domingo, 8 de febrero de 2015

Fuera del tiempo

   Me abracé a él por el frío. Llovía demasiado afuera, el mundo por la ventana se veía opaco y triste. Lo apreté con mis brazos un poco hasta que respondió, cubriéndonos mejor con el cubrecama. Agradecí el gesto porque con frío no podía dormir. Cerré los ojos y antes de que pudiera dejarme llevar por el sueño, sentí otro movimiento. Cuando abrí los ojos de nuevo vi que él se había dado la vuelta y ahora tenía su rostro frente a mí, a unos pocos centímetros. Tenía los ojos cerrados pero era para mi imposible cerrar los míos.

 Lo tenía tan cerca que pude ver cada detalle de su rostro para poder así memorizarlo. Ese fue mi pensamiento en el momento y no pensé si eso me serviría de algo o porque había pensado en hacerlo. Solo detallé su rostro: las pocas pecas, las largas pestañas, la nariz algo grande pero refinada, los labios color rosa, las cejas suaves y su cabello suave y corto. Si me hubiera preguntado como era él, años después, lo hubiera podido decir de memoria, sin dudar con ningún pequeño detalle.

 De repente recordé que ese no era mi hogar, de que debía irme y de que había alguien más en todo esto y entonces no solo sentí apuro sino arrepentimiento y culpa. Nunca había sido mi intención herir a nadie y mucho menos a alguien que yo ni siquiera conocía, más que de vista. Tampoco era mi idea excusarme porque pedir excusas por las acciones que se hacen es una idiotez, sobre todo cuando no te arrepientes de nada y sabes que fue una decisión tomada a consciencia.

 Y así había sido. Es cierto que había bebido bastante pero yo no estaba borracho y sabía que él tampoco. Nadie nos obligo a nada. Es gracioso, ahora que lo pienso, porque él nunca me había gustado de ninguna manera. Es decir, viéndolo en la cama fue el momento en el que me di cuenta lo simplemente hermoso que era. Pero eso jamás lo había visto antes. Ciertamente nunca durante las largas horas de trabajo ni cuando él me exigía más o yo a él. Así había sido por dos años y puedo asegurar que nunca sentí ningún tipo de atracción hacia él.

 Pero en todo caso eso no borraba el hecho de que hacía menos de diez horas, habíamos empezado a hablar entre botella y botella de cerveza. De repente nos dimos cuenta de que éramos más que solo “gente del trabajo”. Y entonces me invitó a su casa y creo que ahí él sabía ya lo que iba a suceder y yo lo presentía también. No se puede pretender ser inocente en esta situación. Es como que te encuentren teniendo sexo con alguien y digas “no es lo que parece”. Es ridículo.

 Apenas llegamos a su casa y tomamos más, fue él quien inició todo, besándome en el baño. Ahora que lo pienso, puede que en ese momento haya reunido todo su coraje y se haya decidido por hacerlo de una vez sin pensarlo tanto, y por eso decidió entrar cuando yo estaba acabando de orinar y besarme ahí mismo. El resto, como dicen, es historia. Sabía que ahora debía irme porque simplemente, por todo, no podía quedarme. No quería hablar con él ni tener que hacer las preguntas incomodas que, al menos yo, sentía que debían ser respondidas.

 Con todo el sigilo del que fui capaz, recogí mi ropa y mis cosas y salí a la sala del lugar. Allí me cambié y cuando me aseguré de que tuviera todo conmigo, salí del sitio pensando que jamás volvería allí. Verán, el problema con él no era que fuera mi compañero ni que fuera alguien con el que yo nunca pensé en tener nada. No. El problema era su novia. Una relación de tres años en la que yo me había metido y en la que, sinceramente, no tenía ganas de estar.

De ella no sabía yo mucho. La había visto algunas veces, cuando dejaba a su novio en el trabajo o lo recogía para almorzar. Parecía una buena persona y eso era lo que me torturaba más. Parecía más sencillo que se tratase de una arpía que le hacía la vida imposible a mi compañero, que lo había “llevado” a cometer esa traición. Pero no era así. Y la verdad era que no quería discutirlo porque eso haría que mi culpa fuera más clara y pesada en mi conciencia y no quería eso. Quien lo querría?

 Los días siguientes me comporté lo más normal que pude en el trabajo. Incluso sonreí algunas veces, haciéndole ver que no pensaba en lo sucedido y que todo era exactamente igual. Lo más incomodo eran sus llamadas, que obviamente tenía que atender. Hablábamos del trabajo y al final, siempre, había una pausa incomoda en la que yo sentía que quería decirme algo y por eso me despedía y le colgaba. Como dije antes, yo no necesitaba hablar. Y si él sí lo necesitaba, era algo que él debía solucionar.

 Todo estuvo bien hasta el día que los vi juntos en la entrada de la empresa. Como iba con una compañera especialmente chismosa, ella se abalanzó sobre ellos para forzar una presentación y debo decir que casi no lo logro. Sentí mucha vergüenza pero también rabia. Porque tenía que traerla aquí? Obviamente no había pensado en mí al hacerlo? Pero, porque habría de pensar en mí? Estaba ya volviéndome loco.

 Ese día la saludé y ella me sonrió y parecían una pareja muy feliz, excepto por la sonrisa forzada de él. Créanme, después de tener relaciones sexuales con alguien, se sabe a la perfección si están fingiendo una sonrisa o no. Es como, si lo hace uno bien, los cuerpos se alinearan y hubiera una comprensión profunda del otro, que va más allá de lo entendible. Por eso solo pude saludarlos dos segundos y luego me fui a mi casa y lloré casi toda una hora, in razón aparente.

 Lo más extraño de todo fue lo que sucedió esa noche. Era un viernes y decidí hacer una pequeña maratón de películas. Las acompañaría con bastante comida y vestido sin nada más que una camiseta y mis “boxers”, es decir con mi vestimenta para dormir. A las once de la noche, iba a la mitad de la tercer película. Me asusté cuando timbró el intercomunicador. Detuve la película y contesté y el celador del edificio dijo que alguien quería subir. Era mi compañero de trabajo. Sin pensarlo dije “Que siga”, pero me arrepentí segundos después.

 Pero ya era tarde. Me dio el tiempo justo de ponerme unos pantalones antes de que timbrara y yo abriera apresuradamente, de lo cual también me lamenté después. Él entró y lo primero que hice fue preguntarle si había venido por el trabajo, aunque era obvio que ese no era el caso. Se sentó en mi sofá y me dijo que había intentado decirle a su novia pero no había podido. Ahora ella estaba en una fiesta de cumpleaños de su mejor amiga y él le había dicho que se sentía algo mal y prefería irse a la casa.

 Me miró y pude ver ese gran detalle que había olvidado de su cara: el color de sus ojos. Se veían enorme y algo húmedos. Por un momento, pensé que iba a llorar pero no lo hizo, en cambio sí me pidió algo de beber. Le pasé una lata de cerveza y se tomó casi la mitad de una sentada, antes de volver a hablarme. Parecía que le costaba demasiado hablar e incluso pensar. No puedo decir que no lo comprendía.

 Cuando volvió a hablar, me dijo que desde la universidad le habían gustado otros hombres pero que jamás había hecho nada al respecto pero que en el año que venía de pasar se había dado cuenta que yo le gustaba. En ese momento sonreí y no lo oculté, para mí eso era un halago difícil de creer. Él prosiguió diciendo que lo que había ocurrido era de lo mejor que le había pasado a él en tiempos recientes. En ese momento salieron de mi las palabras: “Y ella que?”.

 Él agachó la cabeza y se tomó el resto de la cerveza de un golpe. Me respondió que ya no la quería como antes y que sabía que eso lo decía mucha gente, muy seguido. Pero era verdad. Solo que no sabía como decírselo porque ella sí lo amaba. En ese momento vi una lágrima rodar por su rostro y, sin control alguno, me acerque a él. Y de nuevo pasó lo que sucede cuando dos personas que se sienten atraídas la una por la otra están demasiado cerca.


 Ese día puedo decir que hicimos el amor porque no fue solo sexo. Algo cambió. Debo decir que cuando todo terminó, volví a pensar en ella y de nuevo me sentí culpable. Pero entonces sentí también su presencia y su boca y sus brazos y entonces no importó nada más. El presente podía esperar porque ya no sentía que estuviera en el tiempo. Este parecía haberse detenido y, honestamente, hubiera preferido que se hubiera quedado así para siempre.

sábado, 7 de febrero de 2015

A small issue

   Amanda just laughed. She stopped fast but her answer to Melinda’s problem was not precisely the one she needed. Yes, she wanted to laugh too but she couldn’t as it concerned and it was a subject she considered deeply important. The waitress came with one big cup of ice cream and a glass of water, both for Melinda. She started eating right away, trying to avoid thinking in nothing else than in the different flavors of her sundae. Amanda just looked at her, worried but still with a smirk on her face.

-       Just tell me again, and let’s see what I can do for your. Really.

 Melinda just looked at her, still eating. After all, she had called Amanda to tell know her point of view of the matter and to see if she had some advice, although she didn’t know if advice had anything to do in this kind of situation. She raised her head and was about to talk but didn’t know where to begin. She had some water and then started, almost reciting was had happened days before.

 She had met the guy at a party made by one of her coworkers. It was a birthday. Melinda reminded Amanda that she had invited to go. Amanda nodded but did not say anything else, in order to let her friend tell all without interruptions. Melinda kept on, telling that she had some drinks at the party and eventually ended up meeting Dave, a friend of the guy they were having the party for.

 At first she didn’t really acknowledge his advances, because he was really been insisting, but after two more glasses of wine he began to be less annoying. They talked about work, about their favorite TV shows and the music they loved. When time come to leave the party, that had died out due to people being mostly drunk, Melinda left with Dave and then had a great night. They ate hotdogs, strolled through town remembering their past lovers and, finally, they arrived at her place. Without doubting, she asked Dave to come in with her.

 At this point, Melinda stopped talking and ate a big scoop of ice cream. Amanda just looked at her, now with what looked like pity, and waited for her friend to stop eating and keep talking. But Melinda has a second scoop of desert, as she found it difficult to keep talking. Finally, after a sip of water, she went on.

 She had been drinking too much and yes; they had sex on her bedroom. It was very strange because she did not have a huge hangover the day after but, somehow, she didn’t remember anything. She knew she had had sex with Dave but did not remember anything about it. When she woke up, thankfully, he was getting dressed up and told her he had to leave because he had something to do with his family. Half asleep, she said bye and went back to her pillow.

 This time Amanda decided to interrupt. She did this because she thought that first time was the only one Melinda had met Dave. She thought the story was about a one-night stand. But Melinda, after finishing her ice cream, told her friend that they had seen each other once more, about a week ago.

 It was him who called and asked her out on a date. Having nothing else to do that weekend, she had agreed to see him. Amanda asked why she had said yes but Melinda went on, remembering how she had dressed casually for their dinner. It was in a nice restaurant but she had no intention of dressing up for a guy she barely remembered. Nevertheless, she had to confess, they had a great time. The man was very charming and had many tales that were really interesting.

 They talked and talked for hours until it was late and, this time, it was him who asked her to go to his house to have something to drink and keep talking. She realized she hadn’t really gone out with anyone for a long time and Dave seemed like a very nice person. He was interesting and enjoyable and he wasn’t bad looking at all. So she agreed to go to his house. There, he had a very nice bottle of wine and she had one of the most funny and interesting conversations she had had in recent memory.

 Amanda then interrupted her friend, once more, to ask what Dave looked like. Melinda told her friend that he was about her size, so not very tall. He had blue eyes, which was largely uncommon in the guys she had liked, and he had nice short hair, not styled in stupid fashions like most men were using it today. That day he had wore very nice clothes, with a tie and everything. She had left a little guilty not to wear a nice dress.

 She asked for a glass of wine and went on with her story. They had been drinking and talking for several hours until he planted a kiss on her and she responded by pushing him and kissing him on the sofa, almost entirely on top of him. This was followed by both of them standing up, still kissing, and getting into his room. She landed first on the bed and then he leaned closer. It was very arousing, she confessed. But then it happened.

 She had never been one for touching or grabbing but that night she had felt especially bold. So she went for it and realized something was vey particular. She decided not to think about it and then proceeded to remove her blouse and he took off his shirt. It was very hot and they kept kissing until she unzipped his pants. It happened all so fast, she barely remembered everything accurately. The point was she was at home like thirty minutes later, not even waiting in the apartment for the taxi but choosing to wait for it in the building’s hall.

 Amanda was now smiling in a silly way again. Melinda hid her face behind her hands and said again what she had told her friend, almost upon arrival:

-       He had a small penis.

 It had the same effect on Amanda, who burst into laughter and even cried a bit because of her reaction. This time, however, even Melinda smiled a bit. She knew the situation was silly but she still felt betrayed, if that was the proper word. Days after, she remembered everything and she knew she hadn’t responded in the right way but, apparently, Melinda put too much attention to those details.

 Amanda then told her it wasn’t a bad thing, although her response had been just disastrous. She thought Dave was surely ashamed and affected by it all afterwards and men took really seriously the attempts against their manhood. She then proceed to ask how “bad” it was, and she said it just looked small, like… Amanda didn’t really know what she said, because she said it under her breath, but it wasn’t important.

-       Do you like him?
-       Well… Yeah, I guess.
-       No. Do you like him? Be sure!
-       Yeah, I do. His really nice.
-       And is his… - Amanda looked around – size, so important?

 Melinda didn’t answer right away. She didn’t wanted to sound shallow but it was true that most men she had dated had been well endowed and she know realized maybe that had been a conscious decision. But before she said anything, Amanda kept talking.

-       If it is, just call him and apologize. He doesn’t deserve what you did. And if it really isn’t, apologize too and try to give yourself a chance. Who know, he may be exactly who you need in your life.

 As it happens, Dave wasn’t the man of her dreams or nothing of the sort. She went up to his house and apologized in person. He was glad that she had come. They didn’t discussed anything of what happened but talked about other subject and realized hey could be very good friends.


 Maybe she was shallow after all or, maybe, sex was too important for her to be overlooked. Anyway, she promised herself never turn down anyone because of her personal preferences. It just wasn’t the decent thing to do.

viernes, 6 de febrero de 2015

Alto en el valle

   Desde la punta de la montaña se podía ver todo el valle, que era largo y estrecho, con el pequeño riachuelo que corría por la parte más baja brillando bajo el sol. María tomó un sorbo de su botella de agua, que gracias a estar en un termo estaba fría, a diferencia del día. Los rayos de luz calentaban todo alrededor. Tanto que la joven tuvo que sentarse en un plástico que había traído en su mochila.

 Había decidido ir a escalar para apreciar mejor este lugar, que era el que había escogido para pasar unas vacaciones alejadas del ruido de la ciudad y de la gente que solo vivía para molestar. Aquí no había ni gente fastidiosa, ni smog, ni el asqueroso ruido de los automotores. Solo se escuchaban los alegres trinos de las aves y el viento que parecía estar cansado porque soplaba a ratos.

 María se hubiera quedado allí sentada toda la tarde si no hubiera sido por el siguiente sonido que escuchó. Era sin duda de un animal pero no podía ver bien por el sol. Había pocos árboles a su alrededor y nada de matorrales. De todas maneras se puso de pie rápidamente, por si el sonido era el de una serpiente. Pero de pronto lo escuchó mejor y se dio cuenta de que era un ave la que hacía el ruido. Miró hacia el cielo, haciéndose sombra con una mano y, después de un rato, por fin lo vio.

 Arriba, casi encima de María, volaba una enorme ave de color pardo con un pico que parecía bastante atemorizante. La chica tomó los binoculares y miró hacia el ave. En efecto era ella que hacía los ruidos. Flotaba suavemente sobre el viento y no aleteaba sino para impulsarse un poco más. De pronto, el ave se dirigió hacia abajo, casi en picada. María pensó que se dirigía hacia ella, lo que la asustó un poco pero resultaba que se dirigía a un punto más abajo y más hacia su derecha, colina abajo.

 Allí sí había muchos árboles altos y el ave se perdió entre ellos mientras descendía. María no lo vio más y de pronto pensó que podían haber sido cazadores, cazando deportivamente o algo por el estilo. Metió a la mochila todo lo que había sacado y se puso de pie. Lo mejor era ir a ver como estaba el animal y si requería ayuda. Además, podría reclamarle al cazador por disparar a una criatura que seguramente estaba protegida.

 María descendió por la montaña lo más rápido que pudo pero no era muy fácil. Había una sección que parecía haber sido víctima de derrumbes frecuentes y estaba completamente cubierta de piedras de todos los tamaños.﷽﷽﷽﷽﷽﷽do victima de derrumbes frecuentes y estaba completamente cubierta de piedras de todos los tamatrinos de las aves ños. La mujer pisó con cuidado cada una de las rocas, tratando de evitar una caída dolorosa. Pero justo cuando iba a llegar a un terreno más amable, la piedra donde estaba apoyando uno de sus pies se movió y ella cayó para atrás, quedando sentada sobre las piedras.

 Todo el cuerpo le dolía pero sobretodo el coxis y toda la zona posterior de su cuerpo, desde la espalda a los muslos. Su mochila no había ayudado mucho a amortiguar la caída y ahora estaba allí, como una tortuga que han volteado al revés. María se quitó, como pudo, la mochila y sacó la botella de agua. Tomó un poco y, luego de guardarla, trato de ponerse de pie pero se dio cuenta de que no podía. Le dolía mucho hacer fuerza contra las piedras, que parecían moverse hasta con el más pequeño movimiento.

 De repente, oyó pasos y recordó al cazador tras el que había ido. Pero de los árboles cercanos no se acercó un cazador sino un hombre de unos sesenta años con el ave que ella había visto en el hombro, como el loro de un pirata. El ave la miraba igual que el hombre, perplejos de verla allí en una posición tan extraña. Sin decir nada, el hombre se acercó y le estiró una mano a María. Pero ella le dijo que no podía levantarse. El hombre no respondió sino que insistió en ayudar a María. El hombre le tomó un brazo, lo puso sobre su espalda y, como pudo, alzó del suelo empedrado a María.

 Antes de llegar a los primeros árboles, el hombre se sacó un silbato de debajo de la camiseta, que tenía colgado alrededor del cuello. Lo sopló un par de veces pero no emitió sonido alguna. Antes de que María pudiera preguntar para que era el silbato, un perro gran danés se acercó a ellos por entre los árboles. El perro era enorme y tenía las orejas bien erguidas, como si estuviera amaestrado para oír todo sonido en el bosque. Pero el perro no venía solo, tenía un palo largo en el hocico.

 El hombre lo recibió y lo pudo en una de las manos de María para que pudiese caminar con normalidad o al menos por si sola. Como pudieron, lentamente y teniendo cuidado con las ramas y las raíces. Atravesaron el enorme bosque hasta llegar a un claro en el que había una pequeña casa, de las que eran típicas a lo largo y ancho del valle. El hombre se adelantó, abrió la puerta y ayudó a María a entrar.

 Ya el hombre dirigió a María ha una silla que parecía ser de madera solida. Dolió un poco al sentarse pero era mejor que un sillón demasiado mullido. El perro enorme se le acercó y se le sentó al lado, poniendo su cabeza sobre uno de sus muslos. María lo acarició aunque todavía la aquejaba el dolor. El hombre salió y entonces la joven oyó el batir de unas alas y el particular chillido del águila que, al parecer, era compañera del dueño de la casa.

 Mientras tanto y para no pensar tanto en su dolor, María miró a su alrededor: el lugar era pequeño pero acogedor. Por las paredes habían varias fotos, todas con el hombre del águila como protagonista. En algunas salía también el perro que María tenía al lado y que parecía disfrutar con sus caricias. No había muchos objetos decorativos además de las fotos. De hecho, no parecía que nadie viviera allí aparte del hombre y el perro. Se notaba que no había una mujer que viviera allí. María hubiera reconocido el toque femenino.

 El hombre entró entonces y, por primera vez, le sonrió. Aunque le faltaban algunos dientes, era una sonrisa amable y dulce, lo que hizo que los temores que María todavía tenía se desvanecieran con facilidad. Le preguntó entonces si podría llamar a algún servicios de emergencias para ayudarla a lo que el hombre respondió asintiendo y señalando el cielo que se veía a través de las ventanas. María automáticamente miró afuera: el sol brillaba como nunca. Que quería decir?

 María entonces se dio cuenta y, con señas y palabras, le preguntó al hombre si no podía hablar. El hombre asintió, apuntando con un dedo a su garganta. Pareció ponerse triste por un momento pero entonces recordó algo y enfiló rápidamente hacia la nevera. Un ligero viento entró por la puerta, que había dejado abierta el hombre. Esta brisa alivió un poco a María, que intentó moverse pero una punzada fuerte le quitó el aire de los pulmones, como si le hubieran clavado algo en la base de la espalda.

 El hombre se dio cuenta y le dio, apresuradamente, lo que había ido a buscar a la nevera: de una jarra de vidrio había servido dos vasos llenos de limonada helada. María le sonrió y, tratando de ignorar el dolor, tomó el liquido despacio. Se dio cuenta que estaba delicioso y se tomó todo el vaso de una sola sentada. El hombre le sonrió, a la vez que el tomaba un pequeño sorbo del suyo. La orejas del perro entonces se erigieron de nuevo y el animal salió corriendo. María miró al hombre que hacía mímica, como si tocara una trompeta. Y luego señalaba al perro.

-       Se llama Trompeta?

 El hombre asintió. Justo entonces entró de nuevo el animal pero no estaba solo. Con él venían un hombre y una mujer que vestían chaquetas con el logo de la Cruz Roja. Era médicos y empezaron a hablar con el hombre, agradeciéndole por avisarles del accidente. Uno de los dos médicos tenía al águila en el hombro que saltó a una silla cercana donde empezó a afilarse el pico.


 Los paramédicos revisaron a María y, con cuidado, la dirigieron hacia fuera donde tenían un camilla con la que la bajaron al pueblo, que no estaba lejos. No volvió a ver al hombre de la montaña y se lamentó no haber podido despedirse de él con propiedad. Por la caída tuvo que volver a su vida en la ciudad donde, cada vez que veía un ave en el cielo, recordaba su corta aventura en el valle.