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lunes, 12 de octubre de 2015

En la noche

   Hace poco, todos los habitantes del hogar se han sumido en sueños profundos. Nadie en toda la casa está despierto, todos arrullados suavemente por la lluvia que empezó a caer cuando todavía era de día. No es una tormenta como tal, pero el golpeteo en los cristales de las ventanas hace sentir que es más fuerte de lo que en verdad es. En la oscuridad de la casa, solo se escuchan algunos ruidos: el crujir de los objetos por el frío de la noche, el zumbar de los aparatos eléctricos y, por supuesto, el ronquido o respiración de los miembros de la familia. En este caso son cinco personas, todas profundamente dormidas. Todos sueñan algo distinto pero, por lo que parece, parecen disfrutarlo igual.

 Incluso la mascota, un perro acostado a los pies de la cama de su dueño, duerme profundamente aprovechando el calor generado por los seres humanos. Y es que la casa no está fría a pesar del viento y de la lluvia afuera, al contrario. Los cuartos están tibios gracias a que las personas en dicho lugar se mueven bastante y usan aparatos que producen ese calor y no hablo de calefacción. Es un sitio agradable y tal vez sea por eso que todos los que visitan el sitio tienen algo bueno que decir al respecto. Es una familia que se ama y se respeta y eso se siente sin lugar a dudas. Eso sí, cada uno tiene sus miedos e incluso uno de los jóvenes tiene una pesadilla al respecto de algo que lo tiene pensando bastante. Se remueve en su cama pro jamás se despierta.

 Eso es todo en esta casa. Afuera el clima es más duro y más triste. Es difícil no sentirse algo deprimido cuando llueve de esta manera. Es algo insistente pero sin verdadera fuerza. Mientras la calle pasa debajo, se ven más allá más y más edificios y casas. En la calle no hay nadie, al menos no que se pueda ver con facilidad. Eso es increíble porque hay muchas personas en el mundo que no tienen un hogar al que ir o el valor de pronunciarse cuando las cosas se han puesto más que difíciles. Pero bajo la lluvia, parece que todos han sabido encontrar refugio. Eso sí, habrá que ver si es un refugio lo suficientemente bien arreglado para resistir esta lluvia persistente y los riachuelos que crea.

 En otro hogar, el dos personas mayores, un hombre se ha quedado dormido frente al televisor que ya no muestra ninguna imagen, solo mucho puntos blancos y negros. Al parecer la señal del canal es igual de vieja que él, pues ha salido de sintonía por ser de noche. El anciano tiene la cabeza hacia un lado en su sillón y no parece importarle semejante posición, que seguramente le traerá un dolor de cuello bastante fuerte al día siguiente por el que se quejará por varios días. Su esposa, mientras tanto, duerme con más espacio de lo normal en su cama de matrimonio, por lo que contrario a su esposo, ella tendrá una de las mejores noches de su vida desde hace muchos años.

 De nuevo afuera, por fin vemos alguien vivo. No nos puede ver y tampoco parece que pudiese si quisiera. Es una mujer cubiertas en harapos, en ropa vieja y sucia, que parece no estar muy preocupada por la lluvia. Mueve su cabeza de un lado a otro y habla sola, como si estuviese respondiéndose a si misma varias preguntas en el mismo momento que las formula. La mujer camina despacio, sus zapatos ya llenos de agua. De pronto es que ha perdido la razón hace mucho y ya no hay tormenta que la saque de ese estado. Lo más probable es que nunca regrese de donde sea que está y puede que sea lo mejor para ella pues no sabemos que la puse en ese estado en un principio. Así que la dejamos ahí, deambulando.

 Hay más gente despierta de lo que pensábamos. En un apartamento hay dos jóvenes compartiendo una cama y viendo una película. Por lo que se puede ver, estuvieron teniendo relaciones sexuales o algo por el estilo pues hay ropa por todos lados y las sabanas parecen haber sido haladas con fuerza. Pero ahora están uno al lado del otro, ya soñolientos, viendo una de esas películas que solo ponen en la madrugada. Ninguno de los dos le pone mucha atención a la película. El secreto es que nadie sabe que ellos están allí, compartiendo aquel lugar así que desean aprovechar el tiempo lo mejor que se pueda. Pero después de un rato deciden darse por vencidos. Se abrazan suavemente y quedan profundos en cuestión de segundos.

 Aquí nos quedamos un rato, porque nos toca el corazón (o lo que sea que tengamos) ver algo tan lleno de amor. Son dos personas que se abrazan y parecen sentirse como nadie más en el mundo. Para ellos la lluvia que cae es el velo perfecto para apartarse de los demás y sentirse únicos en el mundo. Es un sentimiento válido, algo que creo que todos hemos sentido alguna vez: ese afán por sentirnos especial cuando sabemos que no hay nada definido que diga que lo somos. Estos dos jóvenes saben que no lo son pero se sienten especiales estando juntos y, al final, eso parece ser lo que importa en la vida. Que importa lo que piensen o sientan otros cuando uno mismo se siente tan bien y tan lleno de vida.

 Nos retiramos con pesar y volvemos a la calle para quedarnos un rato en el parque. Es uno de eso espacios que uno jamás ve en la noche y menos cuando llueve. Hay quienes se lo imaginan lleno de criminales o algo por el estilo pero la verdad es que este está casi vacío a excepción del chico que trata de dormir en una banca. Se escapó de su casa hace poco pero no pudo encontrar un sitio para dormir así que vino al parque. Su chaqueta apenas lo protege de la lluvia y a la vez llora porque siente que todo lo que hace lo hace mal y que no tiene lugar ni aquí ni en ninguna otra parte. Por supuesto, se siente solo y desgraciado, sin nadie quién lo abrace en semejante situación.

 No sabemos porqué está allí y la verdad es que no importa, no es de nuestra incumbencia. Pero el dilema es que está allí y es innegable. Como es que alguien tan joven decide irse de su casa, prefiriendo estar en un parque bajo la lluvia? Tal vez es porque no sabemos que en su casa lo tratan mal y lo usan como si fuese un esclavo. Tal vez se cansó y se fue pero sin pensar, olvidando que en el mundo las personas oprimidas como él nunca tienen a nadie. Hay gente que les ayuda, sí, pero solo son personas que pasan dando una mano y luego desaparecen del mundo como por arte de magia. Esta noche ese pobre joven esta solo y empieza a aprender que la vida puede ser peor de lo que pensaba.

 Esto nos deprime así que viajamos hacia otro hogar, hacia un sitio más cálido y amable. Es un hogar donde la única criatura despierta es una niña pequeña. Sus padres duermen por fin, después de luchar con ella para que se pusiese la pijama y luego para convencerla de que su cama era lo mejor del mundo. Horas y horas habían gastado hasta que por fin ella había cedido. Pero la verdad era que, aunque joven, ya había aprendido a mentir. Había fingido estar dormida pero se había quedado despierta porque estaba algo asustada y porque honestamente no tenía sueño. Quería seguir jugando o al menos hacer algo hasta que pudiese dormir de verdad. La idea era no hacer ruido para no despertar a sus padres.

 Entonces, ella nos vio. Nunca nadie nos había visto o al menos no recientemente. Eso sí, era más común que los niños y los ancianos nos vieran que el resto de la gente. Así que, sin dudar, nos acercamos un poco y tratamos de saludar pero no se escuchó nada. Sin embargo ella entendió y entonces pasamos a su mesita de té, donde tenía todo los juguetes listos para hacer una fiesta de té. Jugamos un buen rato, un par de horas, hasta que la niña por fin se sintió cansada. La ayudamos como pudimos para que llegase a la cama y allí quedó dormida, con una cara de satisfacción que daba gusto, sonriendo incluso. Nos retiramos de inmediato pues ya habían hecho más de lo esperado.

 Entonces volvimos al parque. El chico de la banca ya no estaba pero eso no importaba pues veníamos solo a quedarnos allí y a pensar. Porque nosotros también teníamos mucho que pensar. Habíamos sido pero ahora ya no éramos nada. No oír nuestras voces era frustrante pero aparentemente habíamos ido más allá de eso para hacernos entender, lo que no estaba tan mal. Sin embargo, y considerando que éramos tres, nos sentíamos horriblemente solos, en especial viendo a tantas personas disfrutar la noche a su manera. Ya no sabíamos que era dormir o soñar o ese delicioso sentimiento tibio que tenemos cuando estamos completamente a gusto en la cama.


 Todo eso ya no existía. Ahora solo éramos esto y nada más. Así que íbamos de un  lado a otro, recordando la vida y lamentándonos por no tenerla más en nosotros.

martes, 22 de septiembre de 2015

Amor

   Lo mejor del fin de semana era poder amanecer abrazado a él, teniéndolo entre los brazos como si hubiera la necesidad de sostenerlo así para que durmiera bien. Todas las mañanas, lo primero que hacía era sentir su cuerpo y eso me daba algo de alegría, me hacía sonreír y me hacía sentir más vivo que nada más que pudiese pasar. Él, normalmente, se daba la vuelta y así nos dábamos un beso y nos abrazábamos para dormir un rato más. Ese rato podía durar entre unos diez minutos y varias horas más, dependiendo de lo cansados que estuviésemos ese día. Al despertar de nuevo, siempre nos besábamos y luego hacíamos el amor con toda la pasión del caso. Era perfecto y se sentía mejor que nada que hubiese en el mundo. Ambos terminábamos felices, con sendas sonrisas en la cara.

 A veces decidíamos quedarnos en la cama un buen rato, abrazándonos. A veces hablábamos y otras veces solo dormíamos más. Eso no cambiaba jamás y la verdad era algo que toda la semana yo esperaba con ansia. Poder estar con la persona que había elegido para compartir mi vida y simplemente tener su aroma junto a mi todo el tiempo. Nos turnábamos las mañanas de los fines de semana para hacer el desayuno. Si me tocaba a mi, hacía unos panqueques deliciosos con frutas y mucha miel de maple. Si le tocaba a él, le encantaba hacer huevos revueltos y a veces algo de tocino. No pareciera que le gustara tanto la comida grasosa ya que tenía una figura delgada y por ningún lado se le notaba el tocino que le fascinaba.

 Ese desayuno tenía lugar, normalmente, hacia la una de la tarde. Y nos tomábamos el tiempo de hacerlo mientras conversábamos. Hablábamos de nuestras respectivas semanas en el trabajo, de chismes o noticias nuevas de amigos y amigas y de nuestras familias. Mientras uno de nosotros cocinaba, el otro escuchaba con atención o hablaba como perdido desde una de las sillas del comedor. Esa era nuestra tradición, así como la de comer en ropa interior que era como dormíamos juntos. A veces incluso lo hacíamos desnudos, pero él cerraba las cortinas temeroso de que alguien nos viera, cosa difícil pues vivíamos en un piso doce. El caso era que siempre era lo mismo pero con variaciones entonces nunca nos aburríamos, aún menos con lo que enamorados que estábamos.

 Si había un fin de semana de tres días lo normal era que ese tercer día hiciésemos algo completamente distinto. Podía ser que fuéramos a la casa de alguna de nuestras madres a desayunar o que pidiéramos algún domicilio que casi nunca pedíamos. Había festivos que no nos movíamos de la cama y solo nos asegurábamos de tener la cocina bien llena de cosas para comer y beber. No nos complicábamos la vida y no se la complicábamos a nadie más. Ese apartamento era nuestro pequeño paraíso y tuvo un rol significativo en mi vida.

 Los demás días, trabajábamos. No eran los mejores pues a veces yo llegaba tarde o a veces lo hacía él. No podíamos cenar juntos siempre y a veces teníamos pequeñas peleas porque estábamos irritables y nos poníamos de un humor del que nadie quisiera saber nada. Era muy cómico a veces como se desarrollaban esas discusiones, pues la gran mayoría de las veces sucedían por estupideces. Eso sí, siempre y sin faltar un solo día, nos íbamos a dormir juntos y abrazados. Jamás ocurrió que lo echara de la cama o que él se rehusara a tenerme como compañero de sueño. No, nos queríamos demasiado y si eso hubiese pasado sin duda hubiese significado el fin de nuestro amor incondicional, que desde que había nacido había sido fuerte, como si hubiese sido construido con el más fuerte de los metales.

 Los mejores momentos, sin duda, eran las vacaciones. Siempre las planeábamos al detalle y no podíamos pagar cosas muy buenas porque, menos mal, nuestros trabajos pagaban muy bien. Íbamos a hoteles cinco estrellas, con todo lo que un hotel puede ofrecer, fuese cerca de un lago o al lado del mar. Viajábamos dentro y fuera del país y siempre recordábamos enviar al menos un par de fotos para nuestras familias. Éramos felices y algo curioso que hacíamos siempre que nos íbamos de viaje era tomarnos las manos. Era como si no quisiéramos perdernos el uno del otro y manteníamos así por horas y horas, hasta que las manos estuviesen muy sudadas o adoloridas de apretar para apurar el paso o algo por el estilo. Era nuestra idea de protección.

 En vacaciones, teníamos siempre más sexo de lo normal y recordábamos así como había empezado nuestra relación. Había iniciado como algo casual, como algo que no debía durar más allá de un par de semanas, pero sin embargo duró y duró y duró. Nos dejábamos de ver cierta cantidad de días y luego, cuando nos veíamos de nuevo, éramos como conejos. Puede sonar un poco gráfico pero las cosas hay que decirlas como son. En todo caso, se fue creando un lazo especial que ninguno de los dos quiso al comienzo. Pero ahí estaba y con el tiempo se hizo más fuerte y más vinculante. Desde el día que lo conocí hasta que decidimos tener algo serio, pasaron unos dos años.

 Él siempre fue un caballero. Es raro decirlo pero lo era. En ciertas cosas era muy tradicional, como si tuviese veinte años más y en otras parecía un jovencito, un niño desesperado por jugar o por hacer o por no parar nunca de vivir. Era como un remolino a veces y eso me gustaba a pesar de que yo no era así ni por equivocación. Yo le dejé claro, varias veces, que no éramos compatibles en ese sentido, que yo no sentía ese afán por estar haciendo y deshaciendo, por estar moviendo como un resorte por  todo el mundo. Pero a él eso nunca le importó y, el día que me dijo que estaba enamorado, sus lagrimas silenciosas me dijeron todo lo que yo quería saber.

 Estuvimos saliendo casi el mismo tiempo que duramos teniendo sexo casual y viéndonos cada mucho tiempo. Después, no nos separaba nadie. Íbamos a fiestas juntos, a reuniones familiares, a todo lo que se pudiese ir con una pareja. Siempre de la mano y siempre contentos pues así era como estábamos. Otra gente se notaba que tenía que esforzarse para mantener una fachada de felicidad y de bienestar. Nosotros jamás hicimos eso pues lo sentíamos todo de verdad. Nos sentíamos atraídos mutuamente tanto a nivel físico como emocional e intelectual. Aunque todo había nacido tan casualmente, compartíamos cada pedacito de nuestras vidas y supongo que esas fueron las fundaciones para que nuestra relación creciera y se hiciese tan fuerte con el tiempo.

Cuando nos mudamos a un mismo hogar, sentí que mi mundo nunca iba a ser igual. No puedo negar que tuve algo de miedo. No sabía que esperar ni que hacer en ciertas situaciones, principalmente porque jamás había compartido un lugar con una persona que significara tanto para mi. Pero todo fue encontrando su sitio y después de un tiempo éramos como cualquier otra pareja que hubiese estado junta por tanto tiempo. No se necesitó de mucho para que cada uno aprendiera las costumbres y manías del otro. Algunas cosas eran divertidas, otras no tanto, pero siempre encontramos la manera de coexistir, más que todo por ese amor que nos teníamos el uno al otro.

 Es extraño, pero jamás pensamos que nada fuese a cambiar, que esos fines de semana fuesen a cambiar nunca, ni que nuestra manera de dormir se fuese a ver alterada jamás. Supongo que a veces uno está tan de cabeza en algo bueno, algo que por fin es ideal como siempre se quiso, que no se da cuenta que el mundo sigue siendo mundo y que no todo es ideal como uno quisiera. Había días que yo tenía problemas, de los de siempre que  tenían que ver con mi cabeza y mi vida pasada. Era difícil porque él no entendía pero cuando entendió fue la mejor persona del mundo, lo mismo cuando sus padres murieron de manera repentina. Tuve que ser su salvavidas y lo hice como mejor pude.

 Pero nada de eso nos podía alistar para lo que se venía. Cuando me llamaron a la casa avisándome, no les quería creer pero el afán de saber si era cierto me sacó de casa y me hizo correr como loco, manejar como si al otro día se fuese a acabar el mundo. Cuando llegué al hospital, y después de buscar como loco, lo encontré en una cama golpeado y apenas respirando. Lo que le habían hecho no tenía nombre. Quise gritar y llorar pero no pude porque sabía que él me estaba escuchando y que podía sentir lo que yo sentía. Entonces le ahorré ese sentimiento y lo único que hice fue cuidarlo, como siempre y al mismo tiempo como jamás lo había cuidado. Después de semanas lo llevé a casa y lo cuidé allí.


  Todo cambió pero no me importó porque lo único que quería era recuperarlo, era tenerlo conmigo para siempre. Él estaba débil pero podía hablar y decirme que me quería. Solo pudo decirlo por un par de semanas, hasta que su cuerpo colapsó. Me volví loco. Totalmente loco. E hizo la mayor de las locuras pues, sin él, nada tenía sentido.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Sin retorno

   El río estaba algo frío pero era mejor que quedarse con la suciedad de tantas semanas de recorrido. No sabía muy bien desde cuando estaba atravesando el bosque pero tenía la leve sospecha e que habíamos estado caminando en circulo. Cuando llegamos al agua, lo hicimos en silencio. Habíamos peleado hacía muy poco y no teníamos ganas de interactuar de ninguna manera. Él trató de ayudarme para acercarme al agua pero yo me dejé caer como un bulto y me acerqué al río casi arrastrándome. No era un curso de agua muy grande pero era suficiente para meter mis pies y hacerlos sentir bien por al menos un rato. Tanto caminar tenía cada dedo de mis pies destruido y, la verdad, no quería volver a caminar un solo paso más, así fuera por mi vida.

 Con Roger habíamos tenido una relación cercana antes que nos metieran a la cárcel y obviamente antes de que escapáramos de ella y estuviésemos en un bosque aguantando hambre y frío. Él creía que yo estaba enojado por lo que habíamos discutido pero la verdad era que siempre que lo miraba por mucho tiempo, recordaba que él era la razón por la que yo estaba allí, con los pies llenos de heridas y con tanto dolor que el agua fría del río no podía hacer tanto como yo quisiera. Nos quedamos sin decir nada durante horas y cuando se hizo de noche, él armó la tienda de campaña que habíamos inventado con un plástico y unos palos bien puestos. Él se acostó y se quedó dormido, y no le importó dejarme fuera.

 La verdad era que yo no quería hablar con él o al menos no ahora. Todo en mi cabeza iba a toda máquina y recordaba cuando nos habíamos conocido, nuestro corto pero importante amorío, a pesar de que tenía novia, y su serio problema con las drogas. De hecho, ese factor era lo único que me daba tranquilidad pues sabía que él y el hecho de estar lejos de las drogas durante tanto tiempo, lo hacía sentirse tan mal o peor que yo con mi pies y mi rabia hacia él que parecía no aminorar con el paso de los días. Él sabía lo que yo sentía y se lo hice saber al comienzo, justo después de escaparnos de la cárcel, para que le entrara en esa cabeza dura: lo odiaba por todo, por cambiar mi vida en semejante manera y hundirme con él.

 Pero entonces solo me quedé mirando las estrellas mientras mis pies se enfriaban con el agua del río. Traté de no pensar en nada y solo despejé la mente para no seguir pensando en todo lo que me daba rabia. Entonces, me di cuenta de que no iba a descansar nada así como estaba. En silencio, me arrastré hasta la tienda de campaña y me acosté al lado de Roger, que parecía tener una de esas pesadillas que solo se ven en tu cara porque haces una cara muy extraña, como de susto pero no hay movimientos ni palabras sin sentido. Yo me di la vuelta, di una última mirada a las estrellas sobre nosotros y me quedé dormido rápidamente.

 Lo que Roger había hecho era meterme en sus líos de drogas y sus problemas no eran solo con un grupo sino con varios. Nadie lo hubiese pensado nunca por su cara de idiota, pero Roger era un traficante de primer nivel aunque, al fin de cuentas, no era tan bueno pues lo único que hacía era “probar” su producto antes de venderlo. Por esto mismo casi no ganaba lo que ganaban los demás y sus acreedores pronto se dieron cuenta de que el negocio con él nunca iba a servir. Entonces fue cuando, para mi pesar, se descubrió que mucho de lo que querían tomar de él para pagar en parte de su deuda, era mío. Es decir, había puesto casi todo lo que le pertenecía a mi nombre, entonces cuando la policía intervino y mató a varios de los tipos con lo que trabajaba, automáticamente pensaron que yo estaba metido también y a la cárcel fuimos a dar.

 Cárcel es un decir. El sitio era básicamente un campo de concentración y de trabajo. Alejado de todo el resto de la humanidad, no tuve ni siquiera la oportunidad de defenderme contra las acusaciones. Cuando se trataba de tráfico de drogas, no tenían la mínima contemplación con los acusados, que eran procesados así fuera por posesión. El caso es que yo no le hablé a Roger durante todo ese tiempo y eso que él quiso “reavivar” la chispa que había habido entre nosotros. Un día en la cárcel casi lo ahorcó con mis propias manos, mientras le decía que me arrepentía todos los días de mi vida de haberlo conocido.

 Ahora lo miro y sigo teniendo mucha de esa rabia adentro mío, sigo fastidiado por todo y lo que más me duele es la traición, es haberme utilizado de esa manera como si lo nuestro jamás le hubiese significado nada. Eso fue lo que me dolió más, incluso más que el hecho que consumiera o traficara drogas o que se estaba metiendo con fuerzas que él ni siquiera entendía. En ese tiempo, recordé mientras metía los pies de nuevo en el río, yo lo amaba porque alcancé a hacerlo. Pero el sentimiento murió rápido y en la cárcel no nos hablamos en todo un año. Hacía lo que me pedían y nunca me quejé de nada pues ya me había resignado a mi suerte y simplemente quería salir lo antes posible.

 Pero nunca íbamos a salir, ninguno de nosotros. Obviamente era algo ilegal, pero la cárcel no era un sitio temporal para criminales. Todos los que estábamos allí tendríamos que pasar toda la vida metidos en ese maldito lugar y cuando me di cuenta, la rabia no tuvo control y destrocé lo poco que tenía a la mano. Me hice daño a mi mismo y creo que las marcas que quedaron de esa rabia fueron las que me dieron el respeto de los demás y su miedo, con el que podría hacer mucho más. Eran asesinos, violadores, locos y maniáticos. Un grupo peligroso pero aprendí a defenderme con rapidez y eficiencia. No recibí la protección de nadie ni me regalé para caerle mejor a alguno. Lo hice todo yo solo.

 Fue entonces, creo yo, que tuve otro problema de debilidad. Viéndolo ahora, levantarse de la tienda y organizar el plástico, me lo recordaba todo como si hubiera sucedido ayer. Lo iban a violar en las duchas. Era una situación tan cliché que solo después me reí con él al respecto. Pero el caso era que estuvo a punto de suceder y si no hubiese sido por mi seguramente hubiese recorrido. Yo lo salvé de ser el pedazo de carne de la cárcel y tuve que pelear a mano limpia para protegerlo pero un guardia, de los que no había muchos decidió parar la pelea pero más que todo porque había visitas del gobierno y era mejor no tener mucho ruido en el lugar mientras hacían la inspección. Semejante detalle tan idiota le salvó la vida a Roger.

 Y yo también lo hice y no me arrepiento aunque sigo odiándolo por estar conmigo y por hacerme lo que me hizo. Entonces habló y dijo que debíamos caminar colina abajo para llegar a una zona algo más protegida. Él temía que los guardias y la policía militar que vigilaba la cárcel, estuviesen siguiéndonos todavía. Yo lo ponía en duda pues cualquiera hubiese pensado que para entonces ya deberíamos ser comida de lobos. Pero no le discutí nada y, tambaleando por el dolor en mis pies, caminos por la suave cuesta que bajaba a una pradera tan hermosa que parecía irreal. Había flores de colores por todas partes, un riachuelo e insectos revoloteando por todos lados. Era casi como estar en una película de Disney.

 Ese lugar hizo que Roger me tomara de la mano y yo no me negué pues me daba algo de estabilidad. Caminamos lentamente, apreciando los colores, los olores y la tranquilidad y entonces decidimos quedarnos bajo unos árboles al lado de la hermosa pradera. Él armó la tienda de campaña y recuerdo que fue la primera vez, en años, que lo vi sonreír. Creo que pensó que todo había cambiado y que ahora podíamos ser la pareja feliz que él alguna pensó que podíamos ser. Pero yo sabía que eso no era algo realista pues yo no solo lo odiaba todavía sino que nunca lo había querido de verdad. Yo solo buscaba sexo cuando lo conocí y me quedé con él por costumbre. Sé que parecía que yo había sido un príncipe con él pero no lo fui ni él conmigo.

 Por eso no entendía que hacíamos juntos en ese bosque, ni porque mirábamos medio sonriendo a las abejas que iban y venían entre las flores de semejante lugar tan hermoso. Las cosas entre nosotros nunca iban a tener arreglo, nunca iban a ser como ninguno de los dos quería. Él soñaba con un perdón mío que jamás iba a tener y con el amor que yo no sentía y yo lo quería lejos a pesar de lo mucho que lo necesitaba para sobrevivir. Porque mis pies estaban destruidos y, sin ayuda, lo más seguro es que terminara muriendo solo y asustado en la mitad de semejante país tan lleno de nada y tan perdido entre todo.


 Con el tiempo, encontramos la manera de coexistir pero sin ganar lo que queríamos el uno del otro. Era como un pacto de no agresión y de coexistencia pacifica, muy al estilo de la guerra fría, pues sabíamos que lo más posible es que la muerte nos encontrase perdidos en la mitad de la nada. Y la verdad yo estaba listo para ello pues me había resignado a que mi vida simplemente jamás iba a ser la misma. Mi nuevo yo no puede vivir la vida que yo tenía, ni siquiera una medio parecida. Estaba condenada y sabía que él lo estaba conmigo así que los días estaban contados y solo tendríamos que vivirlos, de uno en uno.

martes, 8 de septiembre de 2015

Breve vuelta a clases

   Cuando me desperté, sentía que no había dormido absolutamente nada. Apenas pude ponerme de pie, fui al baño y me miré la cara por varios minutos, casi quedándome dormido de pie otro rato. Pero me eché algo de agua en la cara y suspiré, resignado. Abrí la llave de la ducha y esperé a que se calentara el agua. Una vez adentro me puse a pensar, en nada en particular pero los cinco minutos que tenía para bañarme se pasaron volando por esta distracción. Me puse ropa bastante rápido por el frío que hacía tan temprano y entonces fui a la cocina a ver que había para desayunar. Me serví algo de cereal con yogur, pues la leche siempre me había caído mal y comí en silencio, como si esa fuese mi última comida en este mundo. Después de terminar fui al baño de nuevo y me cepillé los dientes.

 Una vez más, antes de salir, me miré en el espejo y agradecí estar algo dormido porque o sino todavía estaría tremendamente nervioso. Pero cuando salí a la calle con mi mochila en la espalda, el frío ayudó a despertarme por completo. Caminé hacia la parada de mi autobús y tuve que esperar unos diez minutos para que pasara. Tenía el tiempo justo para llegar pero igual recuerdo haber pensado que el servicio de buses era pésimo. Menos mal el vehículo no estaba lleno y la gente no empezó a bajarse hasta que yo tuve que hacerlo. Me bajé justo en frente del lugar, aunque tuve que darle la vuelta a la manzana para entrar por la puerta principal. En ese momento sí que atacaron los nervios, haciéndome sentir un vacío raro en el estomago.

 Cuando llegué a la portería, saqué de mi mochila la identificación que me habían entregado la semana anterior. El celador me saludó como si trabajara en el lugar desde hace quince años, con varios saludos y ya casi en el punto de la exageración. Cuando entré al recinto, el frío parecía no quererse retirar de encima mío. Sentía la columna vertebral como si fuese de hielo o de algún metal, incapaz de tomar calor. Caminé dos pasos y entonces frené en seco. Agradecí que nadie estuviera allí porque parecía un tonto, con una pierna en el aire y con cara de loco. Pero me había detenido así porque no sabía si debía presentarme primero en la dirección o si debía seguir derecho al salón de clases o que era lo que debía ser.

 Menos mal, justo en ese momento, la profesora que había conocido la semana pasada me saludó y me invitó a seguirla al salón de profesores. El lugar tenía un olor increíblemente fuerte, una mezcla entre café y cigarrillo Era un poco difícil de asimilar pero entonces la mujer se fue hasta un gran panel de caucho que había en una pared. Allí estaban todos los horarios de profesores. Era la manera más sencilla de encontrar mi salón y así de no perderme la primera clase que debía impartir. Porque debí empezar por ese lado: yo regresaba a mi colegio, en el que había estudiado hacía años, para enseñar. Y la primera clase empezaba en algunos minutos así que la profesora me explicó como llegaba y partí al trote.

 El edificio era enorme pero ciertamente no había tenido necesidad de correr para llegar a tiempo. Los niños normalmente se quedaban abajo haciendo filas por cada clase y era su profesor principal el que los subía a sus salones. Era algo así como una tradición. Mientras yo ponía mi mochila sobre el enorme escritorio de madera, recordaba las varias veces que yo había hecho esa fila allí abajo. Siempre había hecho frío, como hoy, pero también siempre había estado nervioso pues era uno de esos momentos en los que uno no sabía si había quedado en el mismo salón de la gente que le caía bien o si había quedado aislado de sus amigos. Era un poco tortura tener que leer las listas y darse cuenta si el año empezaba bien o empezaba mal. Respiré y espere que este empezara bien.

 La primera que entró fue una maestra de cierta edad, seguida de un grupo de casi treinta niños y niñas. Ya eran grandes, pues rondaban los dieciséis años de edad, al fin y al cabo yo les daba clase solo a los mayores. Había sido algo así como una de mis condiciones para trabajar allí. Cuando estuvieron todos sentados, la maestra se despidió de ellos y me lanzó una mirada que no supe interpretar en el momento: era de advertencia o era de desinterés? En todo caso allí estaban y era hora de comenzar mi primera clase de literatura, que yo había diseñado para ser más interesante que cualquier otra clase que esos niños hubieran recibido.

 La clase empezó con una simple pregunta: “Leyeron un libro durante las vacaciones?”. Las personas que alzaron la mano fueron una diez. Hubiera querido preguntar porque los demás no lo habían hecho pero no creí que juzgarlos fuese una buena manera de empezar. Así que pregunté que habían leído. La mayoría respondió con título de obras populares, algunas más cercanas a mi conocimiento que otras. Solo un niño, visiblemente dedicado al estudio, respondió que había leído tres libros, dos de los cuales habían sido en otros idiomas y eran obras de hacía casi doscientos años. Sin reprimirme, lo felicité por su dedicación y entonces les expliqué las bondades de leer y de tener una imaginación activa.

 Mientras hablaba, pues ya me sabía de memoria lo que estaba diciendo, observé a los niños  y me di cuenta de las varias personalidades que había en el lugar: había unos que me miraban con pereza, como poniendo atención pero a medias. Otros que anotaban hasta las pausas que hacía y otros más que no ocultaban su sueño. De hecho, uno que estaba atrás estaba claramente dormido. Así que, como quién no quiere la cosa, tiré una regla metálica que había traído a propósito y el alumno se despertó de golpe. Les dije que conmigo iban a leer pero también a entrenar su imaginación. Así que les pedí sacar una hoja y escribir un cuento de una página. Les di media hora, lo que quedaba de clase, para hacerlo.

 Yo quería dos bloques seguidos pero no hubo manera de lograrlo. Como era nuevo, solo tenía tres grupos así que era muy fácil de manejar pero los horarios de otros profesores simplemente no habían cuadrado con lo que yo quería hacer. Al final de la media hora fueron entregando sus cuentos y el último en hacerlo fue el chico dormido de la fila de atrás. No le dije nada, pero era obvio que iba a quedarse dormido en su próxima clase. Ese día no tenía que dar más clase así que regresé a casa y leí los cuentos. Me puso algo triste la falta de creatividad de algunos que, o no parecían tener el don de contar una historia o simplemente habían plagiado lo que se les había ocurrido de alguna película o videojuego. Menos mal yo era joven, así los sorprendería con mis anotaciones.

 El martes tuve bloque con mi segundo grupo, el miércoles con el tercero y el jueves la segunda parte del grupo del lunes. Era un horario  fácil de manejar y me quedaban libres las mañanas de los domingos para corregir exámenes y trabajos. A medida que el año escolar avanzaba, traté de darle a los niños algo de interés por la creación de una obra y no solo por el análisis de una. Les dije que, aunque el interés de la clase era que pudieran entender la literatura, la mejor manera de hacerlo era que ellos se convirtieran en escritores. Algunos fueron adquiriendo entusiasmo y se les notaba por su interés. A otros parecía darles lo mismo entrenar su imaginación.

 Había un caso especial, el de una niña muy brillante, que simplemente yo no entendía. Se leía los libros asignados con una rapidez impresionante, los analizaba de manera brillante e incluso hacía propuestas sobre significados y enlaces en las obras. Pero cuando entregaba trabajos de imaginación, eran simplemente pésimos. No había nada de creatividad, nada de lanzarse a buscar ideas nuevas o de hacer algo nuevo con lo viejo. Cansaba leer lo que ella escribía pues era obvio que había sido igual de tedioso para ella escribirlo. Se notaba que lo que había hecho, lo había escrito con el aburrimiento más grande de la vida y sin interés. Todos los demás profesores adoraban su genio pero para mi eso no era suficiente.

 Para el trabajo de fin de primer trimestre, les pedí que me entregaran un relato de cuatro páginas en el que el personaje principal fueran ellos mismos. Era una ejercicio muy buen de auto-reconocimiento y serviría para entrenar su capacidad de creación. Con el dolor de ver lo buena que era en todo lo demás, tuve que reprobarla por su historia en la que no había nada de ella, no había interés ni pasión ni nada. Ella se quejó, argumentando que el texto era del largo adecuado y que su personaje era ella pero yo le dije que el relato no iba a ningún lado, que ella no parecía interesada en su propia historia y que había mucho más en este trabajo que el conocimiento de que escribir y que no. Había que sentirlo y ella lamentablemente no lo hacía.


 Los profesores e incluso la directora del colegio, criticaron fuertemente mi calificación de la joven. Decían que a alumnos tan distinguidos, que hacían que las notas generales subieran en áreas científicas como las matemáticas y otras ciencias, debían de tener un cierto permiso para pasar una que otra materia que, la mayoría pensaba, no era tan importante con las demás. Eso me pareció un insulto y le dije a la directora que me parecía el colmo que enseñaran relleno, pues al parecer eso pensaban que eran sus clases así como las de arte, música e idiomas. La mujer quedó de piedra cuando le hablé de frente, diciéndole que una niña genio no es genio si solo maneja números pero no maneja su imaginación. Sobra decir que no terminé mi periodo en el colegio. Ya habría otro lugar donde no hubiera prioridades educativas, fueran por un alumno o por una asignatura.