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sábado, 14 de febrero de 2015

Sushi

   Habíamos quedado por el Centro para comer sushi. La verdad no es que me mate la comida japonesa ya que tiene demasiado pescado para mi gusto pero he estado saliendo con él por todo un mes y creo que no sería decente decirle que no a una inocente y seguramente cara cena en un restaurante japonés. Sí, él iba a gastar todo, sin yo tener que poner la mitad de un billete lo que, la verdad, me viene muy bien.

 Llegué a la hora exacta del encuentro. Como el restaurante queda a un lado de un museo, me puse a mirar el tablón de anuncios del museo desde donde podía ver si alguien llegaba al restaurante. Después me senté en una banca del parquecito que había frente al museo pero nadie llegaba. Saqué mi celular y le tomé foto a unas flores, luego me puse a jugar en el teléfono y al final simplemente miraba el rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era el y ya habñia pasado medi  hora.rostro de cada persona que pasara. Pero ninguno era puse a mirar el tabldemasiado pescado para ély ya había pasado media hora.

 Tengo una regla personal en la que no espero más de quince minutos por nadie. Y la verdad siempre me ha funcionado ya que así dejo ver que mi tiempo no está para ser desperdiciado. Pero esa vez esperé más porque él realmente me gustaba. Así de superficial fue el momento. Pero después de media hora me aburrí y me puse de pie. Caminé a la estación subterránea de buses cercana y esperé adentro por el vehículo que me llevaría a casa.

 Estuve tentado a llamarlo pero preferí no hacerlo. Para que? De pronto, en la estación, lo vi al otro lado de donde yo estaba. No parecía haberse bajado de ningún bus ni tampoco parecía esperar. De hecho estaba al lado de otro hombre y hablaban por lo bajo como si no quisieran que la gente los oyera. Los miré un rato hasta que apareció mi bus y me vi en la obligación de tomar un decisión: subirme al bus o quedarme.

 Pero no tuve que decidir nada. No me había dado cuenta que se había formado una fila detrás de mí y la gente de la que estaba compuesta me empujó al interior del bus y simplemente no me opuse. Lo bueno de ser forzado al interior fue que pude escoger un buen lugar para estar de pie mientras llegaba a mi casa.

 El bus salió a la calle y, pasados unos minutos, mi celular empezó a timbrar y vibrar. Lo contesté sin pensarlo ya que normalmente siempre le quito el volumen y me ofende escuchar el timbre tan fuerte. Era él. Me saludó como si nada hubiese pasado y yo hice lo mismo. No tenía ganas de discutir nada y de todas manera ya iba camino a mi casa. Pero entonces me preguntó que como estaba, que que hacía… Era como si no recordara que tenía una cita conmigo para comer pescado enrollado.

 Le dije que estaba ocupado y colgué, sin dejarlo decir nada más. Cuando levanté la mirada luego de guardar el celular, me di cuenta de que él estaba también en el bus, en la parte de atrás. Yo estaba cerca del conductor y, por alguna razón, no me había dado cuenta mientras hablábamos por el celular de que él estaba ahí. Entonces un impulso me hizo acercarme, empujando a algunos y pidiéndole permiso a otros para poder pasar. Pero cuando estaba cerca el bus frenó y varios se bajaron, incluso él.

 Casi me atrapa la puerta una mano cuando salté del bus como si se tratase de una película de acción. Me debí ver como un idiota pero tenía tanta rabia que no me importaba. Miré a mi alrededor y vi que él se estaba alejando del paradero y giraba por una calle colina arriba. Lo seguí despacio, tratando de que no me viera. Que era lo que estaba haciendo?

 Lo seguí por varias calles, cada vez más inclinadas, hasta que llegamos a una calle con algunos edificios nuevos, con ventanas bastante grandes. Él entró en uno y yo, por supuesto, no podía seguirlo. Pero no pude dejar de acercarme al celador, a quien le pregunté si sabía si el señor que había entrado antes vivía allí. Sin dudarlo, el hombre me dijo que sí y que si quería que me anunciaran. Le dije que mejor lo llamaba para que bajara y me retiré, sin escuchar lo que me decía.

 Decidí volver a la avenida y seguir mi camino a casa. Pero mi mente no estaba en ello sino en el hecho de que la persona con la que estaba saliendo me hubiese mentido. Él, según me había dicho, vivía con sus padres y esa vivienda no era ni remotamente cercano a ese barrio alto al que lo había seguido. Entonces que hacía allí y porque el portero había dicho que vivía allí.

 Entonces se me ocurrió: que tal si en verdad no vivía allí sino que visitaba muy seguido a alguien y por eso el portero se había confundido. Me senté en el borde de un muro bajo para pensar, porque ya no podía seguir caminando sin destino por todos lados. Tenía la posible prueba de que estaba saliendo con alguien más, quizás antes de conocernos. Se sentía bastante extraño pensarlo pero no tanto como la gente podría pensar.

 El amor no existía y sí había un cariño especial pero nada que no se olvidara en unos días. La verdad era que me gustaba su compañía y ya, no había más detrás de todo así que, si tenía a alguien más, porque no lo había dicho? No sería lo más agradable del mundo pero podía haberlo compartido y así quedar como amigos. Pero no, al parecer había mentido y si no era eso lo que ocultaba, debía haber algo más.

 Me puse de pie y fui a dar un paso cuando lo vi de nuevo, cruzando por el otro lado de la calle. Caminaba con buen ritmo hacia la avenida de nuevo. Como yo también iba hacia allí decidí tomar un camino largo por entre el barrio para así no encontrarnos. Media hora después, me estaba bajando del bus y caminando el par de cuadras que me separaban con mi casa. Traté de no pensar en nada pero era como si tuviera un panel de abejas en la cabeza que no quisieran dejarme en paz.

 Podrán entender que casi me muero de un ataque al corazón cuando, al legar a mi edificio, vi que él estaba allí parado como si nada. Me sonrió apenas me acerqué pero yo no hice lo mismo. Lo miré como si estuviera loco y no le hablé nada. Seguí mi camino a la puerta y, cuando me dejaron pasar, no me di la vuelta para mirar atrás. No sé si él pensaba que me iba a quedar ahí a charlar pero simplemente no estaba de ánimo.

 Podía ser que no me hubiera mentido, lo que estaba muy en duda, pero sí había faltado a su palabra y eso es algo que simplemente no puedo respetar. Además que usen mi tiempo como les plazca… No, no correspondía quedarme hablando allí con él como si nada hubiese pasado.

 Me llamó varias veces al celular pero no contesté. Incluso tuve que apagarlo porque me molestaba ver la pantalla brillando a cada rato. Al final de la tarde, el portero timbró para avisar que él había dejado un paquete después de irse, hacía apenas unos minutos. Fue mi mamá que me avisó así que bajé a ver que era el paquete.

 Era un pequeño sobre y, adentro, había diez tarjetas Pokémon. Seguramente muchas personas de mi edad las recordarán. Pues bien, las diez tarjetas que había en el sobre eran las más caras y difíciles de conseguir. Y con ellas había una nota en un papel adhesivo amarillo. Decía lo siguiente:

“Un regalo para ti, por ser tan único como estas diez tarjetas. 
Gracias y disculpa por no llegar. Estas no fueron fáciles de encontrar.”

 Subí con el sobre corriendo a mi casa y prendí el celular. Esperé un momento pero no volvió a entrar ninguna llamada. Tragándome mi orgullo lo llamé. Y así, hablando, comprendí todo mejor: el hombre de la estación vendía las tarjetas pero la importación no era legal por lo que no quería atraer la atención. Como el tipo era tan extraño, se demoró en llegar. Cuando llamó se comportó como un idiota por nervios y sí vivía en el edificio del barrio alto. Resulta que había arrendado el sitio y debía firmar unos papeles para mudarse los más rápidamente posible.


 Días después lo ayudé a hacer una fiesta para celebrar el nuevo apartamento. De eso hace ya un año. Ahora vivo también en ese lugar. Nos hemos conocido mejor y ya no hay esa tipo de situaciones extrañas, solo hablamos.

viernes, 31 de octubre de 2014

Magma

 Y estando en París, tan lejos de su hogar, Fernando se dio cuenta de cuanto lo extrañaba, en especial a su madre y su padre e incluso a el torbellino que era su hermano menor.

Claro que no se arrepentía de haber venido a estudiar lo que quería y, además, conocer una de las ciudades más famosas del mundo. Pero igual los extrañaba y hubiera querido estar con ellos en ciertos momentos, como cuando iba a pasear por hermosos jardines o cuando veía cosas en vitrinas que seguro ellos adorarían.

Había llegado a la ciudad al final del verano y ya habían pasado casi cuatro meses desde eso. Navidad estaba a la vuelta de la esquina y el clima era tan frío que ya se le había vuelto una costumbre vestir bufanda, abrigo y guantes. No le gustaba mucho aquello de estar tan abrigado pero era eso o literalmente congelarse en el camino a la universidad.

Le habían dado casi un mes de receso y Fernando pensaba aprovecharlo al máximo. Aunque muchos de sus compañeros habían decidido volver a su país o a sus pueblos y otros más iban de paseo a países cercanos, él había decidido que no conocía bien París todavía y quería aprovechar el receso para ello.

Pero había otra razón. Fernando era homosexual y quería aprovechar su estadía en un país más liberal para conocer gente y tal vez experimentar una que otra cosa. Al fin y al cabo tenía 23 años, la edad ideal para ver lo que la vida puede ofrecer.

Fue así como cada día salía a caminar. Miraba el mapa del metro, elegía una estación en una zona interesante y tomaba el tren hacia ese punto. Después caminaba bastante y por la noche volvía exhausto pero contento a su casa.

En una de sus salidas, caminó por un barrio bastante extraño. Se veían autos estacionados en la calle y muchos edificios pero no había ni un alma por ningún lado. Era un lugar casi desolado y eso que no era ni muy temprano ni muy tarde.

Caminó y caminó hasta entrar a una callejuela para salir a una avenida del otro lado pero allí escuchó una música a lo lejos y la reconoció como música de su país. Se detuvo a escuchar e imaginó que seguramente sería alguien bailando en su cuarto o algo parecido, tal vez con la misma añoranza que a veces invadía a Fernando.

Pero no. Cuando el chico iba por la mitad de la callejuela, se dio cuenta que la música venía de un café tipo "pub". Sobre la puerta ponía "Magma" en letras rojas con borde naranja. Y, algo aburrido del paseo de hoy, Fernando decidió entrar pensando en la música y en que, de paso, podría comer algo.

El lugar estaba un poco más bajo que la calle y no era muy grande. Afortunadamente estaba bien iluminado y no olía a cigarrillo ni nada parecido. La música seguía mientras una joven se le acercaba a Fernando con la carta. Le habló en español al instante y tuvieron una conversación amena, intercambiando puntos de vista y demás. Al final, Fernando escogió algo de comer y ella le dijo que no demoraría.

La verdad fue que sí demoró pero Fernando no tenía nada que hacer así que no le importaba. Sacó su celular para revisar sus cosas pero algo lo distrajo: entraba un grupo de jóvenes y en el grupo había un muchacho bastante guapo. Fernando lo miró por un momento pero dejó de hacerlo cuando por fin llegó su comida.

El grupo se hizo cerca de él: eran dos parejas, una chica sola y dos chicos solos, entre esos el que Fernando había mirado. Miró a los demás y, sobre todo, al chico que hablaba más con el guapo. Era bastante simpatico también pero no tan evidentemente atractivo. El chico que Fernando había visto parecía modelo de perfume.

Fernando siguió comiendo y la chica le ofreció una cerveza de su país, la que él acepto sin dudarlo.

Pasados unos minutos, el sitio estaba casi lleno y el volumen de la música había subido. Fernando terminó de comer y se dedicó a tomar su cerveza mientras veía como una pareja de otra mesa se levantaba para comenzar a bailar. Lo hacían muy bien y todos los aplaudieron y más se unieron a ellos, empezando por las parejas del grupo que Fernando había detallado.

Él había empezado de nuevo a mirar al chico guapo cuando la joven que estaba sola en ese grupo se le había acercado para pedirle que bailaran. Fernando aceptó y bailaron dos canciones completas. El dolor de piernas era bastante ahora y veía que ya era tarde. Le agradeció a la chica por el baile, pagó su comida y salió del lugar. Cuando había llegado a la avenida, se dio cuenta que lo llamaban diciéndole "Bailarín!".

Pero no era el chico guapo, que él por un momento pensó, sino el chico que estaba con él en la mesa. Se le acercó trotando y le entregó la bufanda. La había dejado en su puesto. Fernando le agradeció. El chico entonces le dijo que él era francés pero que algunos de sus amigos eran extranjeros y le gustaba la música aunque estaba cansado por el trabajo.

Fernando, extrañado que alguien se le acercara así no más a hablarle, le dijo que él también estaba cansado y por eso había salido. Decidieron caminar juntos a la estación del metro y hablaron mucho en el camino. Fernando le preguntó incluso por el chico guapo y el otro rió. Dijo que siempre la gente miraba mucho a su amigo pero que él solo estaba interesado en sí mismo. Aunque lo quería mucho porque se conocían de la niñez, sabía que era un poco egocéntrico.

Cuando llegaron a la estación, Fernando le preguntó al chico donde vivía y se dieron cuenta de que no había ni tres calles entre sus hogares. Tomaron entonces el tren y hablaron de sus vidas y sus gustos en el camino. Resultó que el chico era bastante simpático y muy interesante.

Fernando vivía más cerca a la estación por lo que se debía despedir primero pero en vez de eso decidió arriesgarse: invitó al otro chico a tomar una cerveza y seguir hablando.

Ese día Fernando realizó una de las fantasías que quería cumplir en París pero, sin saberlo, había conocido a una persona que le enseñaría mucho en poco tiempo.

Por esto, casi diez años después cuando Fer volvió a la ciudad por placer, buscó el Magma de nuevo e invitó a su esposo a bailar allí y le contó la historia del chico que había conocido hacía tanto tiempo. Y le gustaba recordarlo todo ya que en ese momento descubrió que la vida tenía, algunas veces, buenas sorpresas para todos.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Volver al presente

Sabíamos que así debía de ser, tarde o temprano. Lo habíamos hablado tantas veces durante los últimos años que ya era rutinario invertir al menos media hora al día reflexionando al respecto. Como volveríamos y en que condiciones?

Eric era quien más hablaba de ello, yo prefería vivir mi vida como estaba y no como iba a ser. Después de casi cinco años, teníamos una pequeña casa en un valle remoto y gracias a nuestros amigos, que habían fallecido hacía poco, teníamos un gran rebaño de ovejas con el que podíamos subsistir.

Yo me encargaba de los animales y Eric se había dedicado a crear un pequeño huerto y a vender lo que salía de allí en un pueblo cercano. Gracias a nuestros amigos, habíamos podido conseguir documentos falsos. Y como Eric era alto y algo rubio, no tenía problemas cuando se acercaba a los demás habitantes del valle. Yo prefería mantenerme lejos, no porque fuera a ser evidente que no era del lugar, sino porque lo prefería así.

Mientras paseaba al rebaño, me gustaba sentir el frío viento en la cara y sentirme único en el mundo, alejado de todo lo que no quería recordar. Pero era inevitable que los recuerdos llegaran a nuestras mentes cada cierto tiempo: recuerdos de nuestras familias, lo que habíamos vivido en nuestra travesía y los horrores de los que oíamos de vez en cuando.

La guerra había seguido y no parecía que la Confederación quisiera detenerse en sus planes de expansión. Ya era bien conocido que las Américas y parte de Europa habían caído y habían rumores de que África pudiese ya estar bajo su control. No quedaban muchos que pelearan y no había manera de oír noticias del otro lado. Al fin y al cabo el país estaba parcialmente ocupado y era obvio que no querían que supiéramos más de los necesario.

Tras una discusión particularmente aireada en la que Eric creía que era cada vez más necesario que regresáramos y yo decía que el mundo estaba mejor con nosotros a un lado, él salió de la casa tirando la puerta. Yo lo amaba y por lo mismo no podía admitir que regresáramos a un campo de batalla, donde uno o los dos podríamos morir.

Para mi sorpresa, Eric regresó al cabo de una hora. Cuando estaba de mal humor, normalmente iba al pueblo y luego volvía y eso tomaba mucho más tiempo. Pero allí estaba y detrás había una mujer rubia, hermosa. Parecía modelo de las revistas de antes.

Se presentó: su nombre era Helga Rottmiller. Era ciudadana alemana y había desembarcado en la isla hacía poco. Según lo que decía, trabajaba para la resistencia en Europa y tenía como encargo reclutar gente para la causa. Había escuchado de nosotros y había pensado que éramos los candidatos perfectos.

Yo iba a hablar pero Eric me interrumpió. Al parecer ya habían discutido el asunto afuera. Él decía que apoyaba a la resistencia pero que solo dejaría Islandia si hubiera razones de peso para irse. Le decía a la mujer que las noticias no eran alentadoras y que no quería arriesgar lo que había logrado por algo sin futuro.

Tengo que decir que su pequeño discurso me alegró. Tanto así que le tomé la mano sobre la mesa y se disipó cualquier rastro de las discusiones que habíamos tenido. No en vano habíamos hecho tanto para venir hasta allí y era feliz sabiendo que él pensaba igual que yo.

La mujer nos dijo que las noticias no eran tan malas: los chinos habían derrotado a la Confederación un par de veces y otros países también resistían con fuerza. Les contaba que Alemania estaba ocupada por ellos y que la central de la resistencia estaba en Donetsk, en territorio todavía en disputa.

Dijo que la Confederación estaba debilitada ya que en su mismo territorio habían surgido varios movimientos rebeldes y, en su opinión, era imposible extinguirlos todos. Era inevitable la caída del imperio. Les dijo que volvería al continente en cuatro días. Les dijo el lugar donde atracaría el barco si querían ir con ella y se fue, sin decir más.

Esa noche, no hablé con Eric aunque nuestras manos se mantuvieron unidas casi todo el tiempo. Al día siguiente me sorprendió ver que no estaba en el huerto sino en la cocina. Había cocinado el desayuno para ambos y cuando lo comimos solo hubo sonrisas y bonitos recuerdos e historias cómicas.

Me acompañó a pasear al rebaño y el la colina más alta me dio un beso como hacía mucho no lo hacía y me pidió perdón por pelear y por buscar más de lo que ya tenía. Le dije que no debía pedirme disculpas. Yo tampoco había sabido manejar la situación.

Entre las ovejas comimos algo y vimos el atardecer y al bajar a la casa bailamos recordando música de nuestra juventud y cantando alegremente. En la noche hicimos el amor y recordé porque lo amaba tanto.

El día siguiente fue igual de perfecto y el día después de ese tuvimos que hablar de lo que urgía: o nos íbamos con la mujer extranjera y peleábamos por nuestro país o nos quedábamos allí y veíamos como sucedían las cosas a una distancia prudente.

Había argumentos en pro y en contra de cada opción y las contemplamos todas, juntos, queriéndonos más que nunca. Llegada la noche, me acerqué a Eric y le dije:

 - Te acuerdas de como nos conocimos?

Claro que se acordaba. Eramos terroristas en ese momento y nos habíamos conocido al tener una causa en común. Queríamos libertad. Queríamos vivir en nuestra tierra, juntos, libres de verdad. Eramos más jóvenes, de hecho parecían recuerdos remotos, y teníamos una visión más esperanzadora que la que teníamos en Islandia.

Al otro día alistamos todo con rapidez. Eric habló con un granjero que vivía cerca y le confío nuestras ovejas. La casa la cerramos con llave y, en silencio, nos tomamos de la mano y nos despedimos de ella. Había sido nuestro pequeño paraíso y jamás podría retribuirle a esta tierra lo que había hecho por mi.

En el pueblo pedimos prestada una moto a un amigo de Eric quien la dio sin preguntas y llegamos a la zona acordada tras una hora de viaje. Dejamos la moto en la carretera y bajamos a la rocosa playa a pie. Allí había un barco pesquero viejo y nos reímos. La ironía de la vida: salir como llegamos.

Abordo había un hombre grande y gordo que nos saludó con gracia. También estaba la mujer rubia y dos personas que había podido reclutar, ambas mujeres. Según nos contaba, les habían quitado a sus hijos para ponerlos a luchar lejos y querían venganza. Solo les sonreí porque no quería involucrarme en eso. Yo no quería venganza, quería paz en mi vida.

Y así zarpó el barco, cobijado por la neblina de la noche. Lo que pasó el siguiente año cambió mi vida para siempre y me haría pensar mucho en el poder que tienen las decisiones, tanto las que tomamos como las que toman por nosotros.