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jueves, 21 de abril de 2016

La espera

   Apenas se despertó, se puso a hacer la limpieza general del sitio. Limpió cada rincón del apartamento, desempolvó cada objeto y tuvo que ponerse una máscara para no estornudar mientras hacia la limpieza. Cuando por fin terminó con la primera parte, limpió los baños con varios productos de limpieza y también la cocina. Eso le tomó un poco más de tiempo hasta que, a la hora del almuerzo, ya todo estaba perfecto.

 Pero no tenía tiempo de descansar: apenas hubo terminado, entró a la ducha y se lavó el pelo con champú y usó un jabón especial que había comprado hacía poco en el supermercado. Cuando salió de la ducha lo primero que hizo fue mirar la hora en su celular. Todavía tenía tiempo de sobra para cambiarse y comer. Fue escogiendo cada prenda de vestir con cuidado, desde la ropa interior hasta los zapatos. Todo tenía que quedar bien con lo demás para que hubiese algo así como una armonía. Se adornó a si mismo con algunas gotas de perfume.

 Para comer tenía en la nevera una ensalada ya lista y pasta fria con verduras. No la calentó porque así sabía bien y no quería demorar más tiempo del debido. Comer no le tomó ni veinte minutos. Cuando terminó, tiró a la basura los contenedores plásticos, se lavó las manos y luego los dientes y entonces se sentó en el sofá de la sala de estar a esperar a que llegara el momento, que no debía demorar.

 Mientras esperaba, se tomaba los dedos y los masajeaba suavemente. Movía algunos objetos de la mesa de café para volverlos a poner en el mismo sitio. Se puso de pie cuando recordó que había dejado el celular cargando en la habitación. No le faltaba mucho pero igual se puso a esperar allí, de pie, junto al celular. Aburrido y viendo que no pasaba nada, tomó el aparato y se puso a jugar su juego favorito.

 Cuando estaba en un nivel bastante difícil, fue cuando el timbre del intercomunicador sonó y corrió a la cocina para contestar. Pero cuando contestó no era nada. Es decir, el hombre de la recepción le dijo que se había equivocado de apartamento. Él apenas suspiró y colgó un poco frustrado. La ropa ya le estaba incomodando y no era nada divertido tener que esperar por tanto tiempo.

 Decidió sentarse en el sofá y poner algo en la tele mientras tanto. Se puso a pasar canales hasta que llegó a uno de esos que muestran documental de animales en África y se puso a ver el programa. Pero estaba tan cansado por el esfuerzo de más temprano, que poco a poco se fue quedando dormido, hasta que se recostó por completo y cerró los ojos por unas tres horas. Era una siesta que necesitaba y no recordó nada ni a nadie antes de quedar dormido.

 Se despertó de golpe, en la mitad de la oscuridad, varias horas después. El televisor seguía encendido en el mismo canal, pero ahora estaban mostrando algún tipo de programa de armas antiguas o algo por el estilo. Se dio cuenta que había babeado un poco sobre el sofá y había arrugado un poco la ropa. Tuvo que ir al baño para limpiarse la cara, orinar, limpiarse la cara de nuevo y planchar con las manos el traje para que no se notara que había dormido con él puesto.

 Fue a mirar el celular y tuvo que encender las luces de todo pues ya era de noche. Ya era tarde y lo más probable es que no llegara ya. Se suponía que iba a pasar en la tarde así que no sabía qué hacer. Miraba la hora y se daba cuenta de que tenía hambre de nuevo pero a la vez pensaba que todavía era posible que viniera pues no había avisado ni dicho nada. De pronto tenía mucho que hacer en el momento y no había podido alertarle.

 Se sentó en la cama y, por varios minutos, se quedó pensando en todo un poco. Se consideró un idiota por pensar que esta vez iba a ser la vencida pero también se aplaudió por ser esta vez quien tomara la iniciativa. Había alistado su propia casa y así mismo por completo, cosa que no hacía por cualquiera. Trató de voltearlo todo, y decidió que todo lo había hecho por él. Pero después de unos minutos de pensarlo, le pareció la idea más tonta de la vida.

 A las ocho de la noche empezó a quitarse la ropa. Dobló cada prenda con cuidado y las fue guardando en sus cajones específicos. Cuando quedó solo en ropa interior, también se la quitó, la dobló y guardó y echó a todo un poco de perfume para quedara oliendo con ese rico olor a madera. De otro cajón sacó un pantalón de pijama y una camiseta vieja. Normalmente no se ponía la camiseta pero la noche estaba muy fría.

 Fue a la cocina y sacó de la nevera una de esas pizzas de horno para hacer en un momento. Precalentó el horno un rato y puso la pizza dentro y vio como se iba cocinando. A cada rato mirando al intercomunicador o a la puerta, esperando que hubiera ruido de alguno de los dos, pero eso no parecía posible.

 Casi se quema sacando la pizza del horno. La puso en un plato grande y se la llevó a su habitación con una lata de gaseosa de naranja. Tenía listo un capitulo de una serie en su portátil y se comió toda la pizza viendo el programa que, al menos, le sacó un par de carcajadas. Como estaba demasiado cansado, a las once de la noche puso el plato en la mesa de noche con los cubiertos y la lata vacía. El portátil lo dejó también allí. Apagó la luz y se dispuso a dormir.

 A la mitad de la noche, las tres de la mañana según el reloj del celular, se despertó de golpe cuando un trueno cayó casi al lado de la ventana. El susto lo hizo quedar sentado y de repente sintió un dolor de cabeza horrible. Decidió ir al baño, orinar y tomar una pastilla para el dolor. Tomó un poco de agua y volvió a la cama. Esta vez no se quedó dormido tan rápido. Miró caer la lluvia por varios minutos y pensó muchas cosas con el suave sonido del agua golpeando el vidrio.

 Cuando se quedó dormido, soñó que estaba en un campo verde enorme que parecía no tener fin. Solo había algunos árboles pero nada más. Y él caminaba y caminaba y no llegaba a ningún lado. Y así corriera o se quedara quieto, el lugar era eterno. Parecía no tener fin y el brillo del verde del pasto parecía aumentar cada cierto tiempo. Era hermoso pero a la vez extremadamente falso y desesperante. Sin embargo, siguió caminando hasta que cayó.

 Y se convirtió en uno de esos sueños en los que caes y caes y caes y nunca te detienes y sientes que pasas por el ojo de una aguja y luego por otro huevo y así. Y todo parece oscuro pero también rojo, como si ahora no vieras por colores sino por temperaturas. Sentirse sin peso, simplemente caer y caer, era extraño. Desesperante pero daba cierta paz que era difícil de describir.

 Cuando se despertó en la mañana, se dio cuenta que había dado varias vueltas en al cama, pues la sábanas estaban revueltas por todo lado. Ese día desayunó en la cama y se demoró para ir a la ducha. Al fin y al cabo era sábado y no pretendía hacer de ese día uno de mucha actividad. Ya había hecho eso el día anterior y quería lo exactamente opuesto. Le enojaba pensar lo que había hecho antes.

 Llevó todo lo sucio a la cocina y lo dejó ahí. Lo lavaría después de ducharse y ponerse ropa. Estuvo tentado a llamar a la recepción y preguntar si alguien había venido o pedir que le avisaran cuando llegara alguien, pero eso no tenía sentido. Al fin y al cabo era el trabajo del hombre hacer precisamente eso, así que pedirlo no tendría sentido alguno. Así que dio media vuelta y se fue al baño.

 Dejó la ropa tirada en un montoncito en el suelo y encendió la ducha para que el agua se calentara mientras se cepillaba los dientes. Entró a la ducha momentos después con el cepillo en la boca. El agua tibia le hacía bien y parecía quitarle un enorme peso de encima, en especial de los hombros y la cabeza. Era como si se quitara una armadura enorme que nunca había necesitado.


 Entonces sintió sus manos en su cintura, subiendo a su pecho. Y se dio cuenta que había estado tan ensimismado que no lo había oído entrar. Dejó caer el cepillo al suelo y disfrutó el momento, único e irrepetible.

martes, 22 de marzo de 2016

En movimiento

   No querían darse cuenta. Lo negaban, o mejor dicho, ni se les pasaba por la cabeza que pudiese ser una posibilidad. Lo que hacían era ir cuidándose el uno al otro, ir sobreviviendo la escasez de comida y el constante movimiento de un lado a otro. Al fin y al cabo los estaban buscando y no podían quedarse quietos esperando a ver si los atrapaban en alguno de los muchos pueblos y caseríos en los que decidían quedarse a dormir. A veces no había ni eso, sino musgo o algún rincón mullidito entre los árboles.

 Ya habían viajado, a pie, unos quinientos kilómetros y todavía les faltaban quinientos más para poder llegar a la costa. Era un camino muy largo pero era la única oportunidad que tenían si querían volver a hablar en voz alta alguna vez en sus vidas. No hablaban casi, no decían nada que no fuese muy necesario. No era solo por el miedo a que los descubrieran sino también porque estaban tan cansados que si no era necesario simplemente no abrían la boca.

 En el camino se encontraron a otros huyendo y presenciaron como la policía y los militares arrestaban a algunos e incluso les disparaban en el sitio, sin preguntar nada y haciendo caso omiso de los gritos y de las suplicas para seguir viviendo. Habían dejado hace mucho de ser hombres íntegros y respetuosos de la ley. La ley había empacado y se había ido quién sabe adónde. Los cuerpos se iban acumulando cada vez más y ya ni siquiera eran disidentes y demás. Era cualquiera que subiera mucho la voz.

 Por eso evitaban, en lo posible, pisar la carretera o los caminos labrados hacía mucho tiempo. Preferían atravesar por entre las tierras abandonadas por los campesinos y quitadas a los hombres y mujeres que habían tenido tierras propias, para hacer sus casas o para labrarlas o para lo que sea. Ya todo pertenecía al Estado pero el Estado todavía no era supremo y no podía vigilarlo todo. No estaba todavía en todas partes, eso tomaría algo de tiempo todavía y de eso se aprovecharon ellos dos.

 Se daban la mano cuando tenían que cruzar los alambres que cercaban las fincas abandonadas y para cruzar arroyos que crecían a veces por las lluvias en las tierras altas. Los únicos que los veían pasar eran los animales: vacas a punto de morir y pájaros que, como ellos, se dirigían a otro lugar, pues nadie quería estar en semejante lugar ya nunca. Podía haber sido un paraíso alguna vez, un paraíso incompleto, pero ya no habría posibilidad de que eso ocurriera nunca.

 Los grupos que tanto habían luchado al margen de la ley eran ya cosa del pasado, habían sido los primeros en ser eliminados, esta vez sistemáticamente, sin contemplaciones de ningún tipo. La gente no se quejó entonces y por eso pasó lo que pasó.

 Cuando llegaron al gran río, supieron que el camino que habían hecho era correcto pero ahora debían elegir entre quedarse de un lado y del otro o incluso podrían robar un barco y navegar río abajo. Pero al ver que nadie utilizaba sus lanchas, era evidente que el transporte fluvial no era lo común y se notaría bastante. Decidieron entonces cruzar al otro lado y volverían cuando hubiera otro paso encima del río.

 En el puente no había nadie. Empezaron a caminarlo temblando un poco, abriendo los ojos más de la cuenta pues era de madrugada y no se veía mucho pero era el mejor momento del día para cruzar. El puente era metálico y había visto mejores tiempos. Cada paso resonaba y al poco rato tuvieron que quitarse los zapatos para no hacer ruido y caminar descalzos.

 Entonces uno de ellos apuntó con la mano al otro lado del puente. Una luz roja. Había visto una lucecilla allá al otro lado. El otro le preguntó de qué hablaba pero su respuesta fue la de callarse. Lo tomó de la mano y lo hizo devolverse lo más rápido que pudo. Fue a tiempo puesto que la lucecilla era una de esas que se ponen en los aparatos de comunicación. Y si no la hubieran visto se habrían hundido con el metal del puente en el fondo del río pues el Estado y su magnifico líder títere habían aprobado la demolición de estructuras “viejas e inútiles” en todo el país. La verdad era que solo querían bloquear el paso de la gente y mantener a todo el mundo encerrado. Campos de concentración pero sin el encierro evidente.

 Los siguientes días no hubo comida. Guardaban algunos enlatados que habían logrado robar de alguna tienda en la mitad de la nada o de casas abandonadas. Pero no era suficiente, menos aún con el calor que hacía en las lindes del río. No era uno de esos bonitos países templados sino un infierno tropical con todas las de la ley. Caminar de día era horrible y los pies parecían doler el triple al pisar las piedritas recalentadas durante el día.

 Dormían mal pero siempre uno junto al otro pues, aunque no lo decían, tenían miedo de separarse. Una cosa era hacer el viaje en pareja y otra muy distinta era hacerlo juntos. Tendrían más oportunidades de sobrevivir si trabajaban con ambos ingenios y eso ya lo habían comprobado cuando eran terroristas. Porque eso era lo que habían sido y la verdad era que estaban orgullosos. Habían plantado bombas tratando de frenar al nuevo Estado, les hacían atentados.

 No funcionó como debía y hubo civiles muertos, como siempre los hay. Pero ganaron un tiempo que salvo a miles pues pudieron escapar y ahora era su turno. Pero ya nadie en ningún lado se oponía pues no había manera de oponerse sin ser descubierto rápidamente.

 El siguiente tramo del viaje, de un par de días, fue a través de una zona muy plana, caliente y desprovista de vegetación capaz de ocultarlos. La técnica era solo viajar de noche y de día ocultarse en alguna de las casas abandonadas entre los vastos cultivos que se habían podrido hace meses. En algunas de esas casas casi se podía vivir a gusto, no feliz, pero a gusto. Había camas y una cocina y aunque no usaban la segunda para no ser descubiertos, era bonito ver un lugar que parecía estar congelado en el tiempo.

 No fueron noches normales pero incluso hubo una vez que sonrieron y durmieron un poco más de lo normal. El último día en la sabana central vieron de nuevo a los militares y estos casi los pillan si no fuera porque parecían ir muy de prisa a alguna parte. Ellos dos no sabían lo que se planeaba y que no eran prioridad en esa región. Pues era una región que siempre había sido reacia al gobierno actual y ahora ellos les iban a cobrar por tratar de bloquear sus yacimientos de petróleo y otras riquezas.

 Mientras penetraban los pantanos, ocurrió una masacre tras otras. Pero no se enterarían de nada hasta muchos años después, cuando ellos serían los que llevarían uniforme.

 En las ciénagas tuvieron que aprender a abrir los ojos aún más y a tener cuidado con donde pisaban. Fueron picados por diversos insectos y otras criaturas, vieron caimanes e incluso hipopótamos y vieron como muchas zonas estaban inundadas de agua apestosa, cubierta de mosquitos. No se acercaron mucho a esos lados pero tenían ideas de porqué eso era así.

 Los árboles seguían siendo escasos pero no eran ya necesarios. El Estado no tenía nada que hacer en semejante región y ya la ocuparía cuando tuviese las zonas más ricas ocupadas. Entre el agua, el lodo y los mosquitos, no había nada que el Estado quisiera pero si algo que los dos terroristas necesitaban y era el camino a la costa. Era solo seguir el agua y tras casi una semana se acercaron a uno de los puertos más grandes.

 Se disfrazaron un poco, maquillaron su cara con lodo y tierra y fueron adonde todo el mundo iba: a la entrada del puerto. Allí había montones de personas y el Estado las vendía para trabajar como esclavos. Aunque en realidad no era tal cual. Lo único que querían era ganar dinero al expulsar indeseables del país y solo dejaban salir a quienes no significaran un peligro futuro.

 Como ya lo habían hecho antes, mataron para cruzar de noche y meterse en el primer barco que vieron. Allí amenazaron primero y suplicaron después. El barco zarpó con ellos escondidos entre el pescado fresco y solo salieron de allí dos días después. Habían dejado medio cuerpo entre el pescado y el aire del mar era un cambio drástico a lo que habían estado viviendo durante los últimos meses. Además, la compañía de tanto marinero hostil no era lo mejor del mundo y tampoco tener que pagar el viaje con trabajo de esclavos.

 Pero ya se liberarían, ya verían cómo hacer para seguir avanzando. Porque ambos sabían que nada terminaba en ese barco, si acaso una etapa pero nada más. Entre el pescado fresco se dieron de nuevo la mano y cada día se la darían una vez, apretando un poco para no olvidar nunca lo que se siente tocar otro ser humano que, al menos, te entiende algo.


 Eso cambiaría después pero, por el momento, era más que suficiente.

lunes, 22 de febrero de 2016

La momia

   Nadie se dio cuenta de lo que había pasado hasta que el techo de uno de los apartamentos colapsó y el agua salió por todos lados. Además el piso nueve del edificio era un pantano y ya alguien se había quejado de que había agua bajando por las escaleras pero nadie había hecho mucho caso. Lo normal en esos casos es que el dueño del apartamento solo venga cuando es una emergencia y no cuando parecen inventos de los inquilinos. El caso es que desde ese día el edificio entero tuvo que ser puesto en cuarentena pues el agua acumulada había dañado gravemente muchas de las conexiones eléctricas y las mismas tuberías.

 Cuando los bomberos llegaron para evacua a la gente, los vecinos se sorprendieron cuando salieron del edificio con una camilla y lo que parecía un ser humano debajo de una bolsa de las que usan en la morgue. Pero el problema era que solo la habían puesto encima. Entonces cuando uno de los bomberos dio  un mal paso en el último escalón de las escaleras de la salida, el plástico negro se corrió y todo el mundo gritó, le taparon los ojos a los niños, alguna señora exagerada se desmayó e incluso algunos muy ágiles tomaron fotos que luego resultaron en Internet.

 El cuerpo en sí no era lo que había asustado a la gente. Al fin y al cabo que la gente se moría todo los días y, siendo verano, no era inusual oír casos de adultos mayores muertos por insolación o por mal manejo de los aires acondicionados. Eso era normal. Pero este cuerpo no había muerto por eso o al menos no lo parecía. Ese cuerpo estaba momificado y la policía no supo explicarse porqué. Al parecer lo habían encontrado en la salita donde tenía la televisión y allí mismo había muerto. Su muerte y la inundación debían estar conectados pero nadie tenía explicaciones detalladas todavía.

 La momia fue llevada a la policía y allí la analizaron día y noche y pronto, por los contratos y demás, se supo que la persona que estaba momificada en la morgue de la policía no era un inquilino del edificio. En un giro repentino de la historia, se pudo verificar que nadie vivía en ese apartamento hacía muchos meses. Se suponía que estaba ofreciéndolo en alquiler pero la inmobiliaria confesó que habían dejado de mostrarlo por diversos factores, casi todos relacionados con la falta de varios arreglos necesarios para ofrecer la mejor calidad de vida.

 Lo primero que concluyeron los medios fue que el personaje momificado era un ilegal que se había metido a la casa, aprovechando que estaba vacante, y por alguna mala fortuna había muerto allí, tal vez mirando televisión o tal vez preparándose un baño. Algunos incluso iban más lejos y alegaban que quien fuera ese hombre, porque habían concluido que lo era, había querido perjudicar a la gente del edificio enviado por alguien más. Una pelea de vecinos era la razón para esa teoría.

 Mientras tanto el edificio seguía en mantenimiento profundo pues la cantidad de agua que se había acumulado en el baño del noveno piso había descendido al colapsar el suelo y había recorrido toda la estructura hasta la entrada misma del lugar. No había apartamento que no estuviese, al menos en parte, perjudicado por la inundación. Y las zonas comunes también habían quedado vueltas al revés. Un reportaje de la televisión entró al lugar para revisar el estado de todo y solo habiendo pasado unos días, el lugar parecía abandonado desde hace años. La escalera principal solo podía ser utilizada hasta el segundo piso, pues el resto o ya había colapsado o estaba en riesgo de hacerlo.

 Otro escándalo emergió cuando el propietario del edificio confesó que no tenía como pagar los daños causados al edificio. Explicó en televisión que no había tantos inquilinos y las rentas no eran altas, por lo que con lo que la gente pagaba si acaso hubiese podido pagar la recuperación de las redes de servicios pero no arreglar los pisos o las escaleras, ni siquiera los muros que ahora se estaban desmoronando pedazo por pedazo. Los inquilinos se quejaron y denunciaron al dueño, calificándolo de tantos nombre que era difícil seguirles la pista con tanto calificativo que usaban. El caso era que no confiaban en él y exigieron a la policía otra investigación.

 Esos eran otros con problemas. No habían avanzado mucho con lo de la momia y la gente del barrio se estaba quejando por el edificio, pues no solo la humedad se sentía con fuerza en los alrededores, sino que temían que l estructura se viniese abajo en cualquier momento y pudiera haber algún herido por culpa de la negligencia de los servicios de la ciudad. El pobre jefe de policía iba de un lado a otro, entrevistándose con los vecinos, luego con los inquilinos del hotel y finalmente con varios inmigrantes de toda la ciudad que sospechaban sabían algo del muerto, pero eso era una pantalla de humo pues la verdad era que no tenían ni idea de cómo avanzar.

 La clave llegó en forma de una mujer. Era una chica de unos veintinueve años, alta y bonita pero no muy arreglada. Temblaba un poco, por nervios tal vez o por costumbre, y al hablar tenía un marcado acento del este de Europa. Se le vio primero por el barrio preguntando por el hombre de una foto que tenía ella en el bolsillo. La mostraba y preguntaba si alguien lo había visto, si alguien sabía algo de él. Pero la gente no estaba de humor para ello y la mayoría negaba con la cabeza sin siquiera ver la imagen. Cuando fue denunciada a la policía por algún vecino exagerado, confesó que su hermano era el de la foto y que no lo veía hace mucho tiempo. La policía averiguó rápidamente que la mujer había sido ilegal hasta hace unos meses y que en efecto tenía un hermano pero en su país.

 Ella no quiso explicar nada con detalle. Solo les dijo que su hermano había sido contratado por una de las mafias para sacar unos documentos de un apartamento. Le explicaron que eso era robo y ella los miró con pánico y dijo que lo sabía pero que su hermano nunca le explicó nada y había sido solo hasta hacía poco que uno de los hombres que lo habían contratado se le había acercado para decirle en que barrio encontrarlo. Y por eso había estado preguntando y molestando a la gente en ese barrio en concreto, porque quería saber de su hermano y si la mafia lo había matado o qué había pasado con él.

 Los médicos forenses, con ayuda de registros dentales importados del extranjero con ayuda de la mujer, pudieron anunciar que la momia era en efecto el joven ilegal. La mujer se desmayó cuando supo que su hermano era ahora un momia y explicó que eso en su cultura era significado de un embrujo o una maldición. Empezó a hablar en un idioma que nadie entendió y colapsó en la morgue, con los médicos asustados y los policías ya hartos de un caso tan extraño.

 Explicar la momificación resultó sencillo pues era algo que ya había pasado en otros lugares. La combinación de la temperatura del aire, de la habitación como tal y la forma en la que estaba el cuerpo, todo ayudaba a que el pobre hombre se hubiese momificado. La humedad proveniente del cuarto también era un factor importante. Se pudo averiguar que el cuerpo había estado allí por lo menos un par de meses y que la habitación inundada lo había estado casi por el mismo periodo de tiempo. Es decir, que los vecinos pudieron haberse dado cuenta a tiempo pero nadie dijo nada.

 La muerte como tal del pobre chico era algo más difícil de explicar. Se buscaron orificios de bala pero no había ninguno, tampoco huecos por puñaladas consecutivas ni marcas de laceraciones por ningún otro objeto. El cuerpo estaba perfecto excepto por el hecho de estar muerto y momificado. Puede que hubiese tenido alguna complicación respiratoria o tal vez una alergia grave contra algún tipo de producto. O tal vez fue el corazón el que falló. Todos los resultaron eran poco concluyentes porque la hermana dijo que no permitía que abrieran el cuerpo pues necesitaba enterrarlo y que descansara en paz.

 Viendo que no se iba a concluir nada sin una autopsia, la policía se rindió y entregó el cuerpo a la hermana. Ella lo enterró, luego de hacer un rezo y una especie de ritual con un sacerdote de confianza, y anunció a la prensa, siempre ávida de más detalles, que su hermano descansaba en paz y que el cuerpo dejaría pronto de ser una momia para convertirse en lo que todo los cuerpos debían convertirse eventualmente: polvo.


 Nadie nunca supo entonces la razón de la muerte del joven, que había sido por un simple piquete de avispa ni tampoco sabían que los papeles más incriminatorios de la historia de la ciudad habían sido destruidos al él mismo ponerlos en la bañera y abrir los grifos tanto de la misma bañera como del lavamanos. Se había quedado para aprovechar la televisión y allí había muerto, sin cerrar las llaves y sin escuchar el sonido de un cuarto de baño,  diseñado para también ser refugio antibombas hacía muchos años, llenándose más y más de agua.

jueves, 28 de enero de 2016

Acuático

   Cuando podía iba a la piscina de su club y nadaba un poco. No podía hacer tantas veces como quisiera, por el trabajo, pero trataba de hacer lo más seguido posible por dos razones: la primera era que no hacía ejercicio nunca y la segunda que la natación era algo increíblemente relajante. Cada vez que entraba al agua, se sentía más libre que en cualquier otro momento de su vida. En el agua no tenía que justificarse, ni que seguir reglas definidas. Podía nada y nada más, yendo de un lado al otro y probando ese vehículo que era su cuerpo.

 Su cuerpo no era, sin embargo, el mejor vehículo que hubiese podido obtener de la vida pues no estaba en las mejores condiciones. Había nacido con un problema físico que era notable a simple vista y eso, al comienzo, le había impedido disfrutar de la natación como lo hacía ahora. En esos días, incluso pensó que ponerse una camiseta para nadar, como hacían otros, no era tan mala idea. Pero luego se dio cuenta que esa costumbre estaba casi reservada para quienes tenían más que unos kilos de más o tenían también cosas que creían tener que esconder.

 Pero no lo hizo, no se puso nada más sino el traje de baño y las chancletas de rigor. Ese día se cubrió como pudo con la toalla pero pronto se dio cuenta que a los asistentes a la piscina no les importaba nada el resto de las personas a menos que hubiera un accidente o algo por el estilo. Había reservado uno de los carriles de la piscina más grande y simplemente empezó a nadar.

 A veces era frustrante porque a la mitad de la extensión de agua se sentía ya ahogado y tenía que detenerse. Entonces hacía dos vueltas pero divididas en cuatro partes de extensión casi igual. Sería después de muchos meses que sus pulmones se acostumbrarían mejor al agua y a respirar correctamente. Fue un hombre gordito que se hizo una vez en el carril aledaño que le explicó como tenía que hacerlo. Esa sugerencia le aclaró mucho y agradeció la ayuda del hombre.

 Solo con ese consejo la piscina se volvió su escape de lo que pasaba a su alrededor. Allí no tenía que pensar en su trabajo que odiaba, no tenía que pensar en la mirada reprobatoria de sus padres cada vez que hablaban de él y tampoco tenía que pensar en su fallida vida social y sentimental. En el agua nada de eso importaba, solo había que estar concentrado en respiración bien y hacer un buen movimiento de piernas y brazos para no tragar agua y tener que llamar un salvavidas, como pasaba tan a menudo. La excusa del ejercicio era solo eso pues a él le interesaba tener un sitio adonde ir algunas horas al día y dejar salir todo lo que tenía en la cabeza. De resto, todo venía por añadidura.

 Fue en la ducha en donde pasó algo que nunca pensó que pasaría: conoció a alguien. Las duchas eran parte del ciclo diario en la piscina y no era su parte favorita ni de cerca. Sus problemas de autoestima llegaban todos de una sola vez apenas salía del agua y sabía que debía entrar a un lugar con multitud de hombres, muchos sin ropa, y bañarse con ellos. Algunos podrían creer que tenía opción de secarse e irse pero eso lo había hecho al comienzo y se dio cuenta que el cloro había dañado una de las camisetas que más le gustaba ponerse. Además, era una regla del lugar y si no se cumplían las reglas se podía ser expulsado.

 El caso es que tuvo que acostumbrarse y lo que hacía era ducharse con el bañador puesto siempre en una de las duchas que quedaban en las esquinas. Así hubiese otras libres, esperaba por las de las esquinas pues así había menos interacción. Un día en especial le pasó algo que hubiera sido perfecto para un sketch de comedia: se estaba enjabonando pero el jabón voló ridículamente de sus manos, dio contra la pared pero no cayó al piso nada más sino que cayó en el pie de alguien que iba a tomar la ducha de al lado, la única que había.

 Agachándose para recuperar su jabón, él se disculpó sin mirar al otro, quién se había tomado el pie y lo mojaba bajo la ducha que acaba de abrir. Se quejaba un poco pero el otro ni lo determinaba, prefiriendo guardar el jabón en una cajita donde siempre lo traía y acabando de limpiarse para irse a cambiar. Fue entonces que el tipo le habló, diciéndole que había dolido un poco pero seguramente menos de lo que hubiera dolido el típico chiste del jabón en la ducha. El joven ni sonrió pero el otro sí rio de su propio chiste y estiró la mano diciendo que su nombre era Pedro.

 Tuvo que estrechar la mano para no crear un momento incomodo y ahí mismo cerró la llave y se fue a secarse cerca de su casillero. Lo hizo lo más rápido que pudo pero antes de salir se cruzó de nuevo con el tal Pedro, que hasta ahora veía que era más alto que él y un poco intimidante físicamente. No se había fijado bien antes, pero ahora que lo veía mejor creía estar seguro de que él sí había estado desnudo en la ducha. Esto hizo sonrojar al joven, que trató de decir que se tenía que ir pero Pedro solo lo seguía, preguntando su nombre.

 Le mintió, diciéndole que se llamaba Miguel y que tenía que irse porque lo necesitaban en su casa. Cuando llegó a su hogar, el joven se quitó de encima la molestia de ese extraño momento y puso su mente al servicio de otras cosas, como la lectura pero cuando llegó la hora de dormir recordó al tipo de las duchas y se preguntó porqué sería que le quería hablar con tanta insistencia.

 Algunos días después volvió a la piscina. El trabajo había estado muy pesado y simplemente no había podido pasarse ni un solo día. Reservó su carril antes de llegar y cuando estuvo allí se lanzó casi sin pensarlo. Nadó varias veces de ida y de vuelta, sintiendo la sangre correr por sus venas y algo de agua entrar en sus pulmones. La agresividad de su salto lo había causado pero no le importaba, solo seguía adelante, incluso ignorando el dolor que sentía en los músculos de las piernas y de los brazos. Seguía y seguía, seguramente pensando que el dolor alejaría a todos los fantasmas que lo acosaban.

 Cuando ya no pudo más, salió. Fingió no escuchar a un vigilante que le decía que no podía quitarse el gorro antes de salir del agua e ignoró las miradas de varias personas que solo se le quedan mirando porque a la gente le encanta ver como se castiga a otros. Caminó a las duchas y allí se quedó un buen rato bajo el agua. No se limpiaba el cloro, no se echó champú ni jabón, ni siquiera se toca el cuerpo para limpiarse con las manos. Tan solo se quedó ahí, escuchando el ruido del agua en el suelo y las llaves cerrándose y abriéndose.

 Ese momento fue quebrado por el sonar de pasos y la voz del mismo tipo del día anterior. Él no se movió, pues sería reconocer su presencia y simplemente no tenía ganas de interactuar con nadie. El tipo no intentó hablarle más, solo se duchó rápidamente y se fue. Al rato él cerró su llave, por fin, y caminó lentamente a su casillero y su toalla. Cuando terminó de secarse abrió el casillero y sacó su mochila pero entonces de encima de ella cayó al piso un sobre. Lo recogió y tenía un sello interesante y era para él.

 Dejó la mochila en el suelo y abrió el sobre sin mucho cuidado. Adentro había dos hojas. La primera era una carta del sitio, diciendo que tenía una amonestación por el incidente del gorro. Él sonrió burlonamente: era increíble que hubiesen redactado esa carta tan rápidamente, aunque luego notó que solo debieron de poner su nombre y la fecha del día, el resto ya estaría así en alguna base de datos. Decía que no podría usar las instalaciones por una semana lo que le hizo dar una patada a la puerta del casillero, haciendo que todos los voltearan a mirar. Menos mal la puerta no se cayó.

  Casi rompe la carta y el sobre pero recordó la segunda carta y esperó ver los términos de su expulsión o algo por el estilo. Pero resultaba que era algo muy distinto. La carta llevaba el mismo símbolo que el sobre y tenía un mensaje que simplemente no se había esperado: el equipo de natación del club lo invitaba a entrar con ellos pues, en resumen, lo habían visto nadar y les parecía que estaría más que bien tenerlo en el equipo. El capitán, cuyo nombre firmaba la carta, era Pedro Arriola.

 Rió de nuevo, pero esta vez por la sorpresa. El tipo raro de la ducha no era solo eso sino alguien que había querido hablarle a propósito y él no lo había dejado. Incluso hacerse al lado en la ducha debía haber sido a propósito. Ser parte de un equipo era algo que jamás se hubiese planteado. Se miró entonces en uno de los espejos de la pared opuesta y se quedó mirando su cuerpo y su rostro. Seguía dentro de él el demonio que le decía que no iba a poder con ello, que la presión sería demasiada. Pero alguna decisión habría de tomar.


 En su mano, apretó la carta con fuerza.