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jueves, 22 de septiembre de 2016

Esa casa en el barrio

   La casa crujió y tembló hasta que todos los ocupantes salieron corriendo hacia el patio delantero, se montaron en el coche y pisaron el acelerador a fondo para no tener que volver nunca jamás a semejante lugar de locos. La casa dejó de comportarse de manera extraña casi al instante y fue solo hasta el día siguiente, cuando los vecinos se dieron cuenta que los Jiménez no emitían un solo sonido, que se dieron cuenta que el lugar estaba abandonado. No era la primera vez que sucedía pues la casa solía estar desocupada y la mayoría de vecinos ya se habían acostumbrado a que era la casa embrujada de la calle, la casa que sus hijos debían evitar y aquella que siempre traería problemas para el barrio.

 Era un inmueble hermoso, pintado de un color amarillo cremoso y con un porche alrededor de toda la casa donde los hipotéticos moradores podrían disfrutar de alguna bebida fría en el verano o adornar con dedicación en la época de Navidad. No había vidrios rotos ni madera astillada. Tampoco había problemas en las tuberías, algo que solía para con frecuencia en casas viejas. Por dentro la cosa era la misma: todo impecable y cuidado con un esmero tal que parecía que la casa había estado habitada todo el tiempo desde su construcción cuando la verdad era lo exactamente opuesto. Mucha gente había vivido en el lugar pero, con el tiempo,  la casa decidía echar a los inquilinos sin razón aparente y al menos eso era lo que parecía suceder cada vez.

 Los últimos inquilinos sin duda habían sido pésimos vecinos: ponían su música a todo volumen y eran muy desconsiderados con el buen aspecto del barrio. No parecían ser personas muy decentes y casi nadie los saludaba excepto cuando era casi obligatorio hacerlo.  Por dentro mantenían la casa casi constantemente en un estado de caos con ropa y objetos por todas partes, restos de comida y una cocina que parecía un chiquero para los cerdos. Eran un grupo de personas que no apreciaban en los más mínimo el lugar donde habían terminado viviendo. Por eso a nadie le sorprendió cuando la casa los sacó corriendo un buen día en el que no se lo esperaban.

 Todos los objetos de la familia y su ropa, todo lo que no habían podido llevarse al correr, fue sacado días después por la inmobiliaria que les había alquilado la casa. Lo sacaron todo en cajas y fue un gran evento para todos los vecinos pues pudieron ver como un grupo de gente pagada sacaba todo y la casa no parecía molesta para nada. De hecho fue en un bonito día soleado en el que se pudo sacar todos los objetos de los últimos arrendatarios. La casa volvió a tener entonces algo de esa magia especial alrededor y pareció brillar para todos los vecinos a pesar de que era un punto negro dentro de su comunidad pues una casa imposible de alquiler no era algo que atrajera gente, menos si se decía que estaba embrujada.

 Con frecuencia venían grupos tras grupos de creyentes en un montón de ciencias falsas buscando por respuestas a preguntas que la gente normalmente ni se hacía. Nunca se quedaban por más de una semana y siempre venían con varios equipos para registrar sus descubrimientos, lo que era gracioso porque había que creer mucho en tontería para pensar que todo eso tenía un trasfondo real.

 A los vecinos ya les resultaba normal ir y venir y ver los enormes equipos que tenían las personas que revisaban la casa. Al parecer buscaban fantasmas o algún tipo de entidad espectral a la que se le pudiese atribuir lo hermosa que estaba siempre la casa y las expulsiones de inquilinos que se daban con cierta frecuencia. Siempre venían por fantasmas y terminaban en alguna emisora local hablando de sus creencias locas y de cómo estaban seguros que la comunidad tenían un bomba espectral al lado.

 Pero esa bomba jamás explotó. Si es que no se cuentan las expulsiones que habían pasado antes, vale la pena decir que no había razón alguna para creer que algo raro estaba ocurriendo allí. De hecho, todos los que habían salido corriendo jamás hablaban de ellos años después. Uno podría esperar que alguien sacara un libro o al menos se aprovechara comercialmente todo lo que pasaba con la casa, pero no pasaba nada de eso y la casa seguía tan bien erguida como siempre.

 No es raro pensar que posiblemente no hubiese nada malo con la casa, que en verdad ni hubiese ningún espíritu extraño ni nada por el estilo y que todo estuviese siempre en la mente de las personas. A veces los miedos irracionales se traducen en acciones un poco extrañas como salir corriendo de la casa en la mitad de la noche y no volver jamás. Lo único que no iba mucho con eso es que la casa solía temblar y eso no sabía nadie explicarlo muy bien.

 Los vecinos eran los menos interesados en resolver el misterio pues para ellos la casa ya hacía parte del barrio. No era lo mejor para el valor de sus hogares pues una casa maldita siempre baja el precio de las demás alrededor, pero en este caso el precio no bajaba casi pues la casa no era la típica ruina asociada con algún evento fuera de explicación, sino que se trataba de una casa con todo puesto pero con un problema de dejar vivir a las personas.

 Hubo algunos que quisieron adquirir la casa para poder usarla con fines comerciales pero eso jamás funcionó porque la casa echaba a todos los que venían a ver que podían cortar para dividir las habitaciones como en locales o algo por el estilo. La casa sabía lo que ocurría y simplemente no decidía hacer nada.

 Con el tiempo, el gobierno local convenció a la inmobiliaria que lo mejor para la comunidad y para la casa es que nadie volviera a vivir allí nunca jamás. Y eso fue lo que sucedió: el derecho sobre ese lote de tierra pasó a ser de la ciudad y con ese hecho la casa y sus jardines se convirtieron en un parque. La casa en sí está fuera de los limites para todo el mundo pues se quieren evitar accidentes peligrosos o momentos incomodos que puedan afectar aún más la calidad de vida de los vecinos.

 El parque fue muy bien recibido por todos y los niños adoraban jugar por el césped con frecuencia. Eso sí, la casa siguió siendo tan rara como siempre pues muchas veces los niños veían personas que desaparecían al instante o las ventas y puertas dentro de la casa daban golpazos fuertes de un momento a otro, como tratando de asustar a todo los asistentes al parque. Era como si la casa supiera que debía hacerse ver de vez en cuando.

 Era algo que los vecinos habían aspirado y, aunque los niños se habían asustado con justa razón durante las primera semanas, pronto se le s enseño que era algo normal y que no debían asustarse por algo que en ese lugar era lo más común del mundo. Eso sí, la mayoría de padres les inculcó a sus hijos que siempre tenían que tenerle respeto a la casa y al pasado que ellos nunca conocerían pues sabiendo ese pasado era la forma para poder aprender correctamente.

 Fue así que la casa maldita, embrujada o simplemente rara.se convirtió en un lugar muy especial para los habitantes del barrio. Con el tiempo ya nadie tuvo miedo y todas las visiones y los sonidos se volvieron muy rutinarios. La gente empezó a crecer con ello y fue tanta la normalización que los grupos de personas que creían que todo tenía que ver con fantasmas o algo así dejaron de venir porque ya no era divertido para ellos revisar una casa en un lugar donde a nadie le deba miedo nada.

 Nadie nunca supo porqué la casa había hecho todas esas cosas en el pasado. Nunca se supo porqué un lugar de residencia tenía un temperamento tan particular. Eso permaneció como un misterio absoluto para todos en la ciudad. Pero lo que no quedó como secreto fue la capacidad de lo bueno para hacer de todo algo mejor, mejores lugares y mucho más honestos.


 Hoy en día la casa sigue en el mismo sitio, con los mismos ruidos de siempre y sigue siendo parte de un parque que se ha ido extendiendo lentamente. La casa, sin embargo, sigue siendo su absoluto centro. La gente del lugar lo ignora todo y los turistas van a vivir una experiencia especial. Pero a la casa le da igual todo eso mientras que nadie entre y se sienta demasiado como en casa.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Casi el final

   Tan rápido como había empezado se empezaba a terminar. Es extraño decirlo y pensarlo, pero el tiempo es así, parece escurrirse entre nuestros dedos e irse quién sabe a dónde y quién sabe a que. Desde el primer día estuve dispuesto al cambio, a vivir un poco para variar y creo que las posibilidades fueron aumentando con cada día que pasaba. Es extraño mirar hacia atrás, observar lo que era y lo que soy, lo que había y ya no está.

 No es que sea una persona completamente diferente porque para eso tendría que pasar algo terrible, creo yo. Al menos tendría que ser algo demasiado difícil de comprender al comienzo, o algo por el estilo. No sé quién habla ahora, si todavía soy yo o es ese que hace un rato cayó dormido porque así me ha empezado a pasar ahora, no sé si por el clima o por el cambio de horario que todavía me trastorna de manera inconsciente. No sé que es, pero ahí está.

 Otra vez ruidos. Siempre ruidos aquí y allá y en todas partes. La gente aquí parece tener dificultad para callarse, para pensar un poco en vez de hablarlo todo como si fuera la oficina de algún psicólogo frustrado. Aquí a la gente le gusta hablar pero, por extraño que parezca, nunca hablan de nada real. Siempre son supuestos o cosas que de verdad no importan para nada, siempre es alguien más o detalles de sus vidas que ni a ellos deberían importarles.  Pero así son y así serán hasta que se mueran, nada los va a cambiar ahora.

 Disculpen. Les decía que mi mente no ha cambiado por completo y por eso todavía sigo sin querer entender a la gente. Me sigue molestando el rumor de sus voces cuando creen que nadie los escucha: sus voces en mis oídos suenan como tanques de batalla. Es insoportable que haya tanto ruido en un lugar como mi habitación, pero cuando salgo a la calle el ruido parece ser menor. Será que me acostumbro a él o algo por el estilo.

 No, me quito su risita idiota de encima y recuerdo mis ansias antes de viajar, antes de emprender el próximo camino que ya no tiene mucha más vida que vivir. Hace casi un año pero sigo recordando que no fue como la primera vez. Esa en la que mis ojos se llenaron de lágrimas y quise volver tan pronto me fui. Esa vez en la dejaba las cosas de una manera y volví para encontrarlas igual. Es raro. Esta vez será lo opuesto y sin embargo me afecta menos.

 Esta vez siento que llevo otro equipaje conmigo, llevo experiencia, si es que así se puede llamar. Llevo un peso enorme encima, pero no es de aquellos que pesan en el alma, el corazón y la mente sino uno que quiero usar para mi ventaja. No todo lo que parece malo lo es, y por eso creo que todo lo que llevo conmigo puede ayudarme después, en la oscuridad.

 El calor es ahora el que me desconcentra. Todavía oigo su risa o lo que sea allá lejos. Creen que nadie los oye y eso me parece desagradable. Me parecen desagradables ellos mismos. Eso es algo que no ha cambiado para nada, sigo sintiendo que la gente es igual de arrogante y estorbosa aquí que allá y que en cualquier parte. Es algo que no me gusta para nada, pero es un hecho de la vida que tengo que aceptar. Hay gente que no debería usar su voz para cantar…

 Mi cuerpo se siente diferente. Me di cuenta hace poco que lo siento distinto, me comporto distinto con él, como si me lo hubiesen cambiado sin darme cuenta y ahora lo estuviera aprendiendo a usar de nuevo. Sé que es el mismo, eso es obvio, pero se siente nuevo en ciertas partes, se siente mejor y me agrada más. Qué extraña sensación, que raro es poder sentirse así como nunca creí que me fuese a sentir. Es agradable, pero me da un poco de susto andar por ahí, así de confortable.

 Y sin embargo sigue sin importarme nada porque me he dado cuenta que nada de lo demás importa. Los demás no importan en el sentido que no puedo amarrar mi vida a lo que otras personas piensen. Esto lo digo y todavía es algo con lo que lucho día a día porque no he superado todas las pruebas al respecto. Sigo siendo el mismo que se siente intimidado por la mirada de los demás, como si pudieran ver a través mío. Mejor dicho, como si yo no estuviera aquí. Eso duele.

 El amor y esas cosas siguen siendo un misterio al cual nunca sabré si deseo acercarme. Cambiar de latitud y longitud no ha cambiado eso en lo más mínimo. Sigo considerando que no estoy listo para eso, sea lo que sea eso.  Porque admito que no entiendo todavía muy bien que es lo que es el amor entre dos personas. El amor de familia sí que lo entiendo e incluso la amistad, que es un tipo de amor bastante agradable y útil. Pero el romántico, no lo entiendo para nada.

 El sexo, en cambio, lo he aprendido a entender mejor. ¿Cómo? Muy simple: dejándome llevar por el momento y lanzándome a aguas antes desconocidas. No voy a detallar todo porque no creo que sea el punto de este ejercicio, pero sí puedo decir con completa confianza que la experiencia sexual tiene mucho que ver con mi nueva aceptación de mi cuerpo.

 Incluso el ejercicio no sexual, y esto sí que suena gracioso, es algo que he aprendido a aceptar dentro de mi vida. Y tengo que confesar que los beneficios han sido varios, no solo en el aspecto relacionado a mi cuerpo sino a la manera como enfrento cada día. Creo que esa adrenalina ayuda un poco a mi mejora interna.

 Sin embargo, no es que me guste hacer ejercicio ni nada parecido. Sigue siendo para mi algo a lo que tengo que enfrentarme desde cierto ángulo para que no sea un momento difícil en el día. De hecho, tengo que confesar, sigo haciendo de cada jornada un horario casi estricto que pocas veces admite sorpresas. Es algo un poco insano, lo sé, pero es la mejor manera que tengo para enfrentar la vida en este momento. Eso suena un poco trágico, pero no quise que sonara así. En fin.

 Ahora pongo música para contrarrestar el sonido de las voces porque me molestan. Es una pareja y creo que están en mi mismo apartamento. Me fastidia tener que compartir y así ha sido desde siempre. Lo gracioso es que aquí no he tenido la opción de no compartir pues con una experiencia ya vivida se sabe muy bien que sirve y como manejarlo todo, en especial el dinero que sigue siendo esa fuerza que mueve los engranajes de todo en el mundo, así uno no lo quiera admitir.

 Por algo uno de mis sueños, de los pocos que tengo porque el concepto de sueños es algo que me molesta ligeramente, es el de poder ganar dinero por mí mismo. Quiero llegar al momento en mi vida en el que me paguen por hacer algo, lo que sea. Y poder vivir con ese dinero, tener un sitio mío, todo para mí, para compartir solo cuando yo quiera y no cuando a los demás se les dé la gana de que sea compartido. Ese es mi sueño y espero lograrlo pronto. Por favor…

 Creo que fue bueno dormir esos treinta minutos en la tarde, cambian la perspectiva que uno tiene de la vida. Esa siesta me impulsó a escribir ahora algo que voy a publicar mañana, después de dar ese último paso de los muchos que vine a dar aquí. De hecho, hay muchos más pasos que dar, pero esos son adicionales, no planeados, de aquellos que no me entusiasman tanto pero que aprendo a querer poco a poco, como hijos del alma.

 El calor del día se ha ido de a poco. Ya quiero sentir algo de frío en la piel aunque me gusta vestirme para el calor, de pronto por aquello que me gusta más mi cuerpo que antes. Es muy extraño todo… Me pregunto que estaré haciendo dentro de otro año o dentro de cinco. ¡Ni se diga dentro de diez! No… Prefiero no hacerlo porque entonces me entra el miedo de verdad, ese que se amarra en mi cerebro y no me deja ir hasta que me quita toda la energía que tengo.


 Ahora que me detengo un momento, no sé muy bien que es lo que acabo de escribir. Creo que solo quería decir que me siento bien pero que el futuro, como siempre, es esa bestia oscura a la que odio enfrentarme. Por eso la evito y vivo de a poco, dando un paso y después el otro. Caminando descalzo a un lugar del que no tengo la más mínima idea. Deséenme suerte.

viernes, 10 de junio de 2016

El jarabe

   El jarabe que me había dado el doctor tenía un sabor horrible. No era algo sorprendente ya que prácticamente todos los jarabes sabían horrible, no importa de que sabor se supone que sea. Este era para mi garganta, pues la tenía bastante gastada por culpa de la gripa. Por un par de días no había podido hablar del dolor y el jarabe fue como magia para mi cuerpo, pues ya al otro día podía hablar con normalidad. Decidí ser juicioso y tomarme la cucharada que debía tomarme cada tantas horas sin falta. No deseaba quedarme con ese horrible dolor toda la vida.

 Lo malo de todo era que tenía que seguir trabajando, haciendo cosas para ganar al menos un poco de dinero para seguir viviendo. Mi trabajo consistía en moverme de un lado al otro de la ciudad, vendiendo productos por catalogo a quienes lo solicitaran. Internet hacía la mayoría del trabajo pero había quienes preferían hacerlo con un ser humano porque así podían hacer preguntas que serían respondidas al instante. Y la gente siempre tenía muchas preguntas.

 Cuando iba por la mitad del jarabe, tuvo que visitar a una señora mayor al otro lado de la ciudad. La casita en la que vivía no era nada muy especial por fuera. Sin embargo por dentro era como entrar en un museo de hace cincuenta años. Todo estaba perfectamente conservado pero nada de lo que había por ahí era actual. Lo único que contrastaba con el diseño general era el celular que la mujer cargaba en la mano.

 Tuve que llevar mi tableta electrónica para mostrarle a la mujer los productos. Mientras ella veía lo que había, me contaba de su hija la psicóloga, quien era la persona que le había recomendado el servicio. Me hablaba de ella como si yo la conociera y francamente no tenía idea de quién me estaba hablando. Debía ser que otro vendedor se había encargado de ella o que pedía por internet y la señora no entendía muy bien lo que eso significaba.

 Le tuve mucha paciencia. De hecho, estuve toda la tarde allí, esperando a que mirara cada una de las secciones del catalogo, incluso aquellas que obviamente a ella no le interesaban, como la de los juguetes o la de aparatos electrónicos. Me sirvió leche entera, que no puedo tomar porque soy intolerante a la lactosa, y varias galletas de avena que parecían hechas por ella misma.

 Las galletas me las comí despacio pues estaban algo secas y tuve que pedirle agua para poder comerlas. Le expliqué lo de la leche pero la señora no entendía nada de la lactosa y de las horribles cosas que me pasarían si me ponía a tomar leche. El caso es que me dejó servirme un vaso de agua en la cocina. Aprovechando, me tomé mi cucharada de jarabe ahí mismo.

 Esa jugada no fue la más inteligente. Siempre se me olvidaba que el medicamento me daba un sueño tremendo, una sensación debilitante bastante desagradable. Era como si me curar a partir de la destrucción de todo lo que era mi ser. Cuando me preguntó sobre el tipo de madera que habían usado para la tapa de un piano, yo ya estaba medio dormido, con la sensación de tener la cabeza inflada y llena de humo. Le respondí a partir de mi memoria y miré el reloj. No era tan tarde como creía pero tampoco tan temprano como para no irme.

 Le pregunté a la mujer si podíamos seguir otro día y ella me dijo que le parecía lo mejor. Sin embargo, me pidió que le repitiera lo que había pedido para asegurarse de no haber pedido algo innecesario y también para saber si se le había olvidado algo. Fue el momento más complicado de mi vida. Me sentía peor que borracho, me sentía a la merced de cualquier persona. Como pude, fui diciendo uno a uno los nombres de los productos que había ido anotando.

 Me esforzaba por pronunciar bien cada nombre, por no equivocarme y parecer un idiota. Sentí que el tiempo se dilataba y que cada palabra que salía de mi boca tomaba años para salir en verdad, como si fuera un truco de magia muy lento. Al terminar miré a la mujer y, como yo la veía, parecía calmada y no del todo extrañada por mi comportamiento. Mientras ella pensaba si faltaba algo, tomé más agua.

 Cinco minutos después estaba en la puerta, despidiéndome con un apretón de manos que de pronto fue muy fuerte. No se me podía pedir que controlara la fuerza en ese caso. Me sentía muy extraño y lo único que quería era volver a mi casa. Creo que tuve un ataque de pánico apenas estuve en la calle y tuve la suerte de no estar en un sitio concurrido ni nada por el estilo. Sentía mis dientes castañar y el sonido de mis rodillas al temblar.

 Decidí respirar profundo y caminar hacia la avenida, que no quedaba muy lejos de allí. Eran solo dos calles. Esa era mi primera misión. Ya después habría otras pero lo importante era ir paso a paso. Así que puse un pie frente al otro y empecé a caminar hacia la avenida. El mundo no se quedaba quieto, me daba vueltas y tenía unas ganas terrible de vomitar. Era la primera vez que el jarabe me sentaba así de mal.

 Tal vez había sido la mezcla con la galletas de avena viejas o ese sorbo que había tomado de la leche a petición de la mujer. Era ofensivo cuando alguien no creía que uno supiera sus propios gustos. Era algo insultante pero tuve que concederle el deseo a la anciana para que mi tiempo allí terminara lo más rápido posible.

 Cada paso lo daba como si sus pies fueran de plomo. Los exageraba mucho para poder sentir que estaba avanzando. Muchas veces me pasaba que creía haber caminado y de verdad no me había movido del mismo sitio. Era algo horrible pero eso al menos me había pasado en casa un domingo, cuando había tomado el jarabe y me habían dado ganas de ir al baño. Lo único terrible de esa historia es que tuve que cambiar las sabanas cuando recobré mi estado mental normal.

 Cuando por fin llegué a la avenida, tomé aire y respiré intranquilo. Sentía que sudaba frío, que las gotas me resbalaban por la nuca y por las sienes. Traté de no mirar a nadie a los ojos pero fracasé olímpicamente. Caminé hacia una parada de bus cercana y sentí como todo el mundo me miraba a mi. Me miraban de arriba abajo como si fuera un monstruo caminando suelto por ahí. Yo no mantenía la mirada con nadie y solo miré la calle, esperando que apareciera un taxi pronto.

 Jamás me subía a los taxis en mi ciudad. Los conductores eran groseros y no tenían ni idea de manejar. Además, cobraban como si estuviesen llevando a la reina de Inglaterra y no a mí, un pobre diablo que apenas y tenía un trabajo con el cual poder seguir viviendo de manera más o menos decente. Mantuve la mano arriba mientras pasaban los carros y por fin paró uno. Lo miré y, aunque la imagen era brillante, supo que sí era un taxi. Me subí con torpeza a la parte trasera y el conductor arrancó.

 Me preguntó para donde iba pero yo no podía hablar de inmediato. Necesitaba recuperar mis fuerzas. Sin embargo hice el mayor esfuerzo y dije algo que no supe que fue pero al parecer sí había sido mi dirección porque el hombre no volvió a preguntarme nada. Sin embargo, no confiaba en mí mismo así que saqué mi celular y busqué mi nombre. Tenía escrita mi dirección por si se me perdía el aparato alguna vez, aunque ningún ladrón devuelve nada en estos tiempos.

 Le mostré la dirección al hombre y creo que asintió. En el asiento trasero de ese taxi me sentí morir. Quería llorar y gritar y patear y hacer otro montón de cosas porque me sentía débil y a punto de perder el conocimiento. El viaje parecía no parar y yo miraba por la ventana y hacia delante moviendo las piernas con desespero, cruzando los dedos porque parara ya.

 Cuando por fin lo hizo, me enredé sacando dinero y creo que le di más de lo que era. No me importó, no en ese momento. Salí a la calle con mi maletín en una mano y mi celular en la otra. Caminé derecho y descubrí que sí estaba en mi edificio. Minutos después la ropa estaba por el piso y yo estaba metido en la cama temblando.


 ¡Maldita medicina! Y yo no decía nada porque la porquería sirve y, ¿qué sentido tendría quejarse de lo que sirve?

miércoles, 18 de mayo de 2016

Incompleto

   Cuando me di cuenta, no estaba. Nunca supe en que momento se fue. Aunque, técnicamente, jamás estuvo ahí. Jamás lo tuve así que no puedo decir que extraño algo que ya no está. A veces pienso que podría adivinar como se siente estar completo, como se siente tenerlo, pero la verdad es que es solo una suposición. Lo más probable es que la sensación sea muy distinta a la que yo conozco, pues cuando no has experimentado o vivido algo, es muy difícil imaginarlo correctamente.

 Casi nunca pienso en ello. No es porque haga un esfuerzo consciente por no hacerlo sino porque simplemente no lo hago. No tengo nada mejor que hacer ni más interesante, pero es de esas cosas en las que uno no piensa pues son hechos y los hechos es muy difícil ponerse a discutirlos. Cuando las cosas son de una manera determinada, no sirve de mucho ponerse a pelear y quejarse. Lo mejor es hacer las paces con esa realidad o, como yo he hecho, no pensar en ello.

 Me ha funcionado bien porque, como no está en mi mente, simplemente no puede hacer daño alguno. Pero de vez en cuando, se me cruza por la mente esa ausencia y me hace sentir de muchas maneras. Un poco tonto porque no entiendo como me puede afectar algo que se me olvida con tanta frecuencia pero también muy sensible. Es difícil tener que confrontar hecho, tener que darse cuenta que las cosas son de una manera y que no van a cambiar, no importa lo que hagas.

 Por eso creo que supongo que prefiero cuando no me acuerdo de nada. No me hace daño de esa manera y es la mejor vía para tratar de aceptar mi problema. No importa si fallo una y otra vez porque ahí seguirá al otro día o en la siguiente ocasión que me acuerde que está ahí. No es algo en lo que pueda fallar por que no cambia nunca, ni para bien ni para mal, así que no tengo porque temer mis enfrentamientos con ello.

 Sucede seguido cuando estoy a punto de dormir o apenas despertando. Son esos minutos en los que estás más alerta o más sensible, en los que te das cuenta que hay algo que falta o que sobra, dependiendo del caso. En esos momentos uno está más consciente de todo lo que lo rodea, sea lo que eso sea. Mi cerebro trabajo a cuatro mil por hora, pensando y pensando, reordenado cosas como si sirviera de algo.

 El cerebro nunca se cansa de intentar, de crear soluciones para problemas que no son tal o evitando los problemas que sí son potencialmente peligrosos. Supongo que eso va a en cada quién y en como nos asumamos frente a las dificultades que se nos pueden presentar en la vida. Obviamente no todos reaccionamos igual frente a los mismos problemas.

 Aquellos que son de esta naturaleza, sin embargo, son siempre más frontales. Como decía antes, son hechos y los hechos son cosas que no cambian o que solo cambian con una voluntad o un acto físicamente increíble. De resto, siempre serán hechos como que el cielo es azul o que las nubes flotan en el aire. Son cosas que son así. ¿Podrían cambiar? Seguramente. Pero no es probable. Así pienso yo en las cosas. Si son fáciles de cambiar o si son simplemente imposibles.

 Detesto escuchar sonidos en la mañana, me saca de quicio. Lo mismo con las luces brillantes. Me parecen casi insultantes cuando no he acabado de despertarme, como ahora. Menos aún cuando trato de escribir sobre algo que me incomoda y sobre lo que la gente no quiere saber. Porque, al fin y al cabo, es algo que no le importa a nadie. Es de esos hechos, como decíamos, que solo me afectan a mi y a nadie más así que no tendría porque confesarlo como si fuera algo trascendental.

 Pero supongo que esa es la cosa con mucho de lo que sentimos y por lo que pasamos, no se trata de si a alguien más le importa sino si a nosotros nos parece relevante en nuestras vidas. A cada uno le parece importante algo distinto. Por lo mismo, no hay nada que sea poco importante o demasiado importante pues las prioridades de cada persona son completamente diferentes. Es como los gustos en colores o en ropa: no importa las diferencias, todo es válido.

 Pero creo que me estoy alejando un poco del tema y no es que sea algo difícil porque nunca es fácil hablar de uno mismo. Hablo de que hay algo que me falta y siempre me ha hecho sentir incompleto pero solo cuando me pongo a pensar en ello, cuando dejo todo por lo que camino en la vida y estoy vacío mirando a la nada. Es entonces que esa vieja preocupación, esa molestia, entra a mi cerebro.

 En principio, puede pasar cuando uso las manos. En la ducha era frecuente pero ahora me doy cuenta que ya no lo es tanto. Cuando vives poco satisfecho con tu apariencia física, todo es un problema entonces no hay nada que resalte más que lo otro, al menos no con frecuencia. Pero las manos, o mejor dicho la piel, es ese órgano que no puede mentir y que te hace pensar casi de inmediato.

 No por nada se usan las manos para revisar el mismo cuerpo y determinar si hay algo malo en alguna parte o no. Esas mismas manso sirven para explorar otros cuerpos y, al fin del día, sirve para sentir y sentir es lo mejor que tenemos en la vida. Es el sentido más completo, más real, y aquel que nos hace ser nosotros. Si no pudiésemos sentir, nada tendría el más mínimo sentido.

 Lo he investigado varias veces. Nunca he ido a un médico porque creo que no vale la pena. El médico no va a dar una solución de la nada porque no es algo que se solucione así como así. Supongo que por eso se le llama un síndrome y no una enfermedad o una condición. Un síndrome es algo mucho más permanente, algo que no tiene reversa y que es bastante difícil de deshacer. Es cuando la naturaleza ha hecho que ni siquiera los seres humanos pueden o incluso quieren arreglar.

 Creo que lo mío se podría arreglar. Requeriría una operación, o varias, y mucha piel extra. Seguramente cortarían partes de mi trasero o de mi brazo o no sé de donde para tener piel suficiente para recubrir lo nuevo que tendría encima. No puedo ni imaginar lo extraño que eso sería, lo poco natural que podría verse o sentirse. Ni siquiera sé si semejante procedimiento sea posible porque estamos hablando de músculos y los músculos están todos conectados.

 ¿O es que acaso la tecnología ya está tan avanzada que ha logrado conectar musculo y todo lo demás? Si así es, que me anoten para una de esas y para una operación para crecer unos cuantos centímetros. A eso no se le llama síndrome pero sí que es un problema que no tiene solución. Supongo que mucha gente nunca habrá vivido con la sensación de que son muy pequeños a comparación a los demás así que no tienen ni idea de cómo es.

 El punto es, que a veces me he sentido menos hombre, menos deseado, menos querido y menos buscado incluso por el hecho de que a la naturaleza, por alguna razón, no se le dio la gana de completar el trabajo que tantas veces había hecho. No sé cuantas veces pasamos en no sé cuanto millones. El punto es que no es frecuente y menos de la manera en la que está todo pero así es y así son las cosas.

 Siempre he pensado que es como esas armaduras del Imperio Romano, en las que el pecho no estaba cubierto por completo sino solo parcialmente. Caso siempre pienso en eso cuando recuerdo lo que no tengo. Es como si ellos también hubiese tenido el mismo problema y hubiese pensado en esa solución, como si los soldados no debieran salir sin esa protección a la batalla.


 Por alguna razón me falta un musculo pectoral, el derecho. Mi mano y mi brazo son normales así como el resto de los músculos de esa zona. Pero allí faltó algo, algo que no está, que no existe y que tal vez nunca vaya a existir. Algo que me hace poco frecuente en la naturaleza pero también me pone en desventaja en un mundo en constante lucha por lo superficial, por lo físico. Soy un hombre incompleto, al que se le olvida muy seguido.