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martes, 5 de mayo de 2015

Elección

   Parecía que nunca iba a parar de llover. El clima había estado así desde hacía dos días con sus noches y no parecía que se fuese a detener por nada. De vez en cuando arreciaba y otras veces era más suave. Lo mismo con los truenos, que en algunos momentos se escuchaban en la lejanía y otros parecía que querían destruir el barrio. Como fuese, no iba a detenerse. No había razón para eso. Se hablaba de inundaciones y de muertos y heridos y damnificados. Pero no se decía nada de aquellos a los que la lluvia los afectaba directamente en el cerebro.

 La vista desde el último piso del edificio más alto de la ciudad era increíble. En el último piso, el mirador consistía en un circulo enorme, completamente hecho de vidrio, por el que la gente daba la vuelta y miraba hacia donde estuviera su hogar. Era una tradición tonta pero al fin y al cabo una tradición. Señalaban sus casas y reían y luego tomaban fotos y se largaban, seguramente a esas casas que mencionaban y que los hacían sonreír.

 Pero ese no era el caso ese día. Ese día solo había una persona en el mirador del edificio y era alguien que había pagado por estar allí, a pesar de que el mirador había sido cerrado para seguridad de los turistas. Él quería estar allí para ver, de frente, como la naturaleza se tragaba a su ciudad. La miraba con resentimiento pero también con algo de tristeza. Al fin y al cabo allí abajo había crecido y había hecho lo que muy pocos. Allí abajo se había hecho un nombre entre los ciudadanos más prestigiosos del país y así había escalado, poco a poco.

 Es cierto que había escalado a veces ayudándose de los demás, usándolos. Pero esa era su naturaleza, ayudar y no ser más que eso. Está más que comprobado que hay personas que nacen para servir y otras para ser servidas. Eso sí, él no era un amante de la esclavitud ni nada parecido. Solo le gustaba el orden de las cosas y como eran como eran y nadie decía nada. Ni los defensores más acérrimos de los seres humanos reclamaban nada en contra de esa realidad. Ellos también sabían que había unos arriba y otros abajo, negarlo era simplemente ridículo.

 A su trabajadores los respetaba y les pagaba lo justo y ellos eran felices. Pero él estaba arriba y ellos abajo y esa es solo la realidad de las cosas. No se trataba de justicia sino de la vida, la misma vida que estaba allí fuera destruyendo lo que se había hecho a través de los años. El hombre había hecho tantas cosas pero de que servían tantas edificios y riquezas cuando al final podíamos terminar debajo de un montón de piedras en apenas unos cuantos segundos. La vida no era justa y quien demandase justicia de cada pequeño segundo de la vida era un iluso, un pobre tonto que nunca había visto la muerte a los ojos.

 Él no sabía muy bien como funcionaba todo esto. Como era que la lluvia había aparecido así no más pero había igual tanto que él no sabía. Esa gente era peligrosa y al mismo tiempo tenían gran curiosidad por el mundo. De pronto esa combinación no era la mejor pero era la que existía, la que se arrastraba entre las sombras de este mundo tan lleno de ellas. Habían estado ocultos, esperando su momento para actuar y por fin había llegado lo que esperaban. Por fin habían descubierto lo que les faltaba para actuar y ahora era solo cuestión de tiempo.

 El hombre del mirador jamás olvidaría esa reunión, obviamente secreta, en la que a él y a muchos otros se les dio una carpeta con la información necesaria de lo que iba a suceder. Muchos se sorprendieron. No podían creer que algo así hubiese estad debajo de sus pies todo el tiempo y no se hubiesen dado cuenta. Esto era increíble, considerando que la mayoría de asistentes eran banqueros, empresarios, comerciantes, políticos e incluso algunas figuras de la cultura. Él siempre había tenido la sospecha de que había algo más pero no fue sino hasta que vio el contenido de la carpeta que se dio cuenta de la magnitud de las cosas.

 En efecto, alguien había estado tirando de varios hilos a lo largo de cientos de años. No se sabía muy bien cuando empezaba, pero siempre habían estado allí, en un tamaño compacto pero bien repartido. La gente siempre había creído que era una sola persona, una sola mente maestra detrás de todo lo que ocurría en el mundo. Pero no era así. Era un grupo, una mente colectiva que actuaba como un enjambre de abejas: rápidamente y con un objetivo común. Y como las abejas, nunca había uno muy lejos del otro

 La idea de la carpeta era revelar la realidad de las cosas de una vez y declarar una nueva realidad para el mundo. Según esta gente, que todos conocían pero a la vez nadie entendía, el mundo iba a cambiar próximamente y necesitaban saber si podían contar con ellos para dar ese gran paso. La mayoría se preguntó, con justa razón, cual era ese siguiente paso y hacia donde lo iban a dar. Simplemente se les respondió que sería el cambio más grande para la raza humana y que si estaban con ellos tendrían el privilegio de vivir en la época más próspera para la humanidad desde su nacimiento hace millones de años.

 Les dejaron dos meses para pensar, dos meses para que decidieran si querían quedarse en el viejo mundo o si preferían dar el paso con ellos hacia el futuro. El hombre del mirador no supo que hacer al principio. Lloraba cada vez que veía a su familia y se daba cuenta, con cada día que pasaba, que toda la vida era una mentira. La vida, que siempre había parecido nuestra, ya no lo era. Nunca había sido nuestra ni de nadie. Era solo una ilusión, una idea tonta que la humanidad se había hecho, creando así la noción de libertad que no era más que la necesidad de creer en algo más fuerte y así darle un mayor sentido a sus vidas.

 Su crisis nerviosa no paró en su familia. Quería contarles todos, a todas las personas del mundo lo que iba a pasar. De repente, después de aprovecharse de tantos para llegar adonde estaba, quería salvarlos de lo desconocido, de lo que estaba por venir. Pero entonces empezaron a aparecer, un poco por todas partes, cuerpo de personas importantes. Todos morían de causas naturales: ataques al corazón, cáncer, infecciones,… Al menos veinte de los personajes que habían asistido con él a la reunión estaban ahora muertos.

Lo que ocurría era obvio y solo quedaba un mes más para pensar en una decisión. Como decidir? Como elegir entre saltar al vacío o quedarse en un tren que está a punto de estrellarse con un muro sólido? Todos los días pensaba y pensaba y no podía alejar de su mente las imágenes de su infancia, de sus esfuerzos por crecer y por ser alguien que la gente pudiese admirar, a la que los demás temieran y respetaran. Todo eso y ahora estaba allí, a la merced de otros, de hombres y mujeres sin rostro que planeaban la destrucción de la humanidad como la conocemos.

 Y ese vacío… Que había allí? Era verdad todo lo que decían? Como podía ser verdad que controlaran cada evento en la historia de la humanidad? Todo parecía salido de una película de ciencia ficción barata pero cuando se releía la información de la carpeta y se comparaba con lo que existía, con lo que se relataba en los libros de Historia, era difícil no ver algún tipo de conexión, algún tipo de anomalía que resultaba ahora obvia pero que para nadie nunca había parecido relevante.

 Allí, de pie mirando la lluvia, lejos de su familia y de todo lo que siempre había poseído, el hombre se acercó al borde del mirador y simplemente observó la ciudad debajo del agua. El viento soplaba con fuerza, como si estuviese enojado y parecían llover balas de agua por la fuerza con la que caían al pavimento y contra toda superficie. Era extraño, pero se notaba que no era una tormenta normal. No solo por su duración sino por su persistencia. Se podía incluso decir que la tormenta parecía tener personalidad, un carácter marcado.

 Entonces el hombre del mirador se dio la vuelta y oprimió el botón del ascensor, que se abrió al instante. En pocos segundos estuvo en la planta baja, donde una camioneta negra lo esperaba. La abordó y el vehículo arrancó, luchando contra el agua para llegar a su destino. Finalmente, entraron al garaje de la casa del hombre. Este se bajo con calma y se dirigió a su habitación. Allí, sentada sobre la cama estaba su esposa. Parecía haber sido más fuerte en el pasado pero ahora era solo una sombre de lo que había sido. Él se sentó a su lado y la abrazó, apretándola contra sí mismo.

 Al cuarto entraron un joven y una niña pequeña, que se abrazaron con sus padres. No lloraban ni decían nada. Solo tenían los ojos algo húmedos y parecían necesitar tocarse entre sí para reconocer su existencia.


 Fue entonces que la ventana estalló en mil pedazos y una luz lo invadió todo. Se miraron unos a otros una última vez y entonces la luz se tragó todo y la humanidad no fue más sino un recuerdo olvidado de un pasado inexistente.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Futuro en blanco

   El viento afuera soplaba impasible, sin nada que lo detuviera. Era increíble ver toda una gran ciudad paralizada por el puro frío, el viento y el hielo combinados. No se puede hablar de destrucción pero sí de disrupción de la vida común y corriente, la de todos los días. Desde un piso cincuenta era bastante lo que se podía ver de la ciudad pero ahora era solo una mancha blanca con líneas de colores, tonos de rojo y azul y negro.

 No, esta ciudad jamás se había cubierto de nieve en el pasado. De hecho, el país era tropical o al menos lo había sido hasta hacía algunos años. Porque ya no era así. Muchas de las plantas y animales de las zonas más cercanas al mar, habían empezado a morir por el clima cambiante. Todo el mundo pensaba que el calor era lo que iba a reinar en el futuro pero se había equivocado.

 Cierto, los hielos del norte y del sur se habían derretido y habían ido a parar a todos los mares, inundando ciudades y países enteros. Muchos tuvieron que migrar, hubo problemas y más guerras de las que nadie hubiera deseado de verdad. Todo se había vuelto más caro día tras día y era casi imposible vivir como lo habían hecho otras personas a comienzos del siglo XXI. Era algo cómico leer los cambios que ellos habían detectado y entender que nada se había hecho para detenerlos.

 Los seres humanos eran todavía así, solo actuando cuando algo les servía o cuando les era económico hacerlo. Por eso las nevadas del nuevo siglo los había cogido desprevenidos a todos. Todo el mundo migró entonces también pero era obvio que en la banda ecuatorial del planeta no había espacio ni recursos para tantos millones de personas. En cierta manera había sido bueno que el frío y, cien años antes, el calor hubieran destruido tanto y matado a tantas personas. Ya no había que repartir entre tantos.

 Pero en este mundo de nieve, la gente sigue siendo demasiada. En el Ecuador están todos los que eran ricos, los que se pudieron procurar terrenos fértiles y amplios. La gente más pobre fue muriendo, poco a poco, en las calles o en alguno de los grandes desastres. Cada vez más se supo de aviones congelados en vuelo, barcos que jamás llegaban a puerto e incluso de terremotos que destruían ciudades de un solo golpe certero.

 Sin duda fue una época de cambio definitivo para el mundo, queriéndonos decir que nuestro tiempo en esta Tierra se está terminando. Ya no somos los maestros de este mundo ni lo seremos por mucho tiempo. Los científicos quisieron darnos opciones pero ninguna muy realista. Se hicieron diseños para estaciones humanas bajo el mar y otras alto entre las nubes. Se diseñó un ambicioso plan para construir la primer ciudad humana en la Luna y misiones tripuladas a cuerpos celestiales cercanos.

 Pero más allá de algunas sondas, no pasó nada. Las promesas del siglo pasado fueron quedando enterradas bajo la constante nieve y los seres humanos por fin entendimos que este mundo sería el último que veríamos. Nunca más habría bosques verdes y abundantes o mares cálidos y calmados. Y los hubieses, nosotros no estaríamos aquí para apreciarlos. Había sido ignorante y prepotente de nuestra parte creer que este mundo era solo nuestro, para hacer con él lo que quisiésemos. No, el mundo jamás fue nuestro y eso se puede ver hoy en día.

 Todavía existen científicos hoy en día y siguen explorando, tratando de hacer mapas de este mundo que ya no es nuestro. Han ido a ciudades distantes y regresado, con noticias extrañas, ninguna muy alentadora para la Humanidad. Un grupo que conocí, hace ya unos meses, me contó que habían logrado cruzar el Atlántico y sus congelada superficie. Por debajo, sin embargo, variedad de criaturas parecían estar multiplicándose y creciendo gracias al nuevo medio ambiente. Nosotros perdimos pero ellas ganaron.

 Del otro lado del mar encontraron un continente hecho trizas. Grandes monumentos y edificios destruidos por el viento, los terremotos, el mar y el frío constante. Todavía existían algunas comunidades activas pero todas estaban migrando lentamente al sur, con la esperanza de encontrar un buen sitio para dejar de existir, para dejar este mundo que ya no nos quiere aquí.

 Las comunicaciones nunca han sido peores pero, en un buen día, podemos hablar con la gente del Ecuador, que tampoco está muy lejos. Tienen problemas serios o al menos solían tenerlos cuando empezaron a llegar. Muchos se apresuraron a formar un gobierno y a establecer las mismas reglas que habían gobernado a la humanidad desde hacía años. Pero eso ya no podía ser, simplemente no era posible. Este mundo no aguantaba más de nuestras viejas y tontas costumbres.

 Y parecía que después de diez años, la gente del Ecuador se estaba dando cuenta de ello. Ahora eran varias comunidades, cercanas pero no pegadas la una a la otra. Había algo de comercio e intercambio de ideas pero no como en el pasado. La idea era, claramente, seguir adelante hasta que el mundo se los permitiese, lo mismo que pensamos los que nos quedamos atrás, en los terrenos fríos. La diferencia es que nosotros, los del frío, creemos que el Ecuador terminará siendo aplastado pronto y no deseamos estar allí cuando ocurra. Será otra extinción en masa en la que no queremos participar.

 De pronto sea demasiado pretencioso pero queremos luchar hasta nuestro último aliento, no queremos rendirnos tan fácilmente. Sabemos que vamos a morir pero queremos extender la Historia humana lo que más se pueda. Hemos recuperado varios volúmenes que registran cada evento acaecido en este mundo y pretendemos seguir escribiendo hasta que muramos por cansancio o simplemente porque este mundo es más que nosotros, en todo sentido posible.

 Para ello, hemos vuelto a nuestras raíces, entrenando a nuestros animales para ser criaturas de compañía y ataque, si se presenta el momento de pelear contra la naturaleza. Y ya ha ocurrido: no es poco común escuchar acerca de ataques de osos y  lobos y otras criaturas que están mejor adaptadas que nosotros para este clima. Así que queremos estar listo para cualquier eventualidad de ese tipo. Porque queremos luchar.

 No se trata de hacer una declaración de principios ya que cualquier cosa por el estilo murió el día que este planeta fue condenado por nuestra propia mano. No, no queremos imponernos a la naturaleza ni a todo lo que existe hoy en día ni a los cambios que seguramente vendrán una vez más. Solo queremos que la naturaleza nos vuelva a sentir como suyos y podamos estar en paz hasta que nuestra especie simplemente se desvanezca en el tiempo. No queremos más que eso.

 Lo bueno de todo esto es que las relaciones ahora son más sencillas y más claras. Ya nadie oculta nada por el estilo. A nadie le importa ya con quien duerme alguien, si tiene hijos o cuales son sus valores. Lo único que importa es que estén presentes al menos una vez al día, sea para cazar, explorar, hacer de comer o planear movimientos a otros sitios. Eso es lo que nos interesa. Sobrevivir.

 Los valores murieron hace mucho, mucho antes incluso de que empezáramos a matar al mundo. Ya no nos interesa la hipocresía de la sociedad antigua, que hoy vemos como una sombra asesina que nadie quiere tener cerca de ninguna manera. Hoy en día no hay valores sino un empuje que sale de nuestro corazón y nuestra mente, un empuje que nos lleva a seguir viviendo y a no dejarnos vencer. Eso es todo lo que importa hoy en día.

 El viento frío avanza cada vez más y sabemos que ya lo sienten en las zonas todavía templadas del planeta. No pasarán ni diez años antes de que todo el mundo sea una bola de nueve por completo.

 A veces me pregunto que será de este mundo después, cuando ya no estemos en él. Muchos de los más inteligentes en nuestra comunidad dicen que lo normal es que esta era de hielo termine en algún momento y vuelva el calor de nuevo pero eso pasará en unos cuantos miles de años, si es que ocurre. Además, es bien sabido que el planeta no va a morir, solo nosotros haremos eso. El planeta seguirá adelante como siempre lo ha hecho, tal vez con alguna nueva especie como la reinante entre las demás. Me pregunto si ellos sabrán de nosotros, de nuestra existencia?


 Antes de acostarnos a dormir, tenemos la costumbre de mirar al cielo y contar historias. Los mayores cuentan historias de su pasado y los más jóvenes solo saben de este presente lúgubre. Pero otro vemos las estrellas y les contamos relatos de máquinas allá afuera que llevan nuestra marca y que, tal vez algún día, sean descubiertas. Tal vez alguien de fuera se interese en los residentes de esta bola blanca y no tengamos que perecer después de todo.

jueves, 29 de enero de 2015

Azúcar

  Cuando lo vi, tuve que detenerme y mirar alrededor. Ver algo así, con tantos colores y tan llamativo era tan extraño en este mundo dominado por el gris, el negro y el blanco. . No había nadie alrededor así que rápidamente me agaché, lo tomé con cuidado y me lo guardé en uno de los bolsillos del abrigo. No me atrevía a tocarlo mucho con las yemas de los dedos pero lo hice un par de veces de camino al trabajo. Que hacía allí ese caramelo?

 Era bien sabido por cualquier persona mayor de treinta años que los productos con azúcar habían dejado de existir hacía mucho tiempo. Una de las grandes pestes del siglo había destruido con voracidad toda las plantas de las que se extraía el azúcar. No se habían salvado ni los ingenios ni las plantaciones de remolacha. Todo lo que tenía azúcar dentro se había extinguido. Y sin embargo allí estaba ese caramelo, como desafiando a la Historia en mi bolsillo.

 Cuando llegué al trabajo me puse a hacer lo de siempre: corregir artículos cortos. Los revisaba para ver si tenían algún error y luego los reenviaba a mis jefes, quienes organizaban todo lo que saldría en el periódico del día siguiente. Los artículos siempre eran de lo mismo: las consecuencia de la guerra que, sin haberlo buscado, había propiciado la extinción del azúcar y de otros alimentos y animales. Armas químicas y biológicas salidas de control que nos habían costado mucho a todos.




 Ustedes tal vez no lo sepan o no lo recuerden pero esa guerra, rápida pero difícil de olvidar, fue la causa de la instalacin de ﷽﷽﷽﷽﷽, fue la causa de la instalaciuerden pero esa guerra, r periodicotos con azucar bajo. Que hacón de variadas dictaduras un poco por todas partes. La gente ya no confiaba en nada ni en nadie así que hombres más inteligentes habían tomado, sutilmente, las riendas de las naciones así como de sus economías. La sociedad es hoy poco más que esclavos de estos nuevos gobiernos.

 Y fueron ellos, o eso dicen, que propiciaron la extinción de tantas especies. Dicen que el miedo es el arma más grande que hay y creo que eso es verdad. El mundo entró en pánico al ver que todo alrededor se estaba muriendo y ahí todos imploramos por que parara. Y sí, se detuvo. Pero costó mucho más de lo que pensábamos. Los que habían causado el mal, lo eliminaron. Pero ya era demasiado tarde.

 Con la democracia murieron grandes extensiones de bosques, de vida marina y de productos que antes habían sido tan comunes. De esto hace unos veinte años. Yo era pequeño entonces pero lo recuerdo todo como si fuera una película dentro de mi cabeza que no puedo dejar de ver, una película que me obsesiona y me frustra porque no hay nada que pueda hacer al respecto.

 Ese día, después del trabajo, me detuve en el mercadito que había a una cuadra de mi casa. La verdad es que no es ningún mercado sino una tienda y una bastante desprovista de cosas. Solo compré una botellita de jugo de uva (sin azúcar, por supuesto), una bolsa de leche y dos paquetes de sopa instantánea. Cuando llegué a mi casa me puse a calentar el agua y me serví algo de leche. Me acerqué a una de las dos ventanas de mi pequeño apartamento y miré hacia fuera.

 Algunas otras personas llegaban del trabajo pero, pasada una media hora, ya no había nadie en la calle. Esa es otra de las nuevas reglas: solo se puede circular después de las siete de la noche con un permiso especial. Hay que pedir permisos para todo en estos días. Lo bueno es que son bastante fáciles de solicitar si uno en verdad los quiere pero es obvio que la policía y quien sabe quien más investiga hasta a la abuelita paterna para decidir si dan o no dan el permiso.

 Cuando el agua hirvió, la serví en un bol grande donde ya había pesto el contenido de una de las sopas instantáneas. Me senté a la mesa con el vaso de leche y, como adorno, saqué el caramelo del bolsillo de mi abrigo y lo puse exactamente enfrente mío, cerca de la leche. No lo quería tocar mucho porque sabía que los caramelos se volvían pegajosos con el calor o la humedad pero era imposible no mirarlo. Había pasado mucho tiempo desde que había visto algo parecido y era casi como ser hipnotizado por un objeto.

 Era un caramelo en forma de rueda pero sin un hueco en el centro. Y por los lados tenía líneas, sutiles tiras de color blanco. De pronto sonreí. Los colores del pequeño caramelo me llevaron rápidamente a otro recuerdo, a otro evento que ya había muerto, casi tan rápido como el atún del Atlántico. Esos colores eran los de la Navidad.

 Verán, hoy en día ya no celebramos nada a excepción, claro está, del día de la Nación. Ese día hay desfiles militares en todas las ciudad y grupos de ciudadanos organizan fiestas y conversatorios y conciertos en alusión a la grandeza de nuestro país. No sé si alguien más se da cuenta pero nuestro país, de hecho ningún país, tiene hoy en día nada de grande. Es bien sabido que todos estamos muriéndonos de hambre lentamente y no parece que se pueda hacer nada para impedirlo.

 Mi última Navidad fue el mismo año en que vi el último dulce, antes que este que poseo hoy en día como una reliquia del pasado. Esa Navidad la pasé en un pueblito, lejos de esta ciudad gris y sucia. Olía a verde, a pasto y árboles. Había llovido cuando abrí mis regalos. No recuerdo que eran. Me gustaría poder recordarlo. Lo que sí  vuelve a mi mente con claridad es la sonrisa de mi madre y las carcajadas sonoras de mi padre. Como los extraño…

 Ellos murieron a raíz de la hambruna que siguió a la guerra. Yo me terminé de criar con una hermana de mi padre y luego empecé a trabajar y a estudiar al mismo tiempo. Esto es lo normal ahora: cualquier chico o chica de dieciocho años trabaja y estudia. El estudio, o mejor dicho la carrera, no la elegimos nosotros. Existen unos exámenes que dejan claro para todos en que se destaca cada persona y según eso asignan la carrera y después, un puesto de trabajo.

 Supongo que está bien que ya no haya desempleo. Aunque esto es solo porque ya no somos tantos como antes. De pronto por eso esta ciudad se siente tan seguido como un pueblo fantasma. Casi diez millones, dicen algunos libros, vivían en esta ciudad. Incluso dicen que era más verde y colorida antes pero de eso no me acuerdo. Es como si mi mente ya no concibiera los colores vivos. Y sin embargo, tengo la prueba de que existen.

 El caramelo lo guardo en un lugar secreto de mi casa. No escribo en donde exactamente por si estas palabras cayeran en las manos equivocadas. Solo digo que lo saco cada cierto tiempo y lo miro, muchas veces por horas. Ver algo tan pequeño, tan único, me hace pensar que hay mucho más en el mundo de lo que podemos ver o, por lo menos, lo había.

Se podría decir que el caramelo ha mejorado un poco mi vida. En esta sociedad no es deseable ser alguien muy feliz pero siempre está bien visto que las cosas que hagas se hagan con gana. Y el caramelo ha hecho eso por mi. No sé si es esperanza pero ese pequeño objeto vestido de Navidad  me ha hecho ver el mundo de otra manera y creo que eso se refleja en mi entusiasmo en el trabajo.

 Odio lo que hago. Lo detesto. Corregir un articulo tras otro lleno de afirmaciones estúpidas que a nadie le interesan. Pero así es este mundo, no hablamos de lo que podría causarnos dolor, sea en el alma o en el cuerpo. Simplemente lo evitamos y seguimos de largo, como si nada hubiera pasado y muchos creen que así es.


 Hay días que llego a casa y corro para ver si el caramelo todavía existe. Y cuando lo veo a veces lloro, desesperado. Recuerdo a mis padres y los extraño. Entonces me golpea la realidad: tengo casi cuarenta años y no tengo hijos ni pareja. Eso es casi intolerable en esta sociedad. Pero no me importa. No quiero compartir con nadie todo lo que siento porque todo esto es mío y solo yo tengo derecho a sentirlo.