Mostrando las entradas con la etiqueta muebles. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta muebles. Mostrar todas las entradas

martes, 24 de marzo de 2015

Sintra

   El día no prometía mucho pero de todas maneras ya estaba yo allí y no había manera de volver. El tren no se había demorado mucho entre la ciudad y el pueblo. Lo entretenido, al menos para mí, de este paseo, era que las caminatas eran largas y por escenarios majestuosos, a juzgar por las fotografías que había encontrado en internet. Tenía mi cámara y mi celular listos y había tratado de desayunar lo mejor posible, aunque con el presupuesto de un estudiante eso era bastante difícil.

 El tren nunca se llenó y fuimos pocos los que descendimos en la última parada. El pequeño poblado parecía de fantasmas, sin un alma a la vista por ningún lado. La verdad es que ese no era el pueblo al que yo quería ir. Para ir eso había que seguir las indicaciones que señalaban el inicio de los caminos de las montañas. El primer tramo, al lado de una carretera, fue bastante tranquilo y apacible. A un lado, la hermosa montaña llena de árboles y algunas casas de arquitectura particular. Del otro, un acantilado pero no muy profundo. Más calles y casas del poblado habían sido construidas allí, donde alguna vez hubo un río.

 El primer tramo terminaba en el verdadero pueblo, un pequeño montón de casas en lo que parecía un promontorio de la montaña. La vista la dominaba un palacio que tenía más cara de fábrica que de otra cosas. Me acerqué al lugar y vi que era el primero de varios museos que iba a encontrar ese día. Había un puesto de información donde un aburrida mujer me permitió tomar los folletos que quisiera. Los tomé en varios idiomas y de cada sitio de la montaña y los guardé con cuidado en el fondo de mi maletín. Solo dejé uno fuera para tener a mano, esperanzado de que gracias a ese montón de papel no me perdiese en la neblina que había empezado a bajar lentamente por la ladera de la montaña.

 El palacio resultaba mucho más hermoso por dentro que por fuera. Pagué la entrada más cara, para visitar todos los sitios, y seguí paseando por el lugar. Es hermoso caminar por las antiguas moradas de la gente e imaginar que pudo haber ocurrido en dichos corredores hace unos cien, doscientos o hasta quinientos años. Quien sabe que secretos se murmuraron o que discusiones rebotaron de muro a muro. Lo mejor fue ver los objetos, aquellos quelos antiguos habitantes de la casa habían utilizado. Sin problema, pude imaginarme vistiendo las extrañas ropas del siglo XVII, sentado a la mesa comiendo algún plato que fuese típico de la región. Tal vez faisán o alguna otra ave de caza?

 Estoy seguro que los pocos turistas que me acompañaban me miraban un poco extrañados al ver que sonreía como un tonto cada vez que miraba alguna de las piezas o cuando me quedaba demasiado tiempo mirándolo todo. La verdad no es algo que me importase entonces o ahora. En los museos, detesto cuando la gente camina rápido y simplemente creo que se trata de un circuito de carreras o algo parecido. No, para mi un museo es más un templo que cualquier otra cosa. Es prácticamente un cementerio, un lugar adonde mucho de nuestro pasado va a morir. Obviamente que no todo muere y mucho se transforma pero lo que no perdura, lo físico, va y encuentra su lugar en un museo y eso para mi merece el más profundo respeto.

 Cuando salí del palacio, abrí el mapa y me propuse caminar al siguiente sitio con prontitud. El día cada vez empeoraba y para ser las diez de la mañana, el clima parecía anunciar el final de la tarde. Lo mejor era ir primero a los palacios de la parte alta del bosque y luego seguir con los demás sitios que quedaban un poco más retirados. Lo bueno era que todo estaba debidamente señalizado, como en pocos sitios. La caminata fue buena hasta que la lluvia empezó a caer y debí abrigarme solamente con mi chaqueta. Para mi sorpresa, era muy efectiva pero no lo suficiente para alejar el frío. Ya estaba en pleno bosque cuando la lluvia pareció ceder. Era un lugar hermoso, igual de solitario que los demás.

 Es la verdad cuando digo que mi cabeza estuvo a punto de explotar de tanto que había por fotografiar, por ver e incluso por sentir. Había pequeños lagos formando un jardín entre los grandes árboles y los caminos de piedra. Como no había nadie pude rendirme a mi imaginación y con facilidad pude verme como un caballero al mejor estilo de Robin Hood, usando flechas para cazar mi alimento y defender a quienes no podían hacerlo solos. El lugar también se prestaba para imaginar un encuentro romántico y fue ahí cuando mi imaginación se frenó y no trabajó más.

 Tenía que pensar en el amor, aquella cosa extraña y amorfa en la que ya no sé si creer o no. Por supuesto me hubiera encantado estar allí con alguien especial, compartiendo lo hermoso del lugar, seguramente tomados de la mano y dándonos besos cada cinco segundos. Pero para que desgastar mi imaginación, que solía ser tan buena, en cosas que ni siquiera la mente más brillante podía recrear con fidelidad? Porque si el amor existe, dudo que se pueda replicar y dudo que se pueda sentir sin que sea real. Pero como saber que es real?

 Menos mal la lluvia volvió y tuve que dejar de pensar en tontería para mejor encontrar un sitio adecuado para no bañarme más de la cuenta. Casi resbalo al llegar a las puertas del palacio más cercano, que se veía extrañamente sombrío bajo la neblina y la casi oscuridad en pleno día.  Era extraño porque las paredes estaban pintadas de colores y las torres tenían formas divertidas y estrambóticas. Se veía como algo sacado de un cuento de terror pero mezclado con algo demasiado alegre. Pero era un techo al que llegar así que, después de caminar por la calzada de acceso, entré al sitio donde, por fin, había varias personas que habían corrido a resguardarse.

 Decidí seguir al museo, a diferencia de las otras personas, para no quedarme mirando hacia fuera como un perro al que le urge salir a orinar. No, yo preferí explorar el lugar y pronto estuve inmerso de nuevo en mis elucubraciones imaginarias. El lugar, era obvio, siempre había servido como hogar. Había varias habitaciones, una gran cocina con cava y almacén, salones majestuosos con varios muebles y tapetes exquisitos. Que perfecto hubiera sido vivir en un lugar así, tan alejado de todo y tan bien adecuado para la vida humana. Claro que no cualquiera hubiera vivido allí pero eso no importa a la hora de imaginar.

 La lluvia por fin pasó y salí del lugar pronto, tratando de hacer que el día rindiera lo más posible. El sitio más cercano estaba en la colina siguiente. Eran más que todo ruinas y decían que desde allí se podía ver el mar y los pueblos costeros. Cuando llegué, era obvio que no se veía nada pero era otra situación diferente a las anteriores: el sitio era obviamente mucho más antiguo y era sobrecogedor de una manera diferente, por estar tan abierto a los elementos. Siendo alguien que se atemoriza fácil con la alturas, tuve que agradecer que la montaña estuviese cubierta de neblina porque allí abajo era un acantilado profundo, por todo el lado de la montaña.

 Llegué, como pude, a la parte más alta de las ruinas. Era difícil de caminar por lo estrecho de los caminos y porque el viento había empezado a soplar con fuerza, haciendo de caminar algo difícil y hasta peligroso, ya que no había ningún tipo de barrera que impidiera que alguien pudiese caer de las partes más altas. Tomé un par de fotos, de la neblina, las ruinas y las banderas en cada torrecilla, y luego descendí con sorprendente rapidez al camino principal. Mis nervios estaban de punta por la altura y ahora solo quería caminar.

 Siguiendo la carretera, caminando una media hora, estaba otro palacio que parecía ser muy bello, según una de las guías que tenía en mi maletín. Pensé que la caminata me relajaría pero no fue así porque la carretera tenía muchas curvas, no había un andén propio para caminar y, lo más importante, porque me perdí después de una bifurcación confusa. Tenía el presentimiento de haberme perdido pero como el mapa no era exacto era difícil de saber. Había casas a un lado y a otro y parecías residencias grandes pero, a diferencia de los palacios, eran lugares modernos y con vida.

 Decidí volver por donde había venido hasta la bifurcación. Tomé el camino correcto y, después de unos minutos, llegué a mi destino. Para acceder al palacio, había que atravesar un jardín. Era hermoso, con flores de todos los continentes, de todos los colores y con estanques y cañadas ornamentales. Tomé fotos pero esta vez no soñé despierto porque vi que había alguien más haciendo lo mismo que yo, solo que estaba de pie sobre una piedra cubierta de musgo. Tuve apenas el tiempo para reaccionar, tomándolo del brazo antes de que cayera con fuerza sobre la piedra y luego al estanque verdoso. Me agradeció y empezamos a hablar. Paseamos juntos por el palacio y decidimos almorzar juntos ya que él, como yo, estaba solo.


 Cuando la noche cayó, volvimos juntos a la ciudad y compartimos nuestros datos. Sin decir nada, se despidió con un beso en la mejilla y se fue a su hotel. Fue el final perfecto para un día ideal, en un lugar mágico.

sábado, 17 de enero de 2015

En Roma

   No estaba perdido ni nada parecido. Había mirado en el mapa que la solitaria calle por la que estaba caminando desembocaba directamente en una avenida más grande, que era donde estaba el museo que Marcos quería visitar. Estaba de paseo, solo, en Roma. Y hasta ahora todo había ido de maravilla. La gente parecía ser bastante amable y no entendía como existían rumores de que los romanos podían ser muy detestables. No eran exactamente los mejores conductores pero de resto, no estaban nada mal.

Marcos caminaba despacio por la calle empedrada, mirando a un lado y otro los hermosos edificios, que claramente eran más viejos que él e y que sus padres. Algunos habían sido visiblemente restaurados pero otros tenías las paredes cubiertas de moho y parecía que la pintura iba a caerse toda al mismo tiempo, un día muy próximo. De todas maneras tomó fotos de todo, como si quisiera luego reconstruir todo el lugar con esas imágenes.

Siguió caminando, tratando de no resbalar por las lisas piedras, y entonces llegó al frente de una majestuosa iglesia, con inscripciones en latín y relieves y esculturas en la fachada. Tomó algunas fotos y estuvo tentado a entrar pero se dio cuenta que las puertas tenían sendos candados puestos así que no hubo manera. Se dio la vuelta para seguir caminando pero entonces se estrelló contra un chico algo mayor que él que cargaba, con otro, una impresionante luz profesional, de las que usan para el cine.

- Disculpe.

Pero los hombres ni lo miraron, probablemente porque el objeto era muy pesado y las piedras en el piso hacían muy difícil la movilidad. Entraron la enorme luz por las puertas de un hermoso edificio, al que Marcos se acercó al instante. Allí afuera había otras luces de muchos tamaños y otros objetos de los que él no sabía nada. Miró por una ventana y vio que el interior del edificio era igual de impresionante que el exterior.

Había hermosos muebles y un papel tapiz precioso, que parecía ser verdadero satín. Del otro lado de la sala, llena de colores y brillos, se veía un patio interior iluminado con las luces en el cual había una fuente y varias personas iban y venían. Marcos se apoyó en el borde de la ventana y vio como una pareja se sentada en el borde de la fuente y recibía direcciones de un hombre con audífonos y una barba frondosa.

Los actores lo miraban y luego miraban lo que parecía un libreto en sus manos. La mirada iba de arriba abajo, como si verificaran lo que él decía. Frente a la ventana pasaron dos mujeres, que iban con un vestido de época muy bonito, de color azul cielo, y con un collar enorme que seguramente iba a ser usado por la misma actriz que usara el vestido.

Marcos estuvo viendo por la ventana varios minutos hasta que una mano se posó sobre él y casi lo hace resbalar sobre las piedras lisas. Se dio la vuelta para ver al chico de la luz, que le ayudaba a no caer cogiéndole el brazo. Marcos se incorporó rápidamente y se soltó de las manos del hombre.

- Gracias.
- Español? Yo hablo un poco. Italiano?

Marcos movió la cabeza negativamente. La verdad era que solo sabía algunas palabras y dudaba que una de ellas le sirviera de mucho en una conversación hecha y derecha.

- Gusta? – dijo el chico, señalando la ventana.

El chico turista tontamente volteó la mirada hacia allí, como si no supiera que por la ventana se veía como preparaban lo que seguramente era la siguiente escena de una película.

- Sí. De que trata la película?
- No película. Televisión.

Marcos abrió la boca, exagerando sorpresa. La verdad era que se sentía bastante incomodo, ya que el chico de la luz lo mantenía entre él y una pared. Además tenía la cámara colgando y un canguro color verde que lo hacía verse realmente estúpido. Pero eso no importaba en un museo o algún sitio turístico. Pero allí, lucía tremendamente estúpido.

Quieres entrar?

La invitación fue recibida por un asentimiento de cabeza de Marcos, que siguió al chico adentro de la casa. De verdad, el lugar era hermoso. Los muebles delicados, pintados de color dorado y tapizados con tela roja que tenía también bordado en hilo dorado. Algunas personas trabajaban aquí y allá. Todos parecían demasiado inmersos en sus cosas como para notar que alguien que no pertenecía allí los miraba con interés.

Marcos dio un respingo casi peligroso cuando el chico de la luz tomó su mano sin decir nada y lo llevó al patio interior que él había visto desde la ventana. Allí, lo ubicó frente a los actores a quienes saludó y ellos de vuelta. Les presentó a los dos y ellos se comportaron perfectamente amables, sonriendo siempre y sin parecer que tuvieran algo mejor que hacer que saludar a un turista. Se retiraron pasados unos minutos. De la mano de nuevo, el chico llevó a Marcos a un segundo piso, también bellamente adornado.

Estuvo tan ocupado mirando por todos lados, los variados colores y telas y tantos muebles y detalles, que no se dio cuenta que no había soltado a su guía. El chico le dijo que ya habían terminado de poner las luces que necesitaban para la próxima escena y que, si lo deseaba, podía ver el rodaje desde allí. Señaló entonces una terraza que daba al patio, donde había varias luces grandes distribuidas a su alrededor, mirando hacia abajo.

Se acercaron allí, finalmente soltando la mano del chico de la luz que saludó a algunos de sus compañeros de trabajo. Marcos se apoyó en la terraza y vio como otros actores, vestidos espléndidamente, estaban ahora en el patio y se disponían a hacer lo que mejor hacían. El chico trató de no moverse y miró si no estorbaba de alguna manera y entonces suspiró, sintiéndose bastante satisfecho consigo mismo.

La escena se rodó. La repitieron un par de veces pero Marcos pensó que, desde la primera, había quedado formidable. Aunque no entendía todo lo que decían los actores, estaba claro que eran muy buenos y que la película era de época, algún drama relacionado a una pobre mujer. En todo caso era fascinante ver todo eso ocurrir allí frente a sus ojos. Ciertamente era más entretenido que ver un objetos viejos en vitrinas, cosa que podría hacer otro día.

Cuando terminaron de rodar, una mujer de voz potente gritó algo muchas veces, pero Marcos no entendió que había sido. El chico de la luz se le acercó y le explicó que era la hora de comer. Le hizo una señal a Marcos para que lo siguiera y fue así que llegaron a un cuarto grande pero desprovisto de muebles o de la belleza del resto de la casa. Era solo un cuarto con polvo y las paredes y el piso bastante afectados por el tiempo.

El chico de la luz se acercó a una mochila y sacó de ella dos emparedados de pan baguette, cada uno bastante grande. Parecían tener muchas carnes frías y quesos y se sorprendió al ver que el chico le ofrecía uno. Él se negó pero el chico insistió y la verga es que Marcos tenía bastante hambre. Su desayuno no había sido nada que alabar. Así que recibió el sándwich y lo abrió al mismo tiempo que el chico de la luz abría el suyo.

Entre mordisco y mordisco, Marcos le confesó al chico que todo lo que hacían allí le había parecido increíble: los vestidos, los muebles, las enormes luces, los gritos de cada uno, los actores,… Era muy entretenido ver como hacían un programa de televisión. El chico le respondía, con la boca algo llena, que aunque era difícil a veces e incluso molesto, él no cambiaba su trabajo por nada más en el mundo. Su sueño, dijo ya tomando jugo de un termo, era ser director de cine. Quería ser como los grandes, aquellos que marcaban tendencias y todos conocían.

Marcos le sonrió y le contó que él estaba apenas estudiando para ser dentista. No era un mundo tan fascinante como este. Pero el chico lo animó, diciendo que todos necesitaban buenos dientes. Rieron un poco pero fueron interrumpidos por otro grito, anunciando una nueva escena.

Fue entonces que el chico le propuso a Marcos quedarse todo el día, y ver el resto del rodaje. Él aceptó, sin pensar en nada más. El chico entonces le cogió la mano de nuevo y juntos caminaron al balcón, uno a trabajar y el otro a seguir viendo la vida pasar frente a sus ojos.