Fingí estar dormido pero la verdad era que
no lo estaba, que lo miraba mientras se alistaba para irse de mi casa, tal vez
para nunca volver. Al fin y al cabo que ni siquiera teníamos amigos en común y
lo único que nos conectaba de alguna manera era el colegio al que habíamos ido.
Esa fue la primera razón para encontrarnos, para vernos frente a frente y decir
lo que teníamos que decir. Había sido un encuentro bastante particular,
francamente extraño al comienzo pero después lo había sido menos. Al final de
la noche, no éramos amigos ni nada parecido pero nos llevábamos mucho mejor de
lo que nunca nos habíamos llevado en el colegio.
En ese entonces, hacía diez años o más, éramos
polo opuestos: yo era más bien tímido y me dedicaba a estudiar y, francamente,
a tratar de que el tiempo pasara lo más rápido posible. Mentiría si no dijera
que fue la peor época de mi vida y que, incluso después de verlo de nuevo
después de tanto tiempo, no sigo deseando que el tiempo entonces hubieses
pasado más rápido. A diferencia de hoy en día, entonces no tenía amigos sino
conocidos y no sabía que estaba de moda o que era lo que se supone debería
interesarme.
Él, en cambio, sí lo sabía muy bien. Para él,
la vida era totalmente distinta. Para empezar, era un niño rico. Así de simple.
Había nacido en el seno de una familia con mucho dinero y nunca había tenido
que preocuparse por nada. No es que yo fuera pobre o algo parecido pero no
había tenido la vida de él, viajando al menos seis mil kilómetros todas las
vacaciones, con cuanto juguete o aparato nuevo a su alcance y todo lo mejor que
pudiese alguien tener. Incluso a los dieciséis, ya tenía su propio automóvil.
En el colegio era de aquellos que hacía
deporte. Era conocido por ser uno de los mejores jugadores de futbol del equipo
del colegio y gracias a él habían ganado varios trofeos a lo largo de los años,
desde que era pequeño. Yo de todo esto solo me enteré después del colegio, un
día que me puse a mirar el anuario, cosa que había preferido no hacer hasta un
día de lluvia en el que estaba aburrido y me puse a hojear lo que hubiera por
ahí.
En el último año, consiguió una novia y todo
el mundo tuvo que ver porque eran de los mejor vestidos en el baile de
graduación. Ella era, sin duda, una de las chicas más hermosas del colegio y no
había sorprendido a nadie que los dos terminaran juntos. A los ojos de los
estudiantes, eran uno para el otro: los dos eran ricos, físicamente atractivos
y fluían por los mismos círculos sociales. De nuevo, todo eso lo vine a saber
después por conversaciones con gente del colegio y de la misma boca de él. Fue
él mismo que me contó lo del baile de graduación porque yo no había estado
allí, prefiriendo quedarme en casa que bailando con gente que no quería volver
a ver en mi vida.
En fin, el caso es que
cada uno de todos los estudiantes hicimos nuestras vidas después, como es lo
natural. Yo no mantuve el contacto con nadie. Había gente que me escribía por
redes sociales y hablábamos ocasionalmente pero yo siempre sabía muy bien como
sacar el cuerpo a cualquier intento de reunirnos para algo, de vernos o incluso
propuestas tan locas para mi como volver al colegio para ver como estaba o para
comprar algún recuerdo en la tienda donde vendían los uniformes y demás. Yo
prefería hacer muchas cosas que eso y de hecho así fue tiempo después cuando me
fui del país para estudiar.
En la universidad y en ese viaje hice varios
amigos. Esta vez sí eran amigos y no solo conocido con los que hablaba en
tiempos libres. Eran gente con la que podía conversar de todo un poco, desde
política hasta chistes grotescos. Además, yo ya no era el mismo que había
estado en el colegio casi escondido todo el tiempo detrás de un libro, tratando
y pidiéndole a quien estuviese escuchando que acelerara el tiempo para que mi
vida cambiara pronto.
Me convertí en alguien más seguro, más lanzado
a la vida y con más confianza en lo que hacía. Incluso muchas personas pensaban
que a veces me pasaba al ser demasiado vocal con lo que pensaba ya que nunca
dejaba nada sin decir. Después de muchas cosas, decidí tener una política de
brutal honestidad que solo vuelvo flexible con gente que me importa y no quiero
herir con mi boca. No quiero decir que no sea honesto con ellos pero lo hago
con más cariño. Los demás, no me interesan.
El caso es que un buen día estando en mi casa,
en boxers comiendo cereal y viendo dibujos animados, me llegó a una red social
un mensaje de un grupo de personas del colegio que buscaban que nos reuniéramos
para conmemorar los diez años de la graduación. Por supuesto, yo no iba a
asistir así me pagaran. Primero, no estaba en el mismo país y segundo, así
hubieses estado, podía pensar en varias cosas más divertidas para hacer que
eso. Así que ignoré el mensaje pero nunca lo borré por completo.
A los pocos días, recibí un nuevo mensaje. La
verdad no es que me lleguen muchos así que me pareció inusual. Cuando lo abrí,
me di cuenta que no era del grupo del colegio sino de un solo individuo, el
famoso jugador de futbol y rompecorazones que había ido con la hermosa chica al
baile de graduación. En el mensaje solo decía “Hola”, algo muy parco y estéril
como para saber que significaba. Pero me di cuenta de algo con rapidez y es
que, abajo del nombre del autor del mensaje, normalmente salía su ubicación
actual. Y por cosas de la vida, parecía que el jugador estrella del colegio
estaba en la misma ciudad en la que yo vivía por entonces.
La verdad es que me reí solo y entendí porque
el “Hola”. Seguramente no conocía a nadie por allí y me había visto en el
mensaje de la gente del colegio y había pensado “Podría ser peor” y me había
contactado. Como yo no tenía mucho que hacer, le seguí la cuerda y empezamos a
hablar por el computador. La conversación se extendió por varias horas, con
decir que empezamos a las cuatro de la tarde y terminamos a la una de la
mañana, con pausas por supuesto.
El tipo sí parecía recién llegado y me propuso
vernos para tomar algo que y que le contara de mi experiencia allí. Yo ya
trabajaba pero él quería saber como era la vida de estudiante y que “tips” y claves
le podía dar para el día a día. Fue un poco extraño pero al día siguiente, un
domingo, nos vimos en un parque y nos saludamos como lo que éramos, dos
completos extraños. Después de ese momento inicial de incomodidad obvia,
caminamos por largo rato hablando de la ciudad y porque vivíamos allí. De hecho
en el computador habíamos hablado de lo mismo pero no parecía nada más de que
hablar.
Eso fue hasta que llegamos a un bar y
empezamos a beber. Entonces él se soltó y empezó a contar de cómo había terminado
con la chica del colegio a los pocos días de la graduación, como había sido una
tortura para él estudiar lo que su padre le había impuesta por el negocio
familiar y como había hecho para separarse de eso e irse del país a aprender lo
que en verdad le apasionaba. Quería ser piloto y al parece había una escuela
muy buena en la ciudad. Yo le conté de lo mío y el escuchó con calma y
atención, más de la necesaria cosa que me incomodó pero lo ignoré.
Entonces, por alguna extraña razón (que
después entendería), me preguntó si tenía a alguien en mi vida. Le conté
entonces que me gustaban los chicos y que no tenía pareja en el momento. Me
preguntó si ya lo sabía cuando estábamos en el colegio y le dije que sí y que
esa había sido otra de las razones por las que odiaba recordar toda esa época.
Entonces él respondió que lo mismo le sucedía a él. Pero antes de que yo
pudiese preguntar a que se refería, el camarero nos trajo otra ronda y pronto
olvidé el tema.
Cuando salimos del sitio, ya de madrugada,
pensé que él se iría por su lado y yo por el mío pero me dijo que hiciésemos algo
porque no quería llegar a su casa. La persona con la que vivía no le gustaba
cuando él llegaba tarde y prefería demorarse más tiempo. No pregunté nada al
respecto y en cambio le dije que en mi casa tenía algunas cervezas y que
podríamos quemar tiempo allí. Estábamos cerca y en todo caso solo decíamos estupideces
de borrachos en todo el camino. Cuando abrí la puerta de donde vivía, se me
quitó de pronto la borrachera y todo porque él se me lanzó encima y me empezó a
besar.
La verdad es que la escena debió ser cómica,
incluso algo grotesca, pero así fue. Se me lanzó y parecía como un pulpo
atacando a otro animal. Logré calmarlo y se me ocurrió preguntarle que le
pasaba pero se me olvidó cuando por fin me dio un beso bien dado. De alguna
manera llegamos a mi cuarto y pueden imaginar lo que pasó allí.
Y como les contaba al comienzo, lo vi vestirse
fingiendo estar dormido. Pensé que no lo volvería a ver, siendo un encuentro
tan particular, tan extraño. Pero entonces, antes de irse, me dio un beso en la
mejilla y me susurró al oído “Me gustas”, antes de salir del lugar. Innecesario
decir que dormí toda esa mañana con una gran sonrisa en la cara.
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