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jueves, 17 de marzo de 2016

Caída

   Y de golpe, se cayó. El piso estaba húmedo de la llovizna que había caído desde la mañana y ahora el pobre Lucio estaba tirado en el piso, con las piernas abiertas y un dolor horrible en el trasero. Se había golpeado muy fuerte y tuvo que ponerse en cuatro patas y apoyarse contra una pared para poderse parar. Al fin y al cabo eran las tres de la madrugada y no había nadie que le pudiese ayudar. Y eso era hasta mejor porque le hubiese dado mucha vergüenza que alguien lo hubiese visto caer así, como una rana sobre el pavimento.

 Cuando se incorporó, agradeció que su edificio estuviese a solo una calle de allí. Le dolía el cuerpo pero no demasiado, entonces no le fue difícil llegar a casa y meterse en la cama. Se quedó dormido al instante.

 Al otro día, la cosa fue distinta. Le dolía mucho el cuerpo, en especial el trasero, pero tuvo que levantarse pues tenía una cita de trabajo que no podía perder. Lo suyo era el diseño de interiores y trabaja en casa haciendo pedidos individuales. Tenía además toda una red de amistades que hacían cada uno de los trabajos necesarios para que sus clientes viesen los muebles terminados en el menor tiempo posible, así como sus casas renovadas en un abrir y cerrar de ojos. Lucio era famoso por eso entre las personas más adineradas y por eso cada reunión era necesaria y no podía cambiarse ni aplazarse ni nada. Era casi algo sagrado para él.

 Se duchó con cuidado, por el dolor, y en una hora estuvo caminando al lugar de la reunión. Lucio no tenía automóvil ni nada por el estilo y prefería moverse en transporte público, lo que hubiese disponible. Pero esta vez la distancia era pequeña pues su cliente tenía una galería de arte cerca y le había pedido que lo viese allí.

 Todo el camino Lucio se concentró en recordar todos los detalles del diseño que había hecho, los tonos de colores, los grade de las curvas, incluso la intención al poner algo en un lugar y no en otro. Eso a sus clientes les fascinaba, les parecía que era como adentrarse en un mundo del que no sabían mucho y les fascinaba solo escuchar. Eso sí, el cliente que iba a ver era un conocedor de arte, así que posiblemente las cosas no fueran iguales y este tratase de meterse en su visión. Suele pasar con los egos grandes.

 Cuando llegó, sonrió y besó y alabó y todas esas cosas que la gente espera que alguien que trabaje para ellos haga pero que nadie diría de viva voz. Fue solo cuando le ofrecieron asiento en una pequeña salita, donde mostraría sus dibujos y demás, que el dolor volvió con toda su intensidad. Fue como si se hubiese sentado en un puercoespín o en una piedra muy puntiaguda. Fue tanto el dolor, que se le olvidó todo lo que había estado pensando en un abrir y cerrar de ojos.

 Le pidió a su cliente un vaso de agua, como para fingir que solo tenía un problema de resequedad, y entonces sacó sus dibujos y trató de explicar lo que había hecho pero la verdad es que fracasó olímpicamente. Se le había olvidado como era la palabra impactante que quería decir, los nombres de los colores se le habían escapado y solo pudo decir pocas cosas de cada uno de los diez dibujos hechos. Fue un alivio que hubiese hecho tantos, pues el cliente se ponía a mirarlos, sobre todo los detalles, pero también era un arma de doble filo pues era posible que tuviese que explicar algo de cada de uno de los dibujos y la verdad era que no se sentía capaz.

 Dijo la palabra “bonito” varias veces y también la palabra “lindo”. Asentía mucho y sonreía y le daba la razón al cliente en casi todo. El dolor le había llegado tan hondo que solo tenía espacio en su mente para él y para nada más. El cliente preguntaba y quería saber más pero las respuestas de Lucio fueron tan cortantes que el artista pronto perdió todo el interés que tenía en los diseños. Le dijo a Lucio que se lo pensaría pues no tenía mucho dinero en el momento, lo que era una monumental mentira. Lucio sabía, de muy buena fuente, que el tipo estaba rodando en dinero por una herencia y porque había vendido dos cuadros hacía poco que lo habían hecho famoso y rico.

 Lucio se despidió apurado y se fue. Lo único que quería era volver a casa para descansar y de pronto llamar al médico para pedir una cita pero fue solo a dos calles de la galería que se encontró con Juana, su ex novia. Casi se estrella con ella, de lo rápido que iba y ella alcanzó a insultarlo pero se arrepintió cuando vio quién era.

 La historia de amor entre ellos había sido ideal: se habían conocido por amigos mutuos y, en pocos meses, lograron una conexión que muchos de sus amigos envidiaban. Iban de viaje a un lado y a otro, los invitaban a fiestas y resultaban ser el alma de la fiesta y todos querían ser como ellos pues eran inseparables pero al mismo tiempo se tenían tanto respeto entre sí que cada uno iba por su lado y eran tan interesantes de esa manera como cuando estaban juntos. Eran esa pareja ideal que todo el mundo buscaba ser, si es que estaban en pareja.

 Pero eso se había terminado menos de un año después de empezar. Todo porque las cosas que parecen tan ideales, que se ven tan bien y tan perfectas, siempre empiezan a tener problemas más tarde que temprano. En este caso el problema fue que se dieron cuenta que no eran compatibles sexualmente. Se habían esforzado tanto en tener una buena relación, que acabaron siendo amigos y no amantes. Como amantes se decepcionaron el uno al otro y se separaron por mutuo acuerdo.

 Juana lo saludo con una sonrisa. Ella la verdad era que estaba feliz de verlo, pues hacía meses no sabía nada de Lucio. Y él se sentía igual pero, de nuevo, tenía el dolor atravesado en la cabeza. A pesar de eso, aceptó una invitación a tomar café para hablar y reconectarse un poco después de tanto tiempo.

 Al comienzo solo le echaron azúcar al café y fue todo muy incomodo. Además Lucio seguía pensando en su dolor y trataba de sentarse de la mejor manera posible para no sentir dolor pero eso era casi imposible. Ella le preguntó entonces sobre su trabajo y él dio una respuesta tan corta y contundente, que ella no supo para donde hacer avanzar la conversación. Estaba allí porque quería reconectarse, quería volver a tener esa amistad pues la extrañaba, pero Lucio no parecía dispuesto a lo mismo.

 Lo intentó de nuevo, contándole de su trabajo y su familia y de cómo iban las cosas en su vida. Y él escuchó y asintió cuando debía y sonrió e hizo caras de tristeza, todo en los momentos adecuados. Pero no preguntó nada, no quiso saber más de lo dicho. Eso a ella la lastimó un poco pero no dijo nada. Como vio que la conversación ni avanzaba mucho, pues Lucio parecía no estar interesado en hablar de su vida, Juana decidió inventarse una excusa de la nada. Se levantó de golpe y empujó la mesa sin querer, que hizo que Lucio, que se había levantado al mismo tiempo, cayera de nuevo en la silla.

 Fue una grosería y un grito lo que se escuchó en cada rincón de la cafetería.  Juana no se lo podía creer pues Lucio casi nunca decía grosería y mucho menos llamaba la atención sobre si mismo en ningún lugar. Ella supo que había algo mal y le insistió hasta que él le contó de su caída en el pavimento. Sin decirle nada, ella pagó y lo sacó del sitio con cuidado y pidió un taxi  que también pagó.

 Lo llevó a un hospital en el que le hicieron varias radiografías que confirmaron que se había fracturado el coxis y que por eso le dolía todo el cuerpo. Acompañado de Juana, tuvo que quedarse toda la noche en el hospital bajo observación. Al otro día le dijeron que podía irse pero que tendría ciertas restricciones de movilidad por algunos días y que tendría que trabajar solo desde casa.

 Le dieron una de esas almohaditas para sentarse encima y tuvo que estar una semana sin moverse mucho, tiempo que aprovechó para volver a conocer a Juana y darse cuenta que era una buena amiga y que no debía haberla dejado ir cuando lo hizo. Se convirtieron en los mejores amigos e incluso cuando mejoró siguieron saliendo y compartiendo sus vidas, como si nada hubiese pasado.


 Con el tiempo, cada uno conoció el amor y cada uno se alegró por el otro. Los había unido una caída, de la que los dos se habían recuperado completamente.

martes, 1 de marzo de 2016

Amigas

   La fila le daba una vuelta completa a la manzana. Es decir que quién estaba de último, se encontraba prácticamente en la puerta de la tienda. Todo ese revuelo de debía al lanzamiento de las nuevas mochilas de regalo de uno de las marcas más reconocidas en el mundo de la moda. Era una costumbre que en la época navideña, muchas tiendas tuvieran mochilas de regalo con ropa adentro que nadie sabía que era. Eran un poco caras dado el precio corriente de la ropa de la marca pero valía la pena pues se ahorraba la gente mucho dinero así. Por eso la fila y las caras de ansiedad y preocupación.

 Paula a cada rato se ponía de puntitas y miraba hacia delante, para ver si la gente de verdad estaba avanzando o si se estaban haciendo los tontos. Su amiga Diana estaba sentada en el piso junto al edificio pues estaba cansada de esperar. La verdad era que Diana era de esas personas que se cansan con nada y que se quejan por todo. Normalmente a Paula no le gustaba mucho salir con ella. Pero lo que pasaba era que Diana había trabajado en la tienda hacía un tiempo y había asegurado que podría hacer que pasaran más pronto. Eso, por lo menos, no había pasado. También había asegurado que si la gente de la tienda decía que no había más mochilas de regalo, ella podría hablar con alguien para que les sacara dos de la bodega.

 Y tal cual, a los cinco minutos, se oyó un rumor de rabia y desconcierto. Corrió como una ola la noticia de que habían anunciado que ya no había mochilas y que la tienda cerraría por ese día pues ya no tenían nada más que vender. Esa promoción se hacía un domingo, día que normalmente no había atención. Paula hizo que Diana se pusiera de pie y fuera a la parte de enfrente de la fila para que hiciera funcionar sus conexiones. Ella lo hizo con desgano, como si tanta belleza que había dicho no fuese cierta. Hay que decir que Diana también era de esas personas que todo lo engrandece, lo hace ver mejor cuando no lo es.

 La gente fue despejando la zona y ella corrieron hacia delante para evitar que les cerraran la puerta en la cara. Al parecer el chico que cerraba era amigo de Diana pues la reconoció al instante, saludándola con la mano y volviendo a abrir solo para dedicarle una sonrisa. Paula casi muere de risa al escuchar como Diana hablaba con él, casi como seduciéndolo, como si fuese necesaria semejante exageración. Pero la dejó que hiciera lo suyo y no habló nada. El chico le dijo a Diana que iba a ver si había más mochilas pues les había ido muy bien pero que sí hubiera alguna se las traería.

 Esperaron unos veinte minutos, mucho más de lo que Paula hubiese querido. Ya se estaba haciendo de tarde y el al caer el sol el viento se ponía cada vez más frío. Se puso unos guantes que tenía en el bolsillo y justo en ese momento volvió el amigo de Diana pero acompañado de una mujer de aspecto severo. Venía detrás, como si lo vigilara. El hombre, con la cabeza agachada y los hombros caídos, le dijo a Diana que ya no había nada y que no podía volver a hacer ningún favor de ese tipo. La mujer le dijo algo al oído y el chico se retiró. Después miró afuera, a las dos chicas, y lo hizo casi con rabia, como si las odiara a pesar de que jamás se habían visto la cara. Diana y Paula no tuvieron más remedio que dar media vuelta y no volver más.

 Minutos después, Paula evitaba hablarle a su amiga. Estaban en un restaurante de comida rápida y habían pedido cada una algo para picar mientras llegaban a casa. Habían viajado casi dos horas para venir por la maldita mochila de esa tienda y ahora no tenían nada. Ellas vivían en una ciudad más pequeña donde no había ropa tan bonito y Diana se había mudado allí hacía unos 3 años. O sea que el tipo ese que les había abierto la conocía desde hace todo ese tiempo. Aunque, pensó Paula, podría ser que ni la conociera y solo le abriese la puerta porque era una mujer bonita que le coqueteaba. En todo casi, no tenían nada.

 Diana trataba de disculparse pero cuando eso no sirvió, empezó a quejarse del dolor de pies y de cómo no solo tenía hambre pero también sueño. Sin embargo solo pidió unas papas fritas pequeñas. Lo que quería era causar lástima pero Paula ya había tenido suficiente de ella. Apenas terminó se pudo de pie y salió a la calle sin esperar si Diana había terminado o no. Salió corriendo detrás al rato y alcanzó a Paula una calle arriba, caminando a la parada de buses desde la que salía la ruta a sus casa. Se sentaron en un banco a esperar y, de nuevo, nadie dijo nada.

 No había mucha gente en el lugar aparte de ellas dos. El lugar estaba más bien solo. Se podía escuchar el viento soplar y hacer ese como aullido que hace a veces cuando ya es muy intenso y parece que desea destruir más que cualquier cosa. Entonces, como electrocutada por algo en el asiento, Diana se puso de pie y le tomó la mano a Paula para hacerla poner de pie. Ella se rehusó, principalmente porque la había cogido de sorpresa. Diana le explicó que podía compensarla por lo ocurrido si venía con ella. Paula al comienzo trató de no mirarla. Pero Diana insistía e insistía. Paula le dijo que no podían ir a ningún lado pues el bus pasaba en quince minutos y después no habría uno sino hasta tres horas después. No quería quedarse allí más tiempo.

 Pero Diana le explicó que valía la pena. Quería mostrarle un lugar que ella había conocido cuando vivía en la ciudad. Eso no convenció a Paula entonces Diana se le puso enfrente y se arrodilló. Le pidió perdón por su torpeza pero le juraba que le iba a recompensar con el lugar adonde la quería llevar. Le aseguró que sería muy feliz si simplemente iban y le prometió estar a tiempo para el último bus.

 Paula suspiró, miró a un lado y al otro y entonces aceptó. Su manera de ser no era ser intransigente y Diana, al  fin y al cabo, era una de sus pocas amigas. Si se ponía a pelear con ella, pues se quedaría sola y eso era algo que no le gustaría. Ya mucho tiempo había estado sin amigas y no había sido una experiencia agradable. Así que se puso de pie y le dijo a Diana que la seguiría. Diana sonrió y le tomó de la mano y la forzó a caminar más rápido. Al parecer el sitio que Diana buscaba no era muy lejos de donde estaban ahora. Lo feo fue cuando, minutos después, Paula se dio cuenta que el barrio donde estaban era netamente industrial y que la luz natural cada vez era menor.

 Le dijo a Diana que volvieran, que se notaba que no había encontrado lo que quería y que si corrían podían alcanzar el bus. Pero Diana no le habló, solo siguió caminando, un poco despacio y mirando las bodegas que había a un lado y al otro de la calle. Estaba vez era Paula la que hablaba y hablaba, tratando de convencer a su amiga para que diera media vuelta con ella para volver a casa. Pero Diana estaba como inmersa en una búsqueda, casi analizando cada una de las entradas que veía, como si buscara una sutileza tan insignificante que se le podría pasar el lugar al que quería llevar a Paula si no ponía la debida atención. Por fin se detuvo hacia la mitad de una calle. Sin esperar a nada, subió las escaleras de acceso a una bodega muy grande y, sin darle tiempo a Paula de decir nada, tocó el timbre.

 Por un segundo, Paula tuvo la sensación de que les iban a lanzar perros hambrientos o algo por el estilo. O al menos que iba a salir un tipo gordo y peludo a insultarlas por cortarle la siesta que estaba haciendo. Así que fue una sorpresa completa cuando la puerta se abrió y Diana habló con alguien en las sombras. Paula subió las escaleras para ver quién era pero cuando llegó ya Diana estaba entrando entonces la siguió torpemente, casi tropezando en la entrada. La puerta se cerró detrás de ella y por un momento estuvieron sumidas en la oscuridad extrema. Paula le tomó el brazo a Diana y temblaba, nerviosa del lugar al que su amiga la pudiese haber traído. Porque había aceptado?

 Entonces vieron luz y caminaron. Y se empezó a oír música. Y voces de personas. Cuando salieron a la luz, Paula quedó sin habla. Habían entrado a una especie de fiesta. Había gente con copas y riendo y conversando. Pero en el centro de todo, mucha ropa en ganchos que colgaban del techo y algunas personas revisándolo. Diana por fin explicó que era un lugar secreto donde solo algunos compradores exclusivos podían adquirir ropa de marcas caras a precios de marcas baratas, casi de bajo costo. Se acercaron a una selección de faldas y pantalones y Paula solo tosió de ver los precios, el anterior y el actual.


 Diana le contó que era algo que se hacía con frecuencia, combinado con fiesta y desfile. Era uno de esos misterios del mundo de la moda. Entonces una mujer alta y guapa se les acercó y saludó a Diana de beso en la mejilla y les habló contenta de la gente que había venido y que llegarían más en minutos. Y así fue. Se volvió todo una fiesta enorme, donde Paula conoció mucha gente del mundo que le encantaba. Compró ropa pero lo mejor fue que hizo amigos y conoció a varias diseñadores que jamás hubiese creído que iba a saludar. Su amiga Diana de verdad se preocupaba por ella.

lunes, 8 de febrero de 2016

Por una nariz

   Era ya una obsesión. Le encantaba tener que ir al hospital, ponerse esa bata ridículo y las pantuflas de papel y entrar en un quirófano acostada en una camilla, esperando la familiar sensación de la anestesia en su cuerpo. Oírla hablar de ello era desagradable. Su madre había decidido no hablarle más del tema y algunas de sus amigas simplemente terminaron la relación en ese punto. A nadie le gusta ver como la gente se somete a las cosas que ella se sometía, ni oír hablar de ellas siquiera, mucho menos como ella lo hacía que era como con admiración y una pasión desmesurada.

 Se había operado la nariz, por ejemplo, unas cuatro veces. La primera vez fue la única que tuvo sentido, pues siempre había tenido problemas para respirar pero después quiso ir modificándola según sus gustos cambiantes y como tenía el dinero para hacerlo nadie le decía nada. Julia, que era su nombre, trabajaba en el mundo de la moda como cazatalentos en una agencia de modelaje. Era una ironía de la vida que una persona tan modificada por los cirujanos creyera que tenía la mínima autoridad moral para decidir quién era lo suficientemente guapo para su agencia.

 Pero, de hecho, había sido su trabajo el que había influenciado esas decisiones desde el comienzo pues ella sabía qué era lo que buscaba en esas chicas que necesitaban en la agencia y pronto creyó que podría convertirse en una de ellas. Hay que decir que al comienzo intentó hacer por medio de medios más convencionales, como yendo al gimnasio y haciendo una dieta rigurosa. Pero eso no la ayudo mucho o al menos no de la manera que ella quería, que era rápida y con cambios profundos y no superficiales. Así que recurriría a lo superficial para cambiar profundamente, o eso pensó en el momento.

 Después de la nariz, vino la primera de las liposucciones que fracasó al año pues la dieta que había seguido no era la adecuada. Hubo muchas más liposucciones y no solo del vientre sino de los muslos y los brazos y las piernas y de todo lugar en el cuerpo en el que tenía grasa. Cuando se miraba en el espejo todas las mañanas, se veía con detenimiento y luego anotaba lo que no le gustaba. Sabía ver hasta los detalles más insignificantes, cosas que a nadie le importaría más que a ella. Pero haría que su cirujano supiera.

 El doctor Freeman era un hombre tan egocéntrico que en su consultorio parecía no caber nadie más sino él. Su manera de hablar, de vestir y de caminar estaban modeladas para hacer sentir a la persona que tenía como paciente que él tenía la razón y que sabía qué era lo que había que hacer. Y nadie desconfiaba ni decía nada pues el doctor era tan famoso por su trabajo que dudar de sus habilidades no tenía ningún sentido. Por supuesto, a Julia la encantó desde el primer momento.

 La relación paciente-doctor se prolongó por mucho tiempo y llegaron incluso a tener la confianza para criticar sin tapujos algunos detalles físicos el uno del otro y proponer maneras de corregirlo. Sí, el doctor también había pasado por el escalpelo varias veces y era algo sencillo de ver si se le quedaba uno mirando a su barbilla partida falsa a unos glúteos que obviamente no eran suyos de nacimiento. Ellos no se daban cuenta pero cuando salían la gente se les quedaba mirando. Julia muchas veces pensó que era envidia o tal vez admiración. Estaba más que equivocada.

 Al comienzo amigos y familia trataron de convencerla para que se detuviera con las operaciones. Eso fue después del aumento del tamaño de sus senos y de que comenzara a usar botox en su rostro. Ellos le decían que un día podría quedarle la cara paralizada permanentemente y quedaría como un monstruo. Una sobrina le mostró un video de una persona a la que le había pasado algo parecido y Julia ni le puso atención, siempre diciendo que lo ideal era tener al mejor médico posible y siempre saber que era lo que le estaba poniendo en el cuerpo.

 En eso tenía razón pero lo de ella era una obsesión. En un año estuvo casi todos los meses en el quirófano o en el consultorio. Si no se estaba llenando los labios de líquidos, entonces estaba con otra liposucción y si no era eso era algún blanqueamiento dental o sino algún nuevo procedimiento que hubiese descubierto recientemente. Porque Julia sabía mucho más que el paciente regular. Ella averiguaba y aprendía y valoraba y sabía todo lo que se podía saber del mundo de la cirugía estética. Incluso viajó con su medico a una conferencia al respecto.

 Ese viaje fue un autentico fracaso pues para la comunidad de médicos Freeman era un payaso que no tenía el más mínimo limite ni decoro posible. Desde sus comienzos había tenido una ética bastante reprobable, así que simplemente no les gustaba nada que estuviera por ahí como si todo estuviese muy bien. Muchos médicos no le dirigían la palabra y otros más trataron de hablar con Julia para tratar de hacerla entrar en razón respecto a su relación con él y su obsesión con los procedimientos. Pero eso fue imposible porque ella no quería saber de nadie.

 Las operaciones siguieron y Julia se fue aislando poco a poco, al limite de casi tener que renunciar a su trabajo. Esa fue la única vez que su médico le dio un consejo sensato pues le dijo que ese trabajo era su vida y su inspiración y que no podía dejarlo así como así. Fue él el que tuvo que empujarla a la vida esa vez y ver si podía retomar lo que había tenido seguro por tanto tiempo. Pero era algo difícil pues Julia había perdido todo sentido de orientación en el negocio.

 Cuando ya estuvo algo mejor empezaron los rumores, de parte de la prensa, de que Freeman atendía a varias de las mujeres de la mafia y el narcotráfico. Aunque los periódicos declaraban que esto en sí no era ilegal, acusaban al médico de aceptar dinero lavado en sangre de parte de sus clientas que eran las que mejor pagaban pues la culpa siempre las hacía pagar más que las demás. Este escandalo afectó bastante a Julia, incluso al punto que enfrentó al médico y le exigió saber si eso era cierto, si había aceptado dinero ganado quién sabe como.

 Pero en ese momento Julia empezó a derrumbarse pues se dio cuenta que la relación que tenía con él no era la que ella había pensado siempre. Ella pensaba que eran mejores amigos, que podían contarse cualquier secreto, que podrían aconsejarse durante tiempos buenos y malos, él la podría operar a ella para conseguir la máxima obra de arte y ella podría darle a él un cariño especial que él no tenía por ningún lado. No es algo seguro, pero puede incluso que Julia se hubiese enamorado de su médico.

 Pero él la puso en su sitio. Le aclaró que no eran nada y que ella no tenía el derecho ni el permiso ni nada para exigirle a él cuentas de ninguna clase. Él operaba a quién se le diera la gana (o mejor dicho a quién tuviera con que pagar) y hacía de su vida lo que quisiera. En ese arrebato de rabia, como tratando de hacerle ver a Julia que todo estaba mejor que mejor, le dijo que se veía seguido con una de esas mujeres y que ella sí era una mujer naturalmente bella y que con su cuerpo y su mente iban a ser millonarios o más.

 Julia tuvo un colapso nervioso ahí mismo y él tuvo que llevarla a un hospital, donde la dejó sola. Algunos familiares la visitaron pero porque se sentían obligados. Estaba ya casi sola. Fue estando allí, débil y perdiéndose cada vez más, que escuchó de los labios entrometidos de una enfermera que su médico se había escapado quién sabe para donde, justo cuando lo habían empezado a investigar por sus nexos con personas bastante peligrosas y por casos de operaciones mal hechas.


 La débil mujer cometió el error, en su convalecencia, de ir con otro médico a hacer un procedimiento especial para mejorar su mentón y la línea de la mandíbula. Se suponía que iba a ser algo simple. Antes de entrar, en la televisión anunciaron que un sicario había asesinado a Freeman a una mujer con la que estaba. Los habían acribillado en un hotel de mala muerte. A los minutos la vinieron a buscar y se la llevaron al quirófano. No se sabe muy bien si la mató la anestesia o si fue el procedimiento como tal. Incluso tal vez ya no tenía ganas de seguir viviendo. El caso es que se fue y nadie la olvidó pues ya nadie pensaba en ella. Julia era parte del pasado incluso antes de entrar en él.

martes, 19 de enero de 2016

Crecer

   Las cosas cambian en la vida, no todo puede quedarse exactamente igual, como si nada sucediera. Siendo jóvenes, todos pensamos que lo que vendrá después será mucho menos divertido, menos atractivo y ni un poco interesante. Algunos se lo toman a pecho entonces y deciden hacer todo lo posible para hacer sus juventudes memorables y así tener “algo que contar” cuando sean mayores y viejos, por allá a los cuarenta.

 Gloria, a quién no le gustaba mucho su nombre pues todo el mundo decía que era de señora mayor, estaba en ese momento de su vida, en la frontera entre la juventud y las responsabilidades. Había seguido estudiando después de terminar la carrera de cine, pues en ese ámbito ella creía que había que especializarse en algo o sino nunca destacaría en nada. Además, había estado buscando trabajo como loca por un tiempo y no había encontrado nada, así que no era mala idea seguir estudiando mientras salía algo.

 Por fin, a pocos meses de terminar su especialización, la llamaron de una productora y le dijeron que buscaban a alguien para que los ayuda en la producción de varios tipos de productos audiovisuales. Ella supo que, aunque sonaba como un cargo lleno de responsabilidades y trabajo, seguro no lo sería pues no le darían el mejor lugar a una novata. Pero igual fue a la entrevista y se llevó muy bien con el hombre que le hizo las preguntas. Ese hombre, que terminaría por contratarla, se llamaba Raúl y sería su jefe directo. Todo lo que hiciese, debía reportárselo a él.

 El trabajo era sencillo y, más que todo, de oficina. Debía redactar documentos, pasar cifras de un lado a otro, hacer presupuestos y cosas por el estilo. Raúl le dijo que, por el momento, no iba a ver mucho de rodajes o cosas así pero que eventualmente podría pasar que la necesitaran para visitar locaciones y negociarlas o con actores o cosas por el estilo.

 Ella estaba feliz y compartió la noticia de su nuevo trabajo con sus amigos. La verdad era que el plural parecía ser demasiado extenso para el caso porque eran solo dos sus amigos de la universidad, Laura y David. Fueron a tomar algo juntos y se dieron cuenta que ya no eran jovencitos, ya no eran los que habían sido cuando se habían conocido años atrás en la universidad. Cada uno estaba haciendo lo suyo con su vida, a su manera, y había crecido acorde. La verdad era que, por alguna razón, parecía una conversación triste pero no lo era.

 Decidió celebrarlo saliendo a bailar el siguiente viernes. Se dieron cita en un bar, desde donde saldrían a la discoteca que Laura había propuesto. Ella llegó con su novio, David solo y Gloria también. En el bar tomaron unas cervezas y hablaron de tonterías, chismes de la televisión y noticias recientes, nada muy elevado.

  A las dos horas estaban en la discoteca y Gloria se dio cuenta allí, de golpe, que la idea tal vez no había sido la mejor del mundo. La música estaba tan fuerte que era más ruido que música. Había mucho humo en la entrada, de toda la gente que salía a fumar y adentro casi no había lugar para moverse: si alguien bailaba como era debido era casi seguro que golpearía a varias personas sin habérselo propuesto.

 En el lugar se encontraron con un grupo de personas de la universidad. Los saludaron como mejor pudieron (gritando y sonriendo) y se unieron a ellos como por no hacerles el desplante de quedarse aparte. Era una de esas cosas que uno hace por no caerle mal a los demás, como si eso fuera lo peor que pudiese pasarle en la vida. A Gloria le venía mal porque tuvo que contarle a cada persona la razón por la que estaban festejando y tuvo que aguantar los falsos deseos de cada uno de ellos. Ninguno la conocía más que de vista entonces sabía que eran deseos infundados.

 Hacia las dos o tres de la mañana, la joven y sus amigos salieron por fin de la discoteca. Pero del otro grupo uno llamado José, que conocían mejor pues habían estudiado la carrera con
preguntó si quierían ir a a su na, cuando ya era menos peligroso moverse por la ciudad.
o grupo uno llamado Josuedarse aparte. él, les preguntó si querían ir a a su casa, que quedaba cerca, a tomar algunas más y allí esperar a la llegada de la mañana, cuando era menos peligroso moverse por la ciudad. A Gloria no le llamaba nada la atención irse a la casa de nadie, pero Laura y su novio le recordaron los robos y demás crímenes que habían tenido lugar en los días pasados. Era mejor cuidarse.

 La casa de José era tan cerca que caminaron. La mayoría de sus amigos fueron también. En el camino, Gloria llamó a su madre y le aviso que llegaría más tarde y que descansara tranquila. Cuando colgó, ya estaban entrando al edificio. El apartamento era típico de un hombre solo: todo por el piso, como esperando que algún fantasma se pusiera a recoger todo y ponerle en su lugar. La cocina se veía asquerosa, con platos acumulados y otros con comida a medio terminar.

 Se sentaron en dos sofás viejos y los amigos de el dueño de casa repartieron cervezas que habían comprado de camino al lugar. Gloria les dijo que no tenía dinero para pagarles y ellos le dijeron que no se preocupara. Entonces vio como empezaban a hablar de cosas que ella no entendía mucho y terminó por darse cuenta que hablaban de drogas, tema que ella nunca habían entendido bien pues alguna vez había fumado marihuana con Laura y David y le había parecido lo más aburrido del mundo.

 Sin hacerse esperar, empezó a aparecer la consabida droga y fueron pasándola como si se tratase de la piedra filosofal.

 Gloria la pasó y la verdad era que ya se arrepentía de haber venido. Tenía sueño, le dolía el cuerpo y prefería descansar para poder aprovechar el sábado. Pensaba organizar un poco su cuarto, invitar a su madre a comer algo sencillo y de pronto ver con ella una de las películas que tenía por ahí guardadas.

 Ni Laura, ni su novio ni David fumaron marihuana pero todos ellos vieron a los demás fumar y tomar y fumar y tomar por unas tres horas al menos. El tiempo parecía no querer avanzar y lo peor no era eso sino el nivel de la conversación del grupo de personas que tenían en frente. Hablaba cada uno de sus proezas con el alcohol y las drogas, qué, cómo, cuando y dónde habían consumido y que les había sucedido entonces. Por lo visto había algo que Gloria no entendía porque dichas anécdotas le resultaban de una estupidez extrema. Y no porque se pensara mejor que ellos sino porque en toda la noche no habían hablado de nada más interesante.

 Fue más tarde, cuando Gloria se sintió más visiblemente molesta, pues los hombres y las mujeres habían empezado a hablar por separado y mientras que las chicas hablaban de superficialidades de rigor, los hombres habían comenzado a hablar de chicas y la forma en que lo hacían daba asco. Gloria los escuchó, a José y un amigo de él, cuando fue al baño un momento y estuvo a punto de salir a golpearle en el estomago, pero se controló.

 Sin embargo, cuando el dueño de casa le dijo que era una “aburrida” por no fumar marihuana, Gloria solo le dirigió una mirada de asco, se levantó y se fue de allí. Casi corriendo, sus amigos la siguieron. Cuando la alcanzaron, ella ya estaba pidiendo un taxi por su celular. Mientras esperaban, ella les explicó que ya había pasado ese tiempo en que la gente deja que le digan lo que se les de la gana a la cara, en que todo hay que tragárselo por temor a que los demás crean que nos es alguien interesante, como ellos creen serlo.

 Durante el viaje a casa, que fue más bien rápido, los amigos no se hablaron entre sí. Cada uno pensaba en sus cosas, la pareja incluida. Después de dejar a Gloria dejarían a Laura y después los hombres llegarían a sus casas, algo más tarde. Más tarde ese día, Gloria supo que había madurado pues se dio cuenta que se había puesto de pie cuando jamás lo había hecho, había defendido su voz frente a los demás. Eso la hacía sentirse orgullosa de si misma, como si fuera nueva.

 Le hizo el desayuno a su madre y juntas hablaron toda la mañana de varios asuntos, desde el pan con el que comieron los huevos hasta la crisis de refugiados. Y el lunes siguiente pasó lo mismo con las personas del trabajo. No solo hablaron del trabajo sino también del cine y de sus gustos personales y aficiones, de sus familias y de cosas que parecían ser tontas pero que en verdad no lo eran.

 Así fueron todos los días en los que Gloria trabajó allí. Conoció mucha gente que valía la pena y que tenía algo que decir en el mundo. Si tenían miedo, no se les notaba pues hablaban de lo que hablaban con una seguridad inmensa y una calma ejemplar. A Gloria se le fue pegando algo de eso, fue aprendiendo a ser una persona más construida, mejor.


 Con sus amigos se veía seguido y habían decidido siempre hacer planes que siempre disfrutasen y no obligarse a nada. Además, y todos tenían responsabilidades y la verdad era que esa estabilidad, después de la inseguridad de la juventud, era bienvenida. Tenían cosas que decir, no se enorgullecían de estupideces que no significaban nada, tenían la fuerza para aprovechar la vida y golpear a los miedo en la cara, en vez de justificarse por cada paso que tomaban. Al fin de cuentas, habían crecido.