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miércoles, 23 de agosto de 2017

El ciclo de la vida

   Cuando lo conocí, era la persona más optimista que había visto. No puedo decir que alguna vez hablamos más de lo necesario y creo que él nunca supo mi nombre. Pero durante tres meses compartimos el mismo horario, comimos a la misma hora y hacíamos cada uno nuestra parte, a un lado y al otro de la cámara. Ángel era su nombre y siempre me causó gracia cuando lo decía a la gente pues sonreía un poco más de la cuenta, como si quisiera que te arrodillaras para rezar por su existencia.

 Estaba claro que había hecho todo lo correcto para llegar hasta donde estaba. Era menor que yo pero había tenido un camino más corto y mucho más provechoso por la vida. Su aspecto de galán y su manejo de la gente que lo rodeaba lo había llevado al set de esa película y seguramente sus planes iban mucho más allá de una producción local, en un país sin una industria fuerte donde solo se intenta dejar una marca durante un tiempo lo suficientemente largo.

 Él de eso no sabía mucho. Sí, había estudiado en un teatro. Pero antes había sido modelo de ropa interior, desde la mayoría de edad. Antes era de esos chicos que eligen para todas las series de la tarde en la que repiten las mismas frases horribles día tras día, esperando que alguna vez llegue el momento en que las amas de casa o los dueños de las cafeterías se alcen en armas contra la mediocridad de la televisión. Él era la cara de esa patética forma de cultura y la verdad es que lo detestaba por eso.

 Para mí, ese set iba a ser el lanzamiento de mi carrera personal. Yo no era actor, no quería que nadie me viera, al menos no de inmediato. Lo que quería era ser alguien en esta vida y, después de muchos años de intentar, por fin me dieron la oportunidad que había estado buscando. Durante los meses de preproducción no tuve una vida real. Tenía que levantarme en las madrugadas y llegar a casa rendido pasada la medianoche. Iba de aquí para allá, sin detenerme por más de unos minutos.

 Ese camino era el único que había para mí. Y cuando lo vi sonreír por primera vez, supe que él nunca había pisado ese mismo camino. Él no tenía ni idea de lo que era sentirse dejado a un lado, discriminado en más de una manera. Su estúpida sonrisa y su cuerpo perfectamente modelado se habían encargado de darle todo lo que quisiera, sin importar lo que fuera. Desde los dieciocho años vivía solo, había presentado programas, había actuado y había viajado y comprado lo que había querido. El pobre de Ángel lo tenía absolutamente todo, no sabía nada.

 Eso era lo que yo pensaba al comienzo. Pero todos sabemos que, con el tiempo, los muros más gruesos y las máscaras mejor confeccionadas caen al suelo y se parten en mil pedazos. Empecé a verlo caer cuando me quedé, como de costumbre, por unas horas más después de terminado el rodaje. Era una vieja fábrica y todos recogían cables y luces y yo tenía que ser el que anotara que todo estuviese en su lugar o sino los seguros se volverían locos.

 Ya casi todo estaba en su sitio, en los camiones. Fui a dar una última vuelta para verificarlo todo pues al día siguiente debíamos iniciar rodaje en otra locación y no podía permitirme perder siquiera una esponja de las que usan en el maquillaje. Fue entonces, cuando recogiendo unos cigarrillos de la actriz que compartía escenas con Ángel, que lo vi. Estaba de espaldas pero supe al instante lo que hacía. Me dio placer al verlo, tanto así que sonreí y, sin pensarlo mucho, le tomé una foto sin que se diera cuenta.

 Nunca pensé nada de esa acción. Fue algo así como una reacción automática. No planeaba hacer nada con esa imagen, era algo así como una manera de burlarme de él en mi mente. Sí, puede que mi estado mental personal no sea mejor que el de él, pero así fueron las cosas y excusarme ahora o tratar de explicar mis acciones no tiene ya mucho sentido. El caso es que me di la vuelta y regresé con los demás. Al otro día los camiones y todo el equipo estaba en otro lugar, trabajando como siempre.

 Fue en ese escenario, un pequeño pueblo costero, en el que hubo un grave accidente por culpa de uno de los tipos que manejaban una de las grúas. Hubo un desperfecto relacionado a la falta de mantenimiento. La grúa no estaba bien asegurada, cayó de golpe y mató a uno de los asistentes de iluminación. La producción se paró al instante y mi trabajo creció el doble. No fui a casa en varios días y tuve que aguantarme miles de insultos de un lado y de otro. Sin embargo, me pedían soluciones.

 Tengo que decirlo: fui mejor de lo que nadie nunca hubiese pensando en ese momento. Toda mi vida la gente a mi alrededor me había culpado de inútil, de bueno para nada, de peste. Fui un cáncer por mucho tiempo y todavía me miraban como tal. Pero cuando arreglé la mierda en la que un idiota nos había metido, dejaron de mirarme como antes. Ahora era su héroe, y por un par de días, me miraban más a mí que a él. Fue la única vez que cruzamos miradas intencionalmente y creo que hice lo posible para hacerle saber lo que pensaba de él durante esos segundos.

 Sin embargo, lo bueno jamás dura. La muerte del asistente fue un escandalo que avivó las molestas llamas de los medios que empezaron a presionar de un lado y del otro. Unos quería que la producción terminara para siempre y otros pedían y pedían información, de una cosa y de otra. Debí imaginarme que ese sería el momento adecuado para que los periodistas menos honestos empezaran a hacer de las suyas. No lo vi venir y de eso sí me culpo todos los días, a pesar de que nadie más lo haga.

 Y me culpo porque, de hecho, fui yo el que terminó el día de muchas personas. Una mujer sin escrúpulos contrató a un experto en tecnología que hackeó todo lo que pudo de varios de nuestros portátiles. Nunca se supo exactamente como lo hizo, pero lo más seguro es que alguno de los otros idiotas con los que trabajáramos decidiera darle acceso. Al fin y al cabo, había mucha gente enojada y asustada por lo que había pasado y culpaban a los productores de todo lo que pasaba. Yo era parte de ese equipo.

 Borré la foto de mi celular la misma noche que la tomé. Pero olvidé que todas mis fotos se subían automáticamente a la famosa “nube” de internet. Ese pequeño tesoro fue uno de los muchos juguetes descubiertos por esa mujer, quien decidió publicarlo todo en el medio que más dinero le dio. Por supuesto, la producción fue detenida permanentemente y Ángel fue el más damnificado de todos. Se dijo que los ejecutivos incitaban su comportamiento, para nada a tono con el gran público al que querían servir.

 Su carrera murió en ese momento. Nunca nadie más lo contrató, excepto producciones tan moribundas como él. Se dice que se metió al mundo de la pornografía y confieso que siempre he tenido curiosidad de saber si eso es verdad. Cuando estoy libre, lo que no es seguido, me encuentro frente al portátil con la intención de saber más. Pero entonces sonrió una vez más porque resulta que su descarrilamiento fue la tragedia necesaria para impulsarme hacia donde deseaba.

 Ante el público, los medios y la competencia, era yo el que había hecho el mejor trabajo cuando todo se fue al carajo. Fue yo quién trató de sacar la película adelante y fui yo quien dio la cara al comienzo, cuando todos corrían como ratas.


 Nadie nunca supo de donde había salido la foto. Nadie nunca se lo preguntó, excepto tal vez el mismo Ángel. Ahora soy yo el que está arriba, el que disfruta una vida tomada casi a la fuerza. Me alegra. No puedo decir que me duela ver a alguien caer para que yo pueda subir. Es el ciclo de la vida.

viernes, 4 de agosto de 2017

Nunca es fácil

   Nunca será fácil despedirse de un ser querido. No importa su edad, su estatus dentro de la familia o incluso si era o no de la misma especie, nos duele en el alma cuando se va alguien que amamos profundamente, así nunca antes no hayamos dado cuenta. Es un dolor grande porque los seres humanos tenemos la maldición de tener que recordar, de guardar en nuestro cerebro esas imágenes que se repiten una y otra vez como viejas películas que ya nadie parece querer ver, solo en ocasiones.

 Se nos secan los ojos de tanto llorar y nos duele tanto la cabeza como el pecho, porque no hay nada más doloroso y duro para el ser humano que enfrentarse a la muerte. Ante ella no somos nada, no tenemos ningún tipo de poder. Solo somos pequeños animalitos asustados que se arrodillan y piden clemencia, porque no hay nada más que hacer en ese momento. Ella ha llegado y hace lo que quiere cuando quiere, sin que nosotros importemos tanto como creemos que importamos a diario.

 El dolor se va con el tiempo. Aprendemos a vivir con él y a verlo como una criatura que habita dentro de nosotros. No es algo bienvenido porque a nadie le gusta sentirse así a propósito, pero sabemos que es la única manera en que podemos soportar la pérdida. Si no sintiéramos dolor, no podríamos expresar lo que significa para nosotros que alguien haya dejado su lugar junto a nosotros. Es necesario sentir que el pecho no puede más y que los ojos están secos y duelen como nunca.

 Y los recuerdos llegan a altas horas de la noche. A veces son simples imágenes, otras veces son más complejas y se comportan cuando pesadillas cuando son una simple realidad pasada. Es por eso que tenemos que aprender a vivir con la muerte. Tenemos que aprender a que las cosas pasan, a que todo es un ciclo de vida en el que estamos involucrados y, aunque no podemos hacer nada para cambiarlo, sí podemos darnos nuestro lugar en él y aprovechar la vida como viene.


 Debajo de un árbol yacen muchas de las personas que estuvieron junto a mi, muchos amigos entrañables. También flotan en el aire, libres de las cadenas humanas. Están aquí y allí, siempre junto a nosotros. Son almas, recuerdos que nos enseñan y pueden impulsarnos cuando no sabemos como seguir adelante. Es ahí cuando la vida y la muerte se cruzan y forman un mismo tejido hermoso, con dos caras distintas pero dependientes. Debemos vivir la vida, aprovecharla, ser felices y siempre disfrutar a los seres amados. En la muerte, todos estaremos juntos, tomados de la mano, libres.

viernes, 19 de mayo de 2017

Solo bailar

   Practicar era lo principal. Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba la mochila que ya estaba llena con lo que pudiera necesitar y se iba a la academia. Allí, tenía un salón para él solo durante seis horas. En esas seis horas podía practicar lo que más le gustara. Usualmente trataba de ejecutar la rutina completa para ver cuales eran los puntos débiles o, mejor dicho, que podría mejorar de lo que tenía que hacer. Durante la última hora, tenía casi siempre la ayuda de la que había sido su maestra.

 La señorita Passy era una mujer ya entrada en años pero seguía siendo tan vigorosa como siempre. Durante su juventud en Francia, había decidido viajar como mochilera por el mundo. Por circunstancias fortuitas tuvo que quedarse más tiempo en el país de lo que hubiese deseado y por eso se quedó para siempre. Había estudiado danza clásica por años así que con la ayuda de amigos puso la academia, donde contrató a otros para enseñar varios estilos de baile.

 Para Andrés, practicar con ella era como hacer su rutina con el público más exigente posible. La mujer jamás se guardaba una critica y las hacía siempre en la mitad de la coreografía, sin importarle si Andrés se tropezaba y perdía la concentración a causa de su actitud. Un buen bailarín tenía que estar por encima de eso y poder corregir en el momento, sin dar un traspiés. Para el final de la sesión, eso era lo que el chico hacía y la mujer quedaba más que alegre por el resultado.

 Al mediodía, Andrés tenía que ir a trabajar medio tiempo a un restaurante para poder tener el dinero suficiente para no tener que pedirle a nadie ningún tipo de ayuda. La danza como tal le daba dinero pero jamás era suficiente. Para eso debía bailar con los mejores y en otro país donde su pasión fuese mucho mejor recibida. Había enviado videos y demás a varias academias y compañías fuera del país pero jamás le habían contestado. Así que su sueño de ser famoso debía esperar.

 En el restaurante debía limpiar las mesas después de que los clientes se iban. Además, era la persona asignada si, por ejemplo, alguien tiraba su comida al piso o se le caía un vaso con refresco o emergencias de ese estilo. Al comienzo se sentía un poco mal al tener que hacer un trabajo así, pero después de un tiempo se dio cuenta que necesitaba el dinero y no podía ponerse a elegir lo que le gustaba y lo que no de cada empleo. Ya era bastante difícil conseguir algo que hacer así que no lo iba a arruinar así no más. Sin embargo, se la pasaba todo el tiempo pensando en el baile.

 Cuando limpiaba las mesas imaginaba que sus manos eran bailarines dando vueltas por el escenario. Lo mismo pasaba cuando limpiaba los pisos y por eso era seguido que uno de sus superiores lo reprendían por no hacer su trabajo con mayor celeridad. El siempre se disculpaba y trataba de empujar el pensamiento del baile hasta el fondo de su cabeza pero eventualmente volvía y se le metía en la cabeza con fuerza. Era como un virus pero en este caso él lo quería tener, sin importar nada.

 Su trabajo de medio tiempo terminaba a las siete de la noche. Eso quería decir que cuando lo contrataban para una obra, tenía el tiempo justo para poder llegar al teatro y prepararse. Normalmente solo tenía media hora o menos para maquillaje y vestuario pero siempre lo lograba y nunca estaba demasiado cansado para nada que tuviese que ver con el espectáculo. Una vez en el escenario era como si hubiese estado viviendo allá arriba por muchos años, y así se sentía.

 Le encantaban las luces que oscurecían al público y se enfocaban solo en él. Le gustaba también vestir de mallas y sentir que su cuerpo se aligeraba sin la presencia de ropa innecesaria. Quitarse los zapatos deportivos que había tenido puestos en la tarde para cambiarlos por los duros zapatos de ballet, era para él un proceso casi parecido a una ceremonia religiosa. Era lo que más le tomaba el tiempo en la preparación y eso era porque para él era una parte esencial del espectáculo.

Una vez arriba, en el escenario, hacía su rutina de la mejor forma posible. No se retraía en ninguno de sus pasos y, sin embargo, tenía siempre presente las palabras de la profesora Passy. Corregía en la mitad del movimiento y seguía como si nada, disfrutando del baile que lo hacía sentirse sin nada de peso, como si flotara por todas partes. La presencia de otros bailarines y bailarinas era para él algo sin importancia. La verdad era que siempre se veía solo sobre el escenario.

 Lo mejor de todo era cuando la función terminaba y el público se pone de pie y aplaudía. Era como si hicieran un enorme muro de ruido que era solo para esos pocos que habían estado sobre el escenario. Lo mucho que lo llenaban esos aplausos y gritos, era algo casi inexplicable. Era un sentimiento hermoso pero muy difícil de explicar a personas que nunca lo hubiesen vivido en carne propia. Estar sobre un escenario era estar en un rincón del mundo donde la atención está concentrada solamente sobre ti durante un corto periodo de tiempo. Y eso es el cielo.

 Su llegada a casa era siempre, hubiese o no espectáculo, después de las once de la noche. Llegaba rendido pero siempre esperando el día siguiente en el que seguiría su camino hacia convertirse en el mejor bailarín del mundo. Era increíble como nunca se desanimaba, como no dejaba caer sus brazos y simplemente se rendía ante un mundo que no parecía muy interesado en lo que él hacía y mucho menos en recompensarlo por ello. Sí lo pensaba a veces pero no dejaba que el sentimiento negativo ganara.

 En casa se bañaba por la noches, con agua caliente. No se tomaba mucho tiempo allí adentro pero sí lo disfrutaba bastante pues era el momento en el que más se relajaba en el día. La ducha era el único lugar que sentía como seguro, en el que podía ser él mismo por unos segundos y no pasaría nada, no habría consecuencias. Si tenía que golpear la pared de la rabia, lo hacía. Si tenía que llorar, ese era el lugar. Era su lugar y su momento para sacar todo lo que le apretaba el pecho.

 Al salir de la ducha, podía respirar mejor. Usualmente comía algo ligero y se iba a la cama antes de que fuera demasiado tarde. Al fin y al cabo tenía que despertarse de nuevo a las cinco de la mañana el día siguiente para volver a empezar la rutina que, con el tiempo, le daría ese momento clave que él buscaba desde que era niño. Creía que la disciplina era la clave para conseguir que sus sueños se hiciesen realidad. Y si seguía así, eventualmente podría bailar en mejores lugares.

 Ya acostado, pensaba en otras cosas que no fueran baile. Con frecuencia sus pensamiento se iban con su familia pero pensar en ellos lo hacía sentir rabia. Ellos no habían querido que el bailara y mucho menos ballet. No les interesaba en el lo más mínimo poder verlo flotar en el escenario. Explicarles su proceso a ellos sería casi imposible y tal vez por eso no le interesaba en lo más mínimo hacerlo. Por eso era independiente, no quería tenerlos reclamándole encima todos los días.

 El único día que no ejecutaba su rutina eran los domingos. Ese día la academia estaba cerrada, así como el restaurante. Estiraba un poco en casa pero de resto, no hacia mucho. Veía películas o salía a caminar. De pronto por eso era que, para él, el domingo era el peor día de la semana. Todo tipo de pensamientos lo invadían, normalmente alejados por el baile. Además, se sentía algo inútil y se aburría.


 Pero la semana no demoraba en volver a comenzar y esa era su vida.

lunes, 1 de mayo de 2017

No eres la persona apropiada

Palabras que he oído, o más bien leído más de una vez.
Me tienen cansado pero no haya nada que hacer al respecto.
Las tendré que oír una y otra vez, y más que eso,
hasta que las deje de escuchar o las ignore de alguna manera.

Elegí escribir en estilo de poesía hoy por capricho,
Pues no sé nada de poesía y se nota.
Pero me dio por este lado porque la frustración,
Toma formas que a veces no entendemos pero así son.

No prentendo que a nadie le gusten estas palabras
Pues la mayoría de las personas ya tiene la vida arreglada,
Sea por convicción propia o por la de otros.
Los felicito por eso.

Escribir no tiene porqué tener sentido y por eso he elegido hoy,
esta manera y por este medio, decirles lo que pienso y siento.
Pero lo que pienso no puedo revelarlo por completo,
Y lo que siento es imposible hacerlo entender con exactitud.

Volviendo a lo anterior, tengo que decir que he decidido,
Con mucha convicción y con pocas opciones,
Que no puedo vivir así para siempre
Pero que tampoco puedo darme por vencido.

Eso de darse por vencido tiene muchas maneras de ser,
Así que si lo hago debo de tomar el camino más fácil,
Porque no tendría mucho sentido dejarse vencer
De una manera que lo desafie a uno una vez más.

Ya ni sé lo que estoy diciendo, nunca lo tengo claro.
Lo que si es como un cristal, sincero y simple,
Es el hecho de que no sé que hacer y al mismo tiempo
Sé perfectamente cual es la única manera de salir de este estado.

Ojalá fuera tan simple todo, como con los demás,
Porque o todos lo tienen simple o todos son actores excelentes.
No me importa porque al fin y al cabo no viven mi vida,
Que es la que me interesa por obvias razones.

Además está eso de imaginarme cosas cuando me voy a dormir,
Y eso no puede ser sano, de ninguna manera.
Sobre todo cuando no hay razones para tanta soñadera,
Ni por mucha imaginación que tenga y tengo.

Sentir el calor de otra persona sería lo mejor
Pero no quiero arrastrar a nadie a mi mundo.
No sería justo hacer algo así, pues nadie más tiene culpa.
Prefiero ser solo yo que cargar con peso extra.

 Hay quienes dicen que eso no es decisión mía,
Que el amor llega así de una manera que uno…
El caso, que llega y ya. Pero es todo mentira.
Nunca sucede en lo que uno no cree.

Eso del amor a primera vista, o como le quieran llamar,
Es un montón de babosadas para darnos esperanzas.
Supongo que yo ya no tengo de esas.
Y al fin fin y al cabo, ¿a quien carajos le importa?

Ciertamente no a mi. No puedo dejar que todo importe,
No demasiado pues es un arma de doble filo.
Ni el amor ni el trabajo ni nada puede llegar tan hondo,
Pues si eso sucede podría ser fatal o peor.

Puede que eso suene demasiado dramatico,
Pero yo que culpa tengo que si así son las cosas.
Y no me molesta serlo pues es lo que hay,
Y soy bueno exagerando y con las tonterías.

Ese mundo de los sueños al que me meto seguido,
Es uno que me da un lugar tranquilo que visitar.
Creo que es necesario para no enloquecer,
Para poder persistir, seguir aquí.

No los aburro más con todo este sin sentido.
Elegí este día festivo para escribir así, raro.
Raro para mí en todo caso.
Espero que no haya sido demasiado.

Y bueno, si fue demasiado, ustedes tomaron la decisión.
Ahora ya saben que se siente.