido por el trabajo, aunque era obvio que ese no era el caso. Se sentó en mi sofá y me dijo que había intentado decirle a su novia pero no había podido. Ahora ella estaba en una fiesta de cumpleaños de su mejor amiga y él le había dicho que se sentía algo mal y prefería irse a la casa.

 Me miró y pude ver ese gran detalle que había olvidado de su cara: el color de sus ojos. Se veían enorme y algo húmedos. Por un momento, pensé que iba a llorar pero no lo hizo, en cambio sí me pidió algo de beber. Le pasé una lata de cerveza y se tomó casi la mitad de una sentada, antes de volver a hablarme. Parecía que le costaba demasiado hablar e incluso pensar. No puedo decir que no lo comprendía.

 Cuando volvió a hablar, me dijo que desde la universidad le habían gustado otros hombres pero que jamás había hecho nada al respecto pero que en el año que venía de pasar se había dado cuenta que yo le gustaba. En ese momento sonreí y no lo oculté, para mí eso era un halago difícil de creer. Él prosiguió diciendo que lo que había ocurrido era de lo mejor que le había pasado a él en tiempos recientes. En ese momento salieron de mi las palabras: “Y ella que?”.

 Él agachó la cabeza y se tomó el resto de la cerveza de un golpe. Me respondió que ya no la quería como antes y que sabía que eso lo decía mucha gente, muy seguido. Pero era verdad. Solo que no sabía como decírselo porque ella sí lo amaba. En ese momento vi una lágrima rodar por su rostro y, sin control alguno, me acerque a él. Y de nuevo pasó lo que sucede cuando dos personas que se sienten atraídas la una por la otra están demasiado cerca.


 Ese día puedo decir que hicimos el amor porque no fue solo sexo. Algo cambió. Debo decir que cuando todo terminó, volví a pensar en ella y de nuevo me sentí culpable. Pero entonces sentí también su presencia y su boca y sus brazos y entonces no importó nada más. El presente podía esperar porque ya no sentía que estuviera en el tiempo. Este parecía haberse detenido y, honestamente, hubiera preferido que se hubiera quedado así para siempre.

viernes, 23 de enero de 2015

Lo de siempre

 - Sabes? Siempre quise ser como él.
 - Como?
 - Libre.

 Martina se removió en su asiento, como si mi declaración del momento fuese altamente fastidiosa.

 - A quién le importa?
 - A mi.
 - No te sientes libre? No te sientes en paz contigo mismo?
 - Porque te molesta que diga algo así? Es verdad. Estoy atrapado      aquí, en mi mismo.
 - Y que es lo que tanto necesitas hacer? Que es lo que necesitas      para hacerte libre?

 Me puse de pie. Definitivamente podrá ser mi mejor amiga pero a veces no entiende nada.

Quisiera tener la capacidad de hacer lo que se me de la gana.
Eso lo entiendo pero que es lo que quieres hacer? No entiendo que   te fastidia tanto de tu vida.
Siempre me fastidia algo, ese el problema.

 Martina se puso también de pie y empezamos a caminar. Por un tiempo, guardamos silencio, cada uno preparando su siguiente argumento. No era la primera vez que hablábamos del tema y ciertamente no sería la última. Pero esa vez se sentía diferente.

Has viajado, has conocido, estudiaste más.
Y?
Como que “y”? Muchos quisieran hacer eso mismo.
Y a mi que me importa?

 Para decir eso me detuve, cansado de oír siempre el mismo argumento. Cansado de siempre tener que sentirme mal por alguien más que no conozco porque, por alguna razón, no tuvieron oportunidades.

 Es acaso mi culpa? No puedo querer más solo porque he hecho lo que he vivido? No es justo. Y se lo dije a Martina.

En eso tienes razón pero todavía no me dices que quieres de la       vida.
No tengo trabajo.
No es fácil. Ya te he dicho que tienes que seguir intentando hasta   que…
Hasta que qué? Hasta que me salgan raíces y mis papás cometan       asesinato por no ser de utilidad para la humanidad?

 Martina resopló. No era fácil ser amiga mía, lo sabré yo. Ella vive una vida diferente y yo siempre he dicho que es imposible, por esa misma razón, dar consejos de gran utilidad. Los amigos, sean quienes sean, solo pueden dar direcciones, como si uno estuviera perdido en una ciudad enorme. Ya depende de uno interpretar esas direcciones y ver si, en el camino, no se descubre un nuevo camino para llegar al destino deseado.

Nunca harán eso.
Como sabes?
Porque lo dudo mucho.

 A eso, no tenía respuesta.

Quisiera tener una vida sexual, por ejemplo.

 Martina de pronto estalló en risas, como si hubiera dicho uno de los mejores chiste que jamás hubiese escuchado.

No seas ridículo.
Tampoco puedo desear eso?
Sabes que si quisieras tendrías una vida sexual más activa, la       tendrías. No creo que te sea muy difícil.
Recuerdas mi pequeña estadía en cierta clínica, o no?

 Mi amiga sabía bien que yo había estado internado en un hospital psiquiátrico por tratar de suicidarme. La verdad es que sabía muy bien como hacerlo pero solo quise llamar la atención. No tuve tanto éxito como hubiese querido.

Siempre sacas eso.
No sabes como es hoy en día entre hombres.
Una mujer no sabe como es sentirse menos que los demás? En que mundo vives?
Touché.

 Seguimos caminando, saliendo del parque y caminando después por una avenida grande con varios negocios de lado y lado. Después de unos minutos sin hablar, le señalé a Martina una heladería y ella asintió. Entramos, pedimos los helados, ella los pagó y nos sentamos en una mesita en la terraza del sitio. Hacía sol, por alguna razón, así que nos sentamos allí a mirar pasar la gente. Siempre son amigos de verdad, si pueden preservar un silencio y no es incomodo.

Entonces es el trabajo y el sexo. O hay más?
Quisiera vivir solo.
Y para eso necesitas dinero.
Exacto.
Que se consigue con trabajo.
Así es.
Entonces estás jodido.

 No pude contener la risa. Casi se me cae el cono de helado al piso y tuve que contenerme ya que el frío del helado me hacía toser violentamente. Cuando por fin me calmé, Martina me miraba burlonamente.

Y como lo tomas? Que haces para lograr eso?
Nada. Hago lo que hago siempre.
Y eso te ha servido.
No.
Entonces has otra cosa.
Como que? Venderme al mejor postor y trabajar en cualquier puesto   mediocre?
Porque no?
Porque ya he tratado y tampoco han querido contratarme. No me       quieren ni para voltear hamburguesas.

 Esta vez fue Martina que rió como loca. Afortunadamente había pedido su helado en una vaso de plástico, ya que de la risa se le resbaló al piso y cayó con un sonido sordo, sin voltearse. Lo recogió tratando de reír menos y se echó una cucharada a la boca, para calmarse totalmente.

No sé que hacer.
Ya habrá algo. Puedes estudiar algo…
Ya he estudiado lo suficiente, lo que supuestamente da más trabajo   pero, ya ves.
- No importa. Puedes hacerlo para distraerte.
Más dinero para que gasten mis papás.
Y?

 Esta vez la miré como si se hubiese vuelto loca.

Me da lástima hacerlos gastar más dinero.
Pero puedes preguntar, no? Que tal que acepten que quieras           estudiar otra cosa o trabajar en otra parte? Créeme, si te tienes   que ir, vete. El mundo hoy en día es como una ciudad muy grande,     no es tan difícil como antes.
Ya lo he hecho recuerdas.
Y sé que debiste quedarte allá.
Lo sé, créeme que lo sé.
En todo caso, ten paciencia.

 Suspiramos los dos, al mismo tiempo. Compartimos una sonrisa y luego terminamos nuestros helados.

 De camino a la parada del bus, decidí preguntarle a Martina sobre sus cosas, su vida. Siempre nos enfocábamos mucho en mi y eso me hacía sentir culpable. Me contó lo que debía saber y yo no hablé en todo el rato, solo escuchando y asintiendo en los momentos propicios.

 Cuando por fin llegamos, nos abrazamos con cariño.

No te vuelvas loco pensando. Deja que las cosas pasen y trata de     no dejar ir las oportunidades cuando se presenten. Eso es lo         importante.

 Como el bus estaba frenando, solo tuvimos cerca de acordar que nos veríamos de nuevo en unas semanas. Le sonreí cuando estaba ya adentro y luego se fue.

 Martina tenía razón, sin duda. No podía castigarme a mi mismo, de nuevo, por lo que no era o no estaba. Ya había hecho eso mucho tiempo en mi vida, torturándome por no ser, parecer, tratar, intentar, ver o hacer. Pero ya no, no puedo seguir así.


 Así que decidí que, aunque todo me preocupa todo el tiempo, me iba a relajar e iba a pensar todo con cabeza fría e iba a disfrutar de la vida que tenía porque tal vez el cambio no demore tanto como parece.