lunes, 4 de diciembre de 2017

No hay mal que por bien no venga

   El ruido en la calle era ensordecedor. No se podía pensar correctamente con tantos sonidos alrededor. No solo era la interminable fila de automóviles, cada uno usando el claxon en un momento diferente, sino también las voces de las personas, los motores de las motocicletas, los timbres de la bicicletas y el bramido de todos los vehículos combinados. Además, y como no era poco frecuente en aquella ciudad, se escuchaban también los sonidos de percutores de alta potencia, usados por obreros en la calle.

 El taxi hacía mucho tiempo que no se movía ni un milímetro y Susana empezaba a desesperarse. Normalmente no le importaban mucho los trancones puesto que estaba acostumbrada a ellos. Su solución había sido siempre salir muy temprano y simplemente usar el tiempo en el transporte público haciendo algo más. Pero ya habían pasado quince minutos desde que había terminado su única tarea pendiente y eso la hacía poner atención a su entorno, cosa que no era muy buena.

 Susana era de esa clase de personas que debe vivir en constante movimiento, haciendo algo con la mente o las manos. Si de pronto dejan de moverse o de pensar, simplemente se vuelven locos. No locos en el sentido tradicional sino que pierden el sentido de todo, parecen no saber donde están y se desesperan por cualquier detalle. Por eso no tener nada más que hacer en un lugar como ese era lo peor que le podía pasar a Susana y ella lo sabía muy bien, pues ya le había ocurrido antes.

 Sacó el celular del bolso y empezó a mirar si tenía mensajes o llamadas perdidas. Pero no había nada de eso, lo cual era sorprendentemente inusual. Pensó en llamar a su secretaria para saber que pasaba en la empresa pero recordó que era la hora del almuerzo y seguramente no habría nadie cerca del teléfono que le pudiese ayudar. Su comida ya la había consumido, así que eso era algo menos que podía hacer. Solo había sido una ensalada ya lista de supermercado y una limonada demasiado agria.

 Se inclinó sobre la división de los asientos delanteros y le preguntó al conductor si tenía alguna idea de porqué nada se estaba moviendo en la avenida. El tipo tenía los audífonos puestos y se los quitó al notar a Susana, que tuvo que repetir su pregunta. El hombre se encogió de hombros, y sin más, se puso los audífonos de nuevo. Susana entornó los ojos, hastiada de la gente que no tenía ni idea de cómo hacer su trabajo, y se echó para atrás, recostándose contra la silla. Su cita era en media hora pero quería llegar antes para causar una mejor impresión. Era su manera de hacer las cosas.

 Pasaron otros cinco minutos y Susana sacó de nuevo el celular de su bolso. Lo había guardado cuidadosamente y no sabía porqué, ya que era el único objeto con la capacidad de tranquilizarla un poco, aunque en ese momento no estaba funcionando mucho. Verificó la dirección a la cual se dirigía y luego abrió la aplicación de mapas que venía con el aparato. Su ojos se abrieron al darse cuenta que estaba a solo unas diez calles del sitio. Podía caminar tranquilamente para llegar.

 La mujer abrió el bolso de nuevo y guardó el celular de nuevo pero esta vez sacó su billetera y estiró una mano para tocarle el hombro al conductor. Este se quitó los audífonos y se dio la vuelta. Tenía cara de haber estado durmiendo. Susana ignoró esto y le dije que se bajaba y que le diera la tarifa. El hombre no dijo nada, solo tomó una tabla de plástico con números y le indicó a la mujer cuanto debía pagar. Ella sacó el dinero justo, se lo dio en la mano al hombre y salió del taxi con una sonrisa.

 Ya en la acera, respiró profundamente. Era muy distinto poder respirar un aire algo más puro que el de un automóvil, así la avenida se estuviese llenado lentamente de los gases de los coches. Pensó en que lo mejor sería tomar una calle perpendicular, en pendiente, para llegar adonde necesitaba ir. Llegó a un semáforo y cruzó y fue entonces que escuchó un estruendo más en la vía. Por un momento pensó que había sido alguna especie de máquina pero resultó ser un trueno lejano.

 No se había alejado mucho de la avenida cuando empezó a llover con fuerza. El viento se arreció de repente y Susana empezó a correr sin mucho sentido, pues no se fijaba para donde estaba yendo. Lo importante en ese momento era buscar un lugar para cubrirse. Lamentablemente para ella, la calle era más que todo residencial y tuvo que correr dos cuadras más para llegar a una zona de pastelerías y tiendas de artículos para el hogar. Entró por la primera puerta que vio, asustada por otro trueno, más cercano.

 Cuando se dio la vuelta, se dio cuenta que había entrado en una especie de casa de té. Estaba un poco oscuro por la tormenta en el exterior pero varias velas alumbraban el entorno. Varias personas comían postre, la mayoría eran personas mayores pero había también otros que parecían estar en alguna reunión de negocios o simplemente comiendo algo con un amigo. Susana caminó al mostrador, con el pelo escurriendo agua. Miraba lo que había disponible para comer aunque en verdad no tenía nada de hambre. La mujer que atendía, más joven que ella, la miraba con curiosidad.

 Susana fue a abrir la boca pero la cerró de nuevo. La verdad no sabía si quería quedarse mucho tiempo en el lugar. Pero al mirar la ventana que daba a la calle, se dio cuenta que ir caminando ya no era una opción. Era increíble la cantidad de agua que caía del cielo. Parecía como si no hubiese llovido nunca. El cielo se había puesto de un color muy oscuro y no se veía ya nada de gente en la calle. Sin embargo, las personas que había en la casa de té no parecían interesadas en el exterior.

 Por fin se decidió por un café y un pastelito pequeño que parecía no saber a nada. La mujer le cobró y Susana le pagó sin mirarla. No era algo consciente, sino algo que siempre hacía cuando interactuaba con la gente en lugares así. Su mirada fija estaba reservada para reuniones como la que pensaba tener en poco tiempo. Apenas pudo, tomó una pequeña mesa en un rincón y trató de arreglarse un poco el cabello. La misma cajera le trajo el café y el pastelito, que Susana dejó sin tocar por un momento.

 Lo primero era ver la hora. Faltaban ahora solo cinco minutos para la cita y el lugar, aunque no era lejos, era ahora inaccesible por la tormenta. Decidió llamar y preguntar por el hombre con el que tenía la cita, para disculparse, pero nadie respondió. La línea funcionaba pero nadie contestaba, ni siquiera el conmutador automático. Colgó y tomó algo de café. Su mirada estaba perdida, puesto que el negocio que iba a concretar hubiese significado algo muy importante para su empresa.

 Suspiró rendida y tomó el pastelito para darle un mordisco. La decepción de repente le había abierto el apetito. Era un pequeño bizcocho blanco con relleno verde y Susana se sorprendió con el sabor. Sonrió por primera vez en mucho tiempo, puesto que el bocado le había provocado un cierto calor en el corazón, o en el pecho. Donde fuera,  había sentido como si se hubiese tragado una barra energética de gran potencia, que no solo daba ganas de moverse sin una alegría bastante particular.

 Era como un optimismo extraño que la invadía y sabía que tenía que hacer algo con ello. Pensó en salir del lugar y enfrentar la tormenta o llamar de nuevo para ver si podía arreglar otra cita con el hombre. Pero la respuesta estaba mucho más cerca de lo que pensaba.


 A su lado, un hombre vestido de traje y corbata la miró, puesto que Susana se había  levantado de la silla y se había quedado quieta. Ella lo miró y soltó una carcajada. Era él con quién tenía la cita y resultaba que estaba allí, tomando algo con otra persona. Se saludaron de mano y empezaron a hablar.

viernes, 1 de diciembre de 2017

His scent

   I loved to be the one hugging him, tightly, beneath the covers when it was raining outside or above them, naked, during the summer. Waking up was always one of the best parts of my day because I would notice his scent so very close to me. It didn’t matter how much we had moved during our sleep, it was always a please to feel him close to me. And I think, even if I would never dare to speak on his behalf, that he thought exactly the same thing. I think he loved me back, maybe even more.

 During the week, we would wake up at the same, even if the other had nothing to do that day. Sometimes it was me who kissed him before leaving for work, some other days it was me staying there, organizing my space and feeding the dog we had adopted together. Its name was Bumper, because he loved to bump into everything. Maybe the thing was that our dog was not very brilliant but we loved to imagine he had some traits of both of us. Maybe he was clumsy like me and distracted like him.

 Our favorite days, or at least mine, were Saturdays and Sundays. We would wake up earlier and I would make love to him for the longest time. I loved to explore his body slowly, even to the point that I would turn off my cellphone in order not to be interrupted from that beautiful task. I got to know every single centimeter of his body and I was proud to know every single corner of him. After a mutual orgasm, we would stay silent and then talk about our lives, fun little snippets every day.

 That’s how I think I know him. I think feeling his heart while sleeping, his breathing while we made love and his warmth when we kissed goodbye, it all made me understand him and really know who he was and what he wanted out of life. It didn’t take a long time for us to hold hands in public after we had decided to properly date each other. Same happened with our “sudden” decision to live together. We just knew we had to, it was meant to be and only we could understand the feeling.

 So, it’s pretty understandable that the worst day of my life was the one when a policeman, a man with a stupid face, came to our home and told me they had found him, the love of my life, dead on the street. It happened one night, when he was coming from work during one of those horrible thunderstorms that are becoming more and more common in these parts. According to the policeman, he had been assaulted by a group of men. They had taken his money, his belongings and had then proceeded to kick him and punch him until one of them decided to pull out a gun.

 My first question was simple: “Where is he?” The idiot policeman repeated that he was dead and I didn’t ask again. He offered to take me to the police station, so I grabbed a jacket and went along. It was so very late; I was already in my pajamas. It was very awkward, but I started crying in the police car, en route to my lover. I couldn’t stop crying for a second, only when I had to step out of the car in order to enter the police station. He never asked me if I was fine or needed something.

 The doctor running the morgue was a woman and I was thankful for that. She seemed to care for every single one of those corpses, of those dead people that for some reason were there, lying on their back inside a gigantic freezer. I started shaking the moment I entered the room and I lost any attempt to seem calm when she unveiled his body to me. He was naked, of course, and very white and blue. It’s a silly thing, but the first thing I thought was the fact that he hated both those colors.

 I took one of his hands and caressed it; I kissed his cheek and his forehead and held on to him. I could hear the dumbass policeman asking me if that was my “partner” but I didn’t care at all. I wanted to stay there forever, whit him, even if I had to die too. The doctor was very silent and it was obvious she would have preferred for me not to touch her patient but I couldn’t stop holding on to him. If I had let go, he would have died forever and I just couldn’t afford that to happen.

 However, all the crying and the memories and the deep pain got to me. I had been waiting for him to come with food, so my stomach was empty. The doctor, hours later, told me that could have been one of the reasons for me to faint right there on the morgue. They carried me to the police station’s infirmary and gave me some ramen soup, the kind you can make in the microwave. I ate that hot cup in silence, still crying. A massive headache began to brew.

 His family came in some hours later, after I had signed every single paper that had to be signed. Between those, I had to ask a friend to go to my house and bring me our marriage certificate, which only a few people knew about. It was hard for me to tell his family that we had been married for a couple of months and that it had been his decision not to tell them because he wanted it all to be a big reveal. He was planning it all as if it was the marriage of two famous people. And know, it had been me telling them all of it, with his cold body not too far away.

 They were shocked to hear it all, of course, but I honestly think I was the most affected by the tragedy. I kissed him several times once more, before I had to leave in order to go home. They promised they would arrange it all for his body to be prepared for whatever I would decide to do. I took the doctor to the side, and told her we had talked about being cremated together in a huge pyre, holding hands. She gave me a nice smile and told me to get back to her the next day.

 Sure enough, they sent his body to a cemetery where he would be cremated and given to me. I called his family to tell them all about it and they didn’t say much about it all. They seemed to be still in quite a shock. They did show up to the place and we even held each other for a moment, in silence. We saw his coffin, a very modest one; enter the oven and the metal door close afterwards. Tears rolled down my face but I didn’t cried loudly like before, I was under too much pain to do that again.

 They gave me his ashes and the doctor was there to pay her respects. I hugged her tight and cried some more. She offered to take me home and I accepted. His family didn’t say another word to me, even when I saw them looking at the urn with his ashes when they were handed to me. I wanted to make peace; I wanted them to understand what we had together. But it was too little too late, so I just went home with the doctor. She kindly stayed for a while but I have to say it was better when she left.

 That’s because I spoke to him for a while, as frankly as we had always been when he was alive. I told him he was the best thing to ever happen in my life and that I was proud that I got to meet such a wonderful person in such a shitty world. I thanked him for being my lover and husband, for making me enjoy life and people even more and for always been there for me. I hoped him the best for his afterlife, if there was one. If there wasn’t, I wanted him to know I would always be his.

 Another storm was brewing when I opened my bedroom window. The wind was beginning to howl. One strong current was enough to take the love of my life away from me. I saw him float away and then disappeared into the dark clouds floating not so far away.


 I left the urn right there and then dropped on the bed. His smell was still there. I closed my eyes to feel him one more time and it did work. It was the most beautiful thing I’ve ever felt. However, when I opened my eyes everything was real and raw. He wasn’t there anymore.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Errores

   No sé cuanto tiempo estuve tirado en el suelo, con agua de lluvia lentamente acumulándose a mi alrededor. Había sido lo suficientemente tonto y me había ido mal, de nuevo. Tenía miedo y había actuado bajo el control de los nervios y no de la reflexión profunda que alguien debería asumir cuando algo así ocurre. Cada centímetro de mi cuerpo había sido golpeado por los puños y pies de unos tres hombres, aunque la verdad es que nunca supe cuantos eran. Solo vi la cara de uno de ellos, muy cerca de la mía.

 Había llegado al lugar temblando pero también con la esperanza de que mis preocupaciones hubiesen llegado a un ansiado final. Hacía algunos meses había cometido la idiotez de usar el internet para desahogarme mientras no había nada en la casa. Todos estaban afuera y, no contento con la pornografía común y corriente, recordé algunos sitios con contenido algo más interesante, si es que así se le puede llamar a los fetiches extraños que pueden tener las personas. Debí parar en ese momento.

 Pero no lo hice. Cegado por el placer y el morbo no supe nada de lo que hacía hasta que me di cuenta de que lo había ido a buscar no era lo que había obtenido. En vez de eso había imágenes horribles que jamás dejarán mi mente. No puedo decir que eran de una sola clase de imagen, había muchas. Todas las fotos eran algo borrosas, tal vez viejas ya, pero igualmente terribles. Lo único que supe hacer fue cerrar todo, eliminar las imágenes y buscar algún programa que borrara todo sin dejar rastro.

 Después de hacerlo, recordé una de las imágenes, tal vez la que me daba más miedo. En ella había un policía con algo parecido a una sonrisa en la cara y una hoja de papel en las manos. En ella estaba escrito, en lo que parecía letra a mano, que mi información había sido rastreada bajando contenido ilegal. Y vaya que lo era. No por lo que tal vez se imaginen sino por otras cosas que ni siquiera quiero discutir. Me empezó a doler la cabeza un rato después y esa molestia no ha desaparecido desde ese día.

 Me enfermé de repente. Era como si la gripa hubiese entrado en mi cuerpo de golpe pero en verdad no tenía nada que ver con una enfermedad real sino con haber visto toda esa porquería y la foto del policía, que volvía a mi mente cada cierto tiempo. ¿Sería cierto? Sabía que la policía podía vigilar la actividad en línea pero parecía imposible que lo hicieran todo el rato. Además, había sido todo un error. Yo no había querido buscar nada de eso que vi pero sin embargo ahí estuvo, en mi pantalla, por un momento pero estuvo. No sabía que hacer, estaba perdido.

 Por las siguientes dos semanas, no tuve descanso alguno. No solo me era imposible dormir en las noches, sino que no podía pensar en nada más sino en todo el asunto. En todo lo demás que hacía se notaba una baja de rendimiento, que varias personas me hicieron notar. Yo me disculpaba echándole la culpa a la dichosa gripa que tenía pero sabía muy bien que lo que tenía no era una enfermedad real sino que era el miedo, la preocupación de verme envuelto en algo que no tenía nada que ver conmigo.

 Pasó casi un mes y mi cuerpo empezó a relajarse. Los nudos en mi espalda desaparecieron lentamente, con ayuda de masajes y la práctica casi diaria de yoga y otros métodos de relajación. Sobra decir que no volví a utilizar el internet sino para cosas tontas que hace la gente todos los días como revisar fotografías de personas con las que ni hablan o escribir alguna cosa. No volví a bajar nada que no fuera mío, incluso las películas y la música que siempre buscaba gratis.

 Muchas personas notaron ese nuevo cambio también y empecé a preocuparme un poco por eso. Si la gente que no tenía nada que ver conmigo, muchos de los cuales ni me conocían bien, entonces en casa seguramente todos se habrían dado cuenta que algo me pasaba. Pero nunca dijeron nada ni dieron indicios claros de que así era. Eso sí, los miraba a diario y me daban muchas ganas de llorar. No quería que ellos sufrieran por mi culpa, que se sintieran avergonzados de mí.

 Cuando la calma pareció empezar a tomarse todo lo que me rodeaba, recibí una llamada en mi casa. Cuando contesté, la persona del otro lado de la línea habló con una voz normal. Preguntó por mí. Cuando dije que era yo el que hablaba, su actitud cambió. Era un hombre y quería que supiera que sabía lo que yo supuestamente había hecho. Me fui a un lugar seguro y le pregunté como sabía lo que había pasado y que todo era un error. El hombre no me escuchaba, solo me amenazaba, sin pedir nada.

 Las llamadas se repitieron una y otra vez a lo largo de dos semanas hasta que tuve que ponerme duro, a pesar del nuevo miedo que me habían infundido. Pregunté que era lo que quería porque no podía creer que alguien estuviese llamando a sobornar solo porque sí. Alguna razón de peso tenía que haber para su actitud, algo tenía que querer. Las primeras veces me insultó y dijo que gente como yo debería estar muerta, ojalá asesinados de las maneras más horribles que alguien se pudiera imaginar. Sin embargo, su discurso cambió al cabo de algunas llamadas.

 De pronto ya no quería verme muerto, o al menos no lo decía. Ahora quería dinero, una cantidad que era mucho más de lo que yo pudiese dar en una situación similar pero no lo tanto que me negara. Le dije que podía reunir el dinero y me citó en un parque de la ciudad muy temprano una mañana. Hice todo lo que pude para reunir el dinero, todavía con nervios pero tontamente confiando en que el dinero arreglaría todo el asunto. Intercambiaría una cosa por la otra y todo terminaría.

 Fue en ese parque donde me vi con el hombre y le di el sobre. Pero no estaba solo y me rodearon con facilidad. Mi respiración se aceleró y mi ojos iban de una figura oscura a otra, pues era difícil de verlos bien en la oscuridad de la noche. Solo vi la cara del hombre que me había citado y supe que era él porque reconocí su voz. Me dijo que era policía pero que ellos no querían hacer nada contra mí y por eso él había decidido tomar las riendas de todo el asunto. Fue entonces cuando el circulo se cerró aún más.

 No venían por el dinero, eso estaba claro. Cuando los tuve muy cerca, empujé a uno y golpee al otro pero no había nada que hacer. Yo era y soy un hombre promedio, igual de débil y de estúpido que la mayoría. En un momento dejé caer el dinero y no supe que pasó con él. Estaba en una bolsa que no estaba cuando me desperté, con un dolor físico mucho mayor al que había sentido en cualquier momento anterior. Me patearon hasta que se hartaron, en todo el cuerpo.

 Puños en el estomago y en la cara, en los costados y en la espalda. Hubo uno que me pegó un rodillazo en los testículos y fue por eso que caí al suelo y me molieron a golpes allí. Me desangré un poco pero me encontraron más tarde, gracias al perro de una señora que lo había sacado a orinar. Cuando llegué al hospital, la policía estaba allí. Ninguno de ellos era el hombre que me había citado. Pensé que estaban allí por una cosa pero estaban por la otra. De todas maneras, lo confesé todo.

 En este momento no sé cual sea mi futuro. Tomé una decisión, una mala decisión, y es casi seguro que pague por ella. No sé si sea justo que pague como los que de verdad quieren hacer daño, como los que de verdad gustan de semejantes cosas.


 Pero ya no tengo nada. No hay nadie a mi lado y el futuro no pinta de ningún color favorable. Lo único que puede pasar es lo predecible o un milagro y francamente no creo en estos últimos. Para alguien como yo, no sé si exista semejante cosa.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Deadland

   The mask Arnold was wearing was very tight around his head. It was a very uncomfortable thing to wear but it was the safest way to cross such a horrible place. The Deadland, as some had named it, was a huge marsh land that had always been there but, all of a sudden, had begun to grow and occupy more and more territory. Of course, this happened after the war, a time in which a faction had used the marshland as a hiding place for themselves and all their weapons, including experimental ones.

 It was rumored that an explosion had occurred a few months before hostilities had ended. The problem was, no one could really tell if such an explosion had happened. Some of the elders from nearby towns, people who used to get in their boats and fish on the canals crossing the marshland, were the ones that told the rest of the world about the explosion. As many satellites had been rendered useless in the fight, there was no way to confirm what they had seen or any detail related to it.

 According to the general story, a roaring sound preceded the actual explosion. Some said it was like a gigantic lion roaring in pain or a panther, about to attack its prey. They all agreed that the earth shook violently afterwards and that the water in the canals rose in the most dangerous manner. Some even said they had fallen of their boats. A mushroom cloud then rose from the marshland and it had a very specific feature to it: it was very elongated and the color of a ripe plum.

 The elders said the cloud rose to the sky for several days, until it apparently dropped back again to the ground. It was very strange that, if that was the case, no one had the idea of taking a picture. A woman on the other side of the marshland tried to show Arnold and his team a picture she had allegedly taken but it was as blurry as those UFO pictures people used to believe were real. The woman was obviously in need of much needed attention, so they left telling her she was right about everything.

 Penetrating into the marshland had not been the first idea of the government but, after testing the air and water, it seemed the place was really changing fast in a chemical way, at the very least. The toxicity had grown so fast, that some people had died when passing by the marshland and not even entering. That was what made the government decide to send the team inside and not only collect proof of how that ecosystem was growing and, at the same time, seemed to be poisoning itself by the minute. It was very important to know what was going on.

 Arnold’s team was made up of only five people. The military had sent their representative, as well as one from the department of National Security and another from the Ministry of the Environment. The other two people were him and his assistant Linda, who had asked repeatedly if she could join the team. She had always had a certain obsession with fungus and mold and every toxic thing in the world and she wanted to be a part of the team that went inside that awful place.

 They did so one morning, after eating a very light breakfast. They all put on their masks and carried a backpack, which was half a tank of oxygen and half scientific equipment. Even the military guy had to carry computers and other things to test plants and, if they found any, animals. He carried a large assault rifle and a gun on his thigh, which was clearly excessive. If he misfired or anything bad happened, guns would not be a match for toxins. But he didn’t seem to mind that detail.

 The place was flooded with water and it was right there when they found the first traces of heavy toxicity: the bodies of several small mammals floated all around them. There were rats and raccoons and also squirrels. Many tiny corpses of little colorful birds floated there too and it was clear the possibility of anything surviving such a catastrophe was not very high. They moved on, trying to find dryer land but they couldn’t. So they took out the inflatable boat and paddles and moved on.

 They had decided against bringing a boat with an engine because of the noise it made and because its movement could cause some unwanted reaction in the water. The best idea was not to disturb the environment, even if it was doomed for a prompt death. The woman from the Department of National Security was one of the two people paddling, slowly through the maze of trees and many other plants. It was her who gasped and made everyone look to the side. The boat stopped.

 There was a tree there, which was not very unusual. But what made them open their mouths in disbelief was that it was twice or maybe three times the size a normal tree was. This wasn’t a red oak forest or anything like it. Most trees in these parts would only grow to three or four meters, at most. But that one was huge and, not only that, it featured some of the brightest colors any of them had ever seen. It was almost as if the tree was glowing right there, during the day, with the sun very high in the sky. But it wasn’t. It was a strange mutation, result of some kind of event.

 Arnold began to realize that all reports about an explosion had to be true. Only a cataclysmic event of that magnitude could explain the strange changes that were now obvious all around them. Because there were not only dead animals and colorful trees, also huge bushes that had once been as tall as a medium sized dog and water that seemed to be colored blue. The scariest part of it all was when, out of nowhere, a bird flew from a tree and flew above their head, making them spent more oxygen that they should have.

 The creature was not only bigger than a normal bird from a swamp; it had also developed new features in its body. As a scientist, both Arnold and Linda knew that any other scientist would be thrilled to visit such a place, once they knew about the change that has been done. Mankind had been the one to blame here, that much was true. No creature evolves from one day to the next. So Arnold proposed a slight change of course, in order to look for the source of the explosion and any remains that could exist.

 After several hours of paddling, in which each person did a shift, they didn’t seem to find anything knew. According to their devices, they were about to hit the northern border of the growing marshland, which wasn’t where they wanted to go at all. They needed to go deeper, to the center of the whole ecosystem in order to see for themselves if there was some kind of remnant of the bomb or whatever it was that caused the explosion. It was essential to find the key to explain the existence of such a place.

 The boat moved around several canals and, finally, they seemed to be where they wanted. However, the sun was beginning to descend and that meant they had little time to go around and look for any evidence. Besides, their oxygen tanks weren’t eternal and there was no way to survive that place without them. Arnold descended from the boat and asked for the military guy to accompany him. His weapons could be of use after all. It was not a place to be taking things lightly.

They had barely started their walk when a roaring sound came from beneath the canal, not the trees. Something resembling a tree branch, but much thicker and mobile, appeared from beneath the boat, knocking it out of the way and sending its passengers flying.


 Linda fell close to the men and the other woman swam fast to the edge of trees where she could be rescued. However, the fifth member of the team was impaled by the branch, after he had landed on a nearby mangrove. They couldn’t scream, just run, hoping that thing wasn’t able to follow them.