Cuando pude moverme, lancé a uno de los
atacantes por el borde del edificio. Ya estaba harto de la pelea y no tenía
tiempo para desperdiciar más tiempo. A algunos metros, Tomás estaba apresado
contra el suelo por el Señor Siniestro y, un poco más allá, la pobre de Helena
estaba a punto de ser arrojada por el borde del rascacielos. Tuve que actuar
pronto y lo hice: ataqué primero a Siniestro, lanzándome sobre él y tocándole
la cabeza con fuerza. Pude darle una descarga a su mente y dejarlo frito en el
suelo.
Apenas Tomás estuvo liberado, le dije que
ayudara a Helena. En un segundo, congeló al tipo que estaba a punto de
arrojarla y yo la bajé de sus brazos con mi mente. Para cuando llegó la
policía, el hielo de Tomás apenas se estaba descongelando y Siniestro daba
pequeñas sacudidas, indicando que estaba vivo a pesar de mi mejor esfuerzo. Nos
agradecieron y nos fuimos por uno de los portales de Helena. No era mi modo de
transporte favorito, pero al menos era rápido.
Ella debió ir a su casa, nosotros a la
nuestra. Tomás estaba un poco aturdido y lo tuve que llevar a la habitación de
la mano. Allí, le quité su máscara y la dejé y la tiré en el suelo. Le pasé la
mano por el cabello y le di un beso, ese que había estado esperando para darle
por varias horas. Esos idiotas habían interrumpido el inicio de nuestras
vacaciones y por su culpa habíamos perdido el vuelo para irnos de crucero por
dos semanas. Podríamos alcanzar el barco pero ya no tenía sentido.
Mientras llenaba a bañera de agua caliente,
Tomás se sentó en la cama mirando al vacío. Parecía más aturdido de lo que lo
había visto pero traté de no preocuparme. Al fin y al cabo, habíamos vivido
cosas igual de duras antes y él siempre había salido bien librado. Cuando la
bañera estuvo llena, fui a la habitación y lo encontré mirando exactamente el
mismo punto que había estado mirando antes.
Lo tomé de la mano y me miró. Una débil
sonrisa se dibujó en su rostro y supe que tenía a mi Tomás en la habitación. Se
levantó de la cama y me siguió al baño donde nos quitamos los uniformes y los
dejamos encima del retrete. Tenían cortes y quemaduras, por lo que debíamos
arreglarlos pronto o hacer unos nuevos. No dije nada en voz alta para no
arruinar el momento pero sabía que eso era algo importante.
Entramos juntos en la bañera. El agua caliente
se sentía muy bien en nuestros cuerpos adoloridos. Le pregunté a Tomás si tenía
alguna herida abierta y él solo movió la cabeza en gesto negativo. Tomé
entonces una botellita de aceites para baño y la mezclé en el agua. Me habían
dicho que eso relajaba la piel a través de las sustancias y del olor. Y la
verdad es que parecía funcionar bastante bien.
Por un momento cerramos los ojos y creo que
nos dormimos un momento. Estábamos exhaustos pues la batalla había sido corta
pero intensa. Helena se había aparecido en el momento adecuado para ayudarnos y
le estuve agradecido pues Siniestro es de esos que no se las anda con rodeos.
Durante mi breve siesta en la bañera, soñé que él se nos aparecía allí en el
baño con una toalla alrededor de la cintura, un gorro de baño en la cabeza y un
patito de hule amarillo. La imagen me hizo reír en el sueño y creo que me
despertó en la realidad.
Por lo visto Tomás tenía mucho más que soñar.
Estaba profundo, respirando despacio con el agua apenas abajo del cuello. Traté
de no mover mucho el agua al salir y secarme fuera de la bañera. Lo miré un
rato, pues me encantaba verlo dormir desde siempre. Recordé las muchas horas de
vigilancia conjunta que habíamos hecho en el pasado y como ese compañerismo
había sido esencial para que se desarrollara la relación que teníamos ahora.
La verdad es que, en el edificio, debí salvar
primero a Helena. Era claro que estaba en más peligro que Tomás y podía haber
muerto en los segundos que él se demoró en reaccionar para salvarla. Pero no lo
hice por mi amor por él, porque sin él el que hubiese muerto era yo. Es muy
cursi como suena pero esa es la verdad. No me comporté de una buena manera y
creo que lo mejor era disculparme con Helena cuando la viera de nuevo.
Salí del baño con la toalla por la cintura y me
eché en la cama cansado. Lo mío no era dormir en la bañera sino en una
superficie más suave, más blandita. Un par de minutos después de dejarme caer
en la cama, estaba durmiendo tan profundo como Tomás. Ya no vi a Siniestro en
toalla sino que vi a Helena reclamandome por no salvarla. Era algo muy incomodo
porque ella insistía en que yo quería que muriera y eso no era cierto. Quería
hacerle entender pero ella no dejaba
Ese sueño dio paso a otro, en el que Tomás
estaba con su uniforme y no me veía a su lado. Lo seguía a través de lo que
parecían ruinas y al final llegábamos a un sitio hermoso a través de las vigas
retorcidas y los pedazos de vidrio y metal. Era muy extraño ver el prado verde
y el cielo azul allí, a pocos metros del lodazal y un cielo turbio.
Fue entonces cuando solté un gemido bastante
audible y me desperté a mi mismo. No sabía que eso podía pasar. Estaba todavía
en la cama pero Tomás estaba detrás mío. Era evidente que ya se sentía mejor o
al menos ya se sentía dispuesto a hacer otras cosas. No era poco común que
después de una batalla le diese por hacer el amor.
Cuando se dio cuenta que yo estaba despierto,
siguió haciendo lo que había empezado pero con más intensidad. Yo me sentía en
la novena nube y estaba seguro de no haberme sentido así en un buen tiempo. Al
rato, Tomás se detuvo para acercarse más a mi. Nos miramos por un momento muy
breve antes de besarnos y cuando empezamos parecía que no podíamos despegarnos.
Su cuerpo todavía estaba húmedo y pude suponer que no se había secado al salir
de la bañera. Definitivamente estaba algo raro.
Empezó a besarme el cuello y yo sentía cosas
que no había sentido en mucho tiempo. No era que no hiciéramos el amor, claro
que lo hacíamos. Pero no con ese nivel de intensidad. Parecía que para él era
algo de vida o muerte, casi ni respiraba y no decía nada. Solo era su
respiración sobre mi piel y eso era más que suficiente para mí. No sé cuánto
tiempo estuvimos así allí, solo supe que en algún momento mi toalla había ido
al suelo y ahora estaba gimiendo de placer, sin vergüenza ni restricción.
Hicimos el amor como nunca antes. Sentí una
conexión especial con él, algo que no habíamos tenido nunca. Me pregunté, en
ese breve instante máximo, si eso era el verdadero amor. Si esa era la prueba
reina de que lo adoraba y él a mí y de que estábamos hechos el uno para el
otro. Es una duda que todas las relaciones tienen y creo que estaba siendo
respondida a través de nuestros cuerpos, que necesitaron de una ducha después
para despejar el calor excesivo.
Cuando terminó, me puse sobre su cuerpo con
mis manos sobre su pecho y lo miré por lo que me parecieron varios minutos. Él
hizo lo mismo, sin decir nada. Entonces bajé la cabeza y lo besé y sentí todo
de nuevo, como si fuera la primera vez. Esa vez en la que, mientras yo sangraba
de un labio y de mi brazo, él se me había acercado jurando que me iba a salvar
y me dio un beso. Fue el primero de tantos y lo adoré por hacerlo entonces
porque lo necesitaba.
Mi cuerpo se fue amoldando al suyo y me
terminó rodeando con sus brazos y yo me dejé porque no había mejor lugar en el
mundo para mi en ese momento. Todo era perfecto. Fue entonces cuando su respiración cambió y
me dijo algo al oído: “Te amo”.
Sentí como si un líquido desconocido
recorriera todo mi cuerpo, como un elixir de vida que regeneraba cada una de
mis células. Lo apreté contra mi y le dije que lo amaba también. Era un
privilegio sentirme así, protegido y querido, después de años de lucha contra
enemigos letales y estar a punto de morir tantas veces. Había empezado a ser un
héroe porque no tenía a nadie y ahora lo tenía todo. Se sentía muy bien.