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miércoles, 6 de julio de 2016

Quemados

   Había ventiladores en todas las habitaciones del hospital y en cada pasillo e intersección de los mismos. En parte era por el calor pero también, según decía, era para disipar los olores que pudiera haber en el ambiente. El sitio donde había más aparatos funcionando era el ala norte, donde estaba la unidad de quemados. Era un lugar que todos los trabajadores del hospital evitaban a menos que tuvieran algo que hacer allí. Los deprimía tener que ver las caras y escuchar las voces de aquellos perjudicados por el fuego.

 Pero había gente a la que eso no le importaba. A Juan, por ejemplo, le gustaba pasarse sus ratos libres leyéndoles a los enfermos. Eran gente callada, ya que hablar requería a veces mucho esfuerzo. Incluso quienes estaban curando por completo y todavía estaban allí, preferían quedarse a ser pasados a otra habitación o a salir del hospital. Al menos allí se sentían como seres humanos y todo era por el trabajo que hacían Juan y algunos médicos.

 Les había leído algunas de las obras de Shakespeare y también cuento infantiles y libros de ciencia. Incluso a veces traía su libreta electrónica y les leía noticias o cualquier cosa que quisieran. Ellos no tenían permiso para tener ningún aparato electrónico mientras estuvieran en el hospital, así que a muchos les venía bien cuando Juan tenía algún rato libre y les venía a leer, sin hacer preguntas incomodas ni revisiones trabajosas. Eso lo dejaban para otros momentos.

 Juan lo hacía porque le gustaba pero también porque, desde que había presenciado él mismo un incendio, había quedado algo traumatizado con el evento y juró ayudar a cualquier persona que sufriera de algo tan horrible. Algunos en el pabellón eran niños, otros adultos e incuso había un par de reclusos. Estaban amarrados a la cama con esposas y siempre hacían bromas bastante oscuras, que el resto de los pacientes trataban de ignorar.

 Uno de ellos, Reinaldo, se había quemado el cincuenta por ciento del cuerpo al tratar de prenderle fuego a la bodega de su primo, al que le había empezado a ir muy bien importando revista de baja circulación y especializadas. Tuvo la idea de quemarlo todo para que su primo no pudiera recuperarse jamás y dejara de echarle en cara su éxito.

 Pero no calculó bien y se asustó en un momento, en el que se echó algo de gasolina encima y ni cuenta se dio. Cuando prendió el fuego y empezó a reírse como un maniático, ni se había dado cuenta que su pierna ya ardía. Pasados unos segundo empezó a gritar del dolor y se echó al suelo a rodar. Los bomberos que acudieron a apagar el incendio lo ayudaron y fue durante su recuperación que se supo, por videos de vigilancia, que él había sido el culpable.

 Ahora se la pasaba haciendo chistes horribles y asustando a los niños. Desafortunadamente, a pesar de pedirlo mil y una veces, los directivos del hospital no había aprobado pasar a los niños a otra habitación solo para ellos. No tenía sentido alguno que compartieran espacio con asesinos y con gente mayor que manejaba todo lo sucedido de una manera muy diferente.

 Los niños, por ejemplo, casi nunca lloraban ni se quejaban de una manera explicita. Solo cuando estaban siendo revisados de cerca por los doctores era que confesaban su dolor y su tristeza. Era porque les daba pena decir como se sentían y también algo de miedo porque estaban solos, sin sus padres como apoyo todos los días. Lo peor era que un par de ellos habían sido abandonados por sus padres, que jamás se habían molestado en volver a para saber que pasaba con sus hijos.

 Juan trataba de distraerlos, dándoles libros para colorear y haciéndoles jugar para que olvidaran donde estaban y porqué estaban allí. Él sabía que, al final del día, esas distracciones se desvanecían y la realidad se asentaba de nuevo en las cabezas de los niños. Pero trataba que su día a día fuera más llevadero para poder superar sus dificultades. Los niños eran mucho más fáciles de comprender que los adultos, eran muchos más tranquilos, honestos y, en cierta medida, serios. No había que hacer gran esfuerzo por convencerlos.

 El resto del pabellón de quemados era difícil, por decir lo menos. Eran amas de casa quemadas por sus maridos o por accidente. Eran hombres que habían tenido accidentes en sus trabajos y ahora no podían esperar para volver a su hogar y empezar a trabajar de nuevo. Eran personas que estaban apuradas, que querían salir de allí lo más pronto posible y no escuchaban recomendaciones pues creían que su edad les daba mayor autonomía en lo que no entendían.

 Había una mujer incluso que había sido quemada por su esposo una vez. Él le había acercado la mano a la llama de la cocina porque había quemado su cena. La quemadura, menos mal, no era grave. Pero Juan la atendió y la volvió a ver un mes después, con algo parecido por en la cara. Ya a la tercera vez fue que vino en ambulancia y supo que toda la casita donde vivía se había quemado.

Y aún así, a la mujer le urgía correr hacia su marido, quería saber como estaba y si su casa estaba funcionando bien sin ella. No escuchaba a los doctores ni a nadie que le dijera cosas diferentes de lo que quería oír. Juan pensaba que era casi seguro que volviera de nuevo si era dada de alta y tal vez incluso directamente al sótano del hospital.

 Cuando no lo soportaba más, se iba a los jardines del hospital y se echaba en el pasto. Se le subían algunos insectos y el sol lo golpeaba en la cara con fuerza, pero prefería eso a tener que soportar más tantas cosas. Era difícil tener que manejar tantas personalidades, sobre todo de aquellos que se rehusaban a entender lo que les pasaba y querían seguir haciendo con su vida exactamente lo mismo que antes.

 Incluso los niños lo cansaban después de un rato. Cuando ya había mucha confianza, algunos empezaban a hablarle como si fuera su padre o algo parecido y eso no le gustaba nada. Tenía que cortarlos con palabras duras y se sentía fatal al hacerlo pero un hospital no era un centro de rehabilitación para el alma sino para el cuerpo. No se las podía pasar de psicólogo por todos lados, tratando de salvar a la gente de si misma. Ya tenía su vida para tener que manejar las de los demás.

 Cuando alguien, otro miembro del personal, lo encontraba en el jardín, sabían que el día había sido difícil. La mayoría no le decía nada pues cada doctor en el mundo tiene su manera de distanciarse de lo que ve todos los días. Incluso los que tienen consultorios y atienden gente por cosas rutinarias, deben hacer algo para sacar de su mente tantas cosas malas y difíciles de procesar. Algunos fuman, otros comen, otros hacen ejercicio, o gritan o algo hacen para sacar de su cuerpo todo eso que consumen al ser especialistas de la salud.

 Pero Juan siempre volvía al pabellón de quemados. Era lo suyo, no importaba lo que pasara y trataba siempre de hacer el mejor trabajo posible. Cuando tenía un par de días libres, los pasaba haciendo cosas mus distintas, divirtiéndose y tratando de no olvidar que todavía era un hombre joven y que la vida era muy corta para tener que envejecer mucho más rápido por culpa de las responsabilidades y demás obligaciones.

 Cocinaba, tenía relaciones sexuales, subía a montañas rusas, hacia senderismo, tomaba fotos,… En fin, tenía más de una afición para equilibrar su mente y no perderse a si mismo en su trabajo. Esos poquísimos días libres en lo que podía ser él mismo o, al menos, otra versión de Juan, eran muy divertidos y siempre los aprovechaba al máximo.


 Pero cuando volvía al hospital lo hacía con ganas renovadas pues creía que podía hacer alguna diferencia y no se cansaba de intentarlo. De pronto la mujer no volvería más si le hablaba con franqueza, de pronto el pirómano se calmaría con sus palabras y tal vez los niños no resentirían al mundo por lo que les había pasado. Juan se esforzaba todos los días por dejar una marca, la que fuera. Esa era su meta.

martes, 3 de noviembre de 2015

El mejor lugar de la Tierra

   El hotel era enorme, con varios pisos de habitaciones, numerosos espacios de ocio y una vista hermosa sobra la bahía. Incluso tenía playa privada, algo poco común para la zona. La gente solo tenía que tomar sus cosas y bajar al lobby y a dos pasos tenía todo lo que podía ofrecer esta región. Porque monumentos históricos, museos y demás, la verdad no había. Todo eso estaba en ciudades o pueblos a unas horas de distancia en automóvil. Donde estaba el hotel era un balneario que había nacido precisamente por el bien del turismo y por ninguna otra razón. Quien iba allí, solo se quedaba en su hotel y rara vez salía de allí, a menos que fuese a visitar alguno de los enormes centro comerciales disponibles para que la gente se diere una vuelta y comprara lo que fuera.

 En la noche, era de las pocas ciudades de la región que no descansaba. Dedicada al ocio, la ciudad tenía cientos de discotecas de todo tipo y para todo público, así que siempre estaban llenas de gente, en especial si era fin de año o mitad de año. Esas temporadas eran las de mayor agitación. Ya en otros meses el movimiento bajaba pero todo seguía abierto y partes de la ciudad se convertían en un pueblo fantasma. Calles peatonales hermosas y playas adecuadas al menor detalle eran terrenos para que el viento jugara con alguna bolsa de papel o de plástico, pero nada más que eso. En eso meses bajos la gente se quedaba más en sus hoteles y eran pocos los turistas interesados en una ciudad tan artificial y sin ningún interés fuera del comercio.

 Era bastante especial imaginar, en una de esas noches locas de fin de año, todo lo que pasaba en el mismo momento en esa ciudad. En un solo hotel, sucedían cosas que nadie se imaginaba, desde orgías en uno de los pisos más altos hasta fiestas de cumpleaños para bebés en una de las pequeñas salas de conferencias. Si en una habitación había alguien predicando la palabra como si estuviese frente a miles de feligreses, en la siguiente algún adolescente se masturbaba con alguna de las decenas de canales pornográficos disponibles. Si alguien estaba comiendo solo en la cama, dos pasos más allá había alguien muriendo, tal vez por su propia mano o tal vez asesinado por alguien con envidia.

 El caso era que este balneario había sido construido sobre la premisa de permitir y posibilitarlo todo para los turistas, no dejar nada de lado y no juzgar a nadie por nada. La idea era ofrecer y que hubiera quién comprara. Había cosas ilegales, claro, pero se conseguían y era increíblemente fácil.  Los trabajadores de hoteles, casinos, parques temáticos, centros comerciales, restaurantes, discotecas y demás, habían aprendido a no juzgar a nadie y a aceptarlo todo con tal de que viniera atado a un precio en metálico y ese concepto había hecho de la ciudad en la bahía, una de las urbes más ricas de este lado del mundo.

 Claro, había muchos en la lejanía, que la condenaban como un lugar de perdición y de libertinaje. Pero la realidad era que había sitio para todos allí. Como podían reunirse miles de doctores para conferencias médicas relacionadas a mil y una enfermedades, también había retiros espirituales en hoteles situados a las afueras, había adolescente enloqueciéndose en grupo en verano o parejas de ancianos que venían a disfrutar de sus años dorados en las blancas playas de la zona. Todo podían venir y nadie podía condenar pues tenían espacios particulares para cada uno. Nada se transformaba ni cambiaba sino que estaba muy bien dividido y repartido. Por eso en temporada baja había zonas solitarias que en otras épocas del año estaban vibrantes de alegría.

 Eso sí, había policía y demás fuerzas del orden. No era un paraíso por completo y si hacía alguien algo reprobable, como matar, se le condenaba de la manera más dura y rápida posible. Esto era así porque no querían tampoco mostrar que era un lugar que lo perdonaba todo porque incluso en el cielo existen los limites. La policía era la más eficiente de la región, con los mejores equipos y la mejor gente trabajando para que las personas se pasaran su tiempo divirtiéndose y no preocupándose por cosas que ellos podían manejar a la perfección. Eran muy bien seleccionados para sus puestos y estaban listos siempre para reaccionar incluso antes que los mismos criminales.

 Eso sí, juzgados no había. Todo el que iba a ser procesado debía ser enviado a otra ciudad donde estaban los juzgados para la ciudad en la bahía. Era una situación muy particular que las cortes de una ciudad quedaran en otra pero esto era resultado, claro como el agua, del poder que tenía el dinero. Básicamente, los gobernantes del balneario controlaban la región y hacer que otras ciudades hicieran lo que ellos querían era bastante fácil pues cualquier interacción beneficiaba a ambas partes. No había nadie que se quejara, al menos no en voz alta, de estas transacciones. Menos aún con los millones que iban al bolsillo de todos un poco cada año. No parecía lo óptimo, pero lo era.

 Así era con varias cosas como la basura o el tratamiento de aguas residuales. Todo eso se hacía lejos, en poblaciones satélite que los turistas jamás veían. El aeropuerto había sido construido de camino a ningún lado, por lo que quién llegaba por aire solo veía una carretera perfecta muy bien decorada. Desde el aire posiblemente viesen un poco más pero incluso los planes de vuelo estaban hechos para dar vista al increíble balneario y no dar mucha cancha a que la gente viese lo que había más allá. Si querían visitar otras ciudades, habían buses pero no eran muy utilizados. Para que ir a otro lado cuando todo estaba allí.

 Claro, había gente que llegaba y se quería ir ahí mismo. Todos aquellos disque artistas que se peinan su imaginaria barba y creen que todo lo que sale de sus bocas y cerebros es oro, todos ellos odiaban o al menos fingían odiar al pobre balneario. Había escritores que informaban de sus oscura realidad e incluso poetas que condenaban a la pobre ciudad a ser algo menos que Sodoma y Gomorra, solo que con niños y parques acuáticos. Los músicos, siempre los más eclécticos, amaban en cambio el choque y el desastre que era la ciudad para sus sentidos. Y los cineastas trataban siempre de recrearla, en todo sentido, pues rodar en la ciudad era algo que no muchos directores se podían costear. Incluso para todos ellos había lugar, así no lo quisieran.

 Era gracioso ver la evolución de alguien que se quedara por más de una semana: los primeros días con su uniforme. Esto quiere decir con lo que usa siempre en casa. Se veían los sombreros anticuados de los “hipster”, los pantalones anchos de los “skaters”, las ropas negras de los góticos y demás atuendos particulares. Pasada solo la primera semana, todo eso ya estaba en una maleta y el uniforme cambiaba diametralmente: chancletas, bermudas y camisetas de tela delgada. Eso sin contar los vestidos de baño que existían en todas formas y colores en el balneario y se podían ver en las playas con facilidad. Incluso habían una playa nudista por si el cambio de vestuario había sido extremo.

 Sin duda, era un lugar muy particular de este mundo. La gente se convertía en alguien más allí. La mayoría de las veces se puede decir que eran mejores versiones de si mismos pues, como la ciudad no juzgaba, a ellos eso se les pegaba y empezaban a no juzgar. En esos momentos era cuando se veía en la calle conversaciones entre personas que en otros contextos jamás se reconocerían una a la otra e incluso relaciones amorosas y sexuales entre gente que jamás cruzaría caminos en ningún otro lado del mundo. Eso sí, todas esas relaciones amistosas casi siempre morían allí mismo, fuese en el hotel o en el aeropuerto. Pocas sobrevivían el vuelo a casa, pero es que no estaban hechas para ello.

 Cuando las personas volvían a casa y se les preguntaba que tal era todo, siempre eran reacios. Era como si les diera vergüenza confesar que era el mejor lugar de la Tierra. No les gustaba confesar que la diversión pudiese tener tantas vías y que las cosas podían ser mucho más simples que en la mayoría de sus vidas. Se daban cuenta que era un lugar donde estaban felices. Tal vez demasiado cerca de un consumismo desenfrenado, pero auténticamente felices. Desde los que iban a comprar todos los días hasta los que iban a quedarse al campo nudista que quedaba en la periferia. Todos sonrían más allí.


  Debe ser por eso que la gente sigue promocionando al sitio a pesar de que nadie lo hace con argumentos de peso. Suele ser una recomendación simple que cada persona debe tomar como mejor le parezca. Y como la curiosidad mató al gato, la gente termina yendo simplemente por saber cual es el misterio del balneario de la bahía. Y el misterio es, al fin de cuentas, que no existe nada detrás de la cortina pues todo está a la vista y solo hay que decidirse a tomarlo.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Otra noche

   Cuando terminamos, no dijimos ni una palabra más. Solo nos separamos un poco para poder recuperar el aliento y nos quedamos allí, en medio de ese particular lugar. Mi mirada iba de una cosa a otra porque no sabía que hacer o que decir. Pero cuando me di cuenta, tenía un cobertor encima y él me abrazaba con cuidado. Ya no tenía que pensar en nada así que me dejé ir y no pensé más. Creo que no dormí mucho porque era tarde cuando terminamos y cuando me desperté seguía oscuro aunque ya se podía vislumbrar ese pálido tono azul de las madrugadas. Él se había movido, dándome la espalda. Dormía profundamente, resoplando tranquilamente sobre el colchón. Aproveché esto para ponerme de pie e ir al baño, donde tomé algo de agua sin prender la luz. Me mojé la cara y volví al lugar de antes.

 Me di cuenta de la vista. Es decir, esta vez sí la detallé. Antes había sido una bonita adición a todo el evento pero no la había mirado con cuidado. Las luces de la ciudad brillaban con fuerza y se notaban incontables vehículos y apartamentos en donde seguramente habría fiesta o alguien muy desvelado. Al fin y al cabo era viernes y mucha gente había salido a bailar o a tomar algo. Yo me decidí por un plan diferente y la verdad no me había arrepentido. De hecho, no había nada de que arrepentirse pues no era tampoco algo del otro mundo que alguien decidiera verse con otra persona con el objetivo exclusivo de tener relaciones sexuales. No es algo muy extraño que digamos.

 En especial cuando ya nos conocíamos de hace mucho tiempo y hacía años que no nos veíamos. Bueno, tal vez no años pero sí al menos un año en el que yo no había estado cerca y por lo tanto no había habido posibilidades de nada. Pero ya había vuelto, hacía tan solo unos días, y ya estaba allí. Lo mejor del caso, y le sonreí desnudo a la ciudad mientras lo recordaba, fue sentir su entusiasmo cuando lo contacté y le dije que nos viéramos. Su sonrisa al abrirme la puerta de este particular estudio en un edificio sin terminar, era simplemente lo que yo necesitaba desde hacía un buen tiempo. Nunca sobran esos halagos, esos pequeños momentos que te hacen sentir único.

 Volví al colchón y me acosté junto a él. A pesar de mi peso, no se movió un solo centímetro, todavía resoplando con suavidad. La noche no era tan fría como de costumbre y estuve un rato más pensando y divagando sobre todo y nada. En un momento pensé en irme pero caí en cuenta que no tenía que estar en ningún lado y además él, con solo su mirada, me había pedido que me quedara. Como podía irme así no más y rebajar el momento que habíamos compartido? Así que finalmente me recosté y, tratando de ignorar la luz que entraba en la sala, cerré los ojos y me quedé dormido. Tuve un sueño de esos largos y extraños, pero ya no lo recuerdo bien.

 Fue él quién me despertó. Había pedido un domicilio y estaba en calzoncillos junto a mi comiendo de una cajita. Me dijo que había uno para mí, así como jugo de naranja para remojar la garganta. Fue como si me leyera la mente, pues sentía la garganta como si hacía muchos días no tomara una sola gota de agua. Debía ser porque, entre los dos, habíamos tomado una botella de vodka mezclada con jugo de limón. Me dolía un poco la cabeza pero había tenido resacas peores. Tomé mi cajita, los cubiertos plásticos que había sobre ella y empecé a comer. Era un desayuno típico de mi país, básicamente comida recalentada del día anterior. Sabía perfecto y era justo lo que necesitaba para quitarme el sabor del vodka de la boca y apagar los sonidos de mi estomago.

  Me sorprendió cuando él terminó y me dio un beso en la mejilla. No estaba preparado para ello y casi me atoro con la comida. Creo que no se dio cuenta porque caminó tranquilamente a tirar la caja y lo demás en una bolsa negra y luego se metió en el baño. Yo seguí comiendo y terminé justo cuando él salía del baño. De pronto me abrazó y nos besamos un buen rato. Debo decir que nunca pensé que al otro día de una noche así se pudiera sentir una persona tan especial, tan único en un sentido bastante extraño. Pero así era. Y lo mejor era que nuestros besos ya no tenían el sabor del licor. Sabían a comida y jugo de naranja, algo muchas veces mejor. Cuando dejamos de besarnos, nos miramos a los ojos unos segundos y nos separamos.

 Cada uno fue tomando sus prendas de vestir del piso y al cabo de unos quince minutos estábamos vestidos. Me dijo entonces que era una lástima que la ducha del sitio no funcionara bien todavía pero es que la presión del agua todavía no alcanzaba para tanto. Si volvía en un mes, dijo, seguramente se vería todo muy distinto. No supe si era una invitación o solamente un decir pero la frase se quedó conmigo un buen tiempo. En la puerta, ya vestidos y él con la bolsa de basura en una mano, nos besamos de nuevo. Allí fue más apasionado y por un momento pensé que íbamos a volver al colchón e íbamos a dejar esa tontería de irnos para otro momento. Pero no fue así: sí nos fuimos.

 En el recibidor del edificio, me dijo que iba a tomar un taxi a la casa de sus padres que lo esperaban para acompañarlos al mercado. Yo le dije que no tenía dinero para taxi y él se ofreció a dármelo pero le respondí que quise decir que prefería tomar un bus que pasaba cerca y me dejaba en casa. Para mi sorpresa, nos despedimos de beso en la boca y no nos importó quién estuviera allí. Nunca había hecho algo así porque me hubiera dado vergüenza. No soy de los que le gustan las demostraciones públicas de afecto. Pero en ese momento la verdad necesitaba ese último beso y me alegro recibirlo.

 En el recorrido a mi casa, recordé cada momento de la noche y me di cuenta que todo era muy extraño. Nos veíamos cada mucho tiempo, siempre para hacer lo mismo pero no solo era sexo sino que era un momento siempre único y especial. Nunca le había preguntado a él porqué, pero siempre era muy cariñoso conmigo, no importa cuanto tiempo hubiese pasado ni las condiciones del momento. Se podía decir que había incluso momentos románticos y solo el pensarlo me hizo reír, lo que me hizo sentir tonto en el bus, que iba casi solo. La verdad era que nos entendíamos bien íntimamente y tal vez por eso siempre que nos veíamos lo sentíamos de manera tan especial y no era algo tan común como en otros casos. Era algo un poco más allá.

 No niego que he tenido la experiencia de conocer a otras personas en situaciones similares y sé que la idea general de ese tipo de encuentros no es el romance ni sentir la cercanía de otra persona ni nada por el estilo. Normalmente es puro sexo, que cuando termina es definitivo y cada uno se va para su casa cuando ocurre. Es algo bastante básico y sencillo en ese sentido y un poco más automático que lo que yo experimenté con él. O tal vez estoy exagerando y estoy creando una película en mi cabeza que no existe. Francamente lo dudo porque siento que cuando me besa no siempre lo hace con otras intenciones. Es como si necesitase de verdad ese beso y, así lo esté actuando, lo hace muy bien.

 Es algo interesante saber si él piensa lo mismo. Yo de hecho sé que lo hace, al menos en el aspecto general. Y lo sé porqué un día él me confesó que seguido pensaba en mi y en uno de esos momentos que habíamos compartido. Tengo que decir que para mi fue una ayuda increíble a mi autoestima, que normalmente no es muy alta pero en ese momento hasta me puse rojo. Además es su manera de decir las cosas, de expresarse y de dar a entender que lo que dice es cierto y que lo siente de verdad. Por eso cuando estamos juntos ya no pienso en nada más sino en el momento y la verdad he descubierto que así es mucho mejor, pues no me saboteo a mi mismo sino que me ayudo.

 Cuando por fin llego a casa, trato de no hacer mucho ruido. Lo bueno es que no hay nadie despierto así que puedo fingir que llegué en la madrugada. Con cuidado me quito toda la ropa y me meto a mi cama, que está fría. Instantáneamente recuerdo su olor y su tacto y me doy cuenta que me gustaría tenerlo allí conmigo. Y sin embargo, me doy cuenta de otra cosa y es que en nuestra relación no existe el amor típico. Yo no estoy enamorado de él ni él de mi y es terriblemente liberador que así sea. No estamos amarrados por ello y creo que por eso nuestros momentos son mejores que los de otros. De eso estoy seguro.


 Dicen algunos que es mejor no jugar con fuego porque en algún momento te quemas, pero en este caso no creo que haya la posibilidad de eso. Y así la hubiese, no me importaría quemarme. Somos dos adultos y creo que podríamos manejar cualquier situación que se presente. Además, no nos vemos tanto como para algo así. De hecho, alguno de los dos podría conocer a alguien más y todo quedaría ahí, como congelado en el tiempo. Y eso no sería ni malo ni bueno, solo sería una de esas cosas que pasan.

domingo, 18 de octubre de 2015

Ciclos moribundos

   Había pasado por lo mismo en tantas ocasiones que ya todo le daba un poco lo mismo. Eso de que fuese el primer día, de sentirse como el nuevo, de tener que congeniar y formar lazos emocionales que solo tendrían una duración bastante corta, todo eso ya lo había mandado a recoger en su mente pero hasta ahora se daba cuenta de ello. Era uno de esos mensajes que le llega tarde al cerebro porque parecen haber sido hechos sin importancia, pero esto sí que era importante. Al fin y al cabo, se trataba de él dándose cuenta de lo harto que estaba de pasar por lo mismo tantas veces a través de su vida, de estar siempre movilizándose como si fuera un soldado en batalla, algo que a la larga no difería mucho de su posición actual, a excepción que esta vez la batalla era interna.

 Eso de vivir lo mismo tantas veces parecía sacado de una tonta película de ciencia ficción, pero era la verdad. Aunque es cierto que las amistades son importantes en la vida de un ser humano, él sentía que ya tenía las amistades que quería y necesitaba. Ese cuento de estar haciendo amigos por todas partes como si todavía estuviera en la arenera de cuando era niño, simplemente no le llamaba la atención en lo más mínimo. Además, nunca le había sido muy fácil conocer gente a menos que tomara uno en cuenta esos adorables años de juventud en los que todo el mundo se relaciona con tanta facilidad y desprendimiento. La gente normal saca de ahí sus mejores amistades pero no él. Ese pedazo de su vida lo vivió en movimiento así que no sirvió de nada.

 Ahora de grande, de adulto, conocía mejor a la gente y sabía como la mayoría pensaba, como maquinaban antes de conocer gente y lo predispuestos que estaban a todo. Al fin y al cabo, los adultos están mucho más contaminados de todo en el mundo que los niños, así que no existe una amistad adulta en potencia que no esté contaminada de pretensiones y estereotipos, de suposiciones que la mente va a haciendo a partir de lo que a la imaginación le da por inventar. Todo eso no es fácil de superar y mucha gente lo logra pero él nunca lo hizo. Hacer amigos reales a esas alturas de su vida le sonaba ridículo por muchas más razones de las debidas.

 Una de las más importantes era que, por alguna razón, nunca le había caído bien a la gente. Bueno, al menos no de entrada. Entendía que era porque era algo hosco y aprehensivo, por lo mismo de saber que la gente lo era con él. Debía ser entonces que las personas veían entonces eso en su rostro o algo por el estilo porque muy poca gente hablaba con él espontáneamente. Es obvio que a la gente siempre le guste hablar con gente que es como aspiran a ser. Por eso la gente más “popular” es siempre extrovertida, divertida y con más energía de la que pueden gastar. Él estaba al otro lado de ese espectro y al parecer lo tenía escrito por toda la cara porque era un problema para que la gente soltara algo.

 Ya después venían los problemas regionales, es decir las tontas características de las personas según su lugar de procedencia. Alguna gente es más abierta, otra más cerrada y así. Son bobadas o al menos así lo veía él, pues creía que la gente fácilmente podía superar semejantes clichés en los que estaban encerrados. Pero, la verdad es, que a la gente le encanta ser un estereotipo ambulante. Al parecer es más fácil definirse así porque es más claro. Por eso mismo la mayoría de personas no gustan nada de aquellos que son más difíciles de explicar y de entender. Con esto, él no quería pretender ser un ser misterioso, envuelto en las sombras. Pero ciertamente no era ese desgastado ser lleno de vida que la gente aspiraba a ser, por razones desconocidas.

 Todos estos problemas para conectar con la gente habían migrado también a su vida personal. O bueno, no era tanto una migración pues todo venía a ser lo mismo que era conectar con gente que no conocía, aunque hay que decir que en el amor y todo lo relacionado con ello, nunca había sido una persona muy exitosa que digamos. Fue rápidamente que se dio cuenta que no era de aquellas personas a las que la gente se le queda mirando a menos que sea por las razones que nadie quiere que lo miren. No era uno de esos tipos con un rostro inmaculado, que parece salido de la revista de moda más ridícula del mundo. No, ese no era él pero ni por las curvas.

 Era bajito y simple, siempre en el medio de todo pero nunca nada por completo. De pronto era eso lo que la gente obviaba pues, como decíamos antes, las personas prefieren lo que está definido y claro como el agua. Eso de que la Humanidad está fascinada con los misterios de la vida, es solo un mito de auto complacencia para hacernos pensar que todos somos brillantes y que además somos la mata de la cultura. Sabemos que eso no es así porque la mayoría de la Humanidad es tonta como ella sola, solo que a cada rato salen personajes que la salvan de si misma. Eso sí, no nos referimos a él que es otro tipo simplón y ciertamente él no se considera el pináculo de lo que es ser un ser humano.

 El caso, para ponerlo en palabras simples, es que nunca había atraído una mirada y, si lo hacía, era de lujuria o de confusión. Provocar cualquiera, al menos en su concepto, era desagradable. La primera porque simplemente no era halagadora y pasaba a ser lasciva y casi invasoramente física con facilidad. Y la segunda porque cuando la recibía su autoestima, un ser débil ya de tantas batallas, daba un salto hacia atrás y se encogía hasta quedar del tamaño de una uva. Las miradas para él decían todo de las personas y por eso había decidido ya no esforzarse más y dejar que cada persona opinase lo que quisiera y como quisiera. Sentía que después de tanto tiempo, la vida le debía algo.

 Sí, ya lo sabemos. Es bastante pretencioso decir que la vida le debe algo a uno pero a veces ciertamente se siente así. Hay gente que es premiada con demasiado en la vida y lo que pasa entonces es que se aburren con facilidad o se creen el centro del universo, dos situaciones bastante molestas para cualquiera que esté cerca. La gente a la que todo le sale bien, con la que todo es perfecto, ideal y justo, normalmente tienen el descaro de pedir más cuando ni se lo han ganado ni deberían poder tener más. Sin embargo, reciben belleza, amor, inteligencia y otro sin fin de premios. Y para el resto que queda? No mucho, lo que sobra que es poco y no vale tanto la pena pero está ahí para que el que quiera tomarlo lo haga. Y no, a él no le gustan las sobras de otros.

 Le debiera algo la vida o no, igual no estaba cerrado a que las cosas pasaran como pasaran. Es decir que no iba a buscar activamente el amor o amistades o nada de nada pero sí iba a estar abierto a que cualquiera de esas cosas llegara a su vida. Es decir que no iba a creer una barrera ni nada por el estilo, iba a dejar que quién quisiera conocerlo lo hiciera pero eso ya dependería del interés de la gente y, la verdad, él no creía que fuese a suceder nada con ello. La gente no iba a descubrir de la nada que él estaba ahí parado todos los días. Por algo cuando caminaba por la calle, sentía que nadie lo veía y que podía pasar desapercibido en cualquier lugar del mundo.

 De hecho había intentado hacer eso mismo en muchos lugares y lo había logrado con éxito. Simplemente resultaba invisible para muchos y la verdad que era algo agradable en ocasiones, aunque la mayoría se sentía muy solo. En esos momentos recordaba a su familia y a sus verdaderas amistades porque los tenía lejos y entonces sentía en el corazón lo difícil que es separarse de lo que uno necesita para hacer lo que se debe hacer o al menos lo que uno cree que debe hacer. Fuese como fuere, a veces lloraba en silencio un rato y después se le pasaba todo, como si tuviese que colapsar por momento para volver a construirse, ojalá más fuerte que antes y con mucha más fuerza y resistencia.

 No era de sorprenderse que estuviese aburrido con retomar el eterno ciclo de conocer gente y tener que unirse en grupos. Lo hacía pero no más que eso. A la gente no le interesaba él y él había perdido interés en la gente a menos que fuese para usarlo como piezas de su inventiva. Su autoestima ya había recibido demasiados golpes como para seguir arrastrándola por la calle una y otra vez como si fuera algo divertido. Ya no, estaba cansado de ponerse él en el medio de todo para que lo vieran por una vez. Ahora demandaba que los otros, que el resto de personas hicieran lo que él había hecho tantas veces. Quería verlos allí, indefensos como él.


 No estaba dispuesto a hacer más cosas que no iban con él, a fingir ser otra persona que era muy distinta y tampoco le gusta el juego de la hipocresía, que de hecho sabía jugar muy bien. No quería más máscaras y juegos tontos. Solo quería ser él, así eso no fuese suficiente.