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lunes, 22 de febrero de 2016

La momia

   Nadie se dio cuenta de lo que había pasado hasta que el techo de uno de los apartamentos colapsó y el agua salió por todos lados. Además el piso nueve del edificio era un pantano y ya alguien se había quejado de que había agua bajando por las escaleras pero nadie había hecho mucho caso. Lo normal en esos casos es que el dueño del apartamento solo venga cuando es una emergencia y no cuando parecen inventos de los inquilinos. El caso es que desde ese día el edificio entero tuvo que ser puesto en cuarentena pues el agua acumulada había dañado gravemente muchas de las conexiones eléctricas y las mismas tuberías.

 Cuando los bomberos llegaron para evacua a la gente, los vecinos se sorprendieron cuando salieron del edificio con una camilla y lo que parecía un ser humano debajo de una bolsa de las que usan en la morgue. Pero el problema era que solo la habían puesto encima. Entonces cuando uno de los bomberos dio  un mal paso en el último escalón de las escaleras de la salida, el plástico negro se corrió y todo el mundo gritó, le taparon los ojos a los niños, alguna señora exagerada se desmayó e incluso algunos muy ágiles tomaron fotos que luego resultaron en Internet.

 El cuerpo en sí no era lo que había asustado a la gente. Al fin y al cabo que la gente se moría todo los días y, siendo verano, no era inusual oír casos de adultos mayores muertos por insolación o por mal manejo de los aires acondicionados. Eso era normal. Pero este cuerpo no había muerto por eso o al menos no lo parecía. Ese cuerpo estaba momificado y la policía no supo explicarse porqué. Al parecer lo habían encontrado en la salita donde tenía la televisión y allí mismo había muerto. Su muerte y la inundación debían estar conectados pero nadie tenía explicaciones detalladas todavía.

 La momia fue llevada a la policía y allí la analizaron día y noche y pronto, por los contratos y demás, se supo que la persona que estaba momificada en la morgue de la policía no era un inquilino del edificio. En un giro repentino de la historia, se pudo verificar que nadie vivía en ese apartamento hacía muchos meses. Se suponía que estaba ofreciéndolo en alquiler pero la inmobiliaria confesó que habían dejado de mostrarlo por diversos factores, casi todos relacionados con la falta de varios arreglos necesarios para ofrecer la mejor calidad de vida.

 Lo primero que concluyeron los medios fue que el personaje momificado era un ilegal que se había metido a la casa, aprovechando que estaba vacante, y por alguna mala fortuna había muerto allí, tal vez mirando televisión o tal vez preparándose un baño. Algunos incluso iban más lejos y alegaban que quien fuera ese hombre, porque habían concluido que lo era, había querido perjudicar a la gente del edificio enviado por alguien más. Una pelea de vecinos era la razón para esa teoría.

 Mientras tanto el edificio seguía en mantenimiento profundo pues la cantidad de agua que se había acumulado en el baño del noveno piso había descendido al colapsar el suelo y había recorrido toda la estructura hasta la entrada misma del lugar. No había apartamento que no estuviese, al menos en parte, perjudicado por la inundación. Y las zonas comunes también habían quedado vueltas al revés. Un reportaje de la televisión entró al lugar para revisar el estado de todo y solo habiendo pasado unos días, el lugar parecía abandonado desde hace años. La escalera principal solo podía ser utilizada hasta el segundo piso, pues el resto o ya había colapsado o estaba en riesgo de hacerlo.

 Otro escándalo emergió cuando el propietario del edificio confesó que no tenía como pagar los daños causados al edificio. Explicó en televisión que no había tantos inquilinos y las rentas no eran altas, por lo que con lo que la gente pagaba si acaso hubiese podido pagar la recuperación de las redes de servicios pero no arreglar los pisos o las escaleras, ni siquiera los muros que ahora se estaban desmoronando pedazo por pedazo. Los inquilinos se quejaron y denunciaron al dueño, calificándolo de tantos nombre que era difícil seguirles la pista con tanto calificativo que usaban. El caso era que no confiaban en él y exigieron a la policía otra investigación.

 Esos eran otros con problemas. No habían avanzado mucho con lo de la momia y la gente del barrio se estaba quejando por el edificio, pues no solo la humedad se sentía con fuerza en los alrededores, sino que temían que l estructura se viniese abajo en cualquier momento y pudiera haber algún herido por culpa de la negligencia de los servicios de la ciudad. El pobre jefe de policía iba de un lado a otro, entrevistándose con los vecinos, luego con los inquilinos del hotel y finalmente con varios inmigrantes de toda la ciudad que sospechaban sabían algo del muerto, pero eso era una pantalla de humo pues la verdad era que no tenían ni idea de cómo avanzar.

 La clave llegó en forma de una mujer. Era una chica de unos veintinueve años, alta y bonita pero no muy arreglada. Temblaba un poco, por nervios tal vez o por costumbre, y al hablar tenía un marcado acento del este de Europa. Se le vio primero por el barrio preguntando por el hombre de una foto que tenía ella en el bolsillo. La mostraba y preguntaba si alguien lo había visto, si alguien sabía algo de él. Pero la gente no estaba de humor para ello y la mayoría negaba con la cabeza sin siquiera ver la imagen. Cuando fue denunciada a la policía por algún vecino exagerado, confesó que su hermano era el de la foto y que no lo veía hace mucho tiempo. La policía averiguó rápidamente que la mujer había sido ilegal hasta hace unos meses y que en efecto tenía un hermano pero en su país.

 Ella no quiso explicar nada con detalle. Solo les dijo que su hermano había sido contratado por una de las mafias para sacar unos documentos de un apartamento. Le explicaron que eso era robo y ella los miró con pánico y dijo que lo sabía pero que su hermano nunca le explicó nada y había sido solo hasta hacía poco que uno de los hombres que lo habían contratado se le había acercado para decirle en que barrio encontrarlo. Y por eso había estado preguntando y molestando a la gente en ese barrio en concreto, porque quería saber de su hermano y si la mafia lo había matado o qué había pasado con él.

 Los médicos forenses, con ayuda de registros dentales importados del extranjero con ayuda de la mujer, pudieron anunciar que la momia era en efecto el joven ilegal. La mujer se desmayó cuando supo que su hermano era ahora un momia y explicó que eso en su cultura era significado de un embrujo o una maldición. Empezó a hablar en un idioma que nadie entendió y colapsó en la morgue, con los médicos asustados y los policías ya hartos de un caso tan extraño.

 Explicar la momificación resultó sencillo pues era algo que ya había pasado en otros lugares. La combinación de la temperatura del aire, de la habitación como tal y la forma en la que estaba el cuerpo, todo ayudaba a que el pobre hombre se hubiese momificado. La humedad proveniente del cuarto también era un factor importante. Se pudo averiguar que el cuerpo había estado allí por lo menos un par de meses y que la habitación inundada lo había estado casi por el mismo periodo de tiempo. Es decir, que los vecinos pudieron haberse dado cuenta a tiempo pero nadie dijo nada.

 La muerte como tal del pobre chico era algo más difícil de explicar. Se buscaron orificios de bala pero no había ninguno, tampoco huecos por puñaladas consecutivas ni marcas de laceraciones por ningún otro objeto. El cuerpo estaba perfecto excepto por el hecho de estar muerto y momificado. Puede que hubiese tenido alguna complicación respiratoria o tal vez una alergia grave contra algún tipo de producto. O tal vez fue el corazón el que falló. Todos los resultaron eran poco concluyentes porque la hermana dijo que no permitía que abrieran el cuerpo pues necesitaba enterrarlo y que descansara en paz.

 Viendo que no se iba a concluir nada sin una autopsia, la policía se rindió y entregó el cuerpo a la hermana. Ella lo enterró, luego de hacer un rezo y una especie de ritual con un sacerdote de confianza, y anunció a la prensa, siempre ávida de más detalles, que su hermano descansaba en paz y que el cuerpo dejaría pronto de ser una momia para convertirse en lo que todo los cuerpos debían convertirse eventualmente: polvo.


 Nadie nunca supo entonces la razón de la muerte del joven, que había sido por un simple piquete de avispa ni tampoco sabían que los papeles más incriminatorios de la historia de la ciudad habían sido destruidos al él mismo ponerlos en la bañera y abrir los grifos tanto de la misma bañera como del lavamanos. Se había quedado para aprovechar la televisión y allí había muerto, sin cerrar las llaves y sin escuchar el sonido de un cuarto de baño,  diseñado para también ser refugio antibombas hacía muchos años, llenándose más y más de agua.

viernes, 22 de enero de 2016

Para la eternidad

   La última parte de la casa que consumió el fuego fue el ático. Aquel lugar mágico que durante tanto tiempo había sido el refugio del artista y sus modelos. Porque no fue uno sino muchos pero el último fue el más importante, sin duda. Las llamas avanzaron lentamente, consumiendo casi con placer cada una de las pinturas terminadas que se encontraba enrollada en algún lado o enmarcada y contra la pared, sin nunca haber intentado siquiera ser colgada como debería serlo una obra de arte.

 De pronto era porque estas imágenes eran de carácter privado y solo habían sido exhibidas una vez y con esa vez había sido suficiente para ellas y para su artista. Él ya no existía y su modelo estaba lejos. Cuando se enteró del incendio, solo sintió y siguió con su vida porque no había nada más que hacer. Lo que habían vivido en ese lugar era algo de ellos, algo que no quería compartir con nadie más así que simplemente se alejó.

 La verdad es que solo una de las pinturas sobrevivió intacta. Por alguna razón el artista había sido muy cuidadoso con esa pieza en particular y la había guardado en uno de esos tubos que sirven para guardar planos de arquitectura y demás obras de gran tamaño. El tubo no estaba hecho de cartón ni de nada parecido, así que para cuando el incendio fue apagado por los bomberos, todavía resistía el calor abrasador de las llamas. Fue, de hecho, uno de los investigadores de la policía el que sacó el tubo de entre las cenizas y contempló la pintura. Fue la primera vez que alguien lo hizo, después de muchos años.

 Al policía le encantó la imagen: era un hombre completamente desnudo en lo que parecía una pose de gran felicidad, tenía los brazos en el aire y una sonrisa enorme en la cara. El estilo era bastante particular, no fiel a la realidad pero lo suficiente como para sonreír al mismo tiempo que se veía la sonrisa en la cara del modelo.

El policía no sabía nada de arte pero sabía que le gustaba mucho la obra y quiso quedársela pero eso no pasaría a menos que alguien reclamara las posesiones de la casa, cosa que parecía que no iba a pasar pues pronto pasaron los días, un par de semanas, y nadie aparecía para decir nada del lugar. Lo único que el policía hizo en ese tiempo fue llevar la imagen a un experto en arte y preguntarle si conocía la obra o al menos el estilo.

 El critico dijo que estaba fascinado con la técnica y ese extraño sentimiento que daba la pintura pero lamentablemente no sabía quién era el artista. Revisó cada milímetro de la pintura y encontró, en la parte trasera, un código que normalmente se usaba para clasificar obras en galerías así que lo más posible es que había sido expuesta en algún lado. Encontrar al artista era posible.

 El detective era un hombre casado hacía poco y con poca experiencia en el mundo policial. Por ser “el nuevo” lo alejaban de los grandes casos como eran los que tenían que ver con secuestros u homicidios o cualquier cosa que pudiera ser un verdadero reto para un detective. Así que la mayoría de las veces se dedicada a hacer el papeleo de los demás o a casos que para él no significaban un avance significativo en su carrera como la pérdida de una mascota o de algún bolso en una estación de metro.

 El caso de la incendio y de la pintura misteriosa era suyo porque a nadie le interesaban los incendios en que solo se quemaban las cosas y no moría nadie. Así que no había ni un solo interesado en quitarle el control de la investigación. Se puso entonces a buscar en internet el código que había detrás de la pintura, además de investigar quién era el dueño de la casa, aunque eso había probado ser un callejón sin salida pues era una empresa la dueña y no una persona.

 La empresa se llama Daisy y lo que hacía era exportar flores a todo el mundo. El gerente general ni siquiera sabía que la empresa poseía esa propiedad e incluso dudó que fuera cierto, tal vez un error en los archivos de la policía. Esto el detective se lo tomó mal pues habiendo estado sumergido por tanto tiempo en los bajos fondos de la policía, sabía que eso de los errores no pasaba tan seguido como la gente creía. Pasaba más que los archivos estuviesen incompletos, eso era ya otra cosa.

 Acto seguido, se dirigió a la dueña de la empresa. Vivía en una casa de campo y fue allí que encontró la primera pista. La mujer tenía unos setenta años pero se encontraba muy bien de salud y de hecho le pidió al detective que no la demorara pues tenía una fiesta de beneficencia a la que debía llegar y no podía dejar de ir. Al mencionar la casa, el detective se dio cuenta que había despertaba un recuerdo en la mujer, pues su apuro se desvaneció y se tuvo que sentar. Uno de sus empleados le trajo un vaso de agua y el detective tuvo que esperar hasta que la mujer hubo tomado mejor color.

 Resultaba que esa era la casa donde ella había crecido. El barrio donde estaban ahora las ruinas era uno de los más tradicionales de la ciudad y en su época había sido el centro de la vida de élite pero ahora era un barrio de estudiantes y artistas. A ella le cayó muy mal el hecho de saber que su casa de infancia ya no existía y no entendió nada de la pintura o del artista. Le aseguró al detective que no sabía nada de nadie que viviese allí pues ella recurría a una agencia inmobiliaria para que manejara sus bienes raíces. De hecho, ella ni recordaba que la casa seguía bajo su posesión. El detective la dejó entonces, todavía afectada por la noticia.

 Se dirigió entonces a la agencia inmobiliaria y allí fue casi imposible recibir una respuesta directa. Primero porque todo el mundo parecía inmerso en sus asuntos, en su trabajo y en todo lo que tenía que ver con lo que hacían allí. Incluso parecía que ni habían visto que el detective estaba allí de pie, como una lámpara. Cuando por fin detuvo a alguien para preguntar lo que necesitaba preguntar, le dijeron que esa información era confidencial. Él mismo tuvo que llamar a la dueña de la casa para aprobar que abrieran el archivo pero no sirvió de mucho: el lugar parecía estar subarrendado pues la persona que en teoría vivía allí era otra mujer mayor que ahora estaba en un hogar para gente mayor.

 Frustrado, el policía solo tenía a su esposa para explicarle lo mucho que quería solucionar todo eso. Sentía que la sonrisa del hombre era como la de la Mona Lisa, guardando un gran misterio que quién sabe si sería posible conocer alguna vez. Ella lo consolaba y le dijo que de pronto el fuego había consumido todo menos ese cuadro precisamente para perpetuar esa imagen tan poderosa que nadie nunca podría descifrar. Pero entonces el detective tuvo una idea. Besó a su mujer y le dijo que volvería en un rato.

 Cuando llegó al edificio donde trabajaba, no se dirigió a su oficina sino al archivo, donde se guardaban todos los objetos que encontraban en las escenas de los muchos crímenes que había en la ciudad. Pidió la llave de siempre y se dirigió a una caja donde estaba el tubo pero también otros objetos. Su mujer le había hecho caer en cuenta que el tubo no había sido el único sobreviviente del incendio. Había objetos pequeños que también habían sido recogidos por la limpieza de la escena, nada muy importante. Lo revisó todo con cuidado pero no encontraba lo que quería hasta que dio con un celular quemado.

 Pidió herramientas para sacar de él una memoria que no estaba dañada y allí encontró unas cien imágenes. La mayoría eran de sitios, de paisajes y demás. Pero había una en la que un hombre devolvía la mirada. No era el del cuadro pero era, tal vez, otro misterio resuelto. Era el artista, con manchas de pintura y sus pinceles, sentado en un taburete y sonriendo.

 Al día siguiente, por fin pudo el detective determinar que el nombre del artista era Jonás Hegel. Parecía un nombre extranjero pero no lo era. Era sobrino de la mujer que debía vivir en la incendiada, ella misma terminó recordando que lo dejó vivir con ella y que a veces invitaba a sus modelos para pintar en el ático. Pero recordaba también que al final era solo uno y por eso decidió irse, pues sabía que Jonás se había enamorado y pensaba que necesitaría todo el lugar para formar una familia. Lamentablemente, eso nunca pasó. Jonás murió después de esa exposición de arte, que había sido su primera y la única.


 Del modelo nunca se supo nada. La vieja mujer no recordaba su nombre y por mucho que el detective revisó fotos, archivos y demás, no pudo encontrar ni su imagen ni su nombre por ningún lado. Era como si la vida no quisiera que se supiera nunca quién había sido. Lo único que quedaba de él era esa pintura, ese cuerpo danzarín y esa sonrisa que duraría para toda la eternidad.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Asesinato y demás

   El cuerpo de Fernando Trujillo cayó al río como en cámara lenta. El tiro que le propinaron en la cabeza dispersó sus sesos por el agua antes de que su cuerpo cayera allí mismo. No había sido algo calculado por sus asesinos pero había sido el resultado directo de un asesinato algo improvisado, pues Trujillo no debía morir en ese lugar al lado del camino a la playa, sino que debía ser llevado a unos kilómetros de la ciudad para ser asesinado en el cementerio. Ese había sido el plan pero finalmente no hubo manera de ejecutarlo como se había pensado. El jefe de los matones, seguramente apurado por algún hecho importante, cambió todo exigiendo que lo mataran donde sea que estuviera y que, de ser posible, ocultaran el cuerpo para que no lo encontraran.

 Eso no iba a ser posible pues el área del mar en la que había caído no era nada profunda pero la corriente sí era fuerte. Apenas cayó, ellos miraron y luego se fueron. Si tan solo hubiese habido un árbol o una barandilla, el cuerpo hubiese tenido que ser trasladado. Pero no fue así. Durante toda la noche, el mar meció el cuerpo lentamente y lo fue arrastrando hacia el centro de la bahía y hacia abajo. En el proceso, Fernando Trujillo fue perdiendo lo que tenía en sus bolsillos: algo de dinero en monedas, unas llaves y su billetera. También su celular cayó y pronto fue despojado de sus viene materiales por el agua, que lo arrastró a un rincón oscuro del que nunca salió.

 De los objetos que se le fueron cayendo, casi todo quedó en el fondo del mar que en esa parte debía tener solo cuatro metros de profundidad. Después la bahía se volvía inmensamente profunda y tal vez era por eso que se le avisaba a los bañistas que nunca se metieran al agua al final de la tarde, pues podía ser peligroso. El caos fue que, con el tiempo, el cuerpo se deterioró y solo los huesos quedaron en el fondo marino, lentamente cubiertos por musgo y arena. A Trujillo lo recordaban en tierra pero solo su familia y ellos se resignaron pronto. Al fin y al cabo conocían su pasado y sabían que, tarde o temprano, eso vivido vendría a saldar cuentas de una manera o de otra. Su mujer se casó el año siguiente, evento que no sorprendió a nadie.

 Fue un día de sol del verano que siguió, en el que Eva y su padre Julio se encontraron el celular de Fernando en la playa. Estaba medio enterrado en las piedritas antes de entrar al mar y Eva lo había descubierto al ir corriendo a meterse al mar y tropezar con la punta del objeto. Después de llorar unos minutos, y de recibir el amor de su padre por otro par de minutos, la niña de nueve años fue la que sacó el celular de la arena y se alegró de verlo como si fuese un viejo amigo que se aparecía en la arena como por arte de magia. Julio no le dejaba tener de esos aparatos, ella era muy joven. Pero ambos se quedaron mirando el objeto por un rato, como si fuera algo único.

   Luego, Julio miró a su alrededor y buscó al posible dueño del objeto. Pero la verdad era que, en esa parte de la playa, no había nadie. Al fin y al cabo, era la parte donde terminaba la arena y había un camino que venía del pueblo y nadie se hacía allí pues el ruido de la gente en “hora pico” podía ser excesivamente molesto. Con Eva, revisaron el celular: no prendía, tenía algo de agua en el interior y arena por todos lados. Eso sí, tenía una memoria de la que podrían sacar algo. Julio sabía algo de tecnología aunque más sabía su hermano Tulio (sus padres no habían sido gente muy creativa), pues había estudiado ingeniería electrónica en la universidad. Se guardaron el objeto y volvieron a su lugar en la playa con los demás miembros de la familia, sin darse cuenta que a pocos centímetros del celular, el mar enterraba una tarjeta con el nombre de Fernando.

 Ya en casa, Eva tomó el celular y empezar a jugar con él, imaginando que disparaba aves contra cerdos o que ella controlaba una nave espacial a toda velocidad o que tocaba frutas cuadradas. Todo eso lo había visto alguna vez pero solo cuando mamá dejaba que jugara con ella. Julio y su esposa eran chapados a la antigua en ese aspecto y muchas veces se preguntaban si era lo correcto. Pero cuanto más se lo preguntaban, menos hacían algo a propósito. El celular del muerto se lo dejaron a Eva, mientras Tulio venía o ellos iban a donde él. La segunda opción era la más probable pues él casi nunca salía de casa.

 Al cabo de dos semanas fueron todos a visitarlo pero, intrigado por la historia del celular, decidió revisarlo momentos después de Julio haber concluido la historia. Según él, el aparato como tal no podía ser salvado. Pero la información que había dentro seguramente sí. Usó varias de los aparatos que guardaba por todos lados y les dijo que tomaría un tiempo, pues el agua salada a veces hacía que todo fuese algo lento, además que el aparato parecía estar lleno de información. Mientras esperaban, Tulio ofreció café y galletas. Las aceptaron por cortesía pero, siendo familia, ellos sabían que Tulio siempre ofrecía café con sabor a cigarrillo y las galletas más viejas que tuviera en ese momento en la alacena.

 Cuando ya querían irse, la información no había terminado de salir. Tulio les propuso que fueran a casa y él los visitaría tan pronto todo hubiese terminado. Eva no quería dejar su nuevo juguete pero la convencieron recordándole que debía terminar cierto juego de té en casa. Tulio se puso a trabajar hasta muy tarde y fue en un momento de la madrugada que la descarga terminó y pudo ver que era lo que había en el celular. Al comienzo, se sintió confundido pues las carpetas típicas estaban mezcladas con otras con nombres parecidos pero cuando por fin dio con algo real, se llevó el susto de su vida. Lo primero que vio fue una foto en la asesinaban a alguien.

 La calidad no era la mejor, pero estaba claro lo que sucedía. Así fue que miró las demás fotos y todas tenían como tema, sin lugar a dudas, el crimen. En unas había gente recibiendo dinero, en otras más asesinatos e incluso lo que parecían violaciones. Había archivos de video pero no se atrevió a mirar ninguno. Algunos audios existían pero el sonido era pésimo y apenas se podían distinguir voces distintas de ellos. Tulio lo dejó todo por un momento y fue a la cocina a tomar agua fría. Cuales eran las posibilidades de encontrar un celular en la playa con esa clase de información? De quién sería el móvil y por que había sido abandonado, si es que había sido a propósito? Todo era muy extraño. Tulio decidió llamar a su hermano, así tuviese que despertarlo y decidir que hacían.

 Siendo el bueno de los hermanos, Julio se decidió por ir a la policía. Se encontró con Tulio, muy a las cinco de la mañana, frente a la estación de policía del pueblo, que a esa hora parecía una de esas villas fantasma de las películas. Cuando entraron, solo había un oficial masticando chicle y leyendo una revista de chismes. Le tuvieron que llamar la atención tosiendo para que los mirara. Julio explicó a lo que venían y él solo les pidió que esperaran, indicándoles sin mirarlos unas sillas contra la pared. Esperaron una hora hasta que empezaron a llegar más oficiales. La verdad era que el pueblo no era muy activo y no valía la pena trabajar veinticuatro horas a toda máquina. El hombre que los atendió se fue y tuvieron que exigir hablar con alguien.

 Había una oficina de tecnología y fue allí que por fin pudieron mostrar lo que tenían. Tulio había guardado todo en una memoria portátil. Primero lo vio un policía, después otro, y otro y otro y así hasta que hubieron unos doce en la pequeña oficina y decidieron llevar todo a un laboratorio. A Tulio y a Julio se les impidió el paso y solo les preguntaron donde habían encontrado la información y si era la única copia. Lo primero lo contestó Julio y se lamentó ser sincero pues tuvieron que dar todo, incluso el aparato dañado que él quería de juguete para Eva. Tulio respondió lo segundo, pero mintió. Dijo que solo había una copia pero la verdad es que había guardado la información para él.

 Cuando se fueron, vieron que más oficiales corrían al laboratorio pero ya no le dieron más importancia. Ya en casa, Tulio guardó la información en un lugar que hasta él se le olvidara. La había guardado toda por si acaso, pero lo más probable es que nunca se atreviera a ver todo eso de nuevo. Julio tuvo que comprarle su primera tableta electrónica a Eva, después del berrinche de dos horas por no haberle traído el celular de vuelta. Al final, fue la mejor decisión pues le podía enseñar mucho más de esa manera, con juegos y demás.


 Nadie supo que por esos días los matones volvieron al pueblo pero no para matar sino porque les había gustado el lugar y querían tomarse un tiempo libre del crimen. Eran dos hombres y eran pareja pero su jefe, al que llaman “el idiota ese”, no tenía ni idea. Mientras ellos compartían un beso cerca de la orilla, los huesos de Fernando estaban siendo revolcados en el fondo del mar por una red que buscaba peces. Los pescadores casi se mueren del susto al ver la calavera en la parte más alta del montón de peces.

domingo, 25 de octubre de 2015

El hombre desnudo

   A Jonathan Frey siempre le preguntaban porqué se había ido a vivir tan lejos. Su respuesta era que esa distancia le ayudaba a separarse de los demás y así purgarse de culpas y odios que todavía tenía adentro. Además, siendo un escritor con un agente lo suficientemente bueno, podía vivir en el fin del mundo si quisiera y de todas maneras le iría igual que si viviese en la ciudad. Volvía su ciudad natal cada cierto tiempo, para arreglar cosas del trabajo sobre todo relacionadas con la promoción de su último libro. Pero la verdad es que odiaba estar allí de nuevo. El ruido de los carros era lo peor para su cerebro, lo mismo que las personas y su cacareo constante que no iba a ningún lado. Siempre se quedaba máximo una semana y si no estaba todo terminado en ese lapso de tiempo, pues se dejaba para después o simplemente no se hacía.

 Después de uno de sus viajes, volvió a su pequeña cabaña en el bosque en su camioneta vieja y confiable. Le encantaba ese vehículo así no lo usara demasiado: sus manchas de óxido y sus llantas llenas de barro le recordaban amablemente lo bueno que era estar de vuelta en casa. Había traído provisiones para no volver a la civilización en un buen tiempo. En casa lo esperaba Alicia, su perra huskie que un granjero le cuidaba todos los días. Esta vez le había dejado demasiada comida pero Alicia, afortunadamente, era educada y solo comía lo suficiente para un día y no más. Jonathan la acarició y le besó la cabeza, luego dejando la caja de cosas que había comprado sobre un mesa de madera basta que le servía de comedor.

 Era temprano, así que decidió tomar la caña de pescar y salir con Alicia a buscar comida para la cena. Se le antojaba una de esas deliciosas truchas naturales con especias de verdad y limón. Nada de esos disque pescados que vendían en la ciudad que no sabían a nada y costaban demasiado dinero para la porción tan lamentable que servían. El río estaba bastante cerca pero separado de la casa por un pequeño bosque que protegía de las inundaciones ocasionales, sobre todo en invierno. El ambiente olía bastante a plantas y tierra. Había llovido hace poco y el entorno se había alterado de la manera más agradable posible. Para Jonathan, fue como si su hogar le diera una calurosa bienvenida.

 Llegó a la orilla del río y se sentó, con Alicia a su lado. De la tierra sacó unas tres lombrices, lo que le tomó pocos minutos pues la lluvia las había hecho salir.  Puso una en el anzuelo y empezó la faena de paciencia que era pescar. A Alicia no le gustaba mucho la idea, pues seguido iba y venía mientras Jonathan no se movía ni un centímetro. Más que estar concentrado, el escritor que no pasaba de los cuarenta años, pensaba sobre su vida y lo que había hecho con ella. Su primer éxito había sido enorme y tan joven que le cambió la vida. Por eso ahora podía darse el lujo de estar pescando y no en cansinas reuniones.

 Nada picaba y se estaba poniendo gris. Jonathan se puso de pie y le dio cinco minutos al río para que le proporcionara comida. Los tres primeros minutos pasaron volando y entonces empezó a caer una llovizna suave. Al cuarto minuto se puso algo más fuerte y para el quinto minuto, el río por fin le dio algo pero no era lo que él quería. La lluvia arreció y por eso no estaba seguro de lo que veía así que esperó hasta que la corriente lo acercara más. Entonces se dio cuenta que no estaba equivocado: lo que venía con la corriente era un hombre. Como pudo, se acercó a la orilla cuidándose de no caer y usó la caña para detener el cuerpo y tener tiempo de tomarlo por un brazo. Haló todo lo que pudo y por fin el cuerpo se dejó arrastrar a la orilla. Al final, solo los pies estaban en el agua.

 El cuerpo estaba completamente desnudo y pálido. Lo más seguro es que estuviese muerto, algún tonto que se había bañado en el río justo antes de la lluvia que venía de las montañas. Cuando el cuerpo tosió, Jonathan se asustó y Alicia empezó a ladrar. Los ladridos hicieron que el hombre se moviese más pero no mucho, al parecer no tenía fuerzas más que para quejarse un poco. El escritor lo haló un poco más pero no podía hacer lo mismo hasta la casa, por cerca que estuviese. Le ordenó a Alicia quedarse allí y cuidar al cuerpo, aunque solo fue un par de minutos, que usó para traer un cartón grande que tenía hace rato guardo. Como pudo, puso el cuerpo sobre el cartón y empezó a halar.

 Que bueno por los fabricantes del cartón, pues este resistía al agua y al peso del hombre inconsciente. Con agua de Alicia, Jonathan haló el cuerpo hasta la casa, donde lo metieron apresuradamente pues la lluvia era ahora de tormenta. Cuando por fin cerró la puerta, el escritor se dio cuenta que estaba empapado. Se quitó la chaqueta primero, viendo el cuerpo en el suelo. Se acercó al hombre y le dio la vuelta, revelando su rostro que estaba lívido, como si hubiese visto mil espíritus en el río. Preparó agua caliente y tomó una botella de licor que tenía para sus noches solitarias. Hizo oler al desnudo, quién se despertó un poco, pero no lo suficiente como para levantarse.

 Lo hizo de nuevo y esta vez el hombre abrió los ojos y, con manos torpes, le tocó la cara. Jonathan aprovechó para hacer que se pusiera de pie y llevarlo torpemente hacia su cama, donde el hombre cayó como un saco de papas. Allí se quedó dormido de nuevo y Jonathan se sentó a su lado, poniéndole compresas calientes para que el cuerpo no se congelara. Alicia estuvo mirando toda la noche pero incluso ella sucumbió al cansancio y se quedó dormida después de varias horas. El escritor, en cambio, se quedó despierto toda la noche, todavía mojado pero ciertamente interesado en lo sucedido.

 A la mañana siguiente, Jonathan se hizo un café negro fuerte para alejar de si mismo las ganas de dormir. La lluvia se había detenido, así que aprovechó para volver al río e intentar pescar de nuevo. Afortunadamente, la lluvia había llevado grandes cantidades de peces río abajo y fue fácil conseguir cinco de buen tamaño, que echó en un balde. De vuelta en casa, los abrió y les sacó las tripas, para luego sazonarlos de la manera que más le gustaba. Lo hizo con todos. El almuerzo iba a ser glorioso. De desayuno solo comió un pan con mantequilla, que compartió con Alicia. Estando allí en el suelo con ella, el sueño le ganó por fin y quedó dormido con la cabeza en la perra. No soñó nada, solo durmió como un bebé pues desde hacía mucho estaba demasiado cansado.

 Cuando despertó, se llevó un susto al ver un hombre delante suyo completamente desnudo. El susto no era tanto por lo desnudo como por la blancura del individuo, que parecía un fantasma que lo había venido a buscar, quién sabe porqué. Pero rápidamente recordó todo y se puso de pie torpemente. Le preguntó al hombre desnudo su nombre y le dijo donde estaba, para que no se preocupara por eso. Le pidió también que volviera a la cama y descansara pues contactaría pronto a la policía para avisarles de su presencia. A esta declaración el hombre se negó con la cabeza y las manos. Jonathan se le quedó mirando y se dio cuenta de que su hombre desnudo era completamente mudo.

 Él no sabía lenguaje de señas y no se atrevía a intentarlo pues no era idea insultar a nadie. Le insistió entonces que se sentara y que lo dejara a él hacer de comer. En poco tiempo, Jonathan cocinó en horno de leña las cinco truchas. Las acompañó solo de un jugo de moras que hacía con frecuencia con frutos que crecían cerca de la casa. Dos truchas para cada humano y una para Alicia que gustaba de lamerlas. El hombre desnudo estaba hambriento, pues destrozó los peces rápidamente. El alió le chorreaba por la barbilla pero eso a él obviamente no le importaba. Jonathan lo miró todo el rato con detenimiento pero no lograba saber que pasaba con él. Sería un fugitivo tal vez? Un asesino suelto?

 No tenía la pinta de asesino. De hecho no tenía pinta, por lo que Jonathan, después de limpiar todo, buscó una libreta y allí le escribió al hombre una serie de preguntas y se las pasó. Le dio también un bolígrafo y le pidió que respondiera a todas, pues no podía seguir ayudándolo si no le decía quién era y porque había resultado en un río. El hombre solo cogió la libreta y el bolígrafo pero no escribió nada. Solo empezó a llorar. Jonathan se le acercó para consolarlo y entonces el hombre lo tomó, impidiendo que se moviera y le dio un beso forzado. Cuando lo soltó, Jonathan se sentía asustado y confundido.


 No se dirigieron una mirada más hasta la noche, cuando el escritor le pasó algo de ropa para que se vistiera. Luego, le advirtió que iba a dar aviso a la policía pues no podía dejar todo como estaba. Le decía con antelación pues pensaba que lo mejor era darle la oportunidad de escapar, si eso era lo que deseaba. El hombre se negó con la cabeza y se quedó allí, poniéndose la ropa. El guardabosques llegó al día siguiente y se llevó al hombre del río. Volvió en la tarde, cuando lo había dejado en la comisaría más cercana. Le contó a Jonathan que el tipo había presenciado el asesinato de alguien cercano y se había echado al agua fingiendo estar muerto. Jonathan solo asintió y volvió a su vida de cabaña con Alicia aunque cuando iba al río, veía el cuerpo venir hacia él una vez más.