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viernes, 18 de diciembre de 2015

Extraña llamada

   No recuerdo muy bien de que estábamos hablando pero sí que recuerdo que íbamos por la zona de la ciudad que empezaba a elevarse a cause de la presencia de las montañas. Como en toda ciudad de primer mundo, todo estaba cuidadosamente organizado y parecía que no había mucho campo para algo estuviera mal puesto o que un edificio fuese muy diferente al siguiente. Todo era muy homogéneo pero con el sol del verano no parecía ser un mundo monótono sino muy al contrario, parecía que toda la gente era auténticamente feliz, incluso aquellos que sacaban la basura o paseaban a su perro.

 Con mi amigo hablábamos a ratos, hacíamos pausas para mirar el entorno. Nos entendíamos aunque tengo que decir que amigos de pronto era una palabra demasiado grande para describir nuestra relación. La verdad era que habíamos sido compañeros de universidad, de esos que tienen clases juntos pero se hablan poco, y nos habíamos encontrado en el avión llegando a esta ciudad. Como por no ir a la deriva y tener alguien con quién hablar, decidimos tácitamente que iríamos juntos a dar paseos con la ciudad, con la posibilidad de separarnos cuando cualquiera de los dos lo deseara. Al fin y al cabo que ninguno de los dos conocía gente en la ciudad y no estaba mal compartir experiencias con alguien.

 Ese día estábamos juntos pero fui yo, cansado, el que me senté contra el muro de un local comercial cerrado junto a unos hombres de los que solo me había percatado que tenían la ropa blanca. Ellos estaban agachados pero no sentados, seguramente para evitar manchar sus pantalones blancos. Me di cuenta que me miraban hacia el otro lado de la calle por lo que yo también hice lo mismo. Era la esquina de una de esas cuadras perfectamente cuadradas de la ciudad. Había dos grandes locales: uno daba entrada a un teatro en el que, justo cuando voltee a mirar, apagaron las luces del vestíbulo. El otro local era una pizzería donde algunas personas se reunían a beber y comer.

 De pronto los hombres se levantaron y se dirigieron hacia el teatro. Sin explicación alguna, yo también me puse de pie y los seguí. No le avisé a mi amigo por lo que él se quedó allí, mirando su celular. Yo entré al teatro que tenía sus luces encendidas de nuevo pero decidí no acercarme al punto de venta de billetes porque no hubiera sabido que decir. En cambio me senté en unas sillas vacías, como de sala de espera. Desde allí pude ver que los actores que había visto afuera estaban discutiendo con alguien que parecía trabajar allí también. No se veían muy contentos. La conversación terminó abruptamente y los actores se acercaron a mi. Me asusté por un momento pero solo se sentaron en las sillas al lado mío, hablando entre ellos y después quedando en silencio.

 No sé porque lo hice porque normalmente no soy chismoso ni me meto en las cosas de los demás, pero allí estaba en ese teatro sin razón alguna. Y cuando el actor sacó su celular, el mismo actor junto al que me había sentado afuera, no pude evitar mirar la pantalla. Solo vi que era un mensaje de texto pero no tenía tan buena vista como para leerlo y la verdad no quería ser tan obvio, así que me puse a mirar los afiches de obras pasadas que había en un muro opuesto, como si me interesaran.

 El hombre entonces se puso de pie y se dirigió adonde había unos teléfonos. Por un momento ignoré que la presencia de esos aparatos fuera una reliquia del pasado pero no dudé su presencia allí. Mi amigo llegó justo en ese momento, dándome un codazo y preguntándome porqué lo había dejado solo afuera. Solo le pedí que hiciera silencio y nada más. No podía explicarle porque estaba allí.

 Miré al hombre hablar por teléfono durante un rato. Quería saber que estaban diciendo, quería saber qué era lo que decía y con quién hablaba. Era un presentimiento muy extraño, pero sabía que en todo el asunto había algo raro, algo que había que entender y que no era solo entre esos personajes sino entre todos los que estábamos allí, incluso mi muy despistado amigo. Era una sensación que no me podía quitar de encima.

 Cuando el hombre colgó, lo vi acercarse pero me dirigí a mi amigo cuando ya estaba muy cerca. Le dije muy crípticamente, incluso para mí, que nos iríamos en un rato. No tengo ni idea porqué le dije eso pero estaba seguro de que era cierto.

 El actor se me sentó al lado visiblemente compungido. Lo que sea que había hablado al teléfono no lo había recibido muy bien. Se había puesto pálido y era obvio que sudaba por el brillo en sus manos. Podía sentir su preocupación en la manera en que respiraba, en como miraba a un lado y a otro sin en verdad mirar a nada y a nadie.

 Mi celular entonces timbró una vez, con un sonido ensordecedor. Como lo tenía en el bolsillo, el volumen debía haberse subido o algo por el estilo, aunque con los celulares más recientes eso no era muy posible. Al sacarlo del pantalón y ver la pantalla, vi que era un mensaje de audio enviado por Whatsapp. El número del que provenía era desconocido. Miré a un lado y a otro antes de proceder. Desbloqué mi teléfono y la aplicación se abrió.

 El audio comenzó a sonar estrepitosamente. Era la voz del actor que estaba al lado mío que inundó la sala y la de otro hombre. Torpemente tomé el celular en una mano y la mano de mi amigo en la otra y lo halé hacia el exterior. Él no entendía nada pero como yo tampoco, eso no importaba.

 Lo hice correr varias calles hasta que estuve seguro que no nos había seguido nadie. Fue un poco incomodo cuando nos detuvimos darme cuenta que todavía tenía la mano de mi compañero de universidad en la mía. La solté con suavidad, como para que no se notara lo confundido que estaba, por eso y por todo lo demás.

 La voz me había taladrado la cabeza y eso que no había entendido muy bien lo que decían. Miré mi teléfono y el audio se había pausado pero yo estaba seguro que no habían sido mis vanos intentos por apagar el aparato los que habían causado que se detuviera el sonido. Con mi amigo caminamos en silencio unas calles más hasta la estación de metro más cercana, pasamos los torniquetes y nos sentamos en un banco mirando al andén. Allí saqué mi celular de nuevo y vi que el sonido ya era normal. Miré a mi amigo y él entendió. Puse el celular entre nosotros y escuchamos.

 Primero iba la voz del actor, que contestaba el teléfono en el teatro. La voz que le respondía era gruesa y áspera, como la de alguien que fuma demasiado. Era obvio que el actor se sentía intimidado por ella. Sin embargo, le preguntó a la voz que quería y esta le había respondido que era hora de que le pagara por el favor que le había hecho. La voz del pobre hombre se partió justo ahí y empezó a gimotear y a pedirle a la voz gruesa más tiempo, puesto que según él no había sido suficiente con el que había tenido hasta ahora.

 Esto no alegró a la voz gruesa que de pronto se volvió más siniestra y le dijo que nadie le decía a él como hacer sus negocios ni como definirlos, fuera con tiempo o con lo que fuera. Le tenía que pagar y lo amenazó con ir el mismo por todo lo que le había dado, además de por su paga que ya no era suficiente por si sola. Antes de colgar, la voz de ultratumba hizo un sonido extraño, como de chirrido metálico.

 El tren llegó y nos metimos entre las personas. Adentro compartimos con mi amigo un rincón en el que estuvimos de pie todo el recorrido. Solo nos mirábamos, largo y tendido, como si habláramos sin parar solo con la vista. Pero nuestra mirada no era de cariño ni de entendimiento, era de absoluto terror. Había algo en lo que habíamos escuchado que era simplemente tenebroso.  Por alguna razón, no era una amenaza normal la que habíamos oído.

 Llegamos a nuestra estación. Bajamos y subimos a la superficie con lentitud, sin amontonarnos con la masa. No nos miramos más ese día, tal vez por miedo a ver en los ojos del otro aquello que más temíamos de esa conversación, de ese momento extraño.

 Esa noche no pude dormir. Marqué al número que me había enviado el audio pero al parecer la línea ya estaba fuera de servicio. No escuché la conversación de nuevo por físico susto, porqué sabía que entonces nunca dormiría en paz.


 Hacia las dos de la mañana tocaron en mi puerta y creo que casi me orino encima del miedo. Esto en un par de segundos. Fue después que oí la voz de mi amigo. Lo dejé pasar y esa noche nos la pasamos hablando y compartiendo todo el resto de nuestras vidas, creo yo que con la esperanza de que sacar a flote otros recuerdos nos ayudara a olvidar esa extraña experiencia que habíamos tenido juntos.

martes, 11 de agosto de 2015

Hacia una nueva vida

   Claudia tomó las llaves de la camioneta y salió corriendo lo más rápido que pudo. No había más opción sino escapar lejos y que nadie nunca supiera su nombre o que había pasado con ella. Podía ser una victima pero ella pensaba que todos la condenarían por ser una prostituta, una mujer en los que pocos confiarían si dijera una u otra cosa acerca de un hombre. Mientras se subía a la camioneta y arrancaba, todavía con algunas manchas de sangre en la ropa, Claudia sabía muy bien que no tendrá más opción que cambiar de vida, de ciudad y de nombre si era necesario. Lo primero era ir a su casa… No, era mejor no volver allí pues seguramente la policía estaría vigilando. Era mejor idea encontrar a alguien que le vendiera papeles falsos para así comenzar de nuevo.

 Ella conocía a un tipo pero vivía en la ciudad a la que ella no quería volver. Así que no era una opción. Manejó sin parar por varias horas, hasta que llegó y la noche y el vehículo empezó a pedir gasolina. Ella no tenía mucho dinero y solo había podido robarse lo que tenía el muerto con él. Las tarjetas las había lanzado por la ventanilla de la camioneta, todo el mundo sabía que si las usaba la iban a rastrear en dos segundos. Así que usó los pocos billetes que ese miserable tenía guardados para tanquear y comprar algo de comer. La estación de servicio estaba desierta, solo vivía el que atendía la tiendita que más que todo tenía dulces y comida chatarra. Claudia compró unas papas fritas y una botella de agua, que era lo único decente que vendían.

 Cuando pagó, el tipo parecía no estar muy interesado en ella. Al menos eso fue hasta que le dio el cambio y le cogió la mano, apretando con fuerza. La mujer le pidió que la soltara pero el tipo no cedía y le decía que ella era la puta que habían matado, era idéntica. El tipo trató de halarla hacía él pero ella le pegó un puño en la cabeza y salió corriendo a su camioneta. Apenas arrancó el vehículo, se dio cuenta del error tan obvio que había cometido: todas las estaciones de servicio tenían cámaras y ese  episodio seguramente sería de interés para cualquiera que lo viera. Iban a saber que ella había estado allí y tendrían idea de hacia donde se dirigía. Pero Claudia se prometió conducir toda la noche y perderlos.

 Al otro día, llegó a un pueblito pequeño que parecía descansar en el filo de un acantilado. Dejó la camioneta en el parque principal y caminó por ahí, contando su dinero y viendo que posibilidades tenía. Por lo pronto tenía que llegar a una ciudad grande y tratar de encontrar como tener documentos falsos. El otro problema era el del dinero, que escaseaba bastante. Eso sí, se negaba a volver a su viejo trabajo. Eso era algo que hacía la Claudia de antes. La de ahora no se iba a quitar ni las medias por ningún hombre y menos para complacerlo de ninguna manera. Caminando por el pueblo, se dio cuenta de un odio que empezaba a nacer dentro de ella, como un cáncer expansivo. Era un odio por lo hombres, por todos y cada uno de ellos.

 Claudia llegó a un parque ubicado en el filo del acantilado. Era un lugar hermoso, desde donde se podía ver toda la extensión de un hermoso cañón que había debajo. Era un espectáculo increíble, más grande que nada que hubiese visto antes en su vida. Se olvidó de sus sentimientos por un momento y empezó a imaginar que era un ave y que podía surcar los vientos sobre y en el cañón, explorando cada rincón de las creaciones de la naturaleza y siendo, por una vez en su vida, totalmente libre. El aire era totalmente puro y se sintió de repente insignificante y pequeña. Algunas lágrimas rodaron por su mejilla y entonces decidió sentarse en una de las bancas para simplemente observar algo que jamás antes hubiese querido o podido observar.

 Entonces se dio cuenta de que ese odio que sentía podía no ser para siempre y no ser contra todos los hombres. Creía que era algo del momento, algo completamente normal si se tomaba en cuenta que un maniático la había secuestrado y torturado por varios días. También la había violado pero, lamentablemente, eso era algo que ella ya conocía del pasado. Su cuerpo era tremendamente resiste a esos ataques a la fuerza y ella sabía que no habría nada que pudiese vencerla, a menos que se rindiera sin dar pelea. Y la había dado, aprovechando una cuchilla de afeitar mal ubicada y un momento de compasión de un asesino de mujeres. Le había cortado el cuello con fuerza y odio y el cuerpo todavía no había sido encontrado.

 Se puso de pie, y trató de despejar su mente de camino a la camioneta. En la plaza principal había muchas personas reunidas y parecía que iba a haber un baile o algo por el estilo. Pero Claudia prefirió seguir su camino y no detenerse hasta ser otra. Cuando llegó a una ciudad algo más grande, empezó a buscar los agujeros que ella tanto conocía de su ciudad natal. Siempre habían huecos horribles donde los más oscuros y tenebrosos personajes se ocultaban, así como aquellos que hacían una u otra cosa ilegal y querían mantenerse fuera de la vista de las autoridades. Buscó toda la noche, quitándose varios de encima, hasta que dio con uno.

 Era un niño casi, o al menos eso parecía por su rostro que era más el de un bebé que el de un adulto hecho y derecho. El niño decía que él y su cómplice hacían las mejores falsificaciones del país, que incluían todas las barreras de seguridad posibles como tirillas magnéticas y códigos de barras. Hacían cédulas, tarjetas de identidad, registros civiles, pasaportes, … En fin, de todo. Claudia le dijo que solo necesitaba una cédula para ella y nada más. El niño le dijo cuanto le costaría y que solo necesitarían sus nuevos datos y una foto. Menos mal el dinero que le quedaba alcanzaba para justo eso. El chico le dijo que guardara el dinero y que solo le pagase cuando tuviese el documento en sus manos.

 Afortunadamente, eso no tomó nada de tiempo. El chico la llevó a un sitio clandestino donde le tomó las fotos como lo hacían en los sitios oficiales y le dijo que llenara un papel con los datos. Después le pidió tres días para que tuvieran la identificación lista. En esos días Claudia tuvo que rebuscarse el dinero como pudo, ayudando en restaurantes o en el mercado de la ciudad. No eran trabajos muy buenos y pagaban horrible pero eran ahorros para cuando pudiera iniciar su nueva vida. La camioneta la mantenía guardada en un barrio bastante feo, donde nadie nunca la notaría cubierta de hojas y basura. Llegó el día de recoger su identificación y se alegró de ver lo auténtica que parecía. Le pagó al chico que desapareció al instante y se dio cuenta que ya no era Claudia. Ella había muerto.

 Al otro día, Daniela sacó la camioneta del barrio donde la había guardado y decidió realizar la última parte de su plan que consistía en manejar hasta una ciudad costera y allí hacerse una vida. Abandonaría la camioneta en algún lado y seguiría a pie, tratando de conseguir que hacer y como seguir por ella misma. Fueron seis horas de recorrido por carretera en las que soñó mucho y, por primera vez, sonrió ante la adversidad que se cernía sobre ella. Ya no tenía porque tener miedo ya que todo lo que podía pasarle le había pasado y ya nadie más tendría ese poder sobre ella. Daniela, una mujer nueva, no iba a dejar que nadie la pisoteara nunca y haría de su vida la mejor que pudiese, luchando como siempre.

 Cuando llegó a la ciudad costera, más o menos del mismo tamaño que en la que había adquirido su nueva vida, decidió venderla la camioneta a la primera persona que le ofreciera dinero afuera del mercado principal de la ciudad. No estuvo más de una hora allí de pie, cuando un hombre con cara sospechosa le ofreció un buen dinero por la camioneta, que estaba en muy buen estado. El tipo debía ser algún tipo de delincuente, de eso Daniela estaba segura, pero con tal de deshacerse del pasado, no le importaba. El tipo se fue feliz y ella igual, pues tenía un dinero con el que no había contado. Buscó trabajo en el mercado pero no había y una mujer le dio la idea de ir al de mariscos.

 Allí encontró trabajo quitándole las tripas al pescado y las venas a los camarones y ese tipo de cosas. El olor era invasivo pero aprendió a quererlo de todas maneras. Consiguió un cuarto en un barrio modesto y rápidamente se adaptó, siendo Daniela en cuerpo y alma. Hizo amigas en su trabajo y antes de terminar el primer año de su nueva vida, podía considerarse una mujer feliz y realizada. Al menos eso fue hasta que vio que en la televisión habían hecho un reportaje del asesino que ella había ultimado. No quería volver atrás pero necesitaba saber que era lo que la gente sabía.


 Lo contaron todo, los detalles de lo que hacía y donde. El cuerpo lo encontraron y supieron que lo habían matado. Y entonces revelaron que en el patio de su casa, que quedaba en el campo, había una fosa común llena de mujeres. Lo investigadores concluyeron que Claudia estaría allí también y Daniela se juró a si misma, que esa era la verdad. Por fin podía estar totalmente en paz, feliz como nunca antes y segura de que lo había hecho no había sido malo. Había sobrevivido y muy pocas podían decir lo mismo.

domingo, 19 de abril de 2015

El diario

   Era demasiado curioso. Demasiado curioso para darle el libro al mesero y dejar que todo terminara justo allí. Podía haberlo hecho pero prefirió tomarlo y empezar a leer allí mismo. El libro no era un libro común y corriente. De hecho, era un diario. No parecía tener historias interesantes ni relatos secretos sino más bien anotaciones aburridas del tipo “reunión a tal hora” o “No olvidar comprar leche”. Por lo visto el dueño del diario jamás había oído de los celulares o los computadores. Era increíble que alguien, a estas alturas del mundo, siguiera anotando sus compromisos y otras cosas.

 La letra era probablemente de un hombre, no era redondeada como la de la mayoría de las mujeres y muchos hombres. De pronto era el diario de un hombre mayor, era lo más seguro ya que quien más usaría una agenda de ese tipo? Jorge, quien había encontrado el diario, prefirió echarlo a su mochila y seguirlo mirando en su casa. Ya era muy tarde para devolverlo sin que fuese extraño y tenía que esperar a que hermana llegara para hablar de algo que no sabía bien que era.

 El mesero vino a tomar su orden pero Jorge solo pidió una limonada. Su hermana entonces lo llamó y le dijo que no iba a poder llegar y que deberían dejarlo para otro día. Aburrido de la actitud de su hermana, que creía que el tenía todo el tiempo de la vida para desperdiciar, decidió irse sin esperar la limonada. Tomó su mochila y solo salió, sin decir nada. No había caminando cinco cuadras cuando alguien lo haló por el hombro con fuerza. Al momento se sintió asustado y lo que hizo fue echarse para delante y tratar de soltarse. Lo logró y salió corriendo, sin ver quien era su atacante. Corrió unas dos calles hasta que sintió que no podía más. Para no parecer Entró entonces a una tienda y fingió que buscaba algo cuando en verdad solo buscaba recuperar su aliento.

 Cuando se pudo calmar, fue a salir de la tienda pero había un hombre parado afuera, apoyado contra un poste. Aunque no había visto a su atacante, ese hombre bien podría ser quien lo había halado y casi lo hace caerse de espaldas. Preocupado, se quedó paralizado allí pensando en que hacer. Pero como pasa seguido en la vida, a veces lo necesario ocurre sin que tenga uno que hacer nada. Alguien tratando de arrancar su automóvil, sufrió un desperfecto y el motor explotó con fuerza. No hubo nada que no volteara a mirar, incluido el tipo del poste.

 Jorge aprovechó la masa de chismosos que habían salido a la calle a mirar para salir con rapidez y caminar en sentido opuesto al hombre. Caminaba rápido y no vio la hora de llegar a su casa lo más pronto posible. Afortunadamente, le había pedido a su hermana que se vieran cerca de su casa, entonces solo estaba a un par de calles más. Cuando estuvo a punto de llegar, unos niños jugando con un balón se lo lanzaron al pecho y él hábilmente se los mandó de vuelta. Pero al hacer eso, tuvo que darse la vuelta y vio como el hombre del poste venía subiendo por su misma calle. Los niños caminaron hacia él, riendo y jugando pero Jorge casi tropieza con sus pies al darse la vuelta para salir corriendo hacia su edificio, que estaba en la esquina. Llegó hasta allí sudando y respirando acaloradamente, de nuevo. Su portero se le quedó mirando y le preguntó si le pasaba algo. Jorge le dijo que lo habían intentado robar y que el tipo parecía haberlo seguido. El portero se asomó por la puerta pero dijo que no veía a nadie. No importaba. Jorge le agradeció y se dirigió al ascensor, llegando a su pequeño apartamento momentos después.

 Sin pensarlo mucho, se echó en el sofá y exhaló, aliviado de estar en un lugar donde sí se sentía seguro. Se preguntó porque un ladrón lo seguiría durante tanto tiempo, como si no hubiera más personas a quienes robar. Pero entonces, entre soñoliento y despierto, cayó en cuenta que de pronto el tipo no era un ladrón sino el dueño del diario. Pero si lo era, porque no decirlo en voz alta? Todo hubiese sido más fácil así. No, seguramente era un ladrón que lo había visto entrar y por la mochila había pensado que tenía mucho dinero o algo de valor. Uno nunca sabe como actúan los ladrones.

 Solo para estar seguro, buscó el número de teléfono del restaurante y preguntó si alguien había estado hace poco buscando un diario. Mintió, diciendo que era de su hermana pero él lo había tomado para guardárselo. La persona que le respondió le contó que ninguna mujer había venido a buscarlo pero si un joven como de unos treinta años, con chaqueta negra y rapado. Jorge agradeció y su corazón dio un salto porque el hombre del poste era exactamente como la persona del restaurante había dicho. Entonces el tipo sí buscaba el diario… Pero no era de él porque entonces hubiese dicho algo. O al menos eso hubiese sido lo normal.

 Jorge se puso de pie, ya incapaz de pensar en nada más. Sacó el diario de la mochila y lo miró esta vez con detenimiento. Pasó cada página y leyó cada apartado pero no había nada que pareciera importante. Eran notas aburridas y, por como escribía su dueño, la personas debía no ser muy distinta a las notas que dejaba. Lo único extraño era que las tapas del diario eran de un cuerpo extraño y resultaban algo gordas, como muy rellenas para algo tan simple. Había visto cuadernos que podían ser diario en una papelería pero normalmente eran pequeños y de tapa delgada, con algún caucho para evitar que se deformara.

 Dejó el diario en la mesa de la sala y se dirigió a la cocina. De la nevera cogió una lata de cerveza y la abrió, tomando casi la mitad de un solo sorbo. Al fin de cuentas estaba bastante cansado. Había corrido más de lo que había corrido en el último mes y las calles de su barrio eran de subida, lo que lo hacía aún más incomodo.  No era alguien que fuese al gimnasio y su trabajo como asistente en una firma de arquitectos no le dejaba mucho tiempo para ponerse a hacer ejercicio. Lo que más le gustaba era nadar pero casi no tenía oportunidad de hacerlo.

 De pronto, sonó el timbre de la portería y Jorge contestó. El portero dijo que había un hombre con un paquete para él pero que no podía dejarlo porque el destinatario, o sea Jorge, debía firmar para dejar en claro que había recibido la caja. Jorge le dijo al portero que ya bajaba pero este entonces dijo que había dejado al hombre del correo seguir. Jorge le dijo que nadie podía seguir así no más pero entonces se oyó un sonido raro, como un soplido o un silbido y el portero no hablo más. Alguien colgó el auricular y Jorge no oyó más.

 Preocupado, le puso seguro a la puerta y guardó el diario de nuevo en la mochila. Y a la mochila la metió a la nevera, el único lugar en el que pudo pensar, antes de que sonara el timbre del apartamento. Jorge cerró la nevera con cuidado y entonces se acercó a la puerta. De pronto no era lo más inteligente, pero  quería oír a ver si la persona del otro lado decía algo. Pensó que si se quedaba en silencio, el hombre se iría pensando que no estaba. Obviamente, era un pensamiento inocente e incluso estúpido. Después de timbrar varias veces, el tipo empezó a golpear la puerta con fuerza.

 Del otro lado, Jorge oyó que uno de sus vecinos salía y le pedía silencio a quien estaba justo frente a la puerta del joven pero entonces se escuchó el silbido de nuevo y una mujer gritó. Otro silbido y más golpes fuertes en la puerta, como si la quisieran tumbar. Jorge pensó en esconderse en su cuarto pero entonces el hombre partió la puerta a patadas. Obviamente no era ningún cartero, ni tenía una caja para él. Lo único que tenía en una mano era una pistola con silenciador, que apuntaba firmemente a la cabeza de Jorge.

-       - Donde está el diario?

Jorge estaba aterrado. No podía moverse pero tampoco podía emitir ningún tipo de sonido. El hombre tomó la pistola con ambas manos y, cuando se movió acercándose a él, Jorge pudo ver que en el pasillo había dos personas muertas y un charco de sangre.

-       - El diario!
-       - No sé de que me habla.
-       - No se haga el idiota. Usted lo cogió.

 Obviamente en el restaurante le habían dicho quien se había sentado en esa mesa después de que dejaran el diario tirado. Pero Jorge seguía pensando que era muy raro que alguien matara al menos dos personas para que le devolvieran su diario. Simplemente no tenía sentido.
El hombre se le acercó de nuevo y le puso la punta de la pistola en la frente. Estaba tibia. Le exigió que le diera el diario pero Jorge no podía hablar ni hacer nada bajo presión. Cuando vio el brazo del hombre flexionar, abrió la boca, a punto de decir donde estaba la mochila.

 Entonces se escuchó otro silbido y el hombre del poste cayó al piso, con un tiro en la cabeza. En el pasillo, afuera del apartamento, había una mujer. Le apuntó al ahora al hombre hasta estar segura de que estaba muerto y cuando lo estuvo, miró a Jorge.

-       - Tiene el diario?

 Esta vez Jorge asintió sin dudar. La mujer bajó el arma y le dijo que lo esperaría abajo. Le dijo que tomara lo necesario y el diario y que no se demorara porque la policía iba a llegar en un momento. Antes de que la mujer saliera de la habitación, Jorge le preguntó, casi sin aliento, si el diario era de ella. La mujer sonrió.

-       - No. Pero conozco al dueño.


Jorge pasó saliva.