viernes, 4 de diciembre de 2015

Cosas que hacer

   Apenas giré la llave, el agua me cayó de lleno en la cara. Di un salto hacia atrás, casi golpeando la puerta corrediza de la ducha, porque el agua había salido muy fría y después se calentó tanto que me quemó un poco la piel. Cuando por fin encontré la temperatura correcta, me di cuenta que mi piel estaba algo roja por los fogonazos de agua caliente.

Me mojé el caballo lentamente y cuando me sentí húmedo por completo tomé el jabón y empecé a pasarlo por todo mi cuerpo. Mientras lo hacía, me despertaba cada vez más y me daba cuenta de que mi día no iba a ser uno de esos que me gustaban, en los que me duchaba tarde porque dormía hasta la una de la tarde y después pedía algo a domicilio para comérmelo en la cama. Esos días eran los mejores pues no necesitaban de nada especial para ser los mejores.

 Pero ese día no sería así. Eran las nueve de la mañana, para mi supremamente temprano, y tenía que salir en media hora a la presentación teatral de una amiga. Se había dedicado al teatro para niños y por primera vez la habían contratado para una temporada completa así que quería que sus mejores amigos estuvieran allí para apoyarla.

 Me cambié lo más rápido que pude y me odié a mi mismo y al mundo entero por tener que usar una camisa y un corbatín. Me miré en el espejo del baño y pensé que parecía un imbécil. La ropa formal no estaba hecha para mi. Me veía disfrazado y sabía que cualquiera que me mirara detectaría enseguida que yo jamás usaba ni corbatas, ni zapatos negros duros, ni corbatines tontos ni camisas bien planchadas.

 Salí a la hora que había pensado pero el bus se demoró más de la cuenta y cuando llegué ya había empezado la obra. Menos mal se trataba de Caperucita Roja y Cenicienta, y no de alguna obra de un francés de hacía dos siglos. Mi lugar estaba en uno de los palcos, abajo se veía un mar de niños que estaban atontados mirando la obra. Era entendible pues había también títeres y muchos colores, así que si yo tuviera seis o siete años también hubiera puesto mucha atención.

 Cuando se terminó la primera obra hubo un intermedio. Aproveché para buscar a mi amiga en los camerinos pero el guardia más delgado que había visto jamás me cerró el paso y me trató que si fuera indigno de entrar en los aposentos de los actores. Le expliqué que era amigo de tal actriz y que solo quería saludarla y entonces me empezó a dar un discurso sobre la seguridad y no sé que más. Así que me rendí. Compré un chocolate con maní y regresé a mi asiento para ver la siguiente obra.

 Cuando terminó, llamé a mi amiga y le dije que la esperaría afuera. No esperaba que tuviese mucho tiempo para mi, pues era su día de estreno, pero me sorprendió verla minutos después todavía vestida de una de las feas hermanastras. Fuimos a una cafetería cercana a tomar y comer algo y ella me preguntó por mis padres y por Jorge. Yo solo suspiré y le dije que a todos los visitaría ese día, después de hacer un par de cosas más. Ella me tomó una mano y sonrió y no dijo más.

 Nos abrazamos al despedirnos y prometimos vernos pronto. Apenas me alejé, corrí hasta una parada de bus cercana y menos mal pasó uno en poco tiempo. Tenía el tiempo justo para llegar al centro de la ciudad donde tendría mi examen de inglés. No duraba mucho, solo un par de horas. Era ese que tienes que hacer para estudiar y trabajar en país de habla anglosajona. El cosa es que lo hice bastante rápido y estaba seguro de que había ido estupendamente.

 Salí antes para poder tomar un autobús más y así llegar a casa de mi hermana con quién iría más tarde a visitar a mis padres. Con ella almorcé y me reí durante toda la visita. Mi hermana era un personaje completo y casi todo lo que decía era sencillamente comiquísimo. Incluso sus manierismos eran los de un personaje de dibujos animados.

 Había cocinado lasaña y no me quejé al notar que la pasta estaba algo cruda pero la salsa con carne molida lo compensaba. Allí pude relajarme un rato, hasta que fueron las tres de la tarde y salimos camino a la casita que nuestros padres habían comprado años atrás en una carretera que llevaba a lujosos campos de golf y varios escenarios naturales hermosos.

 Cuando llegamos, mi madre estaba sola. Mejor dicho, estaba con Herman, un perro que tenía apariencia de lobo y que siempre parecía vigilante aunque la verdad era que no ladraba mucho y mucho menos perseguía a nadie. Herman amaba recostarse junto a mi madre mientras ella veía esas series de televisión en las que se resuelven asesinatos. Seguramente las había visto todas pero aún así seguía pendiente de ellas como si la formula fuese a cambiar.

 Mi padre estaba jugando golf pero no se demoraría mucho. Hablamos con mi madre un buen rato, después de que nos ofreciera café y galletas, unas que le habían regalado hace poco pero que no había abierto pues a ella las galletas le daban un poco lo mismo. Me preguntó de mi examen de inglés y también de Jorge, de nuevo. Le dije que todo estaba bien y que no se preocupara. Miré el reloj y me di cuenta que casi eran las cinco. A las siete debía estar de vuelta en mi casa o sino tendría problemas.

 Me olvide de ellos cuando mi padre entró en la casa con su vestimenta digna de los años cincuenta y su bolsa de palos. Lo saludamos de beso, como a él le gustaba, y tomó su café mientras nos preguntaba un poco lo mismo que habíamos hablado con mi madre. Mi hermana hizo más llevadera la conversación al contarles acerca de su nuevo trabajo y del hombre con el que estaba saliendo. Al fin y al cabo era algo digno de contar pues se había divorciado hacía poco y esa separación había significado su salida definitiva del trabajo que tenía antes.

 Apuré el café y a mi hermana cuando fueron las seis. Nos despedimos de abrazo y prometí volver pronto. Lo decía en serie aunque sabía que luchar contra mi pereza iba a ser difícil. Pero necesitaba conectarme más con ellos, con todos, para poder salir adelante. No solo debía caer sino también aprender a levantarme, y que mejor que teniendo la ayuda de las personas que llevaba conociendo más tiempo en este mundo.

 Volvimos en media hora. Mi hermana me dejó frente a mi edificio. Le prometí también otro almuerzo pronto e incluso ir a ver la película de ciencia ficción que todo el mundo estaba comentando pero que yo no había podido ver. Ella ya la había visto con amigas pero me aseguró que era tan buena que no le molestaría repetir.

 Subí con prisa a mi apartamento. Tuve ganas de quitarme toda esa ropa ridícula pero el tiempo pasó rápidamente con solo ir a orinar. A las siete en punto timbró el celador y le dije que dejara pasar al chico que venía a visitarme. Cuando abrí la puerta, lo reconocí al instante y le pagué por su mercancía. Se fue sin decir nada, dejándome una pequeña bolsita, como si lo que me hubiese traído fuesen dulces o medicamentos para el reumatismo.

 Abrí y vi que todo estaba en orden. Dejé la bolsa en el sofá y salí de nuevo. Tenía tiempo de ir caminando a la funeraria donde velaban a un compañero de la universidad con el que había congeniado bastante pero no éramos amigos como tal. Yo detestaba ir a todo lo relacionado con la muerte pero me sentí obligado cuando la novia del susodicho me envió un mensaje solo a mi para decirme lo mucho que él siempre me había apreciado.

 Yo de eso no sabía nada. Jamás habíamos compartido tanto como para tener algo parecido al cariño entre los dos. A lo mucho había respeto pero no mucho más. Me quedé el tiempo que soporté y al final me quedé para rezar, aunque de eso yo no sabía nada ni me gustaba. Cuando terminaron, me despedí de la novia y me fui.

 Otro autobús, este recorrido era más largo. Al cabo de cuarenta y cinco minutos estuve en un gran hospital, con sus luces mortecinas y olor a remedio. Mi nombre estaba en la lista de visitantes que dejaban pasar hasta las diez y media de la noche y, afortunadamente, tenía una hora completa para ello.

 Seguí hasta una habitación al fondo de un pasillo estrecho. Antes de entrar suspiré y me sentí morir. Adentro había solo una cama y en ella yacía Jorge. No se veía bien. Tenía un tapabocas para respirar bien y estaba blanco como la leche y más delgado de lo que jamás lo había visto. Al verme sonrió débilmente y se quitó la mascara. Yo me acerqué y le di un beso en la frente.

 Me dijo que me veía muy bien así y yo solo sonreí, porque sabía que él sabía como yo me sentía vestido así. Le comenté que había comprado la marihuana que le había prometido y que la fumaríamos juntos apenas se mejorara, pues decían que el cáncer le huía. El asintió pero se veía tan débil que yo pensé que ese sueño no se realizaría.


 Le toqué la cara, que todavía era suave como la recordaba y entonces lo besé y traté de darle algo de la poca vida que tenía yo dentro. Quería que todo fuese como antes pero el sabor metálico en sus labios me recordaba que eso no podía ser.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Scorched

   Devastation. That’s the only word she could think about. Tally Green had been taught, throughout her life, that science was inherently good in its intentions and only very devious men, often on the side of the scientific path, would used it for dark purposes. But now, seeing what she had helped create, Tally was not very sure of that any more.

 She saw herself as a good person. She always helped various organizations during Christmas time, she gave money to non-profit groups that helped women and children around the world and she had never been particularly nasty against anyone. She didn’t liked violence, to the degree of never having seen a real fight between two people. Tally thought herself innocent even, of some of the things that human life had to offer.

 But that was the past. Wearing her light gray uniform, checking every camera in the field to check if what she was looking at was real, Tally realized her so-called innocent days were over.

 Applause came from her side, from the politicians and high-ranking military people that had attended the demonstration. They were all please and she could see in their faces that they were not innocent. Actually, it was rather easy to see they loved everything that had to do with destruction, with war and the capacity that someone had to destroy every single thread of decency left in this universe.

 The machine was identified as XLIU897 but the team that had created it called it The Fireman. It was a term of endearment for a weapon able to destroy entire acres of vegetation. It had been created so it would destroy all organic life but leave all the rest intact. They said it would come in handy if an army needed to liberate a city or if some townspeople needed to begin again with their crops. The weapon would destroy it all and then new crops could be put in place, as life could grow again on site.

 That was actually the only thing those men in ties didn’t like about the Fireman. They said they didn’t see the use of a weapon that destroyed and then left the land untouched. It was clear that the military uses for the weapon were a priority and that no government would really let farmers use it in their lands. All they wanted to do was to create hell on Earth and they had already done so.

 Just minutes ago, when everything disappeared under a red light and a hot wind, those awful men were smiling and apparently felt exceedingly happy with themselves. They were awful people, Tally knew that, but she felt she was an even worst person because she had helped create what those men were enjoying and were going to use to destroy.

 When she went back home that night, she was not only exhausted but the weight on her back felt much heavier than usual. Tally thought of the various books she had read about science and instantly remembered of Oppenheimer and all the other men and women involved in the creation of the first atom bomb. She thought that they were even guiltier than she was because an atom bomb had no possibility of being used as any other thing than as a weapon. The Fireman, on the other hand, had real possibilities as a helper to regenerate the land on places were it was needed. Tally had always wanted to help people and thought she was going to do it with that creation.

 But now, opening a can of beer in the kitchen and taking a sip, she realized she couldn’t just let things be. She left the can alone on the counter and grabbed her phone. Without thinking much about it, she called a friend that worked for the ethics committed of the department of defense. Tally told him about her case (she knew he was aware of the weapon) and asked him if was possible to stop the use of such a weapon in the world. After all, it had been created in an independent laboratory.

 The answer was somewhat disappointed, as he told her that if the army decided to acquire the weapon, the government would just block everyone trying to talk or know more about the subject. He said that they could even make her loose her job, just to make her look desperate and use her in public as a case of anti-patriotism.

 When Tally hung up, she had another idea in her mind. She knew her friend was honest and that the army was practically taking over the project. As she walked out of the laboratory, she saw some more military men arriving. That wasn’t normal and it was very likely the department of defense was already enabling the purchase of the weapon, even if the army wanted it to be changed and target also the ground itself.

 In her bedroom, Tally put some clothes on a backpack and also some food. She carried that to her car and drove back to work. As she was one of the main people on the project, she had every key possible. She entered the building, smiling to the security man and hoping she wouldn’t find any military men inside. But there were none. So she entered her lab and almost ran to the main computers. The idea was simple: to erase everything and make it disappear or simply take some vital piece on a portable device and just vanish with it.

 But she was too late. There was nothing on the computers. It had already been taken and people hired by the government were already monitoring the project. She had acted too slowly against them and the world would pay.

 Tally found a job in a pharmaceutical company, not a big one like those in movies but a smaller company that produced cheaper versions of very expensive drugs used to treat HIV and many virus related diseases. The company was controversial because it gave a chance to people suffering the AIDS pandemic to survive and live a happy and healthy life. She loved it there and loved to see reporters and protesters every morning. That way she knew she was finally doing some good in the world.

 She was not really involved in the creation of the drugs but rather on something even more interesting: the development of an effective cure. And they felt they were closer and closer and she felt proud of herself everyday because of that.

 That was until it happened. Half of the whole woke up to the news, the other half saw it begin live. Something was happening in Eastern Europe, some kind of wave was burning every single piece of land, meter by meter. People could see how everything died, slowly. Some ran away from the wave, others stayed and were burned alive by the invisible wall that advanced toward the east. Entire countries were burned alive and survivors were very scattered and not many.

 Then, out of nowhere, a huge army appeared and started invading the devastated lands. It was the first time in History that Moscow fell into foreign hands, half of its population killed slowly by burning. The men that had taken the city proclaimed the end of the failed Russia and announced the annexation of the country to their own new empire.

 All work at her company was stopped that day. Outside, there were no protesters or really anyone. People were too scared to go out to the street. What if one of those invisible walls advanced towards them and turned them into ashes in a matter of seconds?

 It was announced the next day that it had been, as Tally knew, a move by the most powerful country in the world. She had left that place years ago and it haunted her that her work was killing millions somewhere else. What she had been working on now just didn’t cover the evil she had helped create, the enormous guilt she felt for what she had done with her so-called innocence.


 The next day, as more and more troops, more and more bombs, and another wall advanced to the west, Tally decided she just couldn’t keep on living. She hung herself in her living room and was only found weeks after, when the invading army entered the city and saw her charred bones.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

La esfera

   La esfera seguía caliente al tacto, aunque no tan caliente como debería de haber estado después de estar más de diez minutos en un horno de fundición. Era increíble como semejante objeto tan pequeño, liso y redondo se resistía a ser destruido, como si fuera mucho más importante que cualquier otra cosa en el mundo. Era una esfera dorada y pesaba en la mano según la persona que la cargara. Era algo muy curioso, pues ya había sido comprobado que muchas personas no eran capaces de levantarla del suelo, mientras que otros podían jugar con ella cómodamente.

 Nadie sabía de donde había salido el objeto. Uno de sus dueños pasados, un escritor especialmente curioso, se dedicó a trazar la línea temporal del objeto pero no llegó muy atrás y los que la tuvieron después se encontraron con el mismo problema. De hecho, la gente en el siglo XXI se las vio negras para descifrar su existencia, pues las huellas humanas no quedaban impregnadas en la esfera. Por mucho que la tocaran, así la mano estuviera fría o caliente, húmeda o seca, no había manera de dejar marca alguna sobre el pequeño objeto. Era como si se negara a ser contaminada.

 Y eso no solo era con las huellas sino en general. La esfera había pasado de un lugar a otro a través del tiempo, de estar en cofres señoriales a encerrada bajo vidrios protectores. Pero nadie podría haberlo sabido pues la esfera parecía tener una conciencia más allá de su pequeño tamaño. Nadie se lo explicaba ni se lo preguntaba pero no existían registros, en ninguna parte, de la existencia de dicho objeto. En ningún museo donde había estado había registro de la esfera, ni en colecciones privadas, ni siquiera en correspondencia electrónica. El objeto borraba sus pasos.

 Desde hacía mucho algunos de sus dueños habían notado como, si se le sacudía por un tiempo definido, se podía escuchar dentro de la esfera algo así como un murmullo. Era como lo que sucede con las caracolas en las que se puede oír el mar, aunque lo que se oye es el viento pasando por los diferentes compartimientos de la estructura. Pero la esfera no era una estructura, al menos no de manera visible para el ser humana. Y sin embargo se escuchaban esos extraños sonidos. Uno de sus dueños reflexionó diciendo que le sonaba como el mar y otro dijo que eran voces, no una, sino muchas voces hablando pero sin distinguirse.

 Hubo quienes usaron todo tipo de herramientas y métodos para poder abrir la esfera. La intriga a veces los volvía locos, y querían saber definitivamente que era lo que poseían y si había algo en el interior que cambiara su visión de lo que pensaban del objeto. Pero ni las armas más potentes ni los líquidos más nocivos fueron capaces de abrirla. Meter la esfera en una fundición había sido la idea de uno de sus desesperados dueños, pero tampoco había funcionado.

 La esfera cambiaba de manos con regularidad y no era que pudiera moverse sola o algo por el estilo sino que todos sus dueños tenían la costumbre de perderla o de morir inesperadamente. Muchos se castigaban diciendo que eran torpes y la habían dejado en algún lado perdiéndola tontamente. Eso le había pasado a una de las reinas europeas, que reclamaba haberse dejado la esfera en uno de sus carruajes. Incluso ejecutaron a dos de sus conductores por sospecha de robo pero jamás pudieron probar nada al respecto.

 Ahí, de nuevo, aparecía esa extraña voluntad que tenía la pequeña bola. Era como si ella quisiera que la perdieran, como si quedarse demasiado con un solo ser humano fuese demasiado para ella. Sus actitudes habían sido extrañamente documentadas por su propietario más duradero. Había sido un monje de la Edad Media, enclaustrado en un monasterio alejado de todo, que había encontrado la esfera en uno de los campos que abastecía a todos los monjes con cereales.

 Justo era su nombre y él fue dueño de la esfera por unos cincuenta años, más tiempo que ninguna otra persona que, de hecho, le bastó para estudiar el objeto lo mejor que pudo y sacar varias conclusiones. Sus notas se perdieron en el tiempo, seguramente por voluntad de la esfera, pero es casi seguro que Justo descubrió esa fuerza que residía dentro del objeto dorado. Se le perdió varias veces pero siempre la recuperó hasta que murió y alguien la robó del monasterio.

 Él concluyó, poco antes de morir, que sí eran voces provenientes de la esfera y, siendo un hombre religioso, concluyó que esas eran las almas en el purgatorio pidiendo al Señor que las ayudara a ascender a los cielos para estar cerca de Él. Esto, por supuesto, fuero conjeturas hechas por una persona de una época con rasgos bastante marcados. Aunque muchos más que oyeron los sonidos declararon que eran las voces de los demonios, otros más dijeron que eran seres humanos muertos o incluso personas al otro lado del mundo. Incluso un científico teórico de renombre que fue dueño del a esfera por ocho años, creyó que con ella podría probar la existencia de varias dimensiones.

 No era difícil entonces que la esfera intrigara tanto a los seres humanos. Aquellos que podían manipularla con facilidad, a menudo establecían una relación especial con el objeto, guardándolo cerca o incluso teniéndolo consigo en la cama por las noches. Una joven pobre que fue su dueña por trece años ponía la esfera siempre bajo la almohada y así dormía mejor, con su calidez y su especie de ronroneo constante. La joven veía a la bola como su objeto más preciado y fue el peor momento de su existencia cuando esta desapareció de repente.

 Las muertes alrededor de la esfera eran comunes, incluso se había manchado de mucha sangre en diversas ocasiones pero, como pasaba con el resto de manchas, simplemente no quedaba impregnada en su lisa superficie. Por supuesto había habido gente enloquecida que había matado por tener posesión del objeto, pero en esos casos la bola no duraba ni un año en su siguiente hogar. Aunque parecía que generaba la muerte, la esfera parecía escapar de ella, alejándose de cualquier caos y prefiriendo quedarse en hogares más calmados, sin tanta excitación.

 Había sido adorno, juguete sexual, juguete, amuleto y muchas cosas más. En sus superficie limpia había querido asentarse el polvo de la Historia, pero la esfera parecía no estar cómoda con la idea de hacer parte de ella. No quería ser una posesión más y jamás lo había sido de verdad. Siempre era un préstamo temporal y siempre era una evolución tras otra, a veces acelerada y a veces a paso lento.

 Por todo el mundo la habían visto y la esfera no rechazaba de ninguna manera porque no temía al ser humano como tal si no a su capacidad de pensar siempre en lo que lo podía destruir. Se podía creer que eso era lo que reflexionaba la esfera antes de desaparecer, de impulsar su desaparición de una de las grandes casa donde había residido o incluso de las chabolas donde también se había asentado por largos periodos de tiempo.

 Si los registros se hubiesen preservado, se podrían haber trazado rutas a lo largo de mapas y se podrían haber creado líneas temporales. Pero aún así, jamás se podría haber predicho adonde iba a ir la esfera después o cual era su verdadero origen. Estas dos cosas eran los secretos más profundamente guardados en referencia a esa pequeña bola dorada.

 Como el material siempre parecía nuevo, era poco probable que el creador original hubiese tallado su nombre o una marca especial para catalogarlo como suyo. Y como era de una forma tan genérica no había manera de atribuirle el objeto a ninguna civilización en particular. Lo único que podía hacerse, y ni siquiera era algo que ayudara mucho, era concluir que había sido hecha en algún lugar donde hubiera oro. Pero incluso eso era discutible porque muchos de sus dueños habían dudado de que ese material fuera de hecho oro. Lo parecía pero tal vez no lo era.


 Mujeres y hombres fueron sus poseedores y la esfera siguió allí, en un rincón, a un lado de los eventos de la Humanidad. Y cuando no hubo más humanidad, la esfera simplemente se quedó sola y las voces dentro de ella dejaron de hablar, conscientes de que no habría nadie más, jamás, que pudiese escucharlas.

martes, 1 de diciembre de 2015

Smoke and mirrors

   The sound was loud and insisted on staying. For a moment, it seemed they were really ringing at the door but it happened to be all in the dream. The sound was horrible, louder than anything he had heard in the past. He wanted to wake up but couldn’t until he forced his body to answer to his command. It hurt, like peeling of a Band-Aid. The sound then stopped and he felt he was back at his bed but the truth was his own brain had deceived him. Unable to get him out, it had just transported him elsewhere.

 First, he seemed to be sleeping in something similar to a bed but then the feeling fade away and he started falling and falling and falling through consecutive holes in a deep blackness of his subconscious mind. He felt the wind on his face and his ankles but did not worry. Somehow, he knew that he would land softly somewhere, eventually. The area kept changing color, sometimes being red and other times black again.

 Again, he felt he had woken up but this time he knew it wasn’t real. He hadn’t landed anywhere, instead having appeared in a grassy field with small hills and nothing else in sight. Then, the sky changed and it became nighttime and in the ground a forest had sprung up to life. He automatically entered the forest and hoped to find a proper exit to his dreams from there. Maybe there was a door or something special he had to do to end all of this nonsense.

 He felt trapped in a world similar to the one in Alice in Wonderland but the difference was that Alice’s world was at least funny and interesting. His dream world was seriously boring next to it. Having realized he wasn’t able to wake up by his own will, he tried to change the world he was in but all he could achieve was to make some flowers appear. As night had fallen just minutes ago, he could barely see them so he tried to change night back to day but al he could do was getting the sun stuck in the sky, casting an annoying twilight all around.

 Walking became harder as his eyes had to be covered because of the light. He walked as if he had become blind in a second, touching everything he could and doubting every step he walked. Then he reached a cliff and had to stop moving. But that didn’t change anything: he still slipped and fell, again falling through holes and for a long time.

 Then, he actually woke up for a moment and realized he was very warm beneath his blankets, so warm in fact that he had been sweating a lot. He removed his short in a moment and fell fast asleep once again. Surprisingly, he wasn’t wearing a shirt either in his dream. Apparently his subconscious liked the idea of being shirtless so much that it had put him in a tropical setting, which he appreciated.

 People he knew were all around: his family, some of his friends, even people he had never been very familiar with. They were all in the beach, playing volleyball or laughing or splashing water to others. It was a small paradise and the sun felt real on the skin, on his face. He wished the dream wouldn’t end but he knew that wasn’t possible, not even if he died in his sleep.

 He stood up and walked down the beach, smiling at his mother who was attending to a younger him and then watching how many of the guys he had dated were casually talking in a small group. They all smiled at him and waved their hands and he knew it was very strange but still waved his hand and smiled too.

 There was a pier he hadn’t noticed before, made of cement pillars and wood planks on the floor. He walked slowly on it, feeling the wood on his feet and the warmth of the sun on his cheeks. He really wanted this to be real, to be the world he lived in. Not only because of the beautiful setting but because he didn’t feel any worry, he didn’t feel he had to do anything. It was just perfect.

 At the end of the pier there was a man, taller than him and shirtless too, that looked at the ocean. All he could see of that person was his back, which didn’t look bad at all. And as he saw him, he realized he knew who he was and that he had to talk to him, to see his face and to hug and kiss him and share his life with him and cherish every single moment they were able to be together.

 But just when he was able to touch the man’s arm, the scene changed and the guy was behind him, with his arms around him. He had no idea why, but he wasn’t compelled anymore to see his face. Maybe deep down, in some other level of consciousness, he already knew who that person was or at least what he looked like. Maybe that’s why he didn’t mind turning around and stop watching the sunset beyond the perfect blue ocean. It was the first time in his life he finally felt at home.

 As it happens often, his body chose that exact moment to wake him up. He opened his eyes sad, frustrated to know all that had happened was a lie and that there weren’t any arms around him hugging him, making him feel alive and safe. He turned his head for a minute, realizing it hadn’t been his brain that had woke him up, it had been the rain in the window. It was very dark outside and he knew he had some more hours to sleep, after all it was Saturday the next day so he wasn’t precisely going to wake up early for anything.

 This time, it took him a while to fall asleep, as he kept analyzing what he had seen in the dream, trying to remember more about the man in the pier. But his mind finally let go of the thought of someone that didn’t existed and just surrendered to the few extra hours of sleep.

 This time, he ran through some destroyed street. There were bricks all around and graffiti on the wall and he felt he was in some serious thing because he couldn’t hear anything besides his feet stomping on the ground. He finally stopped running and went up some stairs, to the second floor of a typical movie motel. He had never seen one of those in actual life, but he had seen so many in movies and TV series that his brain must have design it from similar memories.

 He entered a door on the second floor and locked it. The room was all done in a clear ‘70s style, with the orange and brown curtains smelling of pot, silky sheets on the bed, furniture in gold and silver and a TV set with no remote control. Everything was on point and he knew, again thinking of himself as asleep, that he had seen some place like this one before. He was sure of it.

Suddenly, someone entered the room and he just had seconds to run to the window and jump towards it. Whoever was behind him had starting shooting and his only option had seemed to jump through a window. He landed on the pool below, which was rapidly tainted with his blood. He had no idea how but he managed to get out of the pool and run down the street again. His body was aching but he had no idea where it hurt exactly. He just ran, preventing more damage.

 Out of nowhere, a neighborhood of tall skyscrapers and perfect sidewalks appeared in front of him. He entered the closest door, which happened to be a department store. He went up one floor on the working escalator and sat down by all the men shoe section to check his body. Only one bullet had hit him, on the right thigh, but it didn’t really hurt. He cleaned the wound with a shirt he grabbed from a table and decided to look for supplies or at least something to eat.

 Common sense drove him to the lower level of the department store. The supermarket was there and he suddenly felt very young and happy. He grabbed a cart and started grabbing various things he had eaten throughout his life: cookies, beverages, fruit, vegetables, cooked meals that smelled delicious, water and even deodorant. He went around with his shopping cart, happy about life and all it had to offer.


 Then, the man from the pier stood in front of him. He knew it was him, even if he couldn’t see his face. The man had been the one firing at the motel and this time he wasn’t going to miss. He had him in his hands and one last horrible thought crossed his mind: “What if I really died here? What if I never wake up? What if this was all a trap?”