Recuerdo que era horrible despertarse hacia
las cinco de la mañana. Siempre pensé que era casi un castigo divino el hecho
de hacer semejante cosa con un niño, despertarlo a una hora en la que muchos
adultos ni siquiera estaban conscientes y a la que los animales tampoco
respondían muy bien que digamos. El frío instantáneo al despertar, la gana de
quedarse cinco minutos en la cama o el hecho de hacerlo todo medio dormido era
un ritual bastante extraño, como si todo se tratase de algo que había que hacer
por obligación y porque no había más remedio. Y de hecho así era, porque había
que ir al colegio, no era algo muy opcional, incluso cuando estaba enfermo. Mis
padres no veían muy bien que se faltara a la escuela un solo día, así fuese el
ultimo antes de vacaciones o uno atrapado entre dos días festivos.
La rutina era la misma siempre: primero
despertarse a esa hora tan horrible. Cuando era pequeño era mi mamá la que me
despertaba, actuando como mi despertador. Ya después yo fui poniendo una alarma
que a veces escuchaba y otras no. Pasó varias veces que se nos hacía tarde, que
el bus no se demoraba en pasar y que solo tenía tiempo de vestirnos y ya. No
era lo mejor puesto que a mi no bañarme siempre me ha parecido difícil porque
me siento físicamente sucio por horas después. Siento como si no hubiese salido
de la cama. Es que la cama tenía mucho poder. Por eso seguido en el bus del
colegio me quedaba dormido y solo me despertaba una vez en el colegio, para mi
completo desagrado.
Después de ducharme dormido, porque el agua no
ayudaba en nada, me ponía la ropa lentamente: la ropa interior, las medias, el
pantalón y así. Todo con una ceremonia que terminaba con mi mamá viniendo para
decirme que apurara porque no tenía tanto tiempo y porque ya llegaba el bus. Esto
era muchas veces un mentira que mi madre usaba para acelerar el paso. El
resultado era siempre variado, nunca siempre el mismo. Después de cambiarme y
tomar la maleta, había que desayunar. Siempre era algo simple como tostadas con
mermelada o cereal con leche. Nunca comíamos nada demasiado complejo. Primero
porque a mi mamá cocinar tan temprano no le gustaba pero también porque no
había tiempo de tanta cosa.
A mi me daba igual porque nunca me cabía mucha
comida. Sigue siendo lo mismo de hecho. Y el desayuno, a pesar de ser pequeño,
también lo comía con ceremonia, tratando de alejar al sueño de mi mente, muchas
veces sin éxito. Mi hermano muchas veces estaba tan dormido que su cara quedaba
a milímetros de su cereal. Normalmente teníamos unos pocos minutos más para
cepillarnos los dientes y luego llegaba el bus. A veces se demoraba pero
normalmente era bastante puntual. Había que bajar corriendo y sentir decenas de
ojos cuando uno se subía y tomaba asiento. El de al lado mío siempre se
demoraba en ocuparse.
En la universidad, la rutina cambió
sustancialmente. Ya le horario no era rígido, no era el mismo todos los días.
Había algunas veces que de nuevo tenía que despertar a las cinco de la mañana
pero normalmente era más tarde. Eso sí, nunca modifiqué el tiempo que me daba
para hacer lo que tenía que hacer antes de salir: siempre era una hora, a veces
con algunos minutos de más. Lo calculé así por la sencilla razón de tener más
minutos de sueño. Lo primero para mi era poder dormir a gusto porque así me despertaba
con más energía y disposición. Eso sí, no servía de mucho porque empecé a
dormir hasta tarde, costumbre que todavía tengo y seguramente no dejaré.
En ese momento la rutina era la misma pero
variaba por la hora del día. Me encantaba cuando solo tenía una clase en la
tarde. Hubo semestres en los que almorzaba en casa o al menos desayunaba
rápidamente teniendo a mi madre ya despierta. Los días en los que ella era mi
despertador habían pasado y me tocaba a mi despertarme todos los días. A eso me
acostumbré rápidamente y descubrí mi sensibilidad a esos sonidos. Hay gente que
no oye las alarmas y tiene que levantarse con movimiento pero a mi en cambio
nunca me gustó que me sacudieran para despertarme. Era demasiado violento para
mi gusto.
De pronto el cambio más significativo entonces
era que me despertaba para ir a un sitio que yo había elegido para aprender de
algo que yo quería aprender. No era el colegio en el que a veces la primera
clase del día era matemáticas. Eso era una combinación mortal. Pero en la
universidad ya no había matemáticas ni nada demasiado críptico para que yo lo
entendiese. Así que muchas veces despertarse era un gusto y yo lo hacía con un
ritmo envidiable, creo yo, pues sabía usar el tiempo de la manera más eficiente
posible. Además que ahí empecé a aprovechar ese tiempo del desayuno para
también ver televisión o algo en internet, pues así podía relajarme aún más
antes de clase.
Los desayuno seguían siendo pequeños pero,
como dije antes, esto es porque me quedé así. Los grandes desayunos con muchos
panes y huevo y caldos y bebidas calientes, eran para los sábados y los
domingos. Entre semana todo eso me hubiera caído como una patada y más si tenía
que levantarme temprano. En la universidad yo hacía mis desayunos y aunque sí
comía mucho huevo, la verdad era que no había nada más ligero que eso y a la
vez más completo. Después era cepillarme los dientes e irme a tomar el
transporte. Entre que salía de casa y llegaba a la universidad, pasaban tal vez
cuarenta minutos, considerando que eran dos transportes lo que tenían que
tomar.
Por dos años, aunque eso terminó hace un mes o
un poco más, tuve la fortuna o el infortunio de no tener responsabilidad alguna
con nada. Es decir que no tenía clases a
las que ir ni tenía un trabajo al que responder. No había nada porque no
conseguía nada. Entonces la rutina de entre semana cambió a su modo más
relajado que nunca. Ya no importaba dormir hasta tarde pues podía levantarme
casi a la hora que quisiera al otro día. Al menos al comienzo fue así. No era
poco común que me acostara a las casi tres de la mañana y al otro día
despertara casi al mediodía. De raro no tenía nada y siendo ya adulto nadie me
decía nada. La rutina entonces se diluyó bastante pues no había como
modificarla de verdad. Así que yo solo hacía lo que tenía que hacer.
Dejé de bañarme después de despertarme para
poner el desayuno primero o comer algo antes del almuerzo, porque no tenía ya
mucho sentido comer mucho a dos horas de comer la mejor comida del día. Hubo
muchos días en los que simplemente comía un pan o algo de pastelería o solo el
jugo de naranja y con eso duraba lo que tenía que durar hasta la hora del
almuerzo. No era lo mejor pero así era. Después me duchaba y podía durar el
doble de antes cambiándome, ya no porque me estuviese durmiendo sino porque
hacer que las cosas se demoren más es una técnica muy obvia para hacer que los
días tengan algo más de peso, si es que se le puede llamar así.
Ya después, cuando empecé a escribir, me puse
una hora para despertarme con alarma incluida. Me despertaba minutos antes de
las nueve de la mañana, me demoraba una hora o una hora y media escribiendo y
luego me premiaba a mi mismo con el desayuno que podía variar de solo cereal a
un sándwich de gran tamaño o de pronto algo especial que hubiésemos comprado en
el supermercado y que vendría bien a esa hora. Empecé a darle una estructura a
mi rutina de la mañana, y de todo el día de hecho, porque me di cuenta que me
faltaba esas líneas, esos muros en mi vida para sentirme menos perdido y más
coherente a la hora de decidir o de pensar que hacer en el futuro próximo.
Hoy en día, de nuevo, mi rutina cambia según
el día aunque son variaciones pequeñas. A veces desayuno a las diez y media, a
veces una hora más tarde. Duermo más o menos dependiendo de mi nivel de
cansancio y, en ocasiones, del nivel de alcohol. Me ducho hacia el mediodía
porque no le veo la urgencia a hacerlo antes y hago mi almuerzo a la hora que
lo comía en casa que era hacia las dos y media de la tarde. El resto del día lo
ocupan las clases o mi esfuerzo por rellenar las horas caminando y conociendo
cosas que no sé muy bien que son. Todo va cambiando en todo caso y seguramente
tendré otra rutina de estas en unos años y otra más en otros años más.
En todo caso creo que necesito la estructura
de una rutina diaria y no creo que haya nada malo con eso. Solo que, al
parecer, no soy muy bueno a la hora de hacer las cosas tan libremente.