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domingo, 31 de mayo de 2015

Selenitas

  Físicamente eran como todos nosotros: dos piernas, dos brazos, un torso, ojos, nariz, boca, una cabeza con pelo encima y pies al final de las piernas. Nada raro en ese aspecto aunque sí tenían un rasgo que al parecer había sido predominante desde los primeros asentamientos: la mayoría eran pelirrojos. Nadie sabía muy bien porque pero la mayoría tenían cabelleras de rojo encendido y eran muy orgullosos de ello, las mujeres adornándolas con flores u otros adornos y los hombres modelando el pelo en varios diseños que denotaban algo de su familia o la zona en la que habían nacido.

 Los selenitas eran además reconocidos por ser mucho más “liberados” que sus contrapartes de la Tierra. La historia decía que cuando habían llegado los primeros colonos estables, habían decidido quitarse de encima ataduras que los seres humanos habían tenido por siglos. Como eran hombres y mujeres de ciencia, le impidieron el paso a la religión en ese momento y declararon como una máxima la de “vivir y dejar vivir”. De pronto por ello en los primeros años, muchas nuevas parejas homosexuales se fueron a vivir también allí y sus descendientes, también de pelo rojo, cuentan con orgullo las vidas de sus dos padres o dos madres.

 La religión fue aceptada después porque, como en toda la Historia, supo colarse por entre resquicios que nadie nunca miraba. Una virgen diminuta por allá, un dios colgante por allí, una cruz escondida y las autoridades no tuvieron de otra que legalizar la religión pero solo en ciertos lugares. Se les advirtió a los religiosos que nunca podrían ingresar con sus imágenes y discursos a centros educativos o a edificios públicos. Y así fue. Han pasado unos doscientos años desde la llegada de los primeros colonos y casi trescientos desde ese días en que el Hombre por fin pisó la luna.

 Hoy en día, la Luna es un país más, aliado estrecho de la Tierra por obvias razones, pero con un gobierno aparte, sin ataduras a las viejas democracias del planeta azul. Este vio su parte de guerras después de la secesión pacifica de la Luna pero con el tiempo todo se estabilizó. Ya el dinero perdió importancia así como el poder. Ahora lo que más buscaba la gente era conocimiento, expandir lo conquistado y tener más y más territorio. La Tierra y la Luna eran los exploradores de la galaxia aunque era el planeta el más obsesionado con colonias y minas y estaciones espaciales, la Luna en cambio tenía otra actitud. Puede que hubiese sido por los fondos menores o por su Historia particular, pero los selenitas simplemente amaban su satélite.

 El centro de la vida política era Selene. La capital llevaba uno de los muchos nombres que los terrestres le habían puesto a la Luna y era una decisión votada por los residentes. Selene no era una ciudad grande y estaba en buena parte construida en el subsuelo pero tenía lo necesario para su casi un millón de habitantes: escuelas, universidades, bibliotecas, museos, parques en burbujas de oxigeno, centros nocturnos, transporte y demás. De hecho uno de los orgullos de la Luna era su sistema satelital de transporte que llevaba a cualquier persona a su destino en menos de diez minutos.

 La vida nocturna también era conocida por ser bastante agitada y muchos terrestres venían seguido a disfrutarla. Lo hacían porque los selenitas se habían desecho de las vergüenzas e inhibiciones del viejo mundo y habían decretado que el cuerpo humano no debía ser razón de vergüenza y que cualquier gusto de una persona era algo circunstancial, que debía ser respetado más no compartido. Esto obviamente solo excluía a aquellos gustos peligrosos como los de armar bombas o matar gente, aunque incluso esos hombres y mujeres no eran condenados por ellos sino que los usaban en ciertos trabajos y ellos, como buenos selenitas que eran, los hacían con gusto.

 Había un equilibrio que la gente adoraba de este pequeño lugar. Parecía que todo podía hacerse y era verdad pero en control y con medidas. No limitaban al ser humano sino que le posibilitaban abrir su mente para crear nuevas cosas. No era de sorprender que fuesen los selenitas los que habían diseñado y construido la gran mayoría de estaciones espaciales en el sistema solar. También tenían excelentes nociones de utilización de los varios metales y tenían un sentido de la estética que los convertía en los preferidos a la hora de crear diseños para esculturas públicas o de arte moderno variado.

 La Luna, a diferencia de la Tierra, solo tenía una colonia. Era una pequeña ciudad de cien mil habitantes, parecida en su construcción a Selene, ubicada en el planeta enano Ceres, en el cinturón de asteroides. No era extraño que muchos selenitas eligieran como sitio de vacaciones a Ceres. La gente allí eran casi todos mineros o granjeros y, mezclado con sus ideales selenitas, los convertían en la mejor gente del sistema solar. Su comunidad era pequeña porque así lo decían sus leyes. De lo contrario, miles o millones hubiesen llegado al pequeño planeta a quedarse a vivir.

 La minería extraía titanio que parecía algo de nunca acabar. No era fácil, pero era lo que le daba su relativa riqueza a Ceres. Y además tenían kilómetros de plantaciones hidropónicas, de lo que uno pensara. Se decía que la mejor marihuana medicinal era de allí pero eso lo debatía con una granja en la Tierra que reclamaba el mismo puesto. A nadie en verdad le importaba. En ese momento discutir algo así era como decidir quien vendía los mejores tomates o donde crecían los más ricos bananos. Era todo tan común que nadie ponía mucho cuidado.

 Los selenitas amaban sobre todo las berenjenas, que crecían bastante en la atmósfera tenue de la Luna, creada por científicos hace años pero que todavía no les protegía completamente de los meteoritos que caían ocasionalmente. Seguido se oían de las tragedias y allí era cuando se encendían los selenitas, que creían que el gobierno era muy bueno para todo menos para acelerar el proceso de la creación de una atmósfera estable que protegiese a todos los habitantes de la Luna de que una piedra cayera del espacio y los mandara a la Tierra de un bombazo.

 El proceso no era sencillo y por eso era tan lento y solo estaría terminado en otros cientos de años. Se habían plantado hierbas especiales un poco por todos lados y máquinas creadoras de oxigeno pero todo era demasiado lento para los selenitas que siempre parecían tener un pie en el futuro y el otro en el presente. Para los sociólogos, sicólogos e historiadores, la Luna era el resumen de todo lo que los seres humanos siempre habían querido: libertad, orden, igualdad, respeto, felicidad y amor.

 Era increíble para los terrestres que venían de turismo pero la gente pelirroja de la Luna era tan liberada como era amable y era fácil enamorarse de alguno. Eso sí, había leyes claras de población ya que la Luna no era enorme y no podían "superpoblarla". Por eso había colonias, entre esas Ceres, para que los jóvenes pudiesen expandir los ideales selenitas y así hacer de todo lo bueno que tenían un estándar viable en el sistema solar. Los terrestres, amarrados todavía a tradiciones inútiles y poco prácticas, seguían con un pie en el barro del primitivismo.

 No era inusual ver u oír de un terrestre arrestado por discriminar a alguien en la calle o por hacer algo que aquí era considerado una afrenta a la libertad de los demás. No solamente eran arrestados sino también deportados y se le prohibía el ingreso de por vida a la Luna, sin excepciones. Esa era su manera de imponerse como nación y de hacer respetar sus valores, diferenciándose así de la Tierra, que siempre los miraba con condescendencia cuando había uno de esos casos de deportaciones. En la Tierra decían los extremistas que la Luna era para los pervertidos, para esa gente sin ley ni dios que no sabían lo que hacían y que terminarían ardiendo en algún infierno.

 Pero los selenitas nunca se enteraban y si lo hacían lo ignoraban. Para ellos no había lugares mágicos inventados ni personas inexistentes o no presentes que los salvaran de un futuro que no había ocurrido. Para ellos había la ciencia y sus propia conciencia. Eran ellos mismos los que hacían los cambios, los que creaban los adelantos necesarios para hacer su sociedad la mejor posible. Es cierto que de vez en cuando había gente que era seducida por los ideales terrestres y se les dejaba. Pocos se iban para nunca volver y si lo hacían no eran discriminados ni se les impedía volver. Era su derecho y la gente lo respetaba, fuese lo que fuese.


 En la plaza principal de Selene, la gente amaba reunirse, en el pasto o en las varias bancas, para discutir ideas o solo reír y compartir historias diversas. Todo tipo de personas se reunían allí bajo el sol y nadie se creía mejor o peor, con más o menos poder, más o menos inteligente. Todos eran bellos para sus estándares e incluso se decía que no se había vivido si no se había tenido relaciones con un o una selenita. El caso es que la gente de la Luna era orgullosa y amable y así lo seguirían siendo por siglos, con la Tierra allí en el horizonte, recordándoles adonde no podían regresar.

miércoles, 29 de abril de 2015

Por amor al arte

   Todos los alumnos usaban sus carboncillos con habilidad y rapidez. Miraban por un lado del caballete por unos segundos y luego volvían a su dibujo, ya retocando los últimos detalles. Eran unos quince alumnos, entre chicos y chicas, todos distribuidos en un gran círculo alrededor de un cubo blanco. Encima de esa estructura estaba un joven de pie, mayor que los alumnos pero igual joven, totalmente desnudo. Imitaba la pose del gran David de Miguel Ángel. Era increíble ver la similitud en los cuerpos, incluso en el cabello, y la habilidad casi anormal de quedarse quieto por tanto tiempo.

 La profesora de la clase daba vueltas por todo el salón, mientras los alumnos tenían solo cinco minutos para terminar. Algunos estaban visiblemente atrasados, dibujando con tal rapidez que parecía estar a punto de rasgar el gran bloc de hojas en el que pintaban. De hecho, un par miraban con desespero a un lado y otro, viendo como sus hojas estaban en efecto rasgadas y como las hojas inferiores se veían igual. Otros, pocos, veían con suficiencia a su alrededor ya dando retoques casi innecesarios a sus dibujos. Habían trabajado duro y lo tenían todo a punto.

 El modelo los veía de reojo pero casi todo el tiempo miró hacia una ventana, por donde pasaban las palomas que se posaban todas las tardes en la plazoleta exterior de la facultad de artes. Él recordaba con cariño su tiempo en la universidad pero no había estudiado nada relacionado con el arte, aunque había querido. Su padre era un abogado conocido y respetado en el país y le había insistido, desde pequeño, en que debía compartir su mismo destino y así seguir un cierto legado familiar.

 Él no quería nada que ver con eso pero igual hizo la carrera de cuatro años y encontró trabajo en una firma de abogados, recomendado por su padre. Pero hacía tan solo unos meses había vivido una experiencia cercana a la muerte y había decidido cambiar varias cosas en su vida. El coche en el que viajaba por carretera, de vuelta de una conferencia relacionada al trabajo, dio un giro inesperado al evitar un camión que venía directo hacia ellos. El automóvil dio varias vueltas y cayó en una zanja. Eso fue suficiente para él. El día siguiente, apenas al salir del hospital, renunció a su trabajo y le terminó de pagar a su padre lo que había gastado en su carrera.

 Sutilmente movió la cabeza. Se le habían humedecido los ojos pero respiró y trató de no desfallecer en los últimos minutos. No era la primera vez que posaba desnudo en los últimos meses. Se lo había sugerido una amiga y él se había lanzado a ello por cambiar de cosas por hacer. Ya había conseguido otro trabajo más estable y todo era para estudiar lo que él quería pero este trabajo del desnudo lo hacía sentirse libre, lo hacía sentirse honesto y vivo.

 Uno del os alumnos, un joven llamado Aníbal, estaba terminando con soltura su dibujo. La verdad era que hacía varios minutos que había terminado y solo se había dedicado a tratar de mejorar un poco el dibujo, haciéndolo más realista y único. Desde pequeño había tenido cierta facilidad para el dibujo y estudiar bellas artes había sido lo natural para él. Sus padres lo habían apoyado con varios cursos y viajes para aprender más del arte, siendo ellos mismos artistas: uno un escritor renombrado y la madre curadora de una de los museos más grandes del país.

 Su dibujo no era el mejor que había hecho. Para él este curso era la base que ya había visto hacía años, así que no se había esforzado demasiado pero sí lo había hecho lo suficientemente bien para resaltar. Algo que le gustaba, desde siempre, era ser aquel del que hablaran más. Le gustaba ser el ejemplo de los demás y que lo pusieran en un pedestal. Su aire de suficiencia era perceptible a todos los demás y solo aquellos que querían estar cerca de alguien con conexiones le hablaban, el resto se mantenía al margen.

 Esto era diferente a Adela, una de las chicas que estaban ocultando las rasgaduras en su papel con más carboncillo. Sudaba bastante a pesar de que la habitación estaba bien ventilada y miraba a sus vecinos inmediatos para ver que tal iban. La verdad era que ella de dibujo no sabía nada. Le gustaba mucho el arte pero más apreciarlo y hablar sobre él. De resto, no sabía mucho ejecutar nada. El dibujo era para ella algo nuevo y todas sus nuevas clases prácticas eran casi para ella una tortura.

 Siempre había sido torpe con los dedos, incluso para cortar una figura de un papel. Hacía bonitas carteleras porque tenía un muy buen sentido de la estética pero de resto no tenía ni idea de cómo hacer nada con ningún tipo de medio. La escultura le parecía especialmente difícil, ya que visualizar se le hacía casi imposible cuando no se tenían muchas bases. Su primera entrega en esa clase había sido una figura un tanto amorfa que el profesor había tomado como una obra futurista, algo que ella había reforzado diciendo todo lo que sabía respecto a ese movimiento.

 Adela estaba sentada justo al lado de Aníbal y trataba de no mirar su dibujo pero era casi imposible, al ver lo idéntico que era al modelo frente a ellos. La pobre chica miraba su dibujo, rudimentario y básico y lo comparaba al realista modelo de su compañero. Miraba también al modelo como suplicando algo pero no tenía ni idea de porque lo hacía. De pronto era porque siempre había habido alguien a su lado ayudándola pero en la carrera estaba sola. Ninguno de sus amigos había estudiado lo mismo y tenía que confesar que se sentía a veces arrepentida de su decisión, pero lo olvidaba pronto al recordar su pasión por el arte.

 Del otro lado del salón estaba Guillermo. Su dibujo era lo mejor que podía hacer para lo que conocía y se sentía muy contento de estar en su primera clase con un modelo en vivo. Le gustaba ver como la luz que entraba por las ventanas superiores, tocaba el cuerpo del modelo y lo convertía en algo más que una persona. Eso era para él el arte: algo que transformaba a los simples seres humanos en algo mucho más allá de lo que siempre vemos, de lo que conocemos y sentimos.

 Guille recordaba su primera visita a un museo y como se había sentido fascinado por los colores y las formas. Nunca había salido del país a conocer obras de arte famosas mundialmente pero había leído de varios artistas, de sus vidas, de sus obras y le encantaba. Veía todo tipo de películas, iba ocasionalmente al teatro y trataba de colaborar a amigos y conocidos en todo lo relacionado con el desarrollo artístico. La verdad era que le encantada todo lo que tenía que ver con lo social y para él el arte conectaba todos los seres humanos, sin importar el dinero o la edad o nada.

 La profesora miraba su reloj y veía como se gastaban los últimos segundos. En ese momento, decidió darles un par de minuto más. Era una tontería, pero era su costumbre con los alumnos primerizos. La vida normalmente no les daba una oportunidad y ella quería darles al menos un poco de esperanza, que tanto faltaba en el mundo del arte moderno. Nadie les iba a dar una oportunidad real con momentos tan duros y difíciles que iban a tener en su futuro. Ella no veía porque complicarles la vida tan rápidamente, para que hacerlo si eso solo los afectaba más allá de las clases y su gusto por el arte.

 Los minutos extra pasaron rápidamente y con tranquilidad la profesora les pidió que dejaran sus dibujos en los caballetes y salieran a almorzar. Lo cierto era que casi todos estaban hambrientos y eso había ayudado también a su preocupación y a que no pudiesen concentrarse por completo.

 Mientras salían, el modelo bajó de su pedestal y saludó a algunos que se despedían con una sonrisa, incluido Guille que lo miraba más que los demás. El modelo no se fijó mucho y se dirigió a su mochila que estaba a un lado del escritorio de la profesora. Se puso una bermuda y una camiseta con habilidad y cuando se dispuso a ponerse los zapatos, se dio cuenta que la profesora miraba con atención los dibujos. No los recogía para verlos después sino que se paseaba como quién iba a un museo.

 Apenas el modelo se puso los zapatos y una chaqueta, se puso la mochila al hombro y se acercó a la mujer. Ella le agradeció su ayuda y le dijo que tenía su paga pero que quería que la acompañara a dar una vuelta por el salón. La pareja observó por varios minutos, escuchando los sonidos del exterior, cada uno del os dibujos. Al modelo le sorprendió ver las diferentes maneras en las que cada alumno lo habían visto. Había estado siempre en la misma pose pero lo había percibido de muchas maneras. Algunos habían hecho un retrato tipo “cómic”, otros habían sido mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽b retrato tipo "ras. Algunos habs del exterior, cada uno del os dibujos. Al modelo le sorprendi habilidad y cuando se ás clásicos y otros más habían agregado cosas que ni siquiera estaban allí.

 Al final del recorrido, la mujer le sonrió y se dirigió a su escritorio. De un cajón sacó un sobre y se lo dio al modelo que lo guardó en su mochila. La mujer le preguntó porque había decidido modelar en los cursos de arte. Él la miró y le dijo con una sonrisa.


-       - Por amor al arte.