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miércoles, 16 de enero de 2019

Gripe o gripa


   Me quedé en la cama, con los ojos cerrados y recostado, no completamente debajo de las sábanas. Ya había dormido bastante y no quería seguir haciéndolo. Sin embargo, mi cuerpo no se sentía nada bien; con nada movimiento que hacía algo me dolía ligeramente. No era un dolor fuerte e insoportable sino algo suave, a veces casi imperceptible, y eso podía ser algo todavía peor porque no parecía detenerse. Abría los ojos a veces, como tratando de tomar impulso para levantarme, pero no lo hacía.

 La cortina estaba cerrada, por lo que no podía ver mucho en la habitación, pero la verdad era que no había mucho que ver. Había dejado algo de ropa tirada en el piso y el número de pañuelos usados sobrepasaba lo que era correcto tener por ahí, antes de tener que empezar a tirarlos a la basura. Sin embargo, todo dependía del nivel de ganas de hacer las cosas y la verdad era que eso era algo que no había. La gripe no solo había derrumbado las defensas del cuerpo sino que había destruido la voluntad del cerebro.

 No quería pensar, no quería hacer nada y sin embargo estaba en un momento en el que no podía cruzarme de brazos. No había mucho dinero ni mucho de nada, todo era escaso y tenía que ponerme a trabajar o hacer algo, pero no quería ponerme a buscar nada porque eso me cansaría todavía más. Además, en uno o dos años o los meses que hubiesen pasado, no habría cambio alguno en las respuestas que me darían. Siempre tendría demasiada educación o muy poca experiencia para otros. Así sería siempre.

 Decidí quedarme allí un rato más, cerrando los ojos durante largos ratos y luego dejándolos abiertos mirando a la nada. No movía las manos ni los pies, estaba acurrucado en el mismo lugar y trataba de no moverme demasiado para evitar sentir frío o dolor. Eventualmente me quedé dormido y no me desperté sino hasta que la luz había bajado aún más. Incluso con las cortinas sin subir, podía ver con facilidad que todo estaba más oscuro. Probablemente me había despertado tarde y ahora era aún más tarde.

 No tenía hambre ni quería nada de afuera. Decidí dormir más, si podía, o quedarme despierto para pensar en cosas que no tenían sentido, porque con la gripe y con la fiebre ocasional, es normal pensar en estupideces varias que no tienen nada que ver con nada. Incluso quedarse mirando algún objeto genera montones de imágenes de cosas varias. Y después queda uno dormido de nuevo, teniendo un sueño extraño que solo puede ser perturbado por la inhabilidad de respirar con normalidad. Aparte de eso, es un sueño con movimiento, en el que no se descansa de verdad.

 Pero así es como se siente. Y importa quién seas, todo se siente exactamente igual, pues a la enfermedad no le interesa como eres, quién eres o qué haces. Eres solo un ser humano, susceptible y débil y nada más que eso. Deja mucho que pensar y mucho tiempo para hacerlo.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

La esfera

   La esfera seguía caliente al tacto, aunque no tan caliente como debería de haber estado después de estar más de diez minutos en un horno de fundición. Era increíble como semejante objeto tan pequeño, liso y redondo se resistía a ser destruido, como si fuera mucho más importante que cualquier otra cosa en el mundo. Era una esfera dorada y pesaba en la mano según la persona que la cargara. Era algo muy curioso, pues ya había sido comprobado que muchas personas no eran capaces de levantarla del suelo, mientras que otros podían jugar con ella cómodamente.

 Nadie sabía de donde había salido el objeto. Uno de sus dueños pasados, un escritor especialmente curioso, se dedicó a trazar la línea temporal del objeto pero no llegó muy atrás y los que la tuvieron después se encontraron con el mismo problema. De hecho, la gente en el siglo XXI se las vio negras para descifrar su existencia, pues las huellas humanas no quedaban impregnadas en la esfera. Por mucho que la tocaran, así la mano estuviera fría o caliente, húmeda o seca, no había manera de dejar marca alguna sobre el pequeño objeto. Era como si se negara a ser contaminada.

 Y eso no solo era con las huellas sino en general. La esfera había pasado de un lugar a otro a través del tiempo, de estar en cofres señoriales a encerrada bajo vidrios protectores. Pero nadie podría haberlo sabido pues la esfera parecía tener una conciencia más allá de su pequeño tamaño. Nadie se lo explicaba ni se lo preguntaba pero no existían registros, en ninguna parte, de la existencia de dicho objeto. En ningún museo donde había estado había registro de la esfera, ni en colecciones privadas, ni siquiera en correspondencia electrónica. El objeto borraba sus pasos.

 Desde hacía mucho algunos de sus dueños habían notado como, si se le sacudía por un tiempo definido, se podía escuchar dentro de la esfera algo así como un murmullo. Era como lo que sucede con las caracolas en las que se puede oír el mar, aunque lo que se oye es el viento pasando por los diferentes compartimientos de la estructura. Pero la esfera no era una estructura, al menos no de manera visible para el ser humana. Y sin embargo se escuchaban esos extraños sonidos. Uno de sus dueños reflexionó diciendo que le sonaba como el mar y otro dijo que eran voces, no una, sino muchas voces hablando pero sin distinguirse.

 Hubo quienes usaron todo tipo de herramientas y métodos para poder abrir la esfera. La intriga a veces los volvía locos, y querían saber definitivamente que era lo que poseían y si había algo en el interior que cambiara su visión de lo que pensaban del objeto. Pero ni las armas más potentes ni los líquidos más nocivos fueron capaces de abrirla. Meter la esfera en una fundición había sido la idea de uno de sus desesperados dueños, pero tampoco había funcionado.

 La esfera cambiaba de manos con regularidad y no era que pudiera moverse sola o algo por el estilo sino que todos sus dueños tenían la costumbre de perderla o de morir inesperadamente. Muchos se castigaban diciendo que eran torpes y la habían dejado en algún lado perdiéndola tontamente. Eso le había pasado a una de las reinas europeas, que reclamaba haberse dejado la esfera en uno de sus carruajes. Incluso ejecutaron a dos de sus conductores por sospecha de robo pero jamás pudieron probar nada al respecto.

 Ahí, de nuevo, aparecía esa extraña voluntad que tenía la pequeña bola. Era como si ella quisiera que la perdieran, como si quedarse demasiado con un solo ser humano fuese demasiado para ella. Sus actitudes habían sido extrañamente documentadas por su propietario más duradero. Había sido un monje de la Edad Media, enclaustrado en un monasterio alejado de todo, que había encontrado la esfera en uno de los campos que abastecía a todos los monjes con cereales.

 Justo era su nombre y él fue dueño de la esfera por unos cincuenta años, más tiempo que ninguna otra persona que, de hecho, le bastó para estudiar el objeto lo mejor que pudo y sacar varias conclusiones. Sus notas se perdieron en el tiempo, seguramente por voluntad de la esfera, pero es casi seguro que Justo descubrió esa fuerza que residía dentro del objeto dorado. Se le perdió varias veces pero siempre la recuperó hasta que murió y alguien la robó del monasterio.

 Él concluyó, poco antes de morir, que sí eran voces provenientes de la esfera y, siendo un hombre religioso, concluyó que esas eran las almas en el purgatorio pidiendo al Señor que las ayudara a ascender a los cielos para estar cerca de Él. Esto, por supuesto, fuero conjeturas hechas por una persona de una época con rasgos bastante marcados. Aunque muchos más que oyeron los sonidos declararon que eran las voces de los demonios, otros más dijeron que eran seres humanos muertos o incluso personas al otro lado del mundo. Incluso un científico teórico de renombre que fue dueño del a esfera por ocho años, creyó que con ella podría probar la existencia de varias dimensiones.

 No era difícil entonces que la esfera intrigara tanto a los seres humanos. Aquellos que podían manipularla con facilidad, a menudo establecían una relación especial con el objeto, guardándolo cerca o incluso teniéndolo consigo en la cama por las noches. Una joven pobre que fue su dueña por trece años ponía la esfera siempre bajo la almohada y así dormía mejor, con su calidez y su especie de ronroneo constante. La joven veía a la bola como su objeto más preciado y fue el peor momento de su existencia cuando esta desapareció de repente.

 Las muertes alrededor de la esfera eran comunes, incluso se había manchado de mucha sangre en diversas ocasiones pero, como pasaba con el resto de manchas, simplemente no quedaba impregnada en su lisa superficie. Por supuesto había habido gente enloquecida que había matado por tener posesión del objeto, pero en esos casos la bola no duraba ni un año en su siguiente hogar. Aunque parecía que generaba la muerte, la esfera parecía escapar de ella, alejándose de cualquier caos y prefiriendo quedarse en hogares más calmados, sin tanta excitación.

 Había sido adorno, juguete sexual, juguete, amuleto y muchas cosas más. En sus superficie limpia había querido asentarse el polvo de la Historia, pero la esfera parecía no estar cómoda con la idea de hacer parte de ella. No quería ser una posesión más y jamás lo había sido de verdad. Siempre era un préstamo temporal y siempre era una evolución tras otra, a veces acelerada y a veces a paso lento.

 Por todo el mundo la habían visto y la esfera no rechazaba de ninguna manera porque no temía al ser humano como tal si no a su capacidad de pensar siempre en lo que lo podía destruir. Se podía creer que eso era lo que reflexionaba la esfera antes de desaparecer, de impulsar su desaparición de una de las grandes casa donde había residido o incluso de las chabolas donde también se había asentado por largos periodos de tiempo.

 Si los registros se hubiesen preservado, se podrían haber trazado rutas a lo largo de mapas y se podrían haber creado líneas temporales. Pero aún así, jamás se podría haber predicho adonde iba a ir la esfera después o cual era su verdadero origen. Estas dos cosas eran los secretos más profundamente guardados en referencia a esa pequeña bola dorada.

 Como el material siempre parecía nuevo, era poco probable que el creador original hubiese tallado su nombre o una marca especial para catalogarlo como suyo. Y como era de una forma tan genérica no había manera de atribuirle el objeto a ninguna civilización en particular. Lo único que podía hacerse, y ni siquiera era algo que ayudara mucho, era concluir que había sido hecha en algún lugar donde hubiera oro. Pero incluso eso era discutible porque muchos de sus dueños habían dudado de que ese material fuera de hecho oro. Lo parecía pero tal vez no lo era.


 Mujeres y hombres fueron sus poseedores y la esfera siguió allí, en un rincón, a un lado de los eventos de la Humanidad. Y cuando no hubo más humanidad, la esfera simplemente se quedó sola y las voces dentro de ella dejaron de hablar, conscientes de que no habría nadie más, jamás, que pudiese escucharlas.