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miércoles, 4 de marzo de 2015

Futuro en blanco

   El viento afuera soplaba impasible, sin nada que lo detuviera. Era increíble ver toda una gran ciudad paralizada por el puro frío, el viento y el hielo combinados. No se puede hablar de destrucción pero sí de disrupción de la vida común y corriente, la de todos los días. Desde un piso cincuenta era bastante lo que se podía ver de la ciudad pero ahora era solo una mancha blanca con líneas de colores, tonos de rojo y azul y negro.

 No, esta ciudad jamás se había cubierto de nieve en el pasado. De hecho, el país era tropical o al menos lo había sido hasta hacía algunos años. Porque ya no era así. Muchas de las plantas y animales de las zonas más cercanas al mar, habían empezado a morir por el clima cambiante. Todo el mundo pensaba que el calor era lo que iba a reinar en el futuro pero se había equivocado.

 Cierto, los hielos del norte y del sur se habían derretido y habían ido a parar a todos los mares, inundando ciudades y países enteros. Muchos tuvieron que migrar, hubo problemas y más guerras de las que nadie hubiera deseado de verdad. Todo se había vuelto más caro día tras día y era casi imposible vivir como lo habían hecho otras personas a comienzos del siglo XXI. Era algo cómico leer los cambios que ellos habían detectado y entender que nada se había hecho para detenerlos.

 Los seres humanos eran todavía así, solo actuando cuando algo les servía o cuando les era económico hacerlo. Por eso las nevadas del nuevo siglo los había cogido desprevenidos a todos. Todo el mundo migró entonces también pero era obvio que en la banda ecuatorial del planeta no había espacio ni recursos para tantos millones de personas. En cierta manera había sido bueno que el frío y, cien años antes, el calor hubieran destruido tanto y matado a tantas personas. Ya no había que repartir entre tantos.

 Pero en este mundo de nieve, la gente sigue siendo demasiada. En el Ecuador están todos los que eran ricos, los que se pudieron procurar terrenos fértiles y amplios. La gente más pobre fue muriendo, poco a poco, en las calles o en alguno de los grandes desastres. Cada vez más se supo de aviones congelados en vuelo, barcos que jamás llegaban a puerto e incluso de terremotos que destruían ciudades de un solo golpe certero.

 Sin duda fue una época de cambio definitivo para el mundo, queriéndonos decir que nuestro tiempo en esta Tierra se está terminando. Ya no somos los maestros de este mundo ni lo seremos por mucho tiempo. Los científicos quisieron darnos opciones pero ninguna muy realista. Se hicieron diseños para estaciones humanas bajo el mar y otras alto entre las nubes. Se diseñó un ambicioso plan para construir la primer ciudad humana en la Luna y misiones tripuladas a cuerpos celestiales cercanos.

 Pero más allá de algunas sondas, no pasó nada. Las promesas del siglo pasado fueron quedando enterradas bajo la constante nieve y los seres humanos por fin entendimos que este mundo sería el último que veríamos. Nunca más habría bosques verdes y abundantes o mares cálidos y calmados. Y los hubieses, nosotros no estaríamos aquí para apreciarlos. Había sido ignorante y prepotente de nuestra parte creer que este mundo era solo nuestro, para hacer con él lo que quisiésemos. No, el mundo jamás fue nuestro y eso se puede ver hoy en día.

 Todavía existen científicos hoy en día y siguen explorando, tratando de hacer mapas de este mundo que ya no es nuestro. Han ido a ciudades distantes y regresado, con noticias extrañas, ninguna muy alentadora para la Humanidad. Un grupo que conocí, hace ya unos meses, me contó que habían logrado cruzar el Atlántico y sus congelada superficie. Por debajo, sin embargo, variedad de criaturas parecían estar multiplicándose y creciendo gracias al nuevo medio ambiente. Nosotros perdimos pero ellas ganaron.

 Del otro lado del mar encontraron un continente hecho trizas. Grandes monumentos y edificios destruidos por el viento, los terremotos, el mar y el frío constante. Todavía existían algunas comunidades activas pero todas estaban migrando lentamente al sur, con la esperanza de encontrar un buen sitio para dejar de existir, para dejar este mundo que ya no nos quiere aquí.

 Las comunicaciones nunca han sido peores pero, en un buen día, podemos hablar con la gente del Ecuador, que tampoco está muy lejos. Tienen problemas serios o al menos solían tenerlos cuando empezaron a llegar. Muchos se apresuraron a formar un gobierno y a establecer las mismas reglas que habían gobernado a la humanidad desde hacía años. Pero eso ya no podía ser, simplemente no era posible. Este mundo no aguantaba más de nuestras viejas y tontas costumbres.

 Y parecía que después de diez años, la gente del Ecuador se estaba dando cuenta de ello. Ahora eran varias comunidades, cercanas pero no pegadas la una a la otra. Había algo de comercio e intercambio de ideas pero no como en el pasado. La idea era, claramente, seguir adelante hasta que el mundo se los permitiese, lo mismo que pensamos los que nos quedamos atrás, en los terrenos fríos. La diferencia es que nosotros, los del frío, creemos que el Ecuador terminará siendo aplastado pronto y no deseamos estar allí cuando ocurra. Será otra extinción en masa en la que no queremos participar.

 De pronto sea demasiado pretencioso pero queremos luchar hasta nuestro último aliento, no queremos rendirnos tan fácilmente. Sabemos que vamos a morir pero queremos extender la Historia humana lo que más se pueda. Hemos recuperado varios volúmenes que registran cada evento acaecido en este mundo y pretendemos seguir escribiendo hasta que muramos por cansancio o simplemente porque este mundo es más que nosotros, en todo sentido posible.

 Para ello, hemos vuelto a nuestras raíces, entrenando a nuestros animales para ser criaturas de compañía y ataque, si se presenta el momento de pelear contra la naturaleza. Y ya ha ocurrido: no es poco común escuchar acerca de ataques de osos y  lobos y otras criaturas que están mejor adaptadas que nosotros para este clima. Así que queremos estar listo para cualquier eventualidad de ese tipo. Porque queremos luchar.

 No se trata de hacer una declaración de principios ya que cualquier cosa por el estilo murió el día que este planeta fue condenado por nuestra propia mano. No, no queremos imponernos a la naturaleza ni a todo lo que existe hoy en día ni a los cambios que seguramente vendrán una vez más. Solo queremos que la naturaleza nos vuelva a sentir como suyos y podamos estar en paz hasta que nuestra especie simplemente se desvanezca en el tiempo. No queremos más que eso.

 Lo bueno de todo esto es que las relaciones ahora son más sencillas y más claras. Ya nadie oculta nada por el estilo. A nadie le importa ya con quien duerme alguien, si tiene hijos o cuales son sus valores. Lo único que importa es que estén presentes al menos una vez al día, sea para cazar, explorar, hacer de comer o planear movimientos a otros sitios. Eso es lo que nos interesa. Sobrevivir.

 Los valores murieron hace mucho, mucho antes incluso de que empezáramos a matar al mundo. Ya no nos interesa la hipocresía de la sociedad antigua, que hoy vemos como una sombra asesina que nadie quiere tener cerca de ninguna manera. Hoy en día no hay valores sino un empuje que sale de nuestro corazón y nuestra mente, un empuje que nos lleva a seguir viviendo y a no dejarnos vencer. Eso es todo lo que importa hoy en día.

 El viento frío avanza cada vez más y sabemos que ya lo sienten en las zonas todavía templadas del planeta. No pasarán ni diez años antes de que todo el mundo sea una bola de nueve por completo.

 A veces me pregunto que será de este mundo después, cuando ya no estemos en él. Muchos de los más inteligentes en nuestra comunidad dicen que lo normal es que esta era de hielo termine en algún momento y vuelva el calor de nuevo pero eso pasará en unos cuantos miles de años, si es que ocurre. Además, es bien sabido que el planeta no va a morir, solo nosotros haremos eso. El planeta seguirá adelante como siempre lo ha hecho, tal vez con alguna nueva especie como la reinante entre las demás. Me pregunto si ellos sabrán de nosotros, de nuestra existencia?


 Antes de acostarnos a dormir, tenemos la costumbre de mirar al cielo y contar historias. Los mayores cuentan historias de su pasado y los más jóvenes solo saben de este presente lúgubre. Pero otro vemos las estrellas y les contamos relatos de máquinas allá afuera que llevan nuestra marca y que, tal vez algún día, sean descubiertas. Tal vez alguien de fuera se interese en los residentes de esta bola blanca y no tengamos que perecer después de todo.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Mi Versión de los Hechos

Adrenalina pura. Eso era lo que sentía cada vez que cometíamos algún crimen. Sentía por mis venas esa energía, esa ganas casi descontroladas por salir corriendo, por gritar, de ver la acción realizada, exitosa.

Al comienzo todo parecía que iba bien. En esos tiempos era mucho más optimista, aunque me había unido a la rebelión por ser un realista, alguien que veía como nuestro país se despedazaba lentamente bajo el tirano que hoy llamábamos presidente.

Esa bestia, ese hombre horrible que había tirado de las cuerdas hacía tanto tiempo, había vuelto al poder y ahora no se molestaba más en fingir lo que era evidente.

Sus leyes se aprobaron por estrechas mayorías que el mismo pueblo había votado. Lo triste de nuestra Historia, era que la mayoría lo había puesto allí. Y ahora él imponía sus reglas, duras y desgastantes que buscaban convertirnos en una nación servil, fabricando y haciendo para que otros lejos pudieran ganar su guerra, ahora frontal, contra quienes habían decidido contradecirlos.

Pero esto, la historia que hoy les relato, fue antes que la policía y el ejercito tomaran las calles y vigilaran todo como si nada fuera nuestro, como si todos hubiésemos sido condenados como ladrones y las prisiones fueran nuestros hogares.

La rebelión tenía más rango y yo alegremente me les uní. Sin pudor ni vergüenza puedo decirle a quien quiera que asesiné, por propia mano, a más de diez hombres y mujeres. No me enorgullece haberlo hecho, jamás podré estar contento por ello. Pero me niego a sentir pena por haber extirpado graves cánceres del corazón de un país que cada vez más se sumía en el odio que siempre había estado gestando.

Una de tantas misiones para la rebelión me había llevado a la más grande manifestación que se hizo nunca contra el nuevo regimen. Más de un millón de personas se habían agolpado en la plaza principal y, según decían, lo mismo pasaba en otras ciudades. No había duda de que esta era nuestra oportunidad, el todo o nada.

Tres compañeros tenían la misión de crear una distracción para darme entrada a la catedral, situada a solo unos pasos del Senado. Desde ese lugar tenía que, por inverosímil que pareciera, disparar con un arma de largo alcance al presidente. No, no era la primera persona en la que habían pensado para hacerlo pero finalmente lo hicieron ya que nadie creía que fueran a sospechar de un ciudadano que, hasta su mejor entendimiento, era ejemplar.

Fue así como mis compañeros iniciaron un amotinamiento, haciendo que la gente se sintiera cada vez más enojada. El presidente, dentro de unos momentos, pasaría de un lado a otro del senado por un corredor de altas columnas. Ese era mi momento de lucirme.

La gente empezó a lanzar objetos contra la policía y en apenas segundos todos los agentes de seguridad de la zona se agolparon contra los manifestantes, muchos de los cuales ya tenían sus blancas camisetas manchadas de sangre.

En esa masa de gente, nadie vio cuando mis compañeros lanzaron la primera "papa bomba" que voló la cabeza del personaje cuya estatua había estado siempre en el centro de la plaza. Todos, como una ola, se movieron hacia ese lado para tumbar lo que quedaba del monumento.

Fue entonces cuando forcé la entrada de la catedral, un candado bastante simple, y entré en su inmensidad, con un maletín a la espalda. Habiendo investigado previamente, me dirigí hacia una puerta en el costado opuesto. No había nadie en el recinto ya que se había cerrado al publico por el día.

Me pareció extraño no encontrar a nadie ya que esperaría por lo menos a un sacristán o al mismo padre pero no había nadie. Crucé por un solitario despacho y, detrás de otra puerta, estaban las escaleras hacia la torre de la catedral, donde estaban las campanas.

Subí rápidamente pero fui detenido en el primer descanso por una visión macabra: el cuerpo de un anciano estaba tirado en el piso, ensangrentado y golpeado. Era el sacristán. No sabía que hacía allí así pero no podía parar. En pocos minutos llegarían los tanques y el momento habría pasado.

Llegué a las campanas pero allí me recibió un fuerte golpe en la cara que me tumbó al piso. Había tres hombres armados con pistolas y al parecer me estaban esperando.

Por un rato discutieron que hacer conmigo, no sin antes golpear de nuevo en el rostro y patearme en el estomago. Sangrando, vi como uno de ellos cargaba su arma y se disponía a matarme. Pero eso no sucedió. Tres disparos simples retumbaron por el recinto y los hombres cayeron muertos cerca mío.

Como pude me puse de pie y vi que la multitud, la ola, otra vez cambiaba de dirección, estaba vez hacia el Senado. Me puse de pie como pude, ignorando la pregunta de quien me había salvado la vida, mientras sacaba el rifle de largo alcance de mi maletín.

Fueron segundos. Disparé pero alguien se había atravesado. Era una mujer que no pude identificar. Cayó rápidamente al piso y todo fue un caos. De algún lado oí otro disparo de un arma similar pero tampoco acertó, volándole un gran pedazos a una columna.

Parpadeando varias veces pude aguzar la vista y ver que quién me había salvado estaba en el edificio de enfrente, el de la Alcaldía. Era otro edificio fantasma por estos días pero estaba seguro que el disparo había venido de allí.

Viendo mi fracaso, salí rápidamente del lugar, cojeando y con la respiración entre cortada. La multitud estaba siendo empujada por la policía y los gases y tanques habían llegado al lugar. Me tapé la cara y atravesé la multitud como pude hasta llegar al otro lado de la plaza. Pude ver a alguien corriendo por la calle lateral y traté de seguirlo pero la multitud escapaba por todos lados y alguien me había empujado. Eligiendo mi vida, también escapé. Llegué a casa poco tiempo después.

Enterré el arma en mi patio y le dije a mi familia que los dejaría por un tiempo. La verdad es que debía unirme por completo a la rebelión.
Poco tiempo pasaría para que supiera el nombre de mi salvador: Eric.

Esto lo escribo después de cinco años y ese es un nombre que jamás podré borrar de mi mente, pues fue él la única persona que pude querer en mi vida y, creo, que querré nunca.