viernes, 7 de abril de 2017

Recuerdos en la tienda

   Todo estaba quedando a la perfección. La ensalada estaba terminada, el jugo de fruta natural, el jamón relleno se cocía en el horno y el pastel acababa de entrar allí también. Lo único que le faltaba era algo con que adornar ese último. Al fin y al cabo era el cumpleaños de su esposo, el primero que celebraban juntos y quería que fuera una fecha inolvidable para él. Lo mejor sería comprar algunas flores de azúcar y chispas de colores. Espero una hora a que lo que estaba en el horno estuviese terminado y entonces salió.

 Había una tienda especializada en artículos de cocina donde vendían muchas cosas con las que podría adornar el pastel. No era necesario conducir, solo tomar una bufanda para el frío, una buena chaqueta y caminar con la gente que salía del trabajo. Eso le hizo caer en cuenta que no tenía mucho tiempo que perder. Era cierto que le había dicho que no saldría de la oficina hasta muy tarde pero tampoco quería arriesgarse. Todo tenía que salir a la perfección, sin ningún problema.

 La tienda estaba a tan solo diez minutos de caminata. Por el camino, pudo ver las caras de cansancio de las personas que salían de sus lugares de trabajo. En cierto modo, agradeció no ser uno de ellos. Por mucho tiempo había intentado entrar al mundo laboral y nunca se pudo. Casarse fue la solución para dejar eso de lado, enfocarse en el hogar y en pequeñas cosas que le hacían la vida feliz y no miserable como vivir buscando empleo en periódicos y de oficina en oficina.

 La tienda estaba ubicada en un pequeño centro comercial, de esos que tienen pocos locales y son más para que las personas puedan dejar su vehículo en algún lado mientras hacen lo que necesitan hacer en los bancos de la zona o en algún sitio por el estilo. Saludó al vigilante con una sonrisa y caminó despacio hasta la entrada de la tienda. Para su sorpresa, no estaba tan vacía como siempre. De hecho, había muchos clientes para ser un día entre semana. Debía de haber una explicación.

 Buscó primero las flores de azúcar. Tenían una variedad increíble, de todos los colores y formas. Había como margaritas, como orquídeas y como girasoles. Era sorprendente el parecido a las flores reales. Incluso tenían aroma, que se podía sentir a través de las cajitas de plástico en las que venían. Se decidió por una flor grande que parecía una dalia pero de varios colores, una obra de arte hecha de azúcar. Sería perfecta para poner en la mitad del pastel. Alrededor podría hacer otra cosa. Para que las ideas fluyeran, decidió dar una vuelta por la tienda.

 En el pasillo de las chispas, vio que había de todos los colores y sabores. Eligió unas de varios colores pero algo lo hizo detenerse en seco. Era un olor fuerte pero muy particular, una fragancia de hombre que se le metió en la nariz y lo transportó instantáneamente al pasado, hacía tal vez unos cinco años, poco antes de conocer a su esposo. Ese aroma era el que emanaba alguien más, una persona que apenas había conocido pero lo había cautivado de una manera muy importante.

 Con el contenedor de chispas de colores en la mano, se dio la vuelta y miró a un lado y al otro. No había nadie pero el olor seguía en el aire. Sin poderse resistir, buscó a la persona a través del olor. En la caja registradora, donde había una fila impresionante para pagar, estaba a quien buscaba. Tuvo que medio ocultarse detrás de un estante con batidoras de última generación. No quería que lo vieran y menos cuando parecía como un perro desesperado por un olor desconocido.

Pero al verlo, al ver su rostro de nuevo, se dio cuenta que no había nada desconocido en el personaje del perfume. Recordaba su nombre a la perfección y, tenía que decirlo, su cuerpo. Vestía una gabardina gruesa y un traje oscuro que no acentuaba en nada su figura pero sabía que era él pues no había cambiado casi nada. El bigote era el mismo así como las manos grandes que en ese momento estaban sostenido dos bolsas de recipientes de papel para hacer pastelillos.

 Se habían conocido por internet y su relación había consistido en dos meses seguidos de encuentros sexuales casuales en el apartamento del hombre del perfume. Ese aroma era lo primero que había notado de él y el olor característico del hermoso apartamento que poseía, al menos en ese tiempo. Era uno de esos jóvenes de padres adinerados que lo tiene todo antes de siquiera pedirlo. Tenía un caro de último modelo, el apartamento mencionado exquisitamente adornado y mucho más.

 Mirándolo así, pudo ver que tenía puesto el mismo reloj que él recordaba. Era de oro, brillante como él solo. Recordaba haberle preguntado donde lo había comprado y el otro le había dicho que en una tienda muy cara de un país europeo. Eso era algo que jamás había comprendido porque él sabía bien que ese reloj era de oro falso y que se podía comprar en cualquier tienda de una de esas multinacionales de ropa que hay en todos lados. No había porqué mentir y sin embargo lo hizo solo con ese detalle. Era algo que no tenía ningún sentido pero así había sido.

 El hombre entonces lo miró a los ojos y fue como si quedaran enganchados el uno del otro. Él quiso moverse, fingir que no había estado mirando como un pervertido o un loco pero no pudo mover ni un solo pie. No se saludaron pero era obvio que se habían reconocido. La fila avanzó y el hombre pagó sus cosas y se fue, sin más. Era lo mejor. Minutos después él también pagó sus chispas y la flor de azúcar y emprendió a paso firme el camino a casa, pues había perdido tiempo valioso.

 Perdería algo más de tiempo pues no muy lejos de la tienda estaba el hombre, como esperando. Al verlo, caminó hacia él, fingiendo tranquilidad y lo saludó con una débil sonrisa. El otro hizo lo mismo. No pronunciaron ni una sola palabra, solo caminaron juntos un poco, sin saber si iban al mismo sector o que era lo que hacían. Pero la tensión era demasiado grande para preguntar nada como eso. Esperaban que el otro rompiera el hielo de un momento a otro, y eso fue lo que pasó.

 Él le comentó que iba a casa, que no quedaba muy lejos. Tenía que estar allí y no podía demorarse. No sabía porqué había dicho aquello pero sentía que la honestidad era lo mejor en ese extraño momento. El otro asintió y entonces le dijo que lo había buscado por mucho tiempo pero que jamás había aparecido. Eso tenía sentido puesto que un mes después de que se dejaran de ver, él se fue a estudiar a otro país donde conoció a su esposo. No había manera de que lo encontrase de esa manera.

 El hombre prosiguió. Le dijo que después la última vez, se había dado cuenta de que se había enamorado de él sin remedio. No quería darse cuenta de que era lo que había sucedido pero así era. Cuando no lo encontró, sufrió mucho y supo que había perdido una de esas oportunidades que no se repiten nunca más en la vida. Él le agradeció sus palabras y le dijo que, tal vez, ellos no pertenecían al uno al otro y por eso el destino lo había arreglado todo para que las cosas fueran como habían sido.

 El hombre asintió. Tenía los ojos algo húmedos. Él los miro directamente y de nuevo lo inundó una ola de recuerdos que eran de todo tipo pero que ni siquiera sabía que tenía guardados en la mente. Le agradeció su compañía y se despidió, de la manera más cordial que pudo.


 Al regresar a casa, quitándose la bufanda, pensó en su vida y lo diferente que podía haber sido. Pero no duró mucho en ello porque concluyó que era una tontería. Nadie sabe lo que va a pasar, si las cosas podrían ser mejor o peor por una sola elección. El timbre sonó cuando su determinación concluía el asunto.

miércoles, 5 de abril de 2017

Experiment

   Suddenly, it was as if all the oxygen in the room had been extracted. David started coughing and then his knees made his body collapsed to the floor, unable to hold him any longer. He felt as if his weight was three times as much. The room around him, well lit only seconds before, suddenly became a dark place, more like a cave than a normal hotel bedroom. He tried to inhale through the nose but it didn’t work. He opened his mouth wide but that didn’t do anything either.

 If that was possible, his brain was hurting. It was as if someone was burning it inside of his skull. The coughing continued, with his hands against the floor, trying to breather once again. But nothing happened. That was what people in space must feel like when they have a bad space suit or when the ship is not working properly. His head started spinning and, in a matter of a few more seconds, David fell completely to one side, closing his eyes, stopping his attempts to breath.

 Hours later, he woke up. He wasn’t dead, which was good. He had a mask over his face, apparently supplying him all the oxygen he needed. His head was still spinning, but David tried to make sense of where he was. He looked to the right and saw nothing more than a table full of operating tools. The wall was made of metal and there didn’t seem to be any windows in the room. To the left, there was a door, also made of metal, in the middle of the wall. There was some sort of sound coming from the other side.

 In the right moment, David closed his eyes and tried to breath normally. The sounds he had heard were voices and they were apparently discussing him. As they entered the room, they commented on the health of the subject, that probably meaning him. For their tones, he could infer one of them was a woman and the other a man. They walked around him, probably staring at his body, sometimes saying something interesting and some other times just walking.

 One of them touched David in the head and it had required a lot from him in order not to scream. He didn’t really know why, but the touch of that person had triggered a horrible headache. It was as if he or she had fire on the tip of the chosen finger. They left after doing that, probably expecting to have an instant reaction and instead not getting anything. But as soon as they left, David opened his eyes, touched his head and realized it was still burning. Or at least that’s how it felt, as if he had been marked like cattle by however those people were.

 The point was, he didn’t want to know what else they had prepared for him. He stood up, got down the table he had been laid on and walked to the door. No sounds were coming from the other side so he opened it and ran out. There was a very long corridor but he just chose a direction in the moment and started running. Soon, he had to stop. All of a sudden, he felt very tired and the headache threatened to make a comeback, which wouldn’t help him at all right then.

 He was then more careful, walking along the hallway until he saw another door, which he opened. It was a closet. He was a about to close it when he realized there were several robes there, the kind doctors use. He hadn’t seen the people that had entered the room he was in, but they possibly had those robes on. So he entered the closet and put one over his body. He then realized that he wasn’t wearing his shirt, only his pants and shoes. It was very strange but he didn’t have an answer for that.

 David came out of the closet and started walking again, this time with a faster pace but without really running. He finally found a crossroads and it was there, from the distance, where he saw other people in robes, checking on some papers. The hallway they were standing on was much shorter, as on the other side there was a massive room, very white and bright. He would have wanted to know what that was all about but the real goal was to get out of there fast, before they noticed he had escaped.

 He checked at least five more doors along the way, finding only rooms just like the one he had been in and more closets. Finally, he ended up in a tiny open space, that had a very different door, this one made of glass, with one of those machines on the side were you put a card for the door to open. Obviously he had no card and he had no idea how to make the door open. His breathing started accelerating and, even as he tried to calm down, it didn’t work at all. It was as if something was inside of him.


 Suddenly, several men and women with robes surrounded David, as he collapsed on the floor completely. The headache was getting stronger. But instead of helping him to a bed or something, the people were just watching and using instruments to measure something over his body. They waved those things over him but then someone else appeared. Someone who’s voiced he recognized. But he couldn’t raise his head to look at the person, as the pain had grown too strong. David finally collapsed and the last thing he heard were the words “It was a success”.

lunes, 3 de abril de 2017

Día en la playa

   Apenas el suelo cambió, de ser negro asfalto a arena fina, me quité los zapatos y dejé respirar a mis pobres pies, cansados ya del largo recorrido. A diferencia de las pocas personas que visitaban la playa, yo no había ido en automóvil no en nada parecido. Mis pies me había paseado por todas partes durante los últimos meses y lo seguirían haciendo por algunos meses más. Era un viaje planeado hacía algún tiempo, casi como un retiro espiritual al que me sometí sin dudarlo.

 La arena blanca se sentía como pomada en mis pies. No era la hora de la arena caliente que quema sino de la que parece acariciarte con cada paso que das. Caminé algunos metros, pasando arbustos y árboles bajos, hasta llegar a ver por fin el mar. Ya lo había oído hacía rato pero era un gusto poderlo ver por fin. Era mi primer encuentro con él en el viaje y me emocionó verlo tan azul como siempre, tan calmado y masivo, con olas pequeñas que parecían saludarme como si me reconocieran.

 Cuando era pequeño me pasaba mucho tiempo en el mar. Vivíamos al lado de él y lo veía desde mi habitación, desde la mañana hasta la noche. Me fascinaba contemplar esa enorme mancha que se extendía hasta donde mis pequeños ojos podían ver. Me encanta imaginarme la cantidad de historias que encerraba ese misterioso lugar. Batallas enormes y amores privados, lugares remotos tal vez nunca vistos por el hombre y playas atestadas de gente en las grandes ciudades. Era como un amigo el mar.

 Mis pies pasaron de la arena al agua. Estaba fría, algo que me impactó pero a lo que me acostumbré rápidamente. Al fin y al cabo así era mejor pues el sol no tenía nubes que lo ocultaran y parecía querer quemar todo lo que tenía debajo. Mi cara ya estaba quemada, vivía con la nariz como un tomate. Pensé que lo mejor sería encontrar alguna palmera u otro árbol que me hiciese sombre pues ya había tenido más que suficiente con el sol que había recibido durante mi larga caminata.

 Pero caminé y caminé y solo vi arbustos bajos y plantas que escasamente podrían proveer de sombra a una lagartija. Me alejaba cada vez más del asfalto. La playa seguía y seguía, sin nada que la detuviera. Y como el sonido del agua era tan perfecto, mis pies siguieron moviéndose sin poner mucha atención. Pensaba en el pasado, el presento y el futuro, hasta que me di cuenta que había caminado por varios minutos y ya no había un alma en los alrededores. De todas maneras, ni me preocupé ni se me dio nada. Por fin encontré mi palmera y pude echarme a la arena.

 Las sandalias a un lado, la maleta pesada al otro. Me quité la camiseta y saqué de la maleta mi toalla, una que era gruesa y ya un poco vieja. La extendí en el suelo y me recosté sobre ella. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo cansado que estaba ya de caminar, de este viaje que parecía no tener fin. Me quejaba pero había sido yo mismo el creador del mismo, del recorrido y había pensado incluso en las paradas a hacer. Así que era mi culpa y no tenía mucho derecho a quejarme.

 Y no me quejaba, solo que mi cuerpo se sentía como si no pudiera volver a ponerme de pie nunca más. Los hombros, la espalda y las piernas no parecían querer volver a funcionar, estaban en huelga por pésimos tratos. De pronto fue el estomago que rugió, dando a entender que él tenía prioridad sobre muchos otros. Fue lo que me hice sentarme bien y sacar de la maleta una manzana y una galletas que había comprado el día anterior en un supermercado lleno de gente.

 Mientras comía, me quedé mirando el mar. Su sonido era tan suave y hermoso que, por un momento, pensé quedarme dormido. Pero no iba a suceder. Quería tener los ojos bien abiertos para no perderme nada de lo que pudiera pasar. No quería dejar de ver a los cangrejitos que iban de una lado a otro, sin acercarse mucho, a las gaviotas que volaban a ras del agua y a un pez juguetón que cada cierto tiempo saltaba fuera del agua, haciendo algo que la mayoría de otros peces no hacían ni de broma.

 Terminé la manzana y abrí el paquete de galletas. Decidí recostarme de nuevo, mientras masticaba una galleta. Miraba el cielo azul, sin fin, arriba mío y las hojas verdes de la palmera. Miré a un lado y al otro de la playa y me di cuenta de que estaba solo, completamente solo. Debía ser porque era entre semanas y por ser tan temprano. O de pronto el mundo me había dado un momento en privado con un lugar tan hermoso como eso. Prefería pensar que era esto último.

 Lentamente, me fui quedando dormido. El paquete de galletas abiertas quedó tirado a mi lado, sobre la toalla. Las gaviotas me pasaban por encima y los cangrejos cada vez cogían más confianza, caminando a centímetros de mi cabeza. Había colapsado del cansancio de varios meses. Creo que ni antes ni después, pude dormir de la misma manera como lo hice ese día, ni en la intemperie, ni en un hotel, ni en mi propia cama, que ya empezaba a extrañar demasiado. Creo que fue en ese momento, dormido, cuando decidí acortar mi viaje algunos días.

Al despertar, las galletas ya no estaban. El paquete había sido llevado por el viento lejos de mí.  O tal vez habían sido las mismas gaviotas que las habían tomado. Había algunas todavía paradas allí, cerca de donde el paquete de plástico temblaba por el soplido del viento. No me moví casi para ver la escena. No quería moverme mucho pues había descansado muy bien por un buen rato. No me había sentido tan reconfortado en un largo tiempo, incluso anterior al inicio del viaje.

 Por la sombra que hacía la palmera sobre mi cuerpo, pude darme cuenta de que habían pasado varias horas y ahora era más de mediodía. No tenía nada que hacer así que no me preocupe pero sabía que el sol se iba a poner mucho más picante ahora, igual que la arena a mi alrededor. Me incorporé y miré, de nuevo, al mar. Sin pensarlo dos veces, me puse de pie y me bajé la bermuda que tenía puesta. La hice a un lado y corrí como un niño hacia el agua, en calzoncillos.

 Estaba fría todavía pero pronto mi cuerpo se calentó por el contraste. Se sentía perfecto todo, era ideal para luego de haber dormido tan plácidamente. No me alejé mucho de la orilla por el miedo a que, de la nada, surgiera algún ladrón y se llevara lo poco que tenía encima. Nunca sobraba ser precavido. Pero no tenía que nadar lejos para disfrutar de ese hermoso lugar. Tanto era así que me di cuenta que estaba sonriendo como un tonto, sin razón aparente. Era la magia del lugar, en acción.

 Salí del agua tras unos veinte minutos. Dejé que el agua cayera al suelo por un buen rato antes de irme a sentar a la toalla. De hecho aproveché para recoger el envoltorio de las galletas, pues no quería que me multaran por dejar basura en semejante lugar tan inmaculado. Vi migajas de las galletas y pensé que ojalá les haya hecho buen provecho a las aves que se las habían comido. Mi estomago gruñó, protestando este tonto pensamiento mío. Pero él tenía que aprender que no siempre se tiene lo que se quiere.

 Me quedé en la playa hasta que el sol empezó a bajar. No hice más sino mirar a un lado y al otro, abrir bien los ojos para no perderme nada de lo que la naturaleza me daba a observar. Era un privilegio enorme y yo lo tenía muy en mente.


 Recogí mis cosas antes de las seis de la tarde. Caminé despacio hacia el asfalto, hacia el mundo de los hombres, adonde me dirigía para buscar donde descansar. Pero jamás lo haría como allí, en la playa, solo y en paz, con solo algunas aves jugando a mi lado.

viernes, 31 de marzo de 2017

Girls

   As far as she was concerned, her boss could just go and die t any moment. That mean fat bastard had always been a bother, making her work more hours just because he wanted it or because he had “special” clients. Those were always his buddies or some rich guys he wanted to be friends with in order to get money from them. It was really pathetic to see how he behaved in front of them, almost like a dog that only wants to please his master. It was pretty sad and disgusting.

 Of course, the currency he had was none other than what he called “his girls”. The fact that they were practically his slaves was obvious because of that awful pet name. He argued that they had all the freedoms just because they could come and go after twelve or more hours of work, but they all knew that he controlled almost every aspect of their life and if they misbehaved in some way, he was prepared to use a secret weapon he had just in case: their secrets and, most importantly, their families.

 All of the girls were from pretty modest families who had no idea they were taking their clothes off for money and sometimes, even more. That last part almost depended on the fat guy, who was the one who decided which one of the clients was worth his while, his “special” attention. However, that didn’t make the girls prostitutes, as they perceived no money from that activity, only for their dancing. And even in that case, the salary was miserable, not being good enough to live with.

 More than once, the girls planned their revenge and escape but it rarely went beyond words. The few times a woman did something to actually free herself from the tyranny of the job, she was them met with the fact that all of her family and friends, and their boyfriends if they had one, were told the truth via anonymous messages. It got even worse sometimes, when actual pictures and even videos were attached to those messages, to further humiliate the girl and make her be ashamed.

 Barbie, however, was not ashamed anymore. She had been there for a long time and, after so long, she had lost all contact with her family and friends. She had another name before entering the night world, she even had a career and the possibility of another life. But when everything went bad on her life, she was desperate and decided to exploit the fact that she had a nice body and attractive looks. The fat guy hired her instantly and now one could say that she was his top prize, always putting her on display like a piece of meat when his big clients came.

 Barbie did dream about another life, going back to her family’s house and hugging her mother. She also had a brother, way younger that her. He wouldn’t recognize him, even if he stared at her for a long time. She felt that life had happened so many years ago and now she was another person. Freedom was nothing that she craved. She knew that what the fat guy did to them was not right but she felt that place was a safe haven for all the girls, from even worse things that happened outside.

 Candy, her best friend in the business, had been raped days after she had decided to leave everything. She was alone, with no money and nothing going on for her, so a disgusting man just took advantage of that. The fat guy himself saved her from further harm and brought her back to the club, where she could be safe. They were rooms there for most of the girls; Barbie was one of the few who were able to leave any time she wanted. That was a special privilege because of her relevance.

 She knew very well how important she was there, in that dark world behind the velvet curtain, so she always tried to push her hand a little bit when the fat guy announced he had “special” clients coming over. Basically, she asked for more money and privileges for doing everything he wanted to be done. If the men wanted sex, she did it but it had to come for a price. That’s how she was able to improve all the girls lives in the club by buying them several things to make it all better like a coffee machine and a dog.

 She refused to live with them all in the club, as she know that been in another place made their realized who was boss there, after the fat guy at least. And none of the girls had problems with that or, at least, they didn’t say much about it. For them, it was much better if one of them had any kind of power. Thanks to that, some of them were able to write their families every so often and even, once every few months, visit them at home. That was a huge improvement from the past.


 But even like that, the girls still had to take their clothes off every day, for more hours than they were getting paid for. Sometimes it was full and some other times the only audience members were a couple of drunks and the waiter. They did more than dancing, making all of them loose all sense of romance, although some of them still thought about a prince charming that would one day come and rescue them from their lives. But Barbie was one that didn’t thought of that anymore. She just lived one day, and then the next, and then the next. It was easier that way.