viernes, 20 de febrero de 2015

Miki, Pedro y los autómatas

   Miki y Pedro eran inseparables. A pesar de las recurrentes confusiones, el perro era el que llevaba el nombre de Pedro y Miki era el ser humano. Un ser humano, sobra decirlo, de gran corazón e inocencia a pesar de ser lo que, en su tiempo, llaman guardabosque: una persona que cuida, más que los bosques, los límites del territorio de cada una de las miles de tribus hoy en existencia.

 Según dicen, hace mucho tiempo existían miles de millones de personas pero de eso no había rastro. Aunque había muchas tribus solo en esta región del mundo, y posiblemente muchas más en otras partes, no parecían ser tanto como en el pasado. Había paz, aunque no faltaban las disputas territoriales impulsadas por el hambre y el desespero. Estos conflictos solían ocurrir en invierno, cuando todo era más difícil.

 Pero ahora era verano y tanto Miki como Pedro lo estaban disfrutando al máximo. El puesto de guardabosques solo se volvía complicado en tiempos de sequía o hambruna pero como no había nada de eso en esta época así que los dos amigos podían pasarse el día disfrutando del sol y de la gran cantidad de lagunas que el hielo formaba al derretirse. El agua era de la temperatura perfecta para equilibrar con el abrasivo sol. Incluso Pedro disfrutaba, y eso que no era amante del agua.

 Muchos de los niños de la villa acompañaban a los dos guardabosques ya que era más divertido cuando Miki los acompañaba. Verán, Miki era ya casi un hombre, de gran estatura y casi igual de ancho. Era un orgullo para sus padres que él fuese uno de los hombres más grandes del valle. Era por esa misma razón, que el concejo del pueblo lo había nombrado guardabosques. Era muy posible que su fuerza física fuera útil a la hora de defender la colonia.

 Pero Miki nunca había tenido que usar su fuerza y la verdad era que no le gustaba usarla a menso que fuera muy necesario. En varias ocasiones se había visto enfrentado a criaturas del bosque, de las más grandes y salvajes. De todas esas situaciones había salido gracias a su inteligencia y no gracias a su fuerza. Le parecía mejor y más bondadoso con esas criaturas alejarlas con grandes sustos o trampas y no con violencia ya que, como ellos, eran nativas del valle y tenían tanto o más de derecho de vivir allí que ellos.

 Pedro era su fiel compañero desde que era un niño pequeño y siempre estaba junto a él, listo para jugar algún papel en alguna de sus muchas aventuras que siempre parecían indefensas y que prácticamente nunca llegaban a oídos de los más viejos del pueblo. De hecho ni siquiera sus padres sabían mucho de lo que él hacía pero todos tenían en cuenta que el valle seguía tan verde y en paz como siempre, así que algo debía estar haciendo bien el pequeño gran Miki.

 Uno de aquellos días de verano, después de nadar por varias horas, Miki y Pedro empezaron a buscar frutos del bosque para comer. Tenían que tener cuidado porque muchos de esos frutos eran venenosos. Cuando tuvieron suficientes, volvieron a la pequeña cabaña en la que vivían desde el día en que se convirtieron en guardabosques. Comieron y luego se quedaron dormidos.

 Los despertó un estruendo horrible, que casi volvió pedazos los vidrios de las ventanas. Era una tormenta, acompañada de lluvia y truenos, incluso parecía caer granizo. Esto tipo de tormentas no eran nada extrañas en verano así que Miki no se preocupó demasiado. No hasta que un sonido vino de su puerta: alguien golpeaba.

 Por un momento creyó que todavía estaba medio dormido y por eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitió de nuevo, esta vez con mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ esta vez con mr eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitiruenos ientes, volvieron a la pequeña cabaña en ás fuerza. Miki se puso de pie y Pedro lo miró desde su cama, ubicada en una de las esquinas de la casa. El perro no se movía por los truenos pero también había escuchado los golpes.

 Miki se acercó a la puerta y la abrió. Algo tan grande como él entró en la casa y cerró la puerta de un golpe detrás de sí. Estaba empapado en agua y parecía un oso pero los osos no se paraban tan bien sobre las patas traseras: este era un ser humano. En efecto, se quitó su gorro y una delgada capa de cuero y las puso en una de las sillas del comedor. Tanto Miki como Pedro lo miraban con atención.

-       Porque me miran así? No me recuerdan?

 Ahora que Miki lo miraba bien, sí lo recordaba. Le decían Thor, como el nombre de un dios de la Tierra antigua. El nombre le quedaba más que bien ya que Thor era un tipo grande pero más bien delgado, con mucho musculo por donde se le mirara. Además tenía un rasgo que era una rareza en estas tierras y era su pelo amarillo, del color del trigo que debía estar siendo azotado por los vientos.

 Thor le pidió algo de tomar a Miki y este le trajo un vaso de jugo de moras que había hecho con algunos de los frutos que había recogido en sus paseo por el bosque más temprano. El hombre se lo tomó casi sin respirar y luego le contó a Miki como había atravezado  el bosque casi corriendo desde las colinas picudas, las cuales estaban más allá de lo que Miki conocía bien de los territorios de su comunidad.

 Lo que él cuidaba era el segundo anillo de seguridad alrededor del valle. Con frecuencia debía hacer grandes exploraciones por los montes y partes del valle que la gente no frecuentaba. Thor tenía a su cargo el primer anillo de seguridad que estaba justo detrás de las montañas que formaban el valle. Era un territorio más bien desprovisto de vegetación y más susceptible a una invasión.

 Y de hecho, esa era la noticia de Thor. Había corrido a la cabaña de Miki porque sabía que era el puesto seguro más cercano al lugar donde había visto todo. Según lo que decía, había vistos miles de seres extraños caminar en fila hacia el paso de los ríos, llamado así por ser el nacimiento de dos de los riachuelos más importantes del valle, adonde muchas de las personas iban a lavar su ropa y a disfrutar del verano.

 Al preguntarle a Thor como era los invasores, dijo que no los pudo detallar bien por la distancia pero que no caminaban como personas normales, más bien como una de esas viejas máquinas de las que hablan algunos de los libros de la biblioteca del pueblo. A los niños les encaraba leer aquellas historias de viajes por el espacio, robots y princesas pérdidas y luego salvadas. Muchos se reían por lo cuentos porque mucho de lo que decían ya no era válido pero los disfrutaban de todas maneras.

 Cuando la lluvia se detuvo, Thor dejó a Miki para reunirse con el concejo. Era urgente que supieran del ejercito de robots, o lo que fueran, que estaba marchando hacia el centro del valle. Lo último que se dijeron fue que si las criaturas seguían moviéndose a ese ritmo, llegarían el día siguiente al interior del valle, si es que podían escalar ya que el paso de los ríos no era un lugar para hacer caminatas.

 Se despidieron y Thor desapareció de repente, como una sombra que se desliza sobre los árboles. Miki y Pedro se quedaron afuera, recogiendo algunas ramas para hacer un hoguera si fuese necesaria. La señal universal de peligro era una humareda densa y nada mejor que la madera verde y húmeda para el trabajo. Pero mientras Pedro iba y venía con ramitas, algo se escuchó entre el bosque. Algo se movía hacia ellos.

 Entonces Pedro ladró con fuerza y corrió hacia Miki que veía incrédulo lo que perseguía a su amigo: sí era un robot, o al menos se parecía a lo que él se había imaginado que era un robot. No tenía armas visibles y se acercaba lentamente. Cuando estuvo muy cerca de los dos guardabosques, los iluminó con una extraña luz roja y luego se quedó quieto.

 Miki estaba asustado pero su curiosidad lo impulso a acercarse al ser para tocarlo. Justo entonces el robot empezó a hablar. Pero la voz no podía ser de él porque era humana, era real y natural. Y se podía percibir mucho miedo en ella.

-       Hay alguien allí? Mi nombre es Granen. Estoy en el Pacifico. Estos robots son míos. Los envié a buscar vida. Hay alguien ahí.


 Miki y Pedro se quedaron callados y no respondieron hasta mucho tiempo después.

jueves, 19 de febrero de 2015

For the children

    Jenna considered herself the best mom of all of her neighborhood. As a matter of fact, her children had given her various “awards” throughout the years with the labels “best mom”, “greatest mommy” and others. She had left her career in real estate to say at home and take care of her children but when her Andy reached the age of five, she decided it was time to go back to work, at least part time.

 Her boss asked her repeatedly if she was certain about it and she always said she was very sure of it. Every morning, she would take her two children Andy and Veronica (who was three years old) to the daycare center. Then, she would work until the clock hit two o’clock. She would pick up her children at that time and would normally take them for food shortly afterwards.

 The meal of choice was always fast food. It did not matter if it was hamburgers, chicken nuggets, chili fries, subs or, sometimes, ice cream. Her mother thought she spoiled them too much but she did not think so. To be honest, she took them to those places for them to be happy, as every time she picked them up, they would be rather sad. She had no idea why and didn’t have time to wonder why.

 Jenna’s husband worked in a multinational company, selling various electronic devices to retailers all around the world. This meant he was rarely at home and almost had no chance to spend time with his wife. To be honest, Jenna had not had any sex with her husband since she had been pregnant with Veronica. That was a long time to spend without a kiss or a caress. But she was no saint…

 Sometimes she would be late to pick up her children, for reasons no one but her knew. Jenna would always compensate her absentmindedness by buying candy and more food and toys to her children. And they seemed to like it so there was no real harm in it. Besides being late, she would sometimes scream and them. She would never hit them or anything but she had to let out some steam somehow, especially when her husband called her to say he would be staying two more weeks in some country she didn’t even knew.

 That was Jenna’s life: she did what she thought was right, trying desperately to mend a life that had turned against her, or so she felt. One day she cried especially hard because she realized something that hurt her and no, it wasn’t that her husband was cheating. That she had known for many years and was the main reason she refused to be touched by him. What she realized was that she didn’t like her children. They made her feel trapped in a life that wasn’t he one she had thought for herself all those years ago, when she was and felt young.

 However, in her office, she worked with a man called Vincent. He was a very clean man, very thorough with every assignment he did. He didn’t like Jenna very much. To be honest, he didn’t really like anyone in the office. It wasn’t that he didn’t like people; he just didn’t like them. He had many friends out of work and enjoyed spending time with them although some conversations with them proved to be difficult. With time they got easier but there was always some kind of “awkward factor”.

 When he was younger, Vincent had to be sent to psychologist because his behavior was “strange”, according to his father. According to him, his son had never been with a woman and he was already twenty-two years old. He even went on to say that if he were gay, it would have happened earlier but nothing. Vincent and the doctor had many sessions until he realized he was asexual, which meant he didn’t feel any sexual desire for any gender.

 This revelation was obviously hard on his parents but was even harder to accept by Vincent. He knew it beforehand but the appearance of a word that describe who he was, made him think a lot of other things: would he ever have a family, for example? Was love always linked to sexual desire? The doctor had said he could have meaningful romantic relationships with whomever he wanted but now that seemed just a nice phrase to make him feel better.

 By the time he had gotten the job in the real estate office, he had realized that the doctor had been right. A year into his arrival at the job he had met a very nice woman called Rita. She was beautiful and brave and funny. She was simply everything he loved about people but summed up in a single person. They would spend many nights together, talking about various subjects that interested both of them. Their first kiss was difficult but he was able to overcome it.

 She knew about him being asexual and assured him she was fine with it. But after marrying and living together, they both felt they lacked something and that was a child. They couldn’t have him naturally for obvious reasons and when doing tests to make an “in vitro” fertilization, doctors informed Rita she was infertile. That came as a big blow to them, feeling unlucky and sad.

 They finally decided to adopt and discovered how difficult it could be. The agency they went to go through all of their history included their medical records. When asking about the psychologist sessions he had in his youth, Vincent told the agency he was asexual and that settled the matter for them. They told them they had a strong religious consciousness and couldn’t give children to people that “defied the model of what a family and a person should be”.

 Naturally, the couple was destroyed by this decision. They left the agency without speaking and knowing their relationship had encountered a large hurdle. Before they left, they saw a child playing in the gardens, maybe around ten years old. They smiled at him and then left on their car, never to come back again.

 That child’s name was Anthony. He had been under the care of the orphanage for a long time, since he was maybe four or five. He didn’t know all the details but he knew his mother was deemed unsuitable to have any children with her, so they took him away. He didn’t know if he had any brothers or sisters, he didn’t know if his mother was alive or his father had ever cared to find him but after so much time, the answer to that question was rather obvious.

 After playing in the garden with a bucket and a plastic shovel, he decided to go back inside, as dinner was only two hours away. He loved food and he loved to see how they did it. The ladies at the kitchens were very nice, although normally no child was let inside. They did exceptions all the time for Anthony, who loved to see how his favorite stew was made. He also loved the sounds of the machines, the chopping of vegetables and the gorgeous scents that filled the place.

 When he lay down in bed at night, in a room with at least five other kids, he often thought of food first and then he daydreamed about a family that would someday come for him. The older ones in the orphanage teased him sometimes, and told him he was already too old to be considered for adoption, as couple always preferred small children who they could raise for themselves.

 Anthony knew this was true because he had seen many of the young ones leave but he rarely saw an older kid do the same. But nevertheless, he was full of hope. Maybe his mother didn’t love him enough to keep him or maybe he was better off without her. That wasn’t important. But he knew he would love someone to teach him how to cook, to take him to school and to play with every day.


 Adults were strange all over, that much he knew. But he also thought that some of them were very nice, like the kitchen ladies. So every night he would dream about the family that would come for him. He always saw two people in his dreams but they never had defined faces or traits. They were just there, loving him in his dreams, been warm and making Anthony feel that, at last, he had a home. And that he was loved and was important to them.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Erratum Fatalis

   Fue entonces cuando Sor Juana guardó el arma en una pequeña cajita de madera que su madre le había regalado hacía ya mucho tiempo. En la tapa tenía el dibujo de una cruz hecha con metal. Parecía incorrecto poner un arma de fuego, algo tan peligroso en el interior de una caja con la cruz romana adornándola. Pero no tenía donde más ponerla. Escondió la caja en al fondo de su armario y las hermanas olvidaron todo a propósito de ese día.

 O, mejor, fingieron olvidarlo. Todas pensaban en lo ocurrido de vez en cuando y se encomendaban a dios para que las perdonara y las siguiera protegiendo por mucho tiempo más. Era lo único que podían pedir aunque la hermana Juana también pedía perdón. Después de todo, era una vida humana y no importa que tipo de vida sea. Nadie tiene derecho a quitarla.

 Esto la atormentaba y pensó, en varias ocasiones, dejar el monasterio remoto en el que vivía desde hacía ya diez años. Nunca había dudado de su vocación, de su adoración a dios y a todos los santos. Amaba rezar y ayudar al prójimo pero ahora sentía que estaba dañada, que había hecho algo imperdonable y que sería una hipócrita si se quedase.

 Varias veces quiso confesarlo todo al padre Ramón, al que visitaban todos los domingos en el pueblo. Pero la madre superiora se lo prohibió. Nadie sabía de lo ocurrido en el monasterio y era mejor que nadie nunca lo supiera. Para que? Que saldría de bueno de ello? Nada, decía ella. Había solo que pedir perdón y hacer penitencia pero eso no era suficiente para Juana. Necesitaba hablar.

 Un día, mientras limpiaba las escaleras del monasterio con sor Adela, decidió que no podía callar más. Aprovechando el momento de soledad, le dijo todo lo que sentía a Adela, que solo escuchó todavía limpiando, sin decir nada hasta que su hermana hubiera terminado. Incluso después de eso, sor Adela tuvo que permanecer en silencio un rato, analizando todo lo que había oído.

-       Has hecho penitencia?
-       Todos los días desde ese día. Y pan y agua por seis meses.
-       No comes?
-       No te habías fijado?

 La hermana Adela era muy distraída. Después de eso, le dijo a Juana que era mejor no hablar del tema. Era cierto que lo que había pasado era grave pero ya había pasado, nada podría deshacer lo que había sucedido y lo único que podían hacer era pedirle a dios que no las castigase de forma severa. En todo caso, habían estado en peligro de muerte y eso debía de contar para algo.

 La hermana Juana no estuvo muy contenta con lo dicho por su compañera pero, al fin y al cabo, era cierto. Tenía que vivir con lo sucedido y listo, no había manera de deshacer nada y arrepentirse y pedir perdón era lo mejor que podía hacer. No podía dejar que lo sucedido, la entrada de un desconocido al monasterio, quebrara sus creencias o la hiciesen dudar de lo que ella sabía era verdad.

 Después de eso, pasó un año sin que nadie siquiera pensara en lo sucedido. En efecto, Juana pudo dormir mejor y dejó de pensar en la culpa y el arrepentimiento. Dedicó su vida, más que nunca, a la adoración de dios, a sus palabras y a la adoración de su creación. Junto con un grupo de hermanas, decidieron renovar el jardín central que se vio transformado en el lugar perfecto para la contemplación y la adoración del Señor.

 Sin embargo, el pasado golpeó a la puerta en la forma de un hombre. Uno joven pero algo demacrado, como si hubiera pasado varios días sin probar bocado. Tenía algo de barba, los ojos inyectados con sangre y el pelo revuelto, visiblemente sucio. Ninguna de las hermanas podía salir a hablar con él pero sí podían usar la ventanilla de la puerta principal, por donde Sor Teresa le habló.

 Resultaba que el joven no era tan joven como ella y las otras creyeron al comienzo. Tenía unos treinta y cinco años y decía que había venido en busca de alguien. Pero la hermana Teresa era un poco sorda y el hombre parecía estar hablando con sus últimos ánimos. De repente, se desmayó frente a la puerta y las monjas, pensando en la lejanía del pueblo, decidieron socorrer al hombre ellas mismas.

 Lo cargaron entre las más fuertes y lo acostaron en una celda vacía que no se usaba hacía muchos años. El hombre no se despertó sino hasta el día siguiente, cuando un doctor vino del pueblo para revisarlo. Según su análisis, el hombre estaba simplemente exhausto. Además, sufría de la presión arterial y al parecer había estado caminando por días porque sus pies estaban destrozados. El doctor les sugirió a las monjas cuidarlo por un tiempo, hasta que estuviese algo mejor, capaz de ponerse de pie. Entonces él vendría y lo llevaría a un centro médico.

 Ellas, siendo fervientes católicas, aceptaron. Como no ayudar a alguien que visiblemente las necesitaba. Un par de ellas habían hecho cursos de enfermería, entre esas Juana, por lo que ella y sor Lorena se encargarían de atender al enfermo. Esa misma noche, luego de que el doctor partiera, se despertó el paciente. Le pusieron compresas frías y lo animaron a que no hablara pero el pobre hombre insistía, tratando de decir algo entre dientes. Luego caía en la cama de nuevo y seguía durmiendo. Así fue por un par de días.

 Ya el tercero despertó por completo. Parecía no saber donde estaba y tuvo una pequeña crisis de ansiedad que fue calmada por la hermana Juana, quien le tomó la mano y le explicó todo lo que había sucedido. Ese mismo día el doctor atendió al paciente y anunció que muy pronto sería capaz de ponerse de pie para ser trasladado.

 Las monjas le explicaron al hombre, que se identificó como Román, que no había carretera para llegar al monasterio. Solo existía un estrecho camino de tierra que se desprendía de un camino rural cercano. Así que ningún vehículo podía llegar hasta allí si quisiera, por eso el uso de ambulancia no era una opción real.

 El cuarto día, Román parecía de mejor ánimo pero parecía inútil tratar de ayudarlo a caminar. Sus pies estaban rojos y tuvieron que ser curados con regularidad, esperando que pudiesen estar listos pronto para ser mejor atendido.

 Fue un día en el que Juana le estaba curando los pies cuando Román le dijo que había recordado todo antes de su desmayo. Antes parecía un sueño pero ahora sí estaba seguro de lo sucedido. Había viajado desde una gran ciudad lejana para buscar a alguien pero cuando fue a decir quien era se detuvo. Miró a la hermana Juana a los ojos y se le aguaron.

-       Que pasa? A quien buscabas?
-       Es… complicado.
-       Porque?
-       No sé si usted lo vaya a entender.

 La hermana dejó el trapo con el que le estaba curando los pies a un lado y lo miró a los ojos.

-       A quién buscas?

 Román echó la cabeza hacia atrás y exhaló. Era obvio que no era fácil hablar del tema pero tenía que hacerlo.

-       A mi esposo, hermana.
-       Tu…?
-       Fue en otro país y ahora vivimos aquí.
-       Entiendo.

 Román le explicó a Juana que su marido, con quien se había casado hacía dos años, había dejado su hogar para buscar a su familia. Él no conocía a su padre y había querido explorar la región para encontrarlo porque algunas fuentes lo ubicaban allí. Pero entonces él había desaparecido sin avisar ni decir nada.

 Instintivamente, Román se tocó el pecho pero se dio cuenta que no llevaba la chaqueta. Le pidió a la hermana que se la acercara y ella obedeció. Del bolsillo pectoral sacó una foto y se la mostró a la hermana. Era una fotografía de los dos, Román dándole un beso a otro hombre en la mejilla.

 La hermana entonces gritó y salió corriendo, pidiendo ayuda. La foto cayó al piso y mientras Román la recogía, medio convento ya sabía la noticia: la hermana Juana había reconocido en esa foto al hombre que ella misma había asesinado una noche cuando él había atacado, o eso parecía, a otra de las hermanas en el camino. Todas recordaron entonces como ese día habían roto su juramento de no salir para evitar una calamidad y como esa violación de sus principios más elementales habían terminado en la muerte de alguien que, ahora, parecía inocente.

martes, 17 de febrero de 2015

Creatures of the Blast

   The place was dead silent, which made Lina smile. It was weird to be in such a building with that overwhelming silence. It was a bit scary but also kind of freeing. The place was enormous and it offered great possibilities to explore.

 She knew that the city had been vacated by its inhabitants many years ago and everything had been left just as it was back then, when they all stopped doing what they were doing, work or school, shopping or exercising, to leave the city they had been living for so many years.

 Lina checked her oxygen tank and saw everything was working according to plan. She had the impulse of checking it every few seconds, thinking she might be contaminated if she wasn’t careful. But the air, as she investigated with a rod-like apparatus, was not as polluted as they had thought. Of course, she couldn’t just remove the mask and start breathing. That would’ve been a very stupid thing to do.

 This city had been the victim of a nuclear attack. Well, not the city properly but a military base located about fifty kilometers to the south. The winds that day were gentle so the city was washed in chemical residue, but it was contaminated anyway. People had time to take shelter because, after all, it had been war and the government had installed an audio system to alert the population of an incoming attack.

 They were all certain it was going to come. They had no doubt of that. The military base, as everyone in the country knew by now, had been used to launch several drone attacks on several targets and it was obvious it was a prime target for their enemies. But they had also thought it would come in the form of a bombardment, setting the city and everything around it on fire.

 But that didn’t happen. Well, not like that anyway. The nuclear blast tore down every major building although some lower ones still stood, as if defying that act of war. Lina had entered one of them, against the wishes of the leader of her group. She felt she had to enter, as it had been the one were people had not been able to escape. It was a television studio building and they had stayed behind to report. So they died, doing their job.

 Lina gathered a few flowers and put them on top of a big rock, which seemed to have being part of something else. She said a short prayer and then left the place. It was probably not very safe to stand beneath a building that sounded like it would collapse in any second. But she had an impulse and had to attend to it.

 When walking through the streets, back to her ATV vehicle, she noticed something strange. She had already felt eyes on her during her stroll around the city, but now she was certain something had been lurking next to her, all the way from the building to her transport. She started to sweat, but tried to relaxed and attributed it to the sun, that was very bright and no clouds stopped it rays from reaching the ground.

 She got to the ATV but then she felt movement behind her. She ducked just in time to avoid being hit by what looked like a very big and hairy black dog. Or maybe it was a wolf. It seemed enraged; his eyes red and his teeth yellow and covered in white foam.  It looked at her and she tried not to move to suddenly. If maybe she was able to get on top of her ATV… But the creature looked at her, already in position to jump again.

 Just when Lina’s thought raced to have a solution for the problem, the wolf creature howled to the sun. That was very strange to see, as the throat and in general all the body of the creature, seemed to crack and move horribly as he howled to the skies. It was as if it was the last thing he would be able to do. Effectively, he dropped dead, or so it seemed, seconds later. Lina didn’t look at it for a second. She jumped into the ATV and raced through the streets back to the compound at the other side of the forest that was used as a natural border of the city.

 All the way back, she still felt she was being followed. But it didn’t matter. She just pressed harder for full throttle, sweating like crazy. The ATV jumped on branches and tree roots when arriving at the forest. She couldn’t stop there but then a large creature jump in front and, stupidly, she pressed the brakes. That action made her body flies several meters over the forest ground, landing loudly on mossy soil, which was very fortunate.

 Her back hurt a lot but she stood up fast, limping. She realized she had twisted her ankle but that was not important. The camp was too close to stop now. She walked for a few meters to a tree and looked around. Her ATV was apparently unharmed but she couldn’t see the creature that had crossed her path.

 It seemed to her that this one was larger that the wolf she had seen in the city. This shadow was larger, more ominous. She regretted pushing the brakes because it was clear she could have continued with no problem. The shadow had only crossed in front of her, clearly not trying to knock her down. It did it miss?

A growl. Lina was already leaning on the ATV when she heard it, if she could, she would have screamed. The creature came out from among some tall bushes, by two thick oaks that appeared kilometers high. This one wasn’t a wolf but, like that one, it was looking right at her. She moved because her injured foot was hurting too bad. This did not seem like a good idea as the creature growled louder, visibly annoyed.

 It was a horrible animal, if that was what that thing was. It walked on four legs but rather clumsily, as it had not yet learned to do it properly. Differently to a dog or a lion, its knees were thicker but its body was as covered in fur as much as any other creature of the woods. It moved towards Lina, who tried not to make a sound but that proved difficult as fear was making her move all her weight right on top of her injured foot.

 The creature moved closer and, oddly enough, seemed to clam more and more as it came into contact with the woman. It sniffed her and she felt her odor: it was disgusting. It reeked of blood and spit and dirt. She tried hard but her body shook like mad. She inevitably collapsed to the ground and thought the creature would know attack. But she was wrong.

 For some reason, the strange animal stood there, looking at her, as she was the most interesting thing it had ever seen. This relaxed Lina a bit who looked straight into the eyes of the animal. Somehow, she knew it was a male, something was clear about it. She couldn’t see her genitalia, to be honest it did not seemed to have any, but she just felt he was a male.

 Against anything she knew was sane, she stretch one of her arms forward, very slowly. The creature was not scared by this act. In fact, it almost ignored it. But that was until Lina moved her fingers, trying to reach his head to stroke it. The woman now had all its attention. The creature and her appeared to be blocked by an invisible filed, about to be broken by Lina’s hand.

 And then it happened. For a single second, she saw something in the creature. She actually saw it all, as a whole. And she understood. She pulled her hand back and the creature roared. Then, a whistling noise was heard and the creature dropped unconscious.

 It had been Robertson, the leader of Lina’s group. He stood by a tree, with two others, and a rifle on his hands. He had shot a tranquilizer to the creature. They walked towards her and Robertson rode her ATV with her. It was a short journey to the camp but she needed to tell him before anyone else knew.

-       Jay...
-       Yeah?
-       That creature…
-       He’ll be fine.
-       He’s a human, Jay.


 He couldn’t look at her as they were just arriving to the main tent but he was visibly unsettled by this discovery.