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jueves, 29 de septiembre de 2016

Otro día de estos

   Es extraño. No siento nada y, a la vez, creo que estoy sintiendo tantas cosas que mi cuerpo cree que no está pasando nada. Al menos mi mente viaja, cada cierto rato, unos meses atrás y revisa una y otra vez los recuerdos que se han ido acumulando. Son muchos y eso me alegra porque siempre se siente bien tener mucho que recordar, mucho que pensar, saber que se ha aprendido bastante a través de un largo periodo de tiempo. Y digo largo porque se trata de un año pero a la larga un año no es nada en lo que se refiere al tiempo y al espacio.

 Sin embargo, en lo que se refiere a mi vida, un año es un pedazo importante de mi experiencia como ser humano. Al fin y al cabo solo he estado en este mundo poco más de veintiocho años así que uno solo de todos esos años es algo importante. Es un año enteros de experiencias físicas y mentales, de desafíos que me impuse y otros que se cruzaron en mi camino, de cosas nuevas y de otras que ya había vivido en varias ocasiones. Todos esos sentimientos están guardados ahora dentro de mi, conservados a la perfección para cuando los quiera recordar o volver a usar.

 También fue un año de nuevas personas y no puedo dejar de decirlo porque si algo define nuestra experiencia humana son las personas con las que nos cruzamos con cierta frecuencia. Quedarán conmigo recuerdos de lo que dijeron y me hizo reír o me hizo pensar, de sus expresiones en diversas ocasiones y, sobre todo, de su presencia en mi vida. Espero que yo permanezca en la de ellos de alguna manera pues creo que esa es la manera de avanzar y movernos por el mundo. Son las personas que conocemos las que de verdad hacen de la vida lo que es.

 Eso sí, no hay que olvidar lo importantes que son las experiencias que se viven por separado, es decir, por uno mismo sin que nadie tenga nada que ver. Viví bastantes de esas, en la oscuridad y bajo el sol, en tierras lejanas y solo a unas cuadras de mis lugares de residencia. Pude vivir cosas que nunca pensé que viviría y pude ver mucho del mundo y de todo lo que tiene que ofrecer, no solo la pequeña porción que en muchos lugares nos hacen creer que es todo lo que hay. El mundo es un lugar vasto y lleno de momentos por vivir.

 Viajar sin duda fue una de las cosas que más disfruté. Sin importar si fuera dentro de una misma ciudad o a un continente totalmente nuevo, disfruté cada momento de esos viajes, tratando de generar tantos recuerdos como fuera posible. Quisiera nunca olvidarme de nada y poder recordar cada pequeño momento pero sé que es imposible. Confío en que mi manera de vivir la vida sea suficiente para que en mi cerebro todo quede correctamente registrado, así podré recurrir a esos recuerdos en el futuro y así divertirme con mis propias anécdotas.

 Hoy me desperté más tarde de lo normal y creo que estoy escribiendo más despacio de lo que suelo hacerlo. La razón, creo yo, es que quiero pensar bien lo que estoy poniendo en este documento porque no quiero que falte nada pero tampoco que sobren cosas, es decir, no quiero decir cosas que no son, exageraciones de aquellas que no son necesarias. Es difícil saber que se está viviendo el último día de un proceso largo y que llega un fin más en mi vida pero no el final de ella misma, que sería muy trágico.

 No sé como sentirme, no sé como reaccionar ante nada. Pero, estando sentado en la cama, casi completamente a oscuras, sé que hoy veré todo con unos ojos bastante especiales. Sé que habrá algo de nostalgia, aunque no sé si esa es la palabra. No es que no me quiera ir pero tampoco es que odie el sitio donde viví por poco más de un año. Simplemente no sé como expresar la multitud de pensamientos y reflexiones que se agolpan en mi cabeza y me marean como ya lo he estado antes. Y ese es mi seguro ante todo esto: ya he estado en esta situación con anterioridad.

 No es mi primera vez dejando un lugar para siempre. No es la primera vez que mi vida sufre un cambio que seguramente será grande, incluso si yo mismo no lo pienso. Solo de escribirlo se me revuelve el estomago y eso que ya me había estado sintiendo mejor, aunque esa es otra cosa. El punto es que cualquier cosa que haya escrito y vaya a escribir en estas tres páginas está ligado a mi baja capacidad de entender todo lo que estoy sintiendo y lo que no tengo ni idea de estar viviendo. Da un poco de miedo, no les voy a mentir. Pero esa es la vida.

 Lo que me da pereza es oír la voces de ciertas personas, gente en general, que me preguntará las mismas preguntas de siempre: ¿Por qué no me quedé aquí en vez de devolverme? ¿Que voy a hacer ahora? ¿Que estoy esperando para pisar el acelerador de mi vida? Creo que las respuestas más honestas no serían muy agradables al oído así que prefiero no escribirlas pero lo cierto es que son respuestas que no tienen porque importarle a nadie más que a mi. Al fin y al cabo son decisiones mías y nadie más puede meterse en eso, por muchas opiniones que puedan tener.

 El día de hoy tengo varias tareas que hacer, algunas planeadas y otras no tanto. Espero que sea un día relajante aunque, siendo sincero conmigo mismo, creo que el estrés ya está empezando a acumularse en mi espalda y cintura y estomago. No se siente nada bien pero supongo que es algo que tengo que enfrentar como ya lo he hecho en muchas otras ocasiones. El punto es saber que estoy dando los pasos correctos y que no estoy olvidando nada. Mejor dicho, que estoy en paz conmigo mismo, que es lo que cuenta al fin del día.

 De hoy a mañana seguro dormiré poco. Es como cuando tenía que madrugar para el primer día de la escuela o de la universidad. Simplemente no podía dormir por la anticipación a ese día que solía ser definitivo por un tiempo. Eso sí, las razones para mi falta de sueño eran ligeramente diferentes en cada caso pero el mismo patrón se repitió durante todos esos años, hasta hoy en día cuando cada vez tengo menos primeros días pero sé que cuando ocurren no podré pegar el ojo por más que quiera.

 Lo que hago es tomar algo de té y distraerme de cualquier manera posible: videojuegos, películas, videos en internet o alguna tarea que no sea importante pero pueda hacer para distraerme. Obligarme a dormir es una tontería pues sé muy bien que no funciona. Lo mejor es ser útil para algo y este año he aprendido muchas cosas que puedo hacer en vez de quedarme mirando el oscuro techo de mi habitación. No es que sepa hacer cosas nuevas ni nada por el estilo sino que me doy cuenta que ya sabía hacer mucho que sirve de algo.

 Escribir es una de esas cosas y escribir tiene diferentes formas y funciones. Eso me distrae a veces y me hace pasar el tiempo, desafiándome un poco a veces como para jugar conmigo mismo. Puede ser divertido o un tanto estresante pero siempre es efectivo a la hora de pasar el rato y cansar un cuerpo como el mío que parece resistirse seguido a caer rendido como lo hacen la mayoría de otros cuerpos. Y cuando me pasa, suele ser en los peores momentos del día, cuando debería de estar haciendo algo mucho más productivo.

 Me estoy alejando del tema central que es este último día. Supongo que me pongo a hablar de otras cosas por lo que ya dije, porque no sé que decir. Pero puedo aprovechar para decir que no tengo resentimiento alguno con esta ciudad ni contra su gente ni nada parecido. Tal vez lo haya parecido en ciertos momentos pero ya se sabe que uno se deja llevar por lo que hacen otros y eso a veces enfurece a la mente y ciega las opiniones. El caso es que sé, estoy seguro, que no odio a nadie y menos a un lugar que me ofreció tanto.


 Mi cuerpo y mi mente agradecen por completo la decisión que tomé hace ya mucho tiempo, le agradecen a mi familia por su apoyo, a la ciudad de Barcelona por su carácter abierto y a todas aquellas personas que, cerca o lejos, estuvieron allí para dejarme hacer parte de al menos un fragmento de sus vidas. Agradezco haber aprendido y haberme dado cuenta de que el mundo es más grande de lo que pensaba, igual que mis habilidades y mi capacidad para asumir la vida tal como viene. Mañana no escribiré pero después esto sigue, porque de este mundo no me quita nadie.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Un día mejor

   El café se había enfriado hacía ya un buen rato. En el local, uno de los meseros estaba prendiendo cada una de las velas en las mesas. Quitaba la cobertura de vidrio en forma de globo y prendía con un encendedor el fuego que cubría de nuevo con el vidrio. Esto lo hizo bastantes veces hasta que todo el local quedó iluminado con esa luz naranja y algo mortecina. La luz de día estaba muriendo y, al parecer, era mejor reemplazarla con cualquier cosa que usar luz artificial potente.

 Cuando el joven que lo había atendido vino a llevarse el café, Pedro no sabía si pedirle que le calentara el café para estar más tiempo o si debía usar el camino de la dignidad, un camino que rara vez usaba, e irse a casa a hacer algo más productivo que esperar por alguien que obviamente no iba a venir. El mesero se llevó el café y regresó minutos después con el recibo correspondiente en el que le cobraban a Pedro las tres tazas de café consumida o, mejor dicho, pedidas.

 Pedro se levantó de la silla metálica, y se retiró pronto del local. Las calles ya estaban iluminadas con una luz blanca potente pero a él eso le importa muy poco. Lo único que ocupaba su mente era su razón para haberse quedado allí todo ese tiempo. Esperaba a una persona que no había visto hacía años. Por eso no estaba tan molesto como si hubiese sido alguien que de verdad conociera pero igual era una situación muy extraña, algo decepcionante.

 Habían quedado de verse pues Miguel parecía tener muchas ganas de ver a Pedro y así poder recordar viejos tiempos. Pero nada de eso había pasado. Mientras caminaba a casa, Pedro se dio cuenta que había hecho una excepción a su propia regla de evitar a toda costa hablar con gente de su pasado que pudiese no ser completamente objetiva o graciosa. Si no había de las dos cosas, no era interesante.

 Pedro llegó a su casa caminado, sin haberse dado cuenta. Tenía tanta rabia y pensaba tantas cosas que ni se había dado cuenta de todo lo que había caminado. Entró al supermercado cerca de su casa por unas cosas y luego sí se encaminó a su hogar. La verdad era que tenía mucha hambre pues se había saltado el almuerzo para poder comer algo con su compañero pero ese había sido otro error.

Compró una pizza congelada y dos latas de cerveza.  Pagó y en unos cinco minutos estaba en su apartamento. Para su sorpresa, cayó rendido en el sofá. Dejo la bolsa en el suelo y así, en la oscuridad de una noche sin estrellas, Pedro se quedó profundamente dormido. No tuvo sueños ni nada parecido, solo un sueño bastante plácido.

 Despertó al otro día, todavía vestido y con dolor de cuello por a extraña posición en la que se había acomodado en el sofá. Menos mal que cuando despertó eran apenas las siete de la mañana de un sábado. Como no trabajaba ni le debía nada a nadie, decidió irse a la cama de verdad y dormir por un rato largo de la mejor manera posible. Al fin y al cabo que se sentía cansado, incluso antes de lo del café. Era como si tuviera algo sentado encima que se rehusaba a moverse.

 Cuando despertó por fin eran las once de la mañana. Antes de hacer el desayuno, guardó la pizza que se había ido descongelando en el suelo de la sala y la cerveza que estaba algo tibia. Fue mientras vertía la leche sobre el cereal que escuchó el escandalo que hacía su celular desde la habitación. Pero estaba tan descansado y en paz que decidió no contestar. Tal vez sería otra vez Miguel para disculparse, algo que a él no le interesaba en nada. O tal vez era de trabajo y no quería saber nada de ello por algunas horas.

 Comió su cereal frente a la televisión, mientras veía un programa de esos que hay miles, en los que muestran como es la vida salvaje de algún lugar remoto del mundo. Estaba muy tranquilo con las imágenes y entonces de nuevo el timbre de su celular. Estuvo de verdad tentado a contestar, tanto así que se había puesto de pie sin darse cuenta, pero no podía caer en la trampa de dejarse convencer por argumentos vacíos. Debía hacerse respetar de alguna manera.

Cuando acabó de desayunar, fue a la habitación y guardó el celular en un cajón lleno de ropa, así el ruido no sería escuchado por todos lados si llamaban de nuevo.  Se ducho por un largo rato y, al salir, tuvo ganas de dormir otra siesta pero tal vez no sería la mejor opción estar durmiendo así que se decidió por ver en sus correos si las llamadas habían sido de trabajo. Si era dar respuesta a dudas de sus clientes, no sería nada difícil contestar en un momento  y seguir adelante.

 Pero en ninguna de sus cuentas de correo había nada de verdad importante. Así que no eran la razón para que su celular se moviera como loco. Como no tenía trabajo, decidió que sería un día nada más para él. Vio toda una película que había estado posponiendo durante varios días y luego salió a comer a un restaurante cercano que servía una comida muy rica.

 Fue un día bastante bueno para Pedro. Cuando volvió a casa, después de buscar en un centro comercial el regalo para su el cumpleaños de su sobrina el fin de semana siguiente, se dirigió a su habitación y sacó el celular de entre las varias capas de ropa gruesas entre las que descansaba. Se sentó en la cama para revisarlo.

 Habían mensajes de texto, llamadas perdidas y mensajes en escritos en varias aplicaciones. De hecho, la llamada más reciente había entrado hacía apenas diez minutos, por lo que una nueva llamada era inminente. Aunque sintió algo de lástima por Miguel, había tenido todo el día para pensar que no era una persona que se mereciera su amistad. Ni siquiera habían sido capaces de mantener una amistad ni nada parecido, eran solo gente que iban al mismo lugar por varios años consecutivos pero esa es la misma experiencia de vida de todo el mundo con el colegio.

 Pedro dejó el celular en el escondite entre la ropa gruesa y cerró con fuerza el cajón. Le daba un poco de rabia que Miguel fuese tan insistente: era como si se le olvidara que no eran amigos de nada y que no podía llegar así como así. Pedro trató de olvidar lo ocurrido y decidió terminar su día con una ducha con agua tibia y una película más en la cama. El sueño casi no llega y, justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, Pedro pudo escuchar un zumbido lejano.

 No tuvo que pensar por mucho tiempo para concluir que lo que escuchaba era sin duda su celular en el cajón. Vibraba con fuerza, como si hiciera temblar todo el armario. Obviamente eso no era posible para un objeto tan pequeño, pero para pedro era como si con cada vibración, aumentara la cantidad de gente que lo miraba con desaprobación por no contestar la llamada. Dudó por un tiempo largo, en el que la vibración se detuvo pero luego empezó de nuevo.

 Harto de la situación, Pedro se puso de pie de un golpe y se dirigió al armario para sacar el celular. Contestó pero antes de decir nada una voz le agradeció que contestar. Reconocía la voz de Miguel. Al comienzo no dijo nada más que eso y Pedro tuvo muchas ganas de colgar de nuevo. Pero luego, poco a poco, pareció recordar que estaban al teléfono y no por ahí en la calle. Empezó a hablar del pasado, de una vez, seguramente porque sabía que eso interesaría a Pedro.

 Estaba equivocado. Pedro no entendía en los más mínimo que era lo que Miguel quería de toda la situación. Había sido un maldito deportista en el colegio y parecía vestir exactamente lo mismo que entonces. Como siempre, su voz era monótona extremadamente aburridora. Era increíble pensar que alguien quisiera escuchar su voz todos los días.

 Pedro solucionó todo tomando el celular, abriendo su ventana y lanzando el aparato lo más lejos posible. Sabía que tendría que comprar uno nuevo, ojalá con otro número, pero es que a veces ver gente tan extraña que no tiene el mínimo sentido del respeto, no es algo que se pueda tomar a la ligera. De Miguel no supo más, pero le agradeció siempre ese día casi perfecto.

lunes, 29 de agosto de 2016

El náufrago

   El mar y venía con la mayor tranquilidad posible. El clima era perfecto: ni una nube en el cielo, el sol bien arriba y brillando con fuerza. La playa daba una gran curva, formando una pequeña ensenada en la que cangrejos excavaban para alimentarse y done, en ocasiones, iban a dar las medusas que se acercaban demasiado a la costa. La arena de la playa era muy fina y blanca como la nieve. No había piedras por ningún lado, al menos no en la línea costera.

 Del bosque de matorrales y palmeras en el centro de la isla, surgió un hombre. Caminaba despacio pero no era una persona mayor ni nada por el estilo. Arrastraba dos grandes hojas de palma. Las dejó una sobre otra cerca en la playa y luego volvió al bosque. Hizo esto mismo varias veces, hasta tener suficientes hojas en el montón- Cuando pareció que estaba contento con el número, empezó a mirar de un lado al otro de la playa, como buscando algo.

 El hombre no era muy alto y no debía tampoco llegar a los treinta años de edad. A pesar de eso, tenía una barba muy tupida, negra como la noche. La tenía en forma de candado, lo que hacía parecer que no tenía boca. Andaba por ahí completamente desnudo, ya bastante bronceado por el sol. El hombre era el único habitante de la isla y, era posible, que hubiese sido el único ser humano en estar allí de manera permanente.

 En la cercanía había varios bancos de arena pero ninguna otra isla igual de grande a esa. Era una región del mar muy peligrosa pues en varios puntos el lecho marino se elevaba de la nada y podía causar accidentes a os barcos que no estaban bien informados sobre la zona. Sin embargo, el tráfico de barcos era extremadamente bajo por esto mismo. La prueba era que, desde su naufragio, el hombre no había visto ningún barco, ni lejos ni cerca ni de ninguna manera.

 En cuanto a como había llegado allí, la verdad era que no lo recordaba con mucha claridad. En su cabeza tenía una gran cicatriz que iba de la sien a la base del pómulo, por el lado derecho de su cara. No era profunda ni impactante pero sí bastante notoria. Solo sabía que había sangrado mucho y que la única cura fue forzarse a entrar al agua salada del mar para que pudiese curarse.

 Eso había llevado su resistencia al dolor a nuevos limites que él ni conocía. Pero había sobrevivido y se supone que eso era lo importante. Al menos eso decían las personas que no habían vivido aquella experiencia. Vivirlo era otra cosas, sobre todo con lo relacionado con la comida y como mantenerse vivo sin tener que recurrir a medidas demasiado extremas.

 Al comienzo se enfermó un poco del estomago pero pronto tuvo que sacar valor de donde no tenía y empezó a ser mucho más creativo de lo que nunca había sido. Al final y al cabo, aunque no lo recordara, él era el contador de una empresa de cruceros. Tan solo era un hombre de números y nada más. Desde joven se había esforzado en sus estudios y por eso lo habían contratado. Lamentablemente, fue por culpa de ese trabajo que estuvo en el barco que tuvo el accidente y ahora estaba en la playa buscando palos largos.

 Cuando por fin encontró uno, volvió a la playa con las hojas de palmera. Primero clavó el palo en la tierra y se aseguró de que estuviera bien derecho y no temblara. Luego, empezó a poner las hojas alrededor del palo, tratando de formar algo así como una casita o tienda de campaña. Era un trabajo de cuidado porque las hojas se resbalaban. Cuando pasaba eso, apretaba las manos y pateaba la arena

 Llevaba allí por lo menos un mes. La verdad era que después de un tiempo se deja de tener una noción muy exacta del tiempo y de la ubicación. Abandonado en un isla pequeña, no tenía necesidad alguna de saber que hora era ni que día del año estaba viviendo. Ni siquiera pensaba sobre eso. Resultaba que eso era algo muy bueno pues su dedicación a sus tareas en la isla era más comprometida a causa de eso, menos restringida a diferentes eventuales hechos.

 No tenía manera de alertar a un barco si viniera. Tal vez podía agitar una de las ramas de las palmeras más grandes, pero eso no cambiaba el hecho de que pensaba que nadie vendría nunca por él. Ni siquiera sabía qué había pasado con su embarcación y con el resto de la gente. Por eso, día tras días, miraba menos el mar en busca de milagros y lo que hacía era crear soluciones para sus problemas inmediatos. Por eso lo de la casita con hojas de palma.

 Después de armar el refugio, salió a cazar. En su mano tenía una roca del interior de la isla y su misión era aplastar con ella a todos los cangrejos que viera por la playa. A veces esto probaba ser difícil porque los cangrejos podían ser mucho más rápidos de lo que uno pensaba. Además eran escurridizos, capaces de enterrarse en la arena en segundos, escapando de manera magistral.

 Sin embargo, él era mucho más inteligente que ellos y sabía como hacerles trampa para poder aplastarlos más efectivamente con la ropa. Los golpeaba varias veces hasta que se dejaban de mover, entonces los lavaba en el mar y luego los comía crudos. La opción de cocinarlos de alguna manera no era una posibilidad pues en la isla no había manera de crear fuego de la nada.

 El sabor del cangrejo crudo no era el mejor del mundo, lo mismo que no es muy delicioso comer un pescado así como viene. Pero el hambre es mucho más fuerte que nada y las costumbres en cuanto a la comida se van borrando con la necesidad. Su dieta se limitaba a la vida marina, en especial los peces que pudiese cazar en las zonas bajas o los cangrejos de la playa. No comía nunca más de lo que deseaba ni desperdiciaba nada. No se sabía cuando pudiese ser la siguiente comida.

 La peor parte de su estadía se dio cuando llegó la temporada de tormentas. Era obvio que su rudimentario refugio no iba a ser suficiente y por eso traté de diseñar un lugar en el cual esconderse en el centro de la isla, donde al menos tendía la protección del viento.  Cavo con su manos buscando más hojas y palos y plantas que le sirviera para atar unos con otros. Era un trabajo arduo.

 Lo malo fue que la primera tormenta se lo llevó todo con ella. Los truenos caían por todos lados, en especial la parte alta de las palmeras, haciendo que el lugar oliera a quemado. El olor despertó en el naufrago un recuerdo. Este era bastante claro y no era nada confuso ni complicado. Era de cuando se sentaba por largas horas al lado de su abuelo, pocos días antes de que muriera. A pesar del cáncer que lo carcomía, el viejo pidió un cigarro antes de morir y él se lo concedió. Incluso con eso, aguantó algunas semanas más hasta su muerte.

 El recuerdo no le servía de nada contra la naturaleza pero sí que le servía para recordar al menos una parte de quién era. Sabía ahora que había tenido un abuelo. Incluso mientras caían trombas de agua sobre la isla y él estaba acostado en su hueco en la mitad de la isla, tapándose con hojas, pensaba en todo lo que posiblemente no recordaba de su vida pasada. Tal vez tuviese una familia propia o hubiese logrado cosas extraordinarias o quién sabe que más.

 La tormenta se retiró al día siguiente. El naufrago recogió las hojas que la lluvia y el viento habían arrancado de los árboles.  Trató de mejorar sus condiciones de vida, tejiendo las hojas de las palmeras para hacer una estructurar para dormir más fuerte. Los días y los meses pasaron son que nadie más se acercara a ese lado del mundo.


 Un día pensó que venía alguien pues una gaviota, que jamás veía por el lugar, aterrizó en la playa y parecía buscar comida. Él solo vigiló al pájaro durante su estadía. Un buen día l ave se elevó en los aires, se dirigió al mar y allí cayó del cielo directo al agua. Algún animal se lo comió al instante. El naufrago supo entonces que la esperanza era algo difícil de tener.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Gimnasia

   Eran pasadas las once de la noche y Javier seguía practicando una y otra vez. A veces solo se detenía para tomar algo de agua y ajustar algo en uno de los aparatos. Pero al rato siempre seguía, como si tuviera energía para toda la vida. Era probable que la tuviese pues muy pocos chicos de su edad eran capaces de tener tanta disciplina por si mismos. En el lugar solo estaba él, su entrenador se había ido hace varias horas y él había mentido al decir que se iba a quedar solo un rato más para pulir su presentación en barras asimétricas.

 Fue casi a medianoche que sus padres vinieron a recogerlo. Era la hora que él  les había dicho y ellos no habían puesto en duda su sinceridad. Quisieron preguntar donde estaba el entrenador pero él fue más rápido y les preguntó sobre su día y sobre que había en casa para cenar. Era una pregunta algo tonta pues no importaba mucho qué había de cena cuando él tenía que permanecer en una dieta muy estricta que no le dejaba subir calorías en ningún momento.

 En el coche de camino a casa, Javier pensaba que tal vez era mejor decirle a alguien que había estado entrenando solo, que tal vez se había estado esforzando más allá de lo que tenía sentido. De pronto lo mejor era parar un poco y ser un joven normal al menos por un tiempo. Hacía mucho que no lo era, que no abrazaba a sus padres o que no les agradecía el trabajo tan difícil que era tener un hijo gimnasta.

 Nunca llegó a agradecerles. En una de las intersecciones, un automóvil manejado por un borracho se pasó la luz roja y embistió el vehículo de la familia de Javier con tanta fuerza que fueron a dar varias metros hacia el otro lado. Los bomberos y las ambulancias no demoraron. Sacaron primero a Javier y luego a sus padres y pocos minutos después solo quedaba el retorcido esqueleto del vehículo y nada más.

 En el hospital, a Javier le habían inducido a dormir. De puro milagro no se había rato nada y solo tenía raspones y moretones por todos lados. Le habían puesto algo para dormir porque necesitaban revisarlo a fondo y no tenían tiempo de ver que opinaba del asunto. Los exámenes fueron positivos: Javier estaba en óptimas condiciones físicas a pesar del accidente. Lo dejaron dormir hasta el otro día.

 Ese día siguiente fue uno de los peores de su vida. Apenas estuvo algo consciente, le informaron que su madre había muerto en el accidente. Habían tratado de revivirla pero había sido imposible. Su padre estaba en estado critico, pues el coche había embestido por su lado. Mínimo quedaría sin el uso de sus piernas pero eso era asumiendo que saliera del estado en el que estaba.

 Dos semanas después, todavía algo drogado para no sentir demasiado, Javier enterraba a sus padres. Lo acompañaban familiares, algunos amigos y su entrenador. Esa era la única figura paterna que le quedaba pues su padre no había aguantado las operaciones y había muerto poco después de que a Javier le informaran lo de su madre. Estaba solo en el mundo y, cuando fue capaz de comprender lo que pasaba, quiso salir corriendo o no hacer nada más en la vida que quedarse en la cama llorando y si acaso comer cada mucho tiempo.

 La verdad era que Javier se culpaba, al menos parcialmente, por el accidente. Según lo que él pensaba, sus padres no hubiesen muerto de haber venido por él a la verdadera hora de finalización del entrenamiento. Si el no hubiese estado obsesionado con ganar la próxima competencia, no hubiese pasado nada y tal vez el borracho jamás hubiese terminado con una familia en una sola noche.

 Su entrenador quiso distraerlo y le recordó que había estado entrenando y que podía tratar de ganar de todas maneras. Pero Javier no estaba de humor para eso. No solo porque el esfuerzo de la mente para estar mejor lo dejaba exhausto, mucho más que los ejercicios en aparatos, sino porque su cuerpo estaba muy débil. Era como si los músculos se le hubiesen aflojado de pronto. No tenía fuerza para levantar una taza de café o el periódico. Estaba muy débil.

 Su entrenador comprendió y le dijo que perder esa competencia, o mejor dicho no concursar, no tenía nada grave. Pero necesitaba que Javier recordara que había estado entrenando para calificar a los Olímpicos. Eso era algo grande, un suceso tan enorme que no podían dejarlo de lado así como así. El entrenador Blanco dejó que Javier hiciese el luto que quisiera pero le ordenó, así tal cual, que volviera a entrenamiento en un mes.

 El chico aceptó pero la verdad no había estado poniendo mucha atención. En su mente solo estaban sus padres y las recetas que les gustaba hacer para él, cuando tenía competencias. Desde pequeño habían estado apoyándolo, aplaudiendo cada uno de sus logros y dándole lo mejor de si mismo para que él creciera y se convirtiera en un hombre respetable, con una moralidad intachable.

 Javier lloraba siempre que recordaba eso porque su moralidad era todo menos intachable. No solo se empujaba demasiado fuerte en su deporte, también era competitivo y muchas veces buscaba destruir los sueños de los demás. Ahora ya sentía como se sentía aquello y no le deseaba nada parecido ni a su peor enemigo.

 Durante su mes libre, Javier tuvo cada día para pensar. Se levantaba muy temprano siempre, como si todavía tuviera que ir a practicar, y desde las horas de la mañana trataba de lidiar con vivir una vida normal. El hogar en el que vivía ahora era suyo con todo lo que tenía adentro más algo de dinero que no eran millones y millones pero era más que suficiente para una vida tranquila. Sabía además que había que ahorrar y lo mismo iba con lo que ganar en su profesión.

 Le gustaba quedarse en casa y revisar los álbumes de fotos y elegir de entre ellas las que más le gustaban. Esas las ponía en un tablero en su cuarto y las miraba siempre que se sintiera demasiado agobiado por todo. Miraba las fotos de sus padres, jóvenes, con un bebé que aprendía a caminar o que andaba desnudo por la casa. Ese era él.

 No tiró nada de ellos hasta que algunos amigos le aconsejaron que lo mejor era tirar la ropa que no fuese a guardar pues le podían servir a otra gente con necesidades urgentes en cuanto a la vestimenta. Eligió un par de prendas de cada uno de sus padres y todo el resto lo pudo en cajas para regalar. Nunca pensó que le afectaría tanto pero la verdad era difícil ver todos esos pedazos de tela que contaban tantas historias, amontonándose allí como si no hubiesen sido parte esencial de su vida.

 Le aconsejaron también ir a un terapeuta o, mejor dicho, a un psicólogo pero Javier no pasó de la primera cita. Esos lugares no eran para él: se sentía siempre demasiado desprotegido y aunque la mujer decía que podía confiar en ella, la verdad era que no se conocían y que no había sentido en confiar en alguien que no conocía de nada. No podía oírla hablar de sus padres como si  los conociera ni tampoco de su profesión como si en verdad supiese algo al respecto.

 Al mes volvió al entrenamiento y tuvo que trabajar como si hubiera dejado de ejercitarse por varios años. El dolor de la perdida se había traducido en dolor físico y no había ahora ejercicio que no le infligiera un dolor muy alto. Pero no importaba. Se concentró lo mejor que pudo en los concursos, mejorando al nivel que tenía antes e incluso más. Fue casi un año después cuando pudo lograr el cupo para los Olímpicos.


 Visitó la tumba de sus padres pocos días ante de viajar a la ciudad donde sería la competencia. Les contó a sus padres varios detalles de la competencia, cosas graciosas y otras personales. Se detuvo un momento, pues la culpa seguía allí, pequeña pero insistente. Sin embargo, continuó entrenando de la manera más estricta y les dedicó a sus padres cada una de sus victorias pasadas y futuras.