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viernes, 13 de mayo de 2016

La mansión hotel

   Parecía que el cielo se hubiese roto o algo por el estilo. La lluvia caía pesadamente por todos lados, inundando poco a poco el terreno alrededor de la mansión. La gotas eran gruesas y el sonido de la lluvia contra el ablandado suelo de tierra era bastante fuerte. No se podía oír nada más con ese clima más que el agua castigando la tierra. Claro, a menos que estuviera bien protegido de la lluvia, digamos, dentro de algún lugar a salvo.

 Como Vero, que veía la tormenta desde su habitación en el segundo piso de la mansión. La lluvia cambiaba de dirección cada cierto tiempo, por lo que a veces sonaba más fuerte que otras. Unas veces golpeaba el vidrio de la ventana con fuerza y otras veces parecía alejarse y casi se podía ver hacia fuera. Vero, como fuera que se oyera la lluvia, había decidido sentarse al lado de la ventana y ver como caía el agua pues no había para ella más opciones de diversión.

 En la mansión, no había mucho que hacer y mucho menos cuando no se podía salir. Sin embargo, en la habitación de al lado de Vero había una pareja de recién casados que no parecían preocuparse por el clima que hacía afuera. Les parecía que le daba un toque perfecto a su momento de pasión juntos. No llevaban ni una semana casados y parecía que no tenían mucho más en común que esa conexión sexual que parecía no tener final. Pero no les importaba, seguían sin persona en nada ni en nadie más.

 En otra de las habitaciones de la mansión, había un hombre llorando en el piso. La lluvia sí caía con fuerza contra su ventana y por eso sus quejidos no se podían escuchar con claridad. La causa de su llanto era bastante fácil de ver. En el suelo, no muy lejos de él, estaba el cuerpo de un hombre algo mayor. Tenía lo que parecía un cuchillo de cocina clavado en el pecho, justo en el lugar donde está el corazón. El hombre lloraba desconsoladamente y parecía no preocuparse por mover el cuerpo a ningún lado.

 Algunas habitaciones más allá, hacia el ala oeste del edificio, estaba la suite más amplia de todas. Allí se celebraba una pequeña reunión. La habitación tenía espacio para un piano y muchas sillas y todas estaban ocupadas. Los huéspedes de la habitación eran un hombre y una mujer de unos cincuenta años, que habían contratado al pianista para que tocara varias piezas a un grupo de sus amigos.

 Lo que los amigos no sabían, era que todo era una trampa para convencerlos de donar plata a una organización que ellos se habían inventado. Decían que era para salvar algo, algún animal salvaje o lo que fuese y así recogerían bastante dinero con el que luego se perderían y nadie nunca los volvería a ver. Era una pareja con experiencia pues llevaban haciendo eso mismo por veinte años.

 En otra de las habitaciones del ala oeste, justo la que quedaba del lado de la escalera principal, había solo una chica con su madre. Habían venido de lejos y ahora las frenaba la lluvia. Habían concertado una cita con un joven con el que querían casar a la chica. Era de buena familia y parecía tener algo de dinero así que habían hecho lo imposible por viajar y concertar una cita lo más pronto posible. Al chico lo habían conseguido en un anuncio del periódico y esperaban verlo pronto para asegurarse de que todo lo que había dicho era verdad.

 La hija, por su parte, tenía otros planes. Había querido salir de casa para lograr escaparse con su novio cuando su madre no los estuviese viendo. Él estaba en un hotel mucho más humilde en el pueblo cercano y la esperaba en la noche. Todavía faltaban varias horas pero lo que haría ella sería escapar de las garras opresoras de su madre para irse en una aventura de por vida con uno de sus amores de la infancia. La joven era de verdad muy joven e ingenua.

 La mansión había sido convertida en hotel hacía tan solo cinco años. Antes había sido la casa señorial de algún duque de renombre pero el duque había sido también un alcohólico de primera línea. El dueño actual del hotel lo había hecho apostar la mansión y, con una facilidad impresionante, ganó el edificio en apenas unos minutos. Por supuesto, el duque quiso repetir el juego o anular la partida alegando que era ilegal pero no hubo nada que valiera.

 El pobre conde se vino a menos. Vivió una corta temporada en el pueblo y luego tuvo que irse de viaje a la capital para recibir ayuda de su familia. Lo último que se sabía era que probablemente embarcaría hacia América a probar suerte, pues en la capital no había nadie que pudiese o quisiese ayudarlo a recuperar el resplandor del pasado.

 La oficina del dueño actual de la mansión estaba ubicada debajo de la escalera principal del hotel, en el primer piso. La habitación era, de hecho, bastante amplia y tenía una ventana grande que daba al bosquecillo detrás de la mansión. Siempre le había gustado la vista pero ahora, con tanta lluvia, se daba cuenta que podría ser mucho más ambiciosos con su proyecto del hotel, podría ofrecer mucho más.

 Con la lluvia como consejera, escribió varias de sus ideas en un cuaderno. Pensaba en un jardín bajo techo o incluso en un estanque para que los clientes pudiesen tomar el sol. No era algo muy popular pero creía que el clima de la región podría merecerlo. No el actual por supuesto, que parecía no tener fin.

 La habitación más grande de la mansión estaba también en el primer piso y había sido construida para los banquetes y los bailes. Era un espacio amplio y exquisitamente decorado. El dueño no había cambiado nada del decorado antiguo pues la habitación era perfecta así como estaba. Había cuadrado clásicos por toda la pared, un tapiz oriental enorme que iba de un lado al otro de la habitación y el techo estaba decorado con varias lámparas de varios tonos colores. Era muy hermoso.

 El uso diario del salón era como comedor. Había varias mesas redondas por todos lados y la gente se sentaba allí a comer lo que quisieran. La cocina quedaba justo al lado y tenía una de las mejores cocineras del mundo. Como era una mujer, el dueño trataba de aconsejarle que no hablara con los huéspedes ni nada parecido. A muchos ver una mujer encargándose de semejante empresa los hubiera sacado corriendo. Pero era fantástica y por eso estaba allí.

 Hacía lo que el cliente quisiera, lo que fuera. Había carne de venado, faisán, cerdo salvaje, ancas de rana y muchas otras delicias. Para el desayuno traían las frutas más frescas del mercado y, en ocasión, había incluso frutas tropicales que normalmente no se podían encontrar en la región. La piña, por ejemplo, era una de las grandes favoritas de los huéspedes y siempre se procuraba que hubiese un poco en el desayuno.

 En una de las mesas, ubicada hacia el ventanal, había una pareja que peleaba acaloradamente. Nadie les ponía mucha atención porque el sonido de la lluvia los tapaba y, además, el salón no estaba lleno por ser algo tarde. La gente venía a tomar el té y a distraerse, a falta de poder salir a dar una vuelta por los jardines. La pareja movía bastante los brazos y la mujer parecía amenazar al hombre con uno de sus índices. Parecía que se iba a irse en un momento pero no lo hizo.

 En otra mesa, una gran mujer disfrutaba de su té con algunas galletas. Miraba todo con una sonrisa y la verdad era que su rostro era muy hermoso. La mujer no era de la región. Había oído del hotel hacía mucho y siempre había querido venir pero solo pudo hacerlo cuando su padre murió. Era un viejo chocho que nunca la dejaba salir y la trataba como un esclava en su propia casa.

 Pero el viejo había muerto hacía poco más de un mes y ella se había sorprendido al saber la fortuna que le había ocultado toda su vida. No solo era mezquino sino que era un mentiroso de primera. Ella decidió que se daría algunos gustos en la vida y luego pondría un negocio y saldría adelante. Era una mujer fuerte y perseverante. Estaría bien.

 Afuera el sol empezaba a brillar un poco pero la lluvia no parecía querer detenerse pronto. Sin embargo, era el lugar apropiado para dos hombres que se besaban apasionadamente entre los arbustos. No se veían desde antes de una guerra lejana a la que uno de ellos había ido a perder el tiempo. Pero ahora volvía y podían, al menos por un instante, estar juntos de nuevo.


 La mansión era el lugar predilecto de la región. Era fácil ver porqué.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Delicias

   Cuando sumergí los pies en el pies, sentí un alivio inmenso, como si me quitaran el peso que llevaba encima y muchos más. Me quité la mochila de la espalda y la dejé a un lado. Después me subí los pantalones hasta las rodillas y sumergí lo que más pude de mis piernas sin mojarme. El agua estaba perfecta, más que tibia pero apropiada para el frío tan horrible que hacía en semejante monte tan remoto, que parecía alejado del mundo pero, de hecho, no podía estar más cerca.

 Cerré los ojos por algunos minutos y, cuando me di cuenta, ya estaban llegando más personas a las termales. Yo era el único “loco” que tenía la ropa puesta: los demás ya venían con trajes de baño y se comportaban como si la saliva no se les estuviera congelando en la boca como a mi. De todas maneras no me moví ni un milímetro. Me quedé justo donde estaba pues no había poder humano que pudiera calmarme tanto como esas aguas que emanaban de la Tierra. No tenía idea de la etiqueta adecuada para ingresar al sitio pero si estaba incumpliendo alguna regla, ya se vería.

-       Que venga alguien y me saque. - pensé desafiante.

Pero no iba a venir nadie pues el sitio era abierto y la gente podía entrar cuando quisiera. De hecho, alrededor de las termales lo que había era monte: tierra y árboles por doquier, con bichos y animales pequeños incluidos. Las ardillas ya habían olido mi pequeño almuerzo y al parecer estaban interesadas pero no demasiado como para acercarse. Moví los dedos cuando vi una, como tratando de atraerla, pero fracasé pues se dio la vuelta y volvió a su árbol.


domingo, 25 de octubre de 2015

El hombre desnudo

   A Jonathan Frey siempre le preguntaban porqué se había ido a vivir tan lejos. Su respuesta era que esa distancia le ayudaba a separarse de los demás y así purgarse de culpas y odios que todavía tenía adentro. Además, siendo un escritor con un agente lo suficientemente bueno, podía vivir en el fin del mundo si quisiera y de todas maneras le iría igual que si viviese en la ciudad. Volvía su ciudad natal cada cierto tiempo, para arreglar cosas del trabajo sobre todo relacionadas con la promoción de su último libro. Pero la verdad es que odiaba estar allí de nuevo. El ruido de los carros era lo peor para su cerebro, lo mismo que las personas y su cacareo constante que no iba a ningún lado. Siempre se quedaba máximo una semana y si no estaba todo terminado en ese lapso de tiempo, pues se dejaba para después o simplemente no se hacía.

 Después de uno de sus viajes, volvió a su pequeña cabaña en el bosque en su camioneta vieja y confiable. Le encantaba ese vehículo así no lo usara demasiado: sus manchas de óxido y sus llantas llenas de barro le recordaban amablemente lo bueno que era estar de vuelta en casa. Había traído provisiones para no volver a la civilización en un buen tiempo. En casa lo esperaba Alicia, su perra huskie que un granjero le cuidaba todos los días. Esta vez le había dejado demasiada comida pero Alicia, afortunadamente, era educada y solo comía lo suficiente para un día y no más. Jonathan la acarició y le besó la cabeza, luego dejando la caja de cosas que había comprado sobre un mesa de madera basta que le servía de comedor.

 Era temprano, así que decidió tomar la caña de pescar y salir con Alicia a buscar comida para la cena. Se le antojaba una de esas deliciosas truchas naturales con especias de verdad y limón. Nada de esos disque pescados que vendían en la ciudad que no sabían a nada y costaban demasiado dinero para la porción tan lamentable que servían. El río estaba bastante cerca pero separado de la casa por un pequeño bosque que protegía de las inundaciones ocasionales, sobre todo en invierno. El ambiente olía bastante a plantas y tierra. Había llovido hace poco y el entorno se había alterado de la manera más agradable posible. Para Jonathan, fue como si su hogar le diera una calurosa bienvenida.

 Llegó a la orilla del río y se sentó, con Alicia a su lado. De la tierra sacó unas tres lombrices, lo que le tomó pocos minutos pues la lluvia las había hecho salir.  Puso una en el anzuelo y empezó la faena de paciencia que era pescar. A Alicia no le gustaba mucho la idea, pues seguido iba y venía mientras Jonathan no se movía ni un centímetro. Más que estar concentrado, el escritor que no pasaba de los cuarenta años, pensaba sobre su vida y lo que había hecho con ella. Su primer éxito había sido enorme y tan joven que le cambió la vida. Por eso ahora podía darse el lujo de estar pescando y no en cansinas reuniones.

 Nada picaba y se estaba poniendo gris. Jonathan se puso de pie y le dio cinco minutos al río para que le proporcionara comida. Los tres primeros minutos pasaron volando y entonces empezó a caer una llovizna suave. Al cuarto minuto se puso algo más fuerte y para el quinto minuto, el río por fin le dio algo pero no era lo que él quería. La lluvia arreció y por eso no estaba seguro de lo que veía así que esperó hasta que la corriente lo acercara más. Entonces se dio cuenta que no estaba equivocado: lo que venía con la corriente era un hombre. Como pudo, se acercó a la orilla cuidándose de no caer y usó la caña para detener el cuerpo y tener tiempo de tomarlo por un brazo. Haló todo lo que pudo y por fin el cuerpo se dejó arrastrar a la orilla. Al final, solo los pies estaban en el agua.

 El cuerpo estaba completamente desnudo y pálido. Lo más seguro es que estuviese muerto, algún tonto que se había bañado en el río justo antes de la lluvia que venía de las montañas. Cuando el cuerpo tosió, Jonathan se asustó y Alicia empezó a ladrar. Los ladridos hicieron que el hombre se moviese más pero no mucho, al parecer no tenía fuerzas más que para quejarse un poco. El escritor lo haló un poco más pero no podía hacer lo mismo hasta la casa, por cerca que estuviese. Le ordenó a Alicia quedarse allí y cuidar al cuerpo, aunque solo fue un par de minutos, que usó para traer un cartón grande que tenía hace rato guardo. Como pudo, puso el cuerpo sobre el cartón y empezó a halar.

 Que bueno por los fabricantes del cartón, pues este resistía al agua y al peso del hombre inconsciente. Con agua de Alicia, Jonathan haló el cuerpo hasta la casa, donde lo metieron apresuradamente pues la lluvia era ahora de tormenta. Cuando por fin cerró la puerta, el escritor se dio cuenta que estaba empapado. Se quitó la chaqueta primero, viendo el cuerpo en el suelo. Se acercó al hombre y le dio la vuelta, revelando su rostro que estaba lívido, como si hubiese visto mil espíritus en el río. Preparó agua caliente y tomó una botella de licor que tenía para sus noches solitarias. Hizo oler al desnudo, quién se despertó un poco, pero no lo suficiente como para levantarse.

 Lo hizo de nuevo y esta vez el hombre abrió los ojos y, con manos torpes, le tocó la cara. Jonathan aprovechó para hacer que se pusiera de pie y llevarlo torpemente hacia su cama, donde el hombre cayó como un saco de papas. Allí se quedó dormido de nuevo y Jonathan se sentó a su lado, poniéndole compresas calientes para que el cuerpo no se congelara. Alicia estuvo mirando toda la noche pero incluso ella sucumbió al cansancio y se quedó dormida después de varias horas. El escritor, en cambio, se quedó despierto toda la noche, todavía mojado pero ciertamente interesado en lo sucedido.

 A la mañana siguiente, Jonathan se hizo un café negro fuerte para alejar de si mismo las ganas de dormir. La lluvia se había detenido, así que aprovechó para volver al río e intentar pescar de nuevo. Afortunadamente, la lluvia había llevado grandes cantidades de peces río abajo y fue fácil conseguir cinco de buen tamaño, que echó en un balde. De vuelta en casa, los abrió y les sacó las tripas, para luego sazonarlos de la manera que más le gustaba. Lo hizo con todos. El almuerzo iba a ser glorioso. De desayuno solo comió un pan con mantequilla, que compartió con Alicia. Estando allí en el suelo con ella, el sueño le ganó por fin y quedó dormido con la cabeza en la perra. No soñó nada, solo durmió como un bebé pues desde hacía mucho estaba demasiado cansado.

 Cuando despertó, se llevó un susto al ver un hombre delante suyo completamente desnudo. El susto no era tanto por lo desnudo como por la blancura del individuo, que parecía un fantasma que lo había venido a buscar, quién sabe porqué. Pero rápidamente recordó todo y se puso de pie torpemente. Le preguntó al hombre desnudo su nombre y le dijo donde estaba, para que no se preocupara por eso. Le pidió también que volviera a la cama y descansara pues contactaría pronto a la policía para avisarles de su presencia. A esta declaración el hombre se negó con la cabeza y las manos. Jonathan se le quedó mirando y se dio cuenta de que su hombre desnudo era completamente mudo.

 Él no sabía lenguaje de señas y no se atrevía a intentarlo pues no era idea insultar a nadie. Le insistió entonces que se sentara y que lo dejara a él hacer de comer. En poco tiempo, Jonathan cocinó en horno de leña las cinco truchas. Las acompañó solo de un jugo de moras que hacía con frecuencia con frutos que crecían cerca de la casa. Dos truchas para cada humano y una para Alicia que gustaba de lamerlas. El hombre desnudo estaba hambriento, pues destrozó los peces rápidamente. El alió le chorreaba por la barbilla pero eso a él obviamente no le importaba. Jonathan lo miró todo el rato con detenimiento pero no lograba saber que pasaba con él. Sería un fugitivo tal vez? Un asesino suelto?

 No tenía la pinta de asesino. De hecho no tenía pinta, por lo que Jonathan, después de limpiar todo, buscó una libreta y allí le escribió al hombre una serie de preguntas y se las pasó. Le dio también un bolígrafo y le pidió que respondiera a todas, pues no podía seguir ayudándolo si no le decía quién era y porque había resultado en un río. El hombre solo cogió la libreta y el bolígrafo pero no escribió nada. Solo empezó a llorar. Jonathan se le acercó para consolarlo y entonces el hombre lo tomó, impidiendo que se moviera y le dio un beso forzado. Cuando lo soltó, Jonathan se sentía asustado y confundido.


 No se dirigieron una mirada más hasta la noche, cuando el escritor le pasó algo de ropa para que se vistiera. Luego, le advirtió que iba a dar aviso a la policía pues no podía dejar todo como estaba. Le decía con antelación pues pensaba que lo mejor era darle la oportunidad de escapar, si eso era lo que deseaba. El hombre se negó con la cabeza y se quedó allí, poniéndose la ropa. El guardabosques llegó al día siguiente y se llevó al hombre del río. Volvió en la tarde, cuando lo había dejado en la comisaría más cercana. Le contó a Jonathan que el tipo había presenciado el asesinato de alguien cercano y se había echado al agua fingiendo estar muerto. Jonathan solo asintió y volvió a su vida de cabaña con Alicia aunque cuando iba al río, veía el cuerpo venir hacia él una vez más.

sábado, 10 de octubre de 2015

La bruja

   La pobre bruja corría como alma que lleva el diablo a través del bosque. A veces parecía que iba a tropezarse pero con un movimiento de su mano todo lo que se interponía en su camino se movía hacia un lado. Un árbol de quince metros lo hice sin chistar, lo mismo que varias raíces, todo un riachuelo y muchas piedras de diversos tamaño. Empezó a llover y la bruja quedó empapada justo antes de llegar a su pequeña casa, incrustada en un montículo en la mitad del bosque. Con otro movimiento de su mano, la ropa que tenía puesta se secó. Obviamente el mito de que las brujas se derretían con agua era una tontería pero eso no quería decir que la disfrutaran mucho que digamos. En un momento, la bruja puso a hervir un par de calderos pequeños y, finalmente, fue a dar a un gran sillón.

 Estando allí se quitó el sombrero, revelando una cabellera de color violeta intenso. Era bastante guapa también y nadie en el mundo hubiese pensado que era una bruja, a menos que ella misma le contara a medio mundo. De hecho, eso lo había hecho varias veces con mortales de los alrededores pero siempre tenía cuidado de borrarles la memoria con uno de sus encantamientos. Era cuidadosa y tenía un legado, una historia familiar que honrar y preservar, así que no podía vivir muy a la ligera. Después de un rato esperando, se acerco a uno de los calderos, tomó el cucharón que había dentro y se sirvió en un plato un poco de la deliciosa sopa que había allí. No había magia ni nada, solo verduras. El otro caldero, sin embargo, estaba rodeado de un humo curiosamente fucsia.

 La joven se sentó a la mesa, una gran mesa de madera basta, y tomó su sopa. Si algo había que no le gustaba mucho de vivir allí, es que muchas veces estaba sola. Y cuando llovía de esa manera, pues afuera la tormenta había arreciado, no había manera de que uno de sus amigos del bosque la visitara. No, por supuesto que no eran animales como conejitos y mapaches. Quienes la visitaban eran elfos y duendes y hadas y muchas otras más criaturas mágicas que sabían de su negocio de pociones y venían con frecuencia a pedirle ayuda. La que se estaba cocinando era una de valor y se supone que la usaría un espíritu para asustar mejor.

 Que claro que la bruja no hacía pociones para cualquiera ni cuando ellos se lo exigieran. La bruja trabajaba solo si veía en ello una ganancia personal, fuera de lo monetario. Al fin y al cabo que era una bruja joven y necesitaba adquirir toda la experiencia que le fuese posible. Había sido la idea de su familia que se exiliara por un año en un bosque para que trabajara concentrada y entrenara todo lo que debía, para aprender a ser una bruja con todos los trucos bajo la manga. Por eso todas las criaturas del bosque, o casi todas, iban allí a pedir que les solucionase una parte de sus vidas. Pero ella ya se estaba cansando de la situación y eso que solo habían pasado tres meses desde su llegada.

 La joven estaba frustrada porque quería ver el mundo y, como le había dicho a su madre tantas veces, intuía que en las ciudades la gente necesitaría más de una bruja. Pero su madre no lo consintió y por eso resultó en un bosque. Ahora ya no peleaba, principalmente porque no había con quien, y solo llevaba el día a día. Estaba terminando la sopa, que estaba deliciosa, cuando miró a la ventana y sintió una sombra cruzando sobre ella. Lo mismo sucedió con otra ventana y entonces la joven apagó las luces de su hogar. Esperó en silencio, con únicos ruidos el hervir del caldero y la lluvia incesante afuera. Parecía que no iba a pasar nada hasta que una cara apareció de golpe en una de las ventanas.

 Ella sabía que no podían verla directamente, pues había un encantamiento que hacía parecer todo muy diferente desde afuera. Pero ese ser parecía seguro de ver algo o tal vez lo sentía. Por lo que pudo detallar la bruja, esa criatura era un hombre humano y no era uno de los mejores ejemplares de sus especie. Tenía una marca bastante mal cuidada que le tapaba casi toda la cara y el pelo sucio y enmarañado, lo que era increíble con la cantidad de lluvia que caía afuera. Sus ojos eran claros e intimidantes, no como los amables ojos avellana de la bruja. El humano se quedó mirando por la ventana un buen rato hasta que perdió el interés y se fue, para tranquilidad de la joven.

 Pero al rato pasó algo peor: golpeaban a la puerta con una fuerza inmensa. Era como si la quisieran romper. Debía ser un cliente desesperado pero ella les había dicho, con claridad, que no atendería a nadie cuando el clima fuese adverso. Les explicó, tratando no detallar mucho, que el clima exterior podía afectar negativamente el desarrollo de sus pociones. Pero al parecer el ser que estuviese detrás de la puerta, no iba a dejar de golpear como un maniático así que la bruja le abrió, dejándolo pasar a él y a otra criatura algo menor. Cuando se dio la vuelta para saludarlos, la bruja gritó de la manera más desgarradora en la que jamás nadie ha gritado. Algunos animales afuera quedaron hechos de piedra, tal cual.

 Los que entraron a la casa de la bruja eran seres humanos. El grande era el que había estado mirando por la ventana y el otro, algo más pequeño, parecía ser una mujer. Después del grito, la bruja se acorraló en una esquina y les pidió, por favor, que se fueran y no volvieran jamás. Prometía irse del bosque, darles pociones de poder y de amor y todo lo que quisieran pero solo quería que la dejaran vivir. Las criaturas la miraban como si estuviera loca pero ella se echó al piso e imploró por su vida como si le hubiese puesto un cuchillo en la garganta. Las criaturas la ignoraron al comienzo, tomando un caldero y calentando agua allí.

 Fue entonces que la bruja se dio cuenta que algo pasaba con la mujer. Su forma era particular así como su pesado caminar, que terminó en el sillón donde la bruja misma había estado sentada hasta hacía algunos minutos. La mujer parecía estar embarazada y por el color de su piel no parecía estarlo llevando muy bien. Tenía el color de las espinacas en su cara. La bruja entonces se calmó y solo se quedó mirando las escena desde su rincón: el hombre le brindaba a la mujer té pero ella no lo tomaba. Él parecía tratar de convencerla hasta que lo logró. Acto seguido, trató de ponerla más cómoda, usando algunas de las cosas que había alrededor como manteles y cojines varios. La bruja lentamente se puso de pie y se dio cuenta que el hombre no sabía muy bien que hacer.

 Entonces caminó con agilidad hacia el fuego, puso un caldero más y allí mezcló varios de los ingredientes que tenía en su despensa. Los humanos se quedaron mirándola, con algo de miedo pero también con una inmensa curiosidad pues la bruja iba y venía, moviendo la mano de manera extraña y haciendo aparecer y desaparecer diversos artículos como libros, ingredientes, platos, jeringas, … Mientras hacía esto la mujer empezó a quejarse del dolor y entonces la bruja apuró el paso mientras los gritos de la pobre mujer se podían oír por todas partes. La joven se dio la vuelta, esperando que la poción hirviese el tiempo necesario. El hombre tenía a su mujer tomada de la mano, como apoyo.

 La bruja se acercó un poco y les sonrió, cosa que ellos no devolvieron. Al fin y al cabo eran culturas diferentes y cada cultura percibe las cosas como quieres percibirlas. Era increíble para ella, la bruja, ver como esas dos personas se profesaban tanto amor  con los más sutiles movimientos del cuerpo. Un apretón ligero de manos o un beso en la frente, cosas muy básicas. La poción estuvo lista y tenía la consistencia deseada: entre una crema de manos y un chicle especialmente pegajoso. Lo pasó todo a un cuenco y con una espátula untó casi todo sobre la panza de la humana, que parecía asustada pero sin embargo no empujaba ni hacia nada para que la bruja se detuviese.

 El resto, la humana lo tuvo que beber. Le sabía a un platillo muy dulce, como un postre. La poción relajaba su cuerpo y a la vez le daba fuerzas, por lo que tras algunas horas, el bebé que tenía dentro nació sano y salvo. La bruja, honrada de haber visto el nacimiento de una vida, le dio al niño la capacidad de siempre ver lo mejor en los demás. Ese sería su pequeño regalo, que debía usar él lo mejor posible. Los humanos se quedaron en la casa del a joven esa noche. Compartieron sopa, un espacio para dormir y, en la mañana, ella descubrió que no había nadie allí. Se habían ido sin decir nada más. Afuera la lluvia todavía caía, pero con suavidad.


 La bruja le escribió a su madre contándole todo lo sucedido. Le dio todos los detalles del asunto y le contó de la poción que había hecho de lo especial que había sido semejante momento para ella. La madre le respondió con rapidez, estando muy feliz por ella pues era un evento que rara vez presenciaba una bruja. Pero su madre estaba preocupada por el niño, pues a veces los buenos deseos podían convertirse en maldiciones. Además, le resultaba curioso que hubiese humanos en un bosque como ese, donde ellos jamás entraban. Los que su hija había conocido debían ser humano muy insistentes o resistentes. Eso ella no lo sabía bien pero se prometió a si misma buscarlos y vigilar el progreso de su deseo para el niño. No iba a dejar que sus deseos se corrompieran.