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sábado, 23 de abril de 2016

Reconstrucción

   Conocía la ciudad como la palma de su mano. Así que cuando le dijeron que tenía que esperar hasta la tarde para que procesaran su pedido de información, supo adonde ir. La ciudad, como el resto de ciudades, había sido devastada por la guerra y ahora se reconstruía poco a poco, edificio por edificio. Había grúas por donde se mirara, así como mezcladoras y hombres y mujeres martillando y taladrando y tratando de tener de vuelta la ciudad que alguna vez habían tenido.

 El ruido era enorme, entonces Andrés decidió alejarse de la mayoría del ruido pero eso probó ser imposible. Tuvo que tomar uno de los buses viejos que habían puesto a funcionar (los túneles del metro seguían obstruidos y muchos seguirían así por años) y estuvo en unos minutos en el centro de la ciudad. Definitivamente no era lo mismo que hacía tiempo. El ruido de la construcción había reemplazado el ruido de la gente, de los turistas yendo de un lado para otro.

 En este mundo ya no había turistas. Eso hubiese sido un lujo. De hecho, Andrés había viajado con dinero prestado y solo por un par de días, los suficientes para reclamar solo un documento que le cambiaría la vida y nada más. No había vuelto a ver como estaban los lugares que había conocido, los edificios donde había vivido. Ese nunca había sido el interés del viaje. Pero la demora con el documento le daba un tiempo libre con el que no había contado.

 Lo primero era conseguir donde comer algo. Caminó por la avenida que en otros tiempos viviera llena de gente, casi toda ella peatonal casi exclusivamente para los turistas. Ahora, con tantos edificios arrasados, la avenida parecía respirar mejor. Para Andrés, la guerra le había servido a ese pequeño espacio del mundo. Además, no había casi personas. Las que habían iban y venían y parecían tener cosas más importantes que hacer que recordar el pasado.

 Andrés por fin encontró un restaurante y tuvo que armarse de paciencia pues estaban trabajando a media marcha. Al parecer habían cortes de luz a cada rato y no podían garantizar que los pedidos llegaran a las mesas completos o del todo. Andrés pidió un sándwich y una bebida que no requería refrigeración y se la trajeron después de media hora, pues habían tenido que buscar queso en otra parte.

 La vida era difícil y la gente de la ciudad no estaba acostumbrada. En otros tiempos había sido una urbe moderna y rica, con problemas muy particulares de aquellas ciudades que lo tienen todo. Pero ahora ya no tenía nada, ahora no había nada que la diferenciara de las demás y eso parecía ser un duro golpe para la gente.

 Cuando por fin tuvo el sándwich frente a sus ojos, Andrés lo consumió lentamente. La luz iba y venía, igual que el aire acondicionado. Por eso se había sentado al lado de la ventana que daba a la calle, para que siempre tuviese luz y no se sintiera demasiado desubicado. Miraba la gente que pasaba y todos parecían estar muy distraídos. Ninguno oía el caos causado por las máquinas ni parecía que les importase en lo más mínimo. La guerra había hecho estragos de muchas maneras.

 Apenas terminó de comer, Andrés dejó el dinero exacto en la mesa y se retiró. Quería seguir caminando porque, por alguna razón, quedarse quieto demasiado tiempo lo hacía sentirse ahogado. Recordó el mar y caminó por la avenida con buen ritmo hasta llegar a los muelles. Las gaviotas habían vuelto pero no los barcos. Solo había algunas lanchas de pescadores y, donde antes habían habido tiendas de lujo, ahora se había formado un mercadillo de pescado y marisco.

 Andrés entró al lugar y se dio cuenta del olor tan fuerte que desprendía todo aquello. Pero le gustó, porque era un lugar que, a diferencia del resto de la ciudad, parecía tener personalidad. Era más calmado que afuera y los compradores apenas negociaban. La gente no tenía energía para pujar o pelear o siquiera convencer. Solo vendían y compraban, sin escándalos de ninguna índole. Era diferente pero Andrés no supo si eso era bueno o malo. Solo era.

Cuando salió del mercado, decidió caminar por la orilla del muelle y se dio cuenta que algunas cosas todavía seguían de pie: un edificio antiguo sobre el que se habían izado muchas banderas, el monumento a un tipo que en verdad no había descubierto nada pero la gente pensaba que sí varios locales de comida mirando al mar. Lo único era que estos últimos estaban casi todos cerrados y los edificios en pie estaban sucios y esa no era una prioridad.

 Eventualmente, siguiendo los muelles, llegó a la playa. No había nadie, ni siquiera un salvavidas y eso que hacía el calor suficiente para meterse al agua un rato. Andrés lo pensó, de verdad que lo pensó pero prefirió no hacerlo. Sin embargo se quitó los zapatos y las medias y camino por la arena un buen rato, barriéndola con los pies y recordando la última vez que había sentido arena.

 Se sentía hacía siglos. Había estado casado entonces y había sido feliz como nadie en el mundo. Ahora estaba solo y sabía que nunca sería tan feliz como lo había sido entonces. Y estaba en paz con eso, porque las cosas eran como eran y no tenía sentido pretender cambiarlas. Su caminata le sacó una sonrisa y un par de lágrimas.

 Por fin, mirando al mar, su celular le vibró. El hombre del archivo le había prometido enviarle un mensaje cuando tuviera listo su documento. Así que se limpió los pies, se puso los zapatos y las medias y buscó algún paradero de bus en el que hubiese una ruta que pasara por el archivo. Solo tuvo que devolverse un poco sobre sus pasos y lo encontró.

En el bus iba muy nervioso. Se cogió una mano con otra y se las apretaba y las estiraba y abría y cerraba. No entendía porqué se sentía así si solo iba por un papel. Pero al fin y al cabo que ese simple pedazo de hoja blanca le iba a cambiar la vida pues tenía encima escrito que su matrimonio había sido real, que no había sido una ilusión y que tenía validez legal pues las leyes que habían estado vigentes en el momento de la unión no eran leyes temporales, de guerra o impuestas. Eran las de siempre y había que respetarlas.

 Cuando llegó al archivo, el hombre que le había ayudado lo recibió en su pequeño cubículo y le entregó una carpeta de papel con tres papeles dentro. El primero era el que había pedido, un certificado de matrimonio como cualquier otro. El siguiente era un resumen de las leyes de la región y el tercero una ratificación formal de que la guerra no había cambiado nada y que todo lo hecho a partir de las leyes vigentes antes de la guerra, seguía siendo vigente después.

 El hombre le contó que su caso era muy particular pues esa ley había empobrecido a muchos y había creado conflictos graves. Pero estaba contento de que a alguien le hubiese servido. Andrés se sintió un poco mal por eso pero el hombre le puso una mano en el hombro y le dijo que así era la vida y que no lo pensara mucho. Solo tenía razones para estar feliz así que todo lo demás era secundario.

 Se despidieron estrechándose la mano y Andrés caminó de vuelta a la parada del bus, pensando en que ahora solo tenía que regresar a casa y vivir una vida algo mejor. Seguramente no sería todo fácil pero de eso se había encargado el amor de su vida. Y esos documentos le daban el pase especial para que todo empezara a funcionar.

 En poco tiempo estuvo en su hotel y decidió solo salir al otro día para el aeropuerto y no ver más de la ciudad. Había visto lo suficiente. Confiaba en que todo se reconstruyera o al menos aquello que le daba vida a la ciudad. Necesitaban renovarse y utilizar la tragedia como un momento para el cambio. Era lo mismo que necesitaba hacer él.

 Esa noche casi no duerme, pensando en el pasado y en lo que había ocurrido no muy lejos hacía tanto tiempo.


 En un parque idílico, con árboles enormes y flores hermosas y el sonido del agua bajando de lo más alto de una colina hacia el mar, allí se había casado con la persona que lo había hecho más feliz en la vida. No sabía si había aprovechado el tiempo que había tenido con aquella persona pero eso ya no importaba. Lo importante es que estaba en su mente y de allí nunca saldría. Había cambiado su vida y se lo agradecería para siempre.

miércoles, 13 de enero de 2016

Perro del fin del mundo

   El perro dejaba las marcas de sus patas en la playa pero se iban borrando tan pronto pisaba. El arena estaba muy húmeda en esa zona y nada duraba allí, ni siquiera las plantas, que habían decidido retirarse a la zona más alta de la playa. La textura hacía parecer que ya no fuera arena sino que fuese una especie de lodo pegajoso pero el perro casi no lo notaba pues avanzaba a paso lento pero seguro por la franja costera.

 El pobre animal había estado caminando por días y por eso las ganas y la energía para trotar habían dejado su cuerpo hacía mucho. El agua sabía extraño por esas partes así que también estaba algo deshidratado pero de todas maneras seguía caminando, seguro de que sus patas lo llevarían al lugar al que quería ir. Lo que hacía era seguir su instinto y ese campo electromagnético que todos los seres vivos sienten que los atrae a ciertos lugares y que los repele de otros. Él no lo entendía pero de todas maneras hacía lo que tenía que hacer.

 De repente de la arena salió un cangrejo. Era grande y había quedado quieto al ver al perro. Sus pinzas se abrían y cerraban despacio y producía algo de espuma en su boca. Parecía pensar en algo. El perro solo lo miraba. Le hubiese gustado ladrarle o perseguirlo o hacer algo más que no fuese quedársele mirando como un tonto pero sabía que llevaría las perder así pudiera hace cualquier de esas cosas. No estaba en condiciones para pelear con nadie, sobre todo si ese alguien tenía armas incorporadas.

 El cangrejo finalmente se movió a un lado, como si tuviera intenciones de meterse al mar, pero lo que hizo fue dar una vuelta cerrada y caminar en la dirección que el perro estaba siguiendo. Entendiendo que tenía que continuar, el perro siguió al cangrejo por un largo tiempo. Tanto tiempo fue que la noche se acercaba, con la tarde tiñéndose de un rojo absoluto que reinaba el mundo desde hacía un buen tiempo.

 Caminaron más, hasta que el frescor de la noche llegó y todo pareció estar incluso más calmado que antes. Eso sí, las noches no eran como antes cuando los insectos hacían conciertos por aquí y por allá, alegrando cada jardín y cada espacio salvaje con sus canciones. Ya no había muchos insectos y los que quedaban no eran del tipo que cantaban, más bien del tipo que comían carne en descomposición.

 Cuando la luna empezó a iluminar el paisaje costero, el cangrejo por fin se detuvo y el perro se le acercó. La criatura marina no lo atacó, solo se retiro por fin al mar, dejando que las suaves olas lo fueran envolviendo hasta que fuese arrastrado al fondo. Cuando el perro no lo vio más, se dio cuenta de dónde estaba: la desembocadura de un riachuelo, una fuente de agua dulce que no había visto en varios días.

 El perro se acercó con cuidado, bajando una pequeña pendiente que daba al río como tal. Bueno, río no era porque era casi un hilo de agua el que podía llegar hasta el mar, pero era más que suficiente para beber y recuperar fuerzas. El perro bebió y bebió sin cansarse, ingiriendo toda la cantidad de liquido que su cuerpo pudiese aguantar. Cuando por fin se sintió satisfecho, mucho tiempo después de que el cangrejo desapareciera, se echó en la parte superior de la pendiente y durmió a pierna suelta, cansado de un viaje demasiado largo.

 Soñó imágenes borrosas, unas tras otras, pero lo que sí oía con completa definición eran los sonidos y las voces que había en los sueños. Y se despertó de golpe cuando volvió a escuchar la voz de su amo. Apenas abrió los ojos, miró a un lado y otro, como buscándolo. Incluso utilizó su olfato para asegurarse que todo había sido un sueño. Se echó de nuevo sobre la arena, deprimido y adolorido en más de una forma. Extrañaba de sobre manera a su amo, que no veía desde hacía mucho tiempo. Lo más probable es que nunca lo encontrara pero valía la pena buscarlo.

 Se quedó dormido una vez más  Ya no soñó más nada y pudo descansar su cuerpo y su mente para en verdad estar en paz consigo mismo. Era la única manera de continuar su viaje. Al otro día, lo despertó el agua que lo salpicaba en la cara: el riachuelo ahora sí era un río y amenazaba con llevárselo si no se levantaba. Lo bueno, era que por alguna razón se había acostado del lado opuesto al que había llegado. Si no lo hubiera hecho así, seguro hubiera tenido que buscar tierra adentro por algún cruce sobre el agua.

 Se dio cuenta que el río tenía ahora un color marrón desagradable y que ya no parecía muy bueno para beber de él. El agua además arrastraba al mar pedazos de troncos, hojas y otros objetos que parecían hechos por humanos, Se quedó mirando el raro espectáculo hasta que se dio cuenta que el río crecería aún más, a juzgar por el olor del ambiente que denotaba una tormenta acercándose. Como no quería mojarse ni estar allí para más agua marrón, emprendió su camino por la costa de nuevo.

 En efecto, las gotas empezaron a caer suavemente después de algunas horas de viaje. No caían con fuerza sino con insistencia, como anunciando la tormenta que se iba a desprender en cualquier momento. El perro miró a un lado de la playa y vio que la vegetación era allí más salvaje de del otro lado del río. Seguramente lo mejor era cruzar por ese paraje en vez de quedarse en la playa donde no habría donde resguardarse cuando la tormenta decidiese llegar con vientos, lluvia y demás.

 Pisar pasto y musgo era agradable para sus patas, era como flotar. Pero también había lodo y residuos de lo que hacía tiempo había sido la civilización. En efecto, después de caminar un poco más, se cruzó con un pueblo fantasma. La verdad era que no se había cruzado con ninguna población desde que había salido de la suya en busca del mar. Después de todo, recordaba que su amo poseía otra casa cerca de la playa pero no recordaba exactamente en dónde. Por eso ahora recorría la playa, tratando de recordar donde era para así llegar a esa casa y de pronto reunirse con su amo.

 Pero ese pueblo no tenía nada que ver con la casa de playa que buscaba. Era un lugar casi destruido, con pocas estructuras todavía de pie. La severidad de las tormentas recientes se podía ver allí: muros completamente destruidos, vegetación por todos lados y causante de parte de la destrucción y casi nada de vida fuera de las plantas. El perro pudo notar, sin embargo, que había un nido en un rincón de una de las casas pero no había huevos ni ave ni nada. Lo que había era una rata muerta y otra que se la estaba comiendo.

 Si hubiese tenido energía, se hubiese comido a la rata. Pero el perro cada día se sentía peor, el cuerpo le pesaba como si llevara una carga demasiado pesada para su demacrado cuerpo y comer un animal que posiblemente estaba más enfermo que él no le llamaba mucho la atención. Además había recargado algo sus baterías con el agua del riachuelo. De hecho aprovechó estar en eso lugar tan horrible para orinar sobre unas plantas y así ayudar a su crecimiento, si es que eso todavía era posible.

 Cuando pasó el pueblo, llegó a una carretera. El asfalto era de esas cosas que los seres humanos habían inventado que no se borraba con nada y menos aún estando la memoria de su existencia tan fresca. Fue allí, viendo las borradas líneas en el suelo negro y un letrero caído en el suelo que el perro se dio cuenta que estaba cerca de su destino.

 Fue entonces que empezó a correr como loco, sin importarle el dolor y lo mucho que cada paso le cobraba a su cuerpo. El dolor iba en aumento pero a él ya no le importaba nada más porque sabía que ya no había tiempo para nada. Al fin y al cabo su pelaje estaba lleno de parches y no podía comer así quisiera. Así que solo corrió y corrió hasta que de nuevo el mundo se tiñó de rojo con el atardecer.

 Fue entonces que por fin encontró la casa que tanto había buscado. La entrada para él seguía allí y estaba abierta. Era pequeña así que la recorrió en poco tiempo pero fue entonces que se dio cuenta que su amo no estaba allí y que posiblemente su destino ahora fuese el mismo que el de él.


 Lo mejor, pensó, era echarse a descansar en la cama sobre la que se había acostado tantas veces desde que era cachorro. Allí había aprendido varias cosas sobre los seres humanos, sus locuras y genialidades, pero sobre todo sus ganas de querer y de ser lo mejores posible cada día. El perro olfateó por última vez el olor de su amo y cerró los ojos para dormir por siempre.

sábado, 18 de julio de 2015

Paraíso

   Para ser tan temprano en la mañana habían tenido que caminar bastante por el sendero que venía desde la zona de las cabañas, que no eran muchas pero eran el único sitio donde la gente podía dormir en el área. El sendero era muy bonito y lo cuidaban bastante porque era el que más usaban los turistas que venían. Había flores de muchos colores a cada lado así como palmeras y árboles típicos del trópico. La pareja de amigos, Enrique y David, habían salido del hotel a las seis de la mañana pero solo llegaron a la playa hasta las casi siete y media. El sendero daba muchas vueltas y en un momento se iba por el lado de la montaña, sobre un acantilado pronunciado sobre el que morían las olas más fuertes.

 Cuando por fin llegaron a la playa, era imposible no quedar asombrados. El lugar era como los que muestran en las películas o en esas fotos de promoción turística que prácticamente nunca terminan siendo realidad. Pero allí sí era verdad: la arena blanca, rocas lisas y enormes por todos lados y el mar de un color aguamarina que parecía casi hecho a propósito. Todo lo completaba la vista de la montaña a tan solo algunos metros y los cientos de plantas que había por un lado y otro. Ahora Enrique, que era fotógrafo, entendía porque tantas personas le aconsejaban ir allí para hacer su trabajo. Él no trabajaba con modelos entonces no tenía sentido hacerlo pero si alguna vez tenía la oportunidad no la iba a dejar pasar. David sacó su celular apenas llegaron y empezó a tomar fotos de todo.

 Él no tenía nada que ver con el arte. Bueno, de hecho no tenía ninguna carrera terminada. Había estudiado un semestre de arquitectura pero se dio cuenta que no era lo suyo y luego intentó con la sicología pero resultó algo tan ridículo para él, que ni siquiera terminó el primer semestre. La verdad era que en ese momento, había olvidado sus preocupaciones, al ver el mar y el viento moviendo suavemente las plantas. Pero la realidad era que siempre estaba tensionado, preocupado por su futuro. Enrique era uno de sus mejores amigos y le había invitado a viajar con él precisamente para ayudarlo a relajarse y así pensar mejor. Al menos por la primera vista del lugar, ya estaba funcionando la idea.

 Como era temprano, podía pasarse todo el día allí haciendo varias actividades. Lo primero era encontrar el sitio ideal, cosa que fue fácil cuando vieron una roca enorme ubicada a medio camino entre el agua y la montaña. Sacaron sus toallas y se quitaron las camisetas para poder disfrutar del sol lo mejor posible. De nuevo, se quedaron allí mirando al vacío, sin pensar en nada, por un buen rato. Era como si todo se juntara para que pudiesen dejar de pensar en lo que los agobiaba y solo disfrutaran el momento. Lamentablemente, ocurrió lo que no querían y era que sintieron las pisadas de otras personas. Eran una pareja de chicas y fue Enrique el que más las miró. No eran feas pero eso con Enrique no importaba mucho.

 A David no le interesaban las mujeres pero se podía decir que a Enrique le gustaban demasiado. Sin ninguna vergüenza, se fue caminando tratando de verse más varonil de lo que en realidad era y las saludó con halagos. David, mientras tanto, decidió poner algo de crema en su piel para evitar las quemadas. Aún mientras lo hacía, no pensaba en nada más sino en la playa. Le parecía un lugar mágico, casi irreal. Era lo que él más necesitaba en esos momentos. Cuando cerró la tapa de la crema, miró hacia Enrique y las chicas y vio que él les estaba ayudando con la crema, cosa que hizo reír a David pero, menos mal, nadie lo oyó.

 Entonces se puso de pie y caminó lentamente hacia el agua, sintiendo cada paso y el arena que pasaba por sus pies cada vez que pisaba. Cuando llegó al agua notó que el agua tenía la temperatura agradable: no era muy caliente, algo que le daba asco, ni tan fría como para no disfrutar nada en ella. Siguió caminando hasta que el agua le llegó a las rodillas y allí se quedó mirando a lo lejos, sobre esa capa de agua que se movía suavemente. No había nada más allá, nada que pudiese ver al menos. El cielo tenía pocas nubes y el viento cada cierto tiempo soplaba para darle un respiro a los bañistas del sol que estaba haciendo. Era perfecto, era como si cada fuerza de la naturaleza se hubiese puesto de acuerdo para que todo saliera la perfección. Y había que decir que lo habían logrado, con creces.

 De pronto, David oyó a Enrique reír. Se dio la vuelta y vio que venía con las chicas que había conocido. Al poco rato, David las estaba saludando de la mano y lo invitaban a jugar algo de vóley playa. Jugaron por lo que pareció una hora y los chicos perdieron horriblemente, por una combinación entre las ganas de Enrique de dejar que las chicas ganaran y el pobre desempeño de David en cualquier deporte que involucrara una pelota. Lo bueno fue que se divirtieron, y no hicieron sino hacer bromas tontas y reír como si nada en el mundo fuese una preocupación. Fue cuando acabaron de jugar que David recordó lo pesado que a veces se sentía y eso lo hizo sentirse miserable y se sintió mal al sentirlo en ese paraíso.

 Las chicas los invitaron después a surfear pero David les dijo que pasaba de ello. Prefería quedarse allí bronceándose y cuidándolo todo. Enrique le preguntó si estaba bien y David le dije que sí y que se divirtieran. Incluso les dijo a las chicas que podían dejar sus cosas con las de ellos para que él pudiese cuidar todo. Así lo hicieron y cuando se fueron David se recostó sobre su toalla al lado de todo y cerró los ojos. Quiso relajarse todo lo posible y lo logró tan bien que durmió por algunos minutos. Cuando desperto, ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽nutos. Cuando despertépertosible y lo logr que podino reir y  desempeño de David en cualquier deporte que involucrara ó se dio cuenta de que tenía mucha hambre y entonces sacó una de las manzanas que habían traído del hotel. Apenas le dio el primer mordisco, un mono pequeño se le acercó de la nada y se le quedó mirando.

 David no se asustó pero sí era una situación bastante rara. De pronto el bosque cercano era hogar de pequeños simios pero el caso es que el pequeño animal lo miraba con sus ojos grandes y luego miraba la brillante manzana. David entendió y entonces buscó una navaja que había en su mochila y partió la manzana en dos partes iguales. Se quedó con el lado mordido para él y le dio la otra mitad al mono que parecía no creerlo. Saltó un rato sobre el sitio donde estaba y entonces empezó a comerse la manzana. David hizo lo mismo y los dos terminaron casi al mismo tiempo. Cuando el simio vio que no había más que comer, se subió al hombre de David y este aprovechó para tomarse una foto con el celular. Menos mal lo hizo porque el animalito entonces saltó sobre la roca y desapareció.

 David guardó el celular y sonrió ante su pequeña aventura. Miró a un lado y otro y supuse que Enrique lo estaba pasando muy bien con las chicas y por eso no había vuelto. Había pasado una hora o tal vez más desde que se habían ido y David ya no sabía que inventarse para pasar el rato. Se puso de pie y se dio cuenta que no había nadie más en el lugar. Era cierto que era temporada baja pero no hubiese esperado que una playa estuviese tan sola. Decidió caminar un poco más lejos, hacia el agua, siempre mirando hacia las cosas. Quería sumergirse en el agua pero no podía. Si se perdía algo sería su culpa. Pero si esperaba a que Enrique volviera, podía no tener la oportunidad.

 Decidió echarse un chapuzón rápido, solo para humedecer su piel y mojarse la cabeza que ya estaba hirviendo del calor. Además tenía las manos dulces por la manzana y quería limpiarse. El caso fue que no se demoró más de cinco minutos en el agua y cuando volvió todo parecía estar en orden. Se sentó en su toalla a secarse y entonces todos sus pensamientos, todas sus preocupaciones, se le abalanzaron encima como si el agua hubiese roto una barrera invisible. Recordó que se sentía culpable al irse de viaje y dejar a sus padres preocupados, recordaba que se sentía siempre un fracaso y una vergüenza.

 Fue entonces que miró sus antebrazos, que casi siempre evitaba mirar, incluso cuando el simio había tocado justo encima de las cicatrices. Porque tenía varias, todas paralelas entre sí y casi del mismo largo. Verlas hizo que David soltara algunas lágrimas y llorar en semejante lugar parecía algo fuera de lugar y lo hacía sentir todavía más desesperado. Se concentró en quedarse quieto y en no pensar en nada pero no podía, todo era un remolino en su cabeza y cada vez todo giraba más rápido y fuera de control. La verdad era que nunca quería volver a un hospital por la misma razón que había ido hace poco pero tampoco quería seguir sintiendo todas esas cosas, quien sabe por cuanto tiempo. Era una tortura.

 De pronto, oyó la voz de Enrique, que lo buscaba. Menos mal venía solo porque lo primero que David hizo fue abrazarlo y llorar en silencio. Y Enrique lo abrazó de vuelta y lo ayudó luego a calmarse y a tomar algo de agua. Al fin y al cabo, era su mejor amigo y sabía como ayudarlo para asumir control de sus cosas, o al menos casi siempre sabía como. Se sentía algo culpable por no haber estado en el lugar cuando David había tratado de suicidarse pero al menos estuvo allí durante su recuperación y eso había vuelto su amistad casi una relación de hermanos.


 Después de ayudarlo, fueron a comer con las chicas que resultaron más interesante de lo que David había pensado. No había olvidado sus dolores y preocupaciones, pero al menos las tenía al margen y esperaba así fuera hasta que dejaran de acosarlo.

domingo, 14 de junio de 2015

Sin nada

   La verdad es que hacerlo siempre me había llamado la atención pero jamás lo había llevado a cabo. En parte por vergüenza pero también porque nunca había tenido la oportunidad. Crecí muy lejos del mar y cuando iba era con mi familia y pues ni modo de intentarlo con ellos al lado. Allí estaba muy lejos de mi país, de mi familia y posiblemente de cualquier persona que conociera o haya podido conocer en algún momento de mi vida. Era el momento y el lugar ideales para intentarlo, además que ya no era la misma persona de antes que todo le daba pena o que se complicaba por todo. No, la vida tiene maneras para enseñarle a uno que vivir complicándose es lo más idiota que hay.

 Y pues ya no tenía tanto vergüenza como antes. Es decir, todavía tengo pero no es tan grave como antes, que no podía ni pensar porque me imaginaba todo lo que los demás pudieran decir y pensar. Pero ahora ya no, no me importa la verdad. He aprendido que la mayoría de las personas viven pendientes de los demás o porque saben que su vida es un lío o porque su única motivación en la vida es sentirse mejor que los demás, lo que es mucho más triste que nada de lo que se pueda uno imaginar. Es patético creo yo pero, de nuevo, no me interesa.

 Lo que sí es que siempre había tenido un serio problema con como me veía yo a mi mismo. Mi autoestima nunca había sido muy alta y esta era una manera de de pronto ponerla a prueba y ver de que material estaba hecho, para ver si de verdad había superado algunas de esas cosas de mi pasado.

 Así que un buen día tomé el tren hacia la playa y me bajé en un lindo pueblito que queda a unos veinte minutos del centro de la ciudad donde yo vivía. Ya había estaba en ese pueblito porque había asistido con algunos amigos a una fiesta allí pero nunca había ido al lado al que me dirigía. Según las direcciones, debía caminar por todo el borde de la playa hasta que se terminara el paseo peatonal. Allí debía seguir las indicaciones y caminar por un paso entre las rocas y la arena de la playa. Previniendo esto, me puse unos zapatos resistentes para no caer encima de alguna piedra mal puesta.

 El paseo peatonal era muy bonito. Aunque era temprano, ya habían personas caminando para un lado y otro y algunas ya formando sus campamentos de playa. Había gente que se quedaba allí todo el día, tratando de lograr un tono bronceado para poder volver a sus trabajos el lunes y así poder recibir los halagos de los demás. A quién no le gusta que le pongan atención, que le digan cosas bonitas, sean las que sean? Es algo de humanos, de seres con defectos. No tiene nada de malo en todo caso. Y menos si no tienes una pareja sentimental en el momento o simplemente quieres ir a tomar el sol y disfrutar del agua tibia de esa zona del planeta.

 Cuando por fin llegué al fin del paseo peatonal, vi de inmediato el pequeño aviso que indicaba por donde se accedía al camino entre las rocas. Lo tomé pronto y me di cuenta que no era tan grave como pensaba. Si había bastantes piedritas y la carretera pasaba casi al lado pero no había nada de que preocuparse. Iba por la mitad cuando oí algunos ruidos y me detuve. Era posible que me hubiera imaginando lo que oí pero quería estar seguro. Me quedé en silencio y voltee la cabeza hacia todos los lados, aguzando el oído y la vista pero nada. Debí habérmelo imaginado. Seguí mi camino con tranquilidad, apreciando la belleza del lugar.

 Al final del camino estaba una caseta de madera y una playa que se extendía entre las roca arriba y el mar abajo. Se veía muy bonito con la luz amarilla de esa hora y la suavidad del mar y su sonido tranquilizador. Apenas pasé por la caseta, un hombre atrajo mi atención hacia ella. Me saludó de la mano y me dijo que si necesitaba cualquier cosa, allí era donde tenía que ir para pedirla. Vendía sandalias, toallas y trajes de baño pero también comida como perros calientes y hamburguesas. Era un lugar bastante curioso, cosa que me gustó de entrada. Asentí y seguí caminando y vi lo que esperaba ver.

 Al ser una playa nudista, no había ni una sola persona con ropa. Según había leído, si alguien no quería quitarse algo era su derecho pero debía respetar el de los demás a no usar nada. Pero aquí no parecía haber ese problema dado que no había ni un solo hombre o mujer con una prenda de vestir. Eso sí, había más hombres que mujeres y eso era de pronto porque la zona era un destino “gay” bastante popular pero de todas maneras había mujeres un poco por todas partes. La playa no era muy grande así que fue fácil encontrar un lugar hacia las rocas, donde pudiese sentarme y ver que pasaba.

 Había un grupo de tipos que parecían esclavos del gimnasio jugando voleibol, al otro lado una pareja de ancianos metiéndose al agua de la mano, unos niños jugando frente a sus padres y la mayoría, como en todas las otras playas, se bronceaban las nalgas o el pecho. Me quedé allí mirando un rato y salté un poco del susto cuando alguien me saludó. No había visto a nadie acercarse aunque ese no fue tanto el motivo de mi reacción. Era más bien el hecho de que medio reconociera quien me estaba saludando. Sabía que había visto ese rostros antes pero no sabía muy bien donde.

 Y, lento como suelo ser, me acordé que era una playa nudista al mismo tiempo que recordé quién era él. Había ido al colegio con él hacía años y ahora estaba allí, desnudo, en frente mío. Era un poco extraño y me demoré en reaccionar pero nos saludamos con un apretón de manos y una sonrisa débil de mi parte. Me dijo que me había reconocido hacía unos minutos y que se había lanzado a saludarme. Confesó que tal vez en circunstancias más usuales no lo hubiese hecho pero que cuando uno está en una playa nudista hay cosas que es más fácil decidir. Así que me saludó y me dijo que estaba con su novia cerca del agua y que si quería ir con ellos.

 La verdad es que no sabía que debía hacer pero al parecer mi respuesta le llegó primero a él que a mi porque pasados un par de minutos ya tenía todas mis cosas junto a las de ellos. La novia de él era muy linda y parecía muy amable. No era, menos mal, la misma novia que había tenido en el colegio. Con ella había tenido yo un problema porque era un joven exageradamente estúpida que no aceptaba los errores que cometía. Recordarlo me dio un poco de rabia, que se disipó cuando la nueva novia me preguntó si iba a quedarme vestido. Me sonrojé al instante.

 Lo cierto es que entre mirar a los demás y mi compañero de colegio, se me había olvidado lo esencial. Así que, esperando a que los demás se pusieran a hacer otra cosa, me quité el traje de baño con el que había venido hasta allí. Se sentía como estar robando o algo parecido, además de que estaba seguro de que me había vuelto rojo. Esa era la adrenalina pasando a toda velocidad por el cuerpo pero bajó a niveles históricos después de un rato cuando me di cuenta que el mío era uno más entre otros tantos cuerpos. Nadie me miraba, ni me juzgaba, así que recibí una cerveza de mi ex compañero y nos pusimos hablar de ese tiempo y de todo lo que había pasado desde entonces.

 Lo más cómico del asunto es que nosotros jamás hubiésemos hablado en el colegio. Él era de los chicos y chicas que eran el grupo más prestigioso, aunque yo nunca supo porque lo eran, del colegio. Chicos guapos y chicas lindas que salían uno con el otro hasta lo que parecía el final de los tiempos. Su novia, la detestable, era uno de ellos también y mi pelea con ella canceló cualquier remota posibilidad que hubiese de interactuar mejor con ellos. Pero después me di cuenta que eran tan idiotas como su amiga entonces al final no había nada que hacer.

 Hablar con él ahora era extraño pero parecía un persona distinta. Así yo nunca haya creído en el cuento de que la gente cambia. Había madurado, era eso. Después de un rato llegaron algunos amigos de él y propusieron un juego de voleibol a lo que me negué porque los deportes jamás habían sido lo mío. Con la novia de él gritamos los puntos, entre risas, y al finalizar les trajimos cervezas frías y varios platos de papas fritas con salsa de tomate. Todo estaba perfecto y pude hablar con un par de sus amigos, uno de los cuales parecía muy interesado en hablar conmigo.

 Cuando por fin entré al agua, me sentí más tranquilo que nunca. Y no, no creo que haya sido solo por el hecho de haber estado completamente desnudo. También era porque me había abierto a un grupo de virtuales desconocidos y todo había salido bien. A veces es demasiado agobiante tanto teléfono celular, tanta internet, tantas cosas que son pero en verdad no importan o no existen. El contacto humano siempre será la mejor experiencia y no pudo haber mejor final para esta experiencia que una cerveza fría mirando el atardecer.


 Tiempo después estábamos en la plataforma de la estación, esperando el tren para volver a casa. Hablamos todo el camino hasta que tuvimos que separarnos, único momento en el que saqué mi celular para anotar la información de cada uno. Me despedí y caminé a mi casa contento porque había intentado algo nuevo y había salido bien. Había saltado a lo desconocido y resultó que no podía haber salido mejor. Tal vez volvería o tal vez no pero lo importante es que lo hice y no me arrepiento.