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lunes, 4 de julio de 2016

Graduación

   La ceremonia empezó sin mayor retraso. Cada persona tomó su asiento al instante, de manera ordenada. Las luces únicas luces que quedaron prendidas fueron las del escenario, donde un hombre empezó a hablar casi de inmediato. La verdad, la mayoría de las personas no lo ponían atención. Aunque muchos lo grababan con sus celulares, otros utilizaban esos mismos aparatos para ver que más estaba pasando en el mundo. No le interesaba o muy poco lo que tenía que decir el dueño y señor de la universidad.

 Después vino el discurso de uno de los graduados y eso fue mucho más divertido, pues todo el mundo escuchaba con atención para saber en que momento sería adecuado burlar o decir algo. Fue un rato divertido, pues el joven que leía se perdió unas cuantas veces y parecía estar a punto de reír muchas otras. Se notaba que a la gente de la universidad no le caía nada en gracia que lo hiciera pero a los alumnos les fascinaba tener algo de que reírse.

 Cuando el joven terminó, vino otro discurso más. Cada año invitaban a una celebridad, algún erudito de la ciencia o las letras para que llenara de bonitas palabras el ambiente. Ciertamente el invitado de ese año era alguien muy interesante pero la gran mayoría de las personas los escuchó solo a ratos. Antes de que empezara a hablar, cuando lo introdujeron como “poeta y autor”, casi todo el mundo decidió al instante no ponerle mucha atención pues suponían que sería sorprendentemente aburrido.

 Técnicamente, no se equivocaron. Hubo algunas anécdotas graciosas, unas observaciones inteligentes, pero el resto fue tal cual se esperaba. Por fin, el tipo dejó de hablar y entonces comenzaría la última etapa de la ceremonia: la entrega de diplomas. Esa era la razón para la que todos habían venido. Las palabras bonitas y los adornos encima de un papel les daba un poco lo mismo. Les interesaba lo que ese papel podía hacer para sus vidas y que significara que no habían perdido el tiempo.

 Faltaban muchas personas, pues algunos no estaban en el país o no habían cumplido con todos los requisitos para recibir su diploma ese día. Seguramente tendrían que reclamarlo en la sede de la universidad, sin vítores de compañeros ni fotos de padres orgullosos. La ceremonia tenía ese sentido muy relacionado con el orgullo y el estar seguro de si mismo. Era algo especial, a pesar de todo.

 Uno a uno, todos los jóvenes en el recinto pasaron a tomar su diploma. Algunos hacían algo gracioso después pero la mayoría solo estrechaba la mano de los directivos y seguía su camino hacia fuera del escenario. Cada persona tenía sus estilo, su manera de celebrar el mismo logro. Al final, era el mismo para todos, no importaba la disciplina.

 La siguiente etapa del día siempre era la misma en la mayoría de familias. Los que tenían algo más de dinero optaban por invitar a su graduado, o graduados si eran más de uno, a comer algo especial para celebrar la graduación. El lugar de celebración cambia según lo que pueda costear cada familia pero casi siempre la idea es que sea un lugar que valga la pena, al que no se vaya todos los días. Se trata de hacer que la persona se sienta especial y única.

 A veces comen los más finos cortes de carne, otras veces pescados y comida de mar perfectamente marinados. El pollo casi nunca es una comida de celebración pues es poco frecuente que se use en platillos caros. Por supuesto, todo va acompañado de un buen vino y de un brindis que puede ser largo o corto, pero eso depende de la familia que lo celebre. Algunos se alargan con discursos sin destino pero sentidos y otros solo tienen el brindis y poco más.

 Esas comidas de celebración normalmente no toman mucho tiempo. Lo normal para una cena especial, que suelen ser dos horas considerando que la comida demora más en llegar a la mesa y que nadie tiene verdadera prisa de llegar a ningún lado. Son casi siempre en la tarde, pues la noche está reservado para otro tipo de celebraciones. Después algún postre la gente se dirige casi corriendo a casa, a descansar.

 Los que tienen menos dinero para gastar o quienes tal vez estén solos y no tengan con quien festejar, pueden inventarse diversas maneras de hacerlo a su manera. Por ejemplo, está el hecho de ir a cualquier restaurante común y corriente pero agregándole alguna celebración extra para indicar que el momento lo amerita. El vino también puede jugar un papel, aunque seguramente la calidad del mismo sea comparativamente inferior al del caso anterior.

 Es un almuerzo mucho más corto pero seguramente igual de familiar y de cercano. Al fin y al cabo, la gente está orgullosa de graduado sea como sea, no importa la celebración. Lo que interesa es que sea un día feliz y memorable, del que se pueda sentir orgulloso en el futuro y que pueda recordar una y otra vez, como uno de los momentos más felices de su vida, sin exagerar.

 Eso sí, hay muchas personas que no tienen como celebrar. Y otras que no tienen familias. Normalmente la solución es la misma en estos casos: se celebra en casa con algo más personal pero más sentido. Puede que no haya vino pero podría haber algo más, sea lo que sea. El caso es que se celebre de alguna manera porque no hay quien no considere la graduación un logro.

La noche está reservada para la celebración entre graduados. Casi todos los celebran del mismo modo y, si sus padres no les dan dinero, seguramente ellos han ahorrado ya lo suficiente para pasar el mejor rato posible. En esto, nadie es diferente ni especial. Todos celebran porque sienten que es el día que sean han ganado para celebrar y estar con sus compañeros, aquellos con quienes se ha logrado el objetivo. El orgullo normalmente es motor suficiente para toda la noche y hasta el día siguiente, en la mañana, cuando el alcohol lo ha agotado casi por completo.

 Porque claro, sin alcohol, la mayoría de graduados no siente que haya ganado nada ni llegado a ninguna parte. Sea cerveza o alguna otra bebida alcohólica, siempre tienen que estar presente para, supuestamente, alegrar el ambiente. Normalmente esto es cierto, pues ayuda a subir el ánimo y a que el baile y la diversión duren mucho más tiempo de lo que uno pensaría. El gasto en alcohol es normalmente exponencial. Es decir, se comienza de a poco y al final de la noche gastan los que tengan más dinero.

 Los que no tengan casi, saben que es su noche para aprovechar el dinero de otros. Y no se ve como algo malo, al fin y al cabo todos están celebrando. Así que si una persona toma de una botella que no ayudó a pagar, la verdad no interesa porque nadie está vigilante un objeto de vidrio con tanto ahínco. Prefieren disfrutar la noche y tener mucho que contar los días que sigan, para construir el mejor recuerdo posible.

 Se trata de “hacerlo memorable”, lo que es gracioso pues el hecho de graduarse debería ser lo suficientemente memorable. Sin embargo, a los jóvenes les fascina que todo tenga un significado más personal y que no todo tenga que ver con el estudio como tal. La graduación también celebra las relaciones construidas durante el tiempo de la carrera, celebra aquellos dramas cotidianos y todas las costumbres y anécdotas graciosas que tienen para contar por muchos años más.

 Esas relaciones son las que todavía esa noche y mucho después, afectarán su manera de ver el mundo y de interactuar con los demás. Además, tienden a tener un efecto mucho más duradero que en el pasado, tal vez porque la personalidad de las personas termina de forjarse en sus años de universidad y logra establecerse por completo. Es decir, ya son personas completamente formadas, completas.


 La celebración termina al otro día, casi para todos, cuando despiertan y tienen recuerdos borrosos de todo lo ocurrido. Otros recuerdan mejor otros peor pero todos entienden la importancia del ritual. No importa cómo se haga, donde o con quién, es primordial entender su rol en nuestras vidas.

miércoles, 22 de junio de 2016

Vigorexia y otros males

   Matías entrenaba todos los días, sin importar el clima o su estado de ánimo, nada lo podía alejar del gimnasio que tenía cerca de casa. Había empezado a ejercitarse durante sus años de universidad y ya hacía mucho había logrado todos sus objetivos. El primero había sido perder peso y lo había logrado en un tiempo menor al pensado. La verdad era que Martín jamás había sido gordo ni había tenido ningún tipo de problema de peso, solo tenía los mismos rollitos que todo el mundo.

 En todo caso, unos seis meses después de entrenamiento intensivo, toda esa grasa se había esfumado gracias a la ayuda de su entrenador, un hombre un poco mayor que él que recibía un pago aparte de la tarifa normal del gimnasio para que lo dirigiera y trazara para él un plan de ejercicio y una dieta acorde. Matías trabajaba en una oficina como mensajero y, en parte, había sido contratado por su físico: lo hacía ágil en la motocicleta y nadie podía negarse a recibir nada de un tipo de un metro ochenta de altura.

 Sin embargo, Matías nunca se había fijado en esas características de sí mismo. O bueno, sí que se había fijado pero no las tomaba como ventajas en ningún sentido. Pensaba que esas eran cosas con las que había nacido y que, al final de cuentas, no importaban mucho a la hora de definir su futuro en diferentes ámbitos. La verdad era que Matías sí sufría de un mal pero no era algo físico sino sicológico, algo que él no había querido enfrentar pero había estado allí siempre.

 Él nunca lo contaba. No era algo de lo cual estar orgulloso. El hecho era que en la escuela, con unos dieciséis años, había tenido graves problemas de bulimia. Tan grave había sido el lío que sus padres habían tenido que ser llamados a la escuela para que explicaran el comportamiento de su hijo. Las escuelas entonces no eran tan comprensivas pues mucho ha cambiado en tan poco tiempo.

 Ese día fue el peor de su vida pues tuvo que decirles a sus padres, llorando, que todo lo que comía lo vomitaba porque se sentía que había subido mucho de peso en los últimos meses. Además no le daba ningún placer comer, no como antes. No sabía explicar la razón pero todo le daba asco o simplemente no le atraía en lo más mínimo. Sus padres siguieron el consejo de la escuela y lo enviaron a un sicólogo calificado.

 En poco tiempo, el problema quedó solucionado. Si bien Matías nunca arregló su problema respecto al gusto por la comida, no volvió a vomitar su comida nunca más, optando mejor por el ejercicio unos años después. Su entrenador le había confeccionado una dieta tan perfecta, que se acoplaba de manera ideal con su apetito de siempre. Eran pequeñas porciones de comida que nunca tenía mucho sabor. Perfecto para él.

 Sin embargo, Matías renovó su membresía al gimnasio después del primer año. No solo había perdido el peso que quería sino que había ganado mucha masa muscular un poco por todo el cuerpo y había marcado casi todo lo que se podía marcar en el cuerpo. Estaba tomando vitaminas y muchas otras cosas para ayudar a que sus músculos crecieran un poco más, para llegar siempre a un nivel más alto. Aunque trabajaba todo el día, de lunes a viernes, siempre estaba a las ocho de la noche en punto en el gimnasio y no salía sino hasta cuatro horas después.

 El entrenador que tenía se convirtió en su amigo y dejó de ser su entrenador pues ya no había necesidad. Él le había insistido que quería seguir con él más tiempo, para aprender y saber como manejar sus dietas y ejercicios y demás pero el tipo le dijo que él ya no lo podía ayudar en nada pues Matías había pasado ya todo los niveles que él consideraba necesarios y que él conocía. De ahora en adelante estaba por su cuenta.

 Se puso a leer entonces páginas de internet y algunos libros y encontró recetas y rutinas para seguir trabajando su cuerpo. No le decía a nadie pero la verdad era que todavía veía los rollitos de antes, seguía viendo zonas de grasa en su cuerpo, parte de piel que no estaban tensionadas y trabajaba en ellos todos los días, sin poner atención a nada más en su vida sino a todo eso que no estaba allí.

 En el gimnasio nadie se daba cuenta pues mucha de la gente que iba tenía el mismo problema y los demás tenían los propios. Nadie tenía tiempo de darse cuenta que algo podría estar realmente mal. En su familia la cosa tampoco era muy distinta. Todos comentaban lo bien que se veía, que parecía más alto y que sus brazos fornidos seguramente eran la sensación entre las chicas.

Él era modesto y no decía nada pero la verdad que, aunque sí se le acercaban muchas mujeres, la mayoría salía corriendo apenas se daban cuenta de la personalidad que había detrás de los músculos. Normalmente sus relaciones sentimentales no pasaban de la primera semana porque Martín ya tenía sus prioridades y el gimnasio era una de esas y no lo cambiaría, a pesar de que se cruzaba con las horas perfectas para salir a comer, bailar, tomar algo y hasta tener sexo.

 Algunas chicas lograron meterse en su cama pero, como nunca habían planeado ir más allá, les daba igual la personalidad de Matías y la hora a la que se metieran en su cama. Lo hacían más porque era como un reto, como algo nuevo en su lista de ligues. No era todos los días que se estaba con un hombre con un cuerpo así.

 Con el tiempo, esos momentos fueron siendo cada vez menos hasta que Matías dejó de lado por completo su vida sentimental y se dedicó casi al cien por ciento al gimnasio. Aunque sus padres no supieron, dejó su trabajo de mensajero que le había dado el dinero para salir de casa y vivir solo, y decidió entrenar para un concurso de fisicoculturismo. Esa era su meta ahora, estar entre hombres que la gente consideraba dioses vivientes. Él quería estar entre ellos y sentirse por fin realizado.

 El concurso estaba a siete meses y por eso aumentó su régimen de entrenamiento y su dieta. Lo hizo todo solo, sin ayuda de nadie. Al comienzo los cambios no parecían ser muy efectivos. Matías se desesperó y no era extraño ver en su casa marcas en las paredes de cuando las había golpeado con fuerza, dejando la silueta de su puño o al menos algo de sangre sobre el blanco del muro.

 Pero con el tiempo se empezaron a ver los resultados y entonces fue cuando en verdad Matías perdió todo contacto con la realidad. No tenía más vida sino esa: de la casa al gimnasio y del gimnasio a la casa. La falta de dinero no era problema pues no gastaba en casi nada, solo en la nueva dieta y ya. Caminaba al gimnasio y su membresía estaba paga por un buen tiempo. Su cabeza solo servía para entrenar, comer y dormir. Había dejado todo lo demás de lado, incluidos sus amigos y su familia.

 Sus padres lo llamaban a veces preguntado que pasaba. Lo hacían al celular porque la línea de teléfono fijo había sido cortada. Era un gasto que no necesitaba ahora. Él apenas les hablaba, contestando con monosílabos y sin el menor interés por saber como estaban ellos, que pasaba con sus vidas ni nada de eso. Ellos se preocuparon pero al mismo tiempo pensaron que tal vez era ese momento de la vida cuando los hijos ya toman vuelo y no tiene caso seguir encima de ellos.

 El día del concurso, Matías preparó todo él solo. Era el único concursante que venía sin una comitiva. Algunos de los otros hombres trataron de hablarle, de crear una amistad basada en sus gustos, pero no sirvió de nada. En persona era igual que por teléfono. El concurso prosiguió todo ese día con diferentes tipos de desfiles y actividades hasta que, al final, Matías quedó segundo, después de un tipo que apenas ganó corrió a su esposa e hijos y los abrazó.


 Matías no sintió nada en ese momento más que pena por si mismo. Un segundo lugar no era lo que quería. Recogió todo lo suyo y salió del sitio corriendo, sin esperar un segundo más. En su mente, ya pensaba como ganar otros concursos. Estaba tan metido en eso que no vio el camión al cruzar la calle frente al recinto de espectáculos. Matías no pensó en nada, nunca más.

jueves, 3 de marzo de 2016

Vidas ocultas

   Del edificio salí solo pero contento. Tenía una sonrisa de tonto en la cara que me duró varias horas. Y todo porque había hecho que hace todo el mundo. O bueno, no exactamente pero casi. El caso es que me sentía orgulloso de mi mismo por alguna razón y, al tomar el a mi casa, seguía sonriendo.

 Pero días después ya no sonreía, ya no era lo mismo. El momento había pasado pues todas estas citas clandestinas eran eso, secretos que no le decía a nadie o a casi nadie y por lo tanto los debía yo guardar con el máximo recelo. Fue entonces que me di cuenta lo mucho que me molestaba estarme ocultando, como si hubiese hecho algo malo. Al fin y al cabo que no era nada grave. Lo que pasaba era que no era algo aceptado, algo bien visto y frente a eso sí que no se puede hacer nada. Y no era la primera vez que pasaba por eso, ya muchas veces y desde más joven me habían pasado cosas similares.

 Recuerdo que una de las primeras veces que quedé con alguien, creo que fue la primera de todas, me vestí de una forma tan rara que solo años después entendí que entonces no sabía nada de nada. No recuerdo bien que excusa di en casa para salir ni como fue que tomé la decisión. Tampoco recuerdo con claridad como conocí a la persona, solo sé que fue por medios electrónicos. En todo caso, llegué a un parque y allí nos vimos. O sería en otro lugar y después fuimos al parque? No lo sé, ese recuerdo se ha ido erosionando con el tiempo.

 El caso es que recuerdo el parque, la gente pasar y lo nervioso que yo estaba. Tenía puesto un saco de colores que hoy me parecería horrible, que no sé si jamás volví a usar. El chico con el que me encontré, creo que algo mayor, tampoco me gustaría hoy. Pero creo que entonces no se trataba de eso sino de vivir la experiencia, de lanzarme de una vez al vacío de una vida que yo sabía que siempre iba a ser de esa manera. Siempre iba a tener que ocultarme así que porqué no empezar pronto?

 Hoy, a pesar de que lo sigo haciendo, me parece triste. En ese momento los nervios podían más que pensar en cualquier cosas. Creo que en lo poco que nos vimos ese día, solo hablamos. Él tenía acento y yo solo pensaba en como volver a mi casa. No recuerdo si me invitó a la suya o solo sugirió ir algún día. No lo sé y creo que el recuerdo se ha perdido por alguna razón. Volví a casa con la experiencia hecha y creo que por un par de años no saldría de mi casa de nuevo. En esa época estaba en el colegio. No recuerdo que edad tenía pero sé que fue mucho antes de los diecisiete, primera vez que tuve relaciones con alguien. Era muy joven en todo caso, muy ignorante para haber hecho lo que hice.

 El caso es que así fue y solo hasta mucho después empecé a salir con personas pero siempre en la amabilidad de la oscuridad. A todos los conocía por Facebook o por algún chat de estos que abundaban en la época. Hoy en día me parece hasta gracioso no haberme topado con ningún hombre mayor o ningún mentiroso peligroso. Nunca pasó y no ha pasado recientemente tampoco. Porque sigo usando, muy de vez en cuando, las mismas herramientas o algunas nuevas que son básicamente lo mismo.

 Ese día de la sonrisa, cuando volví a casa, pensé en eso también. Incluso si ese asunto evolucionaba a algo más, las cosas en verdad no cambiarían pues siempre  tendríamos que vernos de esa manera, entre las sombras o en lugares donde nadie nos mirara. Por eso fui ese día a la casa de él y fui otras veces más. Por eso con los chicos con los que salí al comienzo lo hice a lugares que parecían islas en un mundo en el que estábamos casi sobrando, de alguna manera. Nunca lo pensé mucho entonces pero ahora entiendo que las cosas no han cambiado mucho y muchos seguimos detrás de bastidores, viendo a ver si podremos salir totalmente alguna vez.

 Lo digo porque yo, como muchas otras personas, no ocultamos tanto como otros. Nunca he tenido muchas amistades pero hoy en día no dudaría en contarle a ellas lo que me ha pasado, lo que he vivido, a quién he conocido y como lo he conocido. No me da vergüenza ni nada por el estilo porque no es nada de lo que tenga que avergonzarme. Claro que no puedo dar demasiados detalles porque a veces puedo ser muy gráfico, pero creo que incluso si lo fuese mis amistades sobrevivirían a ello.

 Eso me recuerda, que nunca tuve muchos amigos, mucho menos cuando empecé en todo esto de salir. Muchas personas no entenderán lo que digo porque habrán conocido a sus parejas y demás a través de amistades. Esa oportunidad jamás la tuve y no creo que la vaya a tener nunca. No solo porque sigo teniendo un circulo de amistades tremendamente cerrado sino también porque prefiero yo elegir a quien conozco y a quien no. Las personas que potencialmente tendrían un interés en mi que también conocen mis amistades, no son precisamente cantidades y cantidades. Más bien pocos por lo que eso aminora mucho las posibilidades.

 Porque lo que importa es que le gustes a alguien. No solo es buscar alguien que te guste a ti, en el sentido que sea. Porque eso es fácil, cualquiera puede ser interesante en potencia. Pero lo que no es fácil es encontrar esa persona que vea algo en ti que los demás no ven, sea lo que eso sea. Eso es algo muy extraño y muy especial. Pero es la mejor opción si se quiere conocer a alguien para algo más estable, cosa que no he tenido nunca pero siempre he creído que así debe ser. E incluso si es por una noche, es mejor si hay un gusto real y no solo es porque eres un ser vivo.

 Eso, de hecho, me ha sacado bastante de este como juego que es el asunto de salir. Quitando el hecho de no poder tomarse de las manos o darse un beso donde a uno se le de la gana, porque incluso en los países “avanzados” eso se da muy poco al comienzo,  es también un asunto de que seas tú el que causa interés y no nadie más.
Desde esa primera cita o incluso antes yo ya tenía problemas de imagen corporal, de autoestima, de verme diferente a los demás y no solo por ser homosexual. Era algo que iba mucho más allá y al mismo tiempo que era muy interno y difícil de exteriorizar. Además, cuando tienes ese problema, rara vez quieres que la gente se de cuenta. En el colegio, sobre todo, nadie quiere verse débil ya que los niños siempre han sido carroñeros. Les han enseñado, o tal vez simplemente les gusta, destrozar a otra gente para ellos ascender en la escala social. Eso lo noté claramente en mi adolescencia y creo que cualquiera puede hablar de cosas parecidas, si abre los ojos.

 Por eso hoy en día busco alguien que me quiera a mi y no a otro. Es decir, que le guste yo o no solo el hecho de que yo solo sea, tal vez, la única opción o el único cerca o diversas facilidades que los hombres, por ser hombres, buscan. En esto las mujeres lo tienen más claro pero como no soy mujer no entiendo como es que lo hacen funcionar. El caso es que eso hacen y les funciona a las mil maravillas. La mayoría son queridas, son buscadas por los hombres con los que están.

  Tengo que confesar que me he sentido usado en ocasiones. Tal como el condón que la gente usa para protegerse, me he sentido tirado a la basura después de que todo ha terminado. Es humillante y la gente parece no darse cuenta de lo pésimo que eso es. Por eso de un tiempo para acá prefiero ser yo el que tome la decisión y no estaría hoy con nadie que no demuestre interés alguno, sea para lo que sea.

 Yo citas no tengo hace mucho tiempo. En parte por lo que decía antes, porque no tengo una vida social que lo facilite, pero también porque sé hoy en día que valgo más de lo que alguna vez pensé que valía y sé que merezco que alguien de verdad quiera estar conmigo y no solo quiera estar con alguien. Volvemos al punto de esa vergüenza, de ese sentimiento de estar oculto y de correr para un lado y otro como una rata. Yo ya no quiero eso.

 Es cierto que incluso hoy en día muy pocas parejas, a menos que lleven un buen tiempo, demuestran su cariño en público. Muy diferente esto con parejas de mujeres con hombres. Todavía estamos escondidos viviendo vidas ocultas que tratamos de usar hoy como ventaja. Ya no son pesos muertos, vidas de pena y congoja sino elementos que podemos usar para mejorarnos de mil maneras y vivir una vida algo más a nuestro gusto.


 No salgo con nadie pero tampoco me veo clandestinamente con nadie. Sigo teniendo los mismos problemas de autoestima pero tengo que decir que me quiero más ahora que en esos viejos tiempos de la escuela. Me siento listo para mucho pero no me apuro para conseguirlo. El punto es que sé cuanto valgo e incluso en las sombras, lo recuerdo y lo hago saber. Uso esa vida oculta como un laboratorio que me prepara para el mundo y prepara al mundo para mí. Al fin y al cabo, no es tan malo sonreír y que nadie sepa porqué.

viernes, 26 de febrero de 2016

Adicción

   Nunca hubo una razón en especial pero siempre terminaba pasando lo mismo, tanto así que tuvimos que ir a una profesional para saber si todo marchaba bien. Era preocupante que siempre cayéramos en el mismo vicio, casi a las mismas horas todos los días pero siempre de modos diferentes. La verdad no era algo que buscáramos, ninguno por su lado ni ambos por un acuerdo mutuo. No había nada de eso. Lo explicábamos así: como empezamos de manera clandestina, pues siempre teníamos un cierto miedo, un apuro particular y por eso la costumbre nunca se nos quitó. Alguna gente lo sabe y no le importa, algunos otros lo saben y nos miran como bichos raros. Y otros más no lo saben ni lo van a saber nunca porqué son cosas privadas al fin y al cabo.

 El caso es que, como le confesamos a la psicóloga, creemos ser adictos al sexo. Así de simple y claro. No, no estamos orgullosos de serlo. Sería lo mismo que estar orgullosos de ser diabéticos o de que nos gustara los espagueti a la boloñesa. Pero la verdad es que tampoco nos sentíamos mal por ello y la doctora nos dijo que posiblemente no hubiese nada malo con nosotros. Nos miramos a los ojos y no sabíamos si soltar una carcajada o echarnos a llorar. Bueno, al fin y al cabo ella ni nos conocía, ni sabía como éramos cada uno por su lado y en pareja.

 Le contamos cómo empezó todo. Trabajábamos juntos, en la misma oficina. Eso se acabó hace unos meses pues nos dimos cuenta que la gente empezaba a hablar y que el clima social se iba a poner muy pesado por lo que habíamos hecho. De nuevo, no era algo que nos enorgulleciera pero habíamos empezado como una pareja clandestina. Al comienzo nos caíamos mutuamente mal. Hasta nos echábamos miradas de odio cada cierto tiempo y evitábamos la presencia del otro. Pero un buen día al ascensor del edificio se le ocurrió averiarse y nos quedamos solos. Ambos pensamos que nos iban a lanzar a la garganta del otro y sí fue así pero no exactamente. Cuando salimos de ese ascensor nuestra visión del otro era completamente distinta.

 La psicóloga parecía estar a punto de reír pero retrajo su sonrisa cuando le explicamos que cada uno estaba en una relación por su parte y que empezamos a vernos a espaldas de personas que queríamos pero ya no amábamos como antes. Su expresión se endureció y, como una profesora de jardín de infantes, nos preguntó porqué lo habíamos hecho. Le dijimos que no había sido planeado pero que tampoco lo habíamos podido evitar. Las cosas eran como eran y no pudimos quitarnos las manos de encima del otro. Simplemente había un magnetismo, una fuerza más allá de nuestras capacidades que nos acercaba y nos hacía sucumbir a nuestros más bajos instintos. De nuevo, hay que decir que no estábamos orgullosos pero definitivamente estábamos felices.

 Entonces la doctora preguntó por cuanto tiempo habíamos mantenido nuestra relación en secreto. De nuevo nos miramos, pero esta vez fue con vergüenza, bajando la cabeza pero tomándonos las manos y apretando para darnos fuerzas mutuamente. Respondimos que fue todo un año, un año que, a decir verdad, fue fantástico. No solo nos enamoramos perdidamente sino que lo hacíamos en todas partes, incluso en la misma oficina. No podíamos decir que habíamos sido como conejos, eso sería incluso grotesco. Pero es justo decir que habíamos intentado quitarles el trono en el reino de los animales en celo.

 Nuestras parejas se enteraron casi al mismo tiempo y cuando eso sucedió no hubo tanto trauma y tanto drama como podía haber habido. Tampoco fue que todo fuera color de rosa pero hablando las cosas se solucionan y eso hicimos. Hablamos y ellos se dieron cuenta que las relaciones estaban ya muertas o por lo menos agonizando. Se habían acostumbrado tanto al rigor de la rutina que ya nada era emocionante y por eso nuestros escapes al deposito de materiales de la oficina eran como inyección de adrenalina que entraba directamente a la sangre y al cerebro con la fuerza de un ejercito.

 Sí hubo peleas, argumentos y discusiones. Pero no pasó de ser una semana pesada, de esas en que no se duerme ni se vive como una persona normal. Y suena mal pero nos teníamos el uno al otro. No dormíamos pero lo hacíamos en la misma cama, no cerrábamos los ojos pero nos hablábamos al oído y nos dábamos animo. Sí, también tuvimos mucho sexo y posiblemente fue muy bueno pero la conexión que establecimos fue tan importante que el sexo se convirtió entonces en solo una parte del todo, de toda esa gran estructura que llamamos amor.

 La mujer, sin explicación alguna, se secó una lágrima con un pañuelo. Al parecer la habíamos emocionado y ni nos habíamos dado cuenta. Pero volvimos al tema central de la visita: nuestra vida sexual. Empezó a ser aún más emocionante y mejor después de nuestras respectivas separaciones y de ahí en adelante fue sorpresa tras sorpresa y la verdad es que teníamos pocos limites, mejor dicho, teníamos aquellos limites que toda persona sensata y responsable tiene pero el resto de barreras las quemábamos todas juntos. Había fines de semana que no salíamos de casa porque como ya no trabajábamos juntos pues no había sexo en la oficina y lo compensábamos con maratones increíbles en una cama que era básicamente solo el colchón pues estábamos conscientes del ruido que hacíamos.

 La doctora tosió, interrumpiendo nuestro discurso, que parecía también tener una energía en constante aumento. Se disculpó y fingió que no había sido a propósito sino solo algo del momento. Continuamos.

 Compramos cuanto juguete se nos ocurrió, vimos algunas películas aunque la verdad teníamos más que suficiente con el otro en la cama. Bajamos aplicaciones en el teléfono que nos aconsejaban intentar posiciones nuevas y solo no deteníamos en un momento de la noche para comer algo, recargar baterías y, si acaso, estar un tiempo separados el uno del otro, así fuera por algunos metros. El descanso podía ser de hasta dos horas, pues era lo necesario para pedir un domicilio, esperar a que llegara (aunque a veces utilizábamos ese tiempo), recibirlo y comer.

 La doctora interrumpió de nuevo pero esta vez con una pregunta. Quiso saber si hablábamos mientras comíamos o si solo comíamos y ya. Le respondimos, un poco extrañados, que siempre hablábamos. Incluso durante el sexo no todo eran gemidos y gritos y palabras obscenas. Algunas veces estábamos con la situación tan controlada que podíamos compartir ideas, anécdotas del día que habíamos tenido o noticias que habíamos escuchado en alguna parte. Lo mismo hacíamos cuando comíamos, incluso nos tocábamos las manos y nos mirábamos a los ojos. Eso mismo hicimos en la oficina de la doctora, solo que también hubo una sonrisa y un brillo especial en nuestros ojos.

 Ella entonces preguntó que nos gustaba más del sexo? Las palabras que salieron de nuestras bocas se atropellaron unas a las otras pues respondimos al mismo tiempo. Con diferentes palabras, habíamos dicho exactamente lo mismo. Esta vez nos quedamos mirándonos las caras, un poco asustados pero más que todo apenados. Lo que habíamos dicho era simplemente que lo mejor de tener sexo era complacer al otro. La doctora pidió que elaboráramos sobre eso. Cada uno dio sus razones pero en concreto se trataba de que nos gustaba ver al otro feliz, ver al otro sentir placer y hacerlo sentir mucho más que bien. Eso era lo que preferíamos. No tanto hacerlo en un sitio o en otro o con mucha o poca frecuencia.

 Ella dio dos palmas solas y nos miró, feliz. Tenía una sonrisa tan grande en la cara que daba un poco de miedo y tuvimos que tener valor y preguntarle porque estaba feliz. Nos tomó de las manos y no explicó que la gente que solo busca tener sexo, quienes de verdad están obsesionados con ello, normalmente no sienten lo que sentimos nosotros. Buscan el placer efímero en el acto pero no complacer a nadie y es muy frecuente que no amen a la persona con la que comparten esos momentos. La doctora se puse de pie y nosotros también. Nos abrazó, cada uno por su lado, y dijo que no había nada que temer. Éramos una pareja envidiable, en sus palabras, y la única recomendación que nos hacía era tratar de hacer otras actividades que también tuvieran el mismo fin, el placer, para variar las cosas y no aburrirse.


 Eso fue lo que hicimos. Empezamos a jugar tenis, cosa difícil pues uno de nosotros no era muy deportista que digamos, y también nos propusimos hacer pequeños viajes cada cierto tiempo para compartir otro tipo de vida y no solo la de nuestros hogar. Pero lo cierto es que nos amábamos y que cuando nos mirábamos de una manera especial y nuestras manos, piernas o dedos se encontraban, teníamos el mejor sexo de nuestras vidas y de la vida de muchos otros. “Hacíamos el amor”, dicen que es mejor decir. Pero creemos que el sexo es también una hermosa palabra.