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jueves, 21 de abril de 2016

La espera

   Apenas se despertó, se puso a hacer la limpieza general del sitio. Limpió cada rincón del apartamento, desempolvó cada objeto y tuvo que ponerse una máscara para no estornudar mientras hacia la limpieza. Cuando por fin terminó con la primera parte, limpió los baños con varios productos de limpieza y también la cocina. Eso le tomó un poco más de tiempo hasta que, a la hora del almuerzo, ya todo estaba perfecto.

 Pero no tenía tiempo de descansar: apenas hubo terminado, entró a la ducha y se lavó el pelo con champú y usó un jabón especial que había comprado hacía poco en el supermercado. Cuando salió de la ducha lo primero que hizo fue mirar la hora en su celular. Todavía tenía tiempo de sobra para cambiarse y comer. Fue escogiendo cada prenda de vestir con cuidado, desde la ropa interior hasta los zapatos. Todo tenía que quedar bien con lo demás para que hubiese algo así como una armonía. Se adornó a si mismo con algunas gotas de perfume.

 Para comer tenía en la nevera una ensalada ya lista y pasta fria con verduras. No la calentó porque así sabía bien y no quería demorar más tiempo del debido. Comer no le tomó ni veinte minutos. Cuando terminó, tiró a la basura los contenedores plásticos, se lavó las manos y luego los dientes y entonces se sentó en el sofá de la sala de estar a esperar a que llegara el momento, que no debía demorar.

 Mientras esperaba, se tomaba los dedos y los masajeaba suavemente. Movía algunos objetos de la mesa de café para volverlos a poner en el mismo sitio. Se puso de pie cuando recordó que había dejado el celular cargando en la habitación. No le faltaba mucho pero igual se puso a esperar allí, de pie, junto al celular. Aburrido y viendo que no pasaba nada, tomó el aparato y se puso a jugar su juego favorito.

 Cuando estaba en un nivel bastante difícil, fue cuando el timbre del intercomunicador sonó y corrió a la cocina para contestar. Pero cuando contestó no era nada. Es decir, el hombre de la recepción le dijo que se había equivocado de apartamento. Él apenas suspiró y colgó un poco frustrado. La ropa ya le estaba incomodando y no era nada divertido tener que esperar por tanto tiempo.

 Decidió sentarse en el sofá y poner algo en la tele mientras tanto. Se puso a pasar canales hasta que llegó a uno de esos que muestran documental de animales en África y se puso a ver el programa. Pero estaba tan cansado por el esfuerzo de más temprano, que poco a poco se fue quedando dormido, hasta que se recostó por completo y cerró los ojos por unas tres horas. Era una siesta que necesitaba y no recordó nada ni a nadie antes de quedar dormido.

 Se despertó de golpe, en la mitad de la oscuridad, varias horas después. El televisor seguía encendido en el mismo canal, pero ahora estaban mostrando algún tipo de programa de armas antiguas o algo por el estilo. Se dio cuenta que había babeado un poco sobre el sofá y había arrugado un poco la ropa. Tuvo que ir al baño para limpiarse la cara, orinar, limpiarse la cara de nuevo y planchar con las manos el traje para que no se notara que había dormido con él puesto.

 Fue a mirar el celular y tuvo que encender las luces de todo pues ya era de noche. Ya era tarde y lo más probable es que no llegara ya. Se suponía que iba a pasar en la tarde así que no sabía qué hacer. Miraba la hora y se daba cuenta de que tenía hambre de nuevo pero a la vez pensaba que todavía era posible que viniera pues no había avisado ni dicho nada. De pronto tenía mucho que hacer en el momento y no había podido alertarle.

 Se sentó en la cama y, por varios minutos, se quedó pensando en todo un poco. Se consideró un idiota por pensar que esta vez iba a ser la vencida pero también se aplaudió por ser esta vez quien tomara la iniciativa. Había alistado su propia casa y así mismo por completo, cosa que no hacía por cualquiera. Trató de voltearlo todo, y decidió que todo lo había hecho por él. Pero después de unos minutos de pensarlo, le pareció la idea más tonta de la vida.

 A las ocho de la noche empezó a quitarse la ropa. Dobló cada prenda con cuidado y las fue guardando en sus cajones específicos. Cuando quedó solo en ropa interior, también se la quitó, la dobló y guardó y echó a todo un poco de perfume para quedara oliendo con ese rico olor a madera. De otro cajón sacó un pantalón de pijama y una camiseta vieja. Normalmente no se ponía la camiseta pero la noche estaba muy fría.

 Fue a la cocina y sacó de la nevera una de esas pizzas de horno para hacer en un momento. Precalentó el horno un rato y puso la pizza dentro y vio como se iba cocinando. A cada rato mirando al intercomunicador o a la puerta, esperando que hubiera ruido de alguno de los dos, pero eso no parecía posible.

 Casi se quema sacando la pizza del horno. La puso en un plato grande y se la llevó a su habitación con una lata de gaseosa de naranja. Tenía listo un capitulo de una serie en su portátil y se comió toda la pizza viendo el programa que, al menos, le sacó un par de carcajadas. Como estaba demasiado cansado, a las once de la noche puso el plato en la mesa de noche con los cubiertos y la lata vacía. El portátil lo dejó también allí. Apagó la luz y se dispuso a dormir.

 A la mitad de la noche, las tres de la mañana según el reloj del celular, se despertó de golpe cuando un trueno cayó casi al lado de la ventana. El susto lo hizo quedar sentado y de repente sintió un dolor de cabeza horrible. Decidió ir al baño, orinar y tomar una pastilla para el dolor. Tomó un poco de agua y volvió a la cama. Esta vez no se quedó dormido tan rápido. Miró caer la lluvia por varios minutos y pensó muchas cosas con el suave sonido del agua golpeando el vidrio.

 Cuando se quedó dormido, soñó que estaba en un campo verde enorme que parecía no tener fin. Solo había algunos árboles pero nada más. Y él caminaba y caminaba y no llegaba a ningún lado. Y así corriera o se quedara quieto, el lugar era eterno. Parecía no tener fin y el brillo del verde del pasto parecía aumentar cada cierto tiempo. Era hermoso pero a la vez extremadamente falso y desesperante. Sin embargo, siguió caminando hasta que cayó.

 Y se convirtió en uno de esos sueños en los que caes y caes y caes y nunca te detienes y sientes que pasas por el ojo de una aguja y luego por otro huevo y así. Y todo parece oscuro pero también rojo, como si ahora no vieras por colores sino por temperaturas. Sentirse sin peso, simplemente caer y caer, era extraño. Desesperante pero daba cierta paz que era difícil de describir.

 Cuando se despertó en la mañana, se dio cuenta que había dado varias vueltas en al cama, pues la sábanas estaban revueltas por todo lado. Ese día desayunó en la cama y se demoró para ir a la ducha. Al fin y al cabo era sábado y no pretendía hacer de ese día uno de mucha actividad. Ya había hecho eso el día anterior y quería lo exactamente opuesto. Le enojaba pensar lo que había hecho antes.

 Llevó todo lo sucio a la cocina y lo dejó ahí. Lo lavaría después de ducharse y ponerse ropa. Estuvo tentado a llamar a la recepción y preguntar si alguien había venido o pedir que le avisaran cuando llegara alguien, pero eso no tenía sentido. Al fin y al cabo era el trabajo del hombre hacer precisamente eso, así que pedirlo no tendría sentido alguno. Así que dio media vuelta y se fue al baño.

 Dejó la ropa tirada en un montoncito en el suelo y encendió la ducha para que el agua se calentara mientras se cepillaba los dientes. Entró a la ducha momentos después con el cepillo en la boca. El agua tibia le hacía bien y parecía quitarle un enorme peso de encima, en especial de los hombros y la cabeza. Era como si se quitara una armadura enorme que nunca había necesitado.


 Entonces sintió sus manos en su cintura, subiendo a su pecho. Y se dio cuenta que había estado tan ensimismado que no lo había oído entrar. Dejó caer el cepillo al suelo y disfrutó el momento, único e irrepetible.

viernes, 15 de abril de 2016

Un extraño

   Al principio no quería mirarme al espejo. Siempre había tenido miedo de ver quién me devolvía la mirada. Era una tontería, pero sentía que la persona en el reflejo y yo simplemente no éramos el mismo. Él siempre parecía más desafiante, más enojado, superior de alguna manera, siempre un paso adelante. No tiene sentido, lo sé, pero así lo había sentido siempre. Hasta que conocí a G.

 Desde que nos conocimos, me pidió que lo llamara por esa letra y por nada más. La verdad es que jamás supe su nombre aunque sí sabía que tenía que ser alguien importante o al menos con el poder suficiente para hacer posibles cosas que muy poca gente puede hacer posible. Debía ser rico o algo por el estilo y debía de tener muchos problemas o muy pocos.

 Lo conocí de la manera más confusa jamás. Había estado caminando por horas en una ciudad desconocida. Cuando viajo es algo que hago con frecuencia: trato de perderme un poco por lugares que no conozco aunque en verdad no me pierdo como tal, solo busco sentir el lugar como lo sienten las personas que viven allí. Camino y camino y de pronto tomo fotos y tomo notas mentales de todo lo que veo. No tomo notas en lápiz o algo así porque no vivo en un libro ni nada parecido, además que las perdería fácilmente de esa manera.

 El caso es que estaba a miles de kilómetros de casa y ese día sí me perdí de verdad. Mi teléfono celular se apagó y no volvió a encender y el mapa que tenía no abarcaba la zona donde estaba. La gente no hablaba inglés y mucho menos español y no había manera, por muchas señas que hiciese, de hacerles entender adonde quería ir. Por lo visto la dirección de mi hotel era también demasiado confusa.

 Como suele pasar cuando las cosas se ponen mal: se ponen peor de alguna manera antes de mejorar. Empezó a llover a cántaros al mismo tiempo que brillaba un sol infernal. Era el clima más confuso que había visto en mi vida y me confundía aún más el saber que no tenía donde meterme ni alguien que me ayudara. Corrí por varias calles hasta que encontré una tienda y entré sin mirar. Estaba mojando el piso y entonces decidí salir de nuevo antes de que me echaran pero una mano se puso sobre la mía y me impidió la salida.

 Me puse rojo al girarme y darme cuenta de que G estaba a pocos centímetros de mi cara. Hay que decirlo: es un hombre bastante atractivo, que sabe mucho de cómo vestirse y arreglarse. Lo primero que noté, y lo recuerdo claramente, fue su perfume. Luego me contaría que era una receta personal que mandaba a elaborar. Pero en ese momento solo lo miré a los ojos y sentí algo extraño en mis entrañas. No, no amor. Algo más fuerte.

 Me dijo que no saliera y que me quedara adentro. Por un momento pensé que él atendía la tienda pero entonces vi al verdadero comerciante, que no se veía muy feliz por el agua en su suelo. G le habló en el idioma local y el hombre solo asintió y se fue, supuse yo que a buscar algo con que limpiar mi desastre. G me habló al oído: “Acompáñame”. Me lo dijo en inglés. No sé de donde pensó que era pero no dije nada, solo moví mi cabeza afirmativamente y lo seguí.

 Era un anticuario, con una luz brillante en el cuarto delantero pero la típica luz algo mortecina en un cuarto, más grande, en la parte posterior. Había cuadros hermosos y esculturas y objetos de todos los tamaños y procedencias. Traté de guardar fotografías mentales de todo y entonces recordé que tenía una cámara pero pensé que sería un poco grosero ponerme a tomar fotos en un lugar donde entré solo a escaparme de la lluvia. Además, a juzgar por las etiquetas en algunos objetos, necesitaría morir y volver a nacer para tener dinero suficiente para comprar algo en ese lugar.

 Al fondo del cuarto posterior bajamos unos escalones a una especie de sótano y nos encontramos en una pequeña habitación que estaba debajo del nivel de la calle. Se podía ver por unas ventanas como la lluvia todavía caía con fuerza. En ese cuarto también había muchos objetos muy hermosos. Me distraje mirándolos y solo cuando sentí sus manos en mi espalda fue supe que se había ido por un momento.

 Me había puesto una toalla sobre los hombros y había dejado sus manos allí. Se sentían cálidas y fuertes. Era extraño sentirme así. Es decir, me gustaba, pero me sentía fuera de lugar. Me hice a un lado y me sequé tan bien como pude. Él me miraba y yo trataba de mirar los objetos porque su mirada me quemaba, era como si pudiera ver a través de mi cuerpo o muy dentro de mi cerebro.

Se me acercó de nuevo y entonces tomó la toalla y me secó el pelo, siempre mirándome a los ojos. Entonces me secó el cuello y cuando puso la toalla alrededor de mi cuerpo me di cuenta de que lo estaba dejando hacer y de que no decía nada. Traté pero no pude. Era como si estuviese hipnotizado o algo por el estilo. No podía dejar de mirarlo y él hacía lo mismo, mientras me apretaba suavemente.

 Entonces recobré el sentido o desperté o lo que fuese y di un paso hacia atrás. Le agradecí pero le dije que debía volver a mi hotel. Me preguntó si viajaba con alguien y no pude mentirle. Cuando le dije que no, sonrió. Me dijo que quería invitarme a comer algo, si se lo permitía y para ese momento estaba temblando, sintiendo como de nuevo perdía la voluntad al mirar sus grandes ojos y su cara perfecta.

 Minutos después habíamos salido a la calle con una sombrilla del dueño y nos subimos a un coche último modelo. No sé nada de carros y esas cosas pero supe que debía costar unos cuantos millones. Olía a nuevo y me dio pena mojarlo. Incluso me dio pena sentarme allí con mi ropa que debía costar lo de una llanta de semejante máquina. Él, sin embargo, no dejaba de sonreír. Cuando arrancó, no lo dejaba de ver y al mismo tiempo pensaba que estaba haciendo algo estúpido al subirme al coche de un extraño.

 Llamó a alguien por el teléfono integrado del automóvil. Habló en el idioma local así que no entendí nada de lo que dijo pero sí me pregunté si de pronto era un rico local. Hablaba muy bien inglés pero perfectamente podría ser por una probable excelente educación. Nada en su rostro lo hacía parecer de algún lado en particular así que nunca se sabía. Apreté mi mochila un poco cuando pude dejar de mirarlo y me di cuenta del miedo que sentía.

 Al poco tiempo llegamos a un portal que se abrió automáticamente y dio paso a una casa enorme, una mansión. Pero contrario a las películas, donde había millonarios, nadie salió a nuestro rescate. Él salió primero del coche y creo que iba a impedirme mojarme pero yo no soy un mujer del siglo XIX, así que salí de golpe y lo dejé atrás. Subí unos escalones enormes hasta estar bajo el techo de la entrada de nuevo. Él me siguió y no dijo nada.

 Cuando entramos no pude evitar dejar salir una exclamación: el sitio era hermoso pero simple. No era recargado ni con demasiadas antigüedades. Era perfecto. Me tomó de la mano y me puse rojo pero no lo solté. Me llevó a la cocina y allí fue cuando empezamos a hablar de verdad mientras él hacía un delicioso pollo con especias. Le fui tomando confianza y creo que él a mi.

 Al final de la comida me preguntó que había en mi mochila y le mostré. Tomó la cámara sin preguntar y empezó a mirar las fotos que había tomado. Me dijo que tenía buen ojo pero que me hacían falta mejores fotografías. Y entonces enfocó el lente y me tomó una foto. Todavía la tengo guardada en algún lado. Le dije que no me gustaba tomarme fotos y me preguntó por la razón y le dije que nunca me había gustado mucho mi apariencia.

 Me tomó otra foto. Esa la borré. Me pidió que lo acompañara a su habitación favorita y eso hice. Él llevó la cámara y yo solo caminé detrás suyo. La habitación que mencionaba tenía algunas pinturas colgadas y otro par en caballetes. Me dijo que era su afición y que le gustaba mucho porque lo hacía soñar y disfrutar de todo lo que había en la vida que le gustaba. Y entonces me dijo que le gustaría pintarme alguna vez. Yo no dije nada. Me apretó la mano y entonces me besó. Hicimos el amor en ese cuarto por primera vez pero lo haríamos más veces, en otras ocasiones.

 No sé explicarlo, pero sabía todo sobre mí o lo intuía. En el sexo supo complacerme como nadie nunca lo hizo y llegué a pensar que le interesaba más mi placer que el propio y que yo le gustaba de verdad. Me pintó entre esas ocasiones de sexo casual, en un viaje que yo había alargado con dinero que G había invertido, o así le llamaba.

 Nunca vi la pintura terminada. Un día me dijo que debía irse pues esa casa solo era un casa de verano. Debía volver a su vida real y yo también. La última vez que nos vimos me dio un beso que no logro olvidar y me dijo que si me viera al espejo alguna vez, de pronto vería todo lo que él veía.


 No supe más de él. No creo que piense en mí pero yo sí que pienso en él, en el cuadro que debe estar en esa casa y en lo que me dijo. Por eso me desnudo frente a espejos y me miro por varios minutos, esperando ver lo que él vio para entender lo que pasó en ese lugar tan lejano.

domingo, 20 de marzo de 2016

Fantasma

   Nunca se sabe. Puede que te hayan visto, tal vez por solo un segundo, o puede que jamás te hayan siquiera sentido. Todo depende de quienes son y qué quieren de ti, porque al fin y al cabo así es el mundo real. Siempre alguien quiere algo, siempre alguien quiere su pedazo de la vida y los pedazos rara vez se reparten equitativamente.

 Te paseas por las calles, por las fiestas y por todos esos espacios que la gente se supone que recorre cada uno de los días de su vida y te das cuenta que eres un ser sin cuerpo, casi sin nada más que un cerebro que solo se pregunta “¿Qué es lo que hago? ¿Qué pinto yo en todo esto?” Son preguntas muy peligrosas que te pueden enviar directo a lugares de los que no quisieras saber nada. Como bien sabes, el mundo es más oscuro de la que parece y las lindas luces que la gente ve en su vida están compuestas de luz negra, que no contiene nada.

 Una vez estuviste allí, por saber y por intentar. ¿Y qué conseguiste? Lo mismo de siempre: sentirte solo un figurante en tu propia vida, sentir que estabas de fondo, en segundo plano, como si no valiera la pena hablar de ti o saber nada de lo que sientes o piensas. Así te hicieron sentir, en esas fiestas y esos sitios en los que se supone que todo el mundo se toma de las manos y empieza a cantar y a darse cuenta de que la vida es lo mejor que hay en el mundo. ¿Pero porqué, entonces, hay tantos que desean terminarla por su propia cuenta?

 Es siempre difícil de saberlo. Cada persona en su interior tiene un sistema de conexiones, un mundo único que precisamente por ser único funciona de manera distinta cada vez. Es como un motor que no se puede reemplazar por otro pues no es lo mismo el de un camión que el de un auto pequeño. Eso somos los seres humanos: metáforas de lo que creamos y destruimos y no mucho más porque al fin y al cabo somos temporales, estamos aquí solo de paso.

 Entonces, ¿qué haces cuando estás arrinconado, allí en los oscuros rincones de tu propia mente? No hay nadie que te saque de ahí, ¿entonces porqué pides ayuda? De seguro es porque todos la necesitamos, de vez en cuando. Todos nos cansamos de pelear, de estar en una batalla interna no solo con los demás sino con nosotros mismos. Porque vivir como un ser humano real, completo y funcional, muchas veces quiere decir que vives con tu propio peor enemigo en la misma cama.

 Ese enemigo eres tu y eres el que se pone todas las trampas del mundo, el que no quiere que avances, el que no quiere que ganes y que falles siempre que eso sea posiblemente. Eres tu el que no quiere, el que no deja y el que pone un pie a todo lo que podría ser y jamás será.

 Pero, no todo está perdido. De hecho, nada nunca se pierde de verdad si se aprende y se mantienen los ojos abiertos en los momentos clave. Mientras estabas en esas fiestas, sintiéndote morir por dentro, ¿que aprendiste? Sí, porque aprendiste y pasaste la lección varias veces pues te es práctico y sabes que es real, que ayuda. Aprendiste a que cada persona nace sola y muere sola, aprendiste a que debemos aprender a pelear por nosotros mismos y a obtener lo que queremos por cuenta propia, nadie nos da las cosas en bandeja.

 Eso fue un primer paso pero, de todas maneras, eras apenas un cachorro pequeño. Estabas iniciando y tomaría mucho más tiempo, más errores y horrores para que aprendieras algo que de verdad sirviera de algo. Por eso a veces te desmoronabas como si estuvieses hecho de arena. No eras fuerte y, tal vez, no lo seas aún ahora y no lo vayas a saber nunca. Eso es imposible de saber. Pero adquirir conocimiento siempre ayuda y ciertamente lo has hecho bien en ese campo.

 Porque tras los golpes de la vida, los que te han dado el resto de la humanidad y los que tu mismo te has asestado en mente y corazón, has ido aprendiendo algo. Esa manera de dejar salir a la bestia que tienes dentro, ese animal rabioso en tu interior que es puro pero lleno de rabia y rencor y odio, ese monstruo te ha enseñado a diferenciar y a poder entender cuales son tus fortalezas y cuales tus debilidades.

 Pasaste de temblar, de estar allí como si quisieras estar a simplemente decir “no”. Descubriste la palabra y la has hecho tuya y no hay nada más admirable. Pues cuando te adueñas de las letras, del sabor de cada uno de los sonidos que haces en la boca, es cuando de verdad algo cambia en lo más profundo de tu alma, sin importar si esta existe o no.

 Aprendiste y de eso siempre deberás orgulloso pero, como sabrás, jamás es suficiente. Puedes pelear contra medio mundo o puedes ignorarlos pero sabes muy bien que todo da igual cuando la gente, cuando lo que contiene este mundo sigue siendo la misma porquería de siempre. Porque aunque tu cambies cada día de tu insignificante vida, ellos no lo harán. Todos ellos puede que jamás aprendan nada y, sea como sea, tienes que compartir este mundo con ellos.

 Así que, ¿qué es lo que haces? Pues, decides entrar en el juego. Bien o mal, eso depende de la perspectiva y las convicciones de cada uno y ciertamente estaría mal juzgar a cualquiera por ello. Aprendidas las reglas, cada uno juega como puede y en la vida no hay condiciones tan claras como uno creería.

 Aprendiste entonces a utilizarlos. Para el placer, orgasmos sin fin. También para avanzar en la vida, posibilidades de crecer. Incluso te has puesto un maestro en las máscaras, cosas que es muy difícil y sí que lo has entendido. Todo ser vivo sabe que una máscara o más se puede usar tantas veces hasta que pierdes la noción de cual de todas ellas es tu verdadero rostro. Ya no sabes quién eres con exactitud y tienes que estar en un constante remolino mental para recordar que esa triste persona eres tu y que solo estás jugando lo mejor que puedes porque simplemente no te puedes dejar morir.

 La muerte es para los perdedores, o al menos eso es lo que piensas ahora. Te usan y los usas y así es la cosa. Y te importa, porque eres humano. No lloras tanto como antes pero el dolor no se mide con lágrima sino en la mente y tu mente está ya dañada y corrompida. Si no lo sabes, lo sabrás en su momento. Estás a veces tan cerca del borde, que lo único que necesitas es un pequeño empujón, una ligera brisa para que las cosas vuelvan a cambiar para ti, de una manera drástica y mucho menos positiva.

 Porque aprender, que es lo que has hecho, siempre es positivo incluso si lo que aprendes no lo es. Pero hay que tener cuidado en todo caso porque la vida está hecha de acantilados profundos que nadie sabe adonde llevan. Pero lo has sabido manejar muy bien, sabes como hacer las cosas a tu manera y eso es un gran punto a tu favor. Nadie dice que estés listo para todo, muy al contrario, te falta mucho más por aprender. Pero la vida tiene su inteligencia natural y ya llegarás a cada uno de esos niveles, con el tiempo.

 Por ahora sabes que la manera en la que estás haciendo las cosas es la mejor en el momento. No tienes ni idea si es la correcta o la mejor pero es la que hay. A veces quieres más de la vida y vuelves a ver a ese monstruo y comienzas a entender que no está solo hecho de tus más bajos instintos. Ese animal está hecho de ti, y solo de ti. De tu material más crudo y sensible y de tus necesidades y deseos y todo aquello que te mueve, te ha movido y te moverá alguna vez.

 Es difícil, por supuesto que lo haces. El que pensó que la vida sería un paseo o el que lo dice ahora, es simplemente un idiota. Porque si crees que todo es ideal, es porque no has estado poniendo atención. Este es un boleto que nos dieron y que no todo el mundo obtienen. No nos dicen por cuanto tiempo podemos subirnos a las atracciones, entonces tenemos dos opciones: o ignorarlo todo y disfrutar o vivir todo ese tiempo con miedo, viendo el reloj cada segundo y esperando a ver cuando se aparecen los guardias de seguridad de ese parque, que es la vida, para sacarte de ahí a patadas, gritando incluso.


 Pero en fin, cada cuento es distinto, así como cada hoja de un libro, así sea del mismo libro, no es la misma. Todo cambia y va evolucionando, poco a poco. Tan lento es el proceso que puede que ni lo veas en tu tiempo pero se verá y tu marca podría quedar aquí, para siempre. Pero lo más importante es que esa marca la hagas tu pues eres el único que puede hacer que tu vida cobre la importancia o el sentido que deseas. Nadie lo va a hacer por ti, sea lo que sea que sienta.

martes, 1 de marzo de 2016

Amigas

   La fila le daba una vuelta completa a la manzana. Es decir que quién estaba de último, se encontraba prácticamente en la puerta de la tienda. Todo ese revuelo de debía al lanzamiento de las nuevas mochilas de regalo de uno de las marcas más reconocidas en el mundo de la moda. Era una costumbre que en la época navideña, muchas tiendas tuvieran mochilas de regalo con ropa adentro que nadie sabía que era. Eran un poco caras dado el precio corriente de la ropa de la marca pero valía la pena pues se ahorraba la gente mucho dinero así. Por eso la fila y las caras de ansiedad y preocupación.

 Paula a cada rato se ponía de puntitas y miraba hacia delante, para ver si la gente de verdad estaba avanzando o si se estaban haciendo los tontos. Su amiga Diana estaba sentada en el piso junto al edificio pues estaba cansada de esperar. La verdad era que Diana era de esas personas que se cansan con nada y que se quejan por todo. Normalmente a Paula no le gustaba mucho salir con ella. Pero lo que pasaba era que Diana había trabajado en la tienda hacía un tiempo y había asegurado que podría hacer que pasaran más pronto. Eso, por lo menos, no había pasado. También había asegurado que si la gente de la tienda decía que no había más mochilas de regalo, ella podría hablar con alguien para que les sacara dos de la bodega.

 Y tal cual, a los cinco minutos, se oyó un rumor de rabia y desconcierto. Corrió como una ola la noticia de que habían anunciado que ya no había mochilas y que la tienda cerraría por ese día pues ya no tenían nada más que vender. Esa promoción se hacía un domingo, día que normalmente no había atención. Paula hizo que Diana se pusiera de pie y fuera a la parte de enfrente de la fila para que hiciera funcionar sus conexiones. Ella lo hizo con desgano, como si tanta belleza que había dicho no fuese cierta. Hay que decir que Diana también era de esas personas que todo lo engrandece, lo hace ver mejor cuando no lo es.

 La gente fue despejando la zona y ella corrieron hacia delante para evitar que les cerraran la puerta en la cara. Al parecer el chico que cerraba era amigo de Diana pues la reconoció al instante, saludándola con la mano y volviendo a abrir solo para dedicarle una sonrisa. Paula casi muere de risa al escuchar como Diana hablaba con él, casi como seduciéndolo, como si fuese necesaria semejante exageración. Pero la dejó que hiciera lo suyo y no habló nada. El chico le dijo a Diana que iba a ver si había más mochilas pues les había ido muy bien pero que sí hubiera alguna se las traería.

 Esperaron unos veinte minutos, mucho más de lo que Paula hubiese querido. Ya se estaba haciendo de tarde y el al caer el sol el viento se ponía cada vez más frío. Se puso unos guantes que tenía en el bolsillo y justo en ese momento volvió el amigo de Diana pero acompañado de una mujer de aspecto severo. Venía detrás, como si lo vigilara. El hombre, con la cabeza agachada y los hombros caídos, le dijo a Diana que ya no había nada y que no podía volver a hacer ningún favor de ese tipo. La mujer le dijo algo al oído y el chico se retiró. Después miró afuera, a las dos chicas, y lo hizo casi con rabia, como si las odiara a pesar de que jamás se habían visto la cara. Diana y Paula no tuvieron más remedio que dar media vuelta y no volver más.

 Minutos después, Paula evitaba hablarle a su amiga. Estaban en un restaurante de comida rápida y habían pedido cada una algo para picar mientras llegaban a casa. Habían viajado casi dos horas para venir por la maldita mochila de esa tienda y ahora no tenían nada. Ellas vivían en una ciudad más pequeña donde no había ropa tan bonito y Diana se había mudado allí hacía unos 3 años. O sea que el tipo ese que les había abierto la conocía desde hace todo ese tiempo. Aunque, pensó Paula, podría ser que ni la conociera y solo le abriese la puerta porque era una mujer bonita que le coqueteaba. En todo casi, no tenían nada.

 Diana trataba de disculparse pero cuando eso no sirvió, empezó a quejarse del dolor de pies y de cómo no solo tenía hambre pero también sueño. Sin embargo solo pidió unas papas fritas pequeñas. Lo que quería era causar lástima pero Paula ya había tenido suficiente de ella. Apenas terminó se pudo de pie y salió a la calle sin esperar si Diana había terminado o no. Salió corriendo detrás al rato y alcanzó a Paula una calle arriba, caminando a la parada de buses desde la que salía la ruta a sus casa. Se sentaron en un banco a esperar y, de nuevo, nadie dijo nada.

 No había mucha gente en el lugar aparte de ellas dos. El lugar estaba más bien solo. Se podía escuchar el viento soplar y hacer ese como aullido que hace a veces cuando ya es muy intenso y parece que desea destruir más que cualquier cosa. Entonces, como electrocutada por algo en el asiento, Diana se puso de pie y le tomó la mano a Paula para hacerla poner de pie. Ella se rehusó, principalmente porque la había cogido de sorpresa. Diana le explicó que podía compensarla por lo ocurrido si venía con ella. Paula al comienzo trató de no mirarla. Pero Diana insistía e insistía. Paula le dijo que no podían ir a ningún lado pues el bus pasaba en quince minutos y después no habría uno sino hasta tres horas después. No quería quedarse allí más tiempo.

 Pero Diana le explicó que valía la pena. Quería mostrarle un lugar que ella había conocido cuando vivía en la ciudad. Eso no convenció a Paula entonces Diana se le puso enfrente y se arrodilló. Le pidió perdón por su torpeza pero le juraba que le iba a recompensar con el lugar adonde la quería llevar. Le aseguró que sería muy feliz si simplemente iban y le prometió estar a tiempo para el último bus.

 Paula suspiró, miró a un lado y al otro y entonces aceptó. Su manera de ser no era ser intransigente y Diana, al  fin y al cabo, era una de sus pocas amigas. Si se ponía a pelear con ella, pues se quedaría sola y eso era algo que no le gustaría. Ya mucho tiempo había estado sin amigas y no había sido una experiencia agradable. Así que se puso de pie y le dijo a Diana que la seguiría. Diana sonrió y le tomó de la mano y la forzó a caminar más rápido. Al parecer el sitio que Diana buscaba no era muy lejos de donde estaban ahora. Lo feo fue cuando, minutos después, Paula se dio cuenta que el barrio donde estaban era netamente industrial y que la luz natural cada vez era menor.

 Le dijo a Diana que volvieran, que se notaba que no había encontrado lo que quería y que si corrían podían alcanzar el bus. Pero Diana no le habló, solo siguió caminando, un poco despacio y mirando las bodegas que había a un lado y al otro de la calle. Estaba vez era Paula la que hablaba y hablaba, tratando de convencer a su amiga para que diera media vuelta con ella para volver a casa. Pero Diana estaba como inmersa en una búsqueda, casi analizando cada una de las entradas que veía, como si buscara una sutileza tan insignificante que se le podría pasar el lugar al que quería llevar a Paula si no ponía la debida atención. Por fin se detuvo hacia la mitad de una calle. Sin esperar a nada, subió las escaleras de acceso a una bodega muy grande y, sin darle tiempo a Paula de decir nada, tocó el timbre.

 Por un segundo, Paula tuvo la sensación de que les iban a lanzar perros hambrientos o algo por el estilo. O al menos que iba a salir un tipo gordo y peludo a insultarlas por cortarle la siesta que estaba haciendo. Así que fue una sorpresa completa cuando la puerta se abrió y Diana habló con alguien en las sombras. Paula subió las escaleras para ver quién era pero cuando llegó ya Diana estaba entrando entonces la siguió torpemente, casi tropezando en la entrada. La puerta se cerró detrás de ella y por un momento estuvieron sumidas en la oscuridad extrema. Paula le tomó el brazo a Diana y temblaba, nerviosa del lugar al que su amiga la pudiese haber traído. Porque había aceptado?

 Entonces vieron luz y caminaron. Y se empezó a oír música. Y voces de personas. Cuando salieron a la luz, Paula quedó sin habla. Habían entrado a una especie de fiesta. Había gente con copas y riendo y conversando. Pero en el centro de todo, mucha ropa en ganchos que colgaban del techo y algunas personas revisándolo. Diana por fin explicó que era un lugar secreto donde solo algunos compradores exclusivos podían adquirir ropa de marcas caras a precios de marcas baratas, casi de bajo costo. Se acercaron a una selección de faldas y pantalones y Paula solo tosió de ver los precios, el anterior y el actual.


 Diana le contó que era algo que se hacía con frecuencia, combinado con fiesta y desfile. Era uno de esos misterios del mundo de la moda. Entonces una mujer alta y guapa se les acercó y saludó a Diana de beso en la mejilla y les habló contenta de la gente que había venido y que llegarían más en minutos. Y así fue. Se volvió todo una fiesta enorme, donde Paula conoció mucha gente del mundo que le encantaba. Compró ropa pero lo mejor fue que hizo amigos y conoció a varias diseñadores que jamás hubiese creído que iba a saludar. Su amiga Diana de verdad se preocupaba por ella.