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miércoles, 3 de agosto de 2016

La torre del señor Pump

   Cuando el polvo se asentó, el edificio que había estado allí por tanto tiempo, ya no existía. Los vecinos habían logrado su cometido de retirar semejante monstruosidad del barrio y lo habían hecho con protestas pacificas y tratando de hablar con el dueño de los apartamentos, un tal señor Pump. Era un hombre que nadie conocía personalmente pero lo que se sabía de él era que tenía mucho dinero y que invierta en proyectos como ese edificio, que tenían especificaciones muy particulares en su ubicación o construcción.

 La torre había tenido unos cuarenta pisos en un barrio en el que la casa más alta tenía cuatro pisos, si se incluía el ático. Con el tiempo se descubrió lo que todos sabían, que la torre nunca había tenido permisos reales de construcción y que existía por la única razón de que alguien había pagado a las personas correctas para que el edificio tuviese un permiso y  pudiese existir como tal. Ahora todo eso salía a la luz de nuevo pero no era que importar pues la torre estaba en el suelo.

 El día de la implosión, todos los vecinos del barrio tuvieron que salir de él y ser reubicados temporalmente en otra parte. Pero lo que más querían era subir a la colina más cercana y ver desde allí el espectáculo de su triunfo. Jamás se habían dado cuenta de lo horrible que era esa construcción, una clara cicatriz sobre la cara de la ciudad. Al fondo, estaba el mar azul y más cerca de ellos uno de los parques más grandes del país.

 Se decía que desde la torre del señor Pump se podían ver las islas de Fuego en un día claro. También que era el lugar ideal para construir un mapa de la ciudad y ver, en vivo, como funcionaban las carreteras y otras calles, como arterias y venas que hacen circular la sangre para que el cuerpo, en este caso la ciudad, sigan funcionando. Había mucho que decir de la torre y la verdad era que casi todo era inventado o al menos no había manera de probarlo a ciencia cierta.

 Aunque se suponía que era una torre de vivienda, los vecinos jamás vieron que nadie entrara o saliera a menudo de allí. Solo durante la construcción el sitio tuvo actividad. De resto, siempre había permanecido solo. Sin embargo, jamás estaba sucio ni nada por el estilo. Se le pagaba a un hombre para que fuera cada mes y limpiara los vidrios con otros dos compañeros. Terminaban en una semana y no hablaban con nadie de nada.

 Era un sitio extraño, como una casa embrujada pero de vidrio y varios pisos. Algunos aseguraban haber entrado de noche y decían que el único que vivía allí era el mismísimo señor Pump. Decían que así era porque buscaba estar cerca de sus proyectos y vivía en cada edificio que hacía por un tiempo para probar su estabilidad y buena calidad a los posible inversionistas.

 Si era verdad o no, era otra cosa más que nadie nunca supo. Jamás vieron una limosina estacionada frente al edificio y mucho menos vieron al señor Pump yendo a la tienda a comprar la leche y el jugo para el desayuno. Obviamente que un hombre tan rico no estaría a cargo de algo por el estilo pero el caso era que jamás había pisado el barrio. Eso ofendía más aún a los vecinos pues no entendían porqué entonces había decidido de construir precisamente allí y no en ningún otro lugar de la ciudad.

 Al parecer era esa imponente vista doble, al mar y al parque. A unas diez calles o menos estaba el acantilado que daba a la ciudad su personalidad. Había playas más al sur, siguiendo la carretera costera pero la ciudad había sido construida al lado de una serie de acantilados que daban a un mar agresivo y normalmente muy picado , que en invierno parecía una sopa en ebullición a punto de regarse por todas partes. Era hermoso pero daba miedo al mismo tiempo.

 En cuanto al parque, era una vista casi única pues ninguno de los barrios circundantes tenía tampoco estructuras tan altas. Los ambientalistas se quejaron cuando empezó la construcción pero como tenía todos los permisos en regla, incluso el ambiental, no hubo manera de detenerlos. Para los defensores de la naturaleza, era claro que el edificio cambiaría el comportamiento de las aves y afectaría a los animales pequeños y sus costumbres.

 La verdad es que, aparte de ellos, nadie se quejó hasta que fue muy tarde. A muchas personas, aunque más tarde lo negaron, les gustaba la idea de tener un rascacielos en la mitad del barrio y la razón era muy sencilla: pensaban que con un proyecto de esa magnitud, su propiedad aumentaría de precio astronómicamente y  podrían vender y luego comprar un apartamento en la misma torre y hacer un gran cambio en toda la ciudad.

 Pero el efecto del edificio fue exactamente lo contrario pues el ruido de la construcción afectó negativamente a todo el mundo. Quienes conducían por la zona para ir a los acantilados, un lugar popular en la ciudad, decidieron evitar el barrio por la cantidad de camiones que usaba la construcción. Esto quería decir que los negocios perdían dinero y la gente evitaba el barrio a propósito.

 Ya nadie quería vivir allí y la gente del resto de la ciudad sabían que no era un buen lugar para vivir. Cuando terminó la construcción, algunas personas tuvieron la esperanza de que todo mejorara pero como se convirtió en un edificio fantasma, no había manera de que el valor del terreno se moviera para ningún lado. El fracaso era evidente.

 Por eso fue increíble tener que luchar por la destrucción del edificio por más de cinco años. Cualquiera hubiese pensado que los problemas eran tan evidentes que los vecinos podrían ganar el caso con facilidad pero se dieron cuenta de todos los recursos del señor Pump y de cómo estaba dispuesto a gastar dinero, su reputación y miles de horas, en un edificio que estaba vacío y que no tenía de verdad a nadie que lo apoyase o que lo considerara, al menos, una joya arquitectónica.

 Era un edificio moderno pero simple, eso era todo. No había ninguna especificación especial, no tenía una piscina en el último piso, no había locales comerciales u oficinas o parte de hotel. Nada de eso. Solo apartamentos distribuidos casi todos de la misma manera. Se decía que sí habían tenido ventas pero que la demora en la construcción y la polémica con los acantilados había sacado corriendo a los compradores.

 El día del triunfo del barrio en la corte fue la única vez que pudieron ver al señor Pump. De verdad que no se le notaba que fuese tan rico como decían que era. No era muy alto y tenía la piel blanca como un papel. Permaneció casi estático durante todo el proceso y solo habló al final, antes de escuchar el veredicto del juez. No era una persona con encanto ni era atractivo. Era solo un hombre con mucho dinero y nada más. Muchos de los espectadores se sintieron decepcionados.

 El caso es que perdió y el edificio fue demolido. Se hizo de manera que colapsara sobre sí mismo pero era tan grande la edificación que debieron sacar a todo el mundo de sus casas para que no los afectara el polvo creado por la implosión. Las casas aledañas casi seguramente quedarían dañadas y el señor Pump fue obligado a pagar cualquier reparación que pudiesen necesitar las viviendas afectas.

 La vista desde la colina era increíble y, cuando la torre cayó, fue la primera vez que encontraron a la torre hermosa pero en un sentido trágico. La nube de polvo era increíble y tuvieron que esperar hasta el otro día para poder empezar a remover escombros y dejar ese terreno despejado en la mayor brevedad posible.


 Sin embargo, los curiosos fueron en mitad de la noche a tomar recuerdos de las ruinas del edificio y fue entonces cuando la noticia se volvió mundial. Entendieron ahora porque nadie vivía allí, porque era una edificio desierto. Resultaba que no eran viviendas, ni hotel, ni oficinas. Cuando el polvo se despejó, había restos de huesos, de objetos de valor y muchas otras cosas. Era como un museo pero daba miedo solo verlo. El señor Pump parecía ser, después de todo, alguien muy especial.

miércoles, 20 de julio de 2016

Vida dental

   Para Diego, lo más importante del mundo era su profesión. Desde pequeño, cuando miraba la televisión o jugaba con sus amiguitos, se imaginaba siendo el mejor de los odontólogos. Claro, no era un sueño poco común pero había nacido de un sentimiento noble de ayudar a los demás, dándoles algo en la vida de lo que pudiesen estar orgullosos. Los dientes de pronto no eran lo más importante para nadie, pero son una de esas cosas que es mejor tener bien cuidados y con todo en orden para no tener que preocuparse.

 Suponía que su idea de ser odontólogo había empezado cuando, al ver sus programas favoritos, los personajes aconsejaban en un momento determinado que los niños, es decir los televidentes, se cepillaran los dientes después de cada comida para tener una boca sana y una sonrisa perfecta. Por alguna razón, eso a Diego siempre le había parecido muy importante y desde esos día siguió al pie de la letra las instrucciones para cepillarse los dientes correctamente.

 Cambiaba su cepillo regularmente, usaba diversos tipos de dentífricos, tenía hilo dental de varios sabores para cambiar todos los días y guardaba botellas y botellas de enjuague bucal, listas para ser consumidas. Incluso tenía de esas pastillas que teñían los dientes e indicaban donde hacían falta cepillarse. Todo eso lo compraba en el supermercado con sus padres y era siempre muy insistente al respecto.

 Cabe decir que este gusto por los la higiene bucal, no le venía a Diego de sus padres. Su madre era asesora financiera en una firma importante de la ciudad y su padre era abogado. Ninguno de los dos tenía el mínimo interés por los dientes o por la salud en general. Es decir, se preocupaban como cualquiera pero no insistían mucho en el tema pues creían que era más importante tener una educación de calidad que nada más.

 El día que llegó la hora de entrar a la universidad, Diego no tenía ninguna duda de lo que quería estudiar. Sin embargo, sus padres trataron de disuadirlo, tratando de convencerlo de estudiar sus carreras y exponiendo porque era buena idea hacer una vida en esos campos. Sus razones siempre giraban alrededor del dinero y de la estabilidad económica pero su hijo no era un tonto: también él había ensayado su discurso.

 Una tarde, les mostró una presentación que había hecho, explicando porque quería estudiar odontología, centrada también en el hecho de que se ganaba buen dinero y además sería feliz haciendo lo que siempre le había interesado. Ellos no insistieron más y lo apoyaron en lo que necesitara pues sabían que tenían un hijo decidido, con metas claras y determinado a cumplir sus sueños a como diera lugar.

 Los años de universidad fueron los mejores años de la vida de Diego. No solo empezó a aprender más sobre lo que lo apasionaba, sino que también conoció gente que compartía ese entusiasmo y para la que sus particularidades respecto a la higiene bucal no eran excentricidades sino productos normales de la preocupación de un ser humano por su salud. Las conversaciones que tenían no solo giraban alrededor del tema dental pero casi siempre lo hacían y a Diego eso le parecía en extremo estimulante e interesante.

 Sus padres estuvieron muy orgullosos el día que presenciaron la graduación de su hijo. Al recibir el diploma, los saludó enérgicamente y les mostró su cartón, indicándoles que había terminado esa etapa de su vida de la mejor manera posible. En las prácticas que había tenido que hacer, en las que ayudaban a personas que no tenían el dinero para pagar un servicio dental adecuado, conoció a un profesor que le dijo que era uno de los mejores alumnos que había tenido y que debería pasarse por su consultorio algún día.

 Esa sugerencia dio origen a su primer trabajo, siendo asistente del profesor por un periodo de dos años. Ganó buen dinero pues los clientes que tenía el profesor eran personas acomodadas que se hacían varios procedimientos estéticos al año y varis de ellos tenían que ver con los dientes. Cada intervención era bastante compleja e interesante para Diego, por lo que aprendió todavía más y encima ganó buen dinero.

 A pesar de todo ese éxito, el resto de la vida de Diego no iba tan bien. De hecho, jamás había sido algo muy estable. Durante los años de universidad había tratado de tener relaciones sentimentales con varias personas pero jamás había logrado establecer algo duradero con nadie. Sentía que su profesión de alguna manera se metía entre él y la otra persona y que eso creaba una barrera que era imposible de franquear.

 Se daba cuenta de que muchos en el mundo consideraban que ser un odontólogo no era lo que él siempre había pensado. Claro, a él le encantaba y eso no iba a cambiar nunca, pero la mayoría de gente que conocía fuera de su circulo de trabajo no eran tan agradable cuando él empezaba a hablar de su trabajo y de lo que había visto en la semana.

Su vida sentimental era nula e incluso su relación con sus padres se fue estancando a medida que se hizo más exitoso. Su teoría, años después, era que a ellos jamás les había ido tan bien en sus trabajos después de muchos más años de constante esfuerzo y dedicación. Él, en cambio, había ascendido como la espuma y todavía podía ascender más.

  Cuando dejó de trabajar con el profesor, fue porque quiso independizarse buscando un espacio para él solo. Su sueño era ese, tener una consulta propia con todo lo necesario para dar una atención de calidad a quien lo necesitara. Diseñó varios planes para personas con poco dinero y estableció precios competitivos para intervenciones que la gente con dinero se hacía con frecuencia. Adquirir los equipos le costó casi todo lo que había ganado en los años anteriores, pero estaba dispuesto a arriesgar. Y eso probó ser la mejor decisión de su vida.

 Tan solo un año tuvo que pasar para que su vida diera un cambio completo: se mudó de la casa de sus padres a un apartamento de soltero muy cerca de su consultorio, se podía pagar las mejores vacaciones a lugares exóticos y lejanos y además estaba más feliz que nunca, ayudado de dos asistentes que le colaboraban con la gran carga de trabajo que tenía. A veces tenía que trabajar demasiado pero valía la pena y seguía aprendido, seguía fascinado por los dientes y eso era asombroso.

 Sin embargo, Diego empezó a sentir más y más que se estaba quedando solo. Sus amistades reales eran pocas, no hablaba casi con sus padres y no había sentido nada por nadie en años. Hubo una temporada en la que se decidió a salir a tomar algo en las noches, a bailar o a cualquier sitio. Le pidió a sus pocos amigos que le ayudaran pero nada funcionó. Había algo en su personalidad, algo que no podía ver él mismo, que alejaba a los demás.

 Por un tiempo, su rendimiento en el trabajo bajó significativamente. Sentía que el éxito laboral no podía ser todo en el mundo para él. ¿De que servía todo ese dinero si no lo podía compartir con nadie? Fue a un psicólogo para ver si podía averiguar que era lo que lo hacía tan repelente pero dejó de ir a las dos semanas. No solo por el ridículo precio de las consultas que no llevaban a ningún lado, sino porque las preguntas que hacía el disque doctor no tenían nada que ver con lo que Diego quería saber.

 Cuando su consultorio se hizo más grande y tuvo otros odontólogos a su cargo, decidió que era el momento de unas largas vacaciones. Se tomó varios meses y decidió explorar el mundo, alejarse de todo lo que conocía y quería para ver si podía reconocerse a si mismo fuera del mundo que había construido en su oficina y con los clientes y demás componentes de su vida laboral.


 Pero tras ese largo viaje, no encontró nada. Volvió al consultorio acabado y sin ilusiones pero una vez allí, fue como inyectarse con el elixir de la eterna juventud. Todo lo demás no importaba. Ese era el amor de su vida, la razón de su existencia. No hacía falta más, o eso se dijo a si mismo varias veces.

lunes, 4 de julio de 2016

Graduación

   La ceremonia empezó sin mayor retraso. Cada persona tomó su asiento al instante, de manera ordenada. Las luces únicas luces que quedaron prendidas fueron las del escenario, donde un hombre empezó a hablar casi de inmediato. La verdad, la mayoría de las personas no lo ponían atención. Aunque muchos lo grababan con sus celulares, otros utilizaban esos mismos aparatos para ver que más estaba pasando en el mundo. No le interesaba o muy poco lo que tenía que decir el dueño y señor de la universidad.

 Después vino el discurso de uno de los graduados y eso fue mucho más divertido, pues todo el mundo escuchaba con atención para saber en que momento sería adecuado burlar o decir algo. Fue un rato divertido, pues el joven que leía se perdió unas cuantas veces y parecía estar a punto de reír muchas otras. Se notaba que a la gente de la universidad no le caía nada en gracia que lo hiciera pero a los alumnos les fascinaba tener algo de que reírse.

 Cuando el joven terminó, vino otro discurso más. Cada año invitaban a una celebridad, algún erudito de la ciencia o las letras para que llenara de bonitas palabras el ambiente. Ciertamente el invitado de ese año era alguien muy interesante pero la gran mayoría de las personas los escuchó solo a ratos. Antes de que empezara a hablar, cuando lo introdujeron como “poeta y autor”, casi todo el mundo decidió al instante no ponerle mucha atención pues suponían que sería sorprendentemente aburrido.

 Técnicamente, no se equivocaron. Hubo algunas anécdotas graciosas, unas observaciones inteligentes, pero el resto fue tal cual se esperaba. Por fin, el tipo dejó de hablar y entonces comenzaría la última etapa de la ceremonia: la entrega de diplomas. Esa era la razón para la que todos habían venido. Las palabras bonitas y los adornos encima de un papel les daba un poco lo mismo. Les interesaba lo que ese papel podía hacer para sus vidas y que significara que no habían perdido el tiempo.

 Faltaban muchas personas, pues algunos no estaban en el país o no habían cumplido con todos los requisitos para recibir su diploma ese día. Seguramente tendrían que reclamarlo en la sede de la universidad, sin vítores de compañeros ni fotos de padres orgullosos. La ceremonia tenía ese sentido muy relacionado con el orgullo y el estar seguro de si mismo. Era algo especial, a pesar de todo.

 Uno a uno, todos los jóvenes en el recinto pasaron a tomar su diploma. Algunos hacían algo gracioso después pero la mayoría solo estrechaba la mano de los directivos y seguía su camino hacia fuera del escenario. Cada persona tenía sus estilo, su manera de celebrar el mismo logro. Al final, era el mismo para todos, no importaba la disciplina.

 La siguiente etapa del día siempre era la misma en la mayoría de familias. Los que tenían algo más de dinero optaban por invitar a su graduado, o graduados si eran más de uno, a comer algo especial para celebrar la graduación. El lugar de celebración cambia según lo que pueda costear cada familia pero casi siempre la idea es que sea un lugar que valga la pena, al que no se vaya todos los días. Se trata de hacer que la persona se sienta especial y única.

 A veces comen los más finos cortes de carne, otras veces pescados y comida de mar perfectamente marinados. El pollo casi nunca es una comida de celebración pues es poco frecuente que se use en platillos caros. Por supuesto, todo va acompañado de un buen vino y de un brindis que puede ser largo o corto, pero eso depende de la familia que lo celebre. Algunos se alargan con discursos sin destino pero sentidos y otros solo tienen el brindis y poco más.

 Esas comidas de celebración normalmente no toman mucho tiempo. Lo normal para una cena especial, que suelen ser dos horas considerando que la comida demora más en llegar a la mesa y que nadie tiene verdadera prisa de llegar a ningún lado. Son casi siempre en la tarde, pues la noche está reservado para otro tipo de celebraciones. Después algún postre la gente se dirige casi corriendo a casa, a descansar.

 Los que tienen menos dinero para gastar o quienes tal vez estén solos y no tengan con quien festejar, pueden inventarse diversas maneras de hacerlo a su manera. Por ejemplo, está el hecho de ir a cualquier restaurante común y corriente pero agregándole alguna celebración extra para indicar que el momento lo amerita. El vino también puede jugar un papel, aunque seguramente la calidad del mismo sea comparativamente inferior al del caso anterior.

 Es un almuerzo mucho más corto pero seguramente igual de familiar y de cercano. Al fin y al cabo, la gente está orgullosa de graduado sea como sea, no importa la celebración. Lo que interesa es que sea un día feliz y memorable, del que se pueda sentir orgulloso en el futuro y que pueda recordar una y otra vez, como uno de los momentos más felices de su vida, sin exagerar.

 Eso sí, hay muchas personas que no tienen como celebrar. Y otras que no tienen familias. Normalmente la solución es la misma en estos casos: se celebra en casa con algo más personal pero más sentido. Puede que no haya vino pero podría haber algo más, sea lo que sea. El caso es que se celebre de alguna manera porque no hay quien no considere la graduación un logro.

La noche está reservada para la celebración entre graduados. Casi todos los celebran del mismo modo y, si sus padres no les dan dinero, seguramente ellos han ahorrado ya lo suficiente para pasar el mejor rato posible. En esto, nadie es diferente ni especial. Todos celebran porque sienten que es el día que sean han ganado para celebrar y estar con sus compañeros, aquellos con quienes se ha logrado el objetivo. El orgullo normalmente es motor suficiente para toda la noche y hasta el día siguiente, en la mañana, cuando el alcohol lo ha agotado casi por completo.

 Porque claro, sin alcohol, la mayoría de graduados no siente que haya ganado nada ni llegado a ninguna parte. Sea cerveza o alguna otra bebida alcohólica, siempre tienen que estar presente para, supuestamente, alegrar el ambiente. Normalmente esto es cierto, pues ayuda a subir el ánimo y a que el baile y la diversión duren mucho más tiempo de lo que uno pensaría. El gasto en alcohol es normalmente exponencial. Es decir, se comienza de a poco y al final de la noche gastan los que tengan más dinero.

 Los que no tengan casi, saben que es su noche para aprovechar el dinero de otros. Y no se ve como algo malo, al fin y al cabo todos están celebrando. Así que si una persona toma de una botella que no ayudó a pagar, la verdad no interesa porque nadie está vigilante un objeto de vidrio con tanto ahínco. Prefieren disfrutar la noche y tener mucho que contar los días que sigan, para construir el mejor recuerdo posible.

 Se trata de “hacerlo memorable”, lo que es gracioso pues el hecho de graduarse debería ser lo suficientemente memorable. Sin embargo, a los jóvenes les fascina que todo tenga un significado más personal y que no todo tenga que ver con el estudio como tal. La graduación también celebra las relaciones construidas durante el tiempo de la carrera, celebra aquellos dramas cotidianos y todas las costumbres y anécdotas graciosas que tienen para contar por muchos años más.

 Esas relaciones son las que todavía esa noche y mucho después, afectarán su manera de ver el mundo y de interactuar con los demás. Además, tienden a tener un efecto mucho más duradero que en el pasado, tal vez porque la personalidad de las personas termina de forjarse en sus años de universidad y logra establecerse por completo. Es decir, ya son personas completamente formadas, completas.


 La celebración termina al otro día, casi para todos, cuando despiertan y tienen recuerdos borrosos de todo lo ocurrido. Otros recuerdan mejor otros peor pero todos entienden la importancia del ritual. No importa cómo se haga, donde o con quién, es primordial entender su rol en nuestras vidas.

miércoles, 8 de junio de 2016

Virus de verano

   El día parecía querer llevarle la contraria a lo que yo estaba sintiendo dentro de mi cuerpo. El sabor extraño en mi boca contrastaba con el sol brillante y la alta temperatura que hacía. Solo sacar la mano por la ventana era suficiente para darse cuenta que el verano había llegado y que no había manera alguna de ignorarlo. Por fin se podía disfrutar el sol, ir a la playa y usar menos ropa, lo que para mí siempre ha significado estar más cómodo.

 Pero el sabor en mi boca se transformó en dolor y entonces me di cuenta que era el ser más miserable que había. Tenía algún virus, alguna de esas estúpidas enfermedades pasajeros que siempre tienen que aterrizar en mi cuerpo, tal vez porque es débil y no tiene como defenderse.

 Como bien y hago ejercicio pero al parecer eso no es suficiente. Al parecer algo estoy haciendo mal porque esto ya ha pasado antes. Este dolor de cuerpo tan horrible, esta sensación de que si me muevo demasiado se me van a romper los huesos. Por eso ese día, apenas abrí los ojos, no me moví casi. Era como si me hubiera pateado varias veces en el suelo, como si hubiera perdido una pelea de esas que, menos mal, ya casi no hoy.

 Ese extraño sabor en la boca y yo nos quedamos en la cama. Ese sabor a enfermedad, a virus, a gérmenes, a todo lo que no sirve para nada en este mundo. Porque a mi, un hombre ya adulto, ¿de qué le sirve tener una gripa a cada rato o un virus de estos cada mes? Si mi cuerpo no aprendió a defenderse cuando era más joven, ahora mucho menos lo va a hacer. No tiene sentido tener que pasar por esto una y otra vez, como si fuera una lección que no he podido aprender.

 Y ahora el calor. ¡Que asco! Solo duermo con un cobertor y tengo que hacerlo a un lado y quitarme la poca ropa con la que duermo. Desnudo me da algo de escalofrío pero me siento mejor, más fresco. Ese pequeño movimiento me ha costado toda una vida y ahora me siento exhausto. Debí estirarme un poco más y así hubiera abierto la ventana. Pero de pronto fue bueno no hacerlo, porque los insectos ya se están alborotando por todas partes.

 Me quedé allí, mirando el techo. Me doy cuenta de algunas manchas y después me acuerdo que no me importa, que de todas maneras estaré fuera de aquí en menos de tres semanas y que alguien más tendrá que preocuparse por eso. Doy la vuelta, para quedar acostado boca abajo. Así es como me gusta dormir y creo que no tiene caso forzarme a levantarme. Es domingo y eso es lo bueno. Puedo quedarme desnudo en la cama todo el día si eso es lo que quiero porque el domingo se hizo para eso, para no hacer nada, para tomarlo con calma y darse un respiro al final de la semana.

 No entiendo como hay gente que hace cosas el domingo. Sean lo que sean esas cosas, no debería pasar. Entiendo querer ir a dar una vuelta o a comprar algo pero no hacer diligencias como tal o estar de un lado para otro como un trompo sin poder disfrutar ni un poco del único día en el que en verdad no hay porqué hacer absolutamente nada. No lo soporto. Aquí boca abajo, me doy cuenta que es lo mejor que puedo hacer para no tener que enfrentarme al hecho de que esto, sea virus o lo que sea, no se va a ir de la noche a la mañana.

 Otra vez paso saliva y otra vez duele, como si estuviera pasando fuego por mi garganta. La siento cerrada, como un embudo que encima se ha apretado más. ¡Y ese maldito sabor a enfermedad! Lo odio y condeno a lo que sea que me dio este virus. ¿Qué o quién sería? Porque puede haber sido cualquiera de las dos opciones. Al fin y al cabo la noche anterior estuve lejos de ser un santo, de ser el modelo perfecto de joven occidental.

 Aunque dudo que eso exista. Cada uno de nosotros tiene sus líos, sus cosas raras en la cabeza, y pues si yo estoy jodido hay otra gente que está peor. Eso creo yo al menos. No se puede uno poner a pensar que algunos están menos desequilibrados o más sanos en lo relativo al cerebro. Todos estamos un poco locos y el que no tenga algún rastro de locura es que hay que tenerle mucho cuidado. Es mejor tener de donde enloquecer.

 Tomo fuerzas para ponerme de pie y voy rápido a abrir la ventana. Estoy de vuelta en la cama en apenas unos segundos pero el viajecito ha sido suficiente para marearme. Siento que todo el mundo me da vueltas y trato de calmarme, de respirar con calma y de sentir ahora la brisa, la poca brisa, que entra por la ventana. ¡Daría yo el dinero que no tengo por una habitación con una ventana y una vista decente! No sé quién les dijo a esta gente que era algo humano hacer ventanas para adentro.

 Pero es lo que hay y me sirve para tratar de calmar lo mal que me siento. Siempre que me enfermo me siento muy mal, mi ánimo baja al piso y soy susceptible a cualquier cosa. Todo me da más duro: suele ponerme más nervioso, las cosas que normalmente me dan rabia me dan aún más rabia y quisiera matar y comer del muerto. También empiezo a mirarme más en el espejo y condeno a mi cuerpo por ser inservible. Se ha dejado meter otro gol.

 Vitaminas. Eso es lo que debería tomar. ¡Pero son tan caras! Para un estudiante no es algo sencillo tener que comprar cosas que se salen de lo normal, cosas que no son lo que uno compra todos los días en el supermercado. Hay que sobrevivir con los nutrientes que tiene la comida que uno compra y yo al menos cocino y trato de variar.

 Nunca compro preparado porque siento que no tiene el mismo sabor. Además, creo que cualquier ser humano que se respete debe saber cocinar medianamente bien. No se trata de si a uno le gusta o no. Se trata de poder sobrevivir una vez se haya salido del nido, una vez no haya nadie que le haga las cosas a uno. Puedo decir entonces que, al menos en ese sentido, no tengo porqué preocuparme. Cocino recetas varias y, a pesar de que puedo mejorar la presentación, siempre son platillos ricos y tan balanceados como me lo permite mi presupuesto.

 ¡Mierda! No quería toser pero lo hice y ahora siento como si un gato se hubiese resbalado por mi garganta, con las uñas bien extendidas. El dolor es horrible y me hace dar ganas de quedarme allí para siempre. Giro la cabeza un poco y caigo en cuenta que tengo una botella de agua no muy lejos. El agua en estos casos sirve de poco de nada pero al menos refresca un poco. Me estiró como puedo, todo el cuerpo en agonía, y tomo la botella. La abro tan hábilmente como puedo y tomo un sorbo.

 Está tibia. Es asqueroso tomarla así pero no hay de otra. Otro sorbo y le pongo la tapa. En la cocina, en la nevera mejor dicho, tengo jugo de naranja. Pero lo que me vendría mejor sería una limonada. No es que tenga una herida abierta en la garganta o algo parecido pero es lo que siempre me ha funcionado mejor para estos malditos casos de virus indeseables. Pero para tener limonada abría que hacer una de dos cosas: o ir a comprar limones a la tienda y hacer el jugo yo mismo o ir al súper, más lejos, y ver si tienen las limonada ya preparada.

 Francamente, no tengo ganas de hacer ninguna de las dos cosas. Prefiero quedarme aquí y ver si puedo sudar el virus. He decidido que hoy voy a estar todo el día desnudo y que además no me voy a bañar. No quiero moverme de mi cama para nada. Creo que hay galletas y otras cosas en el armario. Voy a comer eso y si acaso, si tengo el empuje, iré por agua fría o jugo de naranja a la nevera. Me parece una larga caminata con este dolor de pies, piernas y cintura, pero la opción existe.

 El estomago gruñe pero no sé si es hambre o es que el virus es estomacal. No he comida nada raro. Sí he comido algo que no como normalmente pero no era nada extraño y fue en un restaurante. No tiene cara de ser un lugar donde repartan virus a diestra y siniestra. En fin.


 Aquí me quedaré entonces, en esta cama que no es mía, sintiendo el viento en mi trasero y mi espalda, tratando de controlar la cantidad de saliva que trago y de movimientos del cuerpo. ¡Maldito sabor en la boca! ¡Maldito verano que no viene solo sino mal acompañado!