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miércoles, 29 de junio de 2016

Pulso

   Cuando la canción terminó, todos en el recinto aplaudimos. Había sido una de esas viejas canciones, como de los años veinte, y casi todo el mundo había bailado exactamente igual. Cuando cada uno volvió a su mesa, hubo risas causadas por los mordaces comentarios de la presentadora de la noche, la incomparable Miss Saigón. Era de baja estatura y tenía un maquillaje tan exagerado que era obvio que debajo de todas esas capas de pintura era una persona totalmente distinta. En todo caso, era uno de las “drag queens” más entretenidas que yo hubiese visto en mi vida. Para ser justos, no había conocido muchas.

 En la mesa, cada pareja hablaba por su lado de lo gracioso que había sido el concurso de baile. Ahora elegirían a los finalistas para hacer otra competencia más. Miss Saigón había amenazado con un desfile en traje de baño, como en los concursos de belleza. Todo el mundo había reído con el comentario pero nadie sabía si lo decía en serio. Lo más probable es que así fuera, pues en ese hotel todo se valía para entretener a los huéspedes. Y esa noche era una de las más importantes por ser el primer día de llamado “orgullo”.

 Lo siguiente fue un número musical de Miss Saigón. Se cambió de ropa y de maquillaje e hizo una actuación francamente excelente. Mientras la miraba, Tomás me puso la mano sobre la pierna y yo se la cogí, apretando ligeramente. Yo había sido el de la idea de tomar esas vacaciones. Había encontrado el plan en internet y me había llamado la atención el hotel, la belleza del entorno y su ubicación y todo lo que tenía que ver con entretenimiento. Tuve que convencer a Tomás porque él no era de ir a lugares exclusivos para hombres, no les gustaba mucho el concepto en general. Yo había sido igual pero ahora que éramos una pareja no me parece mala idea.

 Cuando aceptó, me alegré mucho y le prometí que serían las mejores vacaciones de nuestra vida. Eran nueve días en un paraíso tropical, con una habitación que se abría al mar como en las películas. Había sido un poco caro pero eso no importaba pues la idea era tener la mejor experiencia posible. Además, quería pasar un buen rato con él. Nunca habíamos viajado solos y creí que el momento era apropiado, cuando ya vivíamos juntos y todo parecía ser más estable.

 Miss Saigón paró de cantar y todos aplaudimos de nuevo, algunos incluso poniéndose de pie. Ella se inclinó varias veces y dijo que harían una pausa para que los asistentes pudiésemos disfrutar de la comida y la bebida. En efecto, habíamos comido poco por el espectáculo así que fuimos a servirnos del buffet, abarrotado de cosas deliciosas para comer. Tomás se sirvió casi todo lo que vio pero yo traté de cuidarme, para no arruinar la noche.

 Cuando terminamos de comer, que no fue mucho después, decidimos recomendar nuestros asientos a la pareja de al lado y nos fuimos a caminar por el borde de la playa que estaba justo al lado del recinto donde el espectáculo tenía lugar. Caminando hacia allí, vimos a Miss Saigón con un nuevo vestido y un plato en la mano. La saludamos y ella a nosotros. Cuando llegamos cerca del agua, propuse que nos quitáramos la ropa y nadáramos desnudos. Tomás me miró incrédulo y yo me reí. Me encantaba decir cosas así porque siempre creía todo lo que yo decía.

 Nos tomamos de la mano y hablamos de los primeros días en el hotel, que habían sido perfectos. El clima era cálido pero no demasiado, no ese calor pegajoso que da asco. Hacía buena brisa en las noches. Desde el primer momento nos habíamos divertido, pues era una experiencia muy distinta a las que cada uno había tenido por su lado. El hotel era bastante más grande de lo que habíamos pensado y había mucho más para hacer. Ya habíamos intentado bucear y habíamos ido a la playa principal donde todos usaban el último diseño en trajes de baño.

 Era obvio que muchos iban a que los vieran, incluso estando con sus parejas. Sin embargo, no todos iban con sus novios o esposos. Había muchos solteros también. Más de una vez se habían cruzado con alguno que les guiñaba el ojo o los saludaba mirándolos de arriba abajo y eso era muy extraño pero sabían como manejarlo si ocurría. Incluso se podía considerar una de esas particularidades graciosas del sitio, como el hecho de que no había una sola mujer a la vista. Incluso el personal del hotel, desde el equipo de limpieza a la gerencia, eran todos hombres.

 De la mano por la orilla, dejé las chanclas a un lado y él hizo lo mismo, para caminar mejor y poder mojarnos los pies. En un momento, Tomás me dio la vuelta y me tomó como si fuéramos a bailar. Terminamos en un abrazo estrecho en el que le podía sentir su corazón latir y su respiración que parecía más agitada de lo usual. No le pregunté nada al respecto porque pensé que de pronto estaba así por la comida o por el baila de antes. Mantuvimos el abrazo un buen rato.

 Escuchamos la potente voz de Miss Saigón y supimos que el espectáculo había comenzado de nuevo. Nos separamos y yo miré hacia el restaurante, para ver si la mayoría de la gente seguía allí. Le pregunté a Tomás si quería volver pero no me respondió. Cuando voltee a mirarlo, estaba arrodillado y tenía en una de sus manos una cajita negra con un anillo adentro. No supe que hacer ni que decir. Tomás empezó a decir muchas bonitas palabras. Sobre lo mucho que me amaba y me apreciaba. Y también como quería vivir el resto de sus días conmigo.

 No tuve que pensar en qué decir o que hacer porque mi sorpresa fue interrumpida de pronto. Al comienzo no pensé que fuera lo que era. Pensé que había sido algo en el sonido del espectáculo. Pero entonces Tomás se puso de pie y me tomó la mano con fuerza. Entonces escuchamos más sonidos y el ruido en el restaurante se calló de pronto. Caminamos hacía allí, para ver si sabían que pasaba pero cuando estábamos a punto de entrar, escuchamos un grito lejano. Venía del edificio del hotel, que estaba un poco más allá, pasando las piscinas y los jardines.

 Instintivamente, algunos de los huéspedes caminaron hacia allá para ver que pasaba. Miss Saigón trataba de calmar a la gente, todavía con el micrófono a la mano. Entonces hubo más ruido y esta vez estaba claro que se trataba de disparos. Se oyeron muy cerca y hubo más gritos. La gente en el restaurante se asustó y empezaron todos a correr, a esconderse en algún lado. Lo malo es que el restaurante quedaba en una pequeña península artificial, con el mar por alrededor, por lo que no había donde ir muy lejos para protegerse.

 Halé a Tomás hacia la parte trasera del restaurante. Como estábamos descalzos casi no hicimos ruido. Otros habían elegido el mismo lugar como escondite. Se seguían escuchando disparos y gritos. Uno de los huéspedes tenía el celular prendido, tratando de llamar. Pero su teléfono no parecía servir. Era obvio que era extranjero y de pronto por eso no salía su llamada. Marcaba frenéticamente y hablaba por lo bajo. Paró en seco cuando hubo más disparos y se fueron mucho más cerca que antes, incluso rompiendo uno de los vidrios del recinto.

 Más y más disparos y más gritos. Parecían ser muchos los invasores pues se oía gente gritar por todos lados. Yo no podía pensar en nada más sino en Tomás. Por eso le apreté la mano y le jalé un poco para que se diera cuenta de lo que yo quería hacer: nadar. Frente al hotel no había océano abierto. Era como un canal amplio. Del otro lado había una isla en la que había más hoteles y lugares turísticos. No estaba precisamente cerca pero tampoco muy lejos. Se podían ver las luces desde donde nos escondíamos. Al escuchar gritos cercanos, me hizo caso.

 Hicimos mucho ruido al entrar al agua. Nadamos poco cuando sentimos el ruido de los disparos casi encima. La gente gritaba muy cerca y los invasores también decían cosas pero yo no podía entender que era. Nadé lo mejor que pude y lo mismo hizo Tomás. De pronto sentí una luz encima y empezaron a dispararnos. El pánico se apoderó de mi y por eso aceleré, nadé como nunca antes, esforzando mi cuerpo al máximo. Después de un rato, dejaron de disparar.


  Las luces del hotel ya estaban cerca y entonces me detuve y me di cuenta que Tomás estaba más atrás. Fui hacia él y lo halé como pude hasta la orilla, donde no había nada ni nada, solo una débil luz roja, como de adorno. Pude ver que Tomás tenía heridas en las piernas y una en la espalda. Había sangre por todos lados. Le tomé el pulso y me di cuenta que era muy débil. Entonces grité. Creo que me lastimé la garganta haciéndolo pero no paré hasta que alguien llegó. Le tomé el pulso de nuevo y no lo sentí.

viernes, 3 de junio de 2016

Una noche sin techo

  Apenas salió a la calle, sabía que tenía que planear su tiempo de la mejor manera posible. Tenía por delante más de doce horas sin tener adónde ir a dormir o descansar medianamente bien. El equipaje que tenía, dos maletas grandes, ya estaba en el guarda equipajes de la estación de tren. Aunque no iba a viajar a ningún lado, era la única solución que se le había ocurrido para no tener que pasearse con las maletas por todos lados. Era algo más de dinero que gastar pero el precio por veinticuatro horas era bastante bueno así que no lo dudó ni por un momento.

 Su contrato había terminado el último día del mes y el siguiente no comenzaba sino hasta el primero. Por ese tecnicismo se había quedado sin donde dormir durante la noche del último día del mes. Por eso había tenido que guardar su equipaje en algún lado seguro y ahora se aventuraba a pasar la noche dando vueltas, viendo a ver qué ocurría. Eran las seis de la tarde de un día de verano y el sol seguía tan brillante como siempre. Lo primero que se le ocurrió fue ir a comer algo y así gastar algo de tiempo

 No había comido nada más temprano excepto un pequeño sándwich en la mañana por lo que tenía mucha hambre. Se alejó de la zona del apartamento en el que había vivido durante casi un año y se acercó al centro de la ciudad. Allí conocía un restaurante de comida china que servía unos platillos bastante bueno por un precio muy económico. Caminó sin apuro y, cuando llegó, se dio cuenta que el lugar estaba mucho más lleno de lo que ella pensaba.

 Para su sorpresa, cerraban temprano y por eso mucha gente hacía fila para pedir su comida para llevar. Cuando pidió lo suyo tuvo que pedirlo también para llevar pues, para cuando le entregaran su pedido, ya sería hora de cerrar. La idea le cayó un poco mal pero ya había perdido mucho tiempo y no le hacía gracia tener que ir a otra parte para hacer otra fila y esperar de nuevo.

 Sin embargo, eso fue precisamente lo que tuvo que hacer por culpa de un cliente que no sabía lo que quería. Se tomó casi veinte minutos preguntándole al cajero como era cada menú y con que venía y si la salsa tenía algo de maní y quien sabe que otras cosas. Desesperado, salió de la fila para ir a alguna otra parte. Ya le estaban rugiendo las tripas y no iba a ponerse a perder más tiempo.

 Caminó solo un poco para llegar a sitio de comida rápida, de esos que venden hamburguesas y papas fritas. No era lo que quería en ese momento pero daba igual. Tenía mucha hambre y quería calmar esa urgencia. La atención allí fue mucho más rápida y, pasados diez minutos, ya tenía su comida en la mesa. El sitio abría hasta tarde.

 Apenas iban a ser las ocho de la noche. Se dio cuenta que era mejor comer lentamente y aprovechar el lugar para descansar de caminar, usar el Wifi gratis y disfrutar la comida. Había pedido la hamburguesa más grande que vendían y la cantidad de papas fritas era increíble. También se había servido bastante gaseosa en un vaso alto y gordo que le habían dado, que se correspondía al tipo de menú que había pedido. Todo era grande y le dio un poco de asco después de un rato. Pero era mejor tener donde y qué comer que estar deambulando por la calle. Menos mal, había planeado todo y tenía dinero suficiente para toda la noche.

 En el celular tenía varios mensajes de su familia. Ellos sabían que no podría hablarles esa noche pero de todas maneras habían escritos varios mensajes, deseándole que estuviera bien y que no descuidara nada de lo que llevaba. Todo estaba en el equipaje excepto su mochila en la que llevaba el portátil y algunas otras cosas por si acaso. Tenía un candado por seguridad y pesaba un poco pero no había tenido opción pues no todo cabía en las maletas grandes que había dejado en la estación de tren.

 Haciendo tiempo, se quedó en el sitio de hamburguesas hasta las diez de la noche pero no había más razón para quedarse incluso si abrían hasta más tarde. A esa hora, la ciudad empezaba a morir lentamente y solo quedaban vivos algunos bares. Al fin y al cabo, era jueves. Si hubiese sido un viernes, hasta hubiera pensado en meterse en al alguna discoteca que no cobrara la entrada y pasarse horas allí adentro. Lo malo sería el cansancio después.

 No tenía a nadie a quien pudiese llamar para pedirle una cama o un sofá o siquiera un rincón en el piso. Había que tener cierto nivel de confianza para pedir algo así, o eso creía él. Y eso no lo tenía con nadie en esa ciudad. Por lo que decidió caminar sin rumbos, dando vueltas por entre las calles, mirando los que ya iban borrachos caminar hacia otro bar o tal vez hacia el metro.

 Los oía hablar y a veces entendía algo y otras no entendía nada. Siendo verano la ciudad estaba llena de extranjeros y no era extraño salir a la calle y nunca oír el idioma propio, ni por un solo segundo. Todo eran sonido raros y risas que respondían a discursos en palabras desconocidas. A veces le daban ganas de reírse pero se contenía. La verdad es que se reía más de su situación que de los turistas.

 Era ridículo tener el dinero para pagar una vivienda y sin embargo estar por allí caminando hacia ningún lado. Un hotel por una noche no era una solución pues cualquier hotel tendría un costo demasiado alto por solo una noche. Prefirió ahorrarse esa cantidad y tener una pequeña aventura.

 Se le ocurrió entonces caminar a la playa y quedarse por allí. Si bien no podría meterse al agua, seguramente sí podría quedarse en la orilla. La policía solo molestaba a la gente que estaba bebiendo y él no tenía nada que beber ni drogas de ningún tipo ni nada de eso. Así que no tenía nada que temer. Caminó a buen ritmo y en menos de quince minutos estuvo en la playa. Fue por la rambla, mirando la negrura de la noche y escuchando el sonido del mar y preguntándose donde estaba el mejor lugar para sentarse a descansar un rato.

 Como no había seguridad de ningún tipo, decidió simplemente caminar por la playa y sentarse detrás de un montículo de arena que hacía como de separador entre dos zonas distintas de la playa. Se sentó ahí, usando su mochila como almohada y tan solo pasados unos cinco minutos, se dio cuenta que tenía mucho sueño. El sonido del mar era como una canción de cuna y, por mucho que peleó, terminó quedándose dormido allí, tan quieto como se había sentado.

 Cuando se despertó, lo hizo de golpe, como si algo lo hubiese asustado. Pero no había nadie por ahí. Eso sí, ya era de día. Cuando miró su celular, se dio cuenta que había dormido casi seis horas. Era increíble pues había oído historia de cómo la policía patrullaba el lugar de día y de noche, sacando borrachos e indigentes de la playa. En cambio él, sin problema, había podido descansar varias horas.

 Eran casi las seis de la mañana y su cita de entrega de llaves era, menos mal, a las diez. Decidió volver al centro de la ciudad y meterse un buen rato a una panadería. Allí pidió un café con leche y varios panes y se demoró un buen rato comiendo y estirando la espalda que le dolía bastante. El precio de dormir en la playa era una columna adolorida. Comió despacio e incluso compró más pan pues tenía mucha hambre, tal vez por la cantidad de horas que había dormido.

 Cuando terminó, ya eran las ocho de la mañana. Las dos horas que le quedaban se las pasó dando vueltas por entre las tiendas que apenas abrían y los negocios que hasta esa hora estaban subiendo sus rejas y poniendo sus tableros con anuncios en la calle. Tomó varias fotos con su celular porque se había dado cuenta que la ciudad tenía una magia especial a esa hora del día, una magia que jamás había visto.


 Un rato después, estaba en la estación de tren recogiendo su equipaje. No fue largo el viaje hasta su nuevo apartamento. Allí firmó el contrato, le dieron las llaves y a las diez y media en punto se quedó dormido profundamente, cansado de su pequeña aventura en la noche.

viernes, 27 de mayo de 2016

"Selfie" al abismo

   Primero fue una foto. Pero pensó que se veía muy oscuro. Luego fue otra en la que no creía haber abierto los ojos los suficiente. Después parecía que tenía ojeras y así por al menos una hora en una tarde. Era obvio que no tenía nada que hacer. Apuntaba el celular a su cara dando vueltas por toda la habitación, para ver cual era el lugar en el que la luz era óptima. Pero siendo un cuarto tan pequeño, eso de lo más óptimo simplemente no existía. Le tocó tomarse unas cuantas fotos, más que suficientes, por todas partes.

 Se tomó algunas de pie y otras sentado. En unas se tomaba el pelo y se lo echaba para atrás y otras trataba de que le quedara lo más “moderno” posible pero su cabello era completamente liso y no se dejaba hacer casi nada. Se tomó algunas fotos desde un ángulo abajo y otras desde arriba. Las primeras eran horrible pero las segundas se veían extrañas, como si estuviera asustado por algo.

 Para algunas se quedó como estaba pero luego se quitó la camiseta y al final se dio cuenta que no tenía nada de ropa puesta y que, de paso, había intentado varias prendar de vestir que tenía por ahí y que consideraba que lo hacían verse mejor. Al final de la hora tenía más de cien fotografía que revisó una por una, mirando que la luz estuviese bien y que se viese como una persona sexy pero también interesante. De las más de cien quedaron poco más de diez después de un largo proceso de eliminación. Para la hora de la cena, ya tenía la elegida.

 La subió a la red social justo antes de hacerse algo de comer. Dejó el celular de lado un buen rato, tratando de no pensar en la fotografía. Pero todo el tiempo pensaba si estaba gustando o si la gente simplemente no había respondido. Trató de leer después de la comida para no obsesionarse con la foto. Pero eso fracasó pronto y decidió ponerse a ver una película. Pero no había visto ni cinco minutos de la trama cuando tomó el celular y empezó a revisar.

 Muchas personas habían puesto que les gustaba. Tenía muchos corazones para su foto y algunos comentarios de personas que ni conocía. Eso lo hizo sonreír y sentirse un poco mejor consigo mismo. Esa tarde se había sentido bien en su cuerpo y había decidido tomarse las fotos. Además hacía poco que se había cortado el pelo y afeitado, por lo que pensaba que a más de una persona la gustaría así, más arreglado.

 No había subido ninguna foto en meses pero todos los días pensaba en fotos y en poses y en qué hacer pero no tenía el impulso para tomarse las fotos. Y, tal vez lo más importante, no sentía que se viera bien en ese momento. Se sentía feo y prefería no compartir eso con el resto del mundo. Si se sentía así, seguro eso se vería en las fotografías.

 Con la foto que subió estuvo contento por al menos una semana durante la cual su celular le avisaba cada cierto tiempo que tenía más corazones y uno que otro comentario. La mayoría de comentario se pasaban un poco de lo que a él le interesaba pero le de daba igual. Comentario era comentario y no tenía porqué denigrar ninguno. Se sentía contento de que las personas sintieran la necesidad de escribirle algo. Se sentía bien y era algo que nunca le ocurría, solo en el mundo virtual.

 En la vida real nadie lo miraba o al menos no que él se diese cuenta. Durante buena parte de ese año, se había esforzado como una mula para tener un cuerpo más en línea con lo que él pensaba que era lo ideal: quería los brazos más grandes, las piernas más torneadas y definidas, el abdomen marcado, el trasero más redondo y el pecho bien definido. Esa era su meta y había decidido hacer ejercicio para lograrlo pero la verdad era que lograr su meta era imposible.

 No era un buen atleta, lejos de eso. Intentó varias técnicas y deportes hasta que dio con unos aeróbicos que parecían funcionar o al menos lo hacían sudar bastante y sentía que usaba los músculos que quería lograr que la gente viera. Todos los días se ejercitaba y lo hizo así durante al menos seis meses. Cuando fue temporada para ir a la playa, decidió comprar los resultados a como estaba cuando había empezado y tuvo una respuesta un poco mixta.

 No podía negar que había perdido bastante peso, eso se notaba en las fotos de entonces comparadas con las más recientes. Además, había algunas prendas de ropa que antes le quedaban apretadas que ahora le entraban mucho mejor, sobrando un poco de espacio para poder respirar cómodamente. Eso, sin duda era bueno, pues perder peso debía indicar que estaba más flaco y por lo tanto más cerca de su meta.

 Pero cuando comparó su cuerpo de antes con el actual, se decepcionó bastante: no había cambios significativos excepto que su panza parecía menos prominente. Eso era todo. Los brazos seguían igual de delgados, las piernas igual de fofas y el abdomen cubierto de la grasa que se asienta en la panza. Fue un momento muy difícil pues pensaba que todo lo que había hecho llevaría a algún lado.

 Sin embargo, subió la comparación de las dos fotos y pronto muchos dijeron que se veía bien pero que debía seguir adelante para llegar a su meta, que al fin y al cabo era la de todos. Se metió a un gimnasio, algo con lo que nunca había estado cómodo y aumento el tiempo de ejercicio cada día. No había ni uno que no fuera al gimnasio a ejercitarse.

Como su trabajo era poco exigente, podía organizar su horario con facilidad alrededor de sus horas de ejercicio. Comenzó siendo una hora pero después se quedaba más tiempo: unos diez minutos, veinte, media hora y un día estuvo allí tres horas seguidas probando casi todo lo que el lugar tenía para ofrecer. El entrenador que lo asesoraba lo impulsaba a seguir adelante, a comer bien y a nunca parar. La idea era exigirse más pues notaba que nunca se había exigido lo suficiente.

 Ahora hacía flexiones y levantaba pesas. Luego corría o hacía bicicleta o más aeróbicos. Era un ritmo casi imposible de aguantar, ridículamente difícil de mantener. Llegó un día en el que se levantó exhausto y sus piernas no tenían la capacidad de mantener el peso del cuerpo erguido. Ese día se resbaló en la ducha y se golpeó en la cabeza, por lo que estuvo lejos del gimnasio por varios días. Aprovechó ese tiempo para subir las fotos de su cuerpo que era cada vez más definido y delgado.

 Comía poco y cuando comía era lo más saludable que hubiese a mano. A su familia ese punto fue el que los alertó de que algo no estaba bien pues él siempre había sido una persona que comía bien y le encantaba comer de todo. Cocinaba seguido y hacía platillos inventados por él. Pero eso ya no ocurría. Lo máximo era que se hacía uno de esos batidos de proteínas en los que el ingrediente principal es el apio.

 Pasados otros seis meses, se tomó algunas fotos nuevas y las subió sin esperar ni intentar nada. A todo el mundo le encantó su nuevo cuerpo, sus abdominales y sus brazos y todo lo que veían. Él se sentía exhausto pero por fin había logrado su objetivo. Al día siguiente decidió ir a la playa para mostrar su nuevo cuerpo.  Trató de elegir el lugar más adecuado de todos para que la gente lo viera y se acostó allí y esperó.

 Unos chicos que jugaban voleibol golpearon la pelota con fuerza y esta rodó hasta el cuerpo del chico. Cuando el jugador se disculpó por la pelota, se le quedó mirando y salió corriendo a buscar ayuda. El chico tenía los ojos abiertos debajo de los lentes oscuros pero no los movía. Su pecho tampoco subía y bajaba, como era lo normal. La ambulancia llegó en unos pocos minutos.


 Se le declaró muerto apenas llegó al hospital. Al comienzo se creyó que había sido un grave caso de insolación pero después de revisar el historial del hombre, se dieron cuenta que casi no tenía nutrientes en su cuerpo y casi se había consumido por completo a través del ejercicio y la dieta. Su obsesión con un cuerpo que él y otros creían perfecto, lo habían llevado directamente a la tumba. No habría más fotos ni corazones. No habría nada.

lunes, 23 de mayo de 2016

Abrazo real

   El abrazo pareció real. Se sentía. Era como si no solo él sino muchos otros estuvieran también abrazándome en ese mismo momento. Sentí que duró más de lo normal y, para cuando todo había cambiado de nuevo, me sentía menos desubicado de lo normal.

 Los colores, los tonos de las cosas, eran completamente diferentes a lo que estoy acostumbrado pero pude comprender porque todo era de esa manera de la manera más rápida. La idea no era poner en duda todo lo que viera sino aceptar que estaba en un lugar que había visto antes pero que jamás había visitado.

 Es increíble como funciona todo porque, incluso con una interrupción, todo siguió como si fuera algo seguido, como si en verdad estuviese viendo un capitulo en la televisión, lo más normal del mundo. Pero no, estaba soñando. Eso sí, era un sueño bastante único, bastante difícil de repetir y de comprender.

 Todo parecía estar basado en una serie de televisión y mi cerebro había copiado la mayoría de cosas lo mejor que había podido. No todo era igual a la serie pero eso no me importó, no era algo crucial. Incluso creo que mucha de la gente que aparecía por ahí no eran los mismos pero eso no era importante porque la historia que yo veía frente a mis ojos era ligeramente diferente.

 Nunca me puse a pensar en lo que yo tenía puesto pero sí me fijé en los trajes de los demás. Estoy seguro que había soñado otra cosa antes y por eso me estaba fijando en todo tanto. Mejor dicho, sabía que estaba soñando pero no traicionaba la idea del sueño cuando hablaba con los demás personajes creados por mi mente. Ellos creían que eran reales y yo no iba a dañar esa idea por nada. Era divertido exagerar en lo que decía y lo mejor es que siempre sabía que decir.

 El clima y el entorno en general era bastante gris, oscuro y cruel. Tal vez tendría algo de frío esa noche pero no lo recuerdo. El caso es que no fue difícil imaginarme algo de nieve y de viento frío para adecuar toda la escena. Todavía me da algo de risa lo consciente que estaba durante todo el tiempo. Era como si supiera un secreto que el resto de los personajes no sabían.

 Pero, sin embargo, todo acabó de la mejor manera posible o al menos eso creo. Supongo que me despertó la alarma ese día y supongo que eso interrumpió mi sueño de golpe pero la verdad no lo recuerdo. Solo recuerdo haberlo abrazado y haber sentido que era verdad, que podía sentir su fuerza alrededor mío.

 Cuando me desperté, por supuesto, estaba decepcionado. No solo porque no había nadie que me abrazara así sino porque necesitaba ese abrazo, necesitaba ese alguien que me confortara, que me dijera algo positivo, que me ayudase a seguir adelante. A veces es difícil hacerlo todo por cuenta propia y es normal desear que alguien más venga y ayude, que alguien más te haga sentir que todo vale la pena y que hay muchas cosas más allá de lo que ves en el mundo e incluso de lo que sueñas.

 Pero yo no tenía a esa persona. Es decir, no la tengo. Por eso ese abrazo fue tan especial, tan extraño y tan necesario. No me abrazó el personaje pero supongo que fui yo mismo que decidí darme algo que pudiese darme un pequeño empujón hacia delante. No sé si era algo que necesitase con urgencia pero debo decir que se sintió bastante bien cuando sucedió. Tanto así, que pensé haberlo olvidado pero en mi cabeza todavía estaba fresco el recuerdo del abrazo varios días después.

 En mi vida diaria soporto el desorden y la falta de limpieza y de sentido común de los demás. A veces los odio y a veces me da igual porque pienso que no es para siempre y no lo es. Pero es difícil, no es algo sencillo tener que respirar lentamente y recordar eso todos los días, cuando la gente no ayuda a que las cosas funcionen tan bien como podrían. Me hace preguntarme si, cuando la gente se queja de sus vidas, en verdad se quejan de sus errores y no se dan cuenta de que todo podría ser más simple.

 Tengo eso. Y también tengo gente alrededor que solo está pero nada más. No voy a mentir y decir que todo es culpa de los demás. Muchas veces a mi no me da la gana de comunicarme o soy yo el que tiene problemas para establecer puentes pero la mayoría de las veces creo que lo hago con razón.

 Creo que es importante, por ejemplo, que haya confianza y que no haya falsedades entre la gente. Por eso el abrazo fue real. Porque no había nada entre nosotros dos, no había fricciones ni nada incomodo. Éramos dos seres de verdad sintiéndonos comunicados.

 En cambio en otras ocasiones simplemente no se siente eso. Si acaso se siente una exclusión que tal vez no es consciente pero si es casi sólida. Pero ya a estas alturas de la vida no es algo importante pues la gente decide como hacer sus cosas y no tengo ya ganas de forzarme encima de nadie. Nunca tuve esa gana de que me quisieran, de que me pusieran atención y de ser un centro de atención constante. De pronto uno temporal pero jamás uno que trabaje las veinticuatro horas del día. El caso es, que no hay nadie que me de ese abrazo, ese mismo.

 Hay muchos abrazos pero algunos se sienten incompletos, vacíos o extraños. Hay abrazos que simplemente no son confortables, se sienten como algo que no debería ser, como algo que no tiene lugar. Y por eso prefiero los abrazos que vienen de los dos lados, que son sinceros y que no son forzados por una u otra razón.

 En fin. Salí a caminar después de mi sueño y no sé qué ve la gente pero me gusta que no me miren tanto, a parte de mi pelo que tal vez les parezca gracioso. Caminé cales y calles, a veces rápido y otras veces más lento y siempre pensando que es lo que necesito y cual es el siguiente paso. Para cuando llegué al mar, no tenía ninguna respuesta y ya me había dado por vencido. No tengo ni idea que es lo siguiente o que debo hacer y mucho menos porqué hacerlo. No lo sé.

 Me senté en la playa y me quedé mirando el agua un buen rato. Las olas son algo hipnótico, tienen esa cualidad de hacerte pensar al ser algo ligeramente repetitivo. Tratando de evitar la arena en mis zapatos, volví a pensar en lo que pasaba pero, como siempre, supo muy bien que era lo que no quería y eso es fácil. Es muy sencillo concluir que es lo que no quieres en la vida porque seguramente ya has tenido que estar frente a esos retos y los has vencido o no los has superado por alguna razón.

 Pero saber qué quieres, decidir cual es tu próximo paso, es algo que no es fácil. No es simple ni evidente y pienso, personalmente, que es una cosa que se entiende en un momento determinado y nunca antes. Tal vez encima del momento en el que hay que tomar la decisión pero así son las cosas, nunca son perfectamente oportunas y hay que vivir con eso.

 Caminé de vuelta por la orilla y casi no vi a la gente. Había mucha y gritaban y hablaban y jugaban pero no les puse demasiada atención porque no tenían nada interesante para darme, nada que yo pudiese usar para aprender lo que necesito aprender, sea lo que eso sea.

No sé… No es culpa de nadie porque es cosa mía saber que viene después. Es cosa mía saber relajarme, saber aceptar que el tiempo es algo que existe y que debo tener paciencia. Creo que en parte de eso iba mi sueño. Podría ser una serie de televisión pero todo fue tan lento, tan pausado y con tanto detalle, que creo que la idea era hacerme ver que hay lugar para tomarse el tiempo y pensar e incluso disfrutar.

 Hay que tomar todo como esté pero en el momento que esté, no antes ni después porque o sino hay un riesgo de nunca ver lo que pasa sino después o antes de que pase y esa no es manera de vivir.


 El caso es que sigo esperando mi abrazo. Espero al menos uno más, muy pronto.