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viernes, 27 de abril de 2018

Polvo somos


   La nube de polvo se había levantado más allá de los edificios más altos, los cubría como un manto sucio que quiere abarcarlo de todo de una manera lenta, casi hermosa. En las calles, las personas tenían puestas máscaras sobre la boca y gafas para nadar que habían robado, casi todos, de tiendas donde hacía mucho tiempo no se vendía nada. A través del plástico había visto como la nube había ido creciendo, lentamente, hasta alzarse por encima de la ciudad y absorberlo todo en la extraña penumbra que se había creado.

 Lo que pasó entonces ha sido muy discutido, por todo tipo de personas y en todo tipo de situaciones. Nadie sabe muy bien de donde vino la nube de polvo pero era evidente que algo tenía que ver con la guerra que llevaba ya doce años y con los avistamientos extraños que muchas personas alrededor del mundo habían denunciado con una frecuencia alarmante. El problema es que el fluido eléctrico no era como antes, permanente, por lo que no todos se enteraban de lo mismo, al mismo tiempo.

 El caso es que, en esa penumbra imperturbable que duró varios días, la gente empezó a desaparecer. Familias enteras, personas solas, animales también. A cada rato se oía de alguien que se había perdido entre la niebla y no era algo difícil de percibir pues todo el mundo sabía que debía desplazarse y no quedarse en un mismo sitio. La guerra no había acabado y el enemigo, de vez en cuando, atacaba de manera rápida y letal, con grupos de asalto que asesinaban en segundos y luego salían corriendo.

 La gente no sabía a que temerle más, si a la nube de polvo o a los soldados enemigos que se arriesgaban ellos mismos a cazar a las personas en semejante situación. Con el tiempo, la guerra fue barrida por la nube que creció y creció y pronto ocupó toda la superficie del planeta. No había un solo rincón que la gente pudiese encontrar en el que no hubiese esa textura extraña en el aire. Las máscaras se volvieron una prenda de vestir, tanto así que los jóvenes las personalizaban, como símbolo de que la humanidad seguía viva.

 Aunque eso no era exactamente así. En todas partes empezaron a desaparecer personas. Primero eran uno o dos a la semana y luego la situación se agravó, tanto así que se hablaba de ciudades enteras casi vacías de un día para el otro. Por eso la guerra tuvo que morir, no había nadie que pudiera o quisiera pelearla. Había mucho más que hacer, cosas más urgentes que pensar. Por primera vez en la historia de la humanidad, la gente no pensaba en pasar por encima de los demás, ni de una manera ni de otra. Al contrario, todos se dedicaron a salvar su pellejo, a sobrevivir día a día.

 Después de casi dos meses en la penumbra tóxica de la nube, la gente se acostumbró y empezó a vivir de manera nómada, comiendo animales agonizantes o ya muertos, usando las pocas herramientas y útiles que todavía se podían encontrar por ahí. Ya nadie inventaba nada, ya nadie creaba. La gente había dejado de lado la evolución propia y social para enfocarse mejor en lo que hacían en el momento. Los sueños y anhelos eran cosa del pasado, pues todo el mundo quería lo mismo.

 Los niños pequeños pronto olvidaron el mundo anterior, aquel lleno de colores, de sol brillante y de criaturas felices. La felicidad, como había existido desde la creación misma del ser humano, agonizaba. Había cedido el paso a un estado extraño en el que nadie sentía demasiado de nada. No era que no sintieran nada sino que no parecían dispuesto a dejarse dominar por nada. Las preocupaciones y la agitación ya no eran necesarias porque todos estaban ya en un mismo nivel. Todos por fin eran igual, bajo el polvo.

 No había ya ni ricos, ni pobres. La guerra anterior y el estado de las cosas lo había cambiado todo. Olvidaron mucho de lo que habían aprendido sobre la vida y el universo y se enfocaron solo en aquel conocimiento que les fuese útil. El resto de cosas simplemente empezaron a perderse, aquellas que no les eran útiles. No había espacio para creencias o filosofías, no había momentos en los que pudiesen mirar su interior, lo que pasaba por sus mentes. No era productivo, no ayudaba a nadie a nada.

 La población nunca se recuperó de las desapariciones. Cada vez se tenían menos bebés. Era una combinación entre la poca cantidad de personas y la apatía generalizada. Eventualmente, muchos se enteraron por exámenes médicos que, por alguna razón, ya no podían tener hijos. Al parecer, habían quedado infértiles en los meses recientes. Tal vez el polvo era radioactivo y los  había privado de otra cosa más, de una función biológica esencial, del placer carnal y de la reproducción de su especie.

 Sin embargo, eso no los disuadió de salir a conseguir alimento. Ellos seguían vivos y todavía había niños pequeños que no habían desaparecido y necesitaban comida. Muchos habían muerto en las calles, al desaparecer sus familias. Pero algunos todavía hacían rondas por las ciudades y los campos, tratando de vivir un día más. Esos morían eventualmente. Sus cuerpos a la vista de los demás, que no podían detenerse ni un solo momento para pedir paz en sus tumbas. No había tumbas en las que pedir tranquilidad, ya no había nada parecido a la paz en el mundo. Solo un fin y nada más.

 Eventualmente, la nube de polvo empezó a retirarse. Muchos habían muerto, el mundo había cambiado en poco tiempo. Para cuando el sol por fin volvió a acariciar las caras de la gente que quedaba, ellos no sabían que pensar. Era agradable, por supuesto, pero no cambiaba en nada su situación. Seguían con ganas de comer, seguían queriendo sobrevivir, pero no sabían para qué. Nunca lo supieron, a pesar de percibir la necesidad de seguir respirando, día tras día. Era algo que solo pasaba y ya.

 La gente había cambiado tanto que algunas de las cosas del pasado nunca volvieron. El amor, el cariño, el placer, la tristeza y la manera de lidiar con la muerte, todas eran cosas que nunca iban a ser como antes. Las ciencias volvieron, lentamente, pues sí había muchos que querían entender lo que había sucedido. Pero no tenían afán de saber nada ahora mismo, solo querían eventualmente saber algunas respuestas. Ese apuro sí se había ido y nunca volvería a existir entre los seres humanos.

 El viento barrió el polvo en cuestión de días. Era un espectáculo que la gente empezó a disfrutar en cierta medida, casi todas las noches: veían como las nubes de tierra y arena, de mugre y muerte, subían hacia las nubes en espirales de amplias formas. Era algo visualmente impactante, de esos momentos mágicos que habían olvidado. Miraban al cielo y el polvo daba vueltas y vueltas, cada vez más alto, hasta que en un momento se dejaban de ver las espirales y todos volvían a casa.

 Por mucho tiempo, fue lo único que despertó cosas en ellos que habían olvidado. Y después las espirales dejaron de ocurrir y entonces ya no había nada que les recordara el pasado. Algunos intentaron escribir acerca de esos tiempos, de las condiciones de vida y de lo que pasaba por la cabeza de la gente que iba y venía, con sus máscaras puestas y sus mentes casi en blanco. Era difícil, casi imposible, pero para algunos era algo necesario, como una manera de sacar de si mismos lo que no tenían capacidad de procesar.

 La nube de polvo dejó el mundo pero lo cambió para siempre. Nadie nunca supo las razones pero las consecuencias dejaron una herida abierta permanente en la mente y el cuerpo humano. Una herida grave que, eventualmente, llevaría al verdadero final. Un lento y cruel.

lunes, 12 de marzo de 2018

Adiós a la República


   Las explosiones se sucedieron la una a la otra. Desde la terraza del apartamento se veían con claridad los focos que se estaban encendiendo poco a poco a lo largo y ancho de la ciudad. Era casi un milagro que tuvieran semejante vista del caos que estaba desatándose por todas partes, pero ciertamente no había sido nada planeado. La fiesta había sido programada hacía mucho tiempo y todos los asistentes sabían que iban a estar allí, en una ladera de la montaña, observando la ciudad de noche.

 También estaba claro que todos sabían muy bien del estado de las cosas en el país: después de un periodo breve de estabilidad, las cosas se habían puesto feas de nuevo. Pero, como siempre en el pasado, empezaron por ponerse mal en lugares donde no vivía mucha gente. A las personas de las grandes ciudades poco o nada le importaban las cosas que pasaban allá lejos, donde no vivían ni compraban, donde no tenían propiedades ni había actividades que les interesaran.

  Las explosiones les recordaron el país en el que vivían y el momento por el que muchos estaban pasando. Mientras ellos bebían champaña y hablaban de su última compra, fuera un automóvil ultimo modelo o un viaje al Caribe, allá abajo la gente sufría. No inmediatamente abajo, donde estaban los barrios de los ricos y poderosos, barrios con cercas y patrullas de seguridad por todas partes. No, mucho más allá, donde la tierra empieza a aplanarse y la gente se mezcla con más facilidad.

 Algunos podían jurar que oían los gritos de las personas cerca de las explosiones. Pero eso era imposible puesto que los focos que se encendían, enormes hogares hechas de un fuego incontrolable, estaban muy lejos y debía ser imposible escuchar a nadie desde el lugar en el que estaban. Alguien entró de repente, un mesero, escuchando una radio que puso sobre una de las mesas cubiertas con una tela que podría pagar la comida de su familia por días. Él escuchaba las noticias.

 Al parecer, un grupo había surgido de la nada y reunía a miles de personas que se habían cansado del estado de las cosas. Las explosiones al parecer no eran ataques contra la población sino contra aquellos que había amasado fortunas y propiedades, haciendo que todas las riquezas del país fuesen solo de ellos, unos pocos, y no de todos. Según la mujer que hablaba por la radio, una enorme turba de estos rebeldes caminaba a esa hora, casi en silencio y a oscuras, hacia la sede central del gobierno. Al parecer, la idea era cercar al presidente y a quienes estuvieran por ahí a esa hora.

 De pronto hubo otra explosión y esa generó gritos y un escandalo apabullante. La onda explosiva rompió la vitrina del salón y tumbó a algunas de las personas al suelo. La bomba había explotado ahí abajo, ahora sí en los barrios donde muchos de ellos vivían. Y ahora sabían que estaban escuchando gritos, sabían que lo que sucedía les sucedía a sus familias, amigos y conocidos. Allí abajo, había un edificio entero en llamas y había gente vestida completamente de negro marchando por doquier.

 Aunque algunos de los asistentes a la fiesta salieron corriendo del susto, la mayoría supo pensarse mejor las cosas y se quedaron quietos donde estaban. De hecho, cerraron las puertas del lugar e hicieron silencio. Estaba claro que los rebeldes estaban buscando gente, tal vez utilizando las bombas para hacer que la gente saliera de sus casas y ahí matarlos o quien sabe qué hacerles. Estaba claro que eran unos animales y que venían por ellos para sacrificarlos por los crímenes que creían haber cometido.

 Hay que decir que nadie en ese salón de fiesta pensaba en si mismo como un criminal. Era cierto que muchos eran dueños de grandes empresas y consorcios que habían ganado millones a través de contratos con el gobierno y con empresas de gente del gobierno. Todo era un pequeño circulo en el que la misma gente siempre se rotaba los negocios y el dinero. Prácticamente nunca surgía alguien nuevo y si eso sucedía, era porque alguien lo manejaba o era el hijo desconocido de algún magnate.

 Muchos de los asistentes, ahora agazapados en el suelo e incluso debajo de las mesas, tenían tierras en otras regiones. La mayoría las tenían produciendo aún más dinero, fuera con plantaciones de alguna fruta o verdura o con ganado de gran calidad. Nada se perdía en sus manos. Excepto las mismas tierras que alguna vez habían pertenecido a otros pero que con la guerra y la sangre se habían ido pasando de mano en mano hasta llegar a ellos. Y su manera de compensar eran con unos pocos trabajos mal pagados.

 Otra explosión sacudió el recinto. Esta vez, había ocurrido en el edificio en construcción junto a la puerta principal del club. Vieron como las vigas se incendiaban en poco tiempo y como el cemento y el hierro se prendían como una antorcha en medio de la noche. Era gracioso como cuando se fue la luz no pensaron en nada malo y solo lo hicieron cuando la primera llamarada se encendió allá lejos, como una almena olvidada hace años. Ahora en cambio estaban asustados, temían por sus vidas. Su poder y riqueza era obsoleto en ese preciso instante.

 Muchos se arrepentían de estar allí. Tantas fiestas y tantos eventos a los que asistían, solo para que los demás pudiesen ver lo ricos y poderosos que seguían siendo. Porque incluso entre ellos había una pelea a muerte por saber quién estaba arriba de todos, quién era el pez más gordo. Y tenía que ser uno de ellos porque ciertamente no era el presidente ni ninguno de los profundamente corruptos senadores y representantes que hacían de todo menos su trabajo. Eran ratas en un barco que se hundía.

 Ratas que sabían muy bien como manejarse en ese barco y como resistir allí hasta el final. Eran ellos los que hacían que el país diese dos pasos hacia delante, para que las personas en casa pensaran que las cosas no estaban tan mal como lo decían algunos. Pero luego, sin cámaras ni tantos bombos y platillos, tomaban decisiones que hacían que todo quedara exactamente igual, sin ningún cambio. Era como si al país se le aplicara cada cierto tiempo una delgada capa de maquillaje.

 Sin embargo, ahora se necesitaría mucho más que maquillaje para tapar el hecho de que todo lo que había sido el país iba rodando cuesta abajo. La corrupción ya no era sostenible puesto que, en los campos, ya no había nada más que robar. Y el dinero en las ciudades no era eterno tampoco, aunque podrían estirarlo por décadas si es era la idea. Sin embargo, los rebeldes cortaron todo ese proceso de un tajo, en un solo día. Terminaron con un proceso de siglos en segundos.

 Rebeldes no es la palabra adecuada pero tal vez no sea del todo inadecuada. Son rebeldes porque no quisieron seguir con la norma establecida pero la palabra tiene una connotación tan negativa, que es casi imposible no pensar en un rebelde como alguien sucio y sin educación que lo único que quiere es hacer que el mundo sea como él o ella lo piensan, sin importar el bienestar de todos. Pues bien, eso último no eran ellos. E incluso si lo hubiesen sido, la verdad era que ya no tenía ninguna importancia.

 De repente, un grupo de hombres y mujeres vestidos de negro entraron en el salón. Tenían armas pero también mochilas que parecían llenas. Los asistentes a la fiesta pensaban que hasta allí habían llegado sus vidas, por lo que ofrecieron la nuca en silencio, aceptando su destino.

 Pero los llamados rebeldes no los mataron. Los encadenaron con unas esposas plásticas bastante seguras. Los hicieron salir de allí y seguirlos en caravana. Todos iban a ir a la plaza fundacional de la ciudad. En ese lugar moriría la antigua república. Tal vez habría un nacimiento. Tal vez…

lunes, 18 de diciembre de 2017

El final es un comienzo

   Las explosiones se sucedieron una a la otra. Desde el otro lado de la bahía se escucharon potentes explosiones pero no se sintieron de la manera violenta como sí lo sintieron algunas de las personas que no habían querido dejar el centro de la ciudad. Los edificios altos, del color del marfil, se desmoronaron de golpe, cayendo pesadamente sobre la playa y dentro del agua. Las personas que quedaban vieron que ya no tenía sentido quedarse allí, si es que lo había tenido antes.

 Se formó una nube enorme de cemento y hormigón, que nubló la vista hacia la ciudad por varias horas. Todos los que estaban en el centro de comando dejaron de mirar hacia la ciudad y se dedicaron entonces a calcular otra variables que tal vez no habían tenido en cuenta. Pero la verdad era que ya todo lo sabían. Estaba más que claro que la armada del General Pico se acercaba a toda máquina hacia la bahía y que embestirían la ciudad con la mayor fuerza posible.

 De hecho, esa había sido la razón parcial para tumbar los edificios. El arquitecto Rogelio Kyel había sido el creador de esas hermosas torres y también había sido él quién había propuesto el colapso de las estructuras para formar una especie de barrera que frenara el ataque del enemigo. Por supuesto, todo el asunto era solo una trampa para distraer al general mientras la población y el comando central escapan hacia algún otro lugar del mundo. El tiempo era el problema principal.

Habían tenido el tiempo justo para tumbar las torres e incluso habían podido evacuar a la mitad de la población en botes especiales, muy difíciles de detectar. Sin embargo, mucha gente quedaba todavía en las islas y era casi imposible sacarlos a todos. Como se dijo antes, la ciudad misma seguía poblada por algunos que se había rehusado a dejar todo lo que era su pasado detrás de ellos. Simplemente se negaban a dejar que algún loco tomara su casa y, a pesar de todo, tenía razón.

 Pero la vida iba primero y, cuando se rehusaron a salir, el comando central decidió que la mayoría tenía prioridad y que si había gente terca que prefería morir, era cosa de ellos y no del gobierno. Muchos de esos tercos se reunieron como pudieron tras ver las torres caer, en parte porque pensaban que el enemigo había sido el causante de los derrumbes. Otros se quedaron en sus hogares sin importar la violencia de las explosiones. Ellos fueron los primeros que murieron cuando Pico embistió con fuerza contra la pobre isla, que se resistió pero al final cayó.

 Tras el derrumbe de las torres, el general solo demoró media hora en llegar a la bahía, con la nube de escombros todavía flotando sobre toda la zona. Dudó un momento pero luego dio un golpe con extrema fuerza contra la ciudad. Lo poco que había quedado de los edificios blancos desapareció bajo las bombas y las pisadas del ejercito del general. Tomaron cada casa y mataron a cada una de las personas que encontraron. Afortunadamente no fueron tantos como pudieron ser, pero igual murieron de la peor manera.

 La distracción fue todo un éxito puesto que la mayoría de las naves pudieron escapar lejos sin que el enemigo se diera cuenta. Solo cuando se fijaron en lo vacía que estaba la ciudad, fue cuando el pequeño general ordenó un bombardeo con naves pesadas sobre todas las islas. Según su decisión, ni un solo rincón de todo el archipiélago podía quedar sin arder bajo las llamas que crecían a causa de los poderosos químicos de los que estaban hechas las bombas.

 Los árboles ardieron en segundos. El comando central y su gente vieron desde lejos como una gran nube negra se cernía sobre lo que había sido su hogar por mucho tiempo. Algunos lloraron y otros prefirieron clavar sus ideas y su mente a lo que tenían por delante y no a lo que había detrás. Esto ayudó a que las naves pudieran alejarse de una manera más precisa, que pudiese evitar una hecatombe global de ser detectados por el ejercito enemigo, que de pronto parecía volcarse en un solo propósito.

 Al otro día, las islas eran solo una sombra de lo que habían sido desde tiempos inmemoriales. Ya no eran de agua clara y playas prístinas, de deliciosa comida y gente alegre, de palmeras enormes que parecían edificios y animales que solo se podían encontrar allí. Todo eso terminó después de varias horas de bombardeos. A la mañana siguiente, no había nada vivo en ese lugar del mundo, a excepción de los soldados que se comportaban más como androides, dando pasos al mismo tiempo, sin razón alguna.

 El general Pico, del que tanto se burlaban sus enemigos por ser un hombre de corta estatura, de bigote espeso y de tener tan poco pelo como una bola de billar, fue el único que soltó una carcajada mientras pisaba las cenizas de lo que había sido uno de los lugares más felices que nadie hubiese conocido. Mientras caminaba, viendo lo que había hecho, pateo cráneos carbonizados y animales retorcidos por el calor de las bombas. Después solo sonrió y al final subió a su nave y se alejó de allí, sin decir nada más. Retomaría pronto su caza del comando central.

 Este grupo se refugió en una pequeña isla remota pero todos sabían bien que no podían quedarse allí mucho tiempo. Seguramente el general decidiría también destruir todas las islas aledañas, por ser un escondite general para gente que nunca se había alejado mucho del mar. Esa, al fin de cuentas, era la verdadera clave. Debían ir a un lugar lejano, en el que nadie esperaría ver gente que se había dedicado toda su vida a pescar y a vivir vidas tranquilas y sin preocupaciones.

 Las naves enfilaron al continente y cuando tocaron la playa se reunieron todos y decidieron dividirse. La mejor manera de escapar era no concentrarse todos en lo mismo sino perderse en la inmensidad del mundo. Formalmente dejarían de ser el comando central y pasarían a ser grupos aislados de personas que, con el tiempo, podrían integrarse a otras comunidades alrededor del planeta sin que nadie se diese cuenta. El general Pico podría perseguir por donde fuera, pero nunca los encontraría, al menos no como los había conocido.

 Algunos se dirigieron a las montañas, un lugar completamente desconocido para ellos, escasamente poblado y con un clima difícil de manejar. Pero como buenos seres humanos, se terminaron acostumbrando después de un corto tiempo. Aprendieron a cazar los animales propios de la región, inventaron aparatos y máquinas para hacer de subida algo más fácil e incluso crearon obras de arquitectura amoldadas a las grandes alturas, todo gracias al arquitecto Rogelio Kyel que había llegado hasta allí.

 Otros, muy al contrario, decidieron que jamás podrían alejarse demasiado del mar. Se adentraron solo algunos kilómetros dentro del continente y se asentaron en el delta de un gran río que regaba con sus agua una vasta región donde pronto pudieron cultivar varios alimentos. Estaban cerca de la selva y sus ventajas pero tuvieron que aprender a vivir también con los animales salvajes que destruían constantemente sus esfuerzos para crear algo así como una nueva civilización.

 El general Pico buscó por todas partes pero lo único que pudo encontrar fueron culturas indígenas que creía inferiores a si mismo y a animales que disparaba por el puro placer de verlos estallar. Murió muy viejo, todavía obsesionado con acabar con todos sus enemigos.


 El arquitecto Kyel murió antes, habiendo dejado su última creación en planos ya listos, que la comunidad decidió construir en la frontera con la región del río. Sería algo así como un puente, construido exclusivamente para unir a los hombres de nuevo, después de tanta devastación.

miércoles, 14 de junio de 2017

El castillo en la colina

   El camino hacia el castillo había sido despejado hacía varias horas por cuerpos móviles de la armada, que habían continuado marchando hacia la batalla. A lo lejos, se oían los atronadores sonidos de las baterías antiaéreas móviles y de los tanques que, hacía solo unas horas, habían destruido la poca resistencia del enemigo en la base de la colina. El pequeño grupo de científicos y expertos de varias disciplinas que venían detrás de los equipos armados, tomaron la ruta que se encaminaba al castillo.

 En el camino no vieron más que los restos de algunos puestos que debían haber estados ocupados por soldados del bando opuesto. En cambio, las ametralladoras y demás implementos bélicos habían sido dejados a su suerte. Era una buena cosa que decidieran entrar al castillo junto a algunos de los hombres armados que los habían acompañado hasta allí. Parecía que el enemigo se estaba ocultando dentro del castillo y no en el camino que conducía hacia él.

 Los historiadores, expertos en arte y demás estuvieron de acuerdo en que no se podía bombardear el castillo. No se le podía atacar de ninguna manera, pues se corría el riesgo de que al hacerlo se destruyera mucho más que solo algunos muros de piedra que habían resistido ochocientos años antes de que ellos llegaran. No se podía destruir para retomar, eso era barbárico. Así que lo mejor que podían hacer era despejar el camino y ahí mirar si el enemigo seguía guardando el lugar o no.

 El camino que subía la montaña tendría un kilometro de extensión, tal vez un poco más. La enorme estructura estaba situada en la parte más alta de la colina, que a su vez tenía una vista envidiable hacia los campos de batalla más allá, hacia el río. Era allí donde la verdadera guerra se haría, pues el enemigo sabía bien que no podía resistir en las montañas o en terrenos difíciles de manejar. El sonido de las explosiones era ya un telón de fondo para los hombres que se acercaban a la entrada principal de la estructura.

 El castillo, según los registros históricos, había sido construido a partir del año mil doscientos para defender la pequeña cordillera formada por una hilera de colina de elevaciones variables, de la invasión de los pueblos que vivían, precisamente, más allá del río. Era extraño, pero los enemigos en ese entonces eran básicamente los mismos, aunque con ciertas diferencias que hacían que se les llamara de otra manera. Cuando llegaron a la puerta, vieron que el puente levadizo estaba cerrado, lo que quería decir que era casi seguro que había personas esperándolos adentro.

 Dos de los soldados que venían con ellos decidieron usar unas cuerdas con sendos ganchos en la punta. Los lanzaron con precisión hacia la parte más alta del muro y allí se quedaron enganchados y seguros. Con una habilidad sorprendente, los dos soldados se columpiaron sobre el foso (de algunos metros de ancho) y al tocar sus pies el grueso muro empezaron a subir por el muro como si fueran hormigas. Verlos fue increíble pero duró poco pues llegaron a la cima en poco tiempo.

 Adentro, los hombres desenfundaron sus armas y empezaron a caminar despacio hacia el nivel inferior. Lo primero que tenían que hacer era abrir el paso para que los demás pudiesen entrar y así tener la superioridad numérica necesaria para vencer a un eventual enemigo, eso sí de verdad había gente en el castillo. El problema fue que ninguno de los soldados conocía el castillo ni había visto plano alguno de la estructura. Así que cuando vieron una bifurcación en el camino, prefirieron separarse.

 Uno de los dos llegó a la parte del puente en algunos minutos y fue capaz de accionar la vieja palanca para que el puente bajara. Despacio, los expertos, sus equipos y los demás soldados pudieron pasar lentamente sobre el grueso pontón de madera que había bajado para salvar el paso sobre el foso. Sin embargo, el otro soldado todavía no aparecía. El que había bajado el puente explicó que se habían separado y que no debía demorar en aparecer puesto que él había llegado a la entrada tan deprisa.

 Sin embargo, algo les heló la sangre y los hizo quedarse en el lugar donde estaban. Un grito ensordecedor, potenciado por los muros y pasillos del castillo, se escuchó con fuerza en el patio central, donde todos acababan de entrar. El grito no podía ser de nadie más sino del soldado que había tomado un camino diferente. Pero fue la manera de gritar lo preocupante pues el aire mismo parecía haber sido cortado en dos por la potencia del sonido. Incluso cuando terminó, pareció seguir en sus cuerpos.

 Los soldados se armaron de valor. Sacaron armas y prosiguieron por la escalera que había utilizado el que les había abierto. Los llevó hacia la bifurcación y tomaron el camino que debía haber seguido el soldado perdido. Caminaron por un pasillo interminable y muy húmedo hasta que por fin dio un giro y entonces vieron una habitación enorme pero mal iluminada. Esto era muy extraño puesto que a un costado había una hilera de hermosas ventanas que daban una increíble vista hacia los campos y, más allá, el río de donde venían atronadores sonidos.

 De repente, se escuchó el ruido de algo que arrastran. Mientras la mayoría de los soldados, que eran unos quince, miraban el ventanal opaco, ocurrió que el que les había bajado el puente ya no estaba. Había guardado la retaguardia pero ahora ya no estaba con ellos sino que simplemente se había desvanecido. El lugar era un poco oscuro así que uno de los hombres sacó una linterna de baterías y la apunto al lugar de donde venían. El pobre soldado soltó un grito que casi le hace soltar la linterna.

 En el suelo, había un rastro de sangre espesa y oscura. Pero eso no era lo peor: en el muro, más precisamente donde había un giro que daba a la bifurcación, había manchas con formas de manos, hechas con la misma sangre que había en el suelo. Lo más seguro, como pensaron todos casi al mismo tiempo, era que el soldado que los había encaminado a ese lugar ahora estaba muerto. El enemigo sin duda estaba en el lugar, de eso ya no había duda. Lo raro era que no los hubiesen escuchado.

 Uno de los soldados revisaba la sangre en el suelo, tomando prestada la linterna de su compañero. Con algo de miedo, dirigió el haz de luz sobre su cabeza y luego al techo del pasillo que había recorrido. No había nada pero algo que le había hecho sentir que, lo que sea que estaban buscando ahora, estaba en el techo. Una sensación muy rara le recorrió el cuerpo, haciéndolo sentir con nauseas. Su malestar fue interrumpido por algunos gritos. Pero no como él de antes.

 Tuvieron que volver casi corriendo al patio inferior, pues los gritos eran de alerta, de parte de los científicos y demás hombres que se habían quedado abajo. El líder de los soldados bajó como un relámpago, algo enfurecido por lo que estaba pasando, al fin y al cabo tenía dos hombres menos en su equipo y no tenía muchas ganas de ponerse a jugar al arqueólogo ni nada por el estilo. Cuando llegó al patio estaba listo para reprenderlos a todos pero las caras que vio le dijeron que algo estaba mal.


 Uno de los hombres mayores, un historiador, le indicó el camino a un gran salón que tenía puerta sobre el patio central. Los hombres habían logrado abrir el gran portón pero lo habían cerrado casi al instante. El líder de los soldados preguntó la razón. La respuesta fue que el hombre mayor ordenó abrir de nuevo. Del salón, salió un hedor de los mil demonios, que hizo que todos se taparan la cara. La luz de la tarde los ayudó entonces a apreciar la cruda escena que tenían delante: unos treinta cuerpos estaban un poco por todas partes, mutilados y en las posiciones más horribles. Sus uniformes eran los que usaba el enemigo. De repente estuvo claro, que algo más vivía en el castillo.