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lunes, 12 de noviembre de 2018

Esto no es fácil


   No es fácil. La gente creo que es muy sencillo mantenerse siempre en el mismo lugar, hacer lo mismo todos los días, tener una rutina clara y estructurada. Incluso, hay muchos que creen que es lo que hacen los locos, aquellos que necesitan enfocarse en algo especifico para evitar matar gente o cosas así. No sé que tenga de cierto eso pero estoy seguro, sin duda alguna, que no se trata de algo simple ni de algo que todo el mundo pueda hacer. La mayoría enloquecería en poco tiempo.

 Además, parte de esta rutina se trata de escribir y es una de esas cosas que ya a nadie le importan. Sí, puede que haya algunos que crean que es algo fantástico y apasionante, pero a la gran mayoría no le podría importar menos. Están ocupados con las estrellas del momento y con sus problemas personales. Están ocupados creyendo que sus problemas son unos y no lo otros. Se engañan a si mismos y eso no es fácil de hacer. Consume energía y por eso no tienen nada de interés por lo que de verdad hagan los demás.

 Tal vez se trate de atención, puede que eso sea. Escribir implica dejar un poco de uno mismo en la hoja o en el portátil, y eso es lo que se trata de hacer todas las veces pero, sin duda, se está fallando más de la cuenta. No es que nadie haga la cuenta de verdad, nadie además del escritor, pero siempre afecta cuando algo que haces simplemente ya no funciona de la misma manera. Puede que todo haya cambiando o que la gente se aburra fácil, no es muy sencillo de esclarecer. Pero cuando se empiezan a ir, se nota.

 ¿Qué hay de malo en querer un poco de atención? Con tantas personas en el mundo, no parece ser demasiado para pedir. Sin embargo, el tiempo es cada vez más precioso y la gente cada vez lo usa peor. Sí, está claro que muchos hacen cosas muy buenas por el mundo, ayudando gente y llevando problemas a la luz para que otros ayuden. Pero en la mayoría de los casos, la gente se miente a si misma. Sea porque los problemas están más allá de un solución simple o porque ni siquiera son los verdaderos problemas.

 Es fácil ponerle atención a otra persona, hacerla sentir que vale la pena. Se trata solo de ponerle atención por un momento y decirle unas palabras de vuelta. Es sencillo, no cuesta dinero y solo requiere de un mínimo de energía. Parece ser simple… Y no lo es. Porque no todo el mundo quiere conocer a todos los seres humanos que residen en él. Muchos, desde antes de saber nada, simplemente piensan que muchas personas no valen la pena porque no tienen sus mismos gustos o porque no comparten diversas características sociales, como si eso dijera algo de nada.

 Y sin embargo, aquí estamos, con cada vez menos lectores, con cada vez menos público, tratando de entender lo que está pasando. No es una pregunta fácil de hacer, por la vergüenza, pero al parecer tampoco es fácil de responder, puesto que nadie se atreve a decir nada. Los únicos que responden son aquellos que no tienen nada que ver y que dan a conocer su opinión aún cuando jamás se han molestado en de verdad saber de qué se trata el problema. Es francamente el colmo pero así es la gente, no hay nada qué hacer.

 Obviamente, nadie debería cambiar por lo que dicen aquellos que solo muestran su cara una vez cada año bisiesto. Ellos simplemente no valen la pena, porque lo único que quieren es sentirse un peldaño más arriba que los demás y, aunque tal vez no sea su primer objetivo, causan daño con sus palabras mal elegidas. No entienden nada y eso es lo que duele más, porque los únicos que fingen querer saber en verdad solo buscan es que le pongan atención a ellos. Un ciclo interminable, que cansa.

La única solución a esta situación es simplemente seguir adelante, como si no pasara nada. O mejor dicho, como si pasara algo pero seguimos adelante porque no sabemos que cambios hacer. Tal vez nadie quiere que insistas, tal vez nadie quiere que sigas con lo mismo y todos estarían más contentos con que dejaras de abrir la boca para decir lo que piensas. Tal vez tu voz, tus palabras, tu manera de escribir, vuelve a la gente loca y la cansa cada vez más, y se refugian en el silencio tratando de ser amables.

 Tal vez uno mismo es el problema y cuando eso pasa, todo es aún más complicado. Al fin y al cabo, no puedes dejar de ser tú mismo, porque si lo hicieras serías otro y ese otro tendría que ocupar un puesto diferente al tuyo en el gran marco de las cosas. Todo tendría que ser reordenado y el cambio tendría que ser total, sin excepciones. El antiguo ser debería de extinguirse para darle paso a otro que sea aceptado por la sociedad. A uno al que no lo callen ni le den silencios, sino que lo inviten a hacer ruido en grupo.

 Son esos grupos los que son mortales para muchos de nosotros, que nos hieren por el costado y nos dejan desangrando, esperando una muerte que parece jamás venir. Son esos los grupos que nos intimidan y nos reducen a un manojo de nervios y de dudas, dudas que solo tenemos en esos momentos, que aparecen de la nada y nos hacen pensar que siempre estuvieron allí, cuando en verdad han sido implantadas por esa noción que nos dice que tenemos que ser de una manera determinada o sino pagaremos caro a lo largo de la vida. Y es terrible porque sí es así y no lo queremos cambiar.

 Como seres humanos, estamos cómodos con que unos, los que creemos en la mayoría, se queden ahí para siempre. Nada nunca fue diferente antes y no se nos ocurre que lo pueda ser jamás porque siempre todo ha sido lo mismo. No logramos ver que las cosas no son así, que los cambios pueden ocurrir, que se puede tener interés sin tener que estar amarrado a la presión de la mayoría, a la de los grupos que buscan hacernos sentir que si estamos solos somos menos no solo en número sino en significancia.

 Y todo vuelve, otra vez, al asunto de estas malditas lecturas, de estos cuentos sin fin que no quieren decir nada y que, al fin y al cabo, son el producto de una mente que solo quiere estar ocupada y sentirse un poquito libre, tal vez incluso un poco entendida por un mundo que solo ignora. Tal vez sea pedirles demasiado y las cosas jamás puedan ser de otra manera, pero hay que creer en algo diferente, así nunca llegue a ocurrir.

 Hay que hacerlo porque o sino no hay razones para seguir adelante, y cuando dejan de haber caminos, es cuando tomamos las decisiones más serias que un ser humano pudiera tomar. Son esas decisiones que son personales, que los grupos y la mentalidad comunitaria jamás podrían entender.  Pero llegamos hasta ellas porque el tiempo y las personas nos van empujando, un poquito todos los días, hasta que nos damos cuenta de que estamos al borde y ya es muy tarde para ser salvados.

 Pero no estamos allí, todavía no. No sabremos cuánto falta hasta que estemos muy cerca, pero no creo que sea pronto. Tengo que pensar que las cosas van a ser mejores, que de pronto la gente se va a interesar y que van a encontrar en los escritos algo que ellos hayan pensando antes y que nunca pudieron o quisieron poner en escrito o delante del mundo en cualquier manera. Es lo único que se puede hacer en un mundo como el nuestro, que casi siempre es frío y desolador, que no parece ser humano.

 En este final, solo busco pedirles a ustedes que tomen en consideración todas estas palabras antes de simplemente dejar de lado algo, porque ese algo lleva un ser humano detrás, al que también están dejando de lado y puede que eso tanga más consecuencias de las que se podrían jamás imaginar.

 No se trata de culpar a nadie o de chantajear a las personas para que hagan lo que uno quiere que hagan. Se trata solamente de llamar la atención a algo que parece ser ignorado todos los días, a algo que no toma tiempo y que es fácil de entender, si hay la voluntad para de verdad entender a los demás.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Sentir me salvó


   La boca me sabía a hierro. No podía abrir los ojos ni mover los brazos o las piernas. Solo sentía ese sabor en mi boca y un olor un tanto amargo en mi nariz. Algo cercano olía muy mal pero no podía saber qué. Quería llorar, quería gritar o pararme y salir corriendo. Pero mi cuerpo no me respondía. Escuchaba un sonido familiar en la cercanía. No sabía lo que era pero parecía querer calmarme en ese momento,  precisamente cuando menos necesitaba ayuda para mantener mi cabeza abajo.

 Mis sentidos se fueron despertando poco a poco. El tacto se hizo cada vez más sensible y pude entender en poco tiempo que mi cuerpo estaba boca abajo sobre madera. Mi mentón y mi mejilla me indicaban que era madera pulida y que el sonido extraño que había escuchado estaba justo por debajo. Lastimosamente, mi oídos parecía haber sufrido un gran trauma, pues todo lo escuchaba como si tuviera los oídos tapados pero mis manos no estaban haciéndolo, ya que las sentía juntas detrás de mi espalda, amarradas.

 Cuando sentí la gruesa soga de fibra plástica, me asusté. Supe que algo malo, muy malo, había pasado. Obviamente todo el resto de cosas indicaban lo mismo pero, por alguna razón, no había querido hacer caso de mi entorno. Más terrorífico aún fue cuando pude mover un poco las manos y sentí algo como liquido, algo espeso, por el lado bajo de mi espalda. Como si el cuerpo entendiera de manera consciente, sentí un dolor enorme que me recorrió todo el cuerpo, dejándome aún más cansado que antes.

 Mis ojos todavía no querían abrir. Entendí que no era que no tuviera las fuerzas para abrirlos, sino que estaban hinchados y dolía mucho tratar de levantar los parpados. En cambio, si me quedaba quieto, el dolor era casi inexistente. Por eso dejé mi sentido de la vista de lado y me dediqué a percibir mi entorno con los demás. Lo único que podía concluir era que estaba tirado en el suelo, boca abajo, y que seguramente no había nadie más a mi alrededor. No podía sentir pasos ni voces, ni nada por el estilo.

 El tiempo pasaba, estaba seguro. Por mi estado, estaba tan concentrado en partes de mi cuerpo que a veces olvidaba que el mundo seguía girando a mi alrededor. En algún momento, recuerdo vívidamente querer reír o llorar, quería sentir más de lo que estaba sintiendo y eso que estaba percibiendo mucho más de lo que jamás había sentido en la vida. Era extraño estar ahí, acariciado por el viento o tocado brevemente por el sol.  Era como estar acurrucado por la naturaleza, que me dejaba a un lado a veces y otros parecía estar muy pendiente de mi evolución, de mi cambio.

 No sé cuanto tiempo pasó, pero por fin sentí pasos. Fue muy extraño porque había estado durmiendo y, tengo que decirlo, fue un sueño muy tranquilo en el que vi a mi familia y a mis amigos. Creo que soñé con un cumpleaños, incluso sintiendo el sabor del pastel de frutas en mi boca. Pude oler el humo que sueltan las velitas cuando las soplas e incluso el perfume de mi madre, ese que siempre ha usado desde que tengo uso de razón. Me sentí con ellos y los pasos quebraron todo y me trajeron de vuelta a la realidad.

 Al comienzo los sentí lejos pero sabía que caminaban por la misma madera en la que yo estaba acostado. Quise alertarlos de mi presencia pero no hubo necesidad. Uno de ellos, un hombre alto y con unos ojos inusualmente grandes, entró al sitio donde estaba amarrado y se me acercó. Sí, me forcé a abrir los ojos para poder ver lo que ocurría. La hinchazón había bajado, por lo que el esfuerzo fue menor al anterior. Por eso pude ver sus ojos, de manera calma, de verdad detallando el color y la profundidad.

 Él, en cambio, parecía querer calmarme pero a la vez estaba apurado, gritando para que sus compañeros vinieran conmigo y ayudaran a soltarme las cuerdas. Todo esto es lo que creo que decían porque mis oídos todavía no funcionaban. De hecho, creo que había dado por sentado que nunca más funcionarían. Los había dejado ir de mi ser sin una sola queja, porque no podía quedarme pensando en lo que ya no era. Los miré tranquilamente, mientras cortaban todas las cuerdas que me amarraban.

 Vi que algunos me miraban asustados, un hombre incluso lloró y una mujer, creo que la única del grupo, tuvo que escoltarlo afuera para que se calmara. No sé cuanto tiempo duró todo el asunto porque yo me quedé dormido sin razón aparente. Creo que mi cuerpo se cansó por el esfuerzo de mantener los ojos abiertos, de estar pendiente de todo lo que estaba pasando a mi alrededor. La fuerza que me había mantenido vivo durante esos días se estaba agotando y no podía hacer que durara más.

 Caí de nuevo en un sueño profundo. Esta vez, no vi a mi familia ni a nadie conocido. Recuerdo un perro muy lindo, de pelaje suave y amarillo, con una cola retorcida. Parecía ser mi guía por entre un bosque denso y húmedo. Yo llevaba puesta ropa para el frío y caminaba evadiendo ramas y troncos. Ya no sentía las cosas como en el sueño anterior, sino que todo parecía lo mismo, con el mismo olor incluso. El perrito me esperaba cuando me demoraba y luego seguía, como si de verdad quisiera llevarme a alguna parte pero yo nunca había estado en ese bosque. No sabía que ocurría.

 Abrí los ojos de golpe. Era de día y la luz del sol me hizo cerrar los ojos casi al instante. Giré la cabeza, mientras respiraba apurado del susto. No sé porqué me había despertado así pero me sentía extraño y confundido. Todavía me dolía el cuerpo pero no tanto como antes. Sentí una almohada en mi espalda baja y otra en la parte superior. Algo de dolor, de ese que parece dar punzadas, recorrió toda mi espalda. Sentí de nuevo algo de sabor a hierro y hasta ese momento me di cuenta de que era mi propia sangre.

 Me recosté y me di cuenta que ya podía escuchar mejor. No como una persona normal pero ya no parecía que me estuvieran tapando los ojos con fuerza. Por ejemplo, podía percibir los pasos que daban las personas fuera de la habitación. Creo que fue en ese momento que caí en cuenta que era un hospital. No era una sorpresa pero al menos sabía que me estaban cuidando. Estaba seguro de no tener el dinero para pagar nada de eso pero ya vería después que hacer. Fue entonces cuando todo me cayó encima.

 Pude recordar toda mi vida anterior, quién era y qué hacía. Antes todo lo demás en mi vida parecía haberse ido a un segundo plano oculto en mi cabeza pero ahora ya no era así. Ese muro que lo había ocultado todo había desaparecido y yo podía volver a ser un ser humano más completo, aunque todavía con pedazos ausentes. Porque, aunque lo intenté, no pude recordar qué era lo que había ocurrido conmigo y porqué había terminado en ese muelle, amarrado y ultrajado de varias maneras.

 Momentos más tarde, vino el jefe de policía, con el hombre de ojos grandes y el doctor que me tenía a su cuidado. Él explicó todo lo que había encontrado en mi cuerpo y, aunque ellos estaban impactados por lo que oyeron, yo no lo estaba. De alguna manera, mi cuerpo ya me lo había informado y yo había decidido ponerlo todo en un segundo plano, pues lo primero era sobrevivir. Pero ahora que era consciente de lo que había vivido, derramé algunas lágrimas y solté una carcajada que los asustó.

 Les expliqué que lo hacía porque estaba con vida. Estaba allí, con ellos, con mi cuerpo completo a pesar  de todo. No importaba lo que me habían hecho puesto que todavía estaba en el mundo de los vivos y planeaba aprovechar cada momento que me otorgaran de vida porque entendía lo preciosa que era.

 Sin decir nada, me incorporé mejor y aproveché que tenía al de los ojos grandes cerca. Con la fuerza que tenía, le planté un beso en la mejilla y le dije “Gracias”, antes de caer de vuelta en la cama. Al rato se fueron y pensé en mi vida, en mi cuerpo. No podía dormir. Tenía hambre de comida y de mucho más.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Apocalipsis


    Todo el mundo lo vio por televisión. El cohete salió de un silo militar, en algún lugar que nadie nunca conocería. El objeto era enorme, más grande que cualquiera de los misiles que los militares usaban con más frecuencia. Estuvo un momento sobre la compuerta por la que había salido a la superficie y luego su parte trasera se encendió y empezó a impulsarlo con dificultad por los aires. Era obvio que el cohete era muy pesado, pero no era de sorprender puesto que llevaba varias cabezas nucleares.

 El cohete surcó los cielos por varios minutos. Algunas personas pudieron verlo a simple vista, como un tubo gigante que cruzaba el cielo dejando una estela blanca tras de sí. Todo el que lo veía, por donde fuera, aguantaba la respiración. Pasados otros minutos, se confirmó que el cohete ya salía de la Tierra y se encaminaba vertiginosamente hacia su destino. Ya no se le podía grabar, así que los canales de televisión decidieron repetir una y otra vez el plan que habían trazado los gobiernos ricos del mundo.

 Ellos habían dictaminado que solo una bomba magnifica, mayor que ninguna creada antes, podría ser la salvación de la humanidad. Tan solo cuatro meses antes, se había descubierto la existencia de un asteroide que pasaría demasiado cerca de la Tierra. Tan cerca, que cuando pasara por su lado se vería atraído por la gravedad y terminaría estrellándose contra el mar de forma estrepitosa. Eso causaría un maremoto de proporciones bíblicas y millones de muertes alrededor del globo. Pero no terminaría allí.

El choque causaría también terremotos y una desestabilización general de todo el planeta, lo que afectaría a todo el mundo. Quienes no sucumbieran por el maremoto, lo harían cuando la tierra debajo de sus pies empezara a cambiar de forma y lugar. En pocas palabras, se había descubierto que la humanidad tendría sus días contados, así como todas las demás especies en existencia sobre el planeta azul. Por eso se habían apurado a buscar una solución al problema y esa era el cohete y sus cabezas nucleares.

 Muchos no estuvieron de acuerdo, pues se corría el riesgo de que la bomba fallara y terminara estrellándose contra el suelo y matando miles o millones de un solo golpe. Pero como el asteroide ya amenazaba con hacer lo mismo o algo peor, se ignoró por completo a quienes se quejaban y se construyó el cohete en el mayor grado de secreto. Solo se le informó a la gente sobre el asteroide un mes antes de su eventual colisión con la Tierra, pocos días antes del lanzamiento del cohete que debería ser la llama de esperanza para toda la humanidad. La gente esperaba casi sin respirar.

 Entonces, en algún lugar del hemisferio sur, la gente reportó una luz brillante que impedía mirar hacia el cielo. Era casi como una nube, que se expandía hacia todas partes. Hubo grandes zonas de territorio cubiertas por esa masiva luz y luego bañadas por una lluvia sucia y gruesa, con un olor muy particular. Era lo que más temían los gobiernos ricos y el desenlace más temido por los científicos que habían aconsejado a los gobiernos. Era precisamente lo que nunca debía de pasar.

 El cohete había estallado antes de chocar con el asteroide. Había estado lo suficientemente cerca como para arrancarle un buen pedazo, pero su trayectoria había hecho que el asteroide cambiara su curso a uno aún más directo que el anterior. Esto lo supieron al instante los ciudadanos, pues los científicos dejaron de apoyar a sus gobiernos. En esos días, el caos reinó por completo. Hubo asesinatos, robos, protestas y suicidios masivos. De nuevo, no sorprendía a nadie, pues la muerte venía por todos.

 El mundo ahora sabía que vivía sus últimas horas. Las personas se volvían locas, al mismo tiempo que se daban cuenta de que ya nada importaba. Muchos se dedicaron a rendirse a sus placeres más oscuros y otros hicieron cosas que nunca hubiesen hecho en la vida sin aquella nueva libertad. Los gobiernos no cayeron pero se silenciaron, inútiles ya ante semejante tragedia.  Ya nadie los escuchaba y ellos habían aprendido que nadie nunca los volvería a oír o creería jamás en ellos. Por fin les había llegado la hora.

 La mayoría de personas se entregó a esa nueva libertad y, hay que decirlo, fueron las semanas de mayor paz en el mundo. Después de la histeria de los primeros días, la gente dejó la violencia de lado y simplemente se dedicaron a lo que siempre debieron haber hecho: vivir y dejar vivir. Hubo escenas de pasión y de amor por todas partes, así como de heroísmo y respeto. El mundo parecía estar convirtiéndose en lo que todos siempre quisieron que fuese, pero ya era demasiado tarde. El asteroide se veía a simple vista.

 Los científicos decidieron hacer su parte y aconsejaron a la gente varios sitios alrededor del mundo en los que tal vez podrían estar a salvo. Ellos filtraron todos los detalles del asteroide, que los gobiernos ricos querían mantener secreto, e incluso ayudaron a filtrar otros secretos que escandalizaron a más de uno, pues se daban cuenta de que la democracia sí que era una forma débil de gobierno. Era la menos peor pero ciertamente con tantos puntos oscuros como todas las demás. A una semana del choque, los gobiernos dejaron de existir por completo, instaurando por fin la libertad.

En esos últimos días, la gente quiso organizar el último día de la Tierra. Algunos planearon fiestas en donde se celebraría todo y a todos. Otros preferían pasarlo en familia y otros en solitario. Algunos quisieron acercarse más a sus dioses y otros simplemente querían llegar al último día habiendo cumplido varios de sus más profundos deseos. La idea era que en ese último segundo de sus vidas, de la vida como tal, pudiesen sentirse sin remordimientos ni angustias. Querían sentirse en verdadera paz.

 Correr ya no era algo que la gente hiciese. Robar era completamente obsoleto y el dinero se había convertido en lo que de verdad era: papel con tinta de colores encima. Para los artistas, ese tiempo se vivió como uno de esplendor incomparable, pues surgieron de la nada los verdaderos artistas, aquellos que no copiaban ni repetían sino que de verdad creaban de su mente y maravillaban a sus amigos y familiares con sus creaciones. Los velos se habían removido y todos ellos mismos y no nadie más.

El día antes del último, se empezaron a sentir cosas extrañas por todo el planeta. El clima cambiaba de forma abrupta y los animales exhibían conductas completamente erráticas. Para muchos fue una lástima verlos sufrir así, sin saber qué era lo que en realidad iba a pasar. Aunque otros pensaban que los animales de hecho sí sabían lo que pasaba y que tan solo sabían expresar mejor que los seres humanos sus sentimientos al respecto. Fue un día muy confuso, lleno de idas y venidas.

 El último día, la gente hizo lo que quiso y esperó en los lugares que habían escogido varios días antes. Aquellos cerca del océano, pudieron ver con claridad como la roca gigante caía como un hielo en un vaso y empujaba el aire y el agua para todos lados. No fue como en las películas, donde todo es más suave y estilizado. Fue un golpe sordo y contundente. Tras él, aquellos en las costas solo vivieron por unos cinco a diez minutos más. Luego, fueron consumidos por el agua embravecida.

 Los terremotos más violentos ocurrieron casi en el mismo instante del impacto. Varias zonas fueron afectadas de golpe, destruidas por completo. Los muertos en un primer instante fueron contados por millones y los desastres que se sucedían tomarían la vida de todo el resto.

 Una semana después, seguía habiendo vida en la Tierra. Pero con la obstrucción del cielo por una nube de tierra permanente, nada viviría demasiado. Aquellos valientes que habían sobrevivido, ahora morirían ahogados y de hambre. No había salida alguna al desastre total.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Madres


   Elisa bebió una botella entera de agua en pocos segundos. Después tomó otra, pero solo consumió la mitad de su contenido. Después solo se sentó y trató de recuperar su respiración, pero le era difícil. Desde donde estaba, podía ver como pasaban los demás concursantes de la carrera, cada uno con su número en el pecho y con cara de no poder moverse nunca más a tal velocidad. Todos se agolpaban alrededor de la gente que daba las botellas de agua y ver eso hizo que Elisa se tomará lo que quedaba en la suya.

 Tocó sus piernas con una mano y se dio cuenta que estaban algo entumecidas, casi no podía ni sentirlas. Empezó a moverlas arriba y abajo, haciendo girar los tobillos ligeramente. Uno de los organizadores la vio haciendo esto y se le acercó para preguntar si estaba bien. Elisa trató de sonreír lo mejor que pudo y le dijo que todo estaba bien. El chico respondió también con una sonrisa y le dijo que en pocos minutos habrían llegado todos los concursantes y entonces podrían entregar las medallas y los premios a los tres primeros corredores.

 A Elisa se le había olvidado por un momento ese detalle. Como había gastado sus últimas energías en el último segundo, no se había fijado cuantas mujeres más había en su cercanía. Cuando corría de esa manera no tenía tiempo ni la intención de estar mirando a un lado o al otro. Tenía que poner toda su concentración en poder llegar a la meta, sin importar cuanto lo que costara o que le doliera. El caso es que podría haber ganado su categoría pero no tenía ni idea si eso de verdad fuese posible.

 Cuando los últimos concursantes llegaron, la gente explotó en aplausos y vítores. Elisa se puso de pie y se dio cuenta que sus piernas estaban casi dormidas, por lo que tenia que caminar para no quedarse allí sentada más rato del necesario. Además, ya todos se estaban acercando a la tarima central para escuchar lo que los organizadores tenían para decir. Algunos sabían que no iban a ganar nada pero otros estaban expectantes pues creían tener la posibilidad de al menos ganar una de las brillantes medallas.

 Elisa se sostuvo como pudo, apoyándose ligeramente contra un poste de luz que en ese momento no estaba sirviendo aunque pronto lo haría. Al mirar al cielo, notó que gruesas nubes oscuras se acercaban y el viento parecía decidido a traerlas encima del parque donde estaban reunidos. En ese momento, Elisa solo quiso estar en casa, con su pequeño hijo y su perro labrador. Eran los tipos de tardes que le gustaba tener, sin importar si afuera estaba lloviendo o haciendo sol. Esos eran sus dos tesoros más grandes, y aquellos seres a los que debía proteger a toda costa.

 Uno de los organizadores empezó a hablar por un micrófono, visiblemente preocupado por el clima. Su voz sonaba apuraba y parecía decidido a terminar con todo el proceso en minutos, incluso cuando tenía que entregar unas cuarenta medallas, además de cheques a los tres primeros lugares de cada categoría. Mientras hablaba, Elisa miró a un lado y al otro, esperando ver a Nicolás y a Bruno por algún lado. Su hermana los estaba cuidando mientras ella concursaba pero no sabía si ya estaban allí o venían de camino.

 Fue entonces cuando se escuchó el estruendo y todo se hizo silencio en un segundo. Una luz potente aclaró el cielo sobre los concursantes de la carrera. Por un momento, todos lo vieron fascinados, algo asustados también. Pero segundos después empezaron a correr y a gritar. El rayo cayó justo encima de la tarima, electrocutando al presentador de la ceremonia de medallas. Elisa pudo oírlo gritar y, al salir corriendo, el olor a carne quemada inundaba ya todo el lugar. El caos subsecuente era apenas de esperar.

 Otros rayos cayeron pero un poco más lejos, a pesar de que todavía lo hiciesen en el parque. Elisa cayó entonces en cuenta que su hermana, su hijo y su perro podían estar esperándola en el estacionamiento, cosa que la asustó y la hizo correr como pudo. Su cuerpo entero le dolía pero un afán sin medida se apoderó de ella. Los rayos podían haber caído en cualquier lado y su familia podía estar herida o aún peor. Corrió como pudo hacia la salida más cercana, cerca de donde debía estar su familia.

 El problema era que había demasiada gente en el parque, tanto concursantes como público. Eso sin contar a aquellos que simplemente habían ido al parque a disfrutar el día, antes de que se convirtiera en algo tan horrible. Elisa tuvo que detenerse cerca del cerco del parque para mirar a su alrededor. No podía estar corriendo como loca, sin fijarse para donde iba o como lo hacía. Debía tener sangre fría para pensar bien e ir al lugar donde fuese más probable encontrar a sus seres queridos. Esperó entonces allí, por un rato más.

 Cuando vio el fuego a lo lejos, tuvo que moverse. En la salida del parque se agolpaba la gente, mucha que estaba cerca de casa y otra que había corrido sin pensar y ahora se daba cuenta de que su automóvil estaba lejos de allí. Elisa miró hacia un lado, donde había algunos vehículos, pero no vio a nadie conocido. Ella no llevaba encima su celular, pues precisamente se lo había dado a su hermana para que se lo guardara. Esos aparatos eran un estorbo completo mientras se corría y no habría tenido sentido quedárselo durante la competencia. Otros dos rayos cayeron en el parque.

 Y la lluvia por fin comenzó, con fuerza. Todas las personas allí se lavaron por completo, asustadas y sin saber que hacer. Elisa decidió moverse en vez de quedarse allí. Recordó donde quedaba el estacionamiento más grande y se apresuró hacia esa dirección. Sus piernas, de nuevo, no parecían responder muy bien al hecho de que las estuviese haciendo correr de nuevo, pero no tenía ninguna opción. Ignoró el dolor que le causaba hacer ese esfuerzo y trató de correr más rápido, para llegar más pronto.

 En el estacionamiento había enormes cantidades de gente. Se había formado un atasco enorme por culpa de la cantidad de vehículos que habían querido salir al mismo tiempo. Además, el sistema eléctrico estaba fallando y los que manejaban el estacionamiento no querían dejar salir a la gente sin pagar, así que se ponían a calcular su cuenta a mano, lo que se demoraba el triple de lo normal y causaba problemas graves bajo la tupida lluvia que estaba cayendo. A lo lejos se escuchó una sirena de bomberos. Muy tarde.

 Elisa miró uno por uno los vehículos pero no reconoció ninguna cara en ninguno de ellos. Golpeó ventanas y gritó, pero nadie corría hacia ella ni ella veía a nadie, ni a su hermana, ni a su hijo, ni siquiera al perro. Trató de recordar la marca y el aspecto del automóvil de su hermana, que los había traído en la mañana, pero siempre había sido pésima identificando automóviles. Estuvo un buen rato mojándose, tratando de encontrar el vehículo hasta que lo encontró, un poco alejado del caos que había saliendo del estacionamiento.

 El coche, sin embargo, estaba casi completamente quemado de un solo lado. Un rayo parecía haber caído encima del automóvil de al lado, que había quedado inutilizado. Miró por la ventana y pudo ver un par de juguetes de su hijo y la correa de Bruno. En ese momento se asustó y varias cosas le cruzaron por la mente en cuestión de segundos. La puerta del lado de su hijo estaba calcinada, por lo que tal vez habían tenido que salir de urgencia hacia algún hospital. Podrían haberse quemado todos y ella no tenía idea.

 Trató de buscar quién la ayudara, pero nadie parecía interesado en otra cosa que no fuese irse de ese lugar lo más pronto posible. El fuego había desaparecido y no había más rayos, pero la gente estaba asustada y ese es el estado más peligroso en el que puede estar una persona.

 Elisa se salió de allí y se acercó a la tienda más cercana a pedir un teléfono, para llamar a su madre. Ella podría saber algo. Entonces fue cuando le volvió el alma al cuerpo pues su familia estaba allí, sentados alrededor de una mesa, comiendo. Al parecer, su hijo no había aguantado las ganas de comer algo.