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domingo, 20 de marzo de 2016

Fantasma

   Nunca se sabe. Puede que te hayan visto, tal vez por solo un segundo, o puede que jamás te hayan siquiera sentido. Todo depende de quienes son y qué quieren de ti, porque al fin y al cabo así es el mundo real. Siempre alguien quiere algo, siempre alguien quiere su pedazo de la vida y los pedazos rara vez se reparten equitativamente.

 Te paseas por las calles, por las fiestas y por todos esos espacios que la gente se supone que recorre cada uno de los días de su vida y te das cuenta que eres un ser sin cuerpo, casi sin nada más que un cerebro que solo se pregunta “¿Qué es lo que hago? ¿Qué pinto yo en todo esto?” Son preguntas muy peligrosas que te pueden enviar directo a lugares de los que no quisieras saber nada. Como bien sabes, el mundo es más oscuro de la que parece y las lindas luces que la gente ve en su vida están compuestas de luz negra, que no contiene nada.

 Una vez estuviste allí, por saber y por intentar. ¿Y qué conseguiste? Lo mismo de siempre: sentirte solo un figurante en tu propia vida, sentir que estabas de fondo, en segundo plano, como si no valiera la pena hablar de ti o saber nada de lo que sientes o piensas. Así te hicieron sentir, en esas fiestas y esos sitios en los que se supone que todo el mundo se toma de las manos y empieza a cantar y a darse cuenta de que la vida es lo mejor que hay en el mundo. ¿Pero porqué, entonces, hay tantos que desean terminarla por su propia cuenta?

 Es siempre difícil de saberlo. Cada persona en su interior tiene un sistema de conexiones, un mundo único que precisamente por ser único funciona de manera distinta cada vez. Es como un motor que no se puede reemplazar por otro pues no es lo mismo el de un camión que el de un auto pequeño. Eso somos los seres humanos: metáforas de lo que creamos y destruimos y no mucho más porque al fin y al cabo somos temporales, estamos aquí solo de paso.

 Entonces, ¿qué haces cuando estás arrinconado, allí en los oscuros rincones de tu propia mente? No hay nadie que te saque de ahí, ¿entonces porqué pides ayuda? De seguro es porque todos la necesitamos, de vez en cuando. Todos nos cansamos de pelear, de estar en una batalla interna no solo con los demás sino con nosotros mismos. Porque vivir como un ser humano real, completo y funcional, muchas veces quiere decir que vives con tu propio peor enemigo en la misma cama.

 Ese enemigo eres tu y eres el que se pone todas las trampas del mundo, el que no quiere que avances, el que no quiere que ganes y que falles siempre que eso sea posiblemente. Eres tu el que no quiere, el que no deja y el que pone un pie a todo lo que podría ser y jamás será.

 Pero, no todo está perdido. De hecho, nada nunca se pierde de verdad si se aprende y se mantienen los ojos abiertos en los momentos clave. Mientras estabas en esas fiestas, sintiéndote morir por dentro, ¿que aprendiste? Sí, porque aprendiste y pasaste la lección varias veces pues te es práctico y sabes que es real, que ayuda. Aprendiste a que cada persona nace sola y muere sola, aprendiste a que debemos aprender a pelear por nosotros mismos y a obtener lo que queremos por cuenta propia, nadie nos da las cosas en bandeja.

 Eso fue un primer paso pero, de todas maneras, eras apenas un cachorro pequeño. Estabas iniciando y tomaría mucho más tiempo, más errores y horrores para que aprendieras algo que de verdad sirviera de algo. Por eso a veces te desmoronabas como si estuvieses hecho de arena. No eras fuerte y, tal vez, no lo seas aún ahora y no lo vayas a saber nunca. Eso es imposible de saber. Pero adquirir conocimiento siempre ayuda y ciertamente lo has hecho bien en ese campo.

 Porque tras los golpes de la vida, los que te han dado el resto de la humanidad y los que tu mismo te has asestado en mente y corazón, has ido aprendiendo algo. Esa manera de dejar salir a la bestia que tienes dentro, ese animal rabioso en tu interior que es puro pero lleno de rabia y rencor y odio, ese monstruo te ha enseñado a diferenciar y a poder entender cuales son tus fortalezas y cuales tus debilidades.

 Pasaste de temblar, de estar allí como si quisieras estar a simplemente decir “no”. Descubriste la palabra y la has hecho tuya y no hay nada más admirable. Pues cuando te adueñas de las letras, del sabor de cada uno de los sonidos que haces en la boca, es cuando de verdad algo cambia en lo más profundo de tu alma, sin importar si esta existe o no.

 Aprendiste y de eso siempre deberás orgulloso pero, como sabrás, jamás es suficiente. Puedes pelear contra medio mundo o puedes ignorarlos pero sabes muy bien que todo da igual cuando la gente, cuando lo que contiene este mundo sigue siendo la misma porquería de siempre. Porque aunque tu cambies cada día de tu insignificante vida, ellos no lo harán. Todos ellos puede que jamás aprendan nada y, sea como sea, tienes que compartir este mundo con ellos.

 Así que, ¿qué es lo que haces? Pues, decides entrar en el juego. Bien o mal, eso depende de la perspectiva y las convicciones de cada uno y ciertamente estaría mal juzgar a cualquiera por ello. Aprendidas las reglas, cada uno juega como puede y en la vida no hay condiciones tan claras como uno creería.

 Aprendiste entonces a utilizarlos. Para el placer, orgasmos sin fin. También para avanzar en la vida, posibilidades de crecer. Incluso te has puesto un maestro en las máscaras, cosas que es muy difícil y sí que lo has entendido. Todo ser vivo sabe que una máscara o más se puede usar tantas veces hasta que pierdes la noción de cual de todas ellas es tu verdadero rostro. Ya no sabes quién eres con exactitud y tienes que estar en un constante remolino mental para recordar que esa triste persona eres tu y que solo estás jugando lo mejor que puedes porque simplemente no te puedes dejar morir.

 La muerte es para los perdedores, o al menos eso es lo que piensas ahora. Te usan y los usas y así es la cosa. Y te importa, porque eres humano. No lloras tanto como antes pero el dolor no se mide con lágrima sino en la mente y tu mente está ya dañada y corrompida. Si no lo sabes, lo sabrás en su momento. Estás a veces tan cerca del borde, que lo único que necesitas es un pequeño empujón, una ligera brisa para que las cosas vuelvan a cambiar para ti, de una manera drástica y mucho menos positiva.

 Porque aprender, que es lo que has hecho, siempre es positivo incluso si lo que aprendes no lo es. Pero hay que tener cuidado en todo caso porque la vida está hecha de acantilados profundos que nadie sabe adonde llevan. Pero lo has sabido manejar muy bien, sabes como hacer las cosas a tu manera y eso es un gran punto a tu favor. Nadie dice que estés listo para todo, muy al contrario, te falta mucho más por aprender. Pero la vida tiene su inteligencia natural y ya llegarás a cada uno de esos niveles, con el tiempo.

 Por ahora sabes que la manera en la que estás haciendo las cosas es la mejor en el momento. No tienes ni idea si es la correcta o la mejor pero es la que hay. A veces quieres más de la vida y vuelves a ver a ese monstruo y comienzas a entender que no está solo hecho de tus más bajos instintos. Ese animal está hecho de ti, y solo de ti. De tu material más crudo y sensible y de tus necesidades y deseos y todo aquello que te mueve, te ha movido y te moverá alguna vez.

 Es difícil, por supuesto que lo haces. El que pensó que la vida sería un paseo o el que lo dice ahora, es simplemente un idiota. Porque si crees que todo es ideal, es porque no has estado poniendo atención. Este es un boleto que nos dieron y que no todo el mundo obtienen. No nos dicen por cuanto tiempo podemos subirnos a las atracciones, entonces tenemos dos opciones: o ignorarlo todo y disfrutar o vivir todo ese tiempo con miedo, viendo el reloj cada segundo y esperando a ver cuando se aparecen los guardias de seguridad de ese parque, que es la vida, para sacarte de ahí a patadas, gritando incluso.


 Pero en fin, cada cuento es distinto, así como cada hoja de un libro, así sea del mismo libro, no es la misma. Todo cambia y va evolucionando, poco a poco. Tan lento es el proceso que puede que ni lo veas en tu tiempo pero se verá y tu marca podría quedar aquí, para siempre. Pero lo más importante es que esa marca la hagas tu pues eres el único que puede hacer que tu vida cobre la importancia o el sentido que deseas. Nadie lo va a hacer por ti, sea lo que sea que sienta.

martes, 26 de enero de 2016

Una vez

   Pude sentir que me miraba directamente a los ojos en la oscuridad de la habitación. Pero por primera vez, no sentí que fuese una mirada inquisitiva o una mirada que tratara de sacar provecho de algo. Tampoco buscaba juzgar y tampoco quería solo estar ahí, de observador pasivo. Era una mirada suave, que se reforzaba con su suave tacto sobre mi cuerpo. Estábamos de lado y solo nos mirábamos. No me sentía incomodo como en muchas otras ocasiones, no tenía ganas de reírme o de salir corriendo, solo estaba allí disfrutaba de ese momento tan particular pero tan único.

 Entonces nos volvimos a besar y fue como si todo comenzara de nuevo, de alguna manera, pues pude sentir esa pasión en su manera de besar y en como su mano me cogía con fuerza, como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer en cualquier momento. Y la verdad es que no lo pudo juzgar por ese miedo porque las posibilidades de que lo hicieran siempre habían sido altas y, siendo sincero conmigo mismo, todavía existían. Sin embargo, sus besos bajaban esas defensas que por años habían sido pulidas y habían hecho tan bien su trabajo.

 No volvimos a lo mismo porque estábamos cansados. Esa primera vez había sido muy intensa y, hay que decirlo, muy satisfactoria. Llevábamos ya horas en esa habitación de hotel y teníamos medio día más del día siguiente antes de tener que volver a nuestros respectivos hogares. Era extraño, porque veníamos de la misma ciudad pero no compartiríamos vuelo de vuelta. Nos separaríamos en el aeropuerto como en las películas de antes.

  Pero yo no pensaba en eso mientras estaba en la cama con él, mientras sentía ese olor que años antes ya conocía. Debo decir que lo más placentero para mi era simplemente abrazarlo, sentir todo su cuerpo contra el mío, su respiración y los latidos de su corazón. Eso me daba una dimensión entera de alguien más, algo que no había sentido en mucho tiempo y que me cambiaba por completo el panorama de la vida que tenía metido en la cabeza. Solo hundí la cabeza en él y me empecé a quedar dormido, casi al instante.

 En ese momento, sin embargo, recuerdo que él dijo algunas palabras. Era lo primero que decía desde que habíamos estado en el restaurante del hotel, comiendo y bebiendo. Lamento mucho en este momento no saber que fue lo que dijo. No sé ni una sola de las palabras y sé que me perdí de algo especial, no creo que hubiese dicho algo fuera de tono, algo fuera de ese momento que yo sabía era muy especial para mí y también para él. Solo recuerdo sentir el calor de su cuerpo y sentirme casi mecido por el placer y un poco por el alcohol que habíamos consumido, que no había sido mucho sino la cantidad justa.

 Nos habíamos movido al pasar la noche. Yo estaba ahora boca abajo y él se había recostado parcialmente sobre mi. Y la verdad era que me sentía muy cómodo con eso. Sentía sus pies enredados con los míos, sus piernas que era un poco más largas que las mías, por lo que él estaba casi en posición fetal y yo estaba completamente estirado. Una de sus manos estaba sobre mi cuerpo y tuve mil pensamientos al mismo tiempo, desde la ternura hasta la vergüenza. Todo eso me pasó por la cabeza en un momento pero no me moví ni hice nada para dejar de sentirlo.

 Fue cuando sonó el teléfono de la habitación que fingí despertarme justo entonces, cuando llevaba ya varios minutos de pensar y pensar. Descolgué el aparato y era la mujer del hotel preguntando si también deseaba servicio a la habitación esa mañana. Yo no sabía de que hablaba entonces le dije que sí. No era mi habitación y por lo visto ella no sabía bien quién se quedaba allí porque mi voz no era como la de él. No se parecían en nada. Él decía que uno siempre oye las voces de los demás mejor pero de todas maneras yo sabía que la suya me gustaba más que la mía.

 Como lo vi despierto le conté de la llamada y él sonrió. Nos besamos de nuevo y esta vez se sintió diferente pero no menos cómodo. Sentí algo extraño, como si lleváramos años en esa habitación y esa no fuera nuestra primer noche juntos sino solo una de toda una vida. Fue perfecto hasta que tocaron a la puerta y tuve que esconderme en el baño pues la política del hotel era estricta. Él solo se puso mis bóxer y abrió a la joven que traía el desayuno. Él le agradeció y ella se fue en menos de un minuto.

 Entonces él me miró, yo apoyado contra el marco de la puerta del baño, y me dijo que me veía como una estatua griega. Yo no reí. Solo esbocé una sonrisa, me sonrojó y me acerqué a la cama. Esos comentarios no eran algo a lo que yo estuviera acostumbrado y fue la primera vez que me sentí incómodo con él. No me gustaban esos halagos salidos de la nada, llevaba una vida en la que nunca me había creído ninguno y para mi significaban solo las ganas de sacar algo de mí. Y eso no me gustaba para nada.

 Empezamos a comer y pronto olvidé sus palabras. Compartimos los huevos revueltos, el jugo de naranja recién exprimido, el jamón ahumado y el tocino. Había también quesos y pan con pequeñas mermeladas y mantequillas. No me había dado cuenta del hambre que da tener relaciones sexuales. Es algo muy cómico cuando uno lo piensa. Creo que comí más que él y estuve a punto de avergonzarme otra vez cuando él me abrazó y me dijo que era suave y que quería ducharse conmigo, lo que hicimos durante varios minutos.

 Nos cambiamos y, como era domingo, ya no había conferencia a la cual asistir ni ninguna responsabilidad con nuestros trabajos. Solo estábamos nosotros entonces decidimos ir juntos al zoológico de la ciudad. En parte, él ,e había dicho que había visto muchas fotografías del lugar y que le gustaban los zoológicos a pesar de saber que los animales eran mucho más felices en libertad. Era una contradicción que tenía dentro de sí, pues odiaba el maltrato y la tristeza. Terminó diciéndome que si hubiese elegido otro camino en la vida seguramente habría hecho algo con animales, como ser veterinario o algo por el estilo.

 En esa caminata al zoológico aprendí mucho de él pues se puso a hablar y entonces sentí que éramos viejos amigos, cuando nunca lo habíamos sido. Sentí que nos teníamos una confianza enorme, que nos estábamos confesando de alguna manera, así fuese él el único que en verdad lo hiciese. Era todo muy extraño, pues a él lo recordaba de una forma tan diferente a como lo veía ahora que se sentía extraño estar allí, como si nada del pasado jamás hubiese pasado, como si la noche anterior sus cuerpos no hubiesen estado en éxtasis al mismo tiempo.

 Después de pagar las entradas, pasaron por la zona de los pájaros a los cuales les tomaron varias fotografías. Después de ellos estaban los reptiles y anfibios y se notaba que a él no le gustaban nada las serpientes mientras que a mi siempre me habían parecido tan interesantes. Estos roles se cambiaron en la casa de los insectos, donde yo caminé lejos de las vitrinas y él me iba describiendo las criaturas. Hubo risas y silencios todo el tiempo, y creo que nos tomamos de la mano una que otra vez. Pero no me fijé.

 En los pingüinos nos quedamos varios minutos, creándoles historias y viéndolos ir y venir con ese caminar tan particular.  Habían leones y tigres, que nos ignoraron totalmente, también elefantes, hipopótamos y un rinoceronte muy solitario al que planeamos liberar en nuestras mentes. Lo alejé de allí, esta vez muy consciente de haberlo tomado de la mano, llevándolo hacia una banca que estaba al lado de un árbol enorme del que se alimentaban las jirafas que vivían justo en frente.

 Mientras uno de los animales comía, solo lo mirábamos, todavía tomados de las manos. Entonces, de la nada, él me preguntó que pasaría cuando volviéramos. Como si yo tuviese la respuesta. Le dije que había que ser prácticos y afrontar que nuestras responsabilidades, o más bien las suyas, impedían cualquier encuentro futuro. Yo le aclaré que jamás podría ser una persona en las sombras y él me apretó ligeramente la mano, como aceptándolo. Me dijo que quería decirme algo, pero que sentía que me conocía y que de todas maneras ya me lo había dicho la noche anterior. Yo no insistí.

 Esa noche viajamos juntos en taxi al aeropuerto. Ninguno ayudó al otro con el equipaje, que solo era una pieza de mano por cada uno. No nos tomamos de la mano ni nos dimos un beso. No hubo casi nada, solo un café en el que reinaron los silencios y las miradas que trataban de no ser comprometedoras pero fallaban monumentalmente. Al final, cuando yo salía primero y él tenía que esperar un tiempo más a su vuelo, tuvimos que abrazarnos. La verdad es que quise llorar porque todo en mi interior carecía de sentido. No quise que me viera así pero entonces, al separarnos, vi una sola lagrima caer de sus ojos. Nos miramos una última vez y entonces nos separamos.


 Todo sigue igual que en ese momento. Y no sé que hacer.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Cajas

   Lo primero era guardar todo en cajas. Juan había ido al supermercado cerca de su casa el día anterior y un tipo en la bodega le había regalado unas diez cajas que nadie iba usar y que era mejor que alguien las cogiera para lo que quisiera. Juan se las llevo a su apartamento y las armó, una por una, pero cuando terminó de hacerlo se dio cuenta que no sabía cual era el siguiente paso. No sabía que hacer después.

 Se sirvió algo de tomar en la cocina y tomó como si estuviese apurado pero la verdad era que lo único que le preocupaba era el momento cuando no hubiera nada más que meter en una caja, cuando fuese el momento de irse de verdad.

 Ese apartamento había sido el primero en el que había vivido solo. Se había independizado de sus padres hacía cinco años y la mayor cantidad de ese tiempo lo había pasado allí. El alquiler era baratísimo porque el edificio era algo viejo y la zona no era lo máximo, pero después de caminar cinco minutos se podía llegar con facilidad a una gran cantidad de lugares.

 Allí había invitado a sus amigos y amigas, a beber, a hablar y a llorar también. Habían hablado de todo lo que se puede hablar entre seres humanos, con y sin alcohol. Muchos habían dormido en su sofá o incluso en un cuarto pequeño en el que había metido su cama de niño que había tenido en casa de sus padres. La idea era que la usara quien necesitara un sitio para quedarse alguna vez y fue una genialidad pues bastantes personas la usaron, incluyéndolo a él.

 Su madre y su padre habían sido los primeros visitantes y le habían sugerido algunos cambios que podía hacer para que el lugar tuviese algo más de vida y se viera menos viejo y acabado como el resto del edificio. Al comienzo, Juan no se tomó bien las sugerencias pues pensaba que querían decir que criticaban su elección y que no estaban de acuerdo con como hacía las cosas. Era muy sensible a cualquier tipo de critica. Pero con el tiempo, con una madurez que vino al vivir solo, se dio cuenta de que eran solo sugerencias para ayudar y nada más.

 Después de esa primera vez, invitó a sus padres muchas veces más a comer y a ver películas, también a celebrar cualquier cumpleaños que hubiera y uno que otro día festivo. Eso sí, nunca Navidad o Año Nuevo pues esos días pertenecían a su hogar de infancia. De hecho, cuando dio otro sorbo a la bebida que se había servido, se dio cuenta que jamás había pasado ninguna de esas dos fechas festivas en el apartamento. Siempre estaba antes o después pero jamás durante. Eso lo hizo pensar si el lugar se veía diferente esos días, si algo cambiaba.

 Preguntarse semejante cosa era una tontería. Ya no iba a ver opción de quedarse más tiempo, de suponer cosas que no tenían sentido, de pensar en momento que no fueron o lugares que no tienen nada de especial más su significado para él.

 Decidió que lo primero que debía hacer era guardar las cosas de la cocina. Al menos sería un comienzo. Guardaría todo en las cajas y si encontraba algo que tirar o regalar lo pondría en una caja aparte que marcaría debidamente para no ser confundida con las demás. Abrió cada cajón y se demoro un poco más de una hora en vaciar el pobre contenido de los cajones de su cocina. No había mucho pero ahora todo parecía estar cargado con significado y con recuerdos.

 Se sentía como un idiota al ver un cuchillo grande y recordar que con ese objeto había cortado una elegante cena que un día le había hecho a alguien que hacía mucho ya no estaba en su vida. El recuerdo le hizo doler el pecho, así que puse el cuchillo en la caja para regalar y siguió con lo demás.

Lo último que sacó de la cocina fue el reloj que había a un lado de esta. Había sido un regalo de su madre que lo había comprado en un mercado de pulgas a un precio que según ella había sido “buenísimo”. Además, el reloj había sido pintado a mano y tenía muchos detalles que lo hacían pensar en ella cuando miraba la hora. No se había dado cuenta de ello hasta que lo metió en una caja.

 Después siguió con los objetos de la sala de estar y del pequeño comedor que, de nuevo, no eran muchos. Eran pequeños adornos y recuerdos de sus viajes que ponía por todos lados para que la gente pudiese ver lo lugares adonde él había viajado y así comenzar una conversación al respecto. El turismo y la experiencia de viajar siempre eran buenos temas si no se conocía bien a la persona, era una buena manera de romper el hielo.

 Pronto las dos mesitas auxiliares, el comedor, la mesa de centro de la sala y los muros, estuvieron desprovistos de adornos, cuadros y demás objetos que antes le habían dado vida al lugar. Los muebles grandes se los llevarían después, al día siguiente o quién sabe cuando. Eso lo había arreglado su padre y él había decidido quedarse al margen pues ya no era de su incumbencia. Sencillamente no quería saber nada pues saber demasiado podría ser muy doloroso.

 La gente cree que los objetos no deberían ser tan importantes pero así ha sido toda la vida, desde que los seres humanos existen. Siempre se le ha dado un valor inmenso a las posesiones, se les ha cargado de una energía especial y se les ha dado un lugar especial en la mente y el corazón de los seres humanos. Es inevitable, pensaba Juan, que uno pueda poseer tantas cosas en la vida y no tener una relación cercana con alguna de ellas. Él, por su parte, no se avergonzaba de ello y menos aún cuando, al llenar la cuarta caja, se dio cuenta que tenía lágrimas en la cara.

 Después de limpiarse tomó las cosas del baño y de su cuarto. La ropa y demás irían en maletas al día siguiente pero primero había que ocuparse del lugar más llenos de chécheres en la casa: el clóset.

 Desde que era niño había guardado cosas en cajas de zapatos. Desde paquetes de comida que le gustaban por el diseño hasta juguetes especiales, fotos, recuerdos significativos y demás tonterías que para nadie más tendrían un sentido profundo.

 Eran por lo menos seis cajas y las fue abriendo una a una. Sacaba el contenido como si se tratase de oro recién sacado de un galeón hundido hace quinientos años. Para él, esos objetos valían más que cualquier piedra preciosa. Eran cartas de amores pasados, objetos regalados sin ningún ánimo especial, entradas de cine ya casi ininteligibles, envolturas de caramelos y algunas fotos. Encontró también memorias de portátil y las apartó para verlas en la noche.

 Cerró cada caja de zapatos con cuidado después de ver su contenido, lo que le tomó varias horas, y las puso delicadamente en las cajas más grandes que estaban en la sala. Nada de eso sería regalado ni se perdería. Preferiría que su familia las guardara para siempre y que algún miembro futuro de descendencia lo descubriera todo en un futuro incierto.

 Cuando se secó de nuevo las lágrimas, decidió salir a comer algo, aunque lo que más buscaba era despejar su mente. Fue entonces que decidió encender su celular y ver que había pasado en el mundo mientras él se había desconectado. En la hora que se tomó para comer una pizza, solo, recibió varias llamadas, de su familia y amigos. Estaban todos preocupados y le pedían que les contara como estaba, que hacía y si se sentía bien.

 Recordó porqué había apagado el aparato y se dio cuenta que en realidad no tenía hambre. Hace mucho no ansiaba comer como antes. Ahora solo lo hacía por inercia, porque sabía que había que comer o sino se moría. Pero no le daban ganas de nada.

 Cuando volvió a casa, terminó de meter lo que pudo en las cajas. De las diez que había tomado del supermercado, apenas había llenado la mitad. Eso lo entristeció un poco pero agradeció que fuera ya de noche para ir a descansar de una vez y acelerar un poco el tiempo.

 Ya en la cama, daba vueltas, a un lado y otro. No conseguía conciliar el sueño o cerrar los ojos más que unos segundos. Abrazaba su almohada y hundía su cara en ella, pensando y temblando ligeramente.

 El día que se le venía encima no era fácil. Pensaba que lo más duro iba a ser meter su vida en cajas pero ahora que ese día había pasado, se daba cuenta que iba a ser mucho más difícil entregar su cuerpo a la ciencia y confiar en que ellos supieran que hacer con él. Fue esa noche que decidió entregarse a la vida y dejar que ella hiciese lo que quisiera. Si su destino era morir, y así parecía que iba ser, pues lo aceptaría.


 Lloró algo más y, por fin, se quedó profundo.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Delicias

   Cuando sumergí los pies en el pies, sentí un alivio inmenso, como si me quitaran el peso que llevaba encima y muchos más. Me quité la mochila de la espalda y la dejé a un lado. Después me subí los pantalones hasta las rodillas y sumergí lo que más pude de mis piernas sin mojarme. El agua estaba perfecta, más que tibia pero apropiada para el frío tan horrible que hacía en semejante monte tan remoto, que parecía alejado del mundo pero, de hecho, no podía estar más cerca.

 Cerré los ojos por algunos minutos y, cuando me di cuenta, ya estaban llegando más personas a las termales. Yo era el único “loco” que tenía la ropa puesta: los demás ya venían con trajes de baño y se comportaban como si la saliva no se les estuviera congelando en la boca como a mi. De todas maneras no me moví ni un milímetro. Me quedé justo donde estaba pues no había poder humano que pudiera calmarme tanto como esas aguas que emanaban de la Tierra. No tenía idea de la etiqueta adecuada para ingresar al sitio pero si estaba incumpliendo alguna regla, ya se vería.

-       Que venga alguien y me saque. - pensé desafiante.

Pero no iba a venir nadie pues el sitio era abierto y la gente podía entrar cuando quisiera. De hecho, alrededor de las termales lo que había era monte: tierra y árboles por doquier, con bichos y animales pequeños incluidos. Las ardillas ya habían olido mi pequeño almuerzo y al parecer estaban interesadas pero no demasiado como para acercarse. Moví los dedos cuando vi una, como tratando de atraerla, pero fracasé pues se dio la vuelta y volvió a su árbol.