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miércoles, 5 de octubre de 2016

Una vez y otra más

   Mientras me ponía los pantalones y apretaba el cinturón, escuché ruidos que venían de afuera de la habitación. Me di cuenta entonces que él no había salido al baño sino que se había ido a otra parte del apartamento. Seguí mirando el sitio con curiosidad ya que me gustaba bastante por donde estaba ubicado, como estaba arreglado y por la espectacular vista de la ciudad que había por la ventana. A pesar de ser tan temprano en la mañana, no había nada de la usual neblina. En cambio se alcanzaba a ver por varios kilómetros y era algo hermoso.

 Terminé de vestirme, revisé tener la billetera y mi celular y salí de la habitación con cierta rapidez. Normalmente nunca me quedaba en la casa de nadie hasta tan tarde y tenía que llegar a la mía, en la que no vivía solo. No es que a mi compañera de apartamento le importara mucho a que hora llegara o cuando pero a mi cerebro le gustaba pretender que era algo importante. Creo que me hacía creer que estaba siendo responsable de alguna manera aunque eso no tenía el más mínimo sentido. Me detuvo un momento frente a un espejo de cuerpo entero en el pasillo.

 Me peiné como pude, aunque mi cabello no parecía tener muchas ganas de hacer lo que yo quisiera. Para eso debería haberme duchado, algo que él había ofrecido pero, de nuevo, yo solo quería irme. Me arreglé la ropa un poco y seguí caminando hacia lo que era la salita del apartamento. Me gustaba mucho esa zona porque el techo era en bajada por ser en el último piso. Había una viga de madera que le daba cierta personalidad al espacio. La vista desde allí era igual de increíble. Por un momento me pregunté cuanto dinero ganaría él en su trabajo.

 Me asustó al aparecer de la nada. O bueno, por aparecer del lado al que yo no estaba mirando. La cocina estaba de ese lado y no debía haberme sorprendido tanto pero pegué un salto bastante exagerado y le hice caer al suelo un vaso de jugo de naranja que llevaba. El liquido se expandió por todo el suelo, manchando también una pared y una linda alfombra de estilo persa que tenía debajo de la mesa de centro de la sala. Mi reacción inmediata fue de vergüenza. Me agaché a recoger los vidrios y el me dijo que no me preocupara por ello.

 Fue cuando vino con la escoba, el recogedor y un trapo, cuando me di cuenta de algo: él seguía sin ropa, tal como había salido de la habitación. Por alguna tonta razón, eso me hizo sentir incomodo, a pesar de que ya lo había visto desnudo por un buen rato. Me sentí infantil al rato, cuando me di cuenta de cómo me había sentido. Fue una sucesión de sentimientos y pensamientos que ocurrieron en un espacio de tiempo muy pequeño. Y él, sin decir nada, se puso a limpiar el jugo regado y a recorred los vidrios con gran habilidad.

 Como yo no podía o no quería hablar, no pude decirle que no se molestara con el jugo. Por eso volvió y me sirvió un vaso y me invitó a tomarlo en la sala. Hice algo un poco grosero que fue tomar todo el contenido del vaso, sin respirar, en unos pocos segundos. Estiré la mano para darle el vaso y él me lo recibió un poco impresionado. Me dirigí hacia la puerta con cuidado, tratando de no pisar las partes pegajosas del piso o cualquier partícula que brillara. Cuando llegué a la puerta principal, fui a decir algo para despedirme pero un trueno en el exterior me calló.

 De repente, sin previo aviso, una lluvia torrencial empezó a caer afuera. Me quedé mirando la ventana con la boca abierta y luego, sin pensarlo mucho, mis ojos pasaron a la silueta de su cuerpo contra la poca luz que entraba por la ventana. De verdad que era un tipo muy lindo, su cuerpo me gustaba mucho y, había que decirlo, era muy cariñoso. Moví los ojos hacia otro punto y entonces dije, casi gritando, que ya me iba y que pediría un taxi en la recepción del edificio.

 Él me miró y me dijo, con total tranquilidad, que podía quedarme el tiempo que quisiera. Y como por lanzar un pequeño dardo, agregó que nadie me estaba echando. Eso me hizo sentir muy mal porque él tenía razón al decirlo. Me estaba comportando como un jovencito y no como un hombre adulto. Así que por eso, por la culpa, caminé hacia él y le pregunté si lo podía ayudar a limpiar. Él me dijo que quedaría un poco pegajoso por un tiempo pero que no tenía ganas de limpiar en ese momento, que lo haría más tarde con productos de limpieza como tal.

 Caminó entonces a la cocina para botar los pedazos de vidrio y me dejó solo mirando la lluvia que caía como si el cielo se hubiese roto. Me quedé allí de pie por un buen rato hasta que me di cuenta que me estaba comportando de manera rara de nuevo. Así que me senté en el sofá que había allí y me quité la chaqueta. De alguna manera hacía más calor en el apartamento que el que seguramente hacia fuera. Entre la lluvia podía ver árboles y eso me hizo pensar en mis decisiones, en mi vida, en lo que hacía y en lo que no.

 Rompió mi pensamiento el ruido de vidrio. Esta vez él había puesto dos vasos de jugo sobre portavasos en la mesita de centro, así como un plato con lo que parecían croissants pequeñitos. Me dijo que algunos tenían queso y otros chocolates. Se sentó desnudo a mi lado y tomó uno de los croissants y un vaso de jugo. Empezó a comer sin decir nada, solo mirando por la ventana y nada más. Yo decidí hacer lo mismo, a ver si eso rompía el hielo que yo había formado con mi mala actitud. Me di cuenta que no quería irme sin dejar las cosas bien. No tengo ni idea porqué.

 Le pregunté cuanto pagaba de arriendo. Era una pregunta un poco rara para hacerle a alguien que casi no conocía. Al fin y al cabo nos habíamos visto en contadas ocasiones. Sin embargo, el sonrió y me hizo recordar que esa era otra cosa que me gustaba mucho de él. Me contó que el apartamento era de su padre y que, al morir, se lo había heredado directamente a él. Es decir, solo pagaba servicios y nada más. No sabía si decir algo positivo o decir que sentía lo de su padre. Opté por lo segundo.

 Él negó con la cabeza, todavía sonriendo, y me dijo que siempre había tenido una relación bastante especial con su padre y que había sido su manera de decir que confiaba en él. No insistí en el tema pero ciertamente me pareció muy interesante. Le dije que me gustaba mucho la vista y él respondió que lo sabía. Eso me hizo sonrojar y pensar en que había hecho yo para que él se diera cuenta de ello. Tal vez en la habitación me había quedado mirando hacia el exterior en algunas ocasiones. Me dio mucha vergüenza pensarlo.

 Entonces el me tocó la cara y me dijo que le gustaba como me veía con la luz que había en la habitación. Seguí rojo porque no esperaba que dijera algo así. No le agradecí porque sentí que eso no hubiese tenido sentido. La lluvia siguió cayendo mientras terminamos la comida y la bebida. No se detenía por nada y yo me resigné a que simplemente no iba a tener una mañana de domingo como las de siempre, en la que permanecía metido en la cama hasta bien tarde, cuando me daban ganas de pedir algún domicilio de una comida no muy sana.

 Él entonces me dijo que se disculpaba si me parecía un poco raro que no se vistiera pero es que así se la pasaba todos los domingos. Me confesó que no se bañaba en esos días y que por nada del mundo salía a la calle. Le gustaba usar el domingo para adelantarse en series de televisión o películas que no hubiera podido ver antes. Yo le dije que hacía lo mismo y empezamos hablar de las series que nos gustaban y porqué. Resultó que estábamos viendo la misma y que teníamos las mismas ideas respecto a los personajes y sus intrigas.


 Cuando la conversación se detuvo, me invitó a ver un capitulo en el televisor de su habitación. Acepté y nos pusimos de pie para caminar hacia allí. Casi cuando llegamos, me detuve frente a la puerta del baño y le pregunté, de la nada, si podía bañarme ahora, ya que lo había ofrecido antes. Me dijo que sí y yo, sin decir nada, lo tomé de la mano y terminamos juntos bajo el agua caliente de la ducha. Hicimos de nuevo el amor y luego vimos televisión. Y hoy puedo decir que he estado viniendo a este apartamento por los últimos dos años. Las cosas pasan como tienen que pasar.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

El monte de Santa Odilia

   Con una puntería inexplicablemente buena, el monje derribó con una sola piedra en su onda el pequeño aparato que había estado dando vueltas por el monte. Normalmente los religiosos no tenían reacciones de ese tipo, no se ponían como locos y derribaban el primer dron que vieron con una piedra del tamaño de un puño. Lo que pasaba entonces era que, por mucho tiempo, el templo de Santa Odilia había estado cerrado a todos los demás hombres y mujeres del mundo. Esto había sido decidido por los monjes hacía unos doscientos años y desde entonces solo se aceptaban cinco nuevos religiosos cada año. Era una cuota bastante decente pues cada año el número de jóvenes interesados bajaba drásticamente.

 Cuando los monjes habían decidido encerrarse en el monte, por allá cuando todavía no había elementos electrónicos ni nada por el estilo, eran unos ochenta los que vivían en el monasterio y lo increíble era que, para esa época, tuvieron que construir más habitaciones para que pudieran estar todos cómodos. Ahora, sin embargo, los monjes no superaban la docena y la limpieza de todo el conjunto de edificios era una tarea titánica en la que todos ayudaban con lo que podían pero era obvio que no era suficiente pues de los habitantes actuales, la mayoría eran hombres mayores de edad que no podían agacharse demasiado o se quedarían ahí sin poderse mover. Los más jóvenes debían cargar con el peso de todo y, así las cosas, era inevitable que algunas partes del monte cayeran en ruinas.

 La capilla sur, por ejemplo, era uno de aquellos edificios que estaba literalmente cayéndose a pedazos. Cada cierto tiempo, un pedacito de la piedra con la que se había construido, rodaba cuesta abajo hacia el abismo que había allí. Los monjes sabían que perderían el edificio en poco tiempo pero no era algo que en verdad discutieran porque eso requería buscar una solución y la verdad era que no había soluciones para tal cosa, al menos no para ellos pues no había dinero y las reglas eran estrictas en cuanto al ingreso de “extranjeros” y el tipo de ayuda que podían recibir. Los mayores zanjaban siempre cualquier eventual discusión, recordando a los demás que el lugar era un retiro espiritual.

 El día que el dron fue derribado, los monjes estaban terminado una semana bastante difícil. Una torrencial lluvia se había llevado uno de los muros de la capilla y con él varios artículos de gran valor. Además, el agua había revolcado la tierra de la peor manera posible, arruinado el pequeño huerto que tenían. Recuperaron lo que pudieron pero los animales que aprovecharon el momento no dejaron demasiado para ellos. La tormenta había ocurrido por la noche y por eso se sentían aún más afectados porque no había nada que hubiesen podido hacer para evitar nada de lo que había pasado.

 La semana siguiente tampoco empezó muy bien. Tuvieron una visita muy poco usual de un miembro de la policía. No había venido en automóvil sino en bicicleta, con todo y su uniforme. El hombre no eran joven ni viejo y tenía una apariencia bastante arreglada, llevaba toda su vestimenta a punto. Los monjes le hablaron a través de la puerta, sin verle la cara directamente. No podían romper todas sus reglas pero era obvio que tampoco podían ignorar que el mundo exterior tenía sus reglas propias y que una de ellas era asumir las consecuencias de sus actos. Los monjes sabían bien que derribar el dron había sido algo incorrecto, a pesar de que no supieran que era ese aparato, para que servía o como funcionaba.

 El policía fue lo más cortés que pudo y trató de no utilizar vocabulario muy confuso. Ellos entendieron todo a la perfección cuando él les explicó que el objeto que habían derribado era propiedad de un niño que había tenido curiosidad por el monte y había utilizado su juguete para poder tomar fotos y videos del lugar. Por supuesto que los monjes sabían lo que eran fotos y videos porque ninguno había nacido en el monasterio pero como todos eran mayores de cierta edad, no estaban muy al tanto de los últimos avances de la tecnología. Para ellos, el aparato que habían visto circular el monasterio era un juguete. Se disculparon con el policía pero el dijo que había un detalle más y dudó al decirlo. De hecho, los monjes tuvieron que pedirle que hablara más fuerte. El oficial aclaró la garganta y les explicó que el niño quería que le pagaran su juguete.

 Por supuesto, era un pedido ridículo y era por eso que el policía no había tenido la valentía de decirlo en voz alta. ¿Cómo iban a pagar los monjes algo que ni siquiera sabían lo que era? Encima que no tenían ni comida ni ninguna riqueza con la que pudiesen conseguir dinero. La conversación con el representante de la ley llegó hasta allí porque no había nada más que decir. Excepto… El oficial se devolvió a la puerta y les dijo, en voz bien clara, que el niño era el hijo del alcalde del pueblo cercano y por eso era que lo habían enviado en verdad. Se devolvió a su bicicleta sin decir nada más y partió con rapidez.

 Los monjes acordaron ignorar lo sucedido. Era obvio que no podían obligarlos a pagar nada pues no tenían como pagarlo. Además, el niño debía haber sabido que no era un lugar correcto para estar jugando, por lo que el derribo del juguete no era algo completamente difícil de entender. Los monjes decidieron ignorar lo que había pasado y tratar de recuperar su huerto y todo lo que habían perdido en vez de preocuparse por un niño y un montón de personas que nunca habían visto. Tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para reformar todo el huerto y tratar de que allí creciese algo como lo que había habido antes pero era difícil saber si lo conseguirían.

 Fue en una de las cenas de las noches siguientes, en la que uno de los monjes mayores quiso explicarles su posición frente a lo sucedido con el juguete. Él entendía que la mayoría creyera ridículo querer que ellos pagaran el juguete dañado pero le parecía muy mal que los monjes parecieran darle la espalda al mundo por el que se suponía que se habían dedicado a la vida religiosa. A pesar de ser personas que habían decidido encerrarse en un montaña por su propia decisión, esa decisión no podía ser una completamente egoísta o sino, ¿de que servía estar tan adentro de la religión, tan metidos en algo que se supone es para el bien de toda la humanidad y no solo para lo que deciden vivir una vida de recogimiento?

 Las palabras del monje mayor hizo que todos reflexionaran ese día. Sin duda tenía razón. A pesar de que pagar sería ridículo pues no tenían con que, ellos ni podían darle la espalda al mundo nada más porque su decisión los había llevado a vivir aislados de todos los demás. Era algo complejo de entender, de explicar y de hacer, eso de irse a vivir lejos por el bien de la humanidad y por la mejora de la espiritualidad. Era algo complejo que ellos siempre buscaban explicarse porque los monjes no lo sabían todo y era hombres tan confundidos como los pudiese haber en las calles del mundo. Todos los problemas seguían siendo problemas en el monte de Santa Odilia, lo quisieran o no.

 La sorpresa la recibieron pasadas una semana, cuando el mismísimo alcalde del pueblo más cercano se presentó en el monasterio y exigió entrar al monasterio. Le explicaron, a través de la puerta, que eso no era posible pero que podían hablar si eso le complacía. El hombre parecía estar de ánimo para discutir, porque los monjes podían oír como sus pies iban y venían, caminaba de un lado para el otro mientras decía que su hijo estaba muy triste por su juguete. Decía que había llorado mucho desde el momento en el que la piedra le había dado de lleno y el pobre aparato se había dañado irreparablemente.


 Los monjes escucharon pero no dijeron nada. Al menos no hasta que el hombre hubiese acabado. Entonces uno de ellos, uno de los más jóvenes, le propuso algo al alcalde a través de la puerta: podía traer a su hijo, al niño, para que los visitara y ellos pudiesen explicarle por qué habían reaccionado de la manera en la que lo habían hecho. Los demás monjes lo miraron como si estuviera loco y el alcalde dejó de caminar de un lado al otro. La idea era revolucionaria, por decir lo menos. El alcalde dijo que lo pensaría y se fue sin más. Los demás monjes no quisieron alargar la conversación pero sus opiniones eran muy variadas. Sin duda era una buena solución al problema de demostrar quienes eran ellos pero también estaba el hecho de que arriesgaban parte de quienes eran para lograr aclarar su punto. Hubo muchos rezos y reflexiones esa noche y no solo en el monasterio.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Dos hombres se casan

   Ese día de septiembre quedó para siempre marcado como el día en el que nos dimos cuenta que las cosas nunca volverían a ser como siempre. No solo era el hecho de casarnos, sino que todo pareciera ser una serie de saltos de vallas en una carrera que no sabíamos cuando iba a terminar. Al fin y al cabo, éramos dos hombres haciendo algo que todavía muchas personas consideraban anormal o incorrecto. Fue increíble ver, cuando llegué a la notaría, como había personas que nunca había conocido, con pancartas y letreros con letras grandes y coloridas insultándonos. Al comienzo fue como que no quería darme cuenta de lo que pasaba. Estaba muy estresado por todo y no quería agregar algo más a la carga pero fue imposible evitar mirarlos.

 Tenían tanto odio en sus ojos. Era como si de verdad les hubiésemos hecho algo imperdonable, como si nos hubiésemos metido de verdad con ellos, con sus familias o algo por el estilo. No quisiera repetir lo que leí en esas pancartas porque eran más que todo palabras de odio y resentimiento pero lo que sí recuerdo es que todos los músculos del cuerpo se me tensaron de una manera tremenda. Sentí además que la sangre que me recorría el cuerpo empezaba a ser bombeada con mayor celeridad, tanto así que el sonido en mis oídos era abrumador. Todo eso pasó en apenas segundos pero yo sentí que fue eterno, el recorrido entre bajarme del carro y entrar en la pequeña notaría donde la calma que reinaba era tan grande que chocaba de gran manera con lo que ocurría afuera.

 Esperé con mi familia y la suya por unos minutos hasta que llegó. Se disculpó conmigo y estuvo a punto de darme un beso pero se detuvo al darse cuenta de que sería un poco extraño besarnos antes de hacer todo el protocolo. Algo de tradicional había que haber, así a nosotros la tradición no nos respetase mucho. Era por hacerlo más divertido, incluso ignorando el hecho de que habíamos vivido juntos por los últimos dos años y ya no había mucho que el uno no conociera del otro. No me avergüenzo al decir que seguramente éramos una pareja mucho más establecida que las de los protestantes afuera.

 Él no mencionó nada al respecto y yo tampoco. La firma de los papeles y todo el asunto no se demoró nada. Eso era lo malo de tener un matrimonio civil, que no había mucho de romántico en su ejecución. Igual no queríamos nada muy inclinado hacia lo tradicional y preferíamos celebrar nuestra unión con nuestros amigos y familiares, más que nada. Cuando salimos del lugar no había nadie, ninguna pancarta ni nada por el estilo. Nos fuimos subiendo a los carros para dirigirnos al salón que habíamos alquilado para la fiesta. No era nada grande pero quedaba en un lugar muy bonito, en un piso alto para que la gente disfrutara la vista. Menos mal habíamos podido gastar algo de dinero en ello para que no solo nosotros lo pasáramos bien. Era como un regalo por el apoyo recibido.

 Otra valla que saltamos fue el hecho de tener que manejar todo lo referente a nuestras posesiones y los seguros y todas esas cosas de las que a nadie le gustaba hablar. Estuvimos de acuerdo que cada uno se quedara con lo suyo, como siempre. No tenía sentido ponernos a combinarlo todo. Sin embargo, abrimos una cuenta juntos para lo que llamamos “gastos del hogar” pues nuestra idea era poder, antes que nada, mudarnos a un apartamento propio. Y después, amoblarlo a nuestro gusto y con el dinero que hubiese en esa cuenta ir pagando los servicios para ese espacio y todo lo demás. Creo que nos demoramos más de un año solo para tener dinero suficiente para lo primero.

 El nuevo espacio, aunque no fue un cambio inmediato, sí que fue un cambio importante. Antes habíamos vivido en el apartamento en el que yo había vivido en alquiler desde hacía varios años. Era un sitio más bien pequeño, diseñado para ser el solitario hogar de un estudiante o soltero empedernido. Como pareja, resultaba un espacio mucho más pequeño y era complicado compartir los espacios que había para guardar cosas como la ropa y diferentes artículos que va uno acumulando a lo largo de la vida. Y como él había sido el que había llegado allí, siempre sentí que lo ponía triste tener que poner sus cosas en un rincón y no poder tener un espacio verdadero. Por eso trabajé tanto por el nuevo apartamento, por todo en ese momento: por él.

 El lugar es hermoso. Es al menos el doble de grande que nuestro apartamento de soltero anterior y está ubicado en un barrio mucho mejor. Incluso está a media distancia entre mi trabajo y el de él, así que todo queda perfecto. Lo mejor es que hay cajones y armarios casi por todos lados, así que antes de mudarnos ya lo teníamos todo repartido, meticulosamente pensado. Él era mucho más caótico que yo pero siempre le gustó que yo tuviera esa vena del orden, una obsesión que hubiese no podido ser muy sana pero que para casos como una mudanza era algo ideal. No nos pasó como a otros que se mudan por días. Para las dos de la mañana siguiente al día de mudarnos, ya todo estaba en su lugar.

 La cantidad de recuerdos que tiene el apartamento es increíble. En el otro creamos una buena cantidad también pero aquí están todos esos que tenemos juntos, de verdad juntos, y creo que eso es muy importante. Uno de esos recuerdos fue  el hecho de construir, poco a poco, una relación más estable con las familias del otro. La verdad era que él a mi familia la conocía muy bien, pues solíamos pasar el domingo con ellos. No todos los domingos pero al menos dos de cada mes. En cambio con su familia casi no hacíamos nada y la verdad yo me sentía culpable. Eso al menos hasta que él me dijo que si así era, por algo sería.

 Esa fue otra prueba larga a superar. Su familia había asistido a la firma del acta matrimonial y habían comido y bebido en la fiesta, pero eso no quería decir mucho más que habían cumplido con las formalidades de rigor. La verdad era, y yo lo sabía bien, que su familia nunca me había querido mucho que digamos. Sobre todo su madre, una mujer que siempre había ideado las vidas de sus ojos de cierta manera, era reacia a crear un lazo conmigo más allá de los formalismos de siempre. Al comienzo yo nunca le puse mucho cuidado al tema, no hasta que nos pasamos al apartamento nuevo y él mismo me dijo que quería arreglar su relación son sus padres. Sentía que ellos habían hecho algo importante al participar nuestro matrimonio y quería corresponderles.

 Por eso los invitamos varias veces. Nunca pensé que siempre nos rechazarían, dando siempre una excusa diferente. En un momento, pensé que de verdad eran excusas reales y le pedí a él que dejara de insistir con el tema. Le dije que seguramente ellos mismos vendrían un día sin avisar y ya, así nos visitarían. Pero él me dijo que ellos nunca harían eso, no con lo rígidos que eran sobre todo. Al fin de todo su madre colaboraba con los eventos de la iglesia del barrio y su padre era tan clásico que cumplía casi todos los estereotipos relacionados con los hombres nacidos en los años anteriores a la revolución sexual.

 Al fin, un día, vinieron. Cabe decir que fue porque nosotros organizamos el cumpleaños del único nieto que ellos tenían, hijo del hermano mayor de la familia. Sin duda fue todo mucho más tenso que el día del matrimonio. A pesar de que yo mismo había cocinado y horneado y arreglado la casa como un lunático, ellos no agradecieron nada de la comida y parecieron más bien apáticos cuando, al despedirse, dijeron que todo había estado muy rico. En otras palabras, no les creí nada. No todo puede ser perfecto y eso le dije a él después, cuando se fueron y yo lavé y limpié todo. No podía esperar que cambiaran de la noche a la mañana.


 La verdad es que ellos siguen siendo iguales. Los que se han acercado han sido sus hermanos y mi familia nos sorprende con visitas cada tanto, aunque no lo suficiente como para él se ponga nervioso. No le gustan las visitas sin anunciarse y sé que no dice nada porque son mis familiares. Pero así son ellos. El caso es que, al final del día, podemos quitarnos la ropa de batalla y meternos a la cama. Y allí nos abrazamos y nos besamos y dormimos juntos como nunca habíamos dormido antes. A pesar de las dificultades, de los tropiezos y de los baches en el camino, sabemos que nos tenemos el uno al otro. Y no pensamos jamás en cuando alguno falte porque eso no es algo que nuestras mentes puedan procesar. Preferimos disfrutar de nuestra felicidad, que es sorprendente y hermosa.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Poderes

   La pasarela elevada pasaba sobre los cinco depósitos de químicos de la fábrica. El primer en llegar fue Félix, que parecía no poder respirar y sin embargo corría todo lo que podía sin mirar atrás. Cuando estuvo encima del tercer tanque, se detuvo para ver si Marcos lo había seguido.

 En efecto, Marcos venían corriendo detrás pero lo malo era lo que venía detrás de él: era una criatura que helaba la sangre solo de verla. En apariencia era como una serpiente, solo que esta serpiente medía una docena de metros de largo y era gruesa como el tronco de un árbol. Subía por la escalerilla que daba acceso a la pasarela elevada con una habilidad que daba susto. Marcos corría lo más rápido que podía y le indicó a Félix que debía seguir su camino también o ambos serían comida de reptiles.

 La criatura se desenrolló en la pasarela flotante y con agilidad se deslizó por encima del frío metal que constituía la estructura de la especie de puente que unía un extremo al otro de la fábrica. Los de abajo eran químicos altamente corrosivos que se usaban para la creación de varios tipos de productos para la limpieza. Era un poco extraño que esa fuera la guarida de uno de los criminales más buscados por la policía pero así era. El hombre llamado la Sombra tenía su base de operaciones debajo de la estructura, en sótanos adecuados para sus actividades. Y allí también residía su mascota, la que ahora perseguía a Marcos y a Félix.

 En un momento, la criatura se enroscó en un mismo sitio y pegó un salto hacia delante, como un resorte. Félix ya había llegado al otro lado de la pasarela pero Marcos no podía correr tanto por una torcedura de tobillo que hacía que dada paso fuese un poco más difícil. Cuando la criatura saltó, le cayó muy cerca, tanto que la serpiente pudo lamerle la planta de uno de sus zapatos con su lengua bífida.

 Entonces la serpiente volvió a recoger para saltar de nuevo. Marcos había caído al suelo y no podía pararse, su pie estaba ya fracturado y sentía que se empezaba a hinchar. No había ya ninguna opción de escapatoria. Los ojos de la serpiente brillaron, contenta de haber podido atrapar al menos a uno de los hombres que estaban persiguiendo. Presionó su cuerpo sobre si mismo y volvió a saltar, dirigiendo su enorme cabeza hacia la Marcos, para tragarlo de un bocado.

 Pero la serpiente nunca cayó sobré él sino que frenó en la mitad del aire y quedó allí, congelada en el tiempo como un muñeco. Se notaba incomoda y su nerviosismo aumentó cuando en vez de estar sobre la pasarela, pasó a estar sobre uno de los tanques de químicos. Antes de caer, abrió los ojos y soltó un chillido horrible. Momentos después, su cuerpo se deshacía en un liquido de color verde esmeralda.

 Marcos respiraba deprisa. Había estado muy cerca de morir pero había visto como había pasado todo: era Félix quién había utilizado su capacidad mental para controlar a la serpiente y hacerla caer en el lugar equivocado. No hubo conversación ni felicitaciones ni nada parecido. Félix ayudó a Marcos a ponerse de pie y con sus poderes lo bajó de la pasarela flotante. Una vez abajo, se dirigieron al estacionamiento de la fábrica de donde robaron uno de los vehículos. Ya un poco lejos, escucharon una fuerte explosión. No se miraron ni dijeron nada pero ambos supusieron lo que era.

 Félix condujo por varias horas hasta llegar a un lugar en el que nadie los conociera. No podían quedarse en la ciudad pues era obvio que la Sombra iba a perseguirlos para vengar la muerte de su mascota y el descubrimiento de su guarida. Después de varias horas en la carretera, llegaron a un bosque tupido, lleno de pinos y eucaliptos y otros árboles enormes. A un lado de la carretera alquilaban cabinas en el bosque para las personas que venían a pescar y a cazar.

 La joven que los atendió estaba visiblemente aburrida pero pareció estar interesada por la ropa de los dos, pues estaba quemada en parte y olía mucho a químicos. Además, era evidente que no venían al bosque a pescar o cazar pues no se veía el equipo por ningún lado. De pronto era fugitivos o incluso una pareja en un arranque pasional. La chica pensó todo esto en un momento, mientras Félix firmaba el libro del hotel y pagaba por una semana de estadía de contado. Marcos se apoyaba sobre el mostrador: su tobillo estaba mucho más hinchado que antes.

 La chica les dio un mapa de los caminos y les indicó que su cabaña era la número diez, justo del otro lado del lago. Por el tobillo de Marcos, se demoraron tanto en caminar al lugar que la tarde cayó pronto sobre ellos y tuvieron que abrir la puerta del lugar a tientas. Lo bueno era que tenía luz eléctrica y agua caliente. Lo malo era que habían bichos, como hormigas y unas cucarachas pequeñas. Era lo mínimo que tendrían que soportar con tal de pasar algunos días fuera del radar.

 Félix ayudó a Marcos a entrar en la bañera que había en el cuarto de baño. Le había insistido que se quitara la ropa para estar más cómodo pero Marcos se había negado, subiéndose los pantalones y quitándose zapatos y medias y nada más. Así se metió a la bañera que Félix llenó de agua tibia. Dejó que flotara allí el tiempo que quisiera mientras él se quitó todo la ropa en la habitación y decidió salir al lago y nadar bajo la luz de la luna llena. Era algo muy liberador flotar por allí, bañarse en la más hermosa soledad, únicamente acompañado por la grandeza de la luna.

 Félix se dio cuenta al oír el chapoteo. Trató de salir de la bañera pero casi no pudo ponerse de pie para salir. No solo era difícil apoyar el tobillo hinchado sino que la ropa mojada ejercía un peso enorme sobre él. Para cuando fue capaz de salir, se resbaló sobre el borde de la bañera e hizo un desastre en el suelo. Félix lo encontró minutos después, empapado y con la mandíbula contra el piso, incapaz de moverse. Parecía un pescado ya atrapado por las redes.

 Félix tenía alrededor de su cuerpo una toalla bastante pequeña pues solo había una para cuerpo entero y la había traído para Marcos. Pero en vez de usarla, lo ayudó a sentarse y le dijo que debía quitarse la ropa y pasar más tiempo en la bañera o al menos quitársela para poder dormir tranquilo. Como Marcos no respondió al instante, Félix se le quedó mirando y con sus poderes arrancó la camiseta y los pantalones de su cuerpo. Quedó solo en los calzoncillos bancos que tenía puestos.

 Su cara se puso roja y después discutió con Félix por haberlo hecho a la fuerza pero este no se disculpó. Solo lo ayudó a ponerse de pie y lo ayudó a ir hasta la cama. Eran dos camas sencillas, una al lado de la otra. La de Marcos estaba de lado del baño, la de Félix al lado de la ventana. Félix se acostó mirando al techo, habiendo ya apagado la luz. Marcos solo podía dormir boca abajo pero no era una opción sencilla con el dolor de tobillo. Por eso se hizo de lado, mirando a su compañero.

 De la nada, le preguntó por sus poderes. Solo conocía a otra persona que podía hacer algo parecido y no era tan sorprendente como lo que él hacía. Félix respondió que había descubierto lo que podía hacer desde que era joven y que había aprendido en secreto a manipularlo. Marcos no entendió porque escondía sus poderes, a lo que Félix respondió que cualquiera que supiera mucho de ellos seguramente quisiera aprovecharlos para su propio beneficio.

 Marcos asintió en la oscuridad. Tenía la toalla bien apretada alrededor de su cuerpo. Estaba casi desnudo, con un tobillo hinchado, al lado de un tipo que había conocido hacía menos de un día. Por alguna razón, los dos habían estado en la guardia de Sombra al mismo tiempo. No habían hablado de las razones pero Marcos asumía que los dos querían destruirlo todo y destapar el imperio criminal de la Sombra.


 Pero eso era una suposición. En la oscuridad, se quedó mirando a Félix un buen rato, preguntándose por la verdad. Después de un rato le entró el sueño, a la vez que oía la respiración pausada de su compañero. Antes de caer en los brazos de Morfeo, tuvo una visión de los ojos de Félix. Era sorprendentemente parecido a los de la serpiente.