viernes, 3 de abril de 2015

Dioses de Islandia

   Johanna y Odín se casaron a finales de los años setenta, después de muchos años de ser de los pocos jóvenes islandeses hippies. Desde el día que se unieron en matrimonio, no se despegaron el uno del otro. Tuvieron tres hijos que criaron en su granja en el este del país y con ella los alimentaron y pudieron mandarlos a la universidad. Cuando fueron algo mayores, dejaron la isla e hicieron vidas propias lejos del pequeño país. Pero Johanna y Odín nunca quisieron dejar lo que tenían allí: la granja, los animales, ese clima que les encantaba y las impresionantes vistas que habían ayudado a que ellos se enamoraran el uno del otro.

 Ya se acercaban a los setenta años pero seguían tan vivaces como siempre lo habían sido. En las mañanas Odín sacaba las ovejas de su corral y Johanna empezaba a hacer la masa del pan que vendía en la tienda del pueblo más cercano. También vendían la leche de las ovejas, su lana por supuesto y a veces hacían queso pero era un trabajo tan dispendioso que no era algo muy frecuente. Vivían lejos del poblado más cercano, ubicado a dos valles de distancia. Eran unas dos horas de viaje y por eso estaban algo desconectados del mundo, al menos físicamente. Por otra parte, tenían teléfono y televisión e incluso contemplaron la instalación de internet, ya que la línea de fibra óptica pasaba cerca pero nunca se decidieron.

 Fue cuando cumplieron los sesenta que se dieron cuenta que el mundo había empezado a cambiar más allá de lo que ya habían visto en los años anteriores. Se hablaba de una guerra lejos, en los continentes con los que le país más hacía intercambio. Al comienzo, no le hicieron mucho caso a las noticias y la televisión estatal casi no informaba sobre el tema. Después, un día que Odín tuvo que ir al pueblo a vender sus productos, se enteró de que había escasez de gasolina y de otras muchas cosas que venían de fuera del país. La gente en la capital, según decían, estaba muy preocupada por esto ya que muchos dependían de la venta de ropa extranjera o de servicios que solo venían de fuera.

 Y sin embargo, Johanna y Odín siguieron viviendo como siempre. Entonces sucedió algo que siempre temieron de jóvenes pero que jamás pensaron que pasaría de nuevo. Recordaban cuando niños que sus padres y en la escuela les habían contado de las bombas lanzadas sobre Japón para terminar la segunda guerra mundial. Aunque por mucho tiempo la gente temió que pasara de nuevo, con el tiempo pensaron que no pasaría ya que las cosas habían cambiado, aparentemente para bien.

 Pero un día que Johana estaba tendiendo la ropa vio un brillo, un magnifico brillo a la distancia. Venía del cielo o de muy lejos. Era como si el sol hubiera bajado a la tierra pero se le viera a través de un espacio muy grande. El fenómeno fue extraño y todos en la región lo vieron. La televisión informó que se trataba de una bomba de hidrogeno, la más grande jamás lanzada. Había sido lanzada en el continente y, según decían, había devastado una zona muy poblada. Y entonces, como viento que arrecia, empezó la guerra. El país atacado cambió de pronto, como un ser vivo que muta para sobrevivir. Y empezó a atacar por todos lados, apoderándose de tierras que siempre había pretendido pero jamás tomado realmente.

 Uno a uno, los países fueron cayendo. Muchos islandeses pensaban que el final del país se acercaba y que serían invadidos pronto. Era solo cuestión de cuando. Pero el tiempo pasó, los primeros tres años de una guerra sangrienta y debilitante, y nunca hubo invasión. Lo que sí hubo fue un cambio en el gobierno que fue lento pero para cuando la gente se dio cuenta, era demasiado tarde. El enemigo no había invadido a la fuerza sino que se había aliado con un partido sediento de poder y este le había entregado el país. Los puertos y las ciudades fueron ocupados lentamente por la potencia extranjera y la gente tuvo que aguantar.

 Johanna y Odín, sin embargo, siguieron un poco como siempre. Estaban preocupados por la situación, al fin y al cabo eran creyentes de la paz y la libertad, pero esto era algo contra lo que no podían hacer nada. Y, de todas maneras, la guerra parecía no afectarles en su rincón remoto del mundo. A excepción de los cortes de luz ocasionales y la escasez de gasolina, no parecía haber nada que cambiara radicalmente su estilo de vida.

 Las cosas cambiaron habiendo pasado cuatro años de la guerra, cuando tuvieron que viajar por carretera hasta un puerto del norte, donde un vecino les había contado que podían encontrar gasolina de contrabando. Era peligroso pero las fuerzas extranjeras permitían este mercado negro, a sabiendas que ellos podían ganar algo de dinero con ello. La pareja viajó unas cinco horas hasta el puerto y se abasteció de todo lo que necesitaban. Trataron de cargar bastante pescado, gasolina, hilos y medicamentos, para no tener que volver en un largo tiempo. Y como eran solo dos, no tenían que comprar mucho.

 Cuando lo tuvieron todo, emprendieron el camino de vuelta pero no llegaron muy lejos cuando encontraron algo que no se esperaban. A un lado de la desolada carretera, en un tramo especialmente oscuro y solitario, Johana vio algo. Parecía un atado de ropa tirada o una llanta vieja. Odín aminoró la velocidad y entonces se dieron cuenta que lo que fuera se había movido. Entonces detuvieron el pequeño vehículo y se bajaron a ver que era lo que pasaba. Con la ayuda de una linterna, encontraron el primer bulto. Era un hombre. Parecía haberse arrastrado hasta el borde de la carretera. Estaba ensangrentado. Parecía que lo habían golpeado. Como pudieron lo subieron al vehículo.

 Cuando Odín fue a arrancar, el pasajero pegó un chillido en el platón de atrás del camioncito. El hombre decía algo pero ellos no le entendían, parecía hablar otro idioma pero se dieron cuenta de que lloraba y señalaba hacia donde lo había encontrado. Se dieron cuenta que tal vez quería algo que llevaba con él así que se bajaron de nuevo y buscaron con la linterna. Pero no encontraron un objeto sino a un ser humano. Otro joven, de pronto un poco mayor, golpeado tan salvajemente como su compañero. Lo subieron al lado del otro y, mientras Odín manejaba, la pareja discutió que hacer.

 La policía ya no ayudaba a nadie y los extranjeros aún menos. Si esos hombres habían sido atacados, era poco posible que nadie los fuera a ayudar. En todo caso nada justificaba semejante paliza. Así que la mejor solución era llevarlos a la casa y ver que podían hacer por ellos allí. El viaje se demoró un poco más de la cuenta porque los baches hacían que los pasajeros se quejaran bastante. Johanna los miraba a cada rato y Odín trataba de ver cada bache frente a él pero era imposible. Cuando por fin llegaron, los bajaron con cuidado y los entraron al granero, donde guardaban la leche que iban a vender y la comida de las ovejas.

 Usaron la mayoría de los medicamentos que habían comprado en el puerto pero parecía que servían de algo. Al otro día, los hombres seguían dormidos pero algo mejor. Los bañaron y les hicieron una pequeña cama en el granero. Lo peor era esperar a ver si alguien iba a venir por ellos. Todavía no sabían si eran criminales o disidentes. Tuvieron que cuidar de ellos por meses hasta que se fueron curando y aprendieron a comunicarse. Para la pareja era como tener hijos de nuevo, les enseñaron el idioma y los hombres aprendieron rápidamente. En un año, se habían convertido en una familia.

 Según lo que pudieron contarles, había cosas que no recordaban. Los golpes habían sido tan fuertes, que había recuerdos que se habían borrado o parecía estar rotos. Recordaban que venían de un país lejano y habían huido de una dictadura patrocinada por los mismos extranjeros que ahora estaban un poco por todos lados en Islandia. Ellos eran disidentes y se apenaron al confesar que habían podido haber sido llamados terroristas. Pero habían tenido que huir. Al principio no eran nada, pero con el tiempo, se acercaron más. El viaje había sido complicado, lleno de dificultades y cuando llegaron al puerto en un barco pesquero, fueron cercados por extremistas quienes los golpearon y los dejaron a morir en la carretera.

 Y, aunque no lo habían dicho por miedo o por alguna otra razón, Johanna y Odín pudieron darse cuenta que entre los dos hombres había algo más que amistad. Lo confirmaron una mañana en la que fueron a despertarlos y estaban abrazados, sonriendo en sueños. Eso a la pareja no le importó. Eran personas que venían huyendo y sus cuerpos lo mostraban: tenían bolsas, estaban muy delgados y su piel era muy pálida, algo verdosa. Con el tiempo, les contaron pero la pareja de ancianos solo les contestaron que ya lo sabían.

 El tiempo pasó y la guerra, siguió. Muchos pensaron que todo terminaría como en la segunda guerra pero no fue así. En la granja, los chicos a los que llamaron Eric y Björn, se fueron encargando de las tareas más difíciles, que ya empezaban a ser una carga para la pareja. Uno acompañaba a Odín con las ovejas y el otro a Johanna haciendo el queso o haciendo el pan. Con el permiso de sus anfitriones, Eric y Björn construyeron otra casita, pequeña, cerca a la de ellos. Se convirtieron en los mejores amigos y compartieron todo, como viejas parejas de amigos. Cuando terminaron de hacer la casa, hicieron una cena especial y les agradecieron, con lágrimas en los ojos, a Johanna y Odín por toda su ayuda y su fuerza.


 El año siguiente fue uno triste. El mundo parecía ponerse más oscuro y, en una expedición al pueblo, Odín sufrió un ataque al corazón y murió. Los chicos y Johanna lo enterraron cerca de la casa. Pocos meses después, ella lo acompañó. La casa había quedado entonces sola y la pareja de extranjeros la mantuvo en pie lo que más pudieron hasta que decidieron que era tiempo de enfrentar su destino e ir a pelear por lo que siempre habían luchado: su libertad. Así honrarían la memoria de dos personas invaluables y siempre queridas, que les habían dado la mano sin pedir nada a cambio y quienes simbolizaban ese amor que ellos morirían por defender.

jueves, 2 de abril de 2015

Dark planet


             - We are able to confirm that the planet is uninhabited. No settlement has been found nor  any signs of intelligent life. No wildlife poses a considerable threat to human          colonization. Pockets of water have been detected on the poles and in small pockets    around the equator. The atmosphere is breathable but the atmospheric pressure takes a big  toll on our bodies. I’ll report again at the end of the week. Chief of mission Okilo, off.

   Carmen stepped away from the communications device and stared at the data. She pressed some buttons and sent the message home, hopefully having an answer by tomorrow morning. She then walked through the corridors of the ship towards her room, where she removed her uniform and laid in bed in her underwear. She was tired but that was normal after so many hours working in the surface of the planet. Carmen had begun feeling sleepy until she suddenly opened her eyes. She then sat on the bed and opened her bedside table drawer. She took out a picture and stared at it.

In the photo, there was a small girl with her parents. They were at Disneyworld, judging for the castle in the back and the character that had joined them for the picture. She caressed the paper and remembered her parents, who had been dead for a long time. Carmen had lost them in an airplane crash just the year after entering the space program. She had suffered alone for a long time but eventually came to be at peace with it by herself. She wasn’t the kind to crumble in front of difficulties. That’s why she had been chosen for leading this mission.

 Carmen put the picture back in the drawer and tried to sleep but that was a waste of time, especially because the speakers in her room carried the voice of her scientist officer to her room.

-               - Carmen. There’s… I need you in the observatory. It’s urgent.

 She detected the worry in his voice and decided to dress with some shorts and a shirt and go to the observatory fast. She was there ten minutes later, yawning and realizing her blouse was stained with chocolate. Norman was there, looking through a machine down to the planet. He hadn’t heard her coming and he almost jumped when she touched him in the back.

 Norman was a short and thin man. He had always looked sick but now he seemed worse, as if he had been informed of the worst news. Without saying a word, he invited Carmen to look through the lens he had been looking on. She leaned forward and realized it was pointed at the planet, somewhere near the Equator.

-                - It’s the region we call Morgana. Desert. Many rocks, no water. Let me put some                  coordinates here.

He pushed some buttons and the telescope aligned. Now, Carmen was looking at a small patch of something black. Or maybe, dark blue. It looked as if the lens was dirty or something but it wasn’t… It couldn’t’ be, out there, in the vacuum of space. Besides, the dark patch seemed to be… to be growing, yes. The edges of the stain seemed to move, like ants when moving in large groups.

-              - What is it? – She asked.
-              - No idea. It appeared only a few hours ago. I thought at first it was a telescope                  malfunction but it clearly isn’t.
-              - Is it life?
-              - Maybe.
-              -But we did a planetary scan… There was nothing big, not like that.

She pulled away from the viewer and went closer to Norman. He appeared to tremble, which was not uncommon in space. It was very cold there and Carmen had just realized she had not put any shoes on. She had to take a decision about the dark stain that seemed to grow. Should they go and investigate or only report the event and wait for instructions on how to engage it? She told Norman to go to bed and that they would discuss it in a meeting with the others. She also decided to send another message to Earth before going to bed, stating the latest events.

 The following day, she met her team. With her, there were seven humans in the ship: two scientific officers, two technical officers, a chief of mission, a navigator and a mechanic. They were all experienced and had been travelling through space for many years. They all trusted each other and knew the risks of the job. But this event was all about what they didn’t know, which visibly scared them. The stain had grown even larger as they slept. Carmen told them of the message she had sent and that she wouldn’t hear anything about an answer for, at least, a whole day. So they needed to make a decision: do or not do.

 Carmen and the two science officers voted for taking their shuttle and landing on the planet to investigate. The technical officers and the mechanic were against it, thinking risking the shuttle was a very dangerous move because they might need it latter in their mission. The decisive vote was the one of the navigator, a young woman that was the least experienced of them all. She loved the stars and planets and was very fond of making calculations and measures but this decision was bigger than her. She finally stated that she had entered the job because she had always been curious about the universe and that this might be a chance to reveal one of its mysteries.

 So later that day, the mechanic made sure the shuttle was just right for a flight over the planet. Carmen had decided she would go with Norman and one technical officer called Sarkar. The three boarded the shuttle in silence and got the instruments ready. Shortly after they had begun their short travel towards the surface. Norman monitored the stain at all moments, being able to do more accurate calculations as he drew closer to it. Sarkar took the ship over the Morgana region and flew over the edge of the stain. It was not a surprise when they all gasped, covering their mouths or just started sweating even more than usual.

 Down there, the dark stain moved. It did. Like soda spilled over a table. But this wasn’t a liquid. Or at least not at first sight. They were thousands, maybe millions of living things down there. Sarkar made the shuttle be still and that way they realized that the creatures were actually gigantic. They weren’t human in form, but rather like insects. They moved tightly, away from a center. Carmen, calm as she could make herself to be, told Sarkar to get the ship over the stain. The creatures seemed to be coming out of somewhere.

 Sarkar started moving the aircraft as Norman took pictures and measures of the creatures. They all knew they had made a big discovery but they still did not understand what it was all about. The planet had been deemed void of any large creatures and, now, there they were, looking down on gigantic insectoid creatures, roaming the desert dunes. After a fifteen minute flyby, they arrived at a point in the desert were mountains had been able to grow. And there, on a small group of peaks, there seemed to be a volcano. Sarkar had to make the ship go up, in order to take a better look.

 Somehow, the volcano was active. There was some smoke and Norman could detect small tremors on the surface. But the volcano wasn’t spilling lava or rocks. It was spilling living creatures, dark as the emptiness of space. And it was then that Carmen covered her mouth. She realized that the creatures emerging from the crater were not all the same. They were smaller ones among the titans. And not all looked like insects. Some even had… had some kind of human form. Not exactly our same biology but so similar. And like their volcano brothers, they were also dark as night.

 Norman took several pictures, Sarkar tried to maintain the shuttle in a good vantage point and Carmen just looked everywhere, amazed. The creatures had not realized or did not care about them. They just came out of the planet and walked, away from it. Then, like coming out of a trance, Carmen ordered Sarkar to flyby again towards any edge of the stain. They did so, faster than the time before and realized the group below had grown by the millions as they watch over them. The creatures kept walking, like under hypnosis.

Carmen decided it was enough and ordered Norman to release a probe and Sarkar to get them back to the ship. They both complied and got to there home minutes later. All the team reunited in the observatory and watched as the planet slowly became invaded by the dark blue stain. The probe sent back images, of every type of creature down there, just walking. Finally, hours later, the whole planet had been covered by the volcano creatures. The probe showed how they all suddenly stopped moving.

 Then, something happened, something that cannot be explained. The planet turned bright, as if it was a sun. It grew brighter and brighter and engulfed everything with its light, even the ship. They all screamed as their heads felt heavy and hurt them. They couldn’t open their eyes. And suddenly it was done. They help themselves up and realized, scared, that the stain had disappeared. The planet was as it had been before. When checking on the volcano, the crater was found to be non-existent.

 Carmen ordered her team to have an early dinner as she reported back to Earth. This event was of a terrific importance. She knew it. Or better yet, she felt it so.

miércoles, 1 de abril de 2015

El matrimonio de la prima

   Era una tontería, pero a Damián jamás le había gustado cortarse el pelo. Sentía que ir a la peluquería era un desperdicio de tiempo, que podía usar para adelantar algo de trabajo o relajarse en casa viendo alguna película interesante. Pero tenía que ir porque, como su madre le había dicho por teléfono, no podía presentarse como un “pordiosero” al matrimonio de su prima más joven. Con frecuencia su madre le recordaba que su prima tenía tan solo veinticuatro año y estaba recién salida de la universidad. Damián, en cambio, tenía casi treinta años y vivía de lo que había ahorrado en un trabajo que ya no tenía.

 Vale la pena mencionar, y él siempre se lo decía a su madre, que la empresa había quebrado por mal manejo del dinero. No lo habían echado ni había renunciado sino que la empresa simplemente había dejado de existir. Eso no parecía importarle a su madre, que había empezado a presionar a Damián cuando su hija Gabriela se había casado el año anterior. Antes, toda la atención de la madre había estado sobre ella pero ahora llamaba a Damián a todas horas, como si fuera una entrenadora viendo el estado de su único atleta.

 La verdad era que Damián no pensaba en ir al matrimonio pero Benilda, su madre, lo había amenazado tanto con las consecuencias de no asistir que prefirió no ir en su contra. Lo hizo comprar un traje, a pesar de la insistencia de él en que nunca lo iba a usar más ya que era un hombre creativo y no una marioneta de oficina. Eso a ella poco le importó. Dijo que siempre servía tener un buen traje, para ocasiones como bodas y funerales. Damián rió cuando escuchó lo de los funerales, contestando lo triste que sería para alguien verlo a él en traje y saber automáticamente que alguien murió.

 Cuando no estaba siendo acosado por las preguntas incesantes de su madre, Damián prefería escribir y dibujar. Eran las dos cosas que más le gustaba hacer y las únicas dos que sentía que hacía bien. Los deportes eran un caso perdido para él, principalmente porque pensaba que eran una idiotez. Y para los números no era precisamente un genio, cosa que le había costado su primer trabajo como cajero en una tienda de ropa. Damián también buscaba trabajo pero la verdad era que no se esforzaba mucho en ese cometido. No era fácil encontrar ofertas de trabajo que buscaran gente verdaderamente creativa. Todos apuntaban a tener alguien que se dejara manejar porque eso era lo que querían las empresas pero no lo que quería Damián como ser humano.

 Cuando dejaba de quejarse de todo, porque así era él, se quedaba callado e imaginaba lo que podría ser su futuro: un escritor reconocido, un dibujante prolífico o incluso un gran actor o un cocinero de renombre. Estas dos últimas cosas le llamaban la atención por dos de sus rasgos más notorios: era un gran mentiroso, muy bueno. Todo el mundo se creía completo lo que él decía, como si en la cara tuviese escrito que no podía mentir. En cuanto a lo de la cocina, era algo que hacía con frecuencia. Vivía solo, en el apartamento que antes había sido de su hermana, y allí cocinaba para sí mismo todos los días e incluso para un par de fiestas que había organizado allí mismo con sus amigos. Pero, siempre que volvía a la realidad, sentía que todo eso eran solo sueños ridículos y que a nadie, o a casi nadie, se le presentaban oportunidades tan grandes, tan fácilmente.

 Otro fin de semana, a una semana de la boda, doña Benilda arrastró a su hijo al centro comercial para comprar zapatos “decentes”. Al parecer, ella no veía con muy buenos ojos que su hijo fuese a usar zapatos deportivos negros con su traje nuevo. Ni siquiera cedió antes unas botas negras, militares, que Damián conservaba como un tesoro. Nada de lo que tenía le gustaba e insistió que debían ir a comprar unos nuevos. Después de un recorrido largo y tedioso por varias tiendas, la madre de Damián por fin encontró lo que buscaba: unos zapatos negros, que parecían hechos para un hombre mayor de noventa años. Eran incomodos, feos y no muy baratos pero ella los compró y Damián no pudo decir nada.

 Le dijo que lo invitaba a almorzar, ya que no parecía estar comiendo bien. La verdad era que Damián comía bastante pero lo hacía ciertas horas y había dejado de comer cosas que le sentaban mal a su estomago. Era increíble, pero su propia madre no tenía ni idea de lo que podía y no podía comer. Con la bolsa de los zapatos y un par de bolsas de compras que había hecho su madre. Se sentaron en una mesa de la plaza de comidas y su madre, sin parecer dudar mucho, le pidió a Damián que le comprara una carne con papas y ensalada en uno de los restaurantes. Damián le hizo caso y fue con pasa lento hasta el lugar.

 No había fila entonces el proceso fue rápido. Le dieron una de esas alarmas circulares, y le dijeron que el pedido estaría listo pronto. Desde la mesa, su madre le gritaba que usara el cambio para comprar su comida. Damián ya no era como en la escuela, cuando sentía vergüenza de sus padres si hacían algo ridículo pero en ese momento recordó el sentimiento. Se dio la vuelta, le agradeció al encargado y empezó a caminar para ver que pedía. En un local de comida saludable, había un joven jugando con un aparato electrónico, cosa que a Damián le llamó la atención. Se dio cuenta que tenía un menú bastante rico y decidió pedir algo.

 Fue cuando se acercó al sitio y saludó al empleado, que se dio cuenta de sus ojos. La sexualidad de Damián nunca había estado exactamente definida pero en ese momento supo que le gustaba mucho ese chico. Se quedó sin habla unos segundos hasta que subió la mirada y leyó en voz alta el menú que quería. El empleado sonrió, visiblemente extrañado por la actitud del cliente, y le cobró sin decir más. La transacción fue rápida y justo en el momento, vibró la alarma del pedido de su madre. Sin decir nada se fue pero a medio camino se dio cuenta que no tenía su cambio y tuvo que devolverse, rojo de la pena, a pedírselo al empleado, que le sonrió divertido.

 Esa noche, Damián soñó despierto de nuevo, esta vez con el lindo empleado del restaurante de comida saludable. Solo se lo imaginaba ahí frente a i dirigido dos veces. ojos color miel bien abiertos y esa sonrisa medio burlona que le habolo se lo imaginaba ahél, sonriendo, con sus ojos color miel bien abiertos y esa sonrisa medio burlona que le había dirigido dos veces. Pero como todos los sueños vividos de Damián, terminó sin conclusión y pro su propia decisión. Era una idiotez soñar con cosas que no iban a suceder nunca, y estar con alguien que lo comprendiera era igual de descabellado como soñar con ser un escritor famoso. Simplemente eran cosas que jamás iban a suceder y que no valía la pena pensar en ellas.

 Pasaron los días hasta que, por fin, llegó la hora del matrimonio de la prima joven de Damián. Su madre le exigió estar en el lugar de la boda temprano. Apenas llegó, no lo dejó ni saludar a su padre, a su hermana o a la novia sino que empezó a arreglarle el saco, la corbata e incluso trató de pulirle los zapatos con un pañuelo y saliva. Pero afortunadamente todo empezó rápido y tuvieron que sentarse y estar en silencio. Damián detestaba las bodas porque siempre decían muchas idioteces, en un momento u otro. Pero afortunadamente los novios parecían tener prisa de estar casados y la ceremonia fue rápida.

 En el salón donde se iba a celebrar la cena, Damián se sentó en la misma mesa que sus padres, su hermana y el esposo de ella. A Damián le caía bien él y, según le contó, conocía desde antes al esposo de la prima casada porque jugaba futbol con su hermano. Señaló entonces otra mesa para indicarle quien era el hermano del novio y Damián casi se cae de la silla cuando se dio cuenta que era el chico del centro comercial, al que no le había podido decir bien su pedido. Tratando de no sonar nervioso, le preguntó a su cuñado que hacía el hermano del novio y le contó que había salido de la universidad hacía unos años pero que no había encontrado trabajo estable. Tenía un par de oficios de medio tiempo. Era músico.

 De nuevo, Damián casi se ahoga y su cuñado le pasó una copa de champagne, con la que brindaron por los novios. Los platos de comida empezaron a ir y a venir y Damián se concentró en no mirar a la mesa del chico, del que todavía no sabía el nombre. No quiso hablar más del tema con su cuñado porque no quería que pensara que había más interés del normal, aunque así era y Damián se concentraba mucho en no mirar. Habló con su hermana y su cuñado de su nuevo apartamento, de sus trabajos, con su padre de la política nacional y su madre tuvo oportunidad de quejarse de más cosas. Entonces los novios interrumpieron mientras los meseros repartían el postre para anunciar su primer baile como esposos.

 Ellos bailaron primero y todos celebraron y luego la gente se les unió, incluidos los padres de Damián y su hermana y su cuñado. Se quedó solo y entonces perdió la voluntad y miró hacia la mesa que tanto lo torturaba. Pero allí no había nadie. Todos se habían levantado. Miró entre los bailarines, a ver si veía al chico pero no lo vio por ningún lado. Seguramente se había ido. Aunque si era el cumpleaños de su hermano…

-       Hola.

 El chico había llegado por detrás, sin aviso. Damián quedó lívido. El chico se sentó a su lado y empezó a hablar de las bodas y entonces Damián, lentamente, se unió a la conversación. Así hablaron por horas hasta que la fiesta terminó y tuvieron que ir todos a casa. Cuando llegó a su apartamento, Damián se dio cuenta que por el miedo a lo que podría pensar, no le había pedido el número. Pero no importaba porque entonces vibró su celular. Era un mensaje y Damián leyó:

-       Le pedí tu número a tu prima, mi cuñada. Estamos en contacto. Buena noche. Felipe.


 Damián sonrió y contestó sin dudar. Ya no más dudas. Solo hacer.