Work, work, work. Break. Some coffee, by the window. Work, work, work. Another coffee, now walking to someone else's office. Work, work, work. Lunch time.
This is it. His time has come to opt out of everything he has always seen as he's life. This is no life.
Instead of eating with the same person he has always done so for the last 3 years, this man decides to go home and pack.
Where to go? Not important. But life's grip is tightening to much and he cannot keep fighting it.
Some shirts, couple of pants, two pairs of shoes and some underwear. That should be enough. He takes his passport, in the eventuality of traveling abroad. There are no real plans about where to go but that's precisely the idea.
He checks his phone: no calls, no messages, nothing. Better, he thinks, if they believe he's running late or has had some kind of problem.
Takes the backpack and walks to the door. After closing properly, he pushes the elevator's button and then a woman, older than him but still beautiful, stands closely. Her hair is messy, she even appears to be missing a day or two of careful grooming.
He looks at her big running pants and old shirt. There appears to be a lot of dust on her shoulders.
- It's taking quite long. - she says.
- Yeah... - he answers, no idea what's she's talking about.
No, he doesn't like to chat with strangers. But she does.
- You live here? - she asks.
- Leaving for some weeks.
Why he answered that, he has no idea. He's starting to sweat.
- I'm moving in. So weird to move from another city.
- Must be.
He really doesn't want to talk.
- Am I making you uncomfortable? - she asks, looking at him.
He cleans some of the sweat off his forehead. He decides not to say a word.
- Sorry, I tend to over talk. Guess I'm nervous for the new job and everything.
Then something clicks inside his mind, like a key entering the keyhole.
He turns to her, watching her honey colored eyes and says:
- Don't you get fucking trapped by that job, ok?
He's dead serious. She knows it.
- Never become a zombie like they want you to be. Think for yourself, even if they don't give a fuck about it.
- Ok.
He falls silent.
She suddenly says he has remembered something at home and leaves, without saying a word.
The elevator arrives. He comes in and tightens the backpack.
As the door closes, he faintly smiles, rising his head, finally feeling as a real free man.
Pensamientos, escritos, cine y más / Thoughts, writings, cinema and more.
domingo, 31 de agosto de 2014
Stop
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viernes, 29 de agosto de 2014
La casa de ladrillo
Ya estaba sentado en el sofá, sonriendo, viéndolos reír. Contaban sus historias uno a uno, dándose momentos para reflexionar, para preguntar, para reír de nuevo o para hacer silencio. Era como si lo hubiesen hecho así durante tanto tiempo que romper la rutina ya no era una posibilidad.
Me removía en mi asiento, algo incomodo por estar en un lugar en el que jamás había puesto un pie. Pero no solo era esta la razón, la verdad era que mi anfitrión, el dueño de la casa de ladrillo, era alguien que me inquietaba pero a la vez me llamaba la atención.
No recuerdo bien como ni donde nos conocimos. Lo único que sé es que ese día estaba allí, con su familia y con él, contando historias como si nos conociéramos de hace años.
Las pocas veces que me miraba, mientras su familia compartía otros recuerdos entre ellos, sentía que su mente se adentraba en mi, como si se tratara de un veneno. Su mirada no era verdaderamente aterradora pero si sobrecogía con facilidad, poniéndome la piel de gallina.
Estaban sus abuelos, sus padres, su hermana y los hijos de ella. Y yo. Y él.
La noche llegó a la casa de ladrillo y su madre y hermana habían preparado algo de comer. En todo ese tiempo me sentía como un fantasma. Ellos poco me miraban y muchos menos me hablaban. El único que me perforaba con la mirada, a ratos, era él, el dueño de la casa.
Ya tarde su familia se fue a dormir pero yo me había quedado en la sala de estar, sin nada que hacer. Como siempre en estos casos, no sabía muy bien que hacer ni adonde ir o, viendo el caso, si debería irme.
De pronto se me acercó, me tomó de la mano, y me llevó debajo de la casa. El sótano no era muy amplio y olía a humedad. Me haló ligeramente hacia a un lado y entonces lo vi.
Había un espacio en la pared. No era excavado como los de las películas de fugas sino un pasillo, de ladrillo como la casa, que llevaba hacia algún otro lado.
Sin decir nada, me soltó la mano y se adentró en el pasillo. Traté de seguirlo por el estrecho corredor pero apenas toqué la piedra roja, varios pensamientos atacaron mi mente. Pero no eran pensamientos míos.
Imágenes de mi anfitrión se mezclaban con escenas borrosas y oscuras de gritos y quejidos, gemidos y respiraciones aceleradas. No eran mis pensamientos, eran sus recuerdos.
Me dejé caer al piso y estiré la mano para alcanzarlo pero ya estaba muy lejos dentro del corredor y yo no podía moverme. Las imágenes me habían causado un gran dolor de cabeza y no había manera de detenerlo.
Sin querer me apoyé en el muro y, de nuevo, sus recuerdos atacaron mi mente. Esta vez vi sangre, sentí el dolor de sus víctimas y sus gritos me perforaban los tímpanos.
Me empecé a golpear con fuerza la cabeza, buscando expulsar las oscuras imágenes de mi mente. Pero solo logré hacer retumbar mi mente con los dolorosos sentimientos que no me dejaban.
De pronto, sentí como si un demonio se apoderara de mi. Seguí golpeándome para expulsarlo a él y a los sombríos productos de mi atormentado ser. Me golpee la cara, el pecho, el estomago y mi pelvis.
Caí al piso sangrando, y ahí, por fin, todo terminó. Al poco tiempo retomé mi vida, todavía sintiendo en mi al terrible hombre de la casa de ladrillo.
Me removía en mi asiento, algo incomodo por estar en un lugar en el que jamás había puesto un pie. Pero no solo era esta la razón, la verdad era que mi anfitrión, el dueño de la casa de ladrillo, era alguien que me inquietaba pero a la vez me llamaba la atención.
No recuerdo bien como ni donde nos conocimos. Lo único que sé es que ese día estaba allí, con su familia y con él, contando historias como si nos conociéramos de hace años.
Las pocas veces que me miraba, mientras su familia compartía otros recuerdos entre ellos, sentía que su mente se adentraba en mi, como si se tratara de un veneno. Su mirada no era verdaderamente aterradora pero si sobrecogía con facilidad, poniéndome la piel de gallina.
Estaban sus abuelos, sus padres, su hermana y los hijos de ella. Y yo. Y él.
La noche llegó a la casa de ladrillo y su madre y hermana habían preparado algo de comer. En todo ese tiempo me sentía como un fantasma. Ellos poco me miraban y muchos menos me hablaban. El único que me perforaba con la mirada, a ratos, era él, el dueño de la casa.
Ya tarde su familia se fue a dormir pero yo me había quedado en la sala de estar, sin nada que hacer. Como siempre en estos casos, no sabía muy bien que hacer ni adonde ir o, viendo el caso, si debería irme.
De pronto se me acercó, me tomó de la mano, y me llevó debajo de la casa. El sótano no era muy amplio y olía a humedad. Me haló ligeramente hacia a un lado y entonces lo vi.
Había un espacio en la pared. No era excavado como los de las películas de fugas sino un pasillo, de ladrillo como la casa, que llevaba hacia algún otro lado.
Sin decir nada, me soltó la mano y se adentró en el pasillo. Traté de seguirlo por el estrecho corredor pero apenas toqué la piedra roja, varios pensamientos atacaron mi mente. Pero no eran pensamientos míos.
Imágenes de mi anfitrión se mezclaban con escenas borrosas y oscuras de gritos y quejidos, gemidos y respiraciones aceleradas. No eran mis pensamientos, eran sus recuerdos.
Me dejé caer al piso y estiré la mano para alcanzarlo pero ya estaba muy lejos dentro del corredor y yo no podía moverme. Las imágenes me habían causado un gran dolor de cabeza y no había manera de detenerlo.
Sin querer me apoyé en el muro y, de nuevo, sus recuerdos atacaron mi mente. Esta vez vi sangre, sentí el dolor de sus víctimas y sus gritos me perforaban los tímpanos.
Me empecé a golpear con fuerza la cabeza, buscando expulsar las oscuras imágenes de mi mente. Pero solo logré hacer retumbar mi mente con los dolorosos sentimientos que no me dejaban.
De pronto, sentí como si un demonio se apoderara de mi. Seguí golpeándome para expulsarlo a él y a los sombríos productos de mi atormentado ser. Me golpee la cara, el pecho, el estomago y mi pelvis.
Caí al piso sangrando, y ahí, por fin, todo terminó. Al poco tiempo retomé mi vida, todavía sintiendo en mi al terrible hombre de la casa de ladrillo.
jueves, 28 de agosto de 2014
The Celestials
I laid there and they came in, down the mountain, pass the stream.
Four, maybe five, walked slowly down the hill. Their limbs moving slightly as their legs transported their big, illuminated bodies closer to me.
No, they're not beings of light: they are made of stars. The deep black skin feels like a familiar fabric, their heads forming a beak and the back arched as if they've had to carry heavy burdens for far too long.
The time is short, but sweet. We hug and we play, all around the meadow and in an old ship, reminiscing of pirates that have never been here.
I never ask where they come from or why do they come to me. The happiness and comfort I feel being besides them prevents me from asking to many questions that do not need to be answered.
More people come down the mountain and join us. I do not know them or maybe I do but it doesn't matter. The meadow feels like a safe place to be and maybe that's why we're all here.
Then, when standing against the sunlight, I can see a glimpse of who this being once was: a young, tall man. Hair the color of wheat and skin as pale as the moon. Who is he? Again, it doesn't matter.
The creatures stand by us, watch us laugh and eat and play and live. But they, the beings of celestial stuff, remain still, as if moving too much or too fast may break them. And we don't push for them to do anything they don't want to. Because, if they break, we break too.
No eyes to pierce with mine but I still try to see it again, the boy inside the stars. But there's nothing, only the thick blackness of space, splattered with millions of beautiful bright stars and galaxies, quasars and pulsars.
No... Not now... The moment has come when they begin to disappear, as mysteriously as they first came down the mountain. I try to grab his hand but there's nothing to grab anymore.
I wake up, in peace, but still worried. As I stand up, feeling the sheets off my body and the feel of the ground below my feet, there's a thought that dares not to live me.
I never had the chance to say "Thank you". For protecting me in the forever land of shadows, for taking care of my wounded body.
Slowly, my mind begins to erase the feelings and the thoughts done during the dream. But his face, the universal one, stays with me to fight the scolding light of reality.
Four, maybe five, walked slowly down the hill. Their limbs moving slightly as their legs transported their big, illuminated bodies closer to me.
No, they're not beings of light: they are made of stars. The deep black skin feels like a familiar fabric, their heads forming a beak and the back arched as if they've had to carry heavy burdens for far too long.
The time is short, but sweet. We hug and we play, all around the meadow and in an old ship, reminiscing of pirates that have never been here.
I never ask where they come from or why do they come to me. The happiness and comfort I feel being besides them prevents me from asking to many questions that do not need to be answered.
More people come down the mountain and join us. I do not know them or maybe I do but it doesn't matter. The meadow feels like a safe place to be and maybe that's why we're all here.
Then, when standing against the sunlight, I can see a glimpse of who this being once was: a young, tall man. Hair the color of wheat and skin as pale as the moon. Who is he? Again, it doesn't matter.
The creatures stand by us, watch us laugh and eat and play and live. But they, the beings of celestial stuff, remain still, as if moving too much or too fast may break them. And we don't push for them to do anything they don't want to. Because, if they break, we break too.
No eyes to pierce with mine but I still try to see it again, the boy inside the stars. But there's nothing, only the thick blackness of space, splattered with millions of beautiful bright stars and galaxies, quasars and pulsars.
No... Not now... The moment has come when they begin to disappear, as mysteriously as they first came down the mountain. I try to grab his hand but there's nothing to grab anymore.
I wake up, in peace, but still worried. As I stand up, feeling the sheets off my body and the feel of the ground below my feet, there's a thought that dares not to live me.
I never had the chance to say "Thank you". For protecting me in the forever land of shadows, for taking care of my wounded body.
Slowly, my mind begins to erase the feelings and the thoughts done during the dream. But his face, the universal one, stays with me to fight the scolding light of reality.
miércoles, 27 de agosto de 2014
Los días
Está ahí, detrás de la puerta. Siento su oscuridad, su calor, su sencillez y su dolor.
No puedo moverme a voluntad. Y cuando lo logro, solo me lastimo a mi mismo, sirviendo su voluntad.
Él, solo él, me quiere bajo su manto. Es tranquilo, casi pasivo, esperando y sabiendo lo que pienso. Y mis pensamientos abren la puerta.
Pero es apenas un pequeño resquicio. Lo puedo ver por un instante, antes de que decida irse y dejarme solo por hoy.
Despierto sudando ligeramente, con las manos tensionadas y la espalda adolorida. Por un momento abro lo ojos más de la cuenta, tratando de sentir si este es el sueño o, peor aún, la realidad.
Mientras pongo los pies en el suelo, imagino tomando su mano tibia y caminando hacia las sombras.
Miedo? Sí, siempre. Pero el miedo es preferible al dolor. El dolor que siento al sentir el sol en mi piel, al escuchar las voces lejanas de aquellos que a veces se sienten tan cerca pero muchas veces tan lejos.
Y me encuentro a mi mismo encerrado, solo, desesperado y envuelto en un remolino de sensaciones en guerra al punto que mi cuerpo me traiciona y solo pienso en estar con él. Es un romance fatal pero hermoso, que no me atrevo a aceptar. No es por mi, es por otros.
Mi dolor es real. Lo siento al caminar y al oír mi voz, al respirar y al sentir el viento que sin misericordia me recuerda la mortalidad de esta mente que solo quiere verme caer.
El futuro es solo un hueco, un agujero negro eterno e incierto. Los envidio, a todos aquellos que ven un sinfín de colores y sentimientos en él. Yo no veo nada, no sé nada y no siento nada por él.
Pero aquel caballero detrás de la puerta, el de la expresión inerte, por él siento ráfagas de sentimientos que amenazan con acabar la poca sensatez que mi mente me brinda.
Noche tras noche, todos los días de mi vida, él está ahí. A veces se ausenta por largos periodos, pero como en una buena novela victoriana, siempre vuelve para cortejarme con su sola presencia y su innegable candidez.
No lo amo. El amor es débil y efímero. Esto es algo mejor y peor, algo más drástico pero sencillo, algo verdadero y, a la vez, una gran ilusión.
No sé si sea este el día, o mañana, en el que tome por fin su mano a través de la rendija de la puerta. El día en que su cálida presencia se mezcle con mi tambaleante ser, y me lleve en paz de la mano a través de los campos más allá de este insignificante mundo.
Aquí estoy, siempre decayendo. Siendo traicionado hasta el fin de los días por mi enemigo mayor.
Y ahí está él, detrás de la puerta, esperándome.
No puedo moverme a voluntad. Y cuando lo logro, solo me lastimo a mi mismo, sirviendo su voluntad.
Él, solo él, me quiere bajo su manto. Es tranquilo, casi pasivo, esperando y sabiendo lo que pienso. Y mis pensamientos abren la puerta.
Pero es apenas un pequeño resquicio. Lo puedo ver por un instante, antes de que decida irse y dejarme solo por hoy.
Despierto sudando ligeramente, con las manos tensionadas y la espalda adolorida. Por un momento abro lo ojos más de la cuenta, tratando de sentir si este es el sueño o, peor aún, la realidad.
Mientras pongo los pies en el suelo, imagino tomando su mano tibia y caminando hacia las sombras.
Miedo? Sí, siempre. Pero el miedo es preferible al dolor. El dolor que siento al sentir el sol en mi piel, al escuchar las voces lejanas de aquellos que a veces se sienten tan cerca pero muchas veces tan lejos.
Y me encuentro a mi mismo encerrado, solo, desesperado y envuelto en un remolino de sensaciones en guerra al punto que mi cuerpo me traiciona y solo pienso en estar con él. Es un romance fatal pero hermoso, que no me atrevo a aceptar. No es por mi, es por otros.
Mi dolor es real. Lo siento al caminar y al oír mi voz, al respirar y al sentir el viento que sin misericordia me recuerda la mortalidad de esta mente que solo quiere verme caer.
El futuro es solo un hueco, un agujero negro eterno e incierto. Los envidio, a todos aquellos que ven un sinfín de colores y sentimientos en él. Yo no veo nada, no sé nada y no siento nada por él.
Pero aquel caballero detrás de la puerta, el de la expresión inerte, por él siento ráfagas de sentimientos que amenazan con acabar la poca sensatez que mi mente me brinda.
Noche tras noche, todos los días de mi vida, él está ahí. A veces se ausenta por largos periodos, pero como en una buena novela victoriana, siempre vuelve para cortejarme con su sola presencia y su innegable candidez.
No lo amo. El amor es débil y efímero. Esto es algo mejor y peor, algo más drástico pero sencillo, algo verdadero y, a la vez, una gran ilusión.
No sé si sea este el día, o mañana, en el que tome por fin su mano a través de la rendija de la puerta. El día en que su cálida presencia se mezcle con mi tambaleante ser, y me lleve en paz de la mano a través de los campos más allá de este insignificante mundo.
Aquí estoy, siempre decayendo. Siendo traicionado hasta el fin de los días por mi enemigo mayor.
Y ahí está él, detrás de la puerta, esperándome.
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