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sábado, 23 de abril de 2016

Reconstrucción

   Conocía la ciudad como la palma de su mano. Así que cuando le dijeron que tenía que esperar hasta la tarde para que procesaran su pedido de información, supo adonde ir. La ciudad, como el resto de ciudades, había sido devastada por la guerra y ahora se reconstruía poco a poco, edificio por edificio. Había grúas por donde se mirara, así como mezcladoras y hombres y mujeres martillando y taladrando y tratando de tener de vuelta la ciudad que alguna vez habían tenido.

 El ruido era enorme, entonces Andrés decidió alejarse de la mayoría del ruido pero eso probó ser imposible. Tuvo que tomar uno de los buses viejos que habían puesto a funcionar (los túneles del metro seguían obstruidos y muchos seguirían así por años) y estuvo en unos minutos en el centro de la ciudad. Definitivamente no era lo mismo que hacía tiempo. El ruido de la construcción había reemplazado el ruido de la gente, de los turistas yendo de un lado para otro.

 En este mundo ya no había turistas. Eso hubiese sido un lujo. De hecho, Andrés había viajado con dinero prestado y solo por un par de días, los suficientes para reclamar solo un documento que le cambiaría la vida y nada más. No había vuelto a ver como estaban los lugares que había conocido, los edificios donde había vivido. Ese nunca había sido el interés del viaje. Pero la demora con el documento le daba un tiempo libre con el que no había contado.

 Lo primero era conseguir donde comer algo. Caminó por la avenida que en otros tiempos viviera llena de gente, casi toda ella peatonal casi exclusivamente para los turistas. Ahora, con tantos edificios arrasados, la avenida parecía respirar mejor. Para Andrés, la guerra le había servido a ese pequeño espacio del mundo. Además, no había casi personas. Las que habían iban y venían y parecían tener cosas más importantes que hacer que recordar el pasado.

 Andrés por fin encontró un restaurante y tuvo que armarse de paciencia pues estaban trabajando a media marcha. Al parecer habían cortes de luz a cada rato y no podían garantizar que los pedidos llegaran a las mesas completos o del todo. Andrés pidió un sándwich y una bebida que no requería refrigeración y se la trajeron después de media hora, pues habían tenido que buscar queso en otra parte.

 La vida era difícil y la gente de la ciudad no estaba acostumbrada. En otros tiempos había sido una urbe moderna y rica, con problemas muy particulares de aquellas ciudades que lo tienen todo. Pero ahora ya no tenía nada, ahora no había nada que la diferenciara de las demás y eso parecía ser un duro golpe para la gente.

 Cuando por fin tuvo el sándwich frente a sus ojos, Andrés lo consumió lentamente. La luz iba y venía, igual que el aire acondicionado. Por eso se había sentado al lado de la ventana que daba a la calle, para que siempre tuviese luz y no se sintiera demasiado desubicado. Miraba la gente que pasaba y todos parecían estar muy distraídos. Ninguno oía el caos causado por las máquinas ni parecía que les importase en lo más mínimo. La guerra había hecho estragos de muchas maneras.

 Apenas terminó de comer, Andrés dejó el dinero exacto en la mesa y se retiró. Quería seguir caminando porque, por alguna razón, quedarse quieto demasiado tiempo lo hacía sentirse ahogado. Recordó el mar y caminó por la avenida con buen ritmo hasta llegar a los muelles. Las gaviotas habían vuelto pero no los barcos. Solo había algunas lanchas de pescadores y, donde antes habían habido tiendas de lujo, ahora se había formado un mercadillo de pescado y marisco.

 Andrés entró al lugar y se dio cuenta del olor tan fuerte que desprendía todo aquello. Pero le gustó, porque era un lugar que, a diferencia del resto de la ciudad, parecía tener personalidad. Era más calmado que afuera y los compradores apenas negociaban. La gente no tenía energía para pujar o pelear o siquiera convencer. Solo vendían y compraban, sin escándalos de ninguna índole. Era diferente pero Andrés no supo si eso era bueno o malo. Solo era.

Cuando salió del mercado, decidió caminar por la orilla del muelle y se dio cuenta que algunas cosas todavía seguían de pie: un edificio antiguo sobre el que se habían izado muchas banderas, el monumento a un tipo que en verdad no había descubierto nada pero la gente pensaba que sí varios locales de comida mirando al mar. Lo único era que estos últimos estaban casi todos cerrados y los edificios en pie estaban sucios y esa no era una prioridad.

 Eventualmente, siguiendo los muelles, llegó a la playa. No había nadie, ni siquiera un salvavidas y eso que hacía el calor suficiente para meterse al agua un rato. Andrés lo pensó, de verdad que lo pensó pero prefirió no hacerlo. Sin embargo se quitó los zapatos y las medias y camino por la arena un buen rato, barriéndola con los pies y recordando la última vez que había sentido arena.

 Se sentía hacía siglos. Había estado casado entonces y había sido feliz como nadie en el mundo. Ahora estaba solo y sabía que nunca sería tan feliz como lo había sido entonces. Y estaba en paz con eso, porque las cosas eran como eran y no tenía sentido pretender cambiarlas. Su caminata le sacó una sonrisa y un par de lágrimas.

 Por fin, mirando al mar, su celular le vibró. El hombre del archivo le había prometido enviarle un mensaje cuando tuviera listo su documento. Así que se limpió los pies, se puso los zapatos y las medias y buscó algún paradero de bus en el que hubiese una ruta que pasara por el archivo. Solo tuvo que devolverse un poco sobre sus pasos y lo encontró.

En el bus iba muy nervioso. Se cogió una mano con otra y se las apretaba y las estiraba y abría y cerraba. No entendía porqué se sentía así si solo iba por un papel. Pero al fin y al cabo que ese simple pedazo de hoja blanca le iba a cambiar la vida pues tenía encima escrito que su matrimonio había sido real, que no había sido una ilusión y que tenía validez legal pues las leyes que habían estado vigentes en el momento de la unión no eran leyes temporales, de guerra o impuestas. Eran las de siempre y había que respetarlas.

 Cuando llegó al archivo, el hombre que le había ayudado lo recibió en su pequeño cubículo y le entregó una carpeta de papel con tres papeles dentro. El primero era el que había pedido, un certificado de matrimonio como cualquier otro. El siguiente era un resumen de las leyes de la región y el tercero una ratificación formal de que la guerra no había cambiado nada y que todo lo hecho a partir de las leyes vigentes antes de la guerra, seguía siendo vigente después.

 El hombre le contó que su caso era muy particular pues esa ley había empobrecido a muchos y había creado conflictos graves. Pero estaba contento de que a alguien le hubiese servido. Andrés se sintió un poco mal por eso pero el hombre le puso una mano en el hombro y le dijo que así era la vida y que no lo pensara mucho. Solo tenía razones para estar feliz así que todo lo demás era secundario.

 Se despidieron estrechándose la mano y Andrés caminó de vuelta a la parada del bus, pensando en que ahora solo tenía que regresar a casa y vivir una vida algo mejor. Seguramente no sería todo fácil pero de eso se había encargado el amor de su vida. Y esos documentos le daban el pase especial para que todo empezara a funcionar.

 En poco tiempo estuvo en su hotel y decidió solo salir al otro día para el aeropuerto y no ver más de la ciudad. Había visto lo suficiente. Confiaba en que todo se reconstruyera o al menos aquello que le daba vida a la ciudad. Necesitaban renovarse y utilizar la tragedia como un momento para el cambio. Era lo mismo que necesitaba hacer él.

 Esa noche casi no duerme, pensando en el pasado y en lo que había ocurrido no muy lejos hacía tanto tiempo.


 En un parque idílico, con árboles enormes y flores hermosas y el sonido del agua bajando de lo más alto de una colina hacia el mar, allí se había casado con la persona que lo había hecho más feliz en la vida. No sabía si había aprovechado el tiempo que había tenido con aquella persona pero eso ya no importaba. Lo importante es que estaba en su mente y de allí nunca saldría. Había cambiado su vida y se lo agradecería para siempre.

martes, 22 de marzo de 2016

En movimiento

   No querían darse cuenta. Lo negaban, o mejor dicho, ni se les pasaba por la cabeza que pudiese ser una posibilidad. Lo que hacían era ir cuidándose el uno al otro, ir sobreviviendo la escasez de comida y el constante movimiento de un lado a otro. Al fin y al cabo los estaban buscando y no podían quedarse quietos esperando a ver si los atrapaban en alguno de los muchos pueblos y caseríos en los que decidían quedarse a dormir. A veces no había ni eso, sino musgo o algún rincón mullidito entre los árboles.

 Ya habían viajado, a pie, unos quinientos kilómetros y todavía les faltaban quinientos más para poder llegar a la costa. Era un camino muy largo pero era la única oportunidad que tenían si querían volver a hablar en voz alta alguna vez en sus vidas. No hablaban casi, no decían nada que no fuese muy necesario. No era solo por el miedo a que los descubrieran sino también porque estaban tan cansados que si no era necesario simplemente no abrían la boca.

 En el camino se encontraron a otros huyendo y presenciaron como la policía y los militares arrestaban a algunos e incluso les disparaban en el sitio, sin preguntar nada y haciendo caso omiso de los gritos y de las suplicas para seguir viviendo. Habían dejado hace mucho de ser hombres íntegros y respetuosos de la ley. La ley había empacado y se había ido quién sabe adónde. Los cuerpos se iban acumulando cada vez más y ya ni siquiera eran disidentes y demás. Era cualquiera que subiera mucho la voz.

 Por eso evitaban, en lo posible, pisar la carretera o los caminos labrados hacía mucho tiempo. Preferían atravesar por entre las tierras abandonadas por los campesinos y quitadas a los hombres y mujeres que habían tenido tierras propias, para hacer sus casas o para labrarlas o para lo que sea. Ya todo pertenecía al Estado pero el Estado todavía no era supremo y no podía vigilarlo todo. No estaba todavía en todas partes, eso tomaría algo de tiempo todavía y de eso se aprovecharon ellos dos.

 Se daban la mano cuando tenían que cruzar los alambres que cercaban las fincas abandonadas y para cruzar arroyos que crecían a veces por las lluvias en las tierras altas. Los únicos que los veían pasar eran los animales: vacas a punto de morir y pájaros que, como ellos, se dirigían a otro lugar, pues nadie quería estar en semejante lugar ya nunca. Podía haber sido un paraíso alguna vez, un paraíso incompleto, pero ya no habría posibilidad de que eso ocurriera nunca.

 Los grupos que tanto habían luchado al margen de la ley eran ya cosa del pasado, habían sido los primeros en ser eliminados, esta vez sistemáticamente, sin contemplaciones de ningún tipo. La gente no se quejó entonces y por eso pasó lo que pasó.

 Cuando llegaron al gran río, supieron que el camino que habían hecho era correcto pero ahora debían elegir entre quedarse de un lado y del otro o incluso podrían robar un barco y navegar río abajo. Pero al ver que nadie utilizaba sus lanchas, era evidente que el transporte fluvial no era lo común y se notaría bastante. Decidieron entonces cruzar al otro lado y volverían cuando hubiera otro paso encima del río.

 En el puente no había nadie. Empezaron a caminarlo temblando un poco, abriendo los ojos más de la cuenta pues era de madrugada y no se veía mucho pero era el mejor momento del día para cruzar. El puente era metálico y había visto mejores tiempos. Cada paso resonaba y al poco rato tuvieron que quitarse los zapatos para no hacer ruido y caminar descalzos.

 Entonces uno de ellos apuntó con la mano al otro lado del puente. Una luz roja. Había visto una lucecilla allá al otro lado. El otro le preguntó de qué hablaba pero su respuesta fue la de callarse. Lo tomó de la mano y lo hizo devolverse lo más rápido que pudo. Fue a tiempo puesto que la lucecilla era una de esas que se ponen en los aparatos de comunicación. Y si no la hubieran visto se habrían hundido con el metal del puente en el fondo del río pues el Estado y su magnifico líder títere habían aprobado la demolición de estructuras “viejas e inútiles” en todo el país. La verdad era que solo querían bloquear el paso de la gente y mantener a todo el mundo encerrado. Campos de concentración pero sin el encierro evidente.

 Los siguientes días no hubo comida. Guardaban algunos enlatados que habían logrado robar de alguna tienda en la mitad de la nada o de casas abandonadas. Pero no era suficiente, menos aún con el calor que hacía en las lindes del río. No era uno de esos bonitos países templados sino un infierno tropical con todas las de la ley. Caminar de día era horrible y los pies parecían doler el triple al pisar las piedritas recalentadas durante el día.

 Dormían mal pero siempre uno junto al otro pues, aunque no lo decían, tenían miedo de separarse. Una cosa era hacer el viaje en pareja y otra muy distinta era hacerlo juntos. Tendrían más oportunidades de sobrevivir si trabajaban con ambos ingenios y eso ya lo habían comprobado cuando eran terroristas. Porque eso era lo que habían sido y la verdad era que estaban orgullosos. Habían plantado bombas tratando de frenar al nuevo Estado, les hacían atentados.

 No funcionó como debía y hubo civiles muertos, como siempre los hay. Pero ganaron un tiempo que salvo a miles pues pudieron escapar y ahora era su turno. Pero ya nadie en ningún lado se oponía pues no había manera de oponerse sin ser descubierto rápidamente.

 El siguiente tramo del viaje, de un par de días, fue a través de una zona muy plana, caliente y desprovista de vegetación capaz de ocultarlos. La técnica era solo viajar de noche y de día ocultarse en alguna de las casas abandonadas entre los vastos cultivos que se habían podrido hace meses. En algunas de esas casas casi se podía vivir a gusto, no feliz, pero a gusto. Había camas y una cocina y aunque no usaban la segunda para no ser descubiertos, era bonito ver un lugar que parecía estar congelado en el tiempo.

 No fueron noches normales pero incluso hubo una vez que sonrieron y durmieron un poco más de lo normal. El último día en la sabana central vieron de nuevo a los militares y estos casi los pillan si no fuera porque parecían ir muy de prisa a alguna parte. Ellos dos no sabían lo que se planeaba y que no eran prioridad en esa región. Pues era una región que siempre había sido reacia al gobierno actual y ahora ellos les iban a cobrar por tratar de bloquear sus yacimientos de petróleo y otras riquezas.

 Mientras penetraban los pantanos, ocurrió una masacre tras otras. Pero no se enterarían de nada hasta muchos años después, cuando ellos serían los que llevarían uniforme.

 En las ciénagas tuvieron que aprender a abrir los ojos aún más y a tener cuidado con donde pisaban. Fueron picados por diversos insectos y otras criaturas, vieron caimanes e incluso hipopótamos y vieron como muchas zonas estaban inundadas de agua apestosa, cubierta de mosquitos. No se acercaron mucho a esos lados pero tenían ideas de porqué eso era así.

 Los árboles seguían siendo escasos pero no eran ya necesarios. El Estado no tenía nada que hacer en semejante región y ya la ocuparía cuando tuviese las zonas más ricas ocupadas. Entre el agua, el lodo y los mosquitos, no había nada que el Estado quisiera pero si algo que los dos terroristas necesitaban y era el camino a la costa. Era solo seguir el agua y tras casi una semana se acercaron a uno de los puertos más grandes.

 Se disfrazaron un poco, maquillaron su cara con lodo y tierra y fueron adonde todo el mundo iba: a la entrada del puerto. Allí había montones de personas y el Estado las vendía para trabajar como esclavos. Aunque en realidad no era tal cual. Lo único que querían era ganar dinero al expulsar indeseables del país y solo dejaban salir a quienes no significaran un peligro futuro.

 Como ya lo habían hecho antes, mataron para cruzar de noche y meterse en el primer barco que vieron. Allí amenazaron primero y suplicaron después. El barco zarpó con ellos escondidos entre el pescado fresco y solo salieron de allí dos días después. Habían dejado medio cuerpo entre el pescado y el aire del mar era un cambio drástico a lo que habían estado viviendo durante los últimos meses. Además, la compañía de tanto marinero hostil no era lo mejor del mundo y tampoco tener que pagar el viaje con trabajo de esclavos.

 Pero ya se liberarían, ya verían cómo hacer para seguir avanzando. Porque ambos sabían que nada terminaba en ese barco, si acaso una etapa pero nada más. Entre el pescado fresco se dieron de nuevo la mano y cada día se la darían una vez, apretando un poco para no olvidar nunca lo que se siente tocar otro ser humano que, al menos, te entiende algo.


 Eso cambiaría después pero, por el momento, era más que suficiente.

sábado, 9 de enero de 2016

Bolsa de clima

   La comida del avión había estado deliciosa. Era increíble lo que cambiaba la calidad de todo cuando se viajaba en primera clase. Era un poco chocante que todavía se dividiera así a la gente pero era todo un negocio y el dinero era lo más importante, sin importar lo que dijeran unos u otros. Llego la hora de dormir, justo cuando el avión se preparaba para cruzar el Ártico. Afuera todo estaba oscuro pero era increíble imaginar el terreno blanco y azul que se desplegaba bajo los cientos de personas que en ese momento estaban en el aparato.

 Míster Long cerró la ventanilla y le pidió una manta extra a la azafata más cercana. Se acomodó en su cama y trató de cerrar los ojos lo mejor que pudo. Pero era difícil pues de todas maneras estaba en un avión y su reloj biológico sabía que había cosas que no encajaban muy bien que digamos. Lo primero era que la hora no era precisamente la de dormir sino la de despertarse. Y el cuerpo no hacía caso a pesar de que la cabina estaba a oscuras, a excepción de las luces de colores que había en el techo, que se suponía ayudaban a dormir.

 Miró las luces, que cambiaban ligeramente, por al menos media hora hasta que se dio cuenta que un dolor de cabeza se estaba formando y que debía tratar de dormir como fuera. Se acomodó como lo haría en casa y se puso a contar números y a concentrarse profundamente para poder dormirse. Esto le agravó un poco el dolor de cabeza pero logró al menos sentirse algo soñoliento después de un rato.

 Justo en ese momento, oyó un susurro que le hizo abrir los ojos. La cabina seguía oscura pero sabía que el sonido había venido de la cortina que separaba esa sección de clase ejecutiva. Susurraron otra vez y después siguió otro sonido, como el de algo que rueda por el suelo. Después un sonido metálico, un tosido forzado y nada más. El señor Long no sabía si todo eso se lo estaba imaginando, pues su mente estaba cansada del día pero también de tratar de dormir. Decidió ignorar los sonidos y cerró bien sus ojos, tapándose bien con las mantas.

 Al quedarse dormido, se sumió en un sueño bastante superficial. Soñó ese clásico en el que uno siente que cae por entre un agujero que se convierte en otro y así infinitamente. Los colores en el sueño eran los mismos que los del techo de la cabina. Después siguió otro sueño, relacionado con su trabajo como asegurador en el que estaba desnudo en una conferencia y se tapaba avergonzado pero nadie parecía haberse dado cuenta de que no llevaba nada de ropa. Después hubo un sueño más, en el que todo era oscuro como en una película de los años treinta. Allí alguien le disparaba y él sentía caerse de espaldas, de nuevo sin detenerse nunca.

 Cuando despertó, se dio cuenta de que el avión estaba sufriendo turbulencias. Todo temblaba ligeramente pero entonces un sacudón asustó a más de uno y las luces se encendieron. Confundido, el señor Long tuvo que arreglar su silla y apretarse el cinturón lo más posible. La turbulencia seguía y cada vez se ponía peor. El capitán anunciaba que había encontrado algo así como una “bolsa de clima” adverso y que la atravesarían en algunos minutos. Aconsejaba no levantarse de las sillas y abstenerse de hacer nada más sino quedarse quietos.

 Lamentablemente, mucha gente apenas se despertaba con la ayuda de las azafatas que a cada rato caían al suelo productos de las terribles sacudidas. Hubo un momento que una de las mujeres que trabajaba en clase turista vino a pedir ayuda pues había muchas personas presas del pánico. Solo una de ellas la acompañó pues se suponía que tenían puestos fijos y no se podía dejar ninguna sección sin atender.

 La aeronave temblaba de forma que cada hueso del cuerpo se sacudía ligeramente. Era como esas vibraciones que vienen de las computadoras y otros aparatos pero aumentadas a un nivel seriamente molesto y que asustaba a cualquier persona. Long miró a los pasajeros que tenía más cerca y ambos estaban lívidos y parecían estar muy cerca de vomitar. No era difícil culparlos, en especial cuando la nave de pronto pareció quedarse sin fuerzas y empezó a caer.

 Las mascarillas cayeron del techo pero nadie en verdad se estiró para tomarlas. Todo el mundo estaba pensando lo mismo: eran sus últimos momentos en el mundo y no iban a gastar esos preciosos segundos poniéndose una mascarilla sobre la cara que no iba a servir para nada. No hubo gritos ni nada parecido, solo gente más blanca de lo normal y la sensación general de que todo iba a salir muy mal.

 Pero se equivocaron, pues el piloto de alguna forma logró estabilizar la aeronave y salir de la zona de clima difícil. La gente que tenía una ventana cerca se acerco a ver el exterior. Pero todavía no se veía nada. Eso sí, había la sensación general de saber que la nieve y el suelo frágil de la banquisa ártica estaba mucho más cerca que hacía algunos momentos.

 El capitán se pronuncio unos quince minutos después de la caída libre y explicó lo que había sucedido. Algo relacionado con bolsas de aire y las turbulencias y no sé que más. Poca gente entendió lo que dijo y la verdad era que a todo el mundo le daba un poco lo mismo. La gente estaba agradecida de estar viva, de poder contar la historia. Ya habría tiempo para darle un nombre científico a lo que había pasado.

 Sin embargo, todos escucharon la parte del anuncio del capitán en la se anunciaba que no podrían llegar a destino pues uno de los motores estaba seriamente dañado y sin él no había manera de llegar a salvo a ningún lado. El capitán anunció que él y su equipo estaban haciendo el mejor trabajo posible para encontrar un aeropuerto civil donde poder aterrizar y donde hubiese facilidades para que los pasajeros pudiesen continuar con su viaje. Prometió anunciarlo lo más pronto posible.

 El señor Long respiró por fin y se quitó el cinturón de seguridad. Ya todo parecía en calma y no quería sentirse amarrado por un segundo más. Decidió que lo mejor era ponerse de pie y caminar un poco o al menos estirarse para mitigar el dolor de espalda que ahora era descomunal. Mientras movía el cuello de un lado a otro y giraba la cintura, se dio cuenta de que la mujer sentada al lado de la cortina que separaba las secciones estaba sonriendo. Parecía, de hecho, que estaba a punto de soltar una gran carcajada pero lo estaba controlando.

 La mujer tenía un mano sobre su boca, sus dedos apenas rozando sus labios. La otra mano estaba sobre el cinturón, como sintiendo su textura. No había cojines ni mantas ni nada con ella, estaba claro que no había sido de las personas que habían querido dormir un poco hace un rato. El señor Long la miró tanto como pudo pero después decidió que seguramente eran los nervios los que la hacían reír y por eso parecía sospechosa. No era algo nuevo que alguien riera en una situación tan complicada.

 Pasó un buen rato hasta que el capitán anunció por fin que aterrizarían en una ciudad rusa pequeña a la que habría de llegar un avión de la misma empresa para recoger a los pasajeros y llevarlos a su destino final. Estarían allí en una hora y el avión que los recogería ya había salido de Japón así que la espera no sería muy larga.

 Mucha gente pareció aliviarse con la noticia pero no el señor Long, que no podía creer que tendría que bajar en el medio de la nada para subirse en otro aparato de esos. Y así fue: lentamente todos fueron bajados por escalerillas y dirigidos a una terminal pequeña en la que se les ofreció un café muy cargado.  Estuvieron allí apenas un par de horas hasta que el nuevo aeroplano llegó y se les dijo que todos tendrían las mismas sillas.

 Mientras la gente se acomodaba y afuera cargaban el equipaje, el señor Long se dio cuenta que la mujer de la sonrisa no estaba en su asiento y ya no había nadie subiendo por la escalerilla. Fue cuando cerraron la puerta que decidió dirigirse a una azafata y le recordó que había una pasajera que faltaba y que seguramente se sentiría muy mal si perdía el avión. Debía estar en el baño, dijo, como defendiéndola.


 La azafata sin embargo no se preocupó en lo más mínimo. Dijo que algunos pasajeros habían decidido quedarse y viajar desde allí a otras ciudades que eran su destino final. El hombre se dejó caer en el asiento, incrédulo de las palabras de la azafata. No pensaba que nada de eso fuese cierto pero pronto eso no importó más pues recordó que su familia lo esperaba y eso era más fuerte que cualquier misterio que él nunca podría resolver.

sábado, 29 de agosto de 2015

Transformación

   La máquina funcionaba a la perfección. Pasando sobre mi cabeza, el pelo caía suavemente sobre el piso, formando un montón bastante grande. No había nada que hacer con ese pelo más que recogerlo todo y tirarlo. Pero vi la falta que hacía cuando me vi en el espejo y noté que la persona que me devolvía la mirada era un desconocido. Y no solo era por el nuevo corte de pelo que consistía en no tener ni un solo cabello, sino en todo lo demás. Mis ojos nunca habían estado tan rojos, me hacían parecer a punto de atacar. Además mi piel tenía un ligero tono amarillo, seguramente producto de esconderme por tanto tiempo. Me afeité al ras también y terminé así con la transformación que había estado buscando desde hacía un tiempo. Esto me haría ganar tiempo.

 Me quité toda la ropa y me metí a la horrible ducha del sitio, que estaba algo sucia y no daba buena espina de ninguna manera. Lo hice usando unas sandalias que había robado en la playa. La verdad fue que no me demoré mucho pues el agua estaba casi congelada. Solo quería quitarme de encima los pelitos que habían quedado así como despertar un poco mi cuerpo ante un día que se perfilaba como uno difícil. Tenía que decidir hacia donde debía seguir mi camino. El mundo no era infinito y si me quedaba quieto por mucho tiempo lo más seguro es que me alcanzarían y me había jurado a mi mismo que jamás iba a volver a una cárcel, prefería la muerte a semejante tormento.

 Me puse la única ropa que tenía y salí del hotelucho. Solo había pagado por una noche y no pensaba pagar más, sobre todo sabiendo que no tenía el menor deseo de quedarme en semejante moridero. Y no me refiero al hotel nada más sino al pueblo también. Era un pequeño lugar, no muy lejos del mar pero sin acceso directo a las autopistas nacionales. Así era que prefería los sitios, apartados. Lo malo es que la mayoría de esos sitios son una porquería, mírelos por donde uno los mire. Nunca entenderé ese extraño romance que existe entre la gente y los lugares apartados. Aunque también es cierto que detesto las multitudes, que tanto me ayudan cuando estoy tratando de progresar en mi viaje.

 Nadie dirá nunca que soy fácil de entender y la verdad creo que lo hago a propósito. Odiaría ser de esas personas que solo por algunos detalles son identificables en cualquier ciudad del mundo. En la calle, conté algunas monedas que tenía y me di cuenta que tal vez no tendría como salir hasta que vi un cajero electrónico y vi la posibilidad de sacar dinero. Pero no podía, porque o sino estarían allí en algunos minutos. Pero no tenía dinero para salir de allí, entonces que hacer? Entonces lo vi. Una presa fácil con automóvil. Eran un grupo de chicos que seguramente se habían desviado por algún problema. Pero ahora parecían dispuesto a salir de allí. “No sin mi” pensé.

 Me acerqué a uno de ellos y empecé a hablarle. Era una de esas personas fáciles de descifrar así que dije todo lo correcto: que era un estudiante de enfermería caminando por varios lugares sin mucho dinero. Pero que necesitaba estar de manera urgente en una ciudad cercana o sino habría más de una persona enojada conmigo. Todo esto lo hice cambiando mi lenguaje corporal, inclinándome un poco más de la cuenta, casi calculando cada movimiento de mi cuerpo. Porque sabía, desde el momento en que los vi, que los tres amigos eran homosexuales en busca de aventuras y yo no era un desconocido ante las aventuras. Ya había hecho mucho para avanzar en mi travesía y no me iba a detener por culpa de un pueblo metido en el culo del diablo.

 Mi técnica funcionó. En unas horas estuve en la ciudad y no pagué ni un centavo por ello. Lo único fue que tuve que estar a solas con cada uno de los chicos de ese auto. No me importó aunque sí les exigí protección, por obvias razones. Mi idea no era morir antes de lograr escaparme entre los dedos de la “justicia”. Cuando estuve en la ciudad, decidí arriesgarme y saqué dinero por ventanilla de mi cuenta privada. Las otras las habían cerrado pero esta no la conocían. De nuevo, cambié mi ser al sacar el dinero, fingiendo ser uno de esos hombre que coquetea con lo que se mueva. Era increíble lo fácil que las personas ignoraban mi aspecto y decidían creer lo que fuese que yo quisiera que creyeran.

 La joven que atendía en el banco estaba tan encantada con mi mirada y mis piropos gastados pero bien usados, que no recordó sellar mi recibo por lo que no quedó registro de la transacción. No siempre podía hacerlo pero el hecho de que había salido así era una buena noticia para mi pues había sacado suficiente dinero para seguir fingiendo ser  muchas personas excepto yo mismo. Lo primero que hice fue ir a comprar ropa para tener variedad y así poder hacer lo que hacía con mayor efectividad. Me compré una mochila algo más grande y después celebró mi pequeño triunfo con una cena deliciosa para mi solo. Era extraño pero estaba más feliz que en ningún otro momento de mi vida.

 Decirlo o pensarlo era triste por era la realidad. Mi niñez, mi adolescencia… Toda había sido una porquería pero en ellas había aprendido a mentir y a ser convincente. Después pude salir adelante pero fue entonces que todo recayó en mi y tuve que escapar. Yo no creo en la justicia y no pienso lanzarme a los leones para desgastarme y perder el tiempo tratando de demostrar mi inocencia. Ya sé que lo tienen todo muy bien arreglado para fingir que investigan y hacen y piensan pero ya todo fue hecho y pensado. Si me atrapan, estaré condenado desde el primer momento y eso es algo que no pienso afrontar.

 Me arrestaron unos meses y luego me soltaron, nada más para tener algo de tiempo para encontrar mil y un maneras de inculparme. Esos meses me volvieron casi loco y supe que por nada del mundo debía volver a semejante lugar. No podía permitir, de manera alguna, que me arrastraran a las sombras con ellos. Así que lo siguiente que hice fue desaparecer, engañando a una tonta mujer que creía que yo estaba enamorado de ella. Si ella hubiese sabido lo que pienso del amor, rápidamente me hubiese lanzado a los policías sin piedad. La gente hace muchas estupideces cuando cree que hay posibilidades de no morir en soledad o de no poder cumplir sus más ridículos sueños. Yo ya no sueño porque no me da el tiempo ni el intelecto para semejantes estupideces.

 Al día siguiente de llegar a la ciudad, me di cuenta que debía acumular dinero para seguir así que me di tres días para acumular lo más posible. Luego compraría un pasaje de tren y cambiaría mi estrategia. Engañé a muchas personas en un solo día. No solo me acosté con hombres y mujeres, cosa que me daba lo mismo, sino que robé y mentí. Y todo con mi inconfundible don para transformarme frente a los ojos de la gente, que nunca miran donde deberían sino por encima de la realidad, porque ella los molesta. Cuando creían que era un niño rico de mamá y papá, me seguían como si mi palabra fuera ley. Pero cuando fingí ser indigente, era invisible, más que nunca.

 Al tercer día tuve una buena cantidad así que compré un boleto de larga distancia y me subí en el tren sin dudarlo un segundo. En la estación, sin embargo, tuve un encuentro con una sombra del pasado en forma de uno de los varios agentes de la policía que habían querido arrastrarme a la oscuridad de la cárcel. El tipo no estaba trabajando sino con su familia pero lo reconocí al instante. Recordé al instante como él había sido uno de los que había ensuciado mi nombre y había disfrutado un día que los guardias me habían cogido a patadas sin razón aparente. Era un animal y ahora fingía ser un hombre de familia honorable. Lo hacía mejor que yo el desgraciado.

 Se subió en mi mismo tren y tengo que decir que tuve que controlar mis impulsos. Mientras la campiña pasaba a toda velocidad por el lado de la ventana, caminé por el pasillo hasta llegar al carro donde estaban él y su familia. Tenía un hijo pequeño y su esposa era demasiado bonita para él. Seguí de largo, hasta el vagón restaurante donde tuve que arrodillarme para conseguir uno de los uniformes de los camareros. Esa noche le serví un trago muy especial a mi amigo policía y me perdí en la mitad de la noche, cuando el tren tuvo que hacer una parada imprevista, al producirse una extraña muerte en el vagón restaurante.


 Esa noche caminé y caminé hasta que me encontré con otro de esos puebluchos de mala muerte. Pero esta vez tenía que ser suficiente, al menos por unos días. Fingí ser un hijo de campesinos y rápidamente conseguí un trabajo en una de las más grandes granjas del pueblo. Me daban hospedaje y comida por mi trabajo, que era partirme el lomo todos los días ayudando donde fuese necesario. La verdad es que en ese momento me sentí de nuevo feliz, como cuando tuve el dinero para hacer lo que quería. Supongo que me siento feliz cuando logro algo. Una noche después de labrar la tierra, y de conseguir algunos cigarrillos, me senté en la oscuridad a fumar y a pensar. A cuantos más tendrían que matar para ser finalmente libre?