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sábado, 1 de agosto de 2015

Sobre el hombro

   Hugo se miró al espejo cuarteado y se dio cuenta de que ya no era él. Había removido cada pelo de su cabeza y de su cara y se había cambiado por una ropa que jamás en la vida había usado: tenía una chaqueta de cuero negro, jeans bastante apretados y unas botas militares que había tenido en el fondo del closet por años. Su ropa de antes, incluyendo la corbata de la que alguna vez había estado orgulloso, estaba en una bolsa que iba a tirar en un contenedor de la terminal. Limpió el espacio lo mejor que pudo, tomó la bolsa y una mochila que había contra la pared y entonces se miró la cara una última vez. Desde ahora era alguien más y ya nunca quién había sido hasta entonces.

 Ahora tenía documentos con el nombre de Jefferson Martínez y ese era quién iba a ser. Como planeado, tiró la bolsa con la ropa y algunas otras cosas a la basura y solo se quedó con su mochila que tenía solo cosas que eran de Jefferson, y no de su nombre anterior. Para él,  ya todo había cambiado. Lo siguiente era comprar un pasaje hacia otra ciudad y empezar a perderse por el mundo, lejos de la ciudad que era su único enlace con una vida que ya no le pertenecía. Era una vida que otros y él habían corrompido hasta el punto que ya no servía para nada. Por eso la dejaba en la basura y tomaba una nueva, que era totalmente nueva y solo de él. Compró un pasaje hacia una ciudad de frontera y se subió al bus pocos minutos después. Cuando dejó la ciudad atrás, se sintió en calma.

 No había sentido la calma desde hacía años pero se sacudía la cabeza y recordaba que eso que recordaba no era propio sino de alguien más. Así que se dedicó a ver cual sería su siguiente paso al llegar a la ciudad fronteriza. Lo mejor, creía él, era cruzar y en ese otro país dirigirse a una ciudad de tamaño medio pero con vuelos internacionales. Desde allí sería más fácil tomar un vuelo fuera del continente y entonces ya podría pensar en asumir su nueva vida como debía ser. Se recostó en el asiento y vio como los edificios desaparecieron y le daban paso al campo y las montañas que surcaban el país por todas partes. El recorrido era entre valles y abismos, cosa que siempre había odiado.

 Cansado, se quedó dormido rápidamente y solo se despertó cinco horas más tarde, cuando habían recorrido la mitad del trayecto. Lo malo fue que la parada no era para comer o descansar sino por un puesto del ejercito. Jefferson respiró hondo y bajó del bus. Cada hombre era revisado en un lado, las mujeres del otro. Daban sus documentos y los requisaban. Jefferson dio el suyo y el militar lo revisó sin mayor interés. Pidió que siguiera el siguiente y así. Tras algunos minutos, todos los pasajeros estuvieron de nuevo dentro del bus en camino a su destino. Jefferson casi no podía creer que todo hubiese funcionado tan bien. Ahora sabía que su nueva vida tenía un futuro.

 Tras otras cuatro horas de viaje, el bus por fin llegó a su destino. La ciudad era pequeña y olía a mal por alguna razón. Pero eso a Jeff no le importaba nada. Se dirigió rápidamente al puesto fronterizo e hizo sellar su pasaporte. Esa misma noche pasó y compro otro pasaje, esta vez a una ciudad llamada Puerto Flor, que era la capital de provincia y tenía un solo vuelo comercial al extranjero, hacia Estados Unidos. Esa era la ruta perfecta ya que nadie revisaría en un aeropuerto tan pequeño. Esperó frente a una tienda a que llegara el bus que lo llevaría a ese puerto. Mientras esperaba notó algo extraño: había una camioneta negra impecable en el pueblo, evidentemente propiedad de alguien que no vivía allí.

 Lo que le llamó la atención fue más el hecho de que ya había visto vehículos similares cuando casi lo… Cuando casi atrapan a alguien que conocía. Esas camionetas habían estado frente a su casa y su trabajo y de ellas salían tipos que eran del tipo que salen y hablan amablemente. Recordaba como había visto golpear a gente que conocía y como esos hombres creían tener derecho a hacer lo que quisieran, incluso torturar con sus cigarrillos o con golpes certeros. Eran unos monstruos y Jeff sabía que no podía esperar nada bueno si ellos estaban en la cercanía. Pero su miedo fue infundado pues un hombre, ganadero por el aspecto, se subió a la camioneta poco antes de que llegara el pequeño bus.

 En dos horas estuvo en el aeropuerto provincial pero tendría que pasar la noche allí: el vuelo a Estados Unidos era hasta el mediodía siguiente. Era casi la una de la mañana pero a él las horas y los horarios le habían dejado de importar hace mucho. No tenía nada de sueño porque había decidido que dormir era un privilegio que no todo el mundo tenía y menos él que todavía debía estar pendiente de sus movimientos y de los movimientos de los demás. Tenía que andarse con cuidado y por eso, aunque hubiese querido, no podía dormir. El aeropuerto estaba desierto y se sentó en unas sillas, en la oscuridad. Allí, tuvo por un momento un sentimiento de culpa que se asentó sobre su cuerpo.

Esto no era porque había dejado a ese otro hombre en su pasado sino porque había dejado mucho más. El dinero y todos los objetos que había tenido no eran lo más importante, sino las personas. Su familia seguramente estaba fragmentándose y con un dolor inmenso. No era todos los días que un hijo moría de forma tan horrible y después de descubrirse tantas cosas tan feas de él. Pero así había ocurrido y para ellos su familiar, su querido hijo y hermano, estaba muerto y no había nada que pudieran hacer para traerlo de vuelta. Jeff había tenido que matarlo y hacerlo bien para que nadie nunca más preguntar por él o por lo que había hecho.

 Cuando abrieron las tiendas, Jeff compró algo de comer y de tomar y así hizo que pasara el tiempo mientras era la hora de su vuelo. Cuando fue a limpiarse y a orinar al baño después de comer, vio de nuevo algo que lo inquietó: era uno de los hombres de las camionetas. Se lavó las manos, no se las secó y salió de allí con paso acelerado. Cruzó los mostradores de emigración y se sentó en la sala de espera ya que, aunque faltaban todavía seis horas, le parecía mejor esperar en un lugar más seguro que la parte exterior de la terminal. No podía sentarse ni hacer nada más que no fuera caminar de un lado a otro y pensar mil veces en lo mismo: era ese uno de hombres que lo habían querido inculpar de tantas otras cosas? Él había sido ladrón pero nunca nada más que eso.

 Él junto con otros habían desarrollado un plan ingenioso para robarle a la gente sus bienes sin que se dieran cuenta, para luego revenderlos y así ganar dinero. Las personas solo se daban cuenta tiempo después y jamás sabían que les había pasado y porqué. Solo se lo hacían a gente con dinero y luego fueron escalando, aliándose con personas que les pagaban por hacer ese mismo truco. Pero entonces uno de sus aliados se comprometió con el hombre equivocado y entonces todo se fue derrumbando. En ese momento aparecieron los hombres de las camionetas. Seguramente eran de algo parecido al FBI pero nunca mostraban identificación y hacían lo que querían antes de que llegase la policía.

 Jeff, o más bien quién era antes, escapó milagrosamente de todo eso y ahora era una persona totalmente diferente a quien había sido por treinta años. Al hombre de antes nunca se le hubiese visto sin los zapatos bien lustrados, sin corbata o sin un destino fijo en la vida. Ese tipo sabía lo que quería y tenía todo meticulosamente planeado, incluso cuando iba a hacer algo que no estaba particularmente bien con el resto del mundo. Ese hombre era controlador y prefería ser dominante y tener el poder. Por eso había hecho las cosas como las había hecho y la verdad era que jamás lo hubiesen cogido si no hubiese sido por los errores de otros, mucho menos inteligentes y controladores que él.

 Por fin anunciaron el abordaje del vuelo y Jeff hizo la fila pronto para entrar rápidamente. Cuando estuvo en el avión seguía preocupado: era le hombre que había visto en el baño de los mismos que lo acosaban o había sido solo una visión que su cabeza le había puesto, jugando con él y con su miedo a dejar de ser por completo? La puerta del avión fue cerrada y al poco tiempo ya estaban en la pista, rodando y despegando hacia un lugar lejano de allí en el que Jeff sentía que por fin podría vivir en paz. Hallaría alguna profesión en la que pudiese ser bueno y entonces viviría tranquilo, sin estar mirando sobre su hombro a cada rato.


 El avión entonces explotó, solo unos cinco minutos después de despegar. En el estacionamiento del aeropuerto, dos hombres vestidos de negro y corbata, recostados en una camioneta negra, veían los pedazos volar y la gente correr de un lado a otro, gritando. Se sonrieron mutuamente y entraron a la camioneta. Ni Hugo ni Jeff nunca supieron con quienes se habían metido y quienes habían sido los artífices de su muerte. Y nunca nadie lo sabría pues eran seres de las sombras y de la muerte.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Las caras de K

    Sin contemplaciones, sacó un revolver con silenciador de dentro de la chaqueta y le pegó dos tiros en la cabeza al hombre que estaba a punto de ponerse de pie. El cuerpo cayó, pesado, sobre el cemento, a tan solo unos pocos centímetros del arma que el hombre había utilizado para amenazar a sus prisioneros. Salvo que, en realidad, nunca habían sido prisioneros. K lo tenía todo controlado desde el principio pero no había dejado ver su confianza en ningún momento, optando por comportarse como lo haría cualquier otra persona secuestrada: con miedo, haciendo preguntas estúpidas y temblando. Se lo habían creído completo.

 En vez de acercarse al cuerpo, verificó su arma y se acercó a J, que estaba todavía amarrado. Él sí estaba muerto del susto de verdad y temblaba todavía pero no de los golpes que le había propinado el hombre que ahora yacía en el piso. No, ahora su terror había gravitado hacia la forma de K, que parecía actuar como si nada, como si fuese algo de todos los días ser secuestrado y matar a un hombre. Además, de donde había sacado el arma? Era obvio que los habían revisado después de llevárselos a la fuerza en esa calle oscura.

 K ayudó a J a levantarse de la silla y lo fue halando hasta la puerta principal de la bodega donde los habían tenido amarrados. J pensó llevarlos a una bodega era muy trillado pero prefirió quedarse con ese pensamiento para él mismo. Tenía más de una pregunta para K pero sabía que no era el momento de preguntar nada ya que todavía tenían que escapar, alejarse del sitio lo más pronto posible. Era de esperar que más hombre estuviesen en el área, precisamente para evitar un escape. Pero J sabía que iban a lograrlo. No era por una confianza que le naciera de la nada o de la inútil esperanza que uno tendría en esos casos. Era por K.

 En solo unos minutos, un chico bajito y sin el físico de los hombres que los vigilaban, se había librado de sus cuerdas y había peleado y asesinado a un hombre sin sudar ni siquiera una gota. Y ahora, lo llevaba a él, un hombre veinte años mayor, entre las cajas y los automóviles vacíos, escapando de sus captores. Esa expresión en el rostro de K era la que lo decía todo: no había miedo ni duda alguna en esa cara. Era como si cualquier sentimiento se le hubiera ido del cuerpo y pudiese hacer lo que quisiera.

 Tres hombres aparecieron pero en menos de un minuto yacían muertos de mano de K. Mientras J miraba como los cuerpos todavía se movían, K lo halaba con fuerza, como recordándole que su objetivo final todavía no se había logrado. Llegaron a una cerca y, con una habilidad sorprendente, K la escala y cayó sin hacer ruido al otro lado. Haciendo señas, le indicó a J que hiciese lo mismo pero no era tan fácil. Él no era tan ágil y le iba a tomar más tiempo. En efecto, cuando apenas estaba en la parte de arriba, otros dos hombres se acercaron. K los terminó con agilidad y haló, una vez más a J, que cayó de la cerca.

 Este empezó a quejarse pero K solo lo tomó del brazo, ignorando cada sílaba que salía de la boca de su compañero de secuestro. Se adentraron en un pequeño bosquecillo pantanoso, en el que no se dijo ni una sola palabra. K parecía estar escuchando algo pero J no oía absolutamente nada. Solo lo seguía porque parecía que el joven sabía lo que hacía pero no tenía ni idea si tenía razón o no.

 Después de pasar algunos charcos y rasguñarse las caras con ramas demasiado afiladas, salieron del bosquecillo a una carretera. A J se le iluminó la cara y corrió hacia la vía pero K lo retuvo y le indicó que no hiciese ruido y que tuviese paciencia. Caminaron entonces por el borde de la vía, medio ocultos por los árboles, hasta que se acercó un automóvil pequeño, manejado por una anciana. La mujer estaba casi encima del timón e iba muy lento, por lo que no fue difícil para ella verlos y detenerse para darles un aventón.

 Una vez más J quedó boquiabierto ante el cambio de K. Una vez en el automóvil, en el asiento del copiloto, se convirtió en el ser más dulce y amable que J jamás hubiese visto. La mujer quedó encantada y les preguntó porque estaban caminando por la carretera a lo que K respondió que su auto había tenido problemas. Su padre (refiriéndose a J) y él, habían intentado arreglarlo pero no habían logrado nada así que preferían ir a la ciudad y desde allí llamar a una grúa. Lamentablemente no tenían teléfonos celulares.

 Nada de todo esto le pareció extraño a la mujer, incluso cuando J pensaba que era un cuento demasiado rebuscado para que nadie lo creyera. Cuando la anciana y K empezaron a hablar de las mascotas de la mujer, J simplemente dejó de escucharlos y por fin respiró, después de varios días de no poder hacerlo con propiedad. Tal era su cansancio que se quedó dormido con rapidez y, por fortuna, no soñó con nada.

 Cuando despertó, el automóvil estaba estacionado en una calle iluminada, frente a un restaurante de comida rápida. Mientras se desperezaba, J vio que en el interior del lugar estaban la anciana y K, comiendo hamburguesa y riendo respecto a algún chiste o historia que se estarían contando. Sin duda era un chico extraño este tal K. Era un persona de demasiadas caras y, la verdad, era que eso a J no le gustaba nada. Que le aseguraba que K no estaba aliado con otra persona que también quisiese tener a J para algún fin extraño? Era todo muy raro.

 J llegó a la mesa donde estaban sus dos compañeros de viaje y los saludó. K lo recibió con una sonrisa y le brindó una hamburguesa con papas fritas que le habían guardado. La anciana le dijo que habían preferido no despertarlo ya que se notaba que necesita dormir. K le había contado que su padre sufría de insomnio y era casi un milagro que pudiese dormir tan bien. Mientras comía, la conversación siguió y J pudo notar por su cuenta que la mujer era un alma amable que se sentía sola. Había viajado desde lejos para visitar a una hija pero les confesó que lo había hecho sin avisar, cosa que a su hija seguramente no le iba a gustar nada. K le aseguró que todo saldría bien.

 Un par de horas después, se despidieron de la anciana y le agradecieron por toda su ayuda. Al fin y al cabo les había dado un aventón y les había gastado comida. K incluso le dio un beso en la mejilla antes de que se alejara en su pequeño carro rojo. Una vez, empezaron a caminar, K había vuelto a ser la piedra que J había conocido hacía ya unas dos semanas. Lo único que le dijo fue que tenía un sitio cerca y que allí estarían seguros.

 Entonces J se detuvo. K caminó un poco más hasta darse cuenta de que J no lo seguía. Se dio la vuelta para amenazarlo con la mirada pero esto no tuvo el efecto deseado. J le dijo que no iba a caminar un paso más sin saber que era todo lo que había estado pasando en los últimos días. Sí, él era un periodista con ciertos secretos de la mafia en su poder. Hasta podía entender su secuestro por esas razones pero no quién era K y cual era su motivación en todo este lío.

 Se habían conocido el día del secuestro. Se los llevaron al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo habían estado en el mismo lugar y nada más. En principio, ninguno sabía nada del otro o al menos eso creía J hasta que K se le acercó y le dijo que sabía muy bien quién era l.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ qui sab le acerceso cre m al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo hab no iba a camianr un paso m J no le guél. Tanto así que había asistido al lugar porque sabía que aunque podrían atentar contra él, debía conocer a J y protegerlo tanto como fuese posible.

 El hombre se quedó de piedra al oír esto porque no lo entendía del todo. Este chico, que había fingido por días ser alguien que no era, incluso siendo torturado con golpes y otras vejaciones, aseguraba que era una protección necesaria para evitar que a J que le pasara algo malo. Nada de todo eso tenía ningún sentido. Le preguntó a K quién lo había enviado pero le aseguró que lo sabría pronto, si venía con él y tenía paciencia.

 A regañadientes, J siguió a K hasta un barrio horrible, lleno de vagabundos y prostitutas. K entró a un edificio viejo y con olor a orina y él lo siguió. Subieron cuatro tramos de escaleras hasta llegar a un corredor oscuro por el que caminaron en silencio hasta llegar al fondo, donde un pequeña ventana cubierta de grasa  dejaba entrar algo de luz. De un zapato, K sacó una llave y abrió con ella una de las puertas cercanas a la ventana.

 Hizo pasar a J primero y luego entró él. K se dirigió pronto a una de las habitaciones,  sacando su arma y abriendo la puerta con fuerza. De pronto soltó algo de aire por la boca, como suprimiendo reírse.

-       Se nos adelantaron.
-       Porque?
-       Porque la persona que me mandó a protegerlo está muerta.

 K se retiró de la puerta pero no la cerró. J se acercó para ver de quien se trataba y soltó un gritó que alertó a más de uno en el piso de abajo. Se acerco al cuerpo que había en el suelo, pisando un charco de sangre. Le dio la vuelta y entonces empezó a llorar. Era nadie más ni nadie menos que su esposa y ahora estaba muerta.

 Y pronto lo estarían ellos porque al lugar se acercaban varios hombres dispuestos a hacer lo necesario para callar sus voces.