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viernes, 18 de diciembre de 2015

Extraña llamada

   No recuerdo muy bien de que estábamos hablando pero sí que recuerdo que íbamos por la zona de la ciudad que empezaba a elevarse a cause de la presencia de las montañas. Como en toda ciudad de primer mundo, todo estaba cuidadosamente organizado y parecía que no había mucho campo para algo estuviera mal puesto o que un edificio fuese muy diferente al siguiente. Todo era muy homogéneo pero con el sol del verano no parecía ser un mundo monótono sino muy al contrario, parecía que toda la gente era auténticamente feliz, incluso aquellos que sacaban la basura o paseaban a su perro.

 Con mi amigo hablábamos a ratos, hacíamos pausas para mirar el entorno. Nos entendíamos aunque tengo que decir que amigos de pronto era una palabra demasiado grande para describir nuestra relación. La verdad era que habíamos sido compañeros de universidad, de esos que tienen clases juntos pero se hablan poco, y nos habíamos encontrado en el avión llegando a esta ciudad. Como por no ir a la deriva y tener alguien con quién hablar, decidimos tácitamente que iríamos juntos a dar paseos con la ciudad, con la posibilidad de separarnos cuando cualquiera de los dos lo deseara. Al fin y al cabo que ninguno de los dos conocía gente en la ciudad y no estaba mal compartir experiencias con alguien.

 Ese día estábamos juntos pero fui yo, cansado, el que me senté contra el muro de un local comercial cerrado junto a unos hombres de los que solo me había percatado que tenían la ropa blanca. Ellos estaban agachados pero no sentados, seguramente para evitar manchar sus pantalones blancos. Me di cuenta que me miraban hacia el otro lado de la calle por lo que yo también hice lo mismo. Era la esquina de una de esas cuadras perfectamente cuadradas de la ciudad. Había dos grandes locales: uno daba entrada a un teatro en el que, justo cuando voltee a mirar, apagaron las luces del vestíbulo. El otro local era una pizzería donde algunas personas se reunían a beber y comer.

 De pronto los hombres se levantaron y se dirigieron hacia el teatro. Sin explicación alguna, yo también me puse de pie y los seguí. No le avisé a mi amigo por lo que él se quedó allí, mirando su celular. Yo entré al teatro que tenía sus luces encendidas de nuevo pero decidí no acercarme al punto de venta de billetes porque no hubiera sabido que decir. En cambio me senté en unas sillas vacías, como de sala de espera. Desde allí pude ver que los actores que había visto afuera estaban discutiendo con alguien que parecía trabajar allí también. No se veían muy contentos. La conversación terminó abruptamente y los actores se acercaron a mi. Me asusté por un momento pero solo se sentaron en las sillas al lado mío, hablando entre ellos y después quedando en silencio.

 No sé porque lo hice porque normalmente no soy chismoso ni me meto en las cosas de los demás, pero allí estaba en ese teatro sin razón alguna. Y cuando el actor sacó su celular, el mismo actor junto al que me había sentado afuera, no pude evitar mirar la pantalla. Solo vi que era un mensaje de texto pero no tenía tan buena vista como para leerlo y la verdad no quería ser tan obvio, así que me puse a mirar los afiches de obras pasadas que había en un muro opuesto, como si me interesaran.

 El hombre entonces se puso de pie y se dirigió adonde había unos teléfonos. Por un momento ignoré que la presencia de esos aparatos fuera una reliquia del pasado pero no dudé su presencia allí. Mi amigo llegó justo en ese momento, dándome un codazo y preguntándome porqué lo había dejado solo afuera. Solo le pedí que hiciera silencio y nada más. No podía explicarle porque estaba allí.

 Miré al hombre hablar por teléfono durante un rato. Quería saber que estaban diciendo, quería saber qué era lo que decía y con quién hablaba. Era un presentimiento muy extraño, pero sabía que en todo el asunto había algo raro, algo que había que entender y que no era solo entre esos personajes sino entre todos los que estábamos allí, incluso mi muy despistado amigo. Era una sensación que no me podía quitar de encima.

 Cuando el hombre colgó, lo vi acercarse pero me dirigí a mi amigo cuando ya estaba muy cerca. Le dije muy crípticamente, incluso para mí, que nos iríamos en un rato. No tengo ni idea porqué le dije eso pero estaba seguro de que era cierto.

 El actor se me sentó al lado visiblemente compungido. Lo que sea que había hablado al teléfono no lo había recibido muy bien. Se había puesto pálido y era obvio que sudaba por el brillo en sus manos. Podía sentir su preocupación en la manera en que respiraba, en como miraba a un lado y a otro sin en verdad mirar a nada y a nadie.

 Mi celular entonces timbró una vez, con un sonido ensordecedor. Como lo tenía en el bolsillo, el volumen debía haberse subido o algo por el estilo, aunque con los celulares más recientes eso no era muy posible. Al sacarlo del pantalón y ver la pantalla, vi que era un mensaje de audio enviado por Whatsapp. El número del que provenía era desconocido. Miré a un lado y a otro antes de proceder. Desbloqué mi teléfono y la aplicación se abrió.

 El audio comenzó a sonar estrepitosamente. Era la voz del actor que estaba al lado mío que inundó la sala y la de otro hombre. Torpemente tomé el celular en una mano y la mano de mi amigo en la otra y lo halé hacia el exterior. Él no entendía nada pero como yo tampoco, eso no importaba.

 Lo hice correr varias calles hasta que estuve seguro que no nos había seguido nadie. Fue un poco incomodo cuando nos detuvimos darme cuenta que todavía tenía la mano de mi compañero de universidad en la mía. La solté con suavidad, como para que no se notara lo confundido que estaba, por eso y por todo lo demás.

 La voz me había taladrado la cabeza y eso que no había entendido muy bien lo que decían. Miré mi teléfono y el audio se había pausado pero yo estaba seguro que no habían sido mis vanos intentos por apagar el aparato los que habían causado que se detuviera el sonido. Con mi amigo caminamos en silencio unas calles más hasta la estación de metro más cercana, pasamos los torniquetes y nos sentamos en un banco mirando al andén. Allí saqué mi celular de nuevo y vi que el sonido ya era normal. Miré a mi amigo y él entendió. Puse el celular entre nosotros y escuchamos.

 Primero iba la voz del actor, que contestaba el teléfono en el teatro. La voz que le respondía era gruesa y áspera, como la de alguien que fuma demasiado. Era obvio que el actor se sentía intimidado por ella. Sin embargo, le preguntó a la voz que quería y esta le había respondido que era hora de que le pagara por el favor que le había hecho. La voz del pobre hombre se partió justo ahí y empezó a gimotear y a pedirle a la voz gruesa más tiempo, puesto que según él no había sido suficiente con el que había tenido hasta ahora.

 Esto no alegró a la voz gruesa que de pronto se volvió más siniestra y le dijo que nadie le decía a él como hacer sus negocios ni como definirlos, fuera con tiempo o con lo que fuera. Le tenía que pagar y lo amenazó con ir el mismo por todo lo que le había dado, además de por su paga que ya no era suficiente por si sola. Antes de colgar, la voz de ultratumba hizo un sonido extraño, como de chirrido metálico.

 El tren llegó y nos metimos entre las personas. Adentro compartimos con mi amigo un rincón en el que estuvimos de pie todo el recorrido. Solo nos mirábamos, largo y tendido, como si habláramos sin parar solo con la vista. Pero nuestra mirada no era de cariño ni de entendimiento, era de absoluto terror. Había algo en lo que habíamos escuchado que era simplemente tenebroso.  Por alguna razón, no era una amenaza normal la que habíamos oído.

 Llegamos a nuestra estación. Bajamos y subimos a la superficie con lentitud, sin amontonarnos con la masa. No nos miramos más ese día, tal vez por miedo a ver en los ojos del otro aquello que más temíamos de esa conversación, de ese momento extraño.

 Esa noche no pude dormir. Marqué al número que me había enviado el audio pero al parecer la línea ya estaba fuera de servicio. No escuché la conversación de nuevo por físico susto, porqué sabía que entonces nunca dormiría en paz.


 Hacia las dos de la mañana tocaron en mi puerta y creo que casi me orino encima del miedo. Esto en un par de segundos. Fue después que oí la voz de mi amigo. Lo dejé pasar y esa noche nos la pasamos hablando y compartiendo todo el resto de nuestras vidas, creo yo que con la esperanza de que sacar a flote otros recuerdos nos ayudara a olvidar esa extraña experiencia que habíamos tenido juntos.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Beso en la espalda

   Sentí su beso de todos los días en la espalda y luego como su peso dejaba la cama y se alejaba de mi. La verdad yo estaba muy cansado. El día anterior había tenido que trabajar como nunca y no había tenido tiempo ni de voltearlo a mirar. A veces sentía culpa, pues en esos días que debía entregar mi trabajo, siempre pasaba a ignorarlo y él debía de ver que hacía mientras yo escribía sin cesar y gritaba por el teléfono. Cuando las cosas eran al revés, él siendo el ocupado y yo no, jamás me dejaba de lado. Me pedía consejos y que le corrigiera todo lo que pudiera, así yo no supiera nada de informes inmobiliarios. Juan parecía siempre estar allí para mi pero yo rara vez para él. Cuando me despertó con el beso, no lo sentí medio dormido como siempre. Y quise levantarme y pedirle que no se fuera o al menos darle un beso de verdad de despedida pero no sé que me impidió hacerlo.

 Cuando me liberaba de mi trabajo, había demasiado tiempo de sobra y esta vez me la pasé pensando en mis errores. La verdad, tenía miedo de que algún día de estos ese beso en la espalda dejara de existir. Tenía miedo que Juan decidiera no volver o si acaso volver solo para decirme que no aguantaba más y que prefería cualquiera cosa a seguir viviendo así conmigo. En ese momento de susto, lo único que me quedaba era mejorar como esposo. Así que me puse a hojear por varios libros de cocina que teníamos, rara vez usados, y encontré una que creí ser capaz de hacer. Primero tenía que ir al supermercado a comprar los ingredientes pues no habíamos podido ir por culpa de mi trabajo. Me di cuenta que hasta nutricionalmente mi trabajo estaba afectando mi relación y mi cuerpo.

 En el supermercado aproveché para comprar cosas que a él le gustan como cereal de colores y un café especialmente aromático. También pescado, que yo odio pero el adora, y otros productos que compartimos a lo largo de la semana cuando, por coincidencias de la vida, los dos estamos desocupados. Sin duda esos eran los mejores momentos, cuando nos quedábamos en la cama hasta tarde, abrazados o besándonos como cuando nos conocimos. Después nos pasábamos el día comiendo dulces y demás cosas no muy buenas para la salud pero compartidas en todo caso. Nos tomábamos de la mano y veíamos películas o lo que hubiese en televisión y por la noche seguramente hacíamos el amor en ese mismo sofá donde habíamos estado toda la tarde.

 Todo eso normalmente pasaba un sábado o un domingo. Entre semana él estaba muy cansado y a veces yo tenía que ir a la oficina a discutir ideas, o más bien a refutar las ideas de mi editora. Solo teníamos esos dos días y eso era cuando el calendario era amable con nosotros. El mes en el que sentí miedo no habíamos tenido un solo fin de semana decente y eso que ya estábamos a veintinueve. No quería que eso pasara más, no quería que fuésemos de esas parejas que están contentas con no verse nunca, como si el compromiso fuera lo más importante. A mi los compromisos y las promesas me resbalan si no contienen nada y yo a él lo amo todavía y lo sé y lo siento. Lo necesito.

 Revisé la lista que había hecho para comprar los víveres y me di cuenta que me faltaban las especias que le daban el sabor preciso a la receta que pensaba hacer. Tenía que comprar orégano y pimienta , tal vez algo de laurel, tomillo y albahaca. Sin duda era un sabor muy italiano que yo nunca había tratado de hacer pero lo iba a intentar pues de ello dependía mi estabilidad mental ese día. Mientras observaba el estante de las especias, alguien cerca revolvía el contenido de uno de los congeladores. Era uno de esos que tienen las cajas de los helados y era un hombre el que sacaba uno y la volvía a poner, y movía unas para sacar la que estuviera más abajo y luego volvía y miraba y así. No le di mucha importancia. Tomé mis especias y caminé con cierto apuro a la caja.

 Fue saliendo del supermercado que una mano se posó en el hombro y me di la vuelta casi al instante por miedo de que fuera un ladrón o algo parecido. Resultó que no era un ladrón sino el tipo del congelador. Pero eso solo lo pensé por un segundo pues ese tipo resultaba ser también uno de los mejores amigos de Juan. Sonreí falsamente mientras le daba la mano y veía que sostenía en la otra una bolsa con dos cajas de helados. No nos veíamos hacía bastante, cuando en una fiesta yo me había sentido bastante incomodo y él me había ayudado haciéndome uno de los mejores mojitos que he probado. Recordamos ese momento y nos reímos. Viendo mis bolsas, me invitó a su automóvil y me dijo que me llevaría a casa para que no caminara tanto. Me iba a negar pero eso no hubiera servido de nada. Era de esas personas que insistían.

 En el automóvil, recordamos todo lo que tenía que ver con esa fiesta. Había sido memorable pues había sido una de las primeras a las que Juan y yo habíamos asistido como pareja de casados y mucha gente se incomodaba visiblemente cuando veían nuestros anillos y más aún cuando mis nervios me urgían a tomarle la mano a mi esposo, como si estuviésemos a punto de atravesar la línea enemiga. El amigo de Juan, que se llamaba Diego, de pronto anunció que muchas de esas personas ya no le hablaban por ese día. A mi eso me sentó muy mal pero él trató de animarme diciendo que la gente era toda una porquería y que no se podía vivir de lo que solo unos pocos pensaban.

 Me preguntó que pensaba mi familia y la de él y le conté que, por extraño que pareciera, todos parecían estar ahora más cómodos con nuestra relación que antes. De pronto era el hecho de haber formalizado todo lo que nos daba cierto grado de madurez y de respeto, pero francamente yo me sentía igual antes y después de casarme. Nunca le había dicho a nadie, pero todo eso para mi sobraba con tal de que pudiera despertarme junto a él todos los días. Juan era más tradicional en ese sentido y me casé para hacerlo feliz. Apenas dije eso miré la cara de Diego, pero no había en su cara nada que indicara que esa razón había sido errónea. Cuando llegamos a casa, lo invité a pasar.

 Hice algo de café y le pregunté por su vida mientras alistaba los ingredientes de mi receta. Me dijo que se había divorciado y en el momento estaba tratando de que su ex no le quitara su derecho de ver su hija, una bebé muy bonita de la que yo había visto fotos en esa fiesta hacía meses. Diego me dijo que no tenía mucho dinero ahora y que había tenido que mudarse. Él era periodista y trabajaba desde casa, lo que explicaba que estuviera en mitad de la tarde comprando helado en el supermercado. Estuvo de acuerdo conmigo en que la vida así podía destruir una relación pero, al ver mi cara de tristeza mientras cortaba unos tomates, dijo que no todas las parejas llegaban hasta el punto del divorcio. Muchas historias terminaban mucho mejor que la suya.

 Mientras el bebía café, yo iba condimentado la carne y cortando más verduras y poniéndolo todo en el horno. La verdad es que nunca me había dado cuenta que Diego era tan entretenido. Como amigo de Juan, siempre me había parecido algo payaso, poco serio. Pero ahora parecía que su vida le había dado una lección muy dura y su personalidad parecía haber respondido a ello. De todas maneras, cada cierto rato, salían toques de ese humorista frustrado que tenía dentro. Me aconsejó un poco respecto a las especias y el tiempo y temperatura del horno, pues con su ex habían hecho un curso de cocina. Me iba a disculpar por recordarle esos momentos pero no me dejó, prefiriendo verificar todo él mismo.

 La tarde estaba terminando y le dije que se quedara un rato más para saludar a Juan. Miró el reloj preocupado y dijo que no podía quedarse mucho después de eso. Fue en ese momento que se me quedó mirando y entonces me dijo que no me preocupara pues mi relación con Juan tenía algo que la de él nunca había tenido de verdad. Le pregunté que era pero justo ahí timbró Juan y se saludaron con Diego como cuando estaban en el colegio. De pronto eran chicos de diecisiete años y me alegró verlos a ambos tan felices. Diego empezó a disculparse, argumentando que debía irse pero yo se lo impedí, invitándolo a probar la cena que él mismo había ayudado a lograr. Juan sonreía sorprendido y todos cenamos a gusto, riendo de las anécdotas de Diego y del día de Juan en la oficina y entonces supe, en un momento, cual iba a ser la respuesta de Diego.


 Cuando por fin lo dejamos ir, lleno y contento, nos despedimos con abrazos, prometiendo no dejar pasar mucho tiempo hasta vernos de nuevo. Apenas se fue, Juan me abrazó y me besó y me agradeció por esa noche. Después de limpiarlo todo, fui directo a la cama donde me esperaba Juan ya casi dormido. Me pidió acostarme junto a él. Nos quedamos mirándonos por largo rato hasta que nos besamos suavemente y entonces, después de un par de ajustes a nuestras posiciones, nos quedamos dormidos. Recuerdo que lo último en que pensé antes de sucumbir al cansancio fue en la mirada de Juan. Por eso tomé sus manos y las apreté con fuerza contra mi. Otro beso cálido en la espalda.

viernes, 23 de enero de 2015

Lo de siempre

 - Sabes? Siempre quise ser como él.
 - Como?
 - Libre.

 Martina se removió en su asiento, como si mi declaración del momento fuese altamente fastidiosa.

 - A quién le importa?
 - A mi.
 - No te sientes libre? No te sientes en paz contigo mismo?
 - Porque te molesta que diga algo así? Es verdad. Estoy atrapado      aquí, en mi mismo.
 - Y que es lo que tanto necesitas hacer? Que es lo que necesitas      para hacerte libre?

 Me puse de pie. Definitivamente podrá ser mi mejor amiga pero a veces no entiende nada.

Quisiera tener la capacidad de hacer lo que se me de la gana.
Eso lo entiendo pero que es lo que quieres hacer? No entiendo que   te fastidia tanto de tu vida.
Siempre me fastidia algo, ese el problema.

 Martina se puso también de pie y empezamos a caminar. Por un tiempo, guardamos silencio, cada uno preparando su siguiente argumento. No era la primera vez que hablábamos del tema y ciertamente no sería la última. Pero esa vez se sentía diferente.

Has viajado, has conocido, estudiaste más.
Y?
Como que “y”? Muchos quisieran hacer eso mismo.
Y a mi que me importa?

 Para decir eso me detuve, cansado de oír siempre el mismo argumento. Cansado de siempre tener que sentirme mal por alguien más que no conozco porque, por alguna razón, no tuvieron oportunidades.

 Es acaso mi culpa? No puedo querer más solo porque he hecho lo que he vivido? No es justo. Y se lo dije a Martina.

En eso tienes razón pero todavía no me dices que quieres de la       vida.
No tengo trabajo.
No es fácil. Ya te he dicho que tienes que seguir intentando hasta   que…
Hasta que qué? Hasta que me salgan raíces y mis papás cometan       asesinato por no ser de utilidad para la humanidad?

 Martina resopló. No era fácil ser amiga mía, lo sabré yo. Ella vive una vida diferente y yo siempre he dicho que es imposible, por esa misma razón, dar consejos de gran utilidad. Los amigos, sean quienes sean, solo pueden dar direcciones, como si uno estuviera perdido en una ciudad enorme. Ya depende de uno interpretar esas direcciones y ver si, en el camino, no se descubre un nuevo camino para llegar al destino deseado.

Nunca harán eso.
Como sabes?
Porque lo dudo mucho.

 A eso, no tenía respuesta.

Quisiera tener una vida sexual, por ejemplo.

 Martina de pronto estalló en risas, como si hubiera dicho uno de los mejores chiste que jamás hubiese escuchado.

No seas ridículo.
Tampoco puedo desear eso?
Sabes que si quisieras tendrías una vida sexual más activa, la       tendrías. No creo que te sea muy difícil.
Recuerdas mi pequeña estadía en cierta clínica, o no?

 Mi amiga sabía bien que yo había estado internado en un hospital psiquiátrico por tratar de suicidarme. La verdad es que sabía muy bien como hacerlo pero solo quise llamar la atención. No tuve tanto éxito como hubiese querido.

Siempre sacas eso.
No sabes como es hoy en día entre hombres.
Una mujer no sabe como es sentirse menos que los demás? En que mundo vives?
Touché.

 Seguimos caminando, saliendo del parque y caminando después por una avenida grande con varios negocios de lado y lado. Después de unos minutos sin hablar, le señalé a Martina una heladería y ella asintió. Entramos, pedimos los helados, ella los pagó y nos sentamos en una mesita en la terraza del sitio. Hacía sol, por alguna razón, así que nos sentamos allí a mirar pasar la gente. Siempre son amigos de verdad, si pueden preservar un silencio y no es incomodo.

Entonces es el trabajo y el sexo. O hay más?
Quisiera vivir solo.
Y para eso necesitas dinero.
Exacto.
Que se consigue con trabajo.
Así es.
Entonces estás jodido.

 No pude contener la risa. Casi se me cae el cono de helado al piso y tuve que contenerme ya que el frío del helado me hacía toser violentamente. Cuando por fin me calmé, Martina me miraba burlonamente.

Y como lo tomas? Que haces para lograr eso?
Nada. Hago lo que hago siempre.
Y eso te ha servido.
No.
Entonces has otra cosa.
Como que? Venderme al mejor postor y trabajar en cualquier puesto   mediocre?
Porque no?
Porque ya he tratado y tampoco han querido contratarme. No me       quieren ni para voltear hamburguesas.

 Esta vez fue Martina que rió como loca. Afortunadamente había pedido su helado en una vaso de plástico, ya que de la risa se le resbaló al piso y cayó con un sonido sordo, sin voltearse. Lo recogió tratando de reír menos y se echó una cucharada a la boca, para calmarse totalmente.

No sé que hacer.
Ya habrá algo. Puedes estudiar algo…
Ya he estudiado lo suficiente, lo que supuestamente da más trabajo   pero, ya ves.
- No importa. Puedes hacerlo para distraerte.
Más dinero para que gasten mis papás.
Y?

 Esta vez la miré como si se hubiese vuelto loca.

Me da lástima hacerlos gastar más dinero.
Pero puedes preguntar, no? Que tal que acepten que quieras           estudiar otra cosa o trabajar en otra parte? Créeme, si te tienes   que ir, vete. El mundo hoy en día es como una ciudad muy grande,     no es tan difícil como antes.
Ya lo he hecho recuerdas.
Y sé que debiste quedarte allá.
Lo sé, créeme que lo sé.
En todo caso, ten paciencia.

 Suspiramos los dos, al mismo tiempo. Compartimos una sonrisa y luego terminamos nuestros helados.

 De camino a la parada del bus, decidí preguntarle a Martina sobre sus cosas, su vida. Siempre nos enfocábamos mucho en mi y eso me hacía sentir culpable. Me contó lo que debía saber y yo no hablé en todo el rato, solo escuchando y asintiendo en los momentos propicios.

 Cuando por fin llegamos, nos abrazamos con cariño.

No te vuelvas loco pensando. Deja que las cosas pasen y trata de     no dejar ir las oportunidades cuando se presenten. Eso es lo         importante.

 Como el bus estaba frenando, solo tuvimos cerca de acordar que nos veríamos de nuevo en unas semanas. Le sonreí cuando estaba ya adentro y luego se fue.

 Martina tenía razón, sin duda. No podía castigarme a mi mismo, de nuevo, por lo que no era o no estaba. Ya había hecho eso mucho tiempo en mi vida, torturándome por no ser, parecer, tratar, intentar, ver o hacer. Pero ya no, no puedo seguir así.


 Así que decidí que, aunque todo me preocupa todo el tiempo, me iba a relajar e iba a pensar todo con cabeza fría e iba a disfrutar de la vida que tenía porque tal vez el cambio no demore tanto como parece.