Mostrando las entradas con la etiqueta diferente. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta diferente. Mostrar todas las entradas

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Siempre estás conmigo


   Nunca creí poder verte a los ojos. Toco tu cara y me fascino al sentir el calor proveniente de tu interior. Me gusta como no sonríes y actúas como si fuera algo a lo que estás acostumbrado, cuando sé muy bien que no es así. Me gusta poner toda la palma de mi mano sobre una de tus mejillas y tan solo sentirte allí conmigo. Resistes cuanto puedes pero terminas siempre por cerrar los ojos o solo moverte un poco. Eso me indica que existes, que de verdad estás allí conmigo y que no te he imaginado como sí lo hice antes.

 Cuando era pequeño, tan solo un niño, supe muy bien que me gustaban los chicos. Me gustaba jugar con ellos, fuese un deporte o a los videojuegos. Me gustaba escucharlos hablar y reír. Creo que fue en ese momento cuando supe que la sonrisa de un hombre era para mí una cura para el alma. Sí, era solo un niño pequeño que no sabía nada de la vida, y sin embargo entendí muchas cosas de mi mismo sin en verdad enfrentarlas. Porque a esa edad no todo es un problema ni causa un drama existencial irreparable.

 Mi curiosidad sexual también se despertó y creo que hice lo que muchos hicimos en ese tiempo: orinar con otros amigos y compararnos unos con otros, como si estuviésemos hablando de carritos de juguete o algo así. No le poníamos mucha atención a nada y creo que por eso todos olvidamos todo tan rápido, sobre todo cuando ha pasado tanto tiempo. Juzgamos duro a los más jóvenes porque olvidamos lo que hacíamos cuando lo éramos. Y eso, estoy seguro, lo hacemos a propósito la mayoría de las veces.

 Ya cuando la pubertad entró a mi vida como un tornado, empecé a soñarte. Es verdad que no siempre tuviste el mismo aspecto pero creo que fue a los doce años cuando supe que quería tenerte en mi vida. En ese momento todo era muy romántico, pues yo solo sabía del amor por las películas y los personajes de los dibujos animados. Lo que yo imaginaba era básicamente un príncipe azul que era perfecto, tal vez con la cara de alguno de mis actores favoritos de la época, que venía y me rescataba de mi triste vida solitaria.

 Ser homosexual es difícil, sobre todo cuando sé es niño o adolescente. De pronto hoy en día las personas sean más comprensivas o abiertas a las cosas pero en mi época no era así y tuve que callar muchas cosas. No podía estar contándoles a mis compañeros y amigos y amigas y demás personas, sobre lo que pasaba por mi cabeza. No podía explicarles que cuando me tocaba por las noches no veía mujeres hermosas o modelos de calendarios sino a hombres que veía todas las tardes en la televisión. Ni siquiera comprendía mucho del sexo y sin embargo los imaginaba allí conmigo.

Mi primera relación sexual fue años después y no fue ni lo más increíble de mi vida ni tampoco decepcionante. Fue solo algo que debía de pasar, no le puse más atención de la que debía pero sí pensé que si hubiese sido contigo, las cosas hubiesen sido muy distintas. Seguro me habría emocionado más verte allí, y mis labios habrían sabido besar de una manera más hábil y segura. Creo que te habría abrazado y jamás te hubiese dejado ir, sin importar las palabras de nadie ni lo que pudiese estar pasando en el mundo.

 Sin embargo, seguías sin aparecer y ya para cuando tuve mi primer novio real, estuve casi seguro de que simplemente no ibas a aparecer jamás. Al terminar esa relación de manera tonta y adolescente, me sentí tonto al creer que el amor era esta cosa que parecía salir de una ridícula película romántica. Decidí dejar de ser el idiota que piensa en el príncipe azul y me dediqué a pensar en mi mismo, decidí ser solo yo y tratar de mejorar lo que eso era, porque todavía no tenía muy claro cual era mi rol en este mundo.

 Y me tomó tiempo. No puedo dejar de pensar lo diferente que hubiese sido todo si hubieses estado allí conmigo. Veía a unos y a otros juntarse y separarse y tengo que admitir que me daba envidia. Es increíble lo rápido que las personajes aceptan a otros pero no se enteran por un solo segundo lo que es vivir bajo su piel. Seguía con los mismos secretos de antes, teniendo que embotellar todo lo que pensaba en mi mente, sin poder ser sincero con nadie excepto con pocas personas, por cortos periodos de tiempo.

 Sí, hubo gente que pasó por mi vida, pero no te he mentido cuando te he dicho que nada significaron pues en un momento clave, cuando alguien decidió que la mentira era la mejor opción, decidí que iba a dejar de buscar el amor a propósito. Decidí que el amor tenía que ganarme a mi como si yo fuese el premio y no el amor en sí. Me dediqué entonces a dejarme llevar y a crecer como persona y ese crecimiento vino con una rica vida sexual de la que ahora tu eres el receptor de sus beneficios.

 Hice de todo con muchos y, como bien sabes, no voy a pedir perdón por nada de lo que he hecho. Sería una tontería pues en cada momento disfruté de lo que hacía, lo hice feliz y sin remordimientos y sin lastimar a nadie. Muy al contrario, hacía a otros igual de felices que a mi. Dejé de pensar en el príncipe azul y te dejé a ti casi en el olvido, en un pequeño rincón de mi cerebro que se fue llenando con polvo y telarañas. El tiempo pasa y no perdona jamás. Te fui dejando a un lado porque simplemente eras una de las ilusiones de un niño solitario y no podía seguir siendo él toda mi vida.

 Sin embargo, soy de aquellos que creen que jamás dejamos de ser nosotros mismos. Podemos ir y venir, hacer y deshacer, y siempre seguimos siendo exactamente los mismo en lo más profundo de nuestro ser. La gente dice que cambia y que aprende y que evoluciona y la verdad no sé que tanta verdad haya en eso. De pronto es verdad pero sí creo que en nuestro corazón somos la misma persona desde el momento en el que nacemos hasta que nuestro cuerpo deja de funcionar y alimenta de nuevo a la Tierra.

 El caso es que me concentré en otras partes de mi vida y el amor, o como se llame ese sentimiento, dejó de existir para mí o al menos su importancia fue tan insignificante para mí, que simplemente parecía no tener ni siquiera validez. Me dediqué a ser una persona en otros aspectos, a trabajar y a aprender e incluso quise tratar de establecer relaciones con otras personas, relaciones basadas en la amistad, en gustos similares y en trabajo. Lo intenté por un buen tiempo, con la mejor actitud que me fuese posible.

 Pero mi mejor actitud no fue suficiente. Me di cuenta de que soy una de esas personas que a nadie le interesa conocer. Creo que esa realización ya la había tenido pero la diferencia entonces fue que acepté lo que quería decir. De pronto a los quince años me habría sentido mal y hubiese incluso querido acabar con mi vida, pero ya mayor, con más de treinta años de edad, decidí que eso no importaba. Si no soy interesante, ni llamo la atención y a nadie le interesa conocerme, debo y quiero entenderlo como problema de ellos y no mío.

 Algunos me acosarán de negativo y de culpar a otros por mis problemas pero así es como me siento y jamás me voy a disculpar por ser yo mismo. No tendría sentido alguno serlo. Y creo que fue en ese momento, cuando por fin me di cuenta quien era y lo que quería en mi vida, que pude correr las cortinas que nublaban mi vista para por fin ver tu rostro detrás de ellas. Tengo que decir, y ya lo sabes, que creí que eras una ilusión. Eres más hermoso de lo que nunca te imaginé, y eso me hizo sonreír, como en esa primera vez que nos conocimos.

 Supe desde el comienzo que eras diferente y por eso insistí en conocerte mejor. Entendí tu actitud y por eso tuve paciencia y ahora sabemos que todo funcionó, como yo siempre pensé que lo haría. Cuando hicimos el amor por primera vez, entendí que todo estaba pasando tal y como debía pasar, ni más ni menos.

 Y ahora toco tu cara y tu tocas la mía, te abrazo y tu me besas. Estamos solos tu y yo y creo que las cosas nunca podrían ser mejores. Tengo miedo pero al mismo tiempo me siento irremediablemente feliz. Por fin sé lo que eso se siente y te lo debo todo a ti y a nunca haberte dejado de soñar.

viernes, 24 de agosto de 2018

No soy de los que golpean


   Hundí mi puño lo más que pude en su estúpida cara. Lo hice una y otra y otra vez, hasta que mi puño se sintió herido también y caliente de la sangre que brotaba de las heridas del otro. Su sangre era más roja que la mía, más liquida incluso. No sé porqué, pero eso me dio tanto asco que seguí sosteniéndolo con una mano y golpeándolo con la otra. Ya no era desafiante y orgulloso, como hacía pocos segundos. Ahora parecía querer protegerse de mi puño, parecía asustado. Entonces lo noté y no pude evitar reírme.

 Era como si alguien más se hubiese reído pero había sido yo. Había bajado un poco la mirada y había notado como sus pantalones se iban mojando desde adentro. Mi risa me lastimó incluso a mi y lo puso a él a llorar. Fue cuando lo solté, dejándolo caer al suelo. Pensé que saldría corriendo o algo por el estilo, tal vez una sarta de insultos. Pero no, se quedó allí tirando, como un trapo viejo y sucio. Creo que lo herí mucho más de lo que pensaba y tal vez incluso lo había dejado algo traumatizado, como hombre adulto que era.

El primero en irse resulté ser yo. Era ahora obvio que todo el peso de la ley me iba a caer encima, como una ducha con aceite. No iba a ser fácil dar conmigo, después de que él le dijera a todo el mundo lo que le había hecho. Sí, era un prepotente, un tipo conocido por reducir a todos los demás a algo mucho menor que nada. Él había sido el golpeador tantas veces que seguramente jamás se había imaginado que alguien lo golpearía de la misma manera, que alguien se atreviera a desafiar su poderío sobre los demás.

 Pero yo lo hice. Y mientras lo hice, sentí mucho placer. No había sido nunca del tipo de personas que golpean a otras, pero esta vez todo había confabulado para que las cosas pasaran como lo hicieron. Sus estúpidas palabras llegaron a mis odios en un día en el que todo estaba al revés, en el que nada parecía ir bien para mí. Sus palabras fueron la gota que derramó el vaso y por eso recurrí a una medida que jamás había utilizado. Creo que jamás había golpeado a nadie en mi vida. Tal vez por eso fui tan salvaje.

 Al comienzo, me le acerqué y lo empujé. Él, como buen gallo de pelea, lanzó el primer golpe y acertó. Sin embargo, eso fue lo suficiente para volverme loco. Fue entonces que yo lancé un golpe y luego otro y luego otro. Y él fallaba porque mi velocidad era ahora más alta que la suya y mi precisión mucho más certera. Le di puños en el estomago e incluso usé mis piernas para herirlo en su masculinidad. Eso también me dio risa pero no reí, solo disfruté del momento. Fue entonces que tomé su cabello entre una de mis manos y lo sostuve fuerte para poder golpearlo a mi placer, sin ningún tipo de límite.

  Caminando, alejándome del lugar de los hechos, me di cuenta de que tenía su sangre por todo el antebrazo derecho. Y mis nudillos, pobrecitos ellos, se habían abierto un poco de la cantidad de golpes que había propinado y de la cantidad de hueso que había golpeado. Porque el tipo ese era un flaco alto, uno de esos en los que la fuerza yace en el peso mismo de sus huesos de caballo. El idiota jamás había peleado en su vida ni entrenado para hacerlo, solo tenía el cuerpo apropiado y por eso se aprovechaba de otros.

 Yo, en cambio, era de carne blanda. Era torpe para muchas cosas, sobre todo con las que tenían que ver con las manos. Y sin embargo, las cosas habían pasado como habían pasado. Me limpié la sangre con el suéter que llevaba puesto, recordando que debía echarlo a la lavadora sin que mi madre se diera cuenta. Tenía entendido que la sangre era fácil de lavar, así que no deberían quedar rastros en la prenda después de pasar un buen rato en la lavadora. Hice la nota mental mientras caminaba frente a varios comercios.

 En el reflejo de uno de los vidrios de los aparadores, me di cuenta de que mi cara también tenía rastros de la pelea. Eran solo un par de moretones, pero lo suficiente para que mis padres pensaran que había estado en una pelea. Seguramente armarían un lío tremendo, llamando al director de la escuela y hasta a cada uno de mis profesores. Eran del tipo de gente que no podían dejar de pasar nada, tenían que meterse en todo y dar su opinión de cada cosa que pasara en sus vidas y en las vidas de otros.

 Los amo, como todos a sus padres, pero a veces me sacan de quicio y por eso salgo tanto a la calle. Me paseo por ahí, voy a sitios lejanos de mi hogar, compro libros y golosinas con el dinero que gano haciendo mandados y de vez en cuando fumo algo en algún parque solitario. De hecho, mi mano adolorida sintió el bultito que hacían el porro de marihuana y el encendedor en el bolsillo. Fue entonces que caí en cuenta que debía tirar el porro antes de que algún policía me detuviera por mi aspecto.

 Caminé más deprisa y entonces tuve una idea. La idea equivocada pero la tuve antes que la idea correcta, y por eso la elegí. En vez de tirar el porro en el bote de la basura más cercano, decidí ir a un pequeño parque que conocía muy bien. Era cerca y la gente nunca iba cuando había un clima tan feo como el de ese día. Estaba ya goteando y para llegar había que subir una pequeña loma. Así que no habría nadie y podría fumarme el porro en paz, ayudando así a mi recuperación de forma más pronta y agradable. Me encantaba convencerme de cosas que sabía que no tenían sentido, pues no había nadie para contradecirme.

 Cuando llegué al parque, vi que tenía toda la razón: no había absolutamente nadie en el lugar. Di la vuelta buscando algún mendigo o algún niño perdido de su madre, pero el lugar estaba solo. Me senté en la única banca que había y, mientras prendía el porro, observé la vista desde allí. Era muy hermoso, con árboles en primera línea y edificios en segunda. Pero más allá, a lo lejos, se veía el resto de la ciudad. Allá lejos, donde mucha gente trabajaba y vivía y se divertía. Donde parecían haber mejores posibilidades.

 Claro que eso era una ilusión porque en ningún lugar cercano había verdaderas posibilidades de nada. Era un terreno intelectualmente muerto y por eso estaba yo cada vez más desesperado. El colegio ya se terminaba y tenía que tomar el siguiente paso. Le di una calada al porro y aguanté el humo lo más que pude, mientras que pensaba en que no sabía quién era ni lo que en verdad quería. Pensaba que era un tipo tranquilo, sereno, que no se metía en líos. Y sin embargo, casi había matado a golpes a un infeliz.

 Sonreí de nuevo. No supe si era la marihuana o si de verdad todavía me hacía gracia el hecho de que el idiota ese se meara encima. Creo que era un poco de ambos. No puedo negar que lo que hice lo disfruté y mucho. No solo porque se lo merecía sino porque pude sentir poder sobre alguien y, debo decir, que no hay nada como eso. Ese miedo es muy interesante, causa una reacción química en mi interior que me hace ver todo de una manera muy extraña. Me fascina al mismo tiempo que me asusta.

 Por eso sé que no sé quién soy. ¿No es eso gracioso? Solo sé que debo seguir hacia delante, sin importarme nada más sino que existo en este mundo y por lo tanto debo seguir moviendo porque, si me detengo por completo, el mismo sistema existente se encargará de devorarme por completo. Lo que hice antes, golpear al tipo ese, fue una anomalía que seguramente no se repita. De hecho, puede que ya me esté buscando para romperme a cabeza de una manera aún peor de lo que yo podría imaginarme. No me sorprendería.

 Fue entonces cuando, a medio porro, sentí que alguien se acercaba. Mis reflejos ya más lentos, no escondí la marihuana a tiempo. Así que quién entró la vio. Se detuvo un momento y luego solo tomó el porro de mis dedos y se sentó a mi lado, contemplando la vista mientras daba una profunda calada.

 Su cara no estaba tan mal como yo pensaba. No quise mirarlo mucho porque no sabía qué hacer en ese momento, pero estaba seguro de no querer pronunciar más palabras de las necesarias. Sin embargo, sí noté que la mancha de orina seguía allí. Después me pasó el porro y más tarde él lo terminó, en silencio.

miércoles, 13 de junio de 2018

Habilidades especiales


   Volé sobre el mar por varias horas, hasta que sentí que había llegado al lugar correcto. Dando una voltereta un poco tonta, aterricé cerca de un acantilado hermoso. La luz de la tarde acariciaba a esa hora toda la costa y las sinuosas grietas de toda la zona se veían todavía mejor con esa luz color ámbar que lo bañaba todo. Los animales, más que todo aves, parecían haberse calmado solo por la presencia de semejante fenómeno natural tan apacible. Era un lugar perfecto para alejarse del mundo y poder pensar un poco.

 Al menos eso era lo que yo había ido a hacer allí. Después de tanta cosa, de peleas con personas de un lado y de otro y de batallas reales con consecuencias abrumadoras, había decidido que tenía derecho de irme lejos para poder pensar un poco. Sabía que mi decisión no sería bienvenida con todos pero la verdad eso era lo de menos. No podía agobiarme a mi mismo tratando de complacer a los demás, no en ese momento. Necesitaba pensar en mi mismo por un tiempo, saber qué era lo que necesitaba como ser humano.

 Ser humano… Que gracioso suena decir eso e incluso pensarlo. Ser un humano… Y yo vuelo y vine aquí después de viajar una larga distancia. Y la gente que conozco, con la que trabajo, tiene las mismas características, aunque no todos vuelan. Por ejemplo, Loretta sabe gritar de una manera que a nadie le gustaría escuchar jamás. Es gracioso porque suele ser muy callada, tal vez por eso mismo. Y Antonio puede manipular la forma de su cuerpo a voluntad. Se puede meter por donde quiera, no hay nada que lo detenga.

 Y Javier… Mierda, olvidaba lo mucho que me duele pensar en él. Solo hemos podido hablar solos un par de veces, y en ambas ocasiones ha pasado algo que no nos ha dejado decir mucho más que algunas frases sin sentido. Él anda para arriba y para abajo con Marta, esa chica rubia que básicamente es la secretaria de nuestro jefe. Ella no es especial como nosotros pero se comporta muchas veces como si viniera de otro planeta. Desde que trabajamos todos juntos me ha caído bastante mal y ahora es cada vez peor. No la soporto.

 Su mirada es siempre condescendiente y habla como si le estuviera explicando todo a un montón de niños de preescolar. Creo que no soy el único que no aprecia su presencia en el equipo, pero ciertamente sí soy el único que se ha ido a discusiones verbales con ella. Jamás he sido muy bueno que digamos en eso de callarme y seguir adelante. No puedo. Tengo que decir lo que pienso, así sepa que voy a herir a alguien con mis palabras. Pero ella parece estar hecha de teflón o algo por el estilo porque parece que nada le hiciera daño. Las cosas, sin embargo no son peores y eso es por Javier.

 Al comienzo, tengo que confesar, que no lo había detallado mucho. Pasaron seis meses hasta que nos hablamos por fin. Fue un breve intercambio en un ascensor. Hablamos de nuestras habilidades especiales y de nuestra vida justo antes de empezar a trabajar en el equipo. No dijimos nada demasiado profundo ni demasiado personal. Fue un simple intercambio de palabras entre personas que trabajan en un mismo lugar. Fue cordial y amable, ni más ni menos. Y sin embargo, debo confesar que sentí algo entonces.

 Mientras camino por el borde del acantilado, mirando como el mar crea cada vez más espuma sobre las rocas, recuerdo como empecé a pensar en él cada vez más. Era como obsesión que había nacido y se apoderaba cada vez más de mi mente e incluso de mi cuerpo. La segunda vez que hablamos fue mucho después, cuando ya habíamos trabajado de manera activa juntos. Debo decir que cuando mencioné antes que habíamos hablado solo dos veces, me refería a después del incidente. El muy desafortunado incidente.

 Nuestra versión oficial era que no había pasado nada y que todo lo que la gente decían eran puros chismes que buscaban crear algo donde no lo había. Pero nosotros tres, Javier, Marta y yo, sabíamos muy bien que todo lo que se decía por ahí era completamente cierto. Era muy complicado parecer indiferente ante algo que todos parecían interés en discutir. Además cada uno lo asumía de manera diferente: unos de verdad querían saber y preguntaban detalles y otros se hacían los indiferentes pero obviamente querían saber más también.

 Al fin y al cabo, lo único que habíamos hecho era darnos un beso. Aunque eso sonaba demasiado romántico. No había sido tanto un beso como una acción de extrema urgencia que habíamos tenido que tomar en el frente de batalla. Javier había sido herido gravemente y su respiración parecía haberse detenido. Por radio, nos dijeron que lo mejor era ayudarlo a respirar. Eso solo podía hacer con un masaje cardiaco, imposible en nuestra situación, o con respiración de boca a boca y masajes en el área abdominal.

 El problema recaía en que Javier tenía una habilidad bastante peculiar y es que absorbía la energía de cualquier ser humano que lo tocara. Al parecer era algo que podía manejar pero solo cuando estaba consciente y en buen estado de salud. Así, desmayado como estaba, no se sabía. Fue Marta quién sugirió que yo lo hiciera. Pensaba que la habilidad de Javier podría matarla a ella pero yo, por mis poderes, podría sobrevivir. Tengo que admitir que ella no tuvo que insistir mucho. Lo hice sin pensar en nada, lanzándome al vacío como lo había hecho antes en tantas ocasiones. El eterno irresponsable.

   Al comienzo, no sentí nada. Pero luego empezó un cosquilleo en mi boca que se hizo cada vez más notable con cada intento para que Javier pudiese respirar de nuevo. Mis labios y mi cuerpo entero hacían lo que podían, bombeando aire dentro de Javier para que este pudiese vivir. Pero por alguna razón, no funcionaba. Fue como al décimo intento cuando vimos signos de vida en él: tosió y se movió un poco. Yo estaba feliz. Detuve mis intentos y lo miré a los ojos. Fue entonces cuando sentí arder mi alma.

 Esa es la mejor manera que tengo para describirlo. Mientras veo como el sol cae en el mar para ocultarse durante otra noche más, recordé como ese ardor indescriptible recorría mi cuerpo y parecía hacerme querer ver el infierno. No recuerdo gritar pero Marta dice que lo hice. Incluso, la única vez que hablamos de ello, en presencia del jefe, dijo haber visto como mis ojos se ponían de un color rojo brillante. Dijo estar muy asustada y no querer hablar nunca más del tema. Y no lo hicimos, con nadie.

 La gente solo sospechaba que yo había besado a a Javier para salvarlo, eso era todo. Se burlaban a besos, haciendo chistes idiotas acerca del momento. Ellos no estaban allí, así que no tenían idea de cómo había sucedido todo. No sabían del afán que tuvimos de salvarle la vida a Javier y no tenían ni idea, ni podían imaginarse, que algo dentro de mi cuerpo se había despertado con esos “besos”. En vez de quitarme energía, parecía que Javier me había dado algo que yo no había poseído antes. Desde entonces, tengo miedo.

 Por eso vine aquí, a un lugar que solo había visto en documentales y películas. Es una isla sin habitantes en las costas escocesas. Gente ha venido aquí en muchas ocasiones pero nunca se quedan mucho tiempo. El mar y el viento no dejan que la gente se acostumbre al clima tan severo. Hay tormentas con frecuencia, por lo que no es raro que la lluvia cubra toda la superficie del lugar por varias horas. No es un sitio al que alguien vendría a buscarme y precisamente por eso me vine volando hasta aquí.

 La luz ya se había ido. El sol ya no estaba pero entonces la Luna apareció tras unas espesas nubes oscuras e iluminó el extenso mar que había abajo. Me senté al borde del acantilado, sin miedo de caerme. Había perdido el temor a muchas cosas con el paso del tiempo, una de ellas las alturas.

 Entonces sentí de nuevo ese ardor en el pecho. Por un momento pensé que me iba a partir el cuerpo en dos. Pero entonces lo logré dominar, o eso creo. Fue entonces cuando entendí que no debía quedarme allí mucho tiempo. Tenía que volver. Tenía que hablar con Javier de todo esto y de más aún. Era necesario.

viernes, 9 de febrero de 2018

Del saber y el deber

   El día anterior a su partido lo pasamos juntos. Le propuse venir a mi casa y pasar todo el día allí, los dos solos. Al otro día lo recogerían sus padres para llevarlo a comer algo con ellos antes de partir a su viaje de seis meses. Pero yo lo quería para mí solo por lo menos un día entero. Era lo que nos merecíamos, o al menos eso pensaba yo. La verdad era que eso era lo que yo quería y si me lo merecía o no era lo de menos. Solo quería sentir que lo tenía allí, cerca de mí, antes de que pasara lo desconocido.

 La manera en que lo había conocido no era la más común y corriente del mundo. Había sido en mi último año de secundaria, cuando todos los hombres teníamos por obligación asistir a una reunión con el ejercito para ver si éramos aptos o no para el servicio militar obligatorio. Obviamente, ninguno quería ser apto pues éramos un país en guerra y cualquiera que pudiese pasar un año entero haciendo su servicio podía ser enviado con toda facilidad a alguno de los frentes de la contienda.

 Yo sabía de antemano que no iba a ser apto para estar en el ejercito: no solo tenía un problema notorio en uno de mis músculos pectorales, cosa que me descalificaba de entrada, sino que también usaba gafas aunque la verdad era que mi miopía no era tan grave como ellos tal vez pensaran. El caso era que nada me preocupaba acerca de presentarme en ese lugar. Lo único era la revisión médica, que se hacía en grupo. Es decir, nos hacían quitar la ropa, a todos los hombres de último grado de secundaria, unos frente a otros.

 Aunque en otro contexto tal vez me hubiese interesado semejante espectáculo, la verdad era que de todas maneras me asustaba un poco el riesgo de que, por alguna razón, lo que me descalificaba de entrada ya no fuera algo grave para ellos. Al fin y al cabo, eran militares. No se ponen nunca a mirar mucho las cosas, solo hacen y listo. Así que aunque no puedo decir que no quería mirar a algunos de mis compañeros sin ropa, no era mi prioridad esa mañana de mayo, en la que hacía una temperatura agradable.

 Habían médicos mirando de lejos y revisando de cerca si veían algo que los hacía dudar. Y detrás de ellos, tres soldados que hacían de asistentes con cajas de guantes de plástico y toallas y no sé que más cosas. Fue entonces cuando perdí el interés por ver a mis compañeros de clase sin ropa. Porque detrás de los doctores, unos ojos color miel me miraban con una sonrisa tan perfecta que sentí que el tiempo se había detenido casi por completo. Yo me tapaba los genitales con las manos y una doctora revisaba mi pectoral extraño. Pero yo solo lo miraba a él.

 Al minuto me dijeron que podía vestirme e irme pues no era apto para el servicio. Empezaría entonces el proceso para generar una factura, basada en los ingresos de la familia. No puedo decir que puse mucha atención porque no lo hice, mientras me ponía la ropa, lo miraba a él. Pero de pronto un oficial entró y lo hizo salir y no lo vi más. Eso fue hasta que salí del recinto y me lo encontré cuando me tropecé con él al salir a la calle. Él iba a entrar y yo a salir y cuando nos chocamos solo sonreímos.

 Me dijo que lamentaba que no fuese apto. Yo le respondí que me alegraba no serlo. No estaba en mi coquetear a la primera sino ser brutalmente sincero, un rasgo que muchas personas detestaban en mi. Él sonrío y me dijo que su nombre era Raúl. Yo sonreí de vuelta y le di la mano. Le dije mi nombre y entonces noté que su apellido era Rivera, pues lo tenía en el uniforme. El momento fue interrumpido por el mismo oficial que lo había sacado de la revisión. Le pedía que lo siguiera.

 Raúl se apuró al instante. Era obvio que hacer esperar a un oficial de mayor rango no era lo correcto en el contexto del ejercito, así que se apuró a sacar su celular del bolsillo de la chaqueta y puso frente a mi casa la pantalla, que mostraba una serie de números. Un poco torpe, saqué mi teléfono y copié el número. Estaba en el último digito cuando me di cuenta que Raúl ya no estaba en la puerta. Se había ido detrás de su superior, al parecer casi corriendo para alcanzarlo.

 Allí empezó todo. Yo nunca pensé en relacionarme con alguien que tuviese que ver con el ejercito. No estoy de acuerdo con el uso de armas ni con ningún tipo de ofensa que requiera el uso de soldados a gran escala. La primera vez que salimos le dije todo eso, porque no quería ser hipócrita y que él pensara yo era alguien diferente al que de verdad soy. Se lo tomó muy bien e incluso bromeamos al respecto. La verdad era que Raúl era tan simpático, que su profesión era lo de menos.

 Eso fue hasta que le empezaron a pedir que saliera más de la ciudad. Se iba por algunas semanas y volvía normalmente más bronceado y cansado. Cuando lo veía, parecía estar a punto de dormir. Esos era los buenos días. Había otros que no lo eran tanto, como cuando no quiso verme por más de un mes. Hubo un momento en el que me cansé y amenacé con presentarme en su casa, a sus padres, si él mismo no salía a verme. Su padre había sido militar también, lo que hacia de la familia una muy conservadora. Yo sabía bien que ellos no sabían que su hijo era homosexual.

 Cuando por fin nos vimos, lo vi muy mal. No solo parecía cansado, sino que estaba pálido y parecía no haber comido bien en varios días. Le pregunté como se sentía y me dijo que mal. No había mucho en su manera de hablar, solo una expresión sombría que me dio bastante miedo al comienzo. Le tomé una mano, allí en el parque cerca de su casa. Temí que me rechazara, que me gritara o me echara del lugar. Pero en vez de eso me apretó la mano y empezó a llorar y hablar, casi sin respirar.

 Había sido testigo de cosas horribles, de cosas que no podría borrar nunca de su mente. Me dijo que había visto gente morir y que él mismo había disparado contra otras personas. Me contó de sus experiencia en un enfrentamiento en la selva y como había tenido que aguantar solo por toda una noche hasta que más soldados pudieron venir en su auxilio. Lo habían promovido por su tenacidad pero las secuelas de todo el asunto habían calado hondo en su mente y en su vida.

 Esa vez, como muchas otras, lo invité a mi casa. Es extraño decirlo, pero antes de eso la relación no había parecido tan seria como me lo pareció entonces. Ahora sí que parecíamos una pareja en todo el sentido de la palabra, incluso el sexo se sentía diferente, mucho más satisfactorio y personal. Nos conectamos bastante a raíz de ese momento y creo que todo mejoró para ambos. Incluso tuvo el valor para decirle a sus padres que tenía una relación con un hombre, aunque nunca me han conocido personalmente.

 Y ahora ha llegado el momento que más ha estado temiendo: otra de esas misiones largas que se extiende por un pero de tiempo aún más extenso ya que su nueva posición lo convierte en una persona más indispensable adonde sea que quieren que vaya. Le pedí que no me contara muchos detalles, porque creo que en este caso la ignorancia sí puede ser algo bueno. No quiero estar pensando todos los días en si estará vivo o muerto, a salvo o corriendo quien sabe qué riesgos.


 Por eso lo invité a quedarse conmigo por todo un día. Cocinamos juntos, hicimos el amor varias veces, vimos varias películas que desde hacía mucho queríamos ver y hablamos de todo y de nada. Por la mañana, me desperté primero y le hice el desayuno mientras se duchaba. Lo vi vestirse y le di un beso mezclado con lágrimas justo antes de irse. No quería pensar en nada pero sin embargo todas las ocurrencias que podía tener se mostraban al mismo tiempo en mi cabeza. Pero ya no había nada que hacer. Lo había elegido a él y tenía que vivir con esa decisión y sus consecuencias.