Mostrando las entradas con la etiqueta vencer. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta vencer. Mostrar todas las entradas

viernes, 1 de abril de 2016

Recorrido natural

   La idea de salir a caminar la había tenido por dos razones. La primera era que sus pensamientos lo acosaban. No tenía ni un segundo de descanso, no había ni un momento en que dejase de pensar en todo los problemas que se le presentaban, en lo que le preocupaba en ese momento o en la vida, en el amor, el dinero, sus sueños, esperanzas y todo lo demás. Era como una soga que se iba cerrando alrededor de su pobre cuello y no había manera de quitársela de encima.

 La otra razón, mucho más física y fácil de entender, era que al edificio donde vivía le estaban haciendo algunas reformas y el ruido de los taladros y martillos y demás maquinaria lo estaba sacando de quicio. Sentía que se había mudado, de repente, a una construcción. Y con todo lo que ya tenía en la cabeza, sumarle semejante escándalo no ayudaba en nada.

 Entonces tomó su celular (la idea no era quedar incomunicado), las llaves, se puso una chaqueta ligera y salió. Al comienzo se le ocurrió dar vueltas por ahí, por las calles que se fuera encontrando. Ya después podría volver a casa con el mapa integrado del celular. Pero ese plan dejó de tener sentido con la cantidad de gente que se encontró en todas partes. Parecía como si el calor de esos días hubiese sacado a la gente de una hibernación prolongada y ahora se disponían a rellenar cada centímetro del mundo con su ruido y volumen.

 Se decidió entonces por ir un poco más lejos, a una montaña que era toda un parque. No estaba lejos y seguramente no estaría llena de gente. No era una montaña para escalar ni nada, estaba llena de calles y senderos pero también de jardines y árboles y de pronto eso era lo que necesitaba, algo de naturaleza y, más que todo, de silencio.

 Cuando entró al primer jardín, como si se tratase de una bienvenida, se cruce con un lindo gato gris. Tenía las orejas muy peludas y se le quedó mirando como si mutuamente se hubiesen asustado al cruzarse en la entrada del lugar. Él se le quedó viendo un rato hasta que se despidió, como si fuese una persona, y siguió su camino. Ese encuentro casual le llenó el cuerpo de un calor especial y logró sacar de su cabeza, por un momento, todo eso que no hacía sino acosarlo.

 Ya adentro del jardín, había algunas personas pero afortunadamente no las suficientes para crear ruido. Se sentó en una banca y miró alrededor: un perro jugando, una mujer mayor alimentando un par de palomas y algunos pájaros cantando. Era la paz hecha sitio, convertida en un rincón del mundo que afortunadamente tenía cerca. Aprovechó para cerrar los ojos y respirar lentamente pero el momento no duró ni un segundo.

 Escuchó risas y voces y se dio cuenta que eran algunos chicos de su edad, no jóvenes ni tampoco viejos. Todos pasaron hablando animadamente y sonriendo. Estaban contentos y entonces uno de esos sentimientos se le implantó de nuevo en el cerebro. Sentía culpa. De no ser tan alegre como ellos, de no sentir esa alegría por ninguna razón. No tenía sus razones para ser feliz porque no sabía cómo serlo.

 Se levantó de golpe y decidió cambiar de lugar. Sacudió la cabeza varias veces y agradeció no tener nadie cerca para que no lo miraran raro. Caminó, subiendo algunas escaleras y luego siguiendo un largo sendero cubiertos de hojas secas hasta llegar a una parte del parque que era menos agreste, con un pequeño lago en forma de número ocho. Alrededor había bancas, entonces se sentó y de nuevo trató de contemplar su alrededor.

 Había dos hombres agachados, rezando. Patos nadando en silencio en el estanque y el sonido de insectos que parecía crecer de a ratos. Tal vez eran cigarras o tal vez era otra cosa. El caso es que ese sonido como constante y adormecedor le ayudó para volver a cerrar lo ojos e intentar ubicarse en ese lugar de paz que tanto necesitaba. Respiró hondo y cerró los ojos.

 Esta vez, el momento duró mucho más. Casi se queda dormido de lo relajado que estuvo. Sin embargo, al banco de al lado llegó una pareja que empezó a hacer ruido diciéndose palabras dulzonas y luego besándose con un sonido de succión bastante molesto. Trató de ignorarlo pero entonces la idea del amor se le metió en la cabeza y jodió todo.

 Recordó entonces que no tenía nadie a quien querer ni nadie que lo quisiera. De hecho, no había tenido nunca alguien que de verdad sintiese algo tan fuerte por él. Obviamente, habían habido personas pero ninguna reflejaba ese amor típico que todo el mundo parece experimentar. De hecho él estaba seguro que el amor no existía o al menos no de la manera que la mayoría de la gente lo describía.

 El amor, o más bien el concepto del amor, era como un gas tóxico para él. Se metía por todos lados y lo hacía pensar en que nadie jamás le había dicho que lo amaba, nadie nunca lo había besado con pasión verdadera ni nunca había sentido eso mismo por nadie. Hizo un exagerado sonido de exasperación, que interrumpió la sesión de la pareja de al lado. Se puso de pie de golpe y salió caminando rápidamente.

 Trató de pisar todas las hojas secas que se le cruzaran para interrumpir el sonido de sus pensamientos. Estuvo a punto de gritar pero se contuvo de hacerlo porque no quería asustar a nadie, no quería terminar de convertirse en un monstruo patético que se lamenta por todo. Trató de respirar.

 Encontró un camino que ascendía a la parte más alta de la montaña y lo tomó sin dudarlo. Su estado físico no era óptimo pero eso no importaba. Creía que el dolor físico podría tapar de alguna manera el dolor interior que sentía por todo lo que pensaba todos los días. Su complejo de inferioridad y su insistencia en que él era al único que ciertas cosas jamás le pasaban. Tomó el sendero difícil para poder sacar eso de su mente y no tener que sentarse a llorar.

 El camino era bastante inclinado en ciertos puntos, en otros hacía zigzag y otros se interrumpía y volvía a aparecer unos metros por delante. Había letreros que indicaban peligro de caída de rocas o de tierra resbaladiza. Pero él no los vio, solo quería seguir caminando, sudar y hacer que sus músculos y hasta sus huesos sintieran dolor.

 El recorrido terminó de golpe. Llegaba a una pequeña meseta en la parte más alta, que estaba encerrada por una cerca metálica. Todo el lugar era un increíble mirador para poder apreciar la ciudad desde la altura. Pero él no se acercó a mirar. Solo se dejó caer en medio del lugar y se limpió el sudor con la manga. Esta vez estaba de verdad solo y su plan había funcionado: estaba cansado, entonces no pensó nada en ese mismo momento.

 Sintió el viento fresco del lugar y se quedó ahí, mirando las nubes pasar y respirando hondo, como queriendo sentir más de la cuenta. Sin posibilidad de detenerse, empezó a llorar en silencio. Las lágrimas rodaban por su cara, mezclándose con el sudor y cayendo pesadas en la tierra seca de la montaña. No hice nada para parar. Más bien al contrario, parecía dispuesto a llorar todo lo necesario. Se dio cuenta que no tenía caso seguir luchando así que dejó que todo saliera.

 No supo cuánto tiempo estuvo allí pero sí que nunca se asomó por el mirador ni tomó ninguna foto ni nada por el estilo. Solo sintió que su alma se partía en dos por el dolor que llevaba adentro. Agradeció que nadie llegara, que no hubiese un alma en el lugar, pues no hubiese podido ni querido explicar qué era lo que pasaba. Tampoco hubiese querido que nadie le ofreciera ayuda ni apoyo ni nada. Era muy tarde para eso. Además, era hora de que él asumiera sus demonios.

 El camino a casa pareció breve aunque no lo fue. Ya era tarde y los hombres que estaban trabajando en la remodelación se habían ido. Al entrar en su casa, en su habitación, se quitó la ropa y se echó en la cama boca arriba y pensó que debía encontrar alguna manera para dejar de sentir todo lo que sentía o al menos para convertirlo en algo útil. Había ido bueno liberarlo todo pero aún estaba todo allí y no podía perder ante si mismo.


 Ese día se durmió temprano y se despertó en la madrugada, a esas horas en las que parece que todo el mundo duerme. Y así, medio dormido, se dio cuenta que la solución para todos sus problemas estaba y siempre había estado en él mismo. Solo era cuestión de saber cual era.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Reino Malva

Erase una vez una tierra hermosa, llena de colinas suaves y redondas, lagos color de miel y bosque enteros hechos de una espuma verde comestible.

En ese lugar vivían miles de criaturas, a las que un humano fácilmente podría confundir con malvaviscos: eran generalmente cortos de piernas y de brazos, con ojos y bocas perfectamente redondos y por narices tenían un punto de color negro.

Pero ahí terminaban las similitudes. Los súbditos del reino podían ser delgados o rechonchos con narices grandes o pequeñas e incluso su piel era de variados colores. Por regla general, los azules eran de la familia real, los rojos eran soldados o artesanos, los amarillos campesinos y cuando nacían eran todos blancos, con la piel más suave que existiese en estas y otras tierras.

Su mundo era relativamente pequeño pero los malvas, como se autodenominaban, no eran muy asiduos a explorar más allá de los lindes del reino y muy pocos conocían que había más allá del mar de miel que tenían por un lado y las montañas de azúcar en el otro. El reino constaba de cinco aldeas, distribuidas no muy lejos una de la otra, entre el mar y las montañas.

El rey Malva XVI era bueno y justo. Lo que más le gustaba era divertir a su gente y compartir con el pueblo. En otros reinos los castillos eran exclusivos de la familia real pero aquí, era un lugar para todos, lleno de bibliotecas, museos, talleres creativos y demás.

Todo esto era para alguna manera compensar la ausencia de la reina. Hacía años la joven mujer se había acercado demasiado al mar de miel y nunca se le había vuelto a ver. El rey cuidaba solo a sus dos hijos: un principe y una princesa, todavía jóvenes pero ya en entrenamiento para cuando alguno de los dos ascendiera al trono.

En este caso era la princesa, dos años mayor que su hermano, quien se convertiría en reina. Pero por decreto real, solo podría hacerlo de estar casada en el momento de la ascensión. De otra manera, el principe debería de guardar por el reino y sus habitantes.

Un día, en principio poco especial, el principe asistió a sus usuales clases de historia y literatura pero, al ver que tenía la tarde libre, se dispuso a pasear por el reino.
Aunque nunca le había dicho a su padre, le gustaba ir al acantilado donde su madre había caído al mar. Aunque no la había conocido bien, siempre le había hecho una falta tremenda y contemplar el calmo mar de miel traía cierta paz de espíritu.

Excepto que ese día, a la hora de el principe llegar a la zona, se desató una tormenta y el agua empezó a caer a raudales. El mar de miel seguía calmo, por su espesura, pero ya parecía crecer y encresparse.

El joven se ajustó la capa y regresó al camino que llevaba al castillo. Pero no pudo caminar sino un par de minutos hasta que vio algo en el cielo: una sombra enorme, que parecía dirigirse al castillo, Paralizado por el miedo, el principe fue testigo de como una criatura enorme, que nosotros podríamos relacionar a una hormiga, se posaba con fuerza sobre una de las torres y empezaba a devorar los cimientos.

Vale la pena decir que todos los edificios del reino eran hechos de rocas negras extraídas de canteras en las montañas de azúcar. Y como los malvas eran vegetarianos, comiendo solo frutas y verduras, no sabían que esas rocas eran en realidad chocolate amargo de excelente calidad.

Pero de alguna manera, esa criatura lo sabía. Cuando por fin respondieron las piernas del principe, dos criaturas más habían llegado al castillo. La puerta principal estaba cerrada y el joven tuvo que presenciar desde la plaza del pueblo como los soldados empezaban a lanzar miel hirviendo con enormes mangueras.

Al comienzo esto parecía alegrar a las criaturas, que bajaron de las torres y se posaron cerca a los soldados. En ese momento, parecía que las estuvieran alimentando ya que las criaturas ponían sus bocas ante los chorros de miel.

Pero cuando se cansaron, los soldados rociaron el resto de los cuerpos, los cuales se endurecieron al punto de volverse algo parecido al ámbar de nuestro mundo.

Cuando por fin la tormenta amainó y las criaturas estaban petrificadas en miel, el principe pudo encontrarse con su padre y su hermana.

De uno de los pueblos cercanos al mar llegó un enviado militar que decía que las criaturas habían venido del otro lado del mar. Esto los asustó a todos: nadie nunca había explorado lo que había más allá del mar de miel pero, parecía, que era un peligro bastante grande para todos.

Las criaturas fueron entonces cubiertas con más miel y guardadas en un sótano frío, para evitar que se liberasen. El rey además ordenó la construcción de varias torres de guardia cerca al mar, por los acantilados y playas del reino. No querían más sorpresas.

El tiempo pasó. La princesa se casó con un destacado soldado y fueron rey y reina cuando el rey Malva XVI había decidido retirarse para disfrutar de los nietos y de su reino en su vejez. El principe, por su parte, se dedicó a explorar el reino y juntar todo el conocimiento que había y el que faltaba por registrar.

Fue el primero en subir a la montaña más alta de la cordillera de azúcar y lo que vio le impactó: un campo verde y amarillo, casi interminable, se extendía detrás de las montañas. En partes parecía que el pasto crecía más alto, en otros más bajo. Pero no había nadie allí. Solo un viento constante y suave.

La reina decretó que el sótano de los bichos se usaría para investigaciones sobre las criaturas. Cuando los científicos empezaron a explorar, encontraron algo que nadie nunca hubiese esperado.

Se llamó al principe, al viejo rey y a la reina, y se les reveló que en una de las patas de una de las criaturas había un rollo de papel. Lo que había escrito los tomó por sorpresa y, a raíz de ello, su mundo cambió irremediablemente. Se puso el rollo en exhibición en un museo y pronto, por primera vez, se realizó la construcción de una nave con la que se pudiese navegar el mar de miel.

El día en que zarparon por fin, el principe quien era la cabeza de la expedición, fue una última vez al museo para leer la nota que habían encontrado casi un año antes:

NECESITO AYUDA.
SOY PRISIONERA DEL SER QUE CONTROLA A ESTAS CRIATURAS.
TRATARÉ DE DETENERLOS LO QUE PUEDA. 
TIENEN QUE ESTAR LISTOS.
LOS AMO A TODOS.

Y la firma no era de nadie más sino de la madre del principe.