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miércoles, 23 de noviembre de 2016

En común

   Cuando desperté, él ya no estaba ahí. No me dio indicios de que ser iría tan pronto pero la verdad es que no se me hizo raro. La noche anterior había sido perfecta pero, al parecer, quedaban muchas cosas por hablar, por resolver, antes de que las cosas funcionaran como yo quería. O bueno, tal vez él no deseaba tener ningún tipo de relación conmigo, ni siquiera algo casual. Eso era respetable pero no lo entendía pues había sido él el que había tomado la iniciativa el día anterior. No estoy diciendo que yo no quería nada, solo que él tomó el primer paso.

 Nos habíamos visto ya bastantes veces. Suele pasar cuando uno frecuenta siempre las mismas personas. Él siempre era muy amable, educado y a veces incluso gracioso. Sus chistes eran del momento, algo que a mi me gustaba bastante pues era lo que yo hacía con frecuencia. Pero no estuvimos juntos toda la noche, más bien al contrario. Era una de esas fiestas en las que había que ir circulando para en verdad aprovechar todo lo que se ofrecía. No solo comida y bebida sino un mundo de conexiones que, por lo menos a mi, me caían como anillo al dedo.

 Mi amiga Raquel lo había organizado todo. Ella era de esas persona que tienen tanto dinero que ni saben cuanto. Le encantaba trabajar, a pesar de eso, pero lo que más le gustaba era organizar fiestas y sin lugar a dudas era una de las mejores personas haciendo exactamente eso. No solo porque casi siempre ambientaba los encuentros de maneras que nadie se esperaba, sino que con frecuencia invitaba a la gente correcta en el momento correcto. Artistas, empresarios, gente del común que le caía bien,… Raquel era una mujer llena de sorpresas.

 De hecho, había sido en otra de sus fiestas, una mucho más pequeña en su casa, donde había visto por primera vez a Daniel. En esa ocasión no había hablado ni interactuado con él, ni siquiera a través de nuestras amistades en común. Solo nos habíamos echado algunas miradas a lo largo de la velada y nada más. La verdad es que siempre he sido bastante tímido y solo puedo suponer que él es igual en ese sentido. Hasta este momento no lo sé a ciencia cierta pero algo me dice que él es incluso más privado y reservado que yo, y eso es mucho decir.

 Esa vez también se fue de un momento a otro y le pregunté a Raquel quién era él. Ella me dijo que se llamaba Daniel y que era un músico que había conocido en una de sus muchas reuniones que los mejores cantantes e intérpretes de la ciudad. Al parecer Daniel tocaba muy bien la guitarra y otros instrumentos que usaba para acompañar a una gran cantidad de cantantes durante sus conciertos. Raquel dijo que era callado pero cuando hablaba decía siempre lo que uno estaba pensando. Era de esas personas que solo hablan cuando tienen algo importante que decir.

 Después fue que empecé a verlo más y nunca supe cual era la razón. Alcancé a pensar que había sido Raquel quién se había encargado de que en cada fiesta que yo iba, Daniel estuviese también. No, no era que me enojara que lo hiciera, todo lo contrario. Pero me preguntaba si él se daba cuenta de lo que nuestra amiga en común intentaba hacer. Además, estaba el pequeño inconveniente de que yo no sabía si yo le gustaba. O para ponerlo más claro, no tenía ni idea si a Daniel le gustaban los chicos o las chicas y eso era algo que yo debía saber para no perder el tiempo.

 La verdad es que mi interés por las cosas y por las personas tiene una duración que puede ser muy corta. Como nunca pasó nada en ninguna de esas reuniones, al final yo ya ni ponía atención si él estaba o no ahí. Después fue que tuve que viajar por un año, por asuntos de trabajo. Cuando volví y me reuní de nuevo con Raquel, estuvo contenta de contarme todos los chismes que había para contar. Después de hablarme de los más jugosos, recordó a Daniel y me contó que se había emparejado con uno de los chicos de una banda que ella siempre invitaba a las fiestas más grandes.

 Yo a esa banda la recordaba muy bien por dos razones: la primera era porque en verdad eran buenos. El tipo de música que tocaban era precisamente el que me gustaba, relajado pero con unos toques atrevidos donde se necesitaban. La otra razón es que el baterista y yo habíamos tenido relaciones sexuales en la van que usaban para guardar los equipos. Lo hicimos en una de esas fiestas y todo fue solo por un mirada. Nos entendimos, fue como un apretón de manos, un acuerdo sin una sola palabra. Minutos después, estábamos uno junto al otro.

 Bueno, de eso hacía mucho tiempo. Por eso no le dije nada a Raquel. Ya había vuelto a ver al tipo muchas veces después de esa ocasión y estaba claro que ninguno de los dos quería nada a raíz de ese momento hacía tanto tiempo. La primera vez que nos vimos luego de hacerlo nos miramos y asentimos. Las veces siguientes no hubo ni eso y nos dio igual a los dos. Hay veces que esa energía, ese deseo de algo más, sea lo que sea, simplemente no existe y no hay nada malo en ello. Incluso puede que sea algo bueno.

 El caso es que volví a ver a Daniel. Estaba tan cambiado: no solo se veía más guapo que antes sino que hablaba mucho más. Tanto así que me saludó de mano y mirándome los ojos en la primera fiesta a la que fui después de volver de mi viaje. Tengo que admitir que, por un momento, no me importó nada más en el mundo fuera de esa sonrisa tan hermosa y sus ojos tan amables y sinceros. Fue como si el tiempo se congelara por un momento, dejándome ser feliz por unos segundos.

 Lo malo fue que me presentó a su novio justo después, entonces se sintió como si me hubieran echado varios litros de agua fría encima. El tipo con el que estaba era simplemente perfecto, casi un modelo de ropa de alta costura. Dolían los ojos de verlo directamente, como si fuera el sol o algo por el estilo. Me dio un poco de rabia haberme puesto tan contento por un momento. Decidí que debía olvidarme de ese pequeño fragmento de tiempo pero, para mi sorpresa, fue muy difícil hacerlo así no más. Era casi imposible no pensar en ello, al menos una vez al día.

 Al pasar de los meses, lo logré. Y cuando lo vi de nuevo no sentí nada. No ofrecí mi mano ni una sonrisa, solo un movimiento de cabeza que pudo ser grosero pero la verdad no caí en cuenta en el momento. No me importaba. Ahora que lo pienso, lo que he hecho no ha sido de la mejor manera. No sé que es lo que espero que pase cuando yo mismo no he sido el mejor ejemplo de cómo hacer las cosas como se debe. Es un poco chocante darse uno mismo cuenta de las tonterías que hace, sea en el tiempo presente o en un pasado lejano.

 Varias veces nos vimos después de eso y fue cuando me di cuenta de su tendencia por los chistes. Con el tiempo me empecé a reír de ellos y me di cuenta de que no importaba si lo hacía, no me comprometía a nada con hacerlo. Solo quería disfrutar de esas veladas lo mejor posible y así lo hice. Volví a pasarlo bien y a no fijarme en tonterías. Ese fue un problema porque si hubiese estado más alerta hubiese visto las señales y hubiera podido hacer algo para prevenir lo que estaba por venir, algo que debí pensar mejor, con cabeza fría.

 Ocurrió en una de esas pequeñas reuniones en casa de Raquel. Daniel fue solo y todos preguntaron por su novio. Estaba enfermo, con gripa. Bebimos bastante y cuando era hora de irnos hablábamos, de la nada. Me dijo que nos podíamos acompañar a casa, pues vivíamos uno cerca del otro y no lo sabíamos. Caminamos en la noche húmeda, recién había llovido. Hablamos todo lo que jamás habíamos hablado y cuando llegamos a mi apartamento, lo invité a pasar. Él aceptó sin dudar un momento. Esa noche hicimos el amor como nunca antes con nadie más.


 Eso fue ayer. Ahora tengo un dolor de cabeza enorme y una culpabilidad igual de grande. No sé porqué esperaba algo más de él cuando tiene a alguien que lo necesita, con el que ha estado tanto tiempo. Yo soy solo una pausa, una que yo mismo pude haber prevenido. Supongo que fue su tacto, su manera de tocarme la que hizo pensar que todo podía ir más allá. Fue como vivir, de nuevo, en ese espacio suspendido que había mencionado antes. Todavía podía sentirlo y de eso no creo poderme olvidar.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Modelo de...

   Desde siempre, lo llamaban para lo mismo. Ha pesar de tener una rutina bastante intensa de gimnasio, el trabajo para el que lo llamaban siempre era el mismo.  Se había esforzado por mucho tiempo para ser el mejor en lo que hacía, para poder presentar más de una cara de si mismo. Pero, por alguna razón, siempre lo contrataban para exactamente lo mismo. Como así era, trabajaba medio tiempo en un pequeño restaurante como ayudante de cocina pues esa era su profesión desde un comienzo, tiempo antes de intentar otros caminos.

 Raúl era inusualmente alto para el lugar donde había nacido y desde siempre la gente lo había mirado de manera diferente. No como si fuera un gigante ni nada parecido, sino porque sus movimientos eran algunas veces lentos y torpes. No era inusual que tuviese accidentes tontos con un frecuencia mucho más alta de lo normal. Lo único que hacía en esos casos era disculparse y tratar de que no sucediera de nuevo pero era bastante difícil evitarlo, en especial cuando muchas veces sentía que no tenía control sobre su cuerpo.

 Aunque la cocina había sido su primera pasión, la verdad era que hacía mucho tiempo había perdido el interés en ella. Al menos así había sido desde que, en un viaje al extranjero, un hombre lo había detenido para decirle que tenía pinta de modelo y que le encantaría tomarle algunas fotos para definir su perfil. En ese entonces viajaba con una novia a la que le pareció todo el encuentro muy gracioso y pensó que el hombre era o un charlatán o simplemente le estaba tomando del pelo a Raúl. Él fingió pensar lo mismo.

 La verdad era que la idea le había quedado sonando en la cabeza y por el resto del viaje estuvo mirando la tarjeta que el hombre le había dado. Al final, casi tenía el número memorizado. Pero no tuvo nunca un espacio de tiempo para poder ir a hablar con el hombre. Su ex estaba siempre encima de él, como si le diera miedo despegarse. Así que nunca fue a su cita con el hombre de la agencia de modelaje y su viaje terminó en una pelea por otra cosa con su novia. Poco después terminarían y una de las razones sería la poca fe de ella en él.

 Aunque se le daba bien lo de cortar y cocinar, desde ese viaje a Raúl se le había metido en la cabeza que sí podía ser modelo y que quería intentarlo pues sería un ingreso más de dinero que no le vendría nada mal. Eso era lo que se decía a si mismo pero la verdad era que quería saber si en verdad era tan guapo como para ser modelo. Nunca se había sentido especialmente atractivo y, aunque ahora se mataba en el gimnasio tres horas al día, no sentía que estuviese más cerca de su meta que cuando el tipo le ofreció su tarjeta la primera vez.

 Después de una búsqueda exhaustiva, Raúl decidió lanzarse e intentarlo. Buscó una agencia y pidió una cita. Tenía que pagar para que le tomaran fotos y lo consideraran, no era al revés. Ese día tuvo muchos nervios y se había asegurado de ejercitarse lo suficiente antes de asistir. Sus músculos estaban tensos y aún dolían del esfuerzo físico. EL fotógrafo no dijo nada al respecto. Las únicas veces que le dirigió la palabra fueron para decirle como posar, que hacer para la siguiente toma y nada más. Todo fue menos interesante y fascinante de lo que él esperaba.

 A la semana siguiente volvió para recoger sus fotos y para reunirse con un hombre que le diría cuales eran sus puntos fuertes y sus puntos débiles y si de hecho servía o no para el modelaje. Cuando llegó a la cita, se decepcionó mucho al ver que ya no hablaría con un hombre sino con una mujer. No era que Raúl fuese sexista ni nada por el estilo, sino que le intimidaba mucho más oír criticas de su físico de parte de una mujer que de un hombre. De alguna manera se sentía como si estuviese, una vez más, en una de sus relaciones fallidas.

 Sin embargo, la mujer no pudo ser más amable. Le comentó que en efecto su altura lo hacía bastante interesante para una gran variedad de proyectos, sobre todo en un país donde la gente era bastante pequeña. El inconveniente es que tendría que modelar ropa diseñada casi que para él o sino se vería como un tonto. Hablaron también de su físico y la mujer le confesó que aún le faltaba mucho por hacer en ese aspecto pero eso siempre se podía mejorar trabajando duro en el gimnasio con algo más de intensidad, lo que parecía ser casi imposible.

 Le dijo, además, algo que le pareció inusual y fue que sus manos y sus piernas eran ideales también para el modelaje. No eran excesivamente peludas y eran torneadas y bien definidas, con una piel suave y de un color bastante agradable que no era blanco pero tampoco de un moreno que no le quedara a su complexión. Le mostró varias de las fotos que le habían tomado para que viera lo que ella quería decir pero la verdad es que eso a Raúl le daba un poco lo mismo. Él lo que quería era ser modelo comercial y nada más.

 La reunión terminó con unas palabras de aliento y la entrega de las fotos. La mujer estaba segura que Raúl podía tener un futuro brillante en el mundo del modelaje si sabía aprovechar sus atributos y si se esforzaba mucho más en el trabajo de su cuerpo. Le dijo que enviaría copias de sus fotos a varios conocidos para ver si alguno de ellos estaría interesado en él como modelo. Al final le dio la mano y Raúl la estrechó con una sonrisa tensa: la verdad era que no sabía que pensar de la reunión.

 Días después, mientras cortaba montones de cebollas para la hora del almuerzo en el restaurante, Raúl recibió una llamada en su celular. Era la mujer de la academia que le contaba que un par de empresas estaban interesadas para trabajar con él. Raúl se emocionó bastante y la mujer le pidió que la visitara lo más pronto posible para contarle todos los detalles pues estaba algo ocupada y no podía contarlo todo por el teléfono. Él aceptó y casi no pudo dormir esa noche de la emoción. Parecía que su sueño estaba cada vez más cerca.

 Sin embargo, al otro día, su ánimo bajó de golpe cuando la mujer le explicó que el trabajo era para una empresa que hacía medias. Eran medias para todos los usos y le tomarían varias fotos. La paga era buena pero no increíble ni nada por el estilo. Ella le explicó que la mayoría de planos serían cerrados pero que era posible que un par de las fotos fueran para vallas y revistas, donde un cuerpo entero tenía mucho más sentido. Raúl lo pensó un momento pero la mujer lo convenció de que, para un primer trabajo, estaba mejor que bien.

  La sesión de fotos fue el fin de semana siguiente y Raúl se enamoró de todo lo que tenía que ver con el modelaje desde el primer momento. Le encantaban las luces, el sonido del obturador de la cámara y el silencio del fotógrafo con el que parecía establecer una conexión especial a la hora de posar. Eso sí, todas sus poses tenían que ver con sus piernas y con la gran variedad de medias que la empresa que lo había contratado hacía. Para las fotos, se puso todo ese día al menos unos cuarenta pares de medias, casi siempre sin zapatos.

 Fue divertida como primera experiencia y supuso que mucho más pasaría. Y así fue pero no de la manera en la que él lo estaba esperando. Lo primero es que la compañía de las medias lo siguió contratando con frecuencia pues estaban muy contentos con él. Siempre era para modelar en planos cerrados de sus piernas, pocas veces de cuerpo entero. Lo otro es que todas las ofertas que recibía eran para lo mismo o para zapatillas deportivas o zapatos de varios tipos. Pagaban muy bien y él aceptaba y se dejaba tomar todas las fotos pero su cara no aparecía en ninguna de ellas.


 En parte estaba orgulloso de si mismo pues había logrado convertirse en modelo y, al menos parcialmente, poder vivir de ello. Pero aumentar su rutina a cuatro horas diarias parecía no haber tenido efecto. Lo más cercano a su sueño fue cuando le tomaron una foto sin camiseta para unas zapatillas deportivas pero la foto nunca se publicó. En todo caso, siguió intentando pues sabía que lo tenía todo para triunfar. Había llegado hasta allí y nadie le iba a impedir seguir avanzando, no después de todo lo que había superado.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Una vez y otra más

   Mientras me ponía los pantalones y apretaba el cinturón, escuché ruidos que venían de afuera de la habitación. Me di cuenta entonces que él no había salido al baño sino que se había ido a otra parte del apartamento. Seguí mirando el sitio con curiosidad ya que me gustaba bastante por donde estaba ubicado, como estaba arreglado y por la espectacular vista de la ciudad que había por la ventana. A pesar de ser tan temprano en la mañana, no había nada de la usual neblina. En cambio se alcanzaba a ver por varios kilómetros y era algo hermoso.

 Terminé de vestirme, revisé tener la billetera y mi celular y salí de la habitación con cierta rapidez. Normalmente nunca me quedaba en la casa de nadie hasta tan tarde y tenía que llegar a la mía, en la que no vivía solo. No es que a mi compañera de apartamento le importara mucho a que hora llegara o cuando pero a mi cerebro le gustaba pretender que era algo importante. Creo que me hacía creer que estaba siendo responsable de alguna manera aunque eso no tenía el más mínimo sentido. Me detuvo un momento frente a un espejo de cuerpo entero en el pasillo.

 Me peiné como pude, aunque mi cabello no parecía tener muchas ganas de hacer lo que yo quisiera. Para eso debería haberme duchado, algo que él había ofrecido pero, de nuevo, yo solo quería irme. Me arreglé la ropa un poco y seguí caminando hacia lo que era la salita del apartamento. Me gustaba mucho esa zona porque el techo era en bajada por ser en el último piso. Había una viga de madera que le daba cierta personalidad al espacio. La vista desde allí era igual de increíble. Por un momento me pregunté cuanto dinero ganaría él en su trabajo.

 Me asustó al aparecer de la nada. O bueno, por aparecer del lado al que yo no estaba mirando. La cocina estaba de ese lado y no debía haberme sorprendido tanto pero pegué un salto bastante exagerado y le hice caer al suelo un vaso de jugo de naranja que llevaba. El liquido se expandió por todo el suelo, manchando también una pared y una linda alfombra de estilo persa que tenía debajo de la mesa de centro de la sala. Mi reacción inmediata fue de vergüenza. Me agaché a recoger los vidrios y el me dijo que no me preocupara por ello.

 Fue cuando vino con la escoba, el recogedor y un trapo, cuando me di cuenta de algo: él seguía sin ropa, tal como había salido de la habitación. Por alguna tonta razón, eso me hizo sentir incomodo, a pesar de que ya lo había visto desnudo por un buen rato. Me sentí infantil al rato, cuando me di cuenta de cómo me había sentido. Fue una sucesión de sentimientos y pensamientos que ocurrieron en un espacio de tiempo muy pequeño. Y él, sin decir nada, se puso a limpiar el jugo regado y a recorred los vidrios con gran habilidad.

 Como yo no podía o no quería hablar, no pude decirle que no se molestara con el jugo. Por eso volvió y me sirvió un vaso y me invitó a tomarlo en la sala. Hice algo un poco grosero que fue tomar todo el contenido del vaso, sin respirar, en unos pocos segundos. Estiré la mano para darle el vaso y él me lo recibió un poco impresionado. Me dirigí hacia la puerta con cuidado, tratando de no pisar las partes pegajosas del piso o cualquier partícula que brillara. Cuando llegué a la puerta principal, fui a decir algo para despedirme pero un trueno en el exterior me calló.

 De repente, sin previo aviso, una lluvia torrencial empezó a caer afuera. Me quedé mirando la ventana con la boca abierta y luego, sin pensarlo mucho, mis ojos pasaron a la silueta de su cuerpo contra la poca luz que entraba por la ventana. De verdad que era un tipo muy lindo, su cuerpo me gustaba mucho y, había que decirlo, era muy cariñoso. Moví los ojos hacia otro punto y entonces dije, casi gritando, que ya me iba y que pediría un taxi en la recepción del edificio.

 Él me miró y me dijo, con total tranquilidad, que podía quedarme el tiempo que quisiera. Y como por lanzar un pequeño dardo, agregó que nadie me estaba echando. Eso me hizo sentir muy mal porque él tenía razón al decirlo. Me estaba comportando como un jovencito y no como un hombre adulto. Así que por eso, por la culpa, caminé hacia él y le pregunté si lo podía ayudar a limpiar. Él me dijo que quedaría un poco pegajoso por un tiempo pero que no tenía ganas de limpiar en ese momento, que lo haría más tarde con productos de limpieza como tal.

 Caminó entonces a la cocina para botar los pedazos de vidrio y me dejó solo mirando la lluvia que caía como si el cielo se hubiese roto. Me quedé allí de pie por un buen rato hasta que me di cuenta que me estaba comportando de manera rara de nuevo. Así que me senté en el sofá que había allí y me quité la chaqueta. De alguna manera hacía más calor en el apartamento que el que seguramente hacia fuera. Entre la lluvia podía ver árboles y eso me hizo pensar en mis decisiones, en mi vida, en lo que hacía y en lo que no.

 Rompió mi pensamiento el ruido de vidrio. Esta vez él había puesto dos vasos de jugo sobre portavasos en la mesita de centro, así como un plato con lo que parecían croissants pequeñitos. Me dijo que algunos tenían queso y otros chocolates. Se sentó desnudo a mi lado y tomó uno de los croissants y un vaso de jugo. Empezó a comer sin decir nada, solo mirando por la ventana y nada más. Yo decidí hacer lo mismo, a ver si eso rompía el hielo que yo había formado con mi mala actitud. Me di cuenta que no quería irme sin dejar las cosas bien. No tengo ni idea porqué.

 Le pregunté cuanto pagaba de arriendo. Era una pregunta un poco rara para hacerle a alguien que casi no conocía. Al fin y al cabo nos habíamos visto en contadas ocasiones. Sin embargo, el sonrió y me hizo recordar que esa era otra cosa que me gustaba mucho de él. Me contó que el apartamento era de su padre y que, al morir, se lo había heredado directamente a él. Es decir, solo pagaba servicios y nada más. No sabía si decir algo positivo o decir que sentía lo de su padre. Opté por lo segundo.

 Él negó con la cabeza, todavía sonriendo, y me dijo que siempre había tenido una relación bastante especial con su padre y que había sido su manera de decir que confiaba en él. No insistí en el tema pero ciertamente me pareció muy interesante. Le dije que me gustaba mucho la vista y él respondió que lo sabía. Eso me hizo sonrojar y pensar en que había hecho yo para que él se diera cuenta de ello. Tal vez en la habitación me había quedado mirando hacia el exterior en algunas ocasiones. Me dio mucha vergüenza pensarlo.

 Entonces el me tocó la cara y me dijo que le gustaba como me veía con la luz que había en la habitación. Seguí rojo porque no esperaba que dijera algo así. No le agradecí porque sentí que eso no hubiese tenido sentido. La lluvia siguió cayendo mientras terminamos la comida y la bebida. No se detenía por nada y yo me resigné a que simplemente no iba a tener una mañana de domingo como las de siempre, en la que permanecía metido en la cama hasta bien tarde, cuando me daban ganas de pedir algún domicilio de una comida no muy sana.

 Él entonces me dijo que se disculpaba si me parecía un poco raro que no se vistiera pero es que así se la pasaba todos los domingos. Me confesó que no se bañaba en esos días y que por nada del mundo salía a la calle. Le gustaba usar el domingo para adelantarse en series de televisión o películas que no hubiera podido ver antes. Yo le dije que hacía lo mismo y empezamos hablar de las series que nos gustaban y porqué. Resultó que estábamos viendo la misma y que teníamos las mismas ideas respecto a los personajes y sus intrigas.


 Cuando la conversación se detuvo, me invitó a ver un capitulo en el televisor de su habitación. Acepté y nos pusimos de pie para caminar hacia allí. Casi cuando llegamos, me detuve frente a la puerta del baño y le pregunté, de la nada, si podía bañarme ahora, ya que lo había ofrecido antes. Me dijo que sí y yo, sin decir nada, lo tomé de la mano y terminamos juntos bajo el agua caliente de la ducha. Hicimos de nuevo el amor y luego vimos televisión. Y hoy puedo decir que he estado viniendo a este apartamento por los últimos dos años. Las cosas pasan como tienen que pasar.

miércoles, 20 de julio de 2016

Vida dental

   Para Diego, lo más importante del mundo era su profesión. Desde pequeño, cuando miraba la televisión o jugaba con sus amiguitos, se imaginaba siendo el mejor de los odontólogos. Claro, no era un sueño poco común pero había nacido de un sentimiento noble de ayudar a los demás, dándoles algo en la vida de lo que pudiesen estar orgullosos. Los dientes de pronto no eran lo más importante para nadie, pero son una de esas cosas que es mejor tener bien cuidados y con todo en orden para no tener que preocuparse.

 Suponía que su idea de ser odontólogo había empezado cuando, al ver sus programas favoritos, los personajes aconsejaban en un momento determinado que los niños, es decir los televidentes, se cepillaran los dientes después de cada comida para tener una boca sana y una sonrisa perfecta. Por alguna razón, eso a Diego siempre le había parecido muy importante y desde esos día siguió al pie de la letra las instrucciones para cepillarse los dientes correctamente.

 Cambiaba su cepillo regularmente, usaba diversos tipos de dentífricos, tenía hilo dental de varios sabores para cambiar todos los días y guardaba botellas y botellas de enjuague bucal, listas para ser consumidas. Incluso tenía de esas pastillas que teñían los dientes e indicaban donde hacían falta cepillarse. Todo eso lo compraba en el supermercado con sus padres y era siempre muy insistente al respecto.

 Cabe decir que este gusto por los la higiene bucal, no le venía a Diego de sus padres. Su madre era asesora financiera en una firma importante de la ciudad y su padre era abogado. Ninguno de los dos tenía el mínimo interés por los dientes o por la salud en general. Es decir, se preocupaban como cualquiera pero no insistían mucho en el tema pues creían que era más importante tener una educación de calidad que nada más.

 El día que llegó la hora de entrar a la universidad, Diego no tenía ninguna duda de lo que quería estudiar. Sin embargo, sus padres trataron de disuadirlo, tratando de convencerlo de estudiar sus carreras y exponiendo porque era buena idea hacer una vida en esos campos. Sus razones siempre giraban alrededor del dinero y de la estabilidad económica pero su hijo no era un tonto: también él había ensayado su discurso.

 Una tarde, les mostró una presentación que había hecho, explicando porque quería estudiar odontología, centrada también en el hecho de que se ganaba buen dinero y además sería feliz haciendo lo que siempre le había interesado. Ellos no insistieron más y lo apoyaron en lo que necesitara pues sabían que tenían un hijo decidido, con metas claras y determinado a cumplir sus sueños a como diera lugar.

 Los años de universidad fueron los mejores años de la vida de Diego. No solo empezó a aprender más sobre lo que lo apasionaba, sino que también conoció gente que compartía ese entusiasmo y para la que sus particularidades respecto a la higiene bucal no eran excentricidades sino productos normales de la preocupación de un ser humano por su salud. Las conversaciones que tenían no solo giraban alrededor del tema dental pero casi siempre lo hacían y a Diego eso le parecía en extremo estimulante e interesante.

 Sus padres estuvieron muy orgullosos el día que presenciaron la graduación de su hijo. Al recibir el diploma, los saludó enérgicamente y les mostró su cartón, indicándoles que había terminado esa etapa de su vida de la mejor manera posible. En las prácticas que había tenido que hacer, en las que ayudaban a personas que no tenían el dinero para pagar un servicio dental adecuado, conoció a un profesor que le dijo que era uno de los mejores alumnos que había tenido y que debería pasarse por su consultorio algún día.

 Esa sugerencia dio origen a su primer trabajo, siendo asistente del profesor por un periodo de dos años. Ganó buen dinero pues los clientes que tenía el profesor eran personas acomodadas que se hacían varios procedimientos estéticos al año y varis de ellos tenían que ver con los dientes. Cada intervención era bastante compleja e interesante para Diego, por lo que aprendió todavía más y encima ganó buen dinero.

 A pesar de todo ese éxito, el resto de la vida de Diego no iba tan bien. De hecho, jamás había sido algo muy estable. Durante los años de universidad había tratado de tener relaciones sentimentales con varias personas pero jamás había logrado establecer algo duradero con nadie. Sentía que su profesión de alguna manera se metía entre él y la otra persona y que eso creaba una barrera que era imposible de franquear.

 Se daba cuenta de que muchos en el mundo consideraban que ser un odontólogo no era lo que él siempre había pensado. Claro, a él le encantaba y eso no iba a cambiar nunca, pero la mayoría de gente que conocía fuera de su circulo de trabajo no eran tan agradable cuando él empezaba a hablar de su trabajo y de lo que había visto en la semana.

Su vida sentimental era nula e incluso su relación con sus padres se fue estancando a medida que se hizo más exitoso. Su teoría, años después, era que a ellos jamás les había ido tan bien en sus trabajos después de muchos más años de constante esfuerzo y dedicación. Él, en cambio, había ascendido como la espuma y todavía podía ascender más.

  Cuando dejó de trabajar con el profesor, fue porque quiso independizarse buscando un espacio para él solo. Su sueño era ese, tener una consulta propia con todo lo necesario para dar una atención de calidad a quien lo necesitara. Diseñó varios planes para personas con poco dinero y estableció precios competitivos para intervenciones que la gente con dinero se hacía con frecuencia. Adquirir los equipos le costó casi todo lo que había ganado en los años anteriores, pero estaba dispuesto a arriesgar. Y eso probó ser la mejor decisión de su vida.

 Tan solo un año tuvo que pasar para que su vida diera un cambio completo: se mudó de la casa de sus padres a un apartamento de soltero muy cerca de su consultorio, se podía pagar las mejores vacaciones a lugares exóticos y lejanos y además estaba más feliz que nunca, ayudado de dos asistentes que le colaboraban con la gran carga de trabajo que tenía. A veces tenía que trabajar demasiado pero valía la pena y seguía aprendido, seguía fascinado por los dientes y eso era asombroso.

 Sin embargo, Diego empezó a sentir más y más que se estaba quedando solo. Sus amistades reales eran pocas, no hablaba casi con sus padres y no había sentido nada por nadie en años. Hubo una temporada en la que se decidió a salir a tomar algo en las noches, a bailar o a cualquier sitio. Le pidió a sus pocos amigos que le ayudaran pero nada funcionó. Había algo en su personalidad, algo que no podía ver él mismo, que alejaba a los demás.

 Por un tiempo, su rendimiento en el trabajo bajó significativamente. Sentía que el éxito laboral no podía ser todo en el mundo para él. ¿De que servía todo ese dinero si no lo podía compartir con nadie? Fue a un psicólogo para ver si podía averiguar que era lo que lo hacía tan repelente pero dejó de ir a las dos semanas. No solo por el ridículo precio de las consultas que no llevaban a ningún lado, sino porque las preguntas que hacía el disque doctor no tenían nada que ver con lo que Diego quería saber.

 Cuando su consultorio se hizo más grande y tuvo otros odontólogos a su cargo, decidió que era el momento de unas largas vacaciones. Se tomó varios meses y decidió explorar el mundo, alejarse de todo lo que conocía y quería para ver si podía reconocerse a si mismo fuera del mundo que había construido en su oficina y con los clientes y demás componentes de su vida laboral.


 Pero tras ese largo viaje, no encontró nada. Volvió al consultorio acabado y sin ilusiones pero una vez allí, fue como inyectarse con el elixir de la eterna juventud. Todo lo demás no importaba. Ese era el amor de su vida, la razón de su existencia. No hacía falta más, o eso se dijo a si mismo varias veces.