Físicamente eran como todos nosotros: dos
piernas, dos brazos, un torso, ojos, nariz, boca, una cabeza con pelo encima y
pies al final de las piernas. Nada raro en ese aspecto aunque sí tenían un
rasgo que al parecer había sido predominante desde los primeros asentamientos:
la mayoría eran pelirrojos. Nadie sabía muy bien porque pero la mayoría tenían
cabelleras de rojo encendido y eran muy orgullosos de ello, las mujeres
adornándolas con flores u otros adornos y los hombres modelando el pelo en
varios diseños que denotaban algo de su familia o la zona en la que habían
nacido.
Los selenitas eran además reconocidos por ser
mucho más “liberados” que sus contrapartes de la Tierra. La historia decía que
cuando habían llegado los primeros colonos estables, habían decidido quitarse
de encima ataduras que los seres humanos habían tenido por siglos. Como eran
hombres y mujeres de ciencia, le impidieron el paso a la religión en ese
momento y declararon como una máxima la de “vivir y dejar vivir”. De pronto por
ello en los primeros años, muchas nuevas parejas homosexuales se fueron a vivir
también allí y sus descendientes, también de pelo rojo, cuentan con orgullo las
vidas de sus dos padres o dos madres.
La religión fue aceptada después porque, como
en toda la Historia, supo colarse por entre resquicios que nadie nunca miraba.
Una virgen diminuta por allá, un dios colgante por allí, una cruz escondida y
las autoridades no tuvieron de otra que legalizar la religión pero solo en
ciertos lugares. Se les advirtió a los religiosos que nunca podrían ingresar
con sus imágenes y discursos a centros educativos o a edificios públicos. Y así
fue. Han pasado unos doscientos años desde la llegada de los primeros colonos y
casi trescientos desde ese días en que el Hombre por fin pisó la luna.
Hoy en día, la Luna es un país más, aliado
estrecho de la Tierra por obvias razones, pero con un gobierno aparte, sin
ataduras a las viejas democracias del planeta azul. Este vio su parte de
guerras después de la secesión pacifica de la Luna pero con el tiempo todo se
estabilizó. Ya el dinero perdió importancia así como el poder. Ahora lo que más
buscaba la gente era conocimiento, expandir lo conquistado y tener más y más
territorio. La Tierra y la Luna eran los exploradores de la galaxia aunque era
el planeta el más obsesionado con colonias y minas y estaciones espaciales, la
Luna en cambio tenía otra actitud. Puede que hubiese sido por los fondos
menores o por su Historia particular, pero los selenitas simplemente amaban su
satélite.
El centro de la vida política era Selene. La
capital llevaba uno de los muchos nombres que los terrestres le habían puesto a
la Luna y era una decisión votada por los residentes. Selene no era una ciudad
grande y estaba en buena parte construida en el subsuelo pero tenía lo
necesario para su casi un millón de habitantes: escuelas, universidades,
bibliotecas, museos, parques en burbujas de oxigeno, centros nocturnos,
transporte y demás. De hecho uno de los orgullos de la Luna era su sistema
satelital de transporte que llevaba a cualquier persona a su destino en menos
de diez minutos.
La vida nocturna también era conocida por ser
bastante agitada y muchos terrestres venían seguido a disfrutarla. Lo hacían
porque los selenitas se habían desecho de las vergüenzas e inhibiciones del
viejo mundo y habían decretado que el cuerpo humano no debía ser razón de
vergüenza y que cualquier gusto de una persona era algo circunstancial, que
debía ser respetado más no compartido. Esto obviamente solo excluía a aquellos
gustos peligrosos como los de armar bombas o matar gente, aunque incluso esos
hombres y mujeres no eran condenados por ellos sino que los usaban en ciertos
trabajos y ellos, como buenos selenitas que eran, los hacían con gusto.
Había un equilibrio que la gente adoraba de
este pequeño lugar. Parecía que todo podía hacerse y era verdad pero en control
y con medidas. No limitaban al ser humano sino que le posibilitaban abrir su
mente para crear nuevas cosas. No era de sorprender que fuesen los selenitas
los que habían diseñado y construido la gran mayoría de estaciones espaciales
en el sistema solar. También tenían excelentes nociones de utilización de los
varios metales y tenían un sentido de la estética que los convertía en los
preferidos a la hora de crear diseños para esculturas públicas o de arte
moderno variado.
La Luna, a diferencia de la Tierra, solo tenía
una colonia. Era una pequeña ciudad de cien mil habitantes, parecida en su
construcción a Selene, ubicada en el planeta enano Ceres, en el cinturón de asteroides.
No era extraño que muchos selenitas eligieran como sitio de vacaciones a Ceres.
La gente allí eran casi todos mineros o granjeros y, mezclado con sus ideales
selenitas, los convertían en la mejor gente del sistema solar. Su comunidad era
pequeña porque así lo decían sus leyes. De lo contrario, miles o millones
hubiesen llegado al pequeño planeta a quedarse a vivir.
La minería extraía titanio que parecía algo de
nunca acabar. No era fácil, pero era lo que le daba su relativa riqueza a
Ceres. Y además tenían kilómetros de plantaciones hidropónicas, de lo que uno
pensara. Se decía que la mejor marihuana medicinal era de allí pero eso lo
debatía con una granja en la Tierra que reclamaba el mismo puesto. A nadie en
verdad le importaba. En ese momento discutir algo así era como decidir quien
vendía los mejores tomates o donde crecían los más ricos bananos. Era todo tan
común que nadie ponía mucho cuidado.
Los selenitas amaban sobre todo las
berenjenas, que crecían bastante en la atmósfera tenue de la Luna, creada por
científicos hace años pero que todavía no les protegía completamente de los
meteoritos que caían ocasionalmente. Seguido se oían de las tragedias y allí
era cuando se encendían los selenitas, que creían que el gobierno era muy bueno
para todo menos para acelerar el proceso de la creación de una atmósfera
estable que protegiese a todos los habitantes de la Luna de que una piedra
cayera del espacio y los mandara a la Tierra de un bombazo.
El proceso no era sencillo y por eso era tan
lento y solo estaría terminado en otros cientos de años. Se habían plantado
hierbas especiales un poco por todos lados y máquinas creadoras de oxigeno pero
todo era demasiado lento para los selenitas que siempre parecían tener un pie
en el futuro y el otro en el presente. Para los sociólogos, sicólogos e
historiadores, la Luna era el resumen de todo lo que los seres humanos siempre
habían querido: libertad, orden, igualdad, respeto, felicidad y amor.
Era increíble para los terrestres que venían
de turismo pero la gente pelirroja de la Luna era tan liberada como era amable
y era fácil enamorarse de alguno. Eso sí, había leyes claras de población ya
que la Luna no era enorme y no podían "superpoblarla". Por eso había colonias,
entre esas Ceres, para que los jóvenes pudiesen expandir los ideales selenitas
y así hacer de todo lo bueno que tenían un estándar viable en el sistema solar.
Los terrestres, amarrados todavía a tradiciones inútiles y poco prácticas,
seguían con un pie en el barro del primitivismo.
No era inusual ver u oír de un terrestre
arrestado por discriminar a alguien en la calle o por hacer algo que aquí era
considerado una afrenta a la libertad de los demás. No solamente eran
arrestados sino también deportados y se le prohibía el ingreso de por vida a la
Luna, sin excepciones. Esa era su manera de imponerse como nación y de hacer
respetar sus valores, diferenciándose así de la Tierra, que siempre los miraba
con condescendencia cuando había uno de esos casos de deportaciones. En la
Tierra decían los extremistas que la Luna era para los pervertidos, para esa
gente sin ley ni dios que no sabían lo que hacían y que terminarían ardiendo en
algún infierno.
Pero los selenitas nunca se enteraban y si lo
hacían lo ignoraban. Para ellos no había lugares mágicos inventados ni personas
inexistentes o no presentes que los salvaran de un futuro que no había
ocurrido. Para ellos había la ciencia y sus propia conciencia. Eran ellos
mismos los que hacían los cambios, los que creaban los adelantos necesarios
para hacer su sociedad la mejor posible. Es cierto que de vez en cuando había
gente que era seducida por los ideales terrestres y se les dejaba. Pocos se
iban para nunca volver y si lo hacían no eran discriminados ni se les impedía
volver. Era su derecho y la gente lo respetaba, fuese lo que fuese.
En la plaza principal de Selene, la gente
amaba reunirse, en el pasto o en las varias bancas, para discutir ideas o solo reír
y compartir historias diversas. Todo tipo de personas se reunían allí bajo el
sol y nadie se creía mejor o peor, con más o menos poder, más o menos
inteligente. Todos eran bellos para sus estándares e incluso se decía que no se
había vivido si no se había tenido relaciones con un o una selenita. El caso es
que la gente de la Luna era orgullosa y amable y así lo seguirían siendo por
siglos, con la Tierra allí en el horizonte, recordándoles adonde no podían
regresar.