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viernes, 11 de marzo de 2016

Ocurrió en el 11B

   Algo extraño ocurría en aquel apartamento pero nunca se supo que era. Varias personas, reconocidas en el mundo de lo paranormal, habían ido a visitarlo en varias ocasiones y siempre decían tener la solución al misterio de la casa pero en verdad no tenían nada de nada. Era solo una manera de ganar fama gratis pues el misterio del 11B era algo que nadie nunca podría comprender del todo.

 Claro, había personas, científicos de verdad, que decían que lo que sucedía en la casa nada tenía que ver con fantasmas ni con criaturas misteriosas. Según algunos de ellos, lo que pasa es que el edificio estaba mal construido y por eso los fenómenos tan raros. Además, y como siempre pasa, culpaban a los dueños del inmueble de lo que hubiesen visto. Los acusaron una y mil veces de ser una parranda de drogadictos, de alcohólicos y de no sé que más cosas. Todo eso inventado para que la gente no tuviera que creer en lo que no entendía.

 Tantas habían sido las acusaciones que la familia, lo que quedaba de ella en todo caso, había decidido irse de la ciudad y no decir a nadie adonde habían ido a parar. Y lo hicieron bien pues nadie nunca supo que pasó con ellos, ni los que habían sido sus amigos, ni los vecinos más cercanos ni siquiera los familiares que habían dejado atrás y que habían estado con ellos durante los momentos más difíciles de todo el proceso. Porque lo que sucedió no pasó en un día sino en muchos.

 Sobra decir que nunca hubo un muerto o al menos no en el sentido definitivo. El único afectado del 11B había sido el padre de la familia que, en circunstancias que solo el hijo mayor conocía, había quedado paralizado frente a la puerta principal de la casa. Sus ojos se movían pero su cuerpo no y así seguía todavía en el hospital general de la ciudad. La familia no había dejado nada para que lo cuidaran y fue la ciudad la que se encargó de él. No costaba mucho hacerlo pues era un cuerpo tieso en una cama que a veces giraban a un lado o al otro y bañaban un par de enfermeras con cuidado. Nadie creía que pudiese durar mucho más.

 Lo que más daba miedo es que decían, y es que nadie había visto al padre en mucho tiempo como para saber si era verdad, que todavía podía mover los ojos a pesar de tener el cuerpo congelado. Eso le daba a uno la impresión de que había quedado paralizado del susto y que no se había muero por alguna anomalía que nadie nunca sabría que era. El hijo mayor estaba en shock cuando el resto de la familia los sacó del edificio y pudieron llevarlos a un hospital. El hijo lloraba casi todo el tiempo y por las noches gritaba. No soportaba ya la oscuridad y si lo dejaban solo por mucho tiempo, pues pasaba lo mismo. Una enfermera tuvo que quedarse a su lado todo el tiempo que estuvo en el hospital.

 Al cabo de un par de semanas, el chico se mejoró pero no quiso decir nada de lo sucedido. Regresó a casa apenas le dieron de alta y nunca salió hasta que se fueron definitivamente de la ciudad. Cabe decir que ellos no vivían en el 11B. Ese era un apartamento que tenían en arriendo. La familia vivía en el 11C, que quedaba justo cruzando el pasillo. Cuando ocurrió lo que nadie sabía explicar, los hombres de la familia habían estado revisando cuales eran los arreglos que habría que hacerle al lugar para por fin poderlo alquilar.

 Los inquilinos más viejos se acordaban de ellos cuando habían llegado al edificio, hacía apenas unos cinco años. Eran de esa gente feliz, de esos que viven saludando y con una gran sonrisa en la boca. Eran amables como pocos e incluso invitaron a una pequeña fiesta cuando se mudaron. Ese día fue en el que empezó todo pues el 11B era el lugar elegido para la fiesta en medio de la tarde. Por piso edificio tenía solo tres apartamentos, así que cada uno era bastante grande y con varios cuartos y pasillos. Esto era porque era un edificio de los viejos, de los que ya no se hacen y por eso la familia quiso reformar para poder alquilar.

 En todo caso eso nunca llegó a ningún lado y hoy el 11B sigue igual o peor de derruido que siempre. En la fiesta de bienvenida pasó lo primero: según una de las niñas de los vecinos, ella jugaba en un cuarto con otros niños y entonces empezó a sentirse rara. La mamá le preguntó si había tenido dolor de estomago o mareo y le dijo que era otra cosa, más difícil de explicar. El caso es que juró haber visto algo así como una mancha moviéndose por la pared y entonces una raja empezó a aparecer allí frente a ella, una grieta enorme que casi parte la pared en dos.

 La alegre familia se dio cuenta entonces que tenía un reto más que grande encima, puesto que el edificio entero parecía tener problemas estructurales. La niña obviamente estaba muerta de miedo pero nadie le dio mayor importancia a lo sucedido. Y entonces empezó todo de verdad: los niños de la familia sintieron algo que los acosaba de noche, que los tocaba y los empujaba y a veces los halaba. Las luces se prendían o apagaban cuando querían, el agua a veces se comportaba extraña. Fue la madre la que dijo haber visto gotas flotando en el baño.

 Pero de esto solo hablaron después, en los pocos días que hubo entre el accidente del padre y la salida definitiva del edificio. Fueron la madre y la hija mayor las que hablaron al respecto pues sentían que debían hacerlo ya que sus mentes estaban demasiado torturadas, necesitaban hablar de todo lo que habían visto o enloquecerían. Además, ninguno de los hombres estaba en condición de decir nada.

 Esto lo hablaron con algunas personas de confianza y fueron ellos quienes pasaron la información a los medios y a otras personas, así que jamás se podrá estar muy seguro de la veracidad de todo. Incluso si la madre y la hija sí hubiesen dicho esas cosas, habría que creerles y eso ya era una tarea monumental pues lo que decían no tenía ningún sentido. Se les preguntó porque nunca denunciaron o porque simplemente no se fueron antes y ellas respondieron que siempre pensaron que todo eso pasaría y que podrían haber sido ideas de ellas.

 Pero entonces las imágenes que se veían, las respiraciones, los gritos lejanos y demás, empezaron a ser más y más frecuentes e incluso la familia decía que los notaba desde su apartamento. Era como una energía oscura, algo muy extraño que parecía tener la cualidad de atraerlos de una manera que los hacía sentir enfermos pero casi lujuriosos de ver que era lo que sucedía en el 11B. Por eso los hombres decidieron ir a arreglar en medio de la noche, algo a lo que nadie nunca le encontró una explicación que tuviese el mínimo sentido.

 Se supone que querían arreglar las conexiones eléctricas y por eso el padre se quedó en la sala desarmando varios enchufes y el hijo fue a la cocina a hacer funcionar la lavadora y la nevera. Al comienzo, no pasó nada y todo empezó a funcionar como debía. Pero cuando estaban celebrando con gritos de jubilo, las luces se apagaron en todos lados excepto donde cada uno estaba. Entonces empezaron los ruidos en la cocina. Las puertas de la alacena se abrían, caían al suelo sin hacer ruido y el chico veía adentro serpientes y arañas y demás criaturas horribles. Con otro estruendo, el piso cedió y media nevera se incrustó en el piso.

 Entonces fue que vio unos ojos amarillos en un rincón oscuro y ese oven gritó como jamás nadie volvió a gritar en el mundo. Su sangre hirvió y lo ayudó a correr hasta la sala por entre la oscuridad, en la que sintió manos y piernas y voces que le decían cosas que jamás podría repetir. Cuando llegó a su padre, este ya estaba como congelado frente a la puerta. El cuerpo tenía las manos extendidas y en la puerta había arañazos. Su padre se veía tensionado y entonces fue que puso ver que los ojos todavía se movían. Lo hacían con velocidad, rápidamente y como alertando de algo que venía.

 Y entonces el muchacho se dio la vuelta y no se sabe más. Al menos no de parte de ninguno de ellos. Las mujeres, madre e hija, y los dos otros niños pequeños, escucharon desde el 11C un estruendo enorme como si algo se hubiese derrumbado al otro lado de la puerta. Pero cuando abrieron para ver que pasaba, encontraron que la puerta del 11B había volado del marco y solo estaban allí el padre petrificado y el hijo muerto del susto, temblando.


 Las mujeres hablaron solo una vez y después no se les vio más. A las dos semanas se fueron de la ciudad con el hijo que todavía no podía pronunciar palabra. Y el apartamento sigue allí. El 11B sigue produciendo ruidos y ocurrencias extrañas que solo los niños metiches ven y luego no saben como manejar. Y también está el 11C y su desolación máxima, pues todo sigue allí tal cual lo dejaron. De hecho, hay algo que cambió. Y es que lo que sea que hay en el 11B, terminó pasando el pasillo y conquistó el territorio de la que alguna vez fue una familia feliz.

viernes, 12 de febrero de 2016

Límites

     - Yo siempre pensé que era un idiota, pero no a este nivel.

   Luis se paseaba de un lado a otro del corto pasillo del hospital, frente a la puerta donde tenían en una cama al pobre idiota de Erick. Ese extranjero, siempre con expresión de perdido, de no estar en el lugar cuando se le estaba hablando. Lo ocultaba detrás de su torpe manera de hablar que, como para todos los extranjeros, les sirve de ventaja y desventaja. Les hace parecer más interesantes de lo que son, más misteriosos incluso y los hace graciosos. Pero como los excesos molestan a cualquiera, a veces podía ser una fastidio oír ese maldito acento por tanto tiempo.

- Es que yo no entiendo. ¡No puedo creer que hayan sido tan idiotas!

 Le hablaba a Roberto, un tipo alto y algo gordo, que llevaba gafas y tenía la expresión de estupidez más clara que se haya visto de este lado del océano Atlántico. Hay que decirlo, el tipo idiota no era pero no se ayudaba tampoco. Tenía trabajo, tenía responsabilidades que a muchas personas, como Luis, le habría encantado tener. Pero Luis no era de allí y él sí. Por eso le era todo más fácil y más obvio, por decirlo de alguna manera. Luis se sentó finalmente, a una silla de Roberto, moviendo una de sus piernas con desespero y sacando el celular para ver la hora.

- Y ahora ver cuanto se demora esto… Es increíble, de verdad.

 Eso lo decía Luis más para si mismo. Podía parecer hipócrita que pensara lo que pensaba de los extranjeros siendo él uno mismo pero para él eran más extranjeros, o extranjeros de verdad, aquellos que no hablaban el mismo idioma. Era una de esas muchas categorías y diferenciaciones que hacía en su cabeza para tenerlo todo más organizado y claro. Era una persona así, pragmática y siempre tratando de simplificar las cosas al máximo. Lo hacía porque odiaba las sorpresas, odiaba lo que se salía de la norma y lo que no cuadraba con nada. Los horarios y planes le encantaban. Esta visita al hospital era todo eso que no soportaba.

- Habrá alguna máquina de algo en este piso?

Pero Roberto no tenía ni idea. En ese momento tenía la cabeza en blanco, no pensaba en nada más que no fuera la imagen de Erick tirado en el piso convulsionando como loco. Su pelo color zanahoria había resaltado contra el suelo de madera y la espuma, mezclada luego con vomito y orina era una imagen que simplemente nunca se le iba a borrar, en especial por haber ocurrido en su cuarto. Tenía los olores incrustados en la mente, el terror de no saber que hacer y el desespero de tener una responsabilidad que ni sabía que había tenido en sus manos hasta entonces.

 No sé.

 Luis lo miró con fastidio. No porque no supiera donde había una máquina para comprar un simple café, sino porque sabía que la vida mental de alguien como Roberto se resumía en esas dos simplonas palabras. La verdad era que ninguno de sus compañeros de apartamento le caían mal. La verdad le eran un poco indiferentes, pues sus habitaciones estaban a un lado y la de él y el otro inquilino al otro. Pero cuando hacían sus fiestas improvisadas, el sonido siempre llegaba a sus oídos, justo en ese momento en que lo que quería era dormir y descansar de un día difícil. No, ellos elegían la música y la droga y el alcohol.

- Pueden seguir.

 La enfermera se había asomado por la puerta de la habitación. Ellos la miraron de golpe, pues no se habían dado cuenta de su presencia. Se incorporaron y entraron a la habitación, a la vez que un doctor y un par de enfermeras salían de la habitación. Solo quedaron con ellos otro doctor y la enfermera que los había hecho pasar. Le explicaron lo que había pasado pero no hacía falta alguna. Lo que había pasado era de una obviedad inmensa y era lo de menos para Luis y para Roberto aunque por razones distintas. Escucharon sin decir nada y esperaron a que se hubiesen ido los otros dos para mirar a Erick.

- ¿Como te sientes? – preguntó Roberto.
- No va a contestar. – respondió Luis, fastidiado.

 Tenía un tubo metido en la boca y otros en la nariz. Estaba despierto pero no listo para una conversación larga y tendida. Además que pregunta le iba a hacer a Erick? Era obvio que se habían pasado, era obvio que él ya estaba más allá de todo con ese cuento estúpido de las drogas. Luis no se lo reservó, sino que arrancó a decirlo, como un torrente de palabras que taladraban los oído de Roberto. Le dijo que era su culpa pues había empujado a un tipo ya obsesionado con la marihuana a fumar más y más, le acolitaba las estupideces y no era su amigo, sino un cómplice.

- No te puedes lavar las manos.

 Luis dijo esto mirando a Erick, casi sin poder contener la rabia. Él había visto las líneas de cocaína sobre el vidrio de la mesa de trabajo de Roberto. Él había levantado a Erick para despertarlo, para mantenerlo alerta mientras habían llegado los paramédicos. Tenía toda la autoridad moral para gritarles todo lo que se le diera la gana.

- Tus padres. Ya saben?

 Erick sacudió negativamente la cabeza. Luis entornó los ojos y le dijo que los llamaría apenas supiera el número. Instintivamente miró la mesa de noche al lado de Erick y vio un celular. Sin vacilar lo cogió y empezó a buscar en la libreta de teléfonos. Roberto de pronto despertó de su trance y le dijo que no hiciera eso, que no podía coger lo que no era suyo. Luis le dirigió una mirada de odio y le recordó que si no fuera por él no estarían aquí. Y que ya eran muy viejos para seguir jugando jueguitos idiotas. Marcó un número listado y pronto estuvo hablando, llamada internacional, con el padre de Erick. O el hombre era otro idiota o los irlandeses tienen una manera muy rara de reaccionar a las noticias. En todo caso, estaba hecho.

- Apenas me vaya llamo a la dueña del apartamento para que limpien.
- ¿Qué?

 Luis le dijo que él no iba a limpiar nada y aprovechó para decirle a Roberto que seguramente él tampoco sabría como hacer nada de limpieza, y mucho menos para quitar ese olor tan horrible. Erick parecía querer decir algo y Luis lo miró, tratando de tranquilizar su mirada. Lo miró fijamente y a  Erick se le llenaron los ojos de agua, como si fuera a llorar. Pero eso no tenía sentido. Para Luis llorar estaba de más, ya era muy tarde para eso. Ya no había manera de arrepentirse ni de deshacer lo que había hecho ya.

- La próxima vez que te quedes dormido en un tren porque has metido quien sabe cuanto o   andas borracho o ambos, yo me pondría a pensar en el estado en el que está mi vida.           Inténtalo alguna vez. Pensar no les vendría mal a ninguno de ustedes.

 Y apenas dijo esas palabras, se fue. En la habitación quedaron en silencio el resto de la visita, apenas intercambiando miradas que ya no eran cómplices como lo habían sido tantas veces antes. Eran miradas ahora de miedo y de culpa, de realización que la vida no es un juego para siempre, que las acciones tienen consecuencias y que no se puede ir empujando el limite de las cosas porque en algún momento se podría dar uno cuenta que esa frontera ha quedado bien atrás y que ya no hay como regresar, como esta r de nuevo en ese nivel estable del pasado.

 Roberto le habló por fin a Erick, de las cosas que siempre hablaban. De música y de mujeres y cosas por el estilo. Esa era su manera de siempre, escapar al momento y no hablar de las cosas que había que hacer. Así como en el apartamento no se encargaba de sus cosas, en la vida escapaba de lo que de verdad importaba.


 Luis no fue a la casa luego de ir al hospital. Se fue a un bar a tomar algo y a comer pues no había comido en todo el día. Mientras masticaba su emparedado de salami, recordaba la escena que había visto tan temprano en el día y se dio cuenta que estaba cansado, que había perdido dinero inútilmente, que no tendría tiempo de llegar a clase y que estaba cansado y no era ni mediodía. Se tomó una cerveza y pidió otro emparedado para llevar y luego fue a recostarse. Más tarde empujaría solo un poco su frontera, a su modo, sin peligro de muerte. Y lo haría porque sabía qué y cómo hacerlo, sin errores de hombres que se sienten orgullosos de ser unos niños.

sábado, 30 de enero de 2016

El cuento de Xan Xi

   El caballo galopaba casi sin toca el suelo. Verlo a semejante velocidad era increíble, con su piel negra como la noche y su crin larga y suave al tacto. No era como los demás caballos que usaba la corte para su uso personal y eso era porque no había sido criado por los hombres que manejaban el estable. Este caballo, apodado Bruma, era la propiedad de una princesa. Y no de cualquier princesa, sino de Lady Xan Xi. Al oír su nombre, en cualquiera de los rincones del reino, la gente sabía de quién se estaba hablando cuando se referían a ella. Había historias, como la del caballo, o como la de cómo había estrangulado a una serpiente que había entrado en su cuna cuando era solo una bebé.

 Xan Xi era la hija de uno de los hombres más poderosos de la región sur y por eso nadie se oponía a nada de lo que ella dijera y era más respetada que muchos de los hombres más valientes del reino. Esto era por su presencia, que desde niña había sido imponente a pesar de su corta estatura. Desde los siete años había empezado a entrenar a Bruma y ahora que habían pasado diez años de esos días, los dos eran un equipo bien aceitado y listo para cualquier misión.

 Sin embargo, sus padre y los demás hombres todavía la consideraban solo una mujer, una muy fuerte de carácter y con convicciones sólidas pero una mujer de todas maneras. Cuando quiso entrenar para usar la espada se lo impidieron y tuvo que ella aprender en privado, lejos de la vista de cualquier miembro de su familia. Solo una de sus doncellas sabía que Xan Xi era versada en el arte de los puñales, armas peligrosas pero elegantes.

 El peor momento para la joven princesa fue el anuncio de su compromiso con un príncipe que ni siquiera conocía. Él era de la región norte, un lugar metido en montañas nevadas y valles abruptos. Ella de eso no sabía nada pues en los veranos siempre iba a la playa y la región sur de montañas no sabía mucho, solo una que otra colina solitaria. La idea de casarse la mantenía despierta en la noche y decidió no fingir alegría por el evento. Ella solo quería estar sola, disfrutar estar sola y seguir haciendo lo que le gustaba. Los hombres eran controladores y sabía que la mayoría de ellos le impedirían ser feliz.

 No planearía nunca escapar de su compromiso, pues hacerlo deshonraría a su familia y a si misma. Ella quería casarse, pero no en ese momento, no tan joven y sin haber vivido apenas. Quería saber más de todo para así ser una esposa más completa y no solo estar con su marido sino saber como apoyarlo y ser prácticamente un equipo. Creía que eso podía pasar pero a veces veía su mundo a los ojos y se daba cuenta que lo que soñaba era casi imposible.

 Su madre estaba feliz arreglando todo lo debido para el matrimonio que, según la tradición, debía celebrarse en casa de la novia. Es decir que su prometido, fuese quien fuese, debía viajar por largo tiempo para casarse y al día siguiente viajar de vuelta a su región pues la tradición también decía que los matrimonios debían desarrollarse en la región del novio. Así que todo era dar muchas vueltas, estar juntos casi por obligación más que por convicción de cada uno. A Xan Xi no le gustaba sentirse obligada.

 En las noches, después de ir con su madre a comprar telas para los vestidos que iba a usar en su boda y de ver miles de arreglos florales, practicaba con vehemencia su lanzamiento de dagas con la única compañía de su doncella, que siempre tenía miedo de que alguien las descubriera. Pero eso no iba a pasar porque nadie irrumpía así como así en los cuartos de una princesa. En eso las reglas y tradiciones iban a su favor y había ocasiones, pocas eso sí, en las que se sentía baja por utilizar su herencia a su favor.

 Con frecuencia le pedía a su padre que la dejara salir con Bruma de la casa, que era enorme, para poder conocer mejor la ciudad y sus alrededores. Era increíble, pero a pesar de haber vivido toda su vida allí, poco conocía de la gente y de las costumbres que ellos tenían, que debían ser más flexibles. Su padre siempre se negaba, diciéndole que para eso tenían un jardín amplio, para que su caballo lo pateara todo si quisiera y allí entrenara lo debido. Además le recordaba que ejercitar demasiado podría ser malo para ella, por ser mujer.

 Ese día solo se sentó al solo en el jardín y alimentó zanahorias a Bruma. Él la miraba con lo que ella creía era lástima y eso era ya demasiado. Miraba los muros a su alrededor y se daba cuenta de que toda su vida estaría encerrada entre cuatro paredes, fuese protegida por sus padres o por un marido que seguramente jamás llegaría a conocer bien, como al pueblo donde vivía o a sus mismos padres, a quienes veía poco para ser una princesa tan respetada y conocida, más que todo por aquellas pinturas que hacían de ella en los veranos.

 Se alegró una noche que su doncella, más temblorosa que de costumbre, le trajo una cajita pequeña y le dijo que eran un regalo traído de tierras lejanas, algo que seguramente a ella le gustaría. Por un momento pensé que se trataba de algo relacionado a la boda pero resultó ser un conjunto de cinco estrellas hechas de metal, todas afiladas tan bien que cortó uno de sus dedos al apreciarlas. Su doncella envolvió el dedo en tela y se apuró a traer algo con que curarla pero cuando ya estaba afuera gritó y la joven supo que debía esconder su regalo rápidamente, pues algo sucedía. El pedazo de tela en su dedo se iba manchando más y más de sangre sin ella darse cuenta.

 Salió de la habitación y vio que su doncella estaba en el piso. En la entrada había un caballo pardo, cubierto de sangre que no era suya. En el suelo un hombre moribundo en los brazos de su doncella. La mujer lloraba y trataba de hablar con el hombre que solo pudo decir una frase antes de cerrar los ojos para siempre: “Su prometido a muerto”.

 Xan Xi no podía creer lo que escuchaba. No entendía si lo había entendido bien o si había oído algo que quería escuchar. Pero el hombre ya estaba muerto y no había más que hacer. Mientras ella reaccionaba, la doncella gritó por todos lados y pronto muchas más personas estuvieron allí. Su padre envío mensajes a todos los rincones del reino para saber que sucedía y la respuesta definitiva llegó la mañana siguiente: en efecto el prometido de Xan Xi había muerto. Pero había sido a manos de un clan inconforme que decía tener posesión de la buena parte de la región norte. Era la guerra.

 La palabra hizo llorar a su madre y a su padre lo cubrió un halo de tristeza extraño. Estaba claro que no quería pelear ni derramamiento de sangre pero ya era muy tarde para eso. Ordenó organizar un grupo de hombres en la ciudad y trataría con otros señores de organizar un ejercito del sur. Tratarían de convencer a las otras regiones de unirse y tomar por la fuerza el orden en el norte e imponer la paz a cualquier costo. Desde ese día se vieron más y más hombre en la casa, yendo y viniendo con armas y caballos e incluso explosivos.

 La joven aprovechó el caos para escabullirse a la ciudad y allí se dio cuenta del caos reinante: la gente estaba tan asustada que no le importaba quién era ella. Nadie pareció reconocerla o no les importaba ya, se oían rumores de cabezas cortadas por los rebeldes y de incursiones en más territorios. En casa, su padre aseguraba a los demás que la única oportunidad real era tomando el palacio del norte pero al ser una fortaleza no tendrían oportunidad.

 Ella lo oía todo escondida, casi sin respirar. Pero tuvo que salir y revelarse cuando un consejero le dijo a su padre que solo un lugar tenía planos detallados del lugar y ese era el monasterio del mar del Este. El arquitecto de la fortaleza se había retirado allí cuando viejo y los monjes habían heredado todas sus pertenencias al morir, incluyendo mapas, planos y dibujos. El problema era que los monjes estaban cerrados al mundo y no dejaban entrar a nadie, ni mensajes.

 Entonces Xan Xi, sorprendiéndolos a todos, y le pidió a su padre que la dejara ir al monasterio a hablar con los monjes. Después de todo ella era una mujer conocedora de las escrituras y podría convencerlos de darle uno de los planos, que ella podría entregarle a su padre a medio camino hacia el norte.

 Él se negó pero ella lo único que hizo fue coger de la mesa un abrecartas y lanzarlo a una pared, donde quedó clavado justo en su pequeña imagen, en un cuadro hecho hacía años. Le pidió a su padre que la dejara hacer su parte por la nación, para honrar a su familia. Creyéndola acongojada por la muerte del prometido, viendo el fuego en sus ojos y sabiendo que ningún hombre entraría nunca a un lugar tan sagrado como ese lejano templo, el padre finalmente decidió aceptar.


 Así fue que la princesa Xan Xi montó en su corcel y se dirigió a todo galope al monasterio del Este, un lugar remoto entre montes de forma extraña y el olor del mar. Y en su caballo la joven alegre pero segura de su fuerza y habilidad, lista para hacer que su padre y su nación se sintiesen orgullosos de tener una mujer de su calibre entre ellos.

martes, 19 de enero de 2016

Crecer

   Las cosas cambian en la vida, no todo puede quedarse exactamente igual, como si nada sucediera. Siendo jóvenes, todos pensamos que lo que vendrá después será mucho menos divertido, menos atractivo y ni un poco interesante. Algunos se lo toman a pecho entonces y deciden hacer todo lo posible para hacer sus juventudes memorables y así tener “algo que contar” cuando sean mayores y viejos, por allá a los cuarenta.

 Gloria, a quién no le gustaba mucho su nombre pues todo el mundo decía que era de señora mayor, estaba en ese momento de su vida, en la frontera entre la juventud y las responsabilidades. Había seguido estudiando después de terminar la carrera de cine, pues en ese ámbito ella creía que había que especializarse en algo o sino nunca destacaría en nada. Además, había estado buscando trabajo como loca por un tiempo y no había encontrado nada, así que no era mala idea seguir estudiando mientras salía algo.

 Por fin, a pocos meses de terminar su especialización, la llamaron de una productora y le dijeron que buscaban a alguien para que los ayuda en la producción de varios tipos de productos audiovisuales. Ella supo que, aunque sonaba como un cargo lleno de responsabilidades y trabajo, seguro no lo sería pues no le darían el mejor lugar a una novata. Pero igual fue a la entrevista y se llevó muy bien con el hombre que le hizo las preguntas. Ese hombre, que terminaría por contratarla, se llamaba Raúl y sería su jefe directo. Todo lo que hiciese, debía reportárselo a él.

 El trabajo era sencillo y, más que todo, de oficina. Debía redactar documentos, pasar cifras de un lado a otro, hacer presupuestos y cosas por el estilo. Raúl le dijo que, por el momento, no iba a ver mucho de rodajes o cosas así pero que eventualmente podría pasar que la necesitaran para visitar locaciones y negociarlas o con actores o cosas por el estilo.

 Ella estaba feliz y compartió la noticia de su nuevo trabajo con sus amigos. La verdad era que el plural parecía ser demasiado extenso para el caso porque eran solo dos sus amigos de la universidad, Laura y David. Fueron a tomar algo juntos y se dieron cuenta que ya no eran jovencitos, ya no eran los que habían sido cuando se habían conocido años atrás en la universidad. Cada uno estaba haciendo lo suyo con su vida, a su manera, y había crecido acorde. La verdad era que, por alguna razón, parecía una conversación triste pero no lo era.

 Decidió celebrarlo saliendo a bailar el siguiente viernes. Se dieron cita en un bar, desde donde saldrían a la discoteca que Laura había propuesto. Ella llegó con su novio, David solo y Gloria también. En el bar tomaron unas cervezas y hablaron de tonterías, chismes de la televisión y noticias recientes, nada muy elevado.

  A las dos horas estaban en la discoteca y Gloria se dio cuenta allí, de golpe, que la idea tal vez no había sido la mejor del mundo. La música estaba tan fuerte que era más ruido que música. Había mucho humo en la entrada, de toda la gente que salía a fumar y adentro casi no había lugar para moverse: si alguien bailaba como era debido era casi seguro que golpearía a varias personas sin habérselo propuesto.

 En el lugar se encontraron con un grupo de personas de la universidad. Los saludaron como mejor pudieron (gritando y sonriendo) y se unieron a ellos como por no hacerles el desplante de quedarse aparte. Era una de esas cosas que uno hace por no caerle mal a los demás, como si eso fuera lo peor que pudiese pasarle en la vida. A Gloria le venía mal porque tuvo que contarle a cada persona la razón por la que estaban festejando y tuvo que aguantar los falsos deseos de cada uno de ellos. Ninguno la conocía más que de vista entonces sabía que eran deseos infundados.

 Hacia las dos o tres de la mañana, la joven y sus amigos salieron por fin de la discoteca. Pero del otro grupo uno llamado José, que conocían mejor pues habían estudiado la carrera con
preguntó si quierían ir a a su na, cuando ya era menos peligroso moverse por la ciudad.
o grupo uno llamado Josuedarse aparte. él, les preguntó si querían ir a a su casa, que quedaba cerca, a tomar algunas más y allí esperar a la llegada de la mañana, cuando era menos peligroso moverse por la ciudad. A Gloria no le llamaba nada la atención irse a la casa de nadie, pero Laura y su novio le recordaron los robos y demás crímenes que habían tenido lugar en los días pasados. Era mejor cuidarse.

 La casa de José era tan cerca que caminaron. La mayoría de sus amigos fueron también. En el camino, Gloria llamó a su madre y le aviso que llegaría más tarde y que descansara tranquila. Cuando colgó, ya estaban entrando al edificio. El apartamento era típico de un hombre solo: todo por el piso, como esperando que algún fantasma se pusiera a recoger todo y ponerle en su lugar. La cocina se veía asquerosa, con platos acumulados y otros con comida a medio terminar.

 Se sentaron en dos sofás viejos y los amigos de el dueño de casa repartieron cervezas que habían comprado de camino al lugar. Gloria les dijo que no tenía dinero para pagarles y ellos le dijeron que no se preocupara. Entonces vio como empezaban a hablar de cosas que ella no entendía mucho y terminó por darse cuenta que hablaban de drogas, tema que ella nunca habían entendido bien pues alguna vez había fumado marihuana con Laura y David y le había parecido lo más aburrido del mundo.

 Sin hacerse esperar, empezó a aparecer la consabida droga y fueron pasándola como si se tratase de la piedra filosofal.

 Gloria la pasó y la verdad era que ya se arrepentía de haber venido. Tenía sueño, le dolía el cuerpo y prefería descansar para poder aprovechar el sábado. Pensaba organizar un poco su cuarto, invitar a su madre a comer algo sencillo y de pronto ver con ella una de las películas que tenía por ahí guardadas.

 Ni Laura, ni su novio ni David fumaron marihuana pero todos ellos vieron a los demás fumar y tomar y fumar y tomar por unas tres horas al menos. El tiempo parecía no querer avanzar y lo peor no era eso sino el nivel de la conversación del grupo de personas que tenían en frente. Hablaba cada uno de sus proezas con el alcohol y las drogas, qué, cómo, cuando y dónde habían consumido y que les había sucedido entonces. Por lo visto había algo que Gloria no entendía porque dichas anécdotas le resultaban de una estupidez extrema. Y no porque se pensara mejor que ellos sino porque en toda la noche no habían hablado de nada más interesante.

 Fue más tarde, cuando Gloria se sintió más visiblemente molesta, pues los hombres y las mujeres habían empezado a hablar por separado y mientras que las chicas hablaban de superficialidades de rigor, los hombres habían comenzado a hablar de chicas y la forma en que lo hacían daba asco. Gloria los escuchó, a José y un amigo de él, cuando fue al baño un momento y estuvo a punto de salir a golpearle en el estomago, pero se controló.

 Sin embargo, cuando el dueño de casa le dijo que era una “aburrida” por no fumar marihuana, Gloria solo le dirigió una mirada de asco, se levantó y se fue de allí. Casi corriendo, sus amigos la siguieron. Cuando la alcanzaron, ella ya estaba pidiendo un taxi por su celular. Mientras esperaban, ella les explicó que ya había pasado ese tiempo en que la gente deja que le digan lo que se les de la gana a la cara, en que todo hay que tragárselo por temor a que los demás crean que nos es alguien interesante, como ellos creen serlo.

 Durante el viaje a casa, que fue más bien rápido, los amigos no se hablaron entre sí. Cada uno pensaba en sus cosas, la pareja incluida. Después de dejar a Gloria dejarían a Laura y después los hombres llegarían a sus casas, algo más tarde. Más tarde ese día, Gloria supo que había madurado pues se dio cuenta que se había puesto de pie cuando jamás lo había hecho, había defendido su voz frente a los demás. Eso la hacía sentirse orgullosa de si misma, como si fuera nueva.

 Le hizo el desayuno a su madre y juntas hablaron toda la mañana de varios asuntos, desde el pan con el que comieron los huevos hasta la crisis de refugiados. Y el lunes siguiente pasó lo mismo con las personas del trabajo. No solo hablaron del trabajo sino también del cine y de sus gustos personales y aficiones, de sus familias y de cosas que parecían ser tontas pero que en verdad no lo eran.

 Así fueron todos los días en los que Gloria trabajó allí. Conoció mucha gente que valía la pena y que tenía algo que decir en el mundo. Si tenían miedo, no se les notaba pues hablaban de lo que hablaban con una seguridad inmensa y una calma ejemplar. A Gloria se le fue pegando algo de eso, fue aprendiendo a ser una persona más construida, mejor.


 Con sus amigos se veía seguido y habían decidido siempre hacer planes que siempre disfrutasen y no obligarse a nada. Además, y todos tenían responsabilidades y la verdad era que esa estabilidad, después de la inseguridad de la juventud, era bienvenida. Tenían cosas que decir, no se enorgullecían de estupideces que no significaban nada, tenían la fuerza para aprovechar la vida y golpear a los miedo en la cara, en vez de justificarse por cada paso que tomaban. Al fin de cuentas, habían crecido.