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sábado, 15 de agosto de 2015

Cuatro palabras

   Paciencia. Es algo difícil de tener cuando las cosas parece que no van a ningún lado pero hay que aprender. Es difícil esperar y esperar pero cuando no hay nada más que hacer, pues ya se entrena uno en ese arte. Porque esperar no es para todos ni todo el mundo lo hace igual. Es un hecho que cada persona tiene su ritmo y creo que el mismo es bastante lento aunque he aprendido a conocerme mejor y a no esperar nada demasiado pronto o que todo lo que le pasa a los demás me pase a mi. Sí, muchas personas que conozco tienen trabajo y van por su enésima relación sentimental pero yo no puedo pretender tener ese mismo ritmo de vida. Cada uno marcha a un paso diferente y hay que entender eso antes que nada más porque o sino estaremos frustrados con mucha frecuencia.

 Respirar. Es la técnica más sencilla cuando se tiene una vida en la que no se sabe nada de lo que pasará, nada de lo que el futuro aportará o quitará. A veces no nos tomamos el tiempo adecuado para respirar, para preocuparnos porque nuestro cuerpo esté bien y para relajarnos antes de algún momento que sabremos será desafiante para nuestros nervios. Puede que sea hablar con alguien en especial o hacer algo que nunca habíamos hecho. Si somos seres humanos normales siempre estaremos algo preocupados por algo así y tendremos que aprender a ser pacientes e ir paso a paso y no apresurarnos para nada. No hay nadie que no se sienta presionado en situaciones así y si no lo está, los golpes de la vida sencillamente serán más duros.

 Crecer. Eso no es algo que dependa de nosotros, al menos no de forma física. Pero sí podemos esforzarnos en ser mejores, en tratar de avanzar en lo que queremos o en lo que no queremos, lo que sea más fácil de definir. Cuando digo crecer, no tiene nada que ver el concepto de madurez, aunque esto ayude bastante. Me refiero más a crecer como persona, a ampliar la mente y empezar a ver el mundo con ojos diferentes a esos con los que hemos visto todo lo que ha ido sucediendo frente a nuestros ojos. No podemos seguir toda la vida haciendo y diciendo lo mismo ya que no somos marionetas a loros. Al ser seres humanos, tenemos la posibilidad de cambiar de opinión y por lo tanto de aceptar realidades diferentes de un momento a otro.

 Aceptar. Sí, aceptar esas nuevas realidades, esas nuevas maneras de ver la vida y también aquellos momentos en los que no se sabe que hacer o en los que hay problemas o errores. Somos seres hechos de prueba y error, no somos infalibles ni todopoderosos. Es imposible que un ser humano nunca falle ni nunca sufra o sienta dolor porque si no le pasara nada de eso, simplemente no sería un ser humano sino algo peor que una máquina ya que hasta ellas se equivocan. Tenemos que aceptarnos a nosotros mismos como somos y no como queremos ser y a partir de ahí construir lo que queremos, sea lo que sea.

 Esas cuatro palabras me han ayudado en varias ocasiones. Porque paciencia nunca he tenido. Prefiero los impulsos y actuar en el momento que siento que las cosas se pueden dar mejor. La paciencia es un don difícil de manejar y, sobre todo, de conseguir. Como tener paciencia después de años de no ser aceptado por nada ni nadie, en muchos sentidos y no solo en el sentimental que, para mi al menos en este momento, es el menos importante? Como hacer para no perder el control cuando las cosas parecen estarse derrumbando alrededor y las únicas soluciones son aquellas que son extremas. Y se sabe muy bien que nada situado a un extremo es bueno, sea cual este sea. Sin embargo, la gente todavía se deja lavar el cerebro y acepta idioteces que saben no están bien.

 Ha sido más fácil aprender a respirar. Obviamente todos los seres humanos sabemos respirar pues lo hacemos automáticamente, sin pensarlo. Lo que se piensa es dejar de hacerlo y no es muy fácil. Pero la cosa es que hay varias maneras de respirar y varios momentos en los cuales es necesario simplemente tener más aire y poder oxigenar mejor la mente para tener las cosas más claras. Tuve que aprender a respirar cuando la muerte estuvo cerca y creo que no lo hice bien. Lo hice también cuando me enfrenté a una decisión que puede significarlo todo o tal vez nada. Pero tuve que saber como comportarme y como no perder la compostura. Tuve que controlar mi respiración.

 Lo que nunca es fácil es saber que es lo bueno y lo malo pues nadie te lo dice, al menos no de adulto o joven adulto o como lo quieran llamar. Crecer es un concepto casi abstracto pues todos crecemos, es el camino eterno hacia la muerte, pero no es ese crecimiento el que vale, sino el que nos enseña y nos hace ver la vida con otros ojos. Creo que he crecido en ese sentido pues me he atrevido a más en algunas cosas, como tomar decisiones que antes no había tomado con tanta seguridad. Desechando miedos que han estado enconados dentro, esa es otra manera de crecer así no sea la más fácil. Porque enfrentarse al miedo es algo que solo alguien desesperado hace ya que ese miedo somos nosotros mismos.

 Lo más difícil para mí tal vez sea eso de aceptar. En mi concepto del mundo yo no tengo porque aceptar nada que yo no quiera pero la realidad lo presiona a uno a ver que las cosas no son como las queremos ver sino como son y a veces como son no nos sirven de nada. Hoy en día hay mucho positivismo falso y la gente cree que puede ser y hacer lo que quiera pero eso no es cierto. Las prisiones mentales todavía están allí, así como los prejuicios y la falta de habilidades. Son cosas que existen y, aunque algunas se pueden eliminar, hay otras que simplemente no hay como superarlas. Hay que aceptarlas o resignarse, lo que suene mejor.

 En estos momentos me siento casi totalmente tranquilo pero hay algo que me molesta y así será por un tiempo y de ahora en adelante. Todavía no tengo mi destino de frente y prefiero no verlo a la cara hasta cuando tenga que hacerlo porque tengo que confesar que le tengo miedo. No sé como es y no quiero imaginármelo porque tengo una imaginación demasiado productiva y es ahí cuando las cosas empiezan a distorsionarse a verse de tantos colores que ya no sé cuales son los reales, si es que existen. Tengo miedo porque no sé que hay más allá así que mi manera de afrontarlo es simplemente no ver hacia allá, no tratar de discernir nada ni indagar al respecto más de lo necesario. Esto lo hago porque sé que no debo apresurarme a nada.

 Caminar hacia, mirando hacia atrás y fingiendo que el mundo no se sigue moviendo, es algo muy difícil pero es práctico y no creo que se trate de engañarse a uno mismo ni nada por el estilo. Es solo la manera que encontré para poder estar más tranquilo e ir por la vida sin preocuparme de manera innecesaria. Ya hubo un momento, hace un tiempo, en el que me sentí ahogado y estuve a punto de desear que ese sentimiento mi consumiera. Pero al final, de alguna manera, pude salir de ello y ahora no quiero volver a esa situación, jamás. Ese desespero, esa oscuridad y sentimiento de que todo es mi culpa, de que todo está mal,… Es lo más horrible que he sentido y no se lo deseo a nadie.

 He estado por ya casi dos años sin hacer nada productivo. Y lo digo así porque así es que se maneja el mundo. Cuando estás cerca de los treinta años, si no estás ganando dinero, para la mayoría de la gente estás desperdiciando tu vida. El que me diga lo contrario es un hipócrita de primera categoría y no pretendo mentirme a mi mismo para suavizar las caídas o el sentimiento de presión que va y viene, pero que menos mal es menos frecuente que en el pasado. Además, no es que no haya hecho absolutamente nada en este tiempo: aprendí a apreciar más lo que tengo y a entender que no puedo ser todo lo que quisiera pero que sí puedo lograr hazañas más cercanas a lo humanamente posible.

 Y esas hazañas serán para mi y no para demostrarle nada a nadie. Porque no vivo para nadie más sino para mi y así es que la gente debería vivir, sin pensar en pagarle la cuenta a alguien más en el mundo, como si la vida fuese prestada o un regalo de alguien más. En este caso, les recuerdo que no creo en ninguna religión, así que perdonarán que les diga que paren de vivir su vida pensando en estar agradecidos por todo. Mejor vivan la vida pensando que solo es esto y nada más. Debemos caer en cuenta que esto es lo que hay y nunca va a haber nada más.


 Pero eso no es malo. Solo hay que ver lo que se puede hacer, lo que se puede lograr y todas las cosas que hay por descubrir y por vivir. Todo esto lo decide cada persona según sus criterios. No hay buenas o malas respuestas, al menos yo no lo pienso así. Lo único que hay son vías cortas y larga o anchas y angostas. Y es difícil saber cual es cual pero ese no es nuestro trabajo. Nuestra una responsabilidad es la de vivir y nada ms. ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ es cual pero ese no es nuestro trabajo. Nuestra una responsabilidad es la de vivir y nada m que hay por descubrir y pás.

viernes, 24 de julio de 2015

Ser o no ser ?

   No creo que nadie sepa, en verdad quién es. Y para ser sincero, creo que nunca nadie lo sabe. Es una búsqueda eterna, de toda la vida, al menos si estamos poniendo atención. Porque eso es lo otro, la mayoría de la gente no le está poniendo mucha atención a su propia vida, prefiriendo navegarla a un destino fijo cuando ese no es el punto de vivir. Al menos para mi, vivir es ir adonde el viento, que pueden ser las acciones y las decisiones, nos lleven. Lo interesante de un viaje, como lo es la vida, no es tanto el destino sino el recorrido. Pero ya casi nadie le pone atención al recorrido porque sienten que deben ir y hacer ciertas cosas o sino no están viviendo. Y lo cómico es que por hacer justamente eso, no están viviendo para nada.

 Creo que nunca sabemos quienes somos porque casi nadie está listo para enfrentar todo eso que tiene dentro. Algunas personas eligen ser graciosas, serias, coquetas o incluso aburridas pero hay mucho más que simplemente no reconocemos. A pesar de tanta lucha por tantos derechos, la realidad de todo es que nos gusta que nos juzguen por cosas pequeñas, por rasgos que son tan recurrentes en el ser humano como los ojos y la boca. Por eso es que los apodos son algo tan popular: no reflejan en nada lo que alguien es en realidad sino algún aspecto bastante notable de una persona y puede que ni siquiera sea una característica verdaderamente de esa persona. Se decide al azar y se impone y cuando eso se hace ya no hay nada más que hacer. El apodo queda y lo que la persona es o no es, deja de ser relevante.

 Por supuesto que deben haber libertades, eso no se discute. Pero lo que es contradictorio es que se luche contra la discriminación y resulta que siempre la hemos aceptado con los brazos abiertos cuando sentimos que es un halago, porque es muy fácil hacer que alguien se sienta bien con un par de palabras. Solo juntamos algunas y mágicamente podemos hacer que el estado de ánimo de alguien mejore sustancialmente o caiga al piso. Como seres humanos, con nuestra crueldad característica, tenemos la horrible habilidad de construir y destruir con demasiada facilidad. Y no hemos hecho nada para hacernos fuertes y que en verdad no nos importen las palabras necias. Deseamos no oír pero oímos.

 Nos gusta ser “el guapo”, “la sexy”, “el bueno”, “la inteligente”. Palabras que se las lleva el viento y que, en sí mismas, no son nada más que letras pegadas que producen un sonido que para muchos, no es más que un ruido. Si a eso ha llegado la humanidad, a querer ser definidos en un simple gruñido, entonces nuestra civilización está mucho peor de lo que pensábamos. Como podemos aceptar ser solo eso cuando ni siquiera podemos definirnos a nosotros mismos con sinceridad? Como podemos atrevernos a resumir una vida, una compleja red de pensamientos en algo tan simple, y a la larga, tan humano, como una palabra?

 Casi todos lo preferimos. Definirnos de manera más exacta, más compleja, toma tiempo, en especial porque los seres humanos siempre estamos aprendiendo. Más o menos pero desde que nacemos hasta que morimos nuestro cerebro no para de recibir y procesar, almacenando información eternamente que seguramente nunca usaremos. Solo hay que recordar, o tratar de recordar al menos, todo lo que se supone aprendimos en el colegio. Inténtenlo y verán que es imposible, a menos que sean superdotados y hayan sido bendecidos con una memoria prodigiosa, algo que escasea entre los seres humanos. La mayoría preferimos dejar que esas palabras que inventamos hagan el trabajo para así no sumergirnos en las oscuridades que todos tenemos dentro.

 Porque la verdad es que somos mundos desconocidos y que, casi siempre, solo tendrán un visitante, si acaso. Ese visitante podría ser nosotros mismos pero solo si de verdad mostramos interés en saber  quienes somos. Es un viaje difícil, largo y complejo, que nos muestra esas dos caras que en las que el ser humano se registra: el bien y el mal. Puede que si excavamos un poco, encontremos algo sobre nosotros mismos que detestamos, que todo el mundo podría odiar y que debemos ocultar porque no es algo de que estar orgulloso sino algo de lo que avergonzarse. Así somos los seres humanos, infligimos dolor y vergüenza para controlar lo que no conocemos, por físico miedo.

 Es increíble lo que complejos que somos pero lo controlables que podemos ser a nuestros propios inventos y a nuestros instintos más básicos. La realidad es que somos seres llenos de miedo durante toda nuestra vida y así la pasamos, de susto en susto, protegiéndonos y corriendo de un lado a otro como ratas. Esa no es manera de vivir para nadie y, sin embargo, todos vivimos exactamente igual. Porque todavía tenemos mucho de aquello que pensamos perdido que es el instinto natural, ese recuerdo vago e inútil de cuando éramos criaturas simples, trepando árboles y subsistiendo para solo comer y reproducirnos. Pero resulta que la humanidad ya tiene otros objetivos. Lo malo es que no todos nos damos cuenta.

 El mundo no está dibujado en dos simples e inútiles colores. Las cosas no son buenas o malas sino que son como son por razones y eso es lo que debemos ver. No podemos ser tan simples que vemos algo y lo definimos al instante, cambiando para siempre la percepción del mundo respecto a algo. Sí, claro que hay cosas que son reprobables pero eso no quiere decir que no debamos aprender de ellas para hacer de nuestra humanidad algo mejor. Porque ese es el trabajo verdadero de cada uno en este mundo y es construirse a si mismo, hacer a alguien que sea completo y no solo una gran cantidad de trazos sin ningún sentido.

 Porque eso es la mayoría de la gente, solo trazos de un pincel muy bonito pero trazos al fin y al cabo. Muy poca gente decide invertir tiempo en saber que posibilidades hay de ser un dibujo complejo, alguien de verdad completo. Para nosotros mismos, es posible que seamos todo lo que queremos ser. Puede que nos conozcamos bien y sepamos todo lo que hay que saber o al menos casi todo. El otro problema es que eso no se puede quedar ahí. No podemos frenarnos cuando nosotros acabamos y el mundo empieza porque resulta que siempre viviremos en este mundo, el ser humano siempre estará aquí, en este tiempo, en esta realidad, en este que vemos y tocamos y sentimos con todo nuestro ser cada día de la vida. Esto es lo nuestro.

 Hay muchos otros mundos, la mayoría fantasías. Pero para qué preocuparnos por ellos? Las fantasías son simpáticas pero solo nublan la mente y no nos dejan ver, por nosotros mismos la increíble variedad de cosas que nos ofrece la vida. Y decimos cosas porqué eso son cuando no las conocemos. Es nuestro deber sentir curiosidad, ir y explorar y descubrir que es qué para nosotros, porque el mundo es uno pero cada uno de nosotros lo percibe de manera única y, probablemente, irrepetible. Tenemos la habilidad de crear una visión única del mundo y debemos o deberíamos compartirla con el mundo, cuando estemos listos. Somos, al fin y al cabo, una sola especie y eso debería ser suficiente para unirnos.

 Lo ideal sería que las personas dejaran de estar metidas en mundos inventados, como el amor o la esperanza ciega, y empezaran a caminar al nivel del suelo y a reconocer que la vida es mucho más que las superficialidades que todo el mundo aspira a vivir como tener un trabajo ideal, una pareja ideal y todo ideal. El mundo no es ideal, el mundo es lo que es y deberíamos explorar eso y no tratar de ajustarlo todo en nuestra mente. No estamos viviendo el mundo real sino uno que nos inventamos porque somos incapaces de ver lo que en realidad sucede a la cara. Solo en algunos momentos, la realidad es demasiado auténtica y nos deja ver su cara. La mayoría corren despavoridos.

 Tenemos que molestarnos, al menos una vez por día, en pensar hacia adentro, explorar nuestra mente y ver que hay allí. Puede que muchas veces no encontremos nada pero seguramente hay mucho por ver y descubrir. Algunas cosas no nos gustarán y otras tal vez nos gusten demasiado pero es así la única manera de vivir de verdad. Si queremos estar contentos con nosotros mismos no necesitamos de lindas palabras sino de un reconocimiento profundo de nuestra personalidad, que siempre tendrá una respuesta clara. Nuestra autoestima es producto de lo que hemos creado como sociedad, un sistema de reglas y miedos que solo sirven para controlarnos y machacarnos como si fuésemos moscas.


 El ser humano ha inventado a la sociedad para eliminarse a si mismo. Se supone que la sociedad, con sus bondades y sus males, va eliminando a quienes no sirven a través de miedos e inseguridades, de reglas cada vez más difíciles de alcanzar y una hipocresía que hasta el más osado no es capaz de resistir. Porque el ser humano y su sociedad son una fachada para ocultar e incapacitar nuestro deber de exploración, nuestra meta biológica y existencial de saber exactamente quienes somos y, más adelante, porque somos. Debemos rebelarnos y empezar a ser nosotros antes de que todos empecemos a ser lo mismo o, peor, nada.

miércoles, 22 de julio de 2015

Paseo del recuerdo

   Por la gripa, no podía salir de mi casa. El frío afuera era terrible y además había comenzado a llover y parecía que no iba a terminar pronto. Si algo detesto, es estar enfermo. Sentirme débil e inofensivo no es algo que me parezca muy atractivo. Algunos dicen que le ven el lado amable a la situación y aprovechan ese tiempo para descansar y hacer otras cosas, más que todo ver televisión y comer comida chatarra. Tengo que confesar que así comencé pero me cansé a las pocas horas. Me habían dado tres días libres por mi enfermedad y todo porque me había desmayado en frente del jefe. Fue un momento muy embarazoso que espero nunca repetir pues me sentía, al despertarme, como un idiota que no aguanta ni un resfriado.

 Inmediatamente me enviaron a la casa y los de los tres días, que para mi fue una exageración, seguramente lo hicieron para evitar que pasara otro suceso similar al desmayo. Según un amiga, si se le quitaba la parte de mi enfermedad, había sido muy gracioso. Dijo que mis ojos se blanquearon antes de caer al piso y que lo hice como las mujeres en esas películas viejas, aquellas en las que esperaban a que el hombre les diera permiso hasta de respirar. Y esa era una de las cosas que no podía hacer bien: respirar. Tenía que hacerlo por la boca o sino me ahogaría en mi propia cama y daría más razones a mi amiga para que muriera de la risa. Estaba en la cama, calientito, pero tremendamente aburrido y sin la menor posibilidad de hacer algo que me levantara el ánimo, que estaba por los suelos.

 Algo que había negado tajantemente era que me enviaran en ambulancia a mi casa o, peor, que me llevaran a un hospital. Detestaba la idea de ser como esas personas que por cada pequeño dolor corren al consultorio de un doctor, como si el dinero creciera en los árboles, junto a seguros médicos completos y las parejas perfectas. No, yo no iba a un hospital a menos que fuese estrictamente necesario y preferiría que así permaneciera. Todos esos procedimiento y jerga hecha expresamente para que el paciente no la entienda, me pone incomodo y me hace sentir más rabia que cualquier otra cosa. Con la poca fuerza pedí que me llevaran a casa y menos mal me hicieron caso.

 Mi amiga había estado conmigo unas horas pero se había ido después de comer algo. Yo había tenido la malísima idea de desmayarme a primera de la mañana entonces uno de los tres días de descanso era el día en el que me había sentido mal. Como dije antes, no me gusta que me hayan dado tanto tiempo pero sí que parece mezquino que cuente el día del suceso como uno de los de descanso… En fin. Después de reír un rato con amiga, ella se fue y yo dormí por un par de horas pero no me fue posible dormir como hubiese querido. Un dolor persistente de cabeza me lo impedía así que decidí quedarme en la cama y no hacer nada de nada.

 Pero me aburrí pronto así que salí de la cama, abrigándome lo mejor posible con unas medias gruesas, un pantalón que no usaba en años y un saco de esos gruesos, térmicos, ideales para los inviernos fuertes. Como no sabía bien que hacer, fui a la cocina primero pero no encontré que hacer así que decidí ver que tenía en la parte superior de mi armario. El polvo que sacudí seguramente no fue lo mejor para mi estado de enfermo y la tos que siguió casi no me la quito. Lo primero que pensé fue “Porqué hay tanto polvo?” pero esa pregunta fue rápidamente reemplazada por “Que tanto es lo que guardo debajo de tanta mugre?”. Y la verdad era que no había nada de valor o interés. Más que todo eran documentos viejos, aunque también algunas revistas de cuando era niño y aparatos que ya no servían para nada.

 Todos funcionaban baterías y yo hacía mucho tiempo que no compraba de esas. Fue una lástima porque sabía que esos juegos eran una distracción excelente. Tal vez le pediría a mi amiga algunas pilas… Dejé uno de los aparatos y un par de juegos a un lado y seguí mirando entre las carpetas. Mucho del papel olía a mojado por lo que asumía que la humedad tampoco me podía estar ayudando mucho. Lo mejor que podía hacer era taparme la cara y seguir hojeando mis calificaciones del colegio, que por alguna razón estaban allí. Sonreí al recordar lo mal estudiante que había sido durante un tiempo. Sabía sumar de milagro y nunca entendí para que era tanto número y tanta formula. Sin embargo, todavía recordaba con claridad quienes estaban a lado y lado en cada clase.

 Mis mejores materias eran inglés, historia y geografía. Era lo que más me gustaba, tal vez porque quería salir corriendo del colegio y estar en cualquier parte del mundo menos aprendiendo formulas matemáticas que nunca iba a utilizar. Y de hecho, nunca las he usado entonces, en mi concepto, le gané ese round al profesor del colegio. Estaban las calificaciones de los últimos cuatro años y también las de la universidad, que eran sin duda mejores y traían recuerdos mucho más gratos. Para mí esa había sido la mejor época de todas, de descubrimientos y verdaderos amigos pero también de definición completa de quién soy y para donde voy. Eso sí, sigue sin saberlo muy bien pero esa época me aclaró la mente e incluso el corazón.

 Porque entre tanto papel con olor ha guardado, había también un par de cartas de amor y algunos recuerdos de mis primeras parejas sentimentales. Eso sí que era un viaje en el tiempo increíble ya que muchos de esos objetos no los recordaba. Había una manilla de color azul, un silbato de juguete, la envoltura de una hamburguesa y otra de un chocolate, algunas fotos de máquinas instantáneas e incluso un pedazo de tela que recordé era de una camiseta que me gustaba de uno de ellos y que su dueño había recortado, de manera un tanto excéntrica, para regalármela. Abrir la llave de los recuerdos me hizo sentir joven pero también algo perdido.

  Perdido porque ya no me parecía ni me sentía igual que ese chico al que le habían dado esos regalos. Al leer las cartas de amor, que eran solo tres, me di cuenta de que todo eso había pasado hacía una vida. Esa inocencia e ingenuidad ya no existían y tampoco ese ser crédulo y complaciente que había disfrutado de semejantes regalos, con un optimismo que el yo actual jamás tendría ni con esfuerzo. La verdad, derramé algunas lágrimas viendo todos esos objetos pues parecían más los de un hijo perdido que los de un yo más joven. Lo guardé todo con cuidado en la cajita en la que los había encontrado y esperé encontrarlos de nuevo en el futuro, momento en el cual esperaba volver a sentir todas esas cosas de nuevo, que me hicieron sentir más joven pero diferente.

 Que más había en el armario? Pues un maletín lleno de mapas y recibos de viajes pasados y otra caja, más grande, con videos y fotografías de viajes con mi familia. Aunque no tenía ni idea de cómo ver esos videos, que estaban en casete para videocámara, sí recordé cada momento por los títulos en el costado de cada cinta. Viajes familiares, hacía varios lustros, a diversos destinos pero siempre con los mismos personajes. En ese momento me puse sentimental de nuevo porque ellos estaban ahora muy lejos pero pensé que no sería mala idea aprovechar mi enfermedad para saludarlos. Lo haría más tarde, cuando tuviese algo en el estomago porque, siendo familia, siempre hay que enfrentarlos con el estomago lleno.

 Por último vi varias cosas solo mías: los dibujos de personajes animados que había dibujado a los doce años, los recuerdos de un viaje a Disney World y algunas fotos en las que besaba a mi primer novio. Había muchas más cosas y me reí solo y volví a llorar viéndolo todo. Fue como haber ido a caminar por una vía que era exclusivamente para mí y por la que hacía mucho tiempo no caminaba. Fue adentrarme en mi mismo y recordar partes de mi que había olvidado por completo y que de pronto ya no eran tan importantes ahora como lo habían sido antes. Porque la verdad es que no creo que alguien deje de ser sino que simplemente cambia acorde a su situación  actual.

 Y como mi situación era de enfermedad, tal vez por eso estaba especialmente susceptible. Decidí guardarlo todo con cuidado, a excepción del juego de video portátil que iba a utilizar sin importar lo que pasara. Recordaba claramente como me había divertido con él cuando niño y quería volver a tener eso, especialmente en un momento tan aburrido con el de estar enfermo. Llamé a mi amiga para decirle lo de las baterías y me contacté con mi familia por el computador. Hablamos bastante y quedé con una sonrisa de oreja a oreja que no se me quitaría con nada en los próximos días. Cuando llegó mi amiga la mañana siguiente le conté todo.

 Ella me dio las baterías y me dijo que lo más importante era descansar para sentirme mejor. Pero en cambio pedí algo delicioso de comer y me puse a jugar el juego que me devolvió antiguas alegrías olvidadas. Me hizo recordar que yo era más que solo uno de mis sentimientos, más que uno de mis pensamientos.


 Habiendo pasado el tiempo, volví al trabajo y todos se extrañaron de mi nueva personalidad, que tal vez no duraría mucho, pero que seguramente todos disfrutarían y nadie más que yo.

sábado, 14 de marzo de 2015

El tiempo

   Todos los hemos pensado alguna vez en la vida: que pasaría si pudiésemos volver al pasado y cambiar algo que hicimos bien por lo que ahora pensamos que deberíamos haber hecho? Y si pudiéramos tener una segunda oportunidad siempre, para enmendar nuestros errores o para hacer las cosas de un modo más favorable para nosotros? El tiempo es algo que nos atrapa y ni nos damos cuenta y nos frustra cuando vemos que es una de esas cosas que no podemos controlas y sobre las que nuestra humanidad es completamente inútil.

 Sé que yo lo he pensado alguna vez. Desde tonterías como tener más tiempo para responder mejor a un insulto o un piropo hasta detenerlo, para poder guardar el momento de una manera más especial, más segura. Después de todo estamos obsesionados con el concepto de “perfección”, un concepto que de hecho es inexistente ya que, por definición, todos los seres humanos somos deficientes en una u otra manera. Incluso aquellos que nacen con cuerpos cien por ciento funcionales o un aspecto físico que responden a los cánones de belleza imperantes, tienen imperfecciones que van más profundo que la superficialidad de la belleza.

 Lo queremos todo bello, bonito, hermoso. Pero eso porque sabemos que el mundo en realidad simplemente no es así. El mundo también es asqueroso, desagradable y enfermizo. La vida es ambas cosas y negar va en directo detrimento de la otra. Cuando deseamos para el tiempo o cambiar lo que hicimos, con frecuencia tiene meta hacer de nuestras vidas algo más ejemplar, algo más nítido y pulido. En otras palabras, algo perfecto. Lo irónico es que si hay algo imperfecto en el mundo, es la vida humana.

 Estamos hechos para equivocarnos. Si no lo hiciésemos, no seríamos humanos sino algo más que no hemos descubierto porque no existe. Y sin embargo, seguimos buscándole ese quiebre al tiempo, una manera de ganarle por lo menos una vez. Esa es la razón por la cual las personas han buscado, durante mucho tiempo borrar las marcas del tiempo de sus cuerpos. Las arrugas, manchas y demás “anomalías” son sistemáticamente borradas, como si se tratase de un libro que hay que ir corrigiendo con el paso de los años.

 Otros viven constantemente con la cabeza metida en el pasado. Están obsesionados con lo que hicieron o dejaron de hacer. A veces incluso están tan decepcionados del presente que preferirían, con seguridad, vivir en un momento pasado en el que el caos fuese menor. Es fácil entender el porqué de la fascinación con el pasado, con lo que ya ocurrió. Se trata, después de todo de un momento en el cual, a pesar de que ciertas cosas ya pasaron, hay otras que no y que podríamos evitar o simplemente solucionar de esa manera. La obsesión del hombre con volver al pasado en obras de ciencia ficción es simplemente porque no aceptamos nuestros errores. Estamos tan adiestrados para ser perfectos, para aspirar a serlo, que cualquier cosa que nos recuerde lo defectuosos que somos nos hiere fuertemente.

 Como hay los unos, los hay de los otros, los que están con la cabeza en el futuro. Esto es sin duda un poco más difícil de comprender ya que no se entiende como alguien puede estar obsesionado, con la mirada fija en acontecimientos que no han tenido lugar. Se trata de aquellas personas que todo lo planean, que tienen una lista y una estructura predeterminada para todo. Son personas que olvidan que la vida biológica de un ser humano no se rige por reglas o por la exactitud. Solo somos y nada más. No somos de una manera determinada ni definida y los que miran el futuro seguido lo olvidan.

 Otra razón es que son personas con mucha fe y esperanza. La mayoría de personas religiosas tienen siempre una parte de su cabeza en el futuro, ya que aspiran siempre a que sus creencias se cumplan. Esperan ver a su dios después de morir o esperan ser salvados de cualquier accidente porque creen que hay alguien que los cuida. Incluso si la vida les demuestra seguido que estamos solo como humanidad, ellos siguen creyendo que en el futuro estarán reunidos con su dios en los cielos o que serán recompensados por sus actos de bondad. Los no religiosos que ven al futuro son simplemente aquellos incansables optimistas, que jamás ven nada de malo en el mundo a pesar de que sin lo malo, lo bueno no existiría.

 El tiempo es calificado sistemáticamente como un enemigo ya que no tenemos herramienta alguna para enfrentarlo. No existe ningún arma o táctica para hacer que se detenga, para hacer que cambie su manera de ser. Porque lo que pasa es que el tiempo solo pasa y sigue, y nada más. Algunos podrían decir que el tiempo es un fragmento de lo que compone nuestro espacio vital, pero otros dirían que el tiempo es solo una línea infinita a la que, como seres mortales, estamos unidos para siempre.

 Para la gran mayoría, el tiempo es un castigo. Que es lo que más impacta en las cortes cuando condenan a alguien? No el lugar de la reclusión o las razones tal cual sino la cantidad de tiempo que es personas estará allí, encerrada. Cual es una de las primeras cosas que preguntamos a alguien nuevo? Su edad. Incluso muchas personas se ofenden si se les hace la pregunta de un momento a otro. Porque ven la edad como algo que los hace cada vez menos perfectos, menos eficientes.

 Es gracioso, si se ponen a pensarlo, ya que el enemigo número uno de la humanidad es el tiempo y, sin embargo, toda nuestra vida la enmarcamos en ese tiempo. Hace mucho nos dimos por vencidos y simplemente dejamos de desafiarlo cada vez que podemos. No encontramos otra forma de manejar nuestras vidas y desde el primer momento de la inteligencia humana sometimos todo lo que sabemos y somos a esa infinita línea del tiempo que nos amarra y simplemente no nos deja ir, ni siquiera cuando ya dejamos de ser parte de este mundo.

 Pero el tiempo no siempre es cruel. Para una mente abierta, liberada de las enajenaciones de la sociedad imperante en el mundo, el tiempo puede ser un aliado implacable. Porque el tiempo pasa pero somos nosotros, después de todo, quienes decidimos que hacemos con él. El tiempo se mueve y no se detiene pero nosotros podemos usarlo para aprender. Porque esa es la razón para la vida humana. Aprender y nada más. No estamos aquí para reproducirnos ni para querernos. Estamos para comprender el mundo y darle algo a cambio. Nuestro intelecto tiene la gran capacidad de usar el tiempo de la mejor manera posible: se trata de crear.

 Es mentira que solo los dioses puedan crear. Cuando se dice eso casi siempre hablan de obras como crear todo un mundo o crear vida de la nada. Pero nosotros podemos hacer las dos cosas. En este momento de nuestra evolución y aunque con los típicos errores de seres imperfectos como nosotros, somos capaces de crear objetos nunca antes vistos, de modificar nuestro mundo para mejorar nuestras posibilidades de supervivencia y de generar vida donde antes no había nada. Personas que no estaban diseñadas para tener hijos, ahora los tienen y es posible que cada vez esto sea más fácil.

 Hay que tomar en cuenta que ya no somos los mismos de antes. Aunque seguimos sometidos bajo el martillo de la guerra, hemos sido capaces, de vez en cuando y en pequeños grupos, de avanzar juntos como una sola especie que somos. Porque al tiempo no le interesan nuestras diferencias. Al tiempo no le importa si eres hombre o mujer, negro o blanco, tu estatura, tu peso, tu preferencia sexual o el color de tus ojos. Eso simplemente no es de interés porque no cambia nada de cómo el tiempo no envuelve y nos afecta.

 Si pudiéramos entender ese simple hecho, podríamos por fin dejar de pelear contra el paso del tiempo y dedicar esos esfuerzos a hacer lo mejor posible con los segundos, minutos, horas y días que tenemos de vida. Porque, a pesar de todo, seguimos siendo tan mortales como lo fuimos en los primeros días de nuestra existencia. Seguimos muriendo, uno a uno, y eso no va a cambiar jamás, sin importar los muchos avances que tenga la ciencia. La muerte, ligada al tiempo es una realidad que tenemos que aceptar.


 Y así como el tiempo, la muerte no debería ser un enemigo nuestro ni tampoco deberíamos tenerle miedo. Porque tenerle miedo a algo que nos hace quienes somos? Porque tener miedo al momento clave de nuestras vidas, aquel en el que entregamos el manto de nuestra existencia. Podemos hacer de ese momento el punto culminante de una vida de la cual estar orgullosos, con errores, deficiencias y sentimientos puros y reales. Porque ni el tiempo ni la muerte son nuestros enemigos sino nuestros aliados más incondicionales.