El laberinto se prolongaba por kilómetros y kilómetros. Se podía ver cada giro y muro altísimo desde una colina cercana que servía como mirador desde hacía muchísimos años. Antes, no había habido allí más que un pueblo moribundo, de esos que habían sido arrasados por las guerras y por todas las pestes que la Humanidad atrae consigo. En el pueblo no había gente joven y tampoco trabajo ni nada que indicara que en otros lugares del mundo la civilización de hecho estaba avanzando. Como siempre, quienes vivían allí se oponían a todo pero sin conocer de nada, sin saber siquiera si lo que creían saber era cierto o no. Era gente obstinada que creía que haber sobrevivido a una guerra les garantizaba una vida de plenitud y de mutuo respeto, cosa que era una gran ilusión.
Fue por los años setenta, y por un milagro, que llegó al pueblo uno de los millonarios más sonados del país. Su nombre era Philip Meir. El tipo era dueño de empresas por todas partes y siempre estaba viajando, buscando ampliar todavía más su portafolio de riquezas. Por alguna razón, su vehículo de último modelo tuvo una falla y fue cerca del miserable pueblo del que hablábamos antes. En el lugar como tal, el millonario no quiso quedarse. Acostumbrado a la limpieza y el orden, el hombre arrugó la nariz al oler el potente aroma del pueblo que combinaba la basura con el repollo, que era lo que más se cultivaba. Salió del pueblo caminando y, con sus guardaespaldas, llegó a la colina más alta de los alrededores donde había un mirador modesto. Y fue allí que tuvo la idea.
Cuando volvía a la ciudad, hizo contacto con todas las personas que conocía en el gobierno, en la gobernación, en la alcaldía y en donde fuere para asegurarse que ese pedazo de tierra iba a ser suyo. Al gobernador lo convenció con facilidad: le dijo que toda región en la que él invertía, empezaba a generar ganancias y el nivel de vida subía, mejorando la vida de todos y, por supuesto, sus billeteras. Cuando llegó al pueblo, sin embargo, se encontró la oposición no solo de los habitantes sino también del idiota que tenían como alcalde. Eran cerrados de mente o tal vez idiotas, eso no lo pudo nunca entender muy bien, pero por un largo tiempo no cedieron ante nada.
Al final, fue una combinación entre la orden expresa de la gobernación y el Estado y cuantiosas sumas de dinero a cada familia que recogiera sus cosas y se largara del lugar. Ese periodo fue de solo un mes. Los que quedaron después, más que todo viejos testarudos, se les sacó a la fuerza y de una manera tan sutil, que muchos empresarios aplaudieron a Meir por su estrategia dura pero en silencio. Sin nadie que pudiese estorbar más en sus planes, Meir volvió a la colina y contempló su compra, ese hueco desolado y maloliente para el que él había tenido una visión que debía de llevar a cabo pronto.
En cuestión de días luego de que se “fuera” el último habitante llegaron las máquinas. El pueblo fue demolido casa por casa con una rapidez increíble. Tanto así que un mes después ya no era el mismo lugar, hasta el olor se había ido. Todo fue removido, no solo las casas sino la piedra de las calles, el pasto de los parques, los cultivos y todo lo que perteneciera al pasado. Se empezó por construir, en el lugar más alejado de la colina más alta, una mansión enorme que iba entrar a ser una de las grandes casas en las que Meir pasaría unos días al año. Como en varias otras regiones, tendría las mayores comodidades y los más excéntricos gustos serían atendidos en una mansión con un personal completo y casi siempre libre de trabajo real.
Cuando la construcción de la mansión iba por la mitad, se empezaron a sembrar los setos que formarían el laberinto. Había sido Meir mismo, fascinado con las formas y las figuras, quién había diseñado el laberinto basándose en dibujos antiguos que había visto en libros que habían sido propiedad de su abuelo. La verdad era que siempre quiso tener un laberinto para él, uno de su creación si fuese posible, para jugar y perderse en él y sentir el corazón acelerado y su cerebro yendo a la máxima velocidad posible para resolver el acertijo. Imaginó que invitaría a sus amigos a perderse con él pero la mayoría de las veces preferiría estar solo y perderse solo él con su ego y sus manías de rico.
A la par del edificio, los setos crecieron y también otras plantas y flores de los colores más increíbles. Se contrató a los mejores jardineros del mundo para que atendieran la construcción de todo el complejo y se les pidió que solo utilizaran flora autóctona de la región. Nada debía sentirse fuera de contexto y debía ser casi una oda a todo lo que era propio. Para Meir era importante celebrar su origen que estaba clavado a ese país y, curiosamente, a esa región. Su bisabuelo había empezado trabajando en una de las minas cercanas y vivió por mucho tiempo en un pueblito que no estaba muy lejos. Hoy en día, Meir era el dueño de la mina pero ese no era un lugar para celebrar nada, a excepción de la vida de su bisabuelo. Por eso había erigido allí un busto a su honor.
Pero el laberinto y el jardín iban más allá de su familia y su riqueza actual. Buscaba que cuando alguien viera todo el conjunto desde la colina, se sintieran orgullosos de estar allí y de poder llamar a todo lo que veían “hogar”. Meir no era uno de esos nacionalistas locos. Le parecían unos payasos ridículos que no entendían el significado de nada. Pero sí era un patriota apasionado que creía que toda persona debía trabajar para mejorar la situación común de todos los habitantes de su país o de su región o de su ciudad, lo que fuese posible. Creía que estaba en sus manos el poder de hacer avanzar a la nación.
La construcción demoró años, cosa que a él no le importó, con tal de que no hubieran demoras. Y como los trabajadores y contratistas sabían con quién estaban lidiando, todo se entregó en los tiempos estipulados. Mostrando una falsa generosidad, Meir abrió la mansión al público por un mes para que todo el que quisiese visitarla lo hiciera gratis. De esa manera muchos vieron los fastuosos salones con pisos de mármol, los baños con cañería de cobre galvanizado y la cocina que tenía el tamaño de un pequeño campo de fútbol. Todo eso sin mencionar el pequeño ejercito que atendería a Meir una vez viviera allí, seguramente por algunos días al año. No hubo nadie que pensara que la obra era modesta o necesaria ni que no quedara con la boca abierta al entrar y dolor de cabeza al salir.
Los jardines también abrieron al público pero lo hicieron meses después, cuando todo estuvo a punto. Los setos debían crecer la altura requerida por Meir y todas las demás plantas debían estar simplemente perfectas. El primer grupo que visitó el lugar se llevó una sorpresa, pues el guía fue nada más y nada menos que Meir en persona. Se veía cansado pero feliz de ver su máxima creación hecha realidad. Para sorpresa de todos, sin excepción, el hombre sabía los nombres comunes y científicos de cada planta, cada arbusto, cada flor e incluso cada insecto que había venido a instalarse en el enorme jardín. El tour demoró casi dos horas y al final cerró con un comentario que parecía ser gracioso, en el que decía que tal vez construiría un ferrocarril para recorrer el jardín.
Nadie se rió entonces ni nunca pues nadie se ríe frente a un millonario que puede hacer lo que se le da la gana y Meir sí que lo hizo, incluso cuando él mismo sabía que ese proyecto faraónico le había costado no solo trabajo sino dinero que debía obtener de otros lados para cubrir la deuda que se había impuesto. Fueron muchos movimientos económicos y financieros que se tuvieron que hacer para que todo siguiese existiendo pero al fin de todo la mansión y el jardín salieron adelante. Los dos se abrían seguido al público y Meir lo contemplaba todo desde la colina cuando visitaba la región. Así fuese por unos minutos, le gustaba ir allí y pensar.
Cuando fue viejo y tuvo que dejar todo a uno de sus hijos, Meir se retiró del mundo en esa mansión y por primera vez disfrutó del lugar como siempre lo había querido hacer. Una mañana decidió darse un paseo por el laberinto, revisando las flores y viendo como el cielo estaba azul y hermoso como jamás lo había visto. Apoyándose en su bastón, caminó lentamente y por varias horas entre los altos muros verdes del lugar. Se sentía algo de frío en algunas partes y el calor del sol en otras. Fue en la tarde, ya con hambre y cansado de caminar, que se dio cuenta que ya no sabía donde estaba, de que estaba perdido.
Meir miró atrás y adelante y trató de gritar un par de veces. Pero no obtuvo respuesta. Entonces, como si se diera cuenta de algo de golpe, su preocupación se desvaneció y se le dibujó una sonrisa en la cara. Lentamente, se sentó en el pasto y luego se acostó, mirando al cielo. Y estando así cerró los ojos y permaneció allí, en su laberinto, perdido para siempre.
Pensamientos, escritos, cine y más / Thoughts, writings, cinema and more.
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martes, 20 de octubre de 2015
El laberinto
miércoles, 10 de junio de 2015
Diez mil
Sin oxigeno no podríamos vivir. Ese es un
hecho innegable. Sin agua tampoco o sin los minerales y vitaminas que
consumimos con cada alimento. Nuestras vidas, nuestra existencia como especie
depende de muchos factores, muchas veces pequeños, que deben existir para
nosotros existir también. Pero algo que también debe haber para seguir adelante
son las ideas. Sin ideas, cualquier ser humano se estanca y comienza a
repetirse, comienza a ser lo mismo que ha sido antes o lo mismo que otros han
sido antes, que puede ser mucho peor. Sin imaginación, la única ventaja
evolutiva del ser humano se muere y, sin darnos cuenta, nos vamos muriendo por
culpa de la rutina, de hacer y decir lo mismo todo los días.
Como el aire que necesitamos respirar, la
imaginación es clave para que cada individuo puede sentir que tiene
posibilidades. No importa de que. Sea de progreso o de reproducción o de ser el
mejor, sin imaginación y las ideas que produce no podríamos nunca tener nada de
lo que quisiéramos, sea algo “pequeño” o algo “grande”. El tamaño de esas ideas
es algo relativo ya que no son lo mismo para cada persona pero son esenciales
para ir impulsándolo por la vida. Sea aprender más de algo o conocer a alguien
nuevo o de pronto lograr ese puesto deseado, todas son ideas, también llamadas
ambiciones, que mueven el motor mental de cada ser humano y lo hacen ser
inventivo para llegar a lo que quiere.
Hay que hacer la diferencia: las ideas no son
sueños ni anhelos. Estos casi nunca ocurren de verdad y tienen siempre un
elemento que los hace imposible de realizar. Los sueños, aunque parezca que no,
son cosas que uno quiere ya, sin mayor esfuerzo. Son ideas fantásticas pero no
ideas prácticas o realistas. Ser presidente es un sueño, por ejemplo. No es que
sea algo imposible pero no es realista en la gran mayoría de los casos. O por
ejemplo tener un cuerpo definido e “ideal”. No es realista si la persona busca
obtener ese cuerpo sin el menor esfuerzo posible.
En cambio las ideas son casi siempre
estructuradas, tienen un proceso y una razón por existir. Nadie tiene una idea
sobre algo que saben en lo más profundo de su ser que es imposible. Un idea
siempre parece factible para quién la propone y casi siempre lo es. Hay
excepciones pero esto ocurre cuando las ideas se mezclan con los sueños y crean
un híbrido que es fantástico pero parece ser algo que se puede alcanzar.
Hay ideas buenas e ideas malas. Eso está
claro. Pero nunca es malo tener una idea como tal porque eso quiere decir que
estamos reflexionando, que estamos usando nuestra capacidad de inventiva y de
creación que es lo que nos hace humanos. Por supuesto, nadie dice que todo ser
humano debe ser un inventor empedernido ya que eso no sería realista. Pero sí
sería bueno que todo ser humano se acercara a su vida diaria con una mirada más
analítica y menos fatalista. Que busca resolver problemas y hacer cosas con
ideas, estructurando lo que se debe hacer y haciéndolo. La gran mayoría de la
gente no es así sino que hacen y hacen y hacen y esperan a ver cual es el
resultado, esperando que las consecuencias estén a su favor sin habérselo
propuesto tal cual.
Obviamente la vida no puede ser tan
cuadriculada de planear cada momento. Todos sabemos que incluso haciéndolo así,
la vida siempre tiene sorpresas y ocurren cosas inesperadas que nos toman por
sorpresa y nos hacen dar cuenta que son pruebas que buscan analizar como somos
y que tipo de persona hay en nuestro interior. Hay momentos que sí es bueno
dejarse llevar y ver que pasa, porque a veces la mejor idea es ceder y esperar
o simplemente seguir adelante y ver que ocurre.
Esto último fue lo que yo hice con mi blog. No
fue algo que yo hubiese planeado desde hace tiempo, eso es verdad. Pero fue una
idea que tuve a raíz de un momento difícil y fue la única respuesta que tuve
para poder canalizar mi energía en algo más que no fuese aquello que me estaba
agobiando. No le iba a entregar mi vida a los sentimientos, a las cosas sobre
las que no tengo control alguno. No iba a quedarme mirando más y tomé la
decisión de crear un blog. Está claro que no es una idea revolucionaria ni para
mí ni para nadie pero era lo que necesitaba en ese momento. Y fue así que me
puse a escribir las historias y fragmentos de opinión que tal vez alguien haya
leído alguna vez. Eso, nunca lo sabré a ciencia cierta.
Pero, de hecho, ese no es el punto. La idea,
de nuevo, fue hacer algo por mi y debo decir que lo logré. Al ponerme una regla
de escribir todos los días algo nuevo, me impuse a mi mismo un reto. No era una
prueba de atletismo ni una prueba mental excesivamente difícil. Era solo
escribir lo que se me viniera a la mente y subirlo a internet para ver que
pasaba. Pero lo más importante era el hecho de escribir. Siempre se supuso que
yo escribía pero yo no lo hacía casi nunca. Traté de escribir una novela y lo
hice, tal vez mal o bien pero, de nuevo, no es lo importante.
De hecho, debemos dejar de concentrarnos en si
lo que hacemos estará bien o mal a los ojos de otros. A menos de que sea
ilegal, deberíamos hacer o que nos plaza, lo que nos llene el corazón y nos
haga felices o al menos no llene de esperanza y de imaginación. Porque eso es
lo verdaderamente importante a la hora de hacer lo que sea que se quiera hacer.
Si no se saca nada de ello para uno mismo, no tiene sentido. Incluso la gente
que va y ayuda a los más necesitados, saca algo para si mismo. El placer de
ayudar, de ver a otras personas felices o tal vez solo el hecho de sentir que
se puede hacer algo por los demás. No importa cual sea la idea, que es lo que
se haga, con tal de que sientas algo después de hacerlo, igual que en el sexo.
Hoy me di cuenta de que mi blog ya tiene más
de diez mil visitas. Para mi es un logro, no importa cuantas de esas visitas
hayan terminado en la persona aburriéndose y prefiriendo ver algo en YouTube o
en Facebook. Todos tenemos el derecho de que algo no nos guste. Ciertamente hay
un montón de cosas que a mi no me gustan pero no por eso voy a dejar de
sentirme contento porque tengo un logro más en mi bolsillo. He escrito hasta
ahora doscientas ochenta y nueve ideas, sean cuentos o piezas de opinión. Todo
escrito por mi, pensando casi siempre en el momento y tomando inspiración de lo
que hay alrededor, de lo que soñé, de lo que he vivido y de lo que he visto en
mi vida, que es corta para algunos y larga para otros.
Sé, sin embargo, que esta idea es solo un
escape temporal. Lamentablemente no puedo vivir de escribir un blog, al menos
no uno como el mío, y debo cumplir ciertas reglas como ser humano. No son cosas
que yo elija, o que quiera de hecho, pero son cosas que todos debemos hacer,
como una obligación que tenemos con la humanidad. Una de esas es trabajar, algo
que yo nunca he hecho en mi vida. Jamás me han pagado para nada. Y no es fácil,
porque sin experiencia todos creen que laboralmente no vales nada. Yo daría lo
que fuera para que esa dejara de ser mi mayor preocupación pero no va a dejar
de serlo, ni para mi ni para nadie.
Esta idea me salvó
cuando tuvo que hacerlo pero no puede seguir haciéndolo por el resto de mi
vida. Seguiré escribiendo, por supuesto, y quiero llegar al año de publicar una
historia por día, pero después de eso no sé que pueda pasar. Hago movimientos
suaves, tengo ideas en mi mente que voy ejecutando despacio, pero el mundo va
mucho más rápido, a un ritmo tan acelerado que a veces es difícil siquiera
pensar en que es lo que está pasando y porque está pasando. Como dije antes, lo
importante es tener ideas, no importa las que sean, para seguir adelante y
vivir como se pueda.
Los sueños son bonitos, están hechos de adornos
y luz y color pero personalmente los detesto porque son ilusiones. Hoy en día
tener sueños es muy popular porque se le ha vendido a la gente que es la única
manera de conseguir lo que quieren. Básicamente es lanzar una moneda a una
fuente pidiendo un deseo y esperar a ver que pasa. Es una estupidez. Los sueños
son cosas que jamás van a ocurrir y que si ocurren es porque nunca fueron en
verdad sueños sino esas ideas de las que tanto les hablo. Si se realiza, es
porque la persona se esforzó e hizo lo necesario para que su idea rindiera
frutos. Y creo que eso fue lo que ha ocurrido conmigo. No me interesa tener el blog más visitado pero que alguien lea, así sea una sola persona, uno de mis textos, es motivo de alegría sin duda alguna.
Nada cae del cielo, nadie va a responder nunca
a nuestros pedidos y esa es la realidad. Religioso o no, eso no tiene nada que
ver. O tal vez sí, pero no es el punto. El punto es que no podemos sentarnos a
esperar que lleguen las riquezas y las ventajas que queremos en nuestra vida. Y
si lo hacemos, debemos estar conscientes de lo que esa decisión significa. A
veces sentarse a esperar no es malo, si se sabe lo que se está haciendo. Como
dije antes, ninguna idea es mala porque siempre las ideas serán ambiguas. Al
fin y al cabo son creadas por seres humanos que están hechos de errores y
recuerdos y dolores y alegrías. Una mezcla peligrosa pero muy fructífera.
En todo caso, sea como sea, le doy las gracias
a quienes hayan leído alguno de los cuentos que escritos alguna vez. Y, si me
lo permiten, les pido que se queden conmigo en este viaje el mayor tiempo que
puedan porque sé que todavía necesito la ayuda, ya que sigo perdido.
sábado, 28 de marzo de 2015
El otro
Lo peor de todo no es el dolor sino la
confusión y el miedo. Siempre que me despierto estoy asustado por lo que pueda
pasar, por lo que pueda haber pasado la noche anterior. Hay días que amanezco
en casa, tal vez con las sabanas muy revolcadas, pero sin nada más extraño que
eso. Pero ha habido otros en que amanezco en camas extrañas, calles extrañas o
incluso en parajes solitarios que nunca había visto. Es como si mi mente
decidiera traicionarme de tanto en tanto y como si fuera un ser aparte, que me
controla como un títere, a su gusto.
Esto empezó a ocurrir hace unos seis meses.
Estaba en un viaje de negocios y tenía que hacerlo por carretera ya que tenía
muchos pueblos que visitar. Soy gerente de ventas para una compañía que les
vende máquinas de construcción a varias compañías y tratamos de que los
gobernadores y alcaldes nos conozcan. No puedo decir que nunca he recibido
algún dinero extra por mi trabajo, pero la verdad eso no me avergüenza. Al fin
y al cabo, no soy yo el que está regalando dinero que no es propio.
En todo caso, uno de esos pueblos quedaba muy
lejos, en las montañas. Era esencial llegar allí porque había minas cerca y
seguramente estaría alguien interesado en comprar máquinas para extraer
cualquier tipo de mineral que quisieran tomar del interior de la Tierra. Cuando
llegué, fui bien recibido. Era un lugar pequeño pero me trataron como en casa:
me quedé en una casa de familia muy bonita donde me trataron como a un
familiar, me dieron un recorrido personalizado por el pueblo y tuve razón al
pensar que tendría éxito porque cerré contrato con dos empresas, la alcaldía y
dos particulares.
No dudé cuando me propusieron que, antes de
irme, explorara los bosques cercanos y acampara allí una noche. Nunca había
hecho nada parecido. Amo mi cama y dormir en una, jamás le he visto el placer a
tirarse al suelo y dormir cubierto de bichos y con un olor peor al de los
zorrillos que andan por el bosque. Pero lo hice porque me habían comprado y
tratado tan bien que no hacerlo hubiese sido una grosería.
El bosque era de robles y pinos y otros
árboles bastante grandes. Era como estar en una película. El viento frío
soplaba con fuerza pero estaba tan fascinado con la vista que simplemente no le
hice caso al clima. La verdad era que no le hice caso a nada más y tal vez por
eso pasó lo que pasó. Llegamos al borde de un lago casi perfectamente circular
y decidimos acampar allí. Éramos tres hombres y dos mujeres. Yo era el único
forastero. Cuando todo el campamento estuvo armado, empezamos a cocinar la cena
y a conocernos mejor.
Un par de ellos eran jóvenes de apenas unos 18
años y nunca habían salido del pueblo. Lo más lejos que habían ido era una
ciudad pequeña que quedaba cerca, que de hecho para mi era otro pueblo. Ninguno
había viajado nunca en un avión ni en un barco grande. Les conté de mi trabajo,
de los pueblos que había visitado en incluso de mi familia. Les conté que no
era casado y que hacía poco me había mudado solo, sin mis padres. Había sido
una transición dolorosa, porque los extrañaba, pero ahora era un poco más libre
de hacer lo que a mi me pareciera mejor y lo disfrutaba con todo: desde el sexo
casual hasta comprar lo que yo quisiera para la alacena.
Se hizo la noche y después de charlar un poco
más decidimos apagar las luces e irnos a dormir. Habían planeado pescar por la
mañana para devolvernos al pueblo hacia el mediodía. La verdad es que cuando me
acosté, y justo antes de cerrar los ojos, pensé que era un lugar hermoso y que
ojalá pudiera volver algún día. Después de eso solo recuerdo partes, como
imágenes que están sueltas en mi cabeza pero que parecen no tener ningún lugar
en donde encajar. Por unos dos meses pensé que nada de eso había pasado, que
nunca había visitado ese lago ni que había conocido a esas personas.
Lo siguiente que recuerdo es despertar
cubierto de sangre en la mitad del bosque. Estaba tan asustado que empecé a
gritar. Los pedazos de recuerdos iban y venían: recordaba sentí que me
arrastraban, que me golpeaban y que… que me tomaban por la fuerza. Recordaba y
sentía los golpes por todo el cuerpo pero las imágenes no se quedaban nunca
mucho tiempo en mi mente. Solo flotaban frente a mi y se perdían. El dolor, en
todo caso, era real así como el terror que sentía por estar en un lugar que no
conocía.
Traté de ponerme de pie pero el dolor en mis
piernas era demasiado, como si me las hubieras doblado a la fuerza. Grité con
la poca voz que tenía pero nadie vino. Empecé a llorar y fue entonces cuando me
di cuenta que alguien estaba por allí. No podía ver nada también porque mis
ojos estaban algo borrosos, pero sentía una presencia, alguien o algo grande
cerca de mi. Fuese lo que fuese, nunca se acercó a mi sino que solo me miró y,
después de un buen rato, lo oí escabullirse por entre los árboles. Fue entonces
que recuperé mi voz y grité con todas mis fuerzas antes de desmayarme.
Eventualmente me encontraron y me trasladaron
al hospital más cercano. De allí me remitieron a un hospital en la ciudad donde
vivo. Me hicieron exámenes de todo tipo y algunas cirugías ya que tenía cortes
profundos un poco por todas partes. Cuando un día vino la policía a mi
habitación del hospital, no pude sino sentir que me iban a dar una noticia
horrible. Pero la verdad era que no sabían nada y querían que yo les dijese que
había pasado. Les conté de mi problema de memoria y lo único que recordaba pero
parecían no creer en nada de lo que yo les decía. Al final, me confirmaron que
había sido asaltado sexualmente pero que no había como averiguar quien lo había
hecho.
Era algo que ya sabía entonces no me afectó
tanto como la gente pensó que iba a ser. De hecho, algunos se preguntaron si no
estaría yo mal de la cabeza por tener una reacción tan pasiva a una noticia tan
dura. Lo grave fue que mi cerebro pareció entender esto como una nueva
oportunidad para traicionarme porque al otro día, de nuevo, desperté en un
lugar que no conocía y tenía pedazos que iban y venían pero parecían ser menos
violentos que antes. Cuando me di cuenta, estaba desnudo en un parque y cuando
alguien me descubrió, pensó que era algún pervertido y la policía vino a
llevarme.
No fue mucho el tiempo que pasé en la celda.
Solo una noche, una sola noche en la que la policía no hizo nada sino tratar de
procesarme pero no tenían como. Me mandaron a mi casa y estuve agradecido por ello
porque yo solo quería descansar. Era increíble pero a pesar de haberme quedado
dormido varias veces en los últimos días, no sentía nada de descanso en el
cuerpo. Más bien lo contrario. Fue a la tercera vez, cuando amanecí desnudo en
una casa desconocida, que de verdad me asusté.
Porque de nuevo estaba cubierto de sangre pero
esta vez estaba en una casa, en una cama. Pero no eran las mías. Lo peor fue
que a mi lado, había algo y contuve un grito al ver que eso que estaba allí
había sido una persona. La sangre estaba por todos lados. Solo pude pensar que
había sido yo y que estos apagones mentales se debían a que tenía otra
personalidad, una mucho menos agradable que la normal. Había asesinado y no me
quedé para averiguar quien era. Solo me lavé como pude, robé algo de ropa y de
dinero y me fui. Era una casa pequeña en el campo y tuve que tomar un bus de
una hora para llegar a mi casa.
Lo primero que hice fue buscar los resultados
de los exámenes que me habían hecho. Luego, hice una cita con una psicólogo
particular quien era conocido por hacer sesiones de hipnosis. Decidí que era la
única forma de sacar lo que estaba en mi cabeza, de estar frente a frente de lo
que me estaba atormentando. Al fin y al cabo era ya no solo una víctima sino
también un victimario, un asesino.
La sesión dio sus frutos pero tal vez fue
demasiado efectiva porque cuando volví a mis sentidos, el hombre estaba
aterrorizado. Parecía que alguien lo había asaltado: tenía rasguños y golpes y
me di cuenta que yo tenía sangre en las uñas y los nudillos raspados. No tuve
tiempo de decir nada. El hombre llamó a un instituto psiquiátrico y me
internaron. Estoy aquí desde hace tres meses y no parece que vaya a salir muy
pronto. Nadie ha venido a visitarme así que no sé si mis padres sepan que estoy
aquí, si sepan que estoy loco y que he matado gente.
Sin embargo, en la soledad de mi habitación, he
aprendido a calmarme y a aprender sobre lo que me pasa. Todavía sucede que me
duermo y aparezco cubierto de rasguños y hay saliva y semen y sangre por todas
partes. Los enfermeros y otros enfermos dicen que hago ruidos horribles en la
noche y que parezco un animal en celo, yendo de pared a pared como un lobo con
rabia.
No sé que tengo adentro pero quisiera sacármelo.
Nunca me había sentido loco pero ahora empiezo a pensar que tal vez lo esté. No
sé si tengo a alguien más adentro o si soy yo el que hago todo y me lo niego.
Pero sé que lo que más deseo es que, algún día, eso que tengo dentro me
traicione de verdad y decida matarme. No veo otra salida.
martes, 24 de marzo de 2015
Sintra
El día no prometía mucho pero de todas
maneras ya estaba yo allí y no había manera de volver. El tren no se había
demorado mucho entre la ciudad y el pueblo. Lo entretenido, al menos para mí,
de este paseo, era que las caminatas eran largas y por escenarios majestuosos,
a juzgar por las fotografías que había encontrado en internet. Tenía mi cámara
y mi celular listos y había tratado de desayunar lo mejor posible, aunque con
el presupuesto de un estudiante eso era bastante difícil.
El tren nunca se llenó y fuimos pocos los que
descendimos en la última parada. El pequeño poblado parecía de fantasmas, sin
un alma a la vista por ningún lado. La verdad es que ese no era el pueblo al
que yo quería ir. Para ir eso había que seguir las indicaciones que señalaban
el inicio de los caminos de las montañas. El primer tramo, al lado de una
carretera, fue bastante tranquilo y apacible. A un lado, la hermosa montaña
llena de árboles y algunas casas de arquitectura particular. Del otro, un
acantilado pero no muy profundo. Más calles y casas del poblado habían sido
construidas allí, donde alguna vez hubo un río.
El primer tramo terminaba en el verdadero
pueblo, un pequeño montón de casas en lo que parecía un promontorio de la
montaña. La vista la dominaba un palacio que tenía más cara de fábrica que de
otra cosas. Me acerqué al lugar y vi que era el primero de varios museos que
iba a encontrar ese día. Había un puesto de información donde un aburrida mujer
me permitió tomar los folletos que quisiera. Los tomé en varios idiomas y de
cada sitio de la montaña y los guardé con cuidado en el fondo de mi maletín.
Solo dejé uno fuera para tener a mano, esperanzado de que gracias a ese montón
de papel no me perdiese en la neblina que había empezado a bajar lentamente por
la ladera de la montaña.
El palacio resultaba mucho más hermoso por
dentro que por fuera. Pagué la entrada más cara, para visitar todos los sitios,
y seguí paseando por el lugar. Es hermoso caminar por las antiguas moradas de
la gente e imaginar que pudo haber ocurrido en dichos corredores hace unos
cien, doscientos o hasta quinientos años. Quien sabe que secretos se murmuraron
o que discusiones rebotaron de muro a muro. Lo mejor fue ver los objetos,
aquellos quelos antiguos habitantes de la casa habían utilizado. Sin problema,
pude imaginarme vistiendo las extrañas ropas del siglo XVII, sentado a la mesa
comiendo algún plato que fuese típico de la región. Tal vez faisán o alguna
otra ave de caza?
Estoy seguro que los pocos turistas que me
acompañaban me miraban un poco extrañados al ver que sonreía como un tonto cada
vez que miraba alguna de las piezas o cuando me quedaba demasiado tiempo
mirándolo todo. La verdad no es algo que me importase entonces o ahora. En los
museos, detesto cuando la gente camina rápido y simplemente creo que se trata
de un circuito de carreras o algo parecido. No, para mi un museo es más un
templo que cualquier otra cosa. Es prácticamente un cementerio, un lugar adonde
mucho de nuestro pasado va a morir. Obviamente que no todo muere y mucho se
transforma pero lo que no perdura, lo físico, va y encuentra su lugar en un
museo y eso para mi merece el más profundo respeto.
Cuando salí del palacio, abrí el mapa y me
propuse caminar al siguiente sitio con prontitud. El día cada vez empeoraba y
para ser las diez de la mañana, el clima parecía anunciar el final de la tarde.
Lo mejor era ir primero a los palacios de la parte alta del bosque y luego
seguir con los demás sitios que quedaban un poco más retirados. Lo bueno era
que todo estaba debidamente señalizado, como en pocos sitios. La caminata fue
buena hasta que la lluvia empezó a caer y debí abrigarme solamente con mi
chaqueta. Para mi sorpresa, era muy efectiva pero no lo suficiente para alejar
el frío. Ya estaba en pleno bosque cuando la lluvia pareció ceder. Era un lugar
hermoso, igual de solitario que los demás.
Es la verdad cuando digo que mi cabeza estuvo
a punto de explotar de tanto que había por fotografiar, por ver e incluso por
sentir. Había pequeños lagos formando un jardín entre los grandes árboles y los
caminos de piedra. Como no había nadie pude rendirme a mi imaginación y con
facilidad pude verme como un caballero al mejor estilo de Robin Hood, usando
flechas para cazar mi alimento y defender a quienes no podían hacerlo solos. El
lugar también se prestaba para imaginar un encuentro romántico y fue ahí cuando
mi imaginación se frenó y no trabajó más.
Tenía que pensar en el amor, aquella cosa
extraña y amorfa en la que ya no sé si creer o no. Por supuesto me hubiera
encantado estar allí con alguien especial, compartiendo lo hermoso del lugar,
seguramente tomados de la mano y dándonos besos cada cinco segundos. Pero para
que desgastar mi imaginación, que solía ser tan buena, en cosas que ni siquiera
la mente más brillante podía recrear con fidelidad? Porque si el amor existe,
dudo que se pueda replicar y dudo que se pueda sentir sin que sea real. Pero
como saber que es real?
Menos mal la lluvia volvió y tuve que dejar de
pensar en tontería para mejor encontrar un sitio adecuado para no bañarme más
de la cuenta. Casi resbalo al llegar a las puertas del palacio más cercano, que
se veía extrañamente sombrío bajo la neblina y la casi oscuridad en pleno
día. Era extraño porque las paredes
estaban pintadas de colores y las torres tenían formas divertidas y
estrambóticas. Se veía como algo sacado de un cuento de terror pero mezclado
con algo demasiado alegre. Pero era un techo al que llegar así que, después de
caminar por la calzada de acceso, entré al sitio donde, por fin, había varias personas
que habían corrido a resguardarse.
Decidí seguir al museo, a diferencia de las
otras personas, para no quedarme mirando hacia fuera como un perro al que le
urge salir a orinar. No, yo preferí explorar el lugar y pronto estuve inmerso
de nuevo en mis elucubraciones imaginarias. El lugar, era obvio, siempre había
servido como hogar. Había varias habitaciones, una gran cocina con cava y
almacén, salones majestuosos con varios muebles y tapetes exquisitos. Que
perfecto hubiera sido vivir en un lugar así, tan alejado de todo y tan bien
adecuado para la vida humana. Claro que no cualquiera hubiera vivido allí pero
eso no importa a la hora de imaginar.
La lluvia por fin pasó y salí del lugar
pronto, tratando de hacer que el día rindiera lo más posible. El sitio más
cercano estaba en la colina siguiente. Eran más que todo ruinas y decían que
desde allí se podía ver el mar y los pueblos costeros. Cuando llegué, era obvio
que no se veía nada pero era otra situación diferente a las anteriores: el
sitio era obviamente mucho más antiguo y era sobrecogedor de una manera
diferente, por estar tan abierto a los elementos. Siendo alguien que se
atemoriza fácil con la alturas, tuve que agradecer que la montaña estuviese
cubierta de neblina porque allí abajo era un acantilado profundo, por todo el
lado de la montaña.
Llegué, como pude, a la parte más alta de las
ruinas. Era difícil de caminar por lo estrecho de los caminos y porque el
viento había empezado a soplar con fuerza, haciendo de caminar algo difícil y
hasta peligroso, ya que no había ningún tipo de barrera que impidiera que
alguien pudiese caer de las partes más altas. Tomé un par de fotos, de la
neblina, las ruinas y las banderas en cada torrecilla, y luego descendí con
sorprendente rapidez al camino principal. Mis nervios estaban de punta por la
altura y ahora solo quería caminar.
Siguiendo la carretera, caminando una media
hora, estaba otro palacio que parecía ser muy bello, según una de las guías que
tenía en mi maletín. Pensé que la caminata me relajaría pero no fue así porque
la carretera tenía muchas curvas, no había un andén propio para caminar y, lo
más importante, porque me perdí después de una bifurcación confusa. Tenía el
presentimiento de haberme perdido pero como el mapa no era exacto era difícil de
saber. Había casas a un lado y a otro y parecías residencias grandes pero, a
diferencia de los palacios, eran lugares modernos y con vida.
Decidí volver por donde había venido hasta la
bifurcación. Tomé el camino correcto y, después de unos minutos, llegué a mi
destino. Para acceder al palacio, había que atravesar un jardín. Era hermoso,
con flores de todos los continentes, de todos los colores y con estanques y
cañadas ornamentales. Tomé fotos pero esta vez no soñé despierto porque vi que
había alguien más haciendo lo mismo que yo, solo que estaba de pie sobre una
piedra cubierta de musgo. Tuve apenas el tiempo para reaccionar, tomándolo del
brazo antes de que cayera con fuerza sobre la piedra y luego al estanque verdoso.
Me agradeció y empezamos a hablar. Paseamos juntos por el palacio y decidimos
almorzar juntos ya que él, como yo, estaba solo.
Cuando la noche cayó, volvimos juntos a la
ciudad y compartimos nuestros datos. Sin decir nada, se despidió con un beso en
la mejilla y se fue a su hotel. Fue el final perfecto para un día ideal, en un
lugar mágico.
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