domingo, 14 de febrero de 2016

Encuentro

   El rocío cubría gran parte del terreno, haciendo que cada pequeña planta, cada flor y casa montoncito de musgo brillaran de una manera casi mágica. La mañana en las tierras altas y alejadas del mundo era diferente a las del resto del planeta. Aquí parecía que todo se demoraba en despertar, tal vez porque el sol se veía a través de una cortina de niebla o tal vez porque no existía civilización en miles de kilómetros. Eso sí, muchas migraciones habían pasado por este lugar pero ninguna se había quedado, ninguna gente había decidido de hacer de ese páramo su hogar. Y era extraño pues había agua en abundancia y ríos donde pescar y animales que cazar. Eso sí el balance natural era frágil. En todo caso allí no vivía nadie.

 Los pasos de Bruno no fueron entonces escuchados por nadie, ni por mujer ni por hombre ni por niño, solo por algunas aves que parecían estar buscando insectos entre las plantas bajas y el ocasional venado que no huía, sino que pasaba alejado del ser humano. Se veían mutuamente pero se dejaban en paz. El venado lo hacía porque no conocía al ser humano pero podría ser peligroso. El humano lo hacía porque ya había comido y no le era necesario comer más. Esa era la realidad del asunto. Siempre la crueldad de una de las bestias es más poderosa que la de la otra y por eso es que hay depredadores y depredados. Bruno además tenía respeto por el lugar y por eso no cazaba a lo loco ni pisaba el musgo si podía evitarlo. Incluso en ese lugar perdido había piedras.

 Sus botas resbalaban un poco, sobre todo sobre rocas húmedas o sobre los terrenos mojados a las orillas de los ríos. Eran sitios de una belleza increíble y cada cierto tiempo recordaba su cámara y la sacaba para tomar una foto pero recordaba lo mucho que odiaba como el sonido al accionar el obturador rompía con la magia del sitio por unos preciosos segundos. Era como si se violara a la naturaleza tomándole fotografías, así que no lo hacía demasiado, solo cuando había algo que estaba seguro que no podría recordar después y que solo guardándolo en una imagen podría perdurar. Tenía fotos de varios ríos, de los picos rocosos entre la neblina, de un cañón profundo y negro y de los venados comiendo en la pradera.

 Fue cuando llegó a la cima de una de esas montañas de pura roca, queriendo ver si ninguna tenía nieve, que descubrió algo de lo más extraño. La punta de la montaña era algo plana al final y allí se sentó un rato, teniendo cuidando de no caer por la parte más peligrosa. Y fue sentándose que vio lo que creyó eran más rocas. Pero más las miraba y más se daba cuenta que las rocas parecían pulidas y casi podía verles una forma, como de ser vivo. Estaban a tan solo unos metros más abajo pero como todo allí era más lento, su cerebro estaba contagiado y se demoró un buen rato decidiendo si debía bajar a mirar o no.

 Cuando por fin lo hizo, descubrió que las rocas no eran rocas sino huesos. Había lo que era posiblemente un fémur, largo y casi pulido por el viento, unos pequeños huesitos regados por alrededor, que bien podían ser de la mano o de un pie, y un poco más allá un cráneo con un hueco en la parte superior. El cráneo pesaba bastante y se notaba que el hueco era producto de una caída o algún accidente, es decir, el animal que fuera no tenía ese hueco por naturaleza. Era un cráneo alargado, de cuencas oculares grandes y trompa como la de un perro pero más ancha, más grande. Y en la boca todavía tenía algunos dientes, todos afilados. Bruno se cortó tocándolos y fue cuando la magia se terminó.

 Nunca había visto un animal que pudiese tener ese cráneo, fuese en un libro o en fotos de los páramos. Ya mucha gente había venido por estas tierras y habían documentado todo o casi todo pero seguramente se les habría escapado uno que otro espécimen. Lo raro es que este animal debía ser grande y difícil de ignorar, así que se trataba de un misterio con todas sus características. Además, para reforzar lo extraño del caso, porqué estarían solo esos huesos y porqué casi en la cima de una montaña? No era un lugar común para que los animales viniesen a pasear. De hecho los venados siempre pastaban por zonas planas y las aves tampoco merodeaban por allí. Tal vez algunas cabras salvajes o algo parecido pero ese no era el cráneo de una cabra.

 Esta vez no dudó en tomar foto a todo y se sintió parte de esos programas de televisión donde investigan una muerte violenta. Casi quiso tener la pequeña regla que ponían al lado de los objetos para las fotos y ese exagerado flash sobre la cámara. Pero obviamente no tenía nada tan complicado y se conformo con tomar una veintena de fotos, las suficientes para mostrar bien el cráneo y los otros huesos que había en el lugar. Dejó el cráneo donde lo había encontrado y bajó la montaña hasta una zona más plana, con algunos árboles. Recordó que tenía hambre y busco por instinto sombra para poder comer. Pero sabía que eso era solo por costumbre pues allí todo siempre estaba envuelto en sombras, sin el sol que hiciese de las suyas.

 En su maleta guardaba algunos restos de pescado que había comido más temprano así como frutos secos y un termo lleno de agua fresca de uno de los muchos riachuelos de la zona. También tenía un par de duraznos pequeños que había encontrado al inicio del viaje y nunca volvió a ver un árbol similar. Seguramente una semilla había sido llevada hasta allí por alguna ave o un animal migrante. Comió también uno de los duraznos y tiró la pepa a una parte del terreno sin árbol. Le deseó buena suerte a la semilla y siguió su camino hacia la gran pradera a la que se dirigía desde hacía un par de días.

 Se suponía que era el lugar preferido por todas las especies de la región y eso era porque estaban protegidos del exterior pero también porque había comida y refugio. Era todo en uno mejor dicho. Pero algunos animales solo iban ocasionalmente, pues sabían que muchos depredadores merodeaban esa planicie para cazar y tener más de cenar que lo habitual. Fue todo un día de caminata extra para alcanzar la planicie. Antes tuvo que quitarse la ropa, bañarse desnudo en un riachuelo de agua congelada y lavar la ropa para quitarle los olores que tuviera. Estuvo tiritando por un buen tiempo pues en ese clima la ropa no se secaba con rapidez pero rápidamente se adaptó al clima y decidió seguir así desnudo.

 Se sentía más libre que nunca, pues podía moverse más ágilmente a pesar de tener su gran mochila a la espalda. Todavía tenía los zapatos puestos, así que no tenía que temer a las piedras con filo o a los insectos tóxicos. Cuando se acercó a la planicie dejó oír una expresión de asombro que nadie nunca escuchó y ningún animal entendió. Había algunos venados pero también veía, desde un punto alto, a un par de lobos acechando y a un zorro comiendo lo que parecía fruta. Había también unas aves grandes como perros peleando por los restos de algún pobre venado. Todo era entre roca y musgo y flores de todos los colores. Era hermoso, incluso viendo la muerte que cernía sobre el lugar. Era la naturaleza en sí misma y su magia en exposición.

 Entonces un sonido extraño rompió el silencio. El sonido venía de una zona en descenso, por lo que Bruno no podía ver que era. Tenía algo de metálico peor también de gruñido. Incluso parecía el sonido que la gente hacía cuando hacía gárgaras. En su mente, el explorador pensó en todos los animales que podrían hacer ese ruido, en toda criatura que fuese depredadora y viviese en este fin del mundo. Pero no había tantas opciones y entonces fue cuando vio algo que lo hizo agacharse detrás de un gran pedrusco y quedarse allí temblando ligeramente. Lo primero que pensó fue en tomarle una foto pero lo mejor era estar pendiente del animal y no distraerse ni atraer atención sobre si mismo.

 Se tranquilizó y miró de nuevo. El animal ya había subido la cuesta y los demás huyeron atemorizados. Solo los lobos se quedaron gruñendo y eso, por lo visto, no fue buena idea. La criatura se lanzó ágilmente sobre uno de ellos y lo destrozó. Bruno dejó salir un gritito y la criatura pareció escucharlo pues se giró hacia donde estaba él. Olió el aire pero al parecer decidió que tenía suficiente con la comida que acababa de obtener. Empezó a comer arrancando pedazos del pobre lobo y manchándose de sangre todo su hocico, que era más grande que el de un perro, y sin cerrar unos grandes ojos amarillentos.


 La criatura era, o parecía más bien, a lo que mucha gente llamaría dinosaurio. Pero no tenía la piel escamosa sino más bien con pelo corto y duro. Las patas eran garras y las delanteras eran alargadas y fuertes. La manera de pararse era tal cual la de los monstruos jurásicos de las películas pero no mucho más era similar. Lo extraño de todo, era que se veía hermoso, natural en ese momento. Era una criatura más y posiblemente Bruno era la primera persona en verla en mucho tiempo. Sacó la cámara, tomó una foto y ágilmente salió de allí despavorido, pero a la criatura eso no lo importó pues no sabía qué era un ser humano, ni le importaba.

sábado, 13 de febrero de 2016

Simmer

   Just the sight of the stretch marks in his arms, close to his armpits, was enough to make him swim abruptly and very fast, further into the ocean. He could see the people and the beach getting away, he couldn’t feel the bottom anymore and, when he stopped, he noticed he had passed the border marked by the buoys. He swam towards one of them and rested there for a while. He was very agitated because of the effort, his chest going up and down. It seemed he was having problem breathing. Shortly after, a lifeguard boat appeared and offered him help. But he was able to say that he didn’t want any and then swam towards the beach.

 It took him a little more time getting there, making a few stops along the way. The salty water of the ocean mixed with the salty water from his tears, but no one knew that or noticed that in the beach. No one really had seen him going that far, everyone was minding their own business, not caring if a guy just swam like a mad man. When he got to the beach, he stood on the edge for a while, cleaning his face and letting the water drip from his body. Then he walked up to one of the showers by the walkway and showered thoroughly there, he had sand all over the place. When he finished he walked up to the parking lot and changed by his car. No one was there to watch.

 After that, he drove home and there he ate one of those salads, the kind you buy in the supermarket and are already done for you. He was hungrier than a salad but he didn’t want to go out again and eat something else. He instinctively gazed at his arm but he had a shirt on now and didn’t bother to yank up the sleeve or anything. He just finished his salad and then sat in front of the TV and put some silly documentary about aliens. They were always on, always with some crazy theory. They were the best shows for him to sleep to because he didn’t really care what they were all about. He only knew he was really tired.

 When he woke up, the room was in darkness. He looked at his watch and just sat down, covered his face and then stood up. It was time to go to the gym. Once he got there, he realized he was too tired. He tried several machines in a very short time but he just couldn’t do much on any of them. He didn’t know if he was tired from his earlier workout or if he was just not in the mood to do any exercise. Even though he clearly wanted to leave, he made himself stay at least an hour. He didn’t wanted to waste time, even if he preferred to be home reading or watching TV or doing whatever else felt more attractive than being in a gym, not being able to do much. Again, in that place no one really looked at him and he luckily wore a sleeve shirt too. Somehow he had never been a sleeveless shirt type of guy. He just wasn’t many things…

 When he finally came out of the gym, he intended to go and eat another salad in his home but he chose, instead, to go and walk around for a while. He was very close to home but he didn’t wanted to go there just yet. He wanted to think for a while or maybe not think at all. He just wanted to keep moving because when he stayed still he began torturing himself and he didn’t wanted that at all. He walked looking at the people going up and down the street, some were alone and others were in couples or even in groups. Some seemed happy and others not so much. Some were in a hurry and others just sat in the benches and just were there, not doing much more than looking at the cars and at the people, like him.

 He stopped to check out many store windows, some of them selling toys, others videogames or home appliances or even art. The street on which the gym was located, the same that passed near his house, was very commercial and active. And as the night progressed, more and more people popped all over the place, entering bar and restaurants, greeting people with hugs or only a cold handshake. It was Saturday night after all and everyone was out and about, no one wanted to be alone at home and he was certainly one of those. Normally he wouldn’t really care but this time was different. He felt he needed to stay outside for the remainder of the night because if he went back home he would do the same thing he did every time his thoughts cornered him.

  People never really watched, never really cared. They always excused themselves on a false sense of modesty or on a fake respect that no one ever asked of anyone. When he exercised in the gym the first few months he had a trainer. She was very strong and beautiful. He knew she saw the marks on his forearms, on his forehead. They were difficult not to look at if one really thought about it but she never mentioned anything and they saw each other everyday for at least three months. How could she not say anything? Did she really not mind or was she appealing to that false sense of respect that no one ever asked for? It’s not that he wanted to be asked but at the same time he did, he needed to be recognized.

 But no one had ever asked, no one had ever been interested. Besides he was very good at curing himself, he knew how to do it in order for anyone to miss the obvious marks. But nevertheless, they were obvious and anyone could have seen the problems, what was bubbling below his surface, that emotionless face and the stretch marked arms and the tired body. Everyone knew but no one cared. He was aware with that everywhere he went, even in that street, walking among people that seemed to be having an ice time with each other, that looked like they couldn’t care less about what happened beyond that place.

 He stopped at a small park and realized he had passed his home several blocks ago. He turned around but as he did, a voluptuous figure appeared in front of him. He didn’t really want to have that interaction, not then. It is common that the only people that see those in the shadows are people in the shadows themselves and these people really were. The police, the city officials and the neighbors all knew about it but no one really did anything to prevent it. Prostitutes had taken over and had taken the park as their place to work and get work. The lamps were not as bright as they could have been and some places were just very dark at night. Not only prostitutes hid in the shadows and he knew that well.

 Before she could offer him anything, he told her he wasn’t interested. She walked closer, in order to get in his way. She was very tall and had very strong legs and a wide chest and back. But she had the most luxurious head of hair he had ever seen on a prostitute. He repeated himself, told her he wasn’t interested. She then explained what she could do for him, what she liked to do and what he might like to do. She got neared but he took a step back. She smiled and he didn’t and she put a hand on his shoulder. It was a heavy hand and he felt as if he had sunken a couple of centimeters because of that hand. She assured they would have the best time ever and that she wouldn’t charge him too much. But the think her arm, pulled her hand off him and told her he wasn’t interested.

 This time he walked away and heard the prostitute insulting him and saying a bunch of derogatory terms, one after the other. She was like a machine of insults and, it had to be said, she was very creative about it. He tried not to hear any more that meant that he had a small penis and just walked home as fast as he could. It was late and the weather outside got very cold without him noticing. When he got home he took off his gym clothes and put on a pajama. Again, he turned on the TV and tried to watch some documentary about sharks, then a movie about some teenagers lost in an island and finally some cartoons. But the thought was already there and he couldn’t get the image out of his head. He had to do it, he had no option.


 Hours later, he was in his bed, head on the pillow looking up but with his eyes wide open. He was shaking and his arms were slightly opened, as if he was playing to be an angel of sorts in his own bed. But it wasn’t an angel one would have thought of when looking at the large blood stains in the blankets. They were rapidly expanding, forming the wings of the possible angel. But no real angel could have been found there. He closed his eyes to sleep and, this time, he cried again. He understood this was the day in which it finally got to him, in which he lost his grip on everything. He was finally lost and there was no one that could save him. Then again, there was no one at all.

viernes, 12 de febrero de 2016

Límites

     - Yo siempre pensé que era un idiota, pero no a este nivel.

   Luis se paseaba de un lado a otro del corto pasillo del hospital, frente a la puerta donde tenían en una cama al pobre idiota de Erick. Ese extranjero, siempre con expresión de perdido, de no estar en el lugar cuando se le estaba hablando. Lo ocultaba detrás de su torpe manera de hablar que, como para todos los extranjeros, les sirve de ventaja y desventaja. Les hace parecer más interesantes de lo que son, más misteriosos incluso y los hace graciosos. Pero como los excesos molestan a cualquiera, a veces podía ser una fastidio oír ese maldito acento por tanto tiempo.

- Es que yo no entiendo. ¡No puedo creer que hayan sido tan idiotas!

 Le hablaba a Roberto, un tipo alto y algo gordo, que llevaba gafas y tenía la expresión de estupidez más clara que se haya visto de este lado del océano Atlántico. Hay que decirlo, el tipo idiota no era pero no se ayudaba tampoco. Tenía trabajo, tenía responsabilidades que a muchas personas, como Luis, le habría encantado tener. Pero Luis no era de allí y él sí. Por eso le era todo más fácil y más obvio, por decirlo de alguna manera. Luis se sentó finalmente, a una silla de Roberto, moviendo una de sus piernas con desespero y sacando el celular para ver la hora.

- Y ahora ver cuanto se demora esto… Es increíble, de verdad.

 Eso lo decía Luis más para si mismo. Podía parecer hipócrita que pensara lo que pensaba de los extranjeros siendo él uno mismo pero para él eran más extranjeros, o extranjeros de verdad, aquellos que no hablaban el mismo idioma. Era una de esas muchas categorías y diferenciaciones que hacía en su cabeza para tenerlo todo más organizado y claro. Era una persona así, pragmática y siempre tratando de simplificar las cosas al máximo. Lo hacía porque odiaba las sorpresas, odiaba lo que se salía de la norma y lo que no cuadraba con nada. Los horarios y planes le encantaban. Esta visita al hospital era todo eso que no soportaba.

- Habrá alguna máquina de algo en este piso?

Pero Roberto no tenía ni idea. En ese momento tenía la cabeza en blanco, no pensaba en nada más que no fuera la imagen de Erick tirado en el piso convulsionando como loco. Su pelo color zanahoria había resaltado contra el suelo de madera y la espuma, mezclada luego con vomito y orina era una imagen que simplemente nunca se le iba a borrar, en especial por haber ocurrido en su cuarto. Tenía los olores incrustados en la mente, el terror de no saber que hacer y el desespero de tener una responsabilidad que ni sabía que había tenido en sus manos hasta entonces.

 No sé.

 Luis lo miró con fastidio. No porque no supiera donde había una máquina para comprar un simple café, sino porque sabía que la vida mental de alguien como Roberto se resumía en esas dos simplonas palabras. La verdad era que ninguno de sus compañeros de apartamento le caían mal. La verdad le eran un poco indiferentes, pues sus habitaciones estaban a un lado y la de él y el otro inquilino al otro. Pero cuando hacían sus fiestas improvisadas, el sonido siempre llegaba a sus oídos, justo en ese momento en que lo que quería era dormir y descansar de un día difícil. No, ellos elegían la música y la droga y el alcohol.

- Pueden seguir.

 La enfermera se había asomado por la puerta de la habitación. Ellos la miraron de golpe, pues no se habían dado cuenta de su presencia. Se incorporaron y entraron a la habitación, a la vez que un doctor y un par de enfermeras salían de la habitación. Solo quedaron con ellos otro doctor y la enfermera que los había hecho pasar. Le explicaron lo que había pasado pero no hacía falta alguna. Lo que había pasado era de una obviedad inmensa y era lo de menos para Luis y para Roberto aunque por razones distintas. Escucharon sin decir nada y esperaron a que se hubiesen ido los otros dos para mirar a Erick.

- ¿Como te sientes? – preguntó Roberto.
- No va a contestar. – respondió Luis, fastidiado.

 Tenía un tubo metido en la boca y otros en la nariz. Estaba despierto pero no listo para una conversación larga y tendida. Además que pregunta le iba a hacer a Erick? Era obvio que se habían pasado, era obvio que él ya estaba más allá de todo con ese cuento estúpido de las drogas. Luis no se lo reservó, sino que arrancó a decirlo, como un torrente de palabras que taladraban los oído de Roberto. Le dijo que era su culpa pues había empujado a un tipo ya obsesionado con la marihuana a fumar más y más, le acolitaba las estupideces y no era su amigo, sino un cómplice.

- No te puedes lavar las manos.

 Luis dijo esto mirando a Erick, casi sin poder contener la rabia. Él había visto las líneas de cocaína sobre el vidrio de la mesa de trabajo de Roberto. Él había levantado a Erick para despertarlo, para mantenerlo alerta mientras habían llegado los paramédicos. Tenía toda la autoridad moral para gritarles todo lo que se le diera la gana.

- Tus padres. Ya saben?

 Erick sacudió negativamente la cabeza. Luis entornó los ojos y le dijo que los llamaría apenas supiera el número. Instintivamente miró la mesa de noche al lado de Erick y vio un celular. Sin vacilar lo cogió y empezó a buscar en la libreta de teléfonos. Roberto de pronto despertó de su trance y le dijo que no hiciera eso, que no podía coger lo que no era suyo. Luis le dirigió una mirada de odio y le recordó que si no fuera por él no estarían aquí. Y que ya eran muy viejos para seguir jugando jueguitos idiotas. Marcó un número listado y pronto estuvo hablando, llamada internacional, con el padre de Erick. O el hombre era otro idiota o los irlandeses tienen una manera muy rara de reaccionar a las noticias. En todo caso, estaba hecho.

- Apenas me vaya llamo a la dueña del apartamento para que limpien.
- ¿Qué?

 Luis le dijo que él no iba a limpiar nada y aprovechó para decirle a Roberto que seguramente él tampoco sabría como hacer nada de limpieza, y mucho menos para quitar ese olor tan horrible. Erick parecía querer decir algo y Luis lo miró, tratando de tranquilizar su mirada. Lo miró fijamente y a  Erick se le llenaron los ojos de agua, como si fuera a llorar. Pero eso no tenía sentido. Para Luis llorar estaba de más, ya era muy tarde para eso. Ya no había manera de arrepentirse ni de deshacer lo que había hecho ya.

- La próxima vez que te quedes dormido en un tren porque has metido quien sabe cuanto o   andas borracho o ambos, yo me pondría a pensar en el estado en el que está mi vida.           Inténtalo alguna vez. Pensar no les vendría mal a ninguno de ustedes.

 Y apenas dijo esas palabras, se fue. En la habitación quedaron en silencio el resto de la visita, apenas intercambiando miradas que ya no eran cómplices como lo habían sido tantas veces antes. Eran miradas ahora de miedo y de culpa, de realización que la vida no es un juego para siempre, que las acciones tienen consecuencias y que no se puede ir empujando el limite de las cosas porque en algún momento se podría dar uno cuenta que esa frontera ha quedado bien atrás y que ya no hay como regresar, como esta r de nuevo en ese nivel estable del pasado.

 Roberto le habló por fin a Erick, de las cosas que siempre hablaban. De música y de mujeres y cosas por el estilo. Esa era su manera de siempre, escapar al momento y no hablar de las cosas que había que hacer. Así como en el apartamento no se encargaba de sus cosas, en la vida escapaba de lo que de verdad importaba.


 Luis no fue a la casa luego de ir al hospital. Se fue a un bar a tomar algo y a comer pues no había comido en todo el día. Mientras masticaba su emparedado de salami, recordaba la escena que había visto tan temprano en el día y se dio cuenta que estaba cansado, que había perdido dinero inútilmente, que no tendría tiempo de llegar a clase y que estaba cansado y no era ni mediodía. Se tomó una cerveza y pidió otro emparedado para llevar y luego fue a recostarse. Más tarde empujaría solo un poco su frontera, a su modo, sin peligro de muerte. Y lo haría porque sabía qué y cómo hacerlo, sin errores de hombres que se sienten orgullosos de ser unos niños.

jueves, 11 de febrero de 2016

Not there

   A small crab ran across the beach, fighting the powerful gust of wind that was sweeping the area. It moved fast and then burrowed himself into the sand, disappearing in a matter of seconds. There was another creature in the beach. A young woman, dressed in plastic boots and a coat that resembled the capes that superheroes used in comic books and movies. It was red and the boots two. Not like the crab, she just stood in one place and looked at the ocean and how the waves were becoming bigger and bigger, how they appeared to be alive. The water and foam came closer and closer to her feet but she did not move. She seemed out of herself, in a way.

 Finally a wave crashed violently against the beach and reached her knees. She seemed to have woken up from a dream, only cleaning her legs with her hands and turning around, walking up the natural hill that had formed because of erosion and went back home, not far from the sound of the ocean. The sky was becoming darker, both because of the time of day but also because of the storm that was brewing in the ocean. The woman walked slowly towards her house, soon joined by a beautiful Labrador dog that was of her property. The dog’s name was Chance. Hers was Amelia.

 She entered the house through the back door that led to the kitchen. She took off her coat and boots and left them in a small cabinet she used for such purposes. Walking in socks, she grabbed a beer from the fridge and petted Chance who followed her everywhere. She crossed the house towards the living room, where she lay down in a sofa, drinking her beer and letting the dog sleep by her feet. But the women wasn’t calm, she was apparently trying the drink the content of the bottle in one gulp and even some of the beer slid down her chin and neck. She cleaned it with her sleeve.

 The main door, a room away, opened to reveal her husband coming in. They had been married for about a year and had come to this house, owned by Amelia’s father, to get away from everyone else. Their anniversary was the next day and they didn’t want to have to share that day with anyone else. Or at least that was the original reason they had for coming to that windy beach. He went straight to the kitchen, left some bags there and organized its contents, and only after finishing he sat down on an armchair across Amelia.

- Isn’t it a bit early?

  Her only answer was to burp with no shame or limit. She had finished her beer so she left the bottle by the sofa and looked at her husband, her eyes sad as they could be. He looked at her too and they wrestled with their eyesight for almost a whole minute, until Amelia asked her husband Matt to come to her in the sofa and he refused. She heard her footsteps going up, to the bedroom. She decided to follow, seeing night had already fallen.

 When she entered the room, he was taking off his shoes and putting some slippers. He always complained about some of the shoes he had brought recently, because they all made his feet hurt a lot. He had just being out in the supermarket for a couple of hours and he felt blood pumping through his feet. Amelia sat down by him on the bed and took his hand. She squeezed and he squeezed back but they didn’t look at each other. They just sat there in silence, only illuminated by the very week light of a nightstand lamp.

 The moment was broken by a thunder in the distance. They had not seen the lighting so maybe the storm was out in the ocean but they knew the night was going to be long. Matt looked at Amelia and proposed to her to go down to the kitchen and make some dinner. She tried to smiled but couldn’t; only nodding and releasing his hand from her grip. She walked down first, arriving at the kitchen where Chance was smelling his plate. She had forgotten to feed him and proceed to pour some of his food into it before Matt saw her. But Chance had to eat earlier.

- You always forget. Is like you don’t care about him
- I do.
- Really?

 Matt had that quality that some people have to make you feel, with simple words, like a bug squashed against a wall. Of course she loved the dog but she had been thinking all the day long, going away to the beach   and the dog didn’t like the beach, possibly because it was very humid or because of the crabs. Maybe if the dog had come with her to the beach, she wouldn’t have forgotten to feed him. But it was too late for that now and the dog was eating already.

 Her husband gave her some vegetables to cut into dices as he marinated some shrimps and cut some slices of eggplant. He had always loved to cook and invent new recipes. It drove him away from everything in the world; he became the only person alive with all the ingredients, focusing only on how good it had to look and how nice it had to taste to any palate. The recipe they were doing had been created by him, several years ago.

 Amelia cooked the vegetables with a bit of oil and butter. They had to be nice and crunchy. The shrimps were cooked in a pan with olive oil, salt and pepper and also some paprika. Amelia looked at him, almost smiling to the prawns, so much happier than ever before. She loves to see him smile but it wasn’t often that she saw that these days. Then again, she didn’t smile herself too often either. He proceeded to fry the eggplants after submerging them in water. The smell was all around the house.

 In each plate, Matt served two big slices of eggplant topped with shrimp and vegetables. He poured some olive oil to give it a nice look and asked Amelia to take it to the table. He took out a bottle of wine from a special fridge he had bought and joined his wife at the dining table. It was a small space, the table only for four. They sat one across he other and sat in silence. Matt poured wine into two cups that had been set up by her and they just started eating in silence. It was really good and Chance had followed them to see if they would give him at least a bite of what they had cooked.

 But each one of them was too distracted to notice him, panting included. Amelia wanted to tell her husband how nice it all was but something in her throat didn’t let her. It was as if she had a knot there that wouldn’t let her talk her mind. It wasn’t that she feared her husband or anything like that. She loved him deeply but she knew she was know miles away from him and had been like that since her mother had advised them to come out here and get away from all the eyes and the ears.

 He was distracted too, cutting his eggplant and then sipping some wine and then looking out the window to the storm. From that room, during the day, you could see the horizon and part of the ocean. If there had been light, he would have seen the darkness of the tempest and the violence of the waves in the sea. But now he could only guess all of that by the lights of the thunder and the resounding sound of storm, that seemed like a monster rising from the water and howling, trying to caution every other living creature from getting near him.

- It’s good.

 Amelia had finally said it and as she did, she knew she had committed a mistake. Her voice broke off and couldn’t speak anymore and he looked at her for a moment and just stood up, walking towards the living room. She followed him, thinking for a second he was leaving. She grabbed him by the arm and he pulled her apart, almost in disgust. Her eyes were filled with tears. It was then he said, he finally said what she had dreaded for some time: “You killed her”.


 The only thing Amelia could do, out of rage and despair, was to grab the bottle of beer she had left there earlier and throw it towards him. He dodged it just in time so the bottle crossed the room and smashed against the window, which broke into thousands of big and small pieces. She was breathing heavily and he seemed scared. She finally shed a single tear and said: “Never. I could have never”. The wind entering from outside froze them, leaving them like statues in the middle of the house, thinking of the unborn.