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miércoles, 30 de marzo de 2016

Lluvia de meteoritos

    Laura llevaba el mantel y los cubiertos en una mano y Miguel el cesto de la comida. Subieron una pequeña colina del parque y se sentaron en la parte más alta para tener una mejor vista de la situación. Era raro estar en el parque tan tarde en la noche pero no estaban solos: por aquí y por allá había más gente, parejas y familia que se habían reunido a ver el mismo espectáculo de la naturaleza. Al fin y al cabo, una lluvia de meteoritos no era muy común en la región y a la gente le encantaba tener alguna razón para armar un plan con amigos o con quien fuera.

 Laura y Miguel se habían conocido hacía relativamente poco, en un fiesta, a través de amigos mutuos. Al comienzo las cosas habían sido un poco frías. Luego se habían visto más, en otras fiestas y ocasiones, y habían empezado a hablar más. Esta era la primera vez que se veían a solas, sin la compañía de ninguno de sus amigos y se notaba en el aire un nerviosismo que mantenía la tensión al máximo.

 Por eso sería que en el camino del carro a la colina del parque, no hablaron una sola palabra. Laura extendió el mantel en el suelo y se sentó en una esquina y Miguel en la otra, con el cesto entre los dos. Contemplaron el parque en silencio y era evidente que los dos querían decir algo pero no había manera de decir nada. Era como si fuera la primera vez que salieran con alguien y eso no era verdad. Cada uno tenía su experiencia pero por alguna razón se estaban comportando como tontos.

 Unas risas cercanas, de un grupo de chicos adolescentes, los hicieron salir de su ensimismamiento. Miguel abrió el cesto y le ofreció a Laura algo de beber. Solo habían traído bebidas no alcohólicas porque estaba prohibido tomar cervezas y demás en el parque pero Miguel le mostró a Laura que no había podido resistir y había traído un par. Esa fue la manera perfecta para poder empezar a hablar.

-       No debiste. ¿Que tal si viene la policía?
-       Confío en que tengan mejores cosas que hacer.

 Rieron y a partir de ese momento la conversación fue fluyendo poco a poco. Como no se habían visto nunca a solas, decidieron hacer como si no se conocieran. Se preguntaron, con más detalles, que hacían en la vida, como eran sus familias y que les gustaba o no en la vida. Como eran preguntas amplias, estuvieron bastante tiempo respondiendo, uno interrumpiendo al otro y comiendo algunos de los sándwiches que habían hecho para la ocasión. Incluso hubo tiempo de compartir una cerveza.

 Alguien gritó, a lo lejos, que la lluvia empezaría en solo diez minutos. Laura y Miguel se alegraron. Jamás habían visto nada parecido y les urgía saber cómo era eso. A Laura todo el tema le parecía muy romántico, como algo salido de una de esas películas en las que uno sabe que las cosas, por mucho que terminen mal, de hecho terminan bien pues hay una enseñanza o algo así.

 Para  Miguel, el interés venía de otro lado. A él le encantaba todo lo que tuviese que ver con el espacio y la ciencia. Al fin y al cabo había estudiado física en la universidad. Laura ni siquiera fingió tener interés cuando Miguel se puso a relatarle cómo era que sucedían esas lluvias de meteoritos y cuantos asteroides enormes pasaban de un lado a otro, cerca de la Tierra. No eran cosas por las que ella se interesara. Era la primera vez que se notaba que algo no funcionaba entre los dos.

 Se podría decir que Miguel era muy cerebral y Laura no tanto pero no era exactamente eso. No tenía que ver nada con el intelecto sino con la manera de ver la vida y los puros intereses. Miguel, en todo caso, se dio cuenta y terminó de golpe su relato y por un momento solo observaron el cielo como si estuviesen esperando a que llegara la lluvia de meteoritos para poder irse cada uno a su casa.

 La verdad era que, a pesar de haber hablado tanto, no habían hablado de lo que habían venido a decirse. Cada uno de ellos quería comunicar algo al otro y por eso habían acordado la salida. Es increíble pero ninguno de ellos tuvo la iniciativa real de salir a ver la lluvia de meteoritos. Fue más bien un acuerdo en un momento puntual para verse y hablar. No se podía decir que algo acordado de manera tan fría pudiese ser una cita y mucho menos romántica.

-       Debimos traer binoculares.

 Lo dijo Miguel, señalando a una familia que incluso tenía un telescopio. La más pequeña de entre ellos, una niña de unos ocho años, miraba por el aparato y se quejaba de que no veía nada de estrellas. Eso reinició, a marcha forzada, la conversación entre Laura y Miguel. Comentaron la última fiesta en la que habían estado y, como es común, hablaron mal de un par de personas que les caían mal. Eso siempre ayudaba a crear una conexión entre las personas. No era lo óptimo pero peor es nada.

 Entonces, la misma persona que había gritado antes gritó de nuevo. La lluvia de meteoritos había empezado y todo el mundo quedó en completo silencio.

 Era hermoso ver como parecía que estrellas de verdad se desparramaran encima del mundo, bañando toda la Tierra como polvo de hadas o algo parecido. Era algo extrañamente mágico pero también muy real y por eso todavía más fantástico y fascinante. No hubo persona en el parque que no inclina la cabeza o se echara de espalda en el pasto para contemplar la escena de la mejor manera posible. Eso fue lo que hicieron Laura y Miguel sobre la suave colina en la que estaban. Se acostaron lentamente y observaron el espectáculo.

 Obviamente, fue el momento elegido por todas las parejas en el parque para irse tomando de la mano, juguetear con los dedos un rato y de pronto, si estaban muy atrevidos, robarle un beso a la persona con la que habían venido. Había incluso algunos que se emocionaban más de la cuenta y la policía seguro los pillaría más tarde. Pero el común denominador era ver gente tomándose de las manos, besándose con suavidad y luego tomándose fotos así, como para cerrar el circulo de ideas románticas.

 Pero entre Laura y Miguel no pasó absolutamente nada. Ella mantuvo sus dos manos sobre el vientre, dedos entrelazados. Él puso una mano detrás de la cabeza y con la otra arrancaba un poquito de pasto y lo deshacía lentamente. Se notaba que no había el mínimo interés en cogerle la mano a nadie. Ni siquiera se sentía ya la tensión inicial. No había nada entre los dos.

 Fue entonces que, de golpe y sin acabarse el espectáculo todavía, Laura se sentó y se sacudió el pasto del pelo.

-       ¿Porqué viniste?

 Miguel sabía bien qué era lo que estaba preguntando y no iba a ser tan tonto de hacerse el idiota, así que respondió con toda sinceridad: quería que fuesen amigos para así poder acercarse a uno de los amigos de Laura, que le gustaba bastante. Pero como era una persona muy privada y, aparentemente, fría, había optado por conocer primero a alguien que lo conociese bien para saber si valía la pena acercarse.

 Laura soltó una carcajada. Le contó a Miguel que a ella le gustaba ese amigo de él con el que había bailado la primera vez que se habían conocido. Pero qué le parecía un poco distraído y por eso también había pensado en hacer la conexión por uno de sus amigos. Rieron un rato por la coincidencia y ni cuenta se dieron que las estrellas habían dejado de caer y que incluso algunas personas ya se iban.

 El camino de vuelta al coche fue diametralmente distinto: hablaron bastante de los chicos que les gustaban y se contaron pequeñas anécdotas graciosas y no tan graciosas. La conversación se extendió durante todo el recorrido hasta la casa de Laura y allí hablaron más rato. Al fin y al cabo iba a ser de día dentro de poco así que decidieron conversar hasta el amanecer, compartiendo la comida que no habían terminado del cesto y café caliente.


 Se hicieron amigos, sin haber sido esa la intención, y se ayudaron mutuamente con sus respectivos prospectos amorosos. Pero su éxito o fracaso con ellos es cosa de otra historia.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Las líneas de la mano

Se habían rehusado varias veces pero la mujer se veía tan frágil que no quisieron negarse más. Se sentaron los tres en una banca del parque. Allí, la mujer tomó la mano de Alicia y empezó a tocar con las yemas de los dedos la palma de su mano izquierda. La mujer fruncía el ceño y cerraba los ojos como si quisiera entrar en algún tipo de trance.

Alicia y Jorge se miraron el uno al otro. Ninguno de los dos creían mucho en la suerte, la quiromancia o nada por el estilo. Se miraron con complicidad y una sonrisa pícara.

 - Hay mucho, mucho en tu futuro.
 - En serio?

Entonces la mujer, con la misma mirada perdida y haciendo una interpretación bastante increíble, empezó a contarle a Alicia que, según lo que veía, se convertiría pronto en una joven exitosa, ganando mucho dinero. Le dijo que sería reconocido por mucha gente, tanto en su país como por fuera de él. Le dijo que su hogar sería una casa enorme, moderna, con todas las comodidades existentes.

Alicia, por supuesto, preguntó por el amor. Y la mujer le dijo que se casaría con un hombre igual de exitoso e inteligente pero que esto pasaría cuando fuera más madura y hubiera cosechado varias victorias en su vida profesional.

Jorge le sonrió a Alicia y le dijo que todo sonaba genial y que no podía esperar a conocer esa enorme casa que ella tendría. Pero entonces la mujer lo miró detenidamente, sin decir nada. Al cabo de un minuto de no parpadear, abrió la boca:

 - Porque dices eso?

El chico le explicó, aunque no creía que hubiese necesidad, que él era novio de Alicia desde hacía más de una año. La mujer lo miró como si hubiera dicho la tontería más grande que se le hubiera ocurrido.

 - Te leo la tuya?

Jorge dudó un momento, sobre todo por la extraña actitud de la mujer al él presentarse como el novio de Alicia. Pero su novia le sonreía y hacía caras para que aceptara la lectura de mano y eso fue lo que hizo. De nuevo la mujer entró en un trance, que está vez le resultó a Jorge más molesto que gracioso, y al cabo de algunos minutos lo miró con una cara propia de un funeral.

 - Mi niño, que pobre eres. Pobrecito niño.

Los novios se miraron y ya no estaban contentos ni divertidos sino asustados y cansados. Jorge retiró la mano y se puso de pie, igual que Alicia.

La joven sacó un billete de su bolso y se lo dio a la mujer, que parecía no poder moverse o no querer. Ellos se tomaron de la mano y se alejaron del lugar. Sin embargo, cuando estuvieron unos pasos más lejos, la mujer empezó a gritar como loca, atrayendo toda la atención de los transeúntes a si misma.

- Pobre, pobre de él! Dios mío, ayúdalo! Pobre alma, pobre!

La pareja apresuró el paso y pronto estuvieron a varias calles del parque. Alicia miraba de reojo a Jorge que parecía molesto, aunque ello no sabía si era por lo que la mujer había dicho acerca del futuro de la chica o si era por lo que había gritado después de leer la mano de su novio.

Pero Alicia no dijo nada, sabía que era mejor no presionar a Jorge, si sentía molesto o indispuesto.

Tras veinte minutos de caminata, Jorge haló a Alicia hacia un local de jugos y postres. Se sentaron en una mesa y la mesera les indicó que todo lo disponible estaba anotado en un enorme tablero en una de las paredes del local. Como no era grande, cualquiera que entrara podía ver fácilmente el menú.

 - Crees lo que dijo?

Jorge parecía preocupado, casi nervioso. Alicia, que estaba mirando la pared, volteó la cara hacia su novio y le sonrió.

 - Es solo una mujer buscando dinero. Tiene que hacer algo de espectáculo para que otros le sigan el  juego. No lo pienses mucho. 

Cuando la mesera volvió, Alicia pidió una ensalada de frutas con helado y Jorge un simple jugo de naranja. Ella trató de alegrarlo diciendo que estaba muerta de hambre y moría por algo de helado y que no le iba a dar nada del de ella. Sonrió pero él no respondió. Su actitud cambió rápidamente.

 - Jorge, no exageres. O es que tu sí le creíste?
 - No. O bueno, no sé.
 - No deberías.

El tono serio y cortante de Alicia funcionó, haciendo que Jorge se diera cuenta que estaba preocupándose por tonterías. Pero todavía estaba lo otro que había dicho, gritado más bien.

La chica que atendía volvió con lo pedido. Entre ambos, compartieron la bebida y lo de comer, y comenzaron una charla que había comenzado antes de que la mujer en el parque los interrumpiera. Habían comenzado a charla sobre la noticia del día: una clínica de abortos clandestinos había sido descubierta y desmantelada recientemente. Pero no habían podido decir nada por culpa de la gitana.

Alicia empezó a decir que le parecía muy bien que hubiera encontrado un lugar tan horrible como ese, donde que lo único que hacían era aprovecharse de chicas jóvenes para hacer quien sabe que porquerías.

Jorge pensaba diferente. Le preguntó a su novia que haría, por ejemplo, si estuviera embarazada producto de una violación o algo por el estilo. Ella le respondió que lo tendría, ya que las violaciones ocurren por culpa de ambos y, muchas veces, más por culpa de la mujer.

El joven dejó de comer al oír a su novia hablar así. Ahora que lo pensaba, era la primera vez en todo su tiempo de novios que hablaban de algo así. De hecho, ni siquiera habían contemplado la idea de ser padres en un futuro. Le parecía que Alicia era muy dura.

Se lo dijo, lo que causó que ella se enojara y le dijera que si él estaba de parte de asesinos de niños y de mujeres que no se habían hecho respetar. El le decía que no, pero que no podía juzgar a nadie por tomar decisiones personales, que a la larga no afectan a nadie más. Alicia le respondió que las muertes de millones de bebés eran problema de todos y que le parecía que tendría que haber más controles para que la gente no usara su cuerpo como se le diera la gana.

En ese momento, Jorge respondió de la peor manera que pudo: se empezó a reír sin control, tosiendo incluso de la risa que le causaban las palabras de su novia. Era más que todo risa nerviosa, ya que no entendía como una mujer joven del siglo XXI podía pensar así.

Ella se enojó bastante y se levantó para irse. Jorge la siguió al andén frente al local y la cogió de un brazo. Ella se soltó con fuerza y le gritó. Le dijo que obviamente él no podía ser el de la visión que la gitana había tenido de su futuro. Era una persona insensible y cruel y no entendía como nunca se había fijado.

Él le reclamó, diciendo que no entendía su manera de pensar. Parecía que le creía más a una bruja en la calle que a él, que había estado en muchos momentos difíciles y alegres de su vida. Jorge le confesó que estaba decepcionado de ella.

Esto hizo que Alicia se enojara más y le gritara a Jorge, diciéndole que era lo peor que le había pasado. Él, enojado también, la cogió del brazo y ella lo volvió a empujar. Pero esta vez, algo más pasó. Jorge se tropezó con el empujón y calle del andén a la calle. Ninguno de los dos había visto que un camión de mudanza venía a toda velocidad. Nadie había visto nada, la rabia los había cegado.

Momentos después, una ambulancia recogió el cuerpo de Jorge y se llevaron a Alicia porque parecía en shock. La ambulancia se fue y solo quedó el camión detenido por la policía y una mancha roja oscura en el pavimento.

La mesera del lugar de jugos y postres estaba asustada, ya que también lo había visto todo. Un oficial se separaba de ella después de interrogarla. Se pegó un susto de miedo cuando una mujer vieja y vestida con harapos de colores, la tocó en el hombro, preguntando que había pasado. Era la gitana del parque, que venía a confirmar lo que ya sabía.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Café en Júpiter

Lira trabajaba en una plantación de café. Era el trabajo que hacían sus padres y que sus abuelos habían iniciado en la región, así que era una tradición seguir con el mismo trabajo que por tres generaciones le había dado de comer a su familia.

A ella le encantaba recoger café ya que sentía que no era un trabajo duro sino todo lo contrario. Aunque obviamente había un esfuerzo físico e incluso mental, trabajar al aire libre le brindaba una paz especial que nada más le podía brindar. Sin embargo, las ambiciones de Lira iban mucho más allá de la plantación.

Desde que era pequeña, le encantaba quedarse afuera antes de acostarse, mirando el cielo. Al vivir en una región poco urbanizada, la noche siempre era estrellada. Un día que había acompañado a su padre a hacer algunas compras en la ciudad, le había pedido dinero para comprar un libro sobre constelaciones y demás temas de astronomía. Ese libro lo tenía consigo todas las noches al mirar el cielo, para identificar cualquier cosa que le llamara la atención.

Sin embargo, lo que más le gustaba era soñar. Y de mayor, este seguía siendo su mayor entretención. Había terminado la escuela hacía poco, sin honores pero tampoco desastrosamente, y había tomado la decisión de dejar la vida del café. Su familia, al comienzo, no compartió su entusiasmo. Sus hermanos le riñeron, argumentando que si ella tenía derecho a más ellos también, a lo que ella les preguntó porque nunca habían hecho lo que querían, si es que en verdad tenían otros deseos, alejados de los cafetales.

El dinero fue la razón con la que sus padres se negaron a pagar una educación superior que no involucrara su modo de vida actual. Ellos le proponían estudiar biología o agronomía, que en algunas universidades de la capital departamental podían resultar carreras más económicas. El sueño de Lira involucraba no solo un monto mucho mayor a pagar, sino también dejar el país y ellos no querían eso porque la temporada hacía que necesitasen de todas las manos que pudiesen conseguir.

Lira no se dio por vencida. Cada cierto tiempo le hablaba a sus padres de lo buena que era la carrera, lo prometedora que podría ser su vida si dejara el país para estudiar pero sus padres siempre volvían al tema del cultivo y cerraban el tema.

La chica empezó entonces a buscar y buscar opciones. Pero su familia pedía de ella más tiempo y casi no podía ni pensar. El trabajo había pasado de ser una distracción y un momento de tranquilidad a ser su mayor pesadilla al despertarse. Los pocos momentos que tenía para ella sola, los pasaba investigando.

Un fin de semana en el que su familia decidió dejarla tranquila, Lira subió en un bus y fue a la capital departamental. Allí pasó horas leyendo en la biblioteca y se llevó uno de ellos cuando sus ojos ya estaban demasiado cansados para seguir. Después de comprar un helado, pasó cerca a la universidad en la que sus padres querían que estudiara para seguir trabajando con café.

Aunque su subconsciente le pedía que entrara y echara un vistazo, su cuerpo se negó y siguió caminando. En un parque cercano se sentó y, mientras comía el helado, retomó su lectura. Era un libro dedicado al planeta Júpiter y sus lunas.

De nuevo empezó a imaginar, algo que no había hecho hacía mucho. Imaginaba que era una científica reconocida y que descubría el primer rastro de vida fuera de nuestro mundo. Soñaba despierta que era famosa e inteligente y que sus padres estaban orgullosos de ella.

De repente, un balón de fútbol la golpeó en la espalda y sus sueños desaparecieron. El dolor la hizo lanzar lo que quedaba del helado al suelo y cerrar su libro con fuerza. Cogió el balón, se puso de pie y lo pateó lejos, exactamente del lado opuesto al que estaban algunos estudiantes jugando. Muchos le gritaron cosas pero ella solo les hizo un gesto insultante con la mano y se fue de allí con su libro.

El dolor había despertado su rabia. Pero no era solo con los idiotas que le habían pegado sino con todo lo que sucedía a su alrededor: estaba amarrada una maldita plantación de café y no podría nunca salir de allí a menos que escapara y esa no era una opción sensata. Tendría que aguantar el resto de su vida el olor del café, que para ella ya era algo desagradable.

De pronto alguien le puso una mano en el hombre y ella gritó y se dio vuelta. Era uno de los chicos que jugaban fútbol en el parque. Ella lo miró con rabia e iba a seguir caminando cuando el se disculpó y preguntó si todavía le dolía la espalda. El chico mencionó que estudiaba medicina y podría llevarla a una revisión a la universidad, si no tenía algo que hacer.

Ella le respondió, en voz bastante alta, que no le interesaba ninguna ayuda de alguien que obviamente no tenía el más mínimo interés en la seguridad de nadie. Además, le dijo que ojalá nunca llegara a ser médica ya que temería por sus pacientes.

Lira se alejó pero el chico la siguió y le pidió disculpas por lo que había pasado.

 - Déjame invitarte algo de tomar. Solo eso.

Ella lo miró con rabia pero aceptó. No había podido terminar su helado en paz y la verdad era que hacía bastante calor.

Caminaron un poco hasta llegar a una cafetería pero ella se negó, diciendo que no quería nada con café. Entonces el chico se dio cuenta que al otro lado de la calle había una tienda de jugos y la invitó allí. El lugar era pequeño pero muy bonito y con varios sabores de jugos y batidos. Lira pidió uno de fresa con banano y él uno de lulo.

 - Mi nombre es Felipe.
 - Lira.

El asintió y tomó un poco de jugo. Miró el libro que la joven había puesto sobre la mesa y sonrió.

 - Estudias física o química?

Lira, que estaba bebiendo algo de jugo, lo miró directo a los ojos, pero ya no con rabia sino con sorpresa, como si Felipe le hubiera dado una idea.

 - Porque lo preguntas?

Él le explicó que la mayoría de jóvenes de la universidad que leían esos libros era porque estudiaban alguna de esas dos carreras o incluso ambas. Le contó de un chico en especial, uno de esos "niños genios", que tenía 15 años y estudiaba allí. Decía que su sueño era trabajar en un telescopio de los que había en Chile o Hawai.

Entonces Felipe le preguntó a ella que si le gustaba lo mismo o era solo por leer que tenía el libro. Ella le respondió hablando por varios minutos, en los que él puso atención a cada una de las palabras que ella decía, palabras apasionadas referentes a su sueño de ser una científica famosa, descubridora de mundos y secretos universales.

Cuando terminó, el chico tenía una tonta sonrisa en la cara y su jugo estaba terminado. Entonces Lira empezó a bombardearlo con preguntas sobre la universidad y Felipe las contestó como pudo. Al final, parecía que la chica estaba complacida. intercambiaron correos electrónicos y prometieron seguir en contacto, cada uno por razones distintas pero sin revelarlas al otro.

Camino a casa en el bus, Lira se dio cuenta de que había encontrado a la respuesta a sus problemas. Y, en efecto, sus padres finalmente aceptaron sus estudios fuera de la rama de lo agrícola para dedicarse a una doble carrera de física y química en la universidad donde estudiaba Felipe.
De allí se graduó de ambas carreras con honores, siempre estando dedicado al 100% a sus estudios y ayudando en casa cuando podía.

Lira se convirtió en una reconocida figura del mundo científico pero, a pesar de los años, nunca pudo retomar su relación con el café, que no podía oler sin que lo relacionara con sus deseos fallidos del pasado.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Michael Jackson

Todas las mañanas toma algo de leche y come su concentrado, como cualquier otro gato. Y, también como muchos otros gatos, sale por la ventana y se pierde por horas y horas. No lo hace todos los días. Es casi como si supiera que su dueño se preocupa por él.

Su primera parada suele ser el apartamento de la señora Flores. La pobre señora Flores es casi ciega, aunque eso no sorprende a los 83 años. Es una mujer muy dulce. Vive sola. Su marido murió hace ya cinco años y lo primero que hace al levantarse es observar la foto del joven apuesto e inteligente que conoció alguna vez en una parada de bus. Era tan galante que no tuvo ningún reparo en enamorarse perdidamente de él.

Después la señora toma su desayuno y suele ser a esa hora que llega el gato negro y blanco. La señora Flores se asegura de siempre dejar una ventana abierta para él y él sabe que la mujer siempre le tendrá un plato de leche fresca, su segundo del día y de la hora.

Allí permanece por algunas horas. La mujer disfruta de verlo comer o le acaricia la cabeza mientras ve algo de televisión. El gato le recuerda a un perrito que tuvo cuando niña y como le gustaba acariciarlo para tranquilizarse. Era una niña avanzada para su edad pero sus padres nunca lo pensaron así. Ella era brillante, más que muchos otros, pero sus padres no la apoyaron. Y por ser mujer, no pagaron su carrera de química. Lo único que hicieron fue dejarla casar joven y cuando tuvo uno, dos, tres hijos, ya no hubo tiempo para estudiar.

Al mediodía el gato sale por la ventana de la señora Flores y le da la vuelta a la manzana para llegar al negocio del Ramón Rugeles. El señor Rugeles tiene un restaurante para los oficinistas que van a vienen. Lo mejor para Ramón ha sido el reciente desarrollo inmobiliario que ha atraído tanto a empresas como ciudadanos al barrio. Esto ha supuesto la revitalización de su negocio, heredado de su padre, y una prosperidad que siempre agradece.

El gato de cuerpo negro pero de patas y una mancha blanca en su rostro, llega siempre a la hora más ocupada, la del almuerzo. Pero jamás es un fastidio ni se cuela por entre las piernas de quienes comen a toda prisa. No, el gato se podría decir que es respetuoso. Siempre espera afuera a que Ramón venga por él. Lo carga hasta el cuarto de aseo donde le tiene bastantes trozos de pescado, sobrantes del caldo marinero del día. El gato come con gana y él se le queda mirando, a la vez que grita órdenes a sus empleados.

Ramón nunca descuida su negocio, ni siquiera cuando, viendo al gatito, recuerda su pasado, mucho más humilde. El restaurante fue iniciado por su padre pero nunca fue buen negocio. La familia tuvo que pasar dificultades con frecuencia y muchas noches no había nada que comer más que pan duro y algo de leche, cerca de la fecha de caducidad. El gato le recordaba lo hambriento que había estado en el pasado y lo agradecido que estaba ahora por el éxito repentino.

A la misma hora que los oficinistas corrían para no llegar tarde,  algo adormilados, el gato salía del restaurante y se colaba a un edificio distinto a donde vivía. La gente lo conocía y, muchas veces, ni lo determinaban. Era como un vecino más. En el segundo piso rasguñaba una puerta y esperaba que lo dejaran entrar.

En ese pequeño apartamento vivía Soledad, cuyo nombre era más que apropiado. Era una estudiante de Bellas Artes, que estaba completando su tesis. Estaba terminando una exposición ambiciosa, constituida por tres obras distintas que había pensado hasta el más mínimo detalle: una escultura, una pintura y una recopilación de poemas.

Sin embargo, como le recordaba su madre por teléfono, era bueno para ella comer y ver gente de vez en cuando. Había pasado meses encerrada logrando su objetivo, incluso se veía más pálida que nunca. A la hora en que el gato de dos colores entraba a su casa, se tomaba un descanso merecido. Normalmente comía poco, ya que no era fanática de la comida. Había sufrido mucho por ello en el pasado y ahora trataba de enmendarse, medio fracasando: su almuerzo era un sandwich de queso en pan de cereales y jugo de naranja. Nada más. Para el animal tenía jamón, que su madre compraba pero a ella le daba asco.

Viendo a la criatura comer con gana, recordó a su mejor amiga Clara. Ambas eran fervientes defensoras de los animales y habían hecho un pacto para permanecer veganas por el resto de su vida. Ambas habían desarrollado disgusto por todos los tipos de carne y sus derivados y compartían recetas que solo utilizaban verduras o frutas frescas.

Pero hacía mucho no hablaba con Clara. Ni siquiera sabía si era vegana todavía. Terminó su comida y retomó su pintura, que estaba casi lista. Pintar la distraía y evita que pensara en cosas que la distraían de su tesis, como Clara. Ya habría tiempo para ello, pensaba siempre, esperando no estar equivocada.

El gato permanecía allí unas horas, durmiendo. Alrededor de las cuatro de la tarde, se despertaba de golpe y arañaba la puerta para que lo dejaran salir. Salía del edificio y entonces cruzaba la calle al mismo tiempo que lo hacía la gente.

Del otro lado había un bonito parque, cubierto de hojas secas y en sombra gracias a los numerosos árboles que allí había. El gato visitaba el parque por dos razones. La primera eran los pájaros. A pesar de ser un animal domestico, era para él una necesidad seguir cazando como lo habían hecho sus ancestros y otros felinos grandes.

La otra razón era más interesante. A esa hora, siempre había niños pequeños en los varios juegos que habían en todo el parque para su diversión. Y eso para el gato de patas blancas no tenía precio. Se acercaba con cuidado a, por ejemplo, los columpios, y los niños siempre se le acercaban para acariciarlo y él se dejaba.

Lo mejor de todo era que muchos niños venían de la escuela o de su casa y traían comida. No era inusual que recibiera pedazos de galletas, pan, jamón, queso, varios tipos de jugo, leche, chocolate,... Era todo un festín para cualquier animal que lo supiera valorar.

Lo malo era que muchas madres y padres se ponían histéricos y les prohibían de un grito a sus hijos que tocarán a un gato "callejero". Al gato esos apelativos le daban igual. Lo que hacía era cambiar de campo de juego y retomar su merienda y las caricias de los niños.

Casi a las seis de la tarde, se iba de allí. Los niños se iban con sus guardianes y ya no había interés alguno para él en quedarse en un parque que, de noche, podría tornarse desagradable. Esto especialmente por la presencia de perros.

Así que el gato se encaminaba a la casa y entraba por la misma ventana que había salido y allí, Felipe su dueño, lo recibía con concentrado y agua.

Felipe estaba casi siempre fuera de casa, excepto los fines de semana. Era un humano que trabajaba demasiado pero siempre tenía la mejor comida del día y el gato lo agradecía. Además, el animal dormía encima de la cama de Felipe y no había mejor lugar para dormir que ese rinconcito calientito.

 - Adonde te vas todo los días? - le pregunta el dueño.

Y el minino con nombre de cantante solo lo miraba y le maullaba, respondiéndole pero sin que él nunca pudiera entender.

jueves, 9 de octubre de 2014

Lo Natural

Después de dejar el automóvil en la entrada, el pequeño grupo de personas esperó mientras el guardabosques iba por el guía, que estaba en una cabaña cercana alistando lo necesario para la caminata.

Los miembros del grupo eran siete personas: había cuatro mujeres y tres hombres. Ninguno se conocía con el siguiente, eran desconocidos los unos con los otros y habían tenido distintas razones para venir al parque.

Estaba, por ejemplo, Daniela. Era fotógrafa de corazón pero cardióloga de profesión. Siempre había querido tomar fotos de la naturaleza pero sus obligaciones en el hospital no dejaban que se alejara demasiado. Tenía 46 años y no se había casado. Su único compañero era Mateo, un gran danés que había querido traer pero el parque no admitía mascotas.

Al lado de ella estaba Clara. Era asistente en un estudio de moda y la habían enviado para revisar el sitio. Su trabajo era ver que posibilidades tenían ciertos sitios para ser utilizados como locación para fotografías varias. Ella no quería venir: era alérgica a muchas cosas y su nariz ya estaba roja en el transporte que los había traído.

El guardabosques volvió con otro hombre, un hombre bastante guapo. Las cuatro mujeres se quedaron mirándolo como tontas, por lo que no escucharon muy bien cuando el guía les explicó que el recorrido sería de tres horas, con un descanso en un hermoso lugar panorámico.

Vestidos con ropa térmica, se adentraron en el parque siguiente un sendero de tierra que pronto vieron cubierto de ramas, pasto y musgo.

Felicia y Amanda eran estudiantes. No habían venido juntas pero habían comenzado a charlar en el bus y ahora se ayudaban a no pisar los charcos de barro más peligrosos. Las dos tenían el mismo estilo: demasiado arregladas para un paseo por la naturaleza y visiblemente incomodas con todo. Ellos no sabían, pero tenían el mismo profesor. Y él les había puesto como tarea hacer un informe personal de un parque nacional. Él había asignado los parques y así, las dos distraídas chicas, estaban ahora haciendo equilibrio para no pisar plantas ni barro.

El guía ahora se detenía para mostrarles un amplio sector del páramo, que estaba cubierto de frailejones y de hongos. Mientras les explicaba las propiedades de algunas plantas, Rodrigo comía una barra de cereal. Estaba obsesionado con el ejercicio y las calorías y demás y había pensado que retar al cuerpo con la altura y una larga caminata era buena idea.

A su lado estaba Marcos, estudiante de biología, que se sentía como niño en una dulcería. Era el único que escuchaba con atención todo lo que decía el guía y anotaba algunas cosas en una pequeña libreta. Incluso hacía preguntas y algunos comentarios que buscaban denotar su conocimiento de la zona.

Por último estaba Walter. Era un hombre maduro, apasionado por la naturaleza, recorriendo el mundo visitando cuanto parque o reserva pudiera encontrar. Había dejado atrás una vieja casa en Londres para hacer su travesía y no extrañaba su casa en ningún momento. Eso sí, estaba cansado. Había llegado de Ecuador hacía unas horas y no había tenido la oportunidad de dormir como se debe.

El grupo siguió caminando por el sendero hasta llegar a un pequeño bosque que cruzaron con cuidado. El guía ayudaba a las chicas y a ellas se les olvidaba todo, encantadas de que les cogiera la mano para ayudarlas a seguir el camino.

Había llovido a cántaros y se notaba: no había animales en ninguna parte, ni siquiera en el cielo. El guía les contaba que alguna vez habían visto cóndores pero que ya nadie sabía muy bien si existían en los terrenos del parque. Eran criaturas muy sensibles. Al igual que osos y ciervos, que tal vez verían, según él.

Apenas salieron a un claro, se cumplió lo que había dicho. Les indicó que hicieran silencio y que no se movieran ya que había un pequeño venado con su madre sobre una superficie plana, no muy lejos de un abismo.

Todos sacaron sus cámaras fotográficas y tomaron un par, a tiempo, antes de que los animales se asustaran cuando Felicia tropezó y cayó de frente contra el suelo. Se llenó de barro y dañó su cámara. La ayudaron a pararse mientras ella sollozaba y decía que nunca se graduaría. Amanda dijo que le prestaría sus fotos y el guía se alejó apenas pudo: odiaba las mujeres quejumbrosas.

Se reunieron en el sitio donde estaban los venados y el guía les dijo que era hora del descanso. Mientras sacaban de comer, les advirtió que no podían dejar basura, ni siquiera restos de comida porque un oso podría seguirlos y eso no era muy buena idea.

Walter y Daniela se acercaron al abismo que había cerca del plano donde habían estado comiendo los venados. Aunque con pésima visibilidad, podían ver el cañón que había abajo y las montañas verdes que se extendían muchos kilómetros más allá.
Y los dos empezaron a charlar, en inglés, ya que Daniela sabía muy bien el idioma por sus estudios. Rodrigo había sido odontólogo y compartieron anécdotas médicas mientras comían compartían un paquete de galletas.

Marcos hablaba con el guía, con quien compartía un sandwich. Hablaban de las nuevas especies descubiertas en Guyana y lo que significaba poder descubrir nueva vida en un mundo ya viejo.
El guía se sentía muy a gusto hablando con Marcos, ya que compartían ese gusto enorme que él tenía por los animales y la vida en general.

Felicia le decía a Amanda que fotos tomar y como tomarlas y ella asentía ante todas las peticiones de la otra. Amanda era del tipo de chica que quería caer bien y Felicia del tipo que le gustaba tener el control. Y lo hacían de maravilla.

Rodrigo hablaba con Clara de sus ambiciones de ser modelo para diferentes marcas y ella solo asentía. Ya conocía a los modelos y sabía que el tipo iba a hablar horas, quisiera ella o no. La joven solo sonreía en los momentos apropiados, asentía y pedía, en sus adentros, largarse de allí lo más pronto que se pudiera.

Pasados unos minutos el guía dijo que tenían que continuar. Revisó minuciosamente el sitio donde habían comido y, tras recoger una envoltura de barra de cereal tirada, prosiguieron con el recorrido. La idea era bajar a una zona del cañón para buscar vida salvaje y luego volver a subir por un lugar que no habían pasado, donde solo crecía musgo y habían restos arqueológicos.

Y así lo hicieron. Bajaron, unos quejándose más que otros, hasta encontrar el arroyo que pasaba por el cañón. Les advirtió no tomar de allí ya que podían contaminar el lugar. Felicia ordenaba a Amanda tomar fotos y Rodrigo ya ni se molestaba en fingir poner atención: se había puesto los audífonos y oía música electrónica.

Tras no ver nada en el cañon, subieron con dificultades por un tortuoso sendero hasta una pequeña meseta, despejada. Allí no crecía nada más que brotes de musgo. Habían varias piedras distribuidas por el sitio, algunas hundidas en el suelo. Formaban una marca circular, con otro circulo adentro de ese. La sensación fue de asombro general.

Todos tomaron fotos e incluso posaron junto a las rocas. Y después, en silencio, cada uno dio una vuelta por el lugar. Según el guía, esto era tradición.

Rodrigo pensó en que le gustaría no sentir tanta presión de todos, por ser más y mejor. Walter quiso volver a su hogar y dejar flores en la tumba de su mujer. Marcos tomó una decisión: haría un año académico en Brasil. Y el guía solo inhaló el aire puro y agradeció estar allí todos los días.

Amanda pensó en que querría tener un buen trabajo al salir de la universidad, mientras que Felicia solo pensó en pasar la materia. A Daniela se le aguaron los ojos pensando en lo sola que se sentía todos los días y Clara, como Marcos, tomó una decisión trascendental: dejaría la agencia para dedicarse al teatro, su verdadero amor.

Algo más felices de lo que habían entrado, el grupo dejó el parque tras media hora más de caminata. Le agradecieron al guía y al guardabosques y se alejaron en el pequeño bus que los había traído.

Antes del anochecer, un oso de anteojos visitó el sitio arqueológico, también llamado Templo de la Revelación. Y la criatura se sentó allí largo tiempo hasta que fue de noche y se alejó para cazar.