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lunes, 14 de diciembre de 2015

Encerrado

   Siento el agua alrededor mío y me despierto de golpe porque creo ahogarme, creo que en cualquier momento mis pulmones se llenarán de agua y entonces moriré en medio del mar. Pero el agua no es salada y no estoy en el mar sino tirado sobre un charco de agua que se expande sobre una superficie semi lisa que está igual de fría que el agua que siente alrededor de mi cuerpo.

 Trato de levantarme pero no tengo la fuerza ni para sostener mi cuerpo. Apenas soy capaz de mover los brazos para que mis manos estén al lado de mi cabeza pero eso es todo. Cierro los ojos de nuevo, pues el brillo de la luz es demasiado y me da mareo. De hecho, siento que voy a vomitar en cualquier momento y no quiero puesto que no soy capaz de moverme. Quiero llorar pero tampoco puedo y entonces me doy cuenta que me duele absolutamente cada parte del cuerpo, cada extremidad, como si de repente el dolor de muchas heridas hubiese entrada a mi cuerpo, ya sin que nada lo impida.

 El dolor me hace dormir una vez más. Tengo uno de esos sueños que no son nada, que no significan nada y que parecen pasar a toda velocidad. Yo no quiero soñar nada ni ver a nadie en ellos ni recordar como se siente oír la voz otro ser humano cerca de mis oídos. No quiero nada de eso porque sé que en poco tiempo, en apenas instantes, estaré muerto. Y no quiero luchar ni pelear ni esforzarme de manera alguna por lograr nada. Si ya no hice nada en la vida, que se queden las cosas así. No le debo nada a nadie.

 Para mi decepción, despierto de nuevo. Esta vez no estoy en el mismo lugar, o al menos no lo parece. Estoy sobre un colchón que huelen a orina y por lo que veo es un recinto estrecho, pequeño, donde incluso el techo parece bajo, como a punto de aplastarme. Esta vez me muevo por el miedo que siento pero entonces oigo el tintineo del metal y siento de repente su frío recorrerme, desde los pies a la cabeza. No estoy seguro porque no soy capaz de incorporarme, pero creo que estoy esposado por los pies a la cama en la que estoy.

 No puedo mantener los ojos abiertos mucho rato pero sigo despierto y trato de oír mi entorno pero no oigo a nadie ni nada que me diga donde estoy. Solo escucho un goteo no muy lejano y los pasos de lo que deben ser ratas en la cercanía. Espero que esos desgraciados animales coman mejor que yo porque o sino tendré algo más que preocuparme y ciertamente no quiero nada de eso. No hay almohada, apoyo directamente la cabeza en el colchón sucio y creo que ya está claro que me rindo y que no quiero seguir pretendiendo que voy a ganar la partida, ya perdí y lo admito y solo quiero que me dejen en paz pero dudo mucho que eso pase, puesto que por algo estoy aquí.

 Mi mente viene y va. Me quedo dormido por breves o largos periodos de tiempo (no lo tengo claro) pero siempre vuelvo y me despierto a ver que ha pasado a mi alrededor. Y la verdad es que nada cambia. No hay comida, que yo sepa, no viene nadie a darme agua y lo único que sé es que ya no se oyen los pasitos de las ratas. Después de despertarme unas cuantas veces, concluyo que el olor que emana el colchón ha sido causado por mi. Seguramente me he orinado encima bastantes veces desde que estoy aquí, sería imposible que no fuera así.

 De pronto, en una de esas veces que me despierto, siento que la puerta de la celda se abre y alguien entra. No dice nada y yo no volteo a mirar quién es. Mantengo con firmeza la cabeza girada hacia el lado contrario porque ya no me interesa saber nada, ya no quiero meterme más en todo esto y solo quiero que se den cuenta que me he rendido y que no pienso hacer nada contra ellos, nunca más. No oigo su voz, solo su respiración. Sale de la habitación unos momentos después y cierran la puerta. Respiro con más facilidad cuando eso pasa pero entonces me pongo a pensar si mi mensaje ha sido recibido o si preferirán asesinarme para prevenir.

 De nuevo duermo pero esta vez se siente que ha sido por más poco tiempo. Es la puerta que me despierta y esta vez sí me volteo a mirar quién entra: son dos tipos con la cara cubierta. Supongo que son hombres por su musculatura pero podría equivocarme. Cada uno libera uno de mis tobillos y después uno de ellos me pone un antifaz en la cabeza, para que todo lo que vea sea una negrura inmensa. Siento que me toma por los brazos y las piernas y yo me dejo llevar, no voy a pelear con ellos ni a hacer nada que los ofenda.

 Siento que me cargan al exterior, pues siento algo de viento en mi cabeza y un olor particular, como a pino o algo por el estilo. Entonces me dejan sobre una superficie suave y escucho el sonido de puertas cerrándose. Segundos después siento un pinchazo y entonces el antifaz se vuelve un adorno pues quedo dormido profundamente. En el sueño imagino que me quito el antifaz y veo a los hombres que me cargaban y los beso y los abrazo y ellos me corresponden, y bailamos y nos queremos como locos. Es un sueño estúpido, sin ningún sentido.

 Cuando me despierto, el brillo de la luz es peor que en lugar del piso de cemento. Cierro los ojos al instante y entonces una enfermera viene y apaga la luz. Solo queda prendida una luz débil, azulosa, que sale de la cabecera de la cama, donde hay interruptores y todo eso. La mujer se disculpa y revisa cosas a mi alrededor. Yo mantengo los ojos cerrados y la escucho, revisar bolsas y aparatos y murmurar por lo bajo.

 Pasadas unas semanas, creo que ya tengo más cara de ser humano que nunca antes. Me dice la enfermera que cuando llegué tenía el rostro demacrado y la piel verdosa y que ahora parezco mejor alimentado, incluso si el noventa por ciento de mi comida sigue siendo suero. No me dejarán comer solidos por unos días más. A mi me da igual. Me siento mucho mejor que antes y ya no me quiero morir, incluso cuando todos los días me agobian varias preguntas a las que no tengo respuesta: Que va a ser de mi cuando salga de aquí? Que vida tendré, si ya he olvidado la que tenía?

 En efecto, ya no recuerdo con exactitud mi nombre. Ya han pasado días y un hombre me visita y me explica quién era yo. Es una situación muy particular, muy extraña, pues el hombre me muestra fotos en las que salgo yo, más que todo en viajes familiares o situaciones por el estilo. A mi me gusta ver esas fotos pero no recuerdo nada de ellas. Aprendo mi nombre otra vez pero antes se me preguntan si quiero cambiarlo. Yo asiento, hablo muy poco.

 Cuando esa terapia termina, empieza el periodo de explicarme como está mi salud. Ya me dejan tomar sopas y jugos, lo que agradezco enormemente pues mi garganta duele mucho menos ahora. Un día llega otro hombre, este vestido de doctor, y dice que necesita explicarme como estoy. Yo no quiero oír pero no tengo opción. Él me explica que cuando me dejaron frente al hospital tenía varios órganos comprometidos por lo que parecían ser golpizas sistemáticas. Además tenía gran cantidad de químicos en el cuerpo, seguramente los medicamentos que me daban para mantenerme drogado. También habían encontrado infecciones en mi vejiga.

 Hizo una pausa el doctor antes de hablarme de las violaciones. Cuando escucho la palabra, ni siquiera parpadeo. Lo sé y la verdad me da igual. Su voz parece lejana mientras explica que me han hecho los exámenes debidos y afortunadamente no tengo nada en la sangre a excepción de una anemia severa. Me explica también que medicamentos deberé tomar y entonces se retira.

 Los días pasan y es entonces que me doy cuenta que tengo mucho miedo. Tengo miedo de tener que salir al mundo de nuevo, de enfrentarme a la realidad de la que he estado alejado por tanto tiempo. No tengo ganas de nada pero obviamente no puedo quedarme en el hospital. Me dicen que han encontrado un sitio para mi y un trabajo en casa por mis condiciones especiales. Yo solo asiento, puesto que negarme no es una opción realista. No sé quién ha dado el dinero para mi casa o quién me contrata en el trabajo, pero no me interesa en lo más mínimo. Es cosa de ellos, sean quienes sean.


 Semanas después, todavía sigo sin subir las persianas de las ventanas. No me gusta que entre mucho sol a mi pequeño apartamento, que me he enterado que es mío y de nadie más. Igual, no quiero saber. Me paso los días pensado y eso me tortura y el trabajo desde casa no ayuda mucho. A veces me despierto en la noche sudando y pensando que estoy de nuevo en la celda. Pero olvido que he cambiado de cárcel.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Despertar

Despertó. Y lo primero que hizo fue vomitar. Un poco cayó en su pecho pero casi todo fue a dar al piso. Estuvo varios minutos así, como si hubiera bebido por horas y horas. No tenía cabeza para nada más sino para el dolor físico que estaba sintiendo en ese momento.

Pero cuando terminó de expulsar todo lo que pudo, se dio cuenta de varias cosas. Lo primero era que no tenía nada de ropa puesta, estaba completamente desnudo. Pero no sentía frío.
Lo siguiente fue ver que el lugar donde estaba no era un sitio que él recordara. Parecía un cuarto de sótano, con las ventana pequeñas casi en el techo y las paredes sin pintar. No había nada más sino la cama donde había estado durmiendo. De resto era un espacio desolado, estéril, excepto por el clima.

Era extraño pero él creía recordar que había hecho frío hace poco, pero no sabía cuando. Sus recuerdos se sentían como una masa amorfa que no podía entender. Trataba pero solo hacía que el dolor en su frente fuera cada vez peor.

Decidió sentarse en la cama y respirar, controlar cada inhalación y exhalación como si no hubiera nada más importante que eso. Lo hizo por un tiempo hasta que el dolor desapareció casi por completo. Entonces se fijó en las ventanas, que estaban abiertas y se puso de pie. No era un hombre alto así que no podía ver hacia afuera pero se apoyó en la pared para escuchar. En silencio, se dio cuenta de que no había nadie afuera y que estaba en un lugar remoto.

Mira hacia la puerta y el dolor volvió, aunque suave, como alertando un peligro. Él ignoró el dolor y abrió la puerta. No pensó que se abriera tan fácil y que viera lo vio.

Era una escalera pero no daba a un piso superior sino a una puerta casi paralela al piso. Subió los escalones y forzó la perilla pero esa puerta no abrió fácil como la otra. Tuvo que empujar varias veces con la poca fuerza que tenía hasta que la madera cedió y pudo salir al exterior.

No, no era una casa donde había estado durmiendo. Era un búnker o algo parecido. Y, tal como había pensado, estaba lejos de todo. Era un bosque, no muy denso, pero con árboles altos y muy verdes. El silencio era inquietante.

Volvió al búnker y reviso por todos lados, buscando algo que le pudiera ayudar pero no había nada salvo el colchón de la cama. Salió de nuevo y empezó a caminar, primero lentamente y luego con más ganas. A ratos sentía ganas de vomitar pero las contenía.

Caminó así como estaba por media hora hasta que, para su sorpresa, llega a una cerca. Era más alta que él y no quería lastimarse tontamente, así que siguió la cerca y, mientras tanto, vio lo que había más allá del bosque: una avenida, bastante amplia. Y al otro lado, más árboles. No lo entendió por completo hasta que llegó a un arco metálico en la cerca que dejaba entrar y salir del bosque. Pero no era un bosque...

Al lado de esa salida había un cartel que daba la bienvenida al Parque de los Robles. El bunker estaba entonces en una zona urbana, no tan alejado como el había pensado.

Dio sus primeros pasos sobre el pavimento, siguiendo las líneas dibujadas, y notó por fin los rayos de luz directamente sobre su piel. Era reconfortantes, casi como electricidad recargando todos sus órganos, su cuerpo completo. Se sintió mejor, sin tanta prevención hacia ese mundo del que no tenía ni idea.

De pronto, vinieron recuerdos a su mente, que lo hicieron detenerse y sostener su cabeza:lo primero que hizo fue reír. Había recordado una serie de televisión en la que pasaba lo mismo. Instintivamente miró hacia atrás y sonrió de nuevo al ver que no había zombies cerca. No, esto era algo distinto. Entonces, caminó.

Lo hizo por una hora, casi dos, hasta que llegó al centro de la ciudad o al menos eso parecía: había edificios antiguos al lado de torres de oficinas con ventanas de vidrio. No parecían afectados de ninguna manera. Se dio cuenta que había tiendas en muchos de los edificios y entró a varias pero no había nada útil, nada que fuera absolutamente necesario. Pero que lo era?

Después avistó una mega tienda de aparatos electrónicos. Pero antes de pasar, el dolor de cabeza volvió y amenazó con romper su cabeza. Se sentía horrible, así que salió al sol, que rápidamente lo sanó como una madre preocupada. Algo estaba mal. Pero no sabía que era. Su mente todavía era errática, como un aparato dañado.

Fue allí, sentado en el suelo, cuando una criatura se acercó. Primero de manera tímida, pero luego abiertamente curiosa. Era un pájaro, del tamaño de una cabeza humana y, tal vez, igual de curioso. Se acercó con cuidado y luego se detuvo, mirando detenidamente al hombre que tenía frente a él. Era como si nunca hubiera visto algo igual.

Él miró al animal. Vio como se movía y entonces se dio cuenta. Al instante, se puso de pie y empezó a correr pero el animal voló hábilmente y le cortó el paso. De la nada, empezaron a aparecer varias aves que lo perseguían y no dejaban que caminara más. No parecía querer lastimarlo pero lo miraban como alguien que quisiese intimidarlo.

 - Que quieren? Que me hicieron?

Se dejó caer de rodillas y las aves lo rodearon. El hombre empezó a llorar sin control. Se tapó la cara y se tumbó totalmente en el piso, encogiendo en posición fetal, llorando, confundido.

Un sonido extraño interrumpió su situación y él no tuvo más remedió que ver que sucedía. Un ave más grande que las demás había llegado y las demás cantaban, haciendo un sonido horrible, como el de un violín mal ajustado. El ave grande se acercó al rostro del hombre y lo miró, como si fuera otro ser humano. Entonces el ave abrió las alas y el hombre vio que no era un ave.

Sus alas abiertas formaban una pantalla en la que se podía ver una imagen poco nítida, un símbolo. De pronto, sobre el pecho del animal, aparecía la imagen de una mujer que empezó a hablar.

 - Señor Torres. Nos alegra verlo.

Él miró a la mujer, todavía asustado, y no respondió a su frase.

 - Veo que está confundido, tal vez incluso sufra de amnesia. Eso no importa ahora. Es necesario que  me escuche.

Según la mujer, él había sido voluntario en un experimento. La idea era crear un soldado, un ser humano capaz de soportar cualquier tipo de ataque, de veneno, incapaz de morir. Según la mujer, lo habían conseguido.

 - El aire a su alrededor. No lo nota?

Él inhaló con fuerza, más por la impresión que por lo dicho. Y no sintió nada.

 - La ciudad fue atacada con químicos. El aire es mortal pero usted sigue vivo, incluso mejora con el  paso del tiempo.

El hombre, como pudo, se puso de pie. El ave dirigió sus alas abiertas a su cara. La mujer lo miró sonriendo.

 - Es usted un éxito.
 - No.

La mujer fruncía el ceño.

 - Porque dice eso? Lo es.
 - Quién soy? Que es este lugar? Que me hicieron?

Las lágrimas salían sin control. La mujer parecía pensar y luego, parecía ver a alguien más cerca a ella.

 - Señor Torres, usted está en la Tierra.
 - Y usted? Donde está?

La mujer dudó en hablar pero finalmente lo hizo, sin mirar directamente a su interlocutor.

 - En la Luna, con el resto de la población que queda.

Él respiró con dificultad, mirando de un lado a otro, buscando algo que le dijera que todo era una sueño.

 - Ha estado en hibernación por diez años, señor Torres. Cuando el momento sea correcto,  enviaremos por usted.

Las alas del animal dejaron de brillar y el pájaro las cerró, para luego irse volando, igual que las demás criaturas. Solo una de ellas, la primera en llegar, se quedó con él hombre que ahora gritaba y quería dejar de existir ya que era él no era nada ni nadie. Él, su vida y todo lo demás habían dejado de existir.