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sábado, 23 de mayo de 2015

El cuerpo

   Hay muchas cosas que no entiendo como la falsa modestia (nadie la necesita), la falta de posibilidades para minoría (pertenezco a una) y los sentimientos que tenemos hacia nosotros mismos. En esta oportunidad voy a hablar de este último punto y cuando digo nosotros mismos me refiero a la parte física y no a la más compleja y difícil de discernir parte intelectual y sentimental en la que podríamos quedarnos hablando toda una vida y no llegaríamos a ningún lado.

 El caso es que hoy en día somos una sociedad más abierta por el hecho de estar mejor conectados. El hecho de que, cuando queramos, podamos estar hablando con alguien en Asia o en Europa y también, y de pronto más importante, el hecho de que podamos aprender lo que queramos y ver lo que queramos cuando queramos y como queramos. Internet revolucionó nuestras vidas al hacer del conocimiento rápido una norma. Pero, como todos sabemos ya, internet no es una fuente inagotable de verdades sino de todo tipo de opiniones, muchas veces diametralmente opuestas.

 Esta facilidad de información, el hecho de que podamos ver más y conocer más rápido, nos ha hecho replantearnos como vemos al mundo en general y como nos vemos nosotros en él. Ha hecho que los modelos, las ideas preconcebidas de lo que algo es, se expandan más rápidamente que hace cientos de años. En ese aspecto entra la belleza y lo que hoy es visto como bello. En el caso del siglo XVI, los estándares de belleza no están basados en el arte o en las ciencias, como alguna vez lo fue, sino en lo que piensa un grupo reducido de personas en los países más ricos, por lo tanto los que controlan la mayoría de los medios de comunicación.

 Ya los conocemos: se trata de mujeres imposiblemente delgadas y hombres que parecen salidos del taller de un escultor y no del vientre de una mujer. Estos estándares son los que existen hoy en día y no hay nadie que pueda decir que no existen. Se puede estar de acuerdo en que no son ideales pero son la realidad y eso no es discutible.

 Lo difícil de entender es que somos herederos de generaciones que trataron de liberarse de las ataduras tratando de modificar esos modelos e incluso nuestros roles en la sociedad. Las mujeres no tenían que ser siempre madres y los hombres no tenían que tener siempre el rol de cazador y proveedor. Pero esas generaciones pasadas fracasaron en ese aspecto pero triunfaron en otros como en la liberación sexual. Hoy en día compartimos detalles de nuestras vidas íntimas y eso no quiere decir nada más que compartir detalles personales con gente que estimamos.

 Hablar de sexo es lo más común entre la gente, sea cual sea su edad, genero, nacionalidad o posición social. Todos en todo el mundo hablamos de sexo y jamás hemos sido más libres para hacerlo. Hablamos de los detalles, de las parejas sexuales, de lo que pensamos de ellos y de lo que nos gustaría, fantasías en otras palabras. La existencia de las salas de chat y los mensajes instantáneos por el celular, han hecho e este comportamiento social algo inevitable y natural.

 El problema está en que nos damos cuenta de que hablar de sexo no garantiza que las personas tengan una buena imagen de su cuerpo al desnudo. Está comprobado que la gran mayoría de la gente, sino es que todos, sentimos que tenemos algo que falta o algo que sobra o algo que quisiéramos corregir de nuestro cuerpo. No queremos a nuestro cuerpo tal y como es sino que nos “quedamos con él” porque sabemos que simplemente no va a cambiar y que las únicas formas que hay para que eso ocurra son demasiado dolorosas o demasiado caras.

 La ironía del cuento es que somos más sexualmente liberados que nunca pero seguimos teniendo pudor y temiendo lo que otros pueden pensar de nosotros. No hay nada como ver el comportamiento de una persona antes de ir a nadar o en plena playa o piscina y se ve con facilidad lo mucho que se esfuerza la gente por verse bien y no parecer descuidado. Porque el cuerpo ahora es solo una herramienta y nada más. Por eso tantos programas y técnicas para mejorarlo, la mayoría de las cuales no funcionan o simplemente son demasiado para alguien común y corriente que lo único que quiere es sentirse bien consigo mismo.

 Pero eso no va a pasar a menos que cambiemos un detalle del ser humano moderno y eso es que debemos empezar a enseñar, desde que se es pequeño, a querer nuestros propios cuerpos. La idea no es justificar comportamientos lascivos, que probablemente ni lo sean, sino darle herramientas a las personas para que exploren su cuerpo y lo conozcan y sepan como funciona. La mayoría de gente ni siquiera entiende procesos tan naturales como la menstruación o incluso la visión.

 Si todos nuestros padres nos dijeran para que sirve tal parte del cuerpo, no solo los órganos sexuales, y como funciona exactamente, tendríamos un conocimiento profundo de nosotros mismos y empezaríamos a querer desde más temprano al cuerpo, antes de que todo lo que es comercial entre en nuestro cerebro y empiece a implantar lo que la sociedad quiere que veamos.

 Eso es, por ejemplo, creer que tener abdominales marcados es lo correcto o senos firmes o traseros casi cincelados o labios de cierto grosor o penes de cierto tamaño o ojos de uno u otro color. Porque así no lo aceptemos, tenemos en la mente un modelo de belleza implantado e incluso aquellos que dicen que para ellos la belleza es otra cosa, también se sentirán atraídos a aquellas imágenes que son las que los medios nos fuerzan en la mente. Nunca se ha visto, por ejemplo, un hombre grande, gordo, peludo, en el comercial de un perfume, y sin embargo es probable que muchos hombres así compren dicho perfume.

 Nos venden lo que debemos ser, para ellos, y no lo que somos como tal. Lo peor en este caso es que somos cómplices de los medios y hacemos su trabajo por ellos. Aceptamos, sin decir nada, que los cuerpos casi cincelados son sinónimo de perfección. Aceptamos, sin dudar, que un hombre alto, bronceado, marcado, con un pene grande y un peinado acorde a los estándares contemporáneos, es el ideal, es la meta que todos debemos tener y lo peor, de nuevo, es que caemos redondos ante eso.

 O porque creen que viven rellenos los gimnasios o los parques de gente corriendo o incluso los quirófanos en varios países? Les digo algo: el que les diga que va al gimnasio por salud es o un gran mentiroso o físicamente la única persona que ha sido obligada a trabajar con muchas máquinas que no reemplazan el ejercicio natural, el que se puede hacer afuera y con diversión, en vez de adentro de un edificio mirando al exterior, como un pez en su pecera.

 No puedo decir que la gente que ha logrado llegar al “ideal” es gente mala. No, no lo son. Tal vez tontos, inocentes e incluso sin falta de criterio pero no son personas malas. Lo que pasa es que no han entendido que el cuerpo no es una herramienta, ni para tener hijos ni para trabajar. Nuestros cuerpo son vehículos que nos permiten la vida, que nos permiten experimentar lo que hay en el mundo y sin nuestros cuerpos no podríamos vivir miles de sensaciones que son las que hacen de vivir algo que vale la pena.

 Y para vivir con todas las de la ley no se necesita que el cuerpo sea de una manera u de otra, solo se necesita que funcione medianamente bien y para que lo haga debemos conocerlo. Porque será que cuando estamos más desinhibidos es cuando nos damos cuenta de cómo son las cosas en realidad? Porque no todos tenemos relaciones sexuales con supermodelos y sin embargo disfrutamos de esa experiencia, sin importar aspectos ni nada tan superficial como si es de una manera o de otra.

 El sexo, que a pesar de ser más abierto ahora que en el pasado, sigue siendo tabú para muchos y más cuando se considera las realidades que siempre han existido como el sexo homosexual, la asexualidad y otras variantes. El punto es que cuando estamos allí, ya no vemos nada más que las maneras de conseguir y hacer sentir placer. A la mayoría ya no le importa si tiene un abdomen marcado o grande senos porque cuando tenemos relaciones sexuales lo hacemos con toda la persona y no con solo una parte. El hecho de que disfrutemos no dependerá entonces de nada superficial sino más bien de un conocimiento, de las partes involucradas, sobre el cuerpo y lo que se siente bien y mal, lo que nos gusta y lo que no.


 El caso es que no existe un ideal. No debemos creer las mentiras que nos dicen, sobre ser más felices de una manera o de otra. Si aprendemos sobre nosotros mismos y somos sinceros con nosotros mismos, querremos a nuestro cuerpo como es y no como otros dicen que debería ser. Y, al fin y al cabo, es algo nuestro y la única opinión que cuenta es la propia. No olvidemos ese pequeño gran detalle.

viernes, 15 de mayo de 2015

Quiero morir

   Me desperté y el mundo se me vino abajo. Porque estaba aquí, de nuevo? Que hacía en esa cama, con un montón de cosas conectadas a mi cuerpo? No otra vez… Porque no pueden entender que no quiero seguir volviendo aquí, que no quiero más ayudas que no me ayudan en verdad? No puedo gritar ni tengo fuerzas para gritar pero su pudiera hacer algo seguramente sería levantar este edificio a gritos. Los odio a todos, a cada uno de los que trabaja aquí, a todos los que permitieron que esto me pasara otra vez. Los odio, los detesto y no los quiero volver a ver nunca jamás.

 Esta frustración es insoportable. Me siento más débil que nunca, tan mal como jamás me he sentido y es precisamente esta agonía la que me quería evitar. Y ya no solo es mi alma la que no puede sino también mi cuerpo. Siento como si cada miembro estuviera hecho de plomo, teniendo apenas la fuerza para levantar un cojín de plumas. Se siente horrible, por dentro y por fuera pero lo que es peor es que yo lo había dicho, yo lo hablé, hice todo lo que debía hacer y sin embargo ellos no lo entienden. Adonde tengo que ir, a que maldito punto de este desgraciado planeta tengo que largarme para que me dejen morir en paz?

 A mi que me importa lo que digan sus estúpidas religiones, que solo creen en hombre y mujeres de fantasía, que son apenas los ideales que las personas siempre han querido ser: un hombre santo y una mujer virginal. Que montón de basura, de mierda pura es en la que creen y la que me quieren forzar por la garganta nada más porque la culpa que tienen es muy grande. Debe ser que saben que todo esto, todo lo que me pasa por la cabeza y siento en mi corazón, es culpa de ellos. De hecho, es culpa de todos pero más que todo mía y eso lo sé.

 Pero deberían respetar mi deseo de morir cuando a mi se me de la gana y no solo cuando una enfermedad terminal me tenga postrado o cuando me atropelle un carro. Eso sería esperar demasiado y yo no quiero seguir esperando. Ellos no entienden que no puedo más, no tengo más energías para seguir, para continuar con esta farsa que llaman una vida. Como pueden ser tan hipócritas, tan bajos y tan desgraciados de decirme que esto que tengo en mi es vida pero nadie es capaz de hacerla mejor ni me dejan a mi hacerlo por mi cuenta?

 Si no puedo morirme yo, al menos que se mueran todos ellos y me dejen en paz. Déjenme solo, tranquilo y lejos donde mi cuerpo pueda consumir solo en su amargura y desgracia. Eso es lo único que quiero ahora de ellos. No es ni siquiera un deseo o una orden. Es solo un pedido y deberían concedérmelo si no me quieren tener aquí cada cierto tiempo. Se quejan de las pocas camas que hay en hospitales pero siguen mandándome a mi a una, a alguien que ya no quiere más de toda esta basura. Que se la den a un leproso si quieren, a mi que no me jodan más la vida.

 Déjenme morir. Y esto lo suplico. Déjenme  decidir que hacer con lo poco que tengo. Si quiero tirarme por una ventana o si quiero tomar el veneno para ratas más tóxico, que me dejen en paz. Yo nunca me he metido en la vida de nadie. No le he dicho a nadie como vivir su vida y francamente tampoco me interesa la gente lo suficiente para eso. Si yo soy capaz de no joderle la vida a nadie, no deberían hacer lo mismo conmigo? No es lo justo acaso?

 Cuando no es con su dios de caricatura, buscas excusarse con que soy muy joven o con que la vida es solo una y no hay que desperdiciarla. Pero si es mía! Es mi vida y yo debería hacer con ella lo que me plazca. Si quiero volarme la cabeza en mil pedazos debería yo tener el derecho de hacerlo sin tener que consultar a medio país para ver que opinan. Al fin y al cabo soy yo el que vive aquí adentro de este cuerpo. Soy yo el que siente como un muro se cerrara sobre él y como el aire se retirar lentamente. Soy yo el que tiene que vivir como yo y no ellos, así que porque se meten?

 Sí, me dolería dejar a mi familia. Eso es lo único que me hace pensar. Sé que alguien, algunos de ellos, deben estar allí afuera esperando que yo reaccione o haga algo. Sé que se preocupan por mi y que me quieren pero no puedo tomar las decisiones necesarias si solo pienso en lo que van a sentir los demás. La mayoría de veces pienso que les dolería pero con el tiempo no sería tan grave y al menos me recordarían. Eso no estaría mal, si el dolor pasa con el tiempo. Ellos son los únicos que me hacen pensar en lo que planeo hacer pero, como ven, siempre termino haciéndolo.

 Eso es porque estoy seguro de mi acciones. O bueno, tal vez sea más porque es más grande el dolor, es más grande la sensación de no haber nunca sido nada, es más grande la presión de todo lo que hay alrededor. Idiotas dirían que nadie me presiona pero eso es mentira. A todo el mundo lo aprecian más, lo premian incluso, cuando dice lo que ha logrado con su esfuerzo y el trabajo que tiene y cuanto le pagan. La sociedad premia a los que viven la vida que todos deberían vivir, al menos según la idea humana de la vida.

 Porque todo ser humano, no importa en que crea, donde o cuando haya nacido ni quien sea, todos piensan exactamente lo mismo. Los logros miden el valor de un ser humano y por eso mi valor es menor al de una hogaza de pan dura y rancia. No tengo logros, no he hecho nada que haga a nadie orgulloso. Estudiar no es un logro, es apenas una de las cosas que todos hacemos. Los logros se supone que deben ser cosas que uno haya hecho por su cuenta, con el tesón que debería ser propio de todos los seres humanos pero que a mi me saltó y no me dejó nada.  Lo único que he hecho en mi vida es estudiar, es hacer lo que era mi responsabilidad y no más. Esos no son logros dignos de la atención de nadie y lo he sentido y vivido así desde siempre.

 Nada más es mirar la expresión en el rostro de alguien cuando le digo que no hago nada en la vida, que no gano dinero, que vivo en la casa de mis padres y que me siguen manteniendo igual desde que nací. Es una mezcla de lástima o decepción, con horror y algo de ganas de morirse de la risa. Lo veo siempre y no creo que pueda culparlos. Al fin y al cabo el mundo es de cierta manera y nadie lo va a cambiar nunca, por muy luchadores o rebeldes que sean. Las cosas jamás van a cambiar y eso deberían metérselo algunos en la cabeza.

 Hay gente que, fingiendo preocupación, se me acerca y me dice que haga algo. Malditos hijos de puta. Acaso tengo que venderme como una prostituta para ganar algo de valor en este mundo? De hecho ese sería un camino más rápido a ser apreciado. Porque las putas al menos ganan dinero. Que es lo que quieren que haga? Que trabaje? Díganselo a aquellos que no me dan trabajo, prefiriendo a su amigos o conocidos? No soy hombre de grandes ideas así que crear algo nuevo dudo mucho que esté en mi. No tengo nada, absolutamente nada que ofrecer a nadie. Lo que sé hacer yo lo hacen muchas personas así que, una vez más, estoy jodido.

 El dinero es el que maneja el mundo. Eso hay que tenerlo siempre claro, para que a uno no lo sorprenden las porquería y estupideces que pasan a cada rato. Muchos son tan inocentes, tan ingenuos que creen que el amor, esa cosa estúpida que nadie sabe ni definir, el que reina en los corazones y el que tiene más poder que el mismo dinero. Que mano de mierda! El amor no es nada más sino decencia disfrazada de algo más perverso: interés. No hay nada que sea más dañino y vil que el interés falso, que un interés fingido. Gente muere por culpa de ello. Pero no, todos siguen en su mundo fantasioso donde todos debemos amarnos.

 Que se jodan. Yo no quiero amar a nadie si eso significa dejarlos a la deriva cuando no se sientan parte de la gran masa amorfa que es la sociedad. Y después me preguntan, esos disque sicólogos que son seres aún más trastornados que el resto de nosotros, como me hace sentir todo esto. La idiotez, sin duda, no tiene limites. Solo a alguien con menos de medio cerebro se le ocurriría preguntar semejante pregunta tan idiota. Como te sientes…


 Quieren saber como me siento, querida sociedad de mierda? Siento que no soy nada con todos ustedes y siento que prefiero morirme poniéndome una pistola en la boca cortándome las venas que seguir en un mundo donde gente mediocre y profundamente estúpida es lo ideal. Prefiero hacer sufrir a mi familia por un instante antes que reconocer cualquiera de sus mentiras. Soy un fracaso completo y por fin lo reconozco, después de años de pretender que solo estaba perdido. Fracasé en esta puta vida y solo quiero que me dejen terminarla en paz, a mi manera. Así que se pueden meter un palo por el culo porque esto lo hago, sea como sea. Y va a haber un momento en el que no vuelva a esta cama de hospital y ese día, por una vez, habré ganado.

martes, 5 de mayo de 2015

Elección

   Parecía que nunca iba a parar de llover. El clima había estado así desde hacía dos días con sus noches y no parecía que se fuese a detener por nada. De vez en cuando arreciaba y otras veces era más suave. Lo mismo con los truenos, que en algunos momentos se escuchaban en la lejanía y otros parecía que querían destruir el barrio. Como fuese, no iba a detenerse. No había razón para eso. Se hablaba de inundaciones y de muertos y heridos y damnificados. Pero no se decía nada de aquellos a los que la lluvia los afectaba directamente en el cerebro.

 La vista desde el último piso del edificio más alto de la ciudad era increíble. En el último piso, el mirador consistía en un circulo enorme, completamente hecho de vidrio, por el que la gente daba la vuelta y miraba hacia donde estuviera su hogar. Era una tradición tonta pero al fin y al cabo una tradición. Señalaban sus casas y reían y luego tomaban fotos y se largaban, seguramente a esas casas que mencionaban y que los hacían sonreír.

 Pero ese no era el caso ese día. Ese día solo había una persona en el mirador del edificio y era alguien que había pagado por estar allí, a pesar de que el mirador había sido cerrado para seguridad de los turistas. Él quería estar allí para ver, de frente, como la naturaleza se tragaba a su ciudad. La miraba con resentimiento pero también con algo de tristeza. Al fin y al cabo allí abajo había crecido y había hecho lo que muy pocos. Allí abajo se había hecho un nombre entre los ciudadanos más prestigiosos del país y así había escalado, poco a poco.

 Es cierto que había escalado a veces ayudándose de los demás, usándolos. Pero esa era su naturaleza, ayudar y no ser más que eso. Está más que comprobado que hay personas que nacen para servir y otras para ser servidas. Eso sí, él no era un amante de la esclavitud ni nada parecido. Solo le gustaba el orden de las cosas y como eran como eran y nadie decía nada. Ni los defensores más acérrimos de los seres humanos reclamaban nada en contra de esa realidad. Ellos también sabían que había unos arriba y otros abajo, negarlo era simplemente ridículo.

 A su trabajadores los respetaba y les pagaba lo justo y ellos eran felices. Pero él estaba arriba y ellos abajo y esa es solo la realidad de las cosas. No se trataba de justicia sino de la vida, la misma vida que estaba allí fuera destruyendo lo que se había hecho a través de los años. El hombre había hecho tantas cosas pero de que servían tantas edificios y riquezas cuando al final podíamos terminar debajo de un montón de piedras en apenas unos cuantos segundos. La vida no era justa y quien demandase justicia de cada pequeño segundo de la vida era un iluso, un pobre tonto que nunca había visto la muerte a los ojos.

 Él no sabía muy bien como funcionaba todo esto. Como era que la lluvia había aparecido así no más pero había igual tanto que él no sabía. Esa gente era peligrosa y al mismo tiempo tenían gran curiosidad por el mundo. De pronto esa combinación no era la mejor pero era la que existía, la que se arrastraba entre las sombras de este mundo tan lleno de ellas. Habían estado ocultos, esperando su momento para actuar y por fin había llegado lo que esperaban. Por fin habían descubierto lo que les faltaba para actuar y ahora era solo cuestión de tiempo.

 El hombre del mirador jamás olvidaría esa reunión, obviamente secreta, en la que a él y a muchos otros se les dio una carpeta con la información necesaria de lo que iba a suceder. Muchos se sorprendieron. No podían creer que algo así hubiese estad debajo de sus pies todo el tiempo y no se hubiesen dado cuenta. Esto era increíble, considerando que la mayoría de asistentes eran banqueros, empresarios, comerciantes, políticos e incluso algunas figuras de la cultura. Él siempre había tenido la sospecha de que había algo más pero no fue sino hasta que vio el contenido de la carpeta que se dio cuenta de la magnitud de las cosas.

 En efecto, alguien había estado tirando de varios hilos a lo largo de cientos de años. No se sabía muy bien cuando empezaba, pero siempre habían estado allí, en un tamaño compacto pero bien repartido. La gente siempre había creído que era una sola persona, una sola mente maestra detrás de todo lo que ocurría en el mundo. Pero no era así. Era un grupo, una mente colectiva que actuaba como un enjambre de abejas: rápidamente y con un objetivo común. Y como las abejas, nunca había uno muy lejos del otro

 La idea de la carpeta era revelar la realidad de las cosas de una vez y declarar una nueva realidad para el mundo. Según esta gente, que todos conocían pero a la vez nadie entendía, el mundo iba a cambiar próximamente y necesitaban saber si podían contar con ellos para dar ese gran paso. La mayoría se preguntó, con justa razón, cual era ese siguiente paso y hacia donde lo iban a dar. Simplemente se les respondió que sería el cambio más grande para la raza humana y que si estaban con ellos tendrían el privilegio de vivir en la época más próspera para la humanidad desde su nacimiento hace millones de años.

 Les dejaron dos meses para pensar, dos meses para que decidieran si querían quedarse en el viejo mundo o si preferían dar el paso con ellos hacia el futuro. El hombre del mirador no supo que hacer al principio. Lloraba cada vez que veía a su familia y se daba cuenta, con cada día que pasaba, que toda la vida era una mentira. La vida, que siempre había parecido nuestra, ya no lo era. Nunca había sido nuestra ni de nadie. Era solo una ilusión, una idea tonta que la humanidad se había hecho, creando así la noción de libertad que no era más que la necesidad de creer en algo más fuerte y así darle un mayor sentido a sus vidas.

 Su crisis nerviosa no paró en su familia. Quería contarles todos, a todas las personas del mundo lo que iba a pasar. De repente, después de aprovecharse de tantos para llegar adonde estaba, quería salvarlos de lo desconocido, de lo que estaba por venir. Pero entonces empezaron a aparecer, un poco por todas partes, cuerpo de personas importantes. Todos morían de causas naturales: ataques al corazón, cáncer, infecciones,… Al menos veinte de los personajes que habían asistido con él a la reunión estaban ahora muertos.

Lo que ocurría era obvio y solo quedaba un mes más para pensar en una decisión. Como decidir? Como elegir entre saltar al vacío o quedarse en un tren que está a punto de estrellarse con un muro sólido? Todos los días pensaba y pensaba y no podía alejar de su mente las imágenes de su infancia, de sus esfuerzos por crecer y por ser alguien que la gente pudiese admirar, a la que los demás temieran y respetaran. Todo eso y ahora estaba allí, a la merced de otros, de hombres y mujeres sin rostro que planeaban la destrucción de la humanidad como la conocemos.

 Y ese vacío… Que había allí? Era verdad todo lo que decían? Como podía ser verdad que controlaran cada evento en la historia de la humanidad? Todo parecía salido de una película de ciencia ficción barata pero cuando se releía la información de la carpeta y se comparaba con lo que existía, con lo que se relataba en los libros de Historia, era difícil no ver algún tipo de conexión, algún tipo de anomalía que resultaba ahora obvia pero que para nadie nunca había parecido relevante.

 Allí, de pie mirando la lluvia, lejos de su familia y de todo lo que siempre había poseído, el hombre se acercó al borde del mirador y simplemente observó la ciudad debajo del agua. El viento soplaba con fuerza, como si estuviese enojado y parecían llover balas de agua por la fuerza con la que caían al pavimento y contra toda superficie. Era extraño, pero se notaba que no era una tormenta normal. No solo por su duración sino por su persistencia. Se podía incluso decir que la tormenta parecía tener personalidad, un carácter marcado.

 Entonces el hombre del mirador se dio la vuelta y oprimió el botón del ascensor, que se abrió al instante. En pocos segundos estuvo en la planta baja, donde una camioneta negra lo esperaba. La abordó y el vehículo arrancó, luchando contra el agua para llegar a su destino. Finalmente, entraron al garaje de la casa del hombre. Este se bajo con calma y se dirigió a su habitación. Allí, sentada sobre la cama estaba su esposa. Parecía haber sido más fuerte en el pasado pero ahora era solo una sombre de lo que había sido. Él se sentó a su lado y la abrazó, apretándola contra sí mismo.

 Al cuarto entraron un joven y una niña pequeña, que se abrazaron con sus padres. No lloraban ni decían nada. Solo tenían los ojos algo húmedos y parecían necesitar tocarse entre sí para reconocer su existencia.


 Fue entonces que la ventana estalló en mil pedazos y una luz lo invadió todo. Se miraron unos a otros una última vez y entonces la luz se tragó todo y la humanidad no fue más sino un recuerdo olvidado de un pasado inexistente.

viernes, 3 de abril de 2015

Dioses de Islandia

   Johanna y Odín se casaron a finales de los años setenta, después de muchos años de ser de los pocos jóvenes islandeses hippies. Desde el día que se unieron en matrimonio, no se despegaron el uno del otro. Tuvieron tres hijos que criaron en su granja en el este del país y con ella los alimentaron y pudieron mandarlos a la universidad. Cuando fueron algo mayores, dejaron la isla e hicieron vidas propias lejos del pequeño país. Pero Johanna y Odín nunca quisieron dejar lo que tenían allí: la granja, los animales, ese clima que les encantaba y las impresionantes vistas que habían ayudado a que ellos se enamoraran el uno del otro.

 Ya se acercaban a los setenta años pero seguían tan vivaces como siempre lo habían sido. En las mañanas Odín sacaba las ovejas de su corral y Johanna empezaba a hacer la masa del pan que vendía en la tienda del pueblo más cercano. También vendían la leche de las ovejas, su lana por supuesto y a veces hacían queso pero era un trabajo tan dispendioso que no era algo muy frecuente. Vivían lejos del poblado más cercano, ubicado a dos valles de distancia. Eran unas dos horas de viaje y por eso estaban algo desconectados del mundo, al menos físicamente. Por otra parte, tenían teléfono y televisión e incluso contemplaron la instalación de internet, ya que la línea de fibra óptica pasaba cerca pero nunca se decidieron.

 Fue cuando cumplieron los sesenta que se dieron cuenta que el mundo había empezado a cambiar más allá de lo que ya habían visto en los años anteriores. Se hablaba de una guerra lejos, en los continentes con los que le país más hacía intercambio. Al comienzo, no le hicieron mucho caso a las noticias y la televisión estatal casi no informaba sobre el tema. Después, un día que Odín tuvo que ir al pueblo a vender sus productos, se enteró de que había escasez de gasolina y de otras muchas cosas que venían de fuera del país. La gente en la capital, según decían, estaba muy preocupada por esto ya que muchos dependían de la venta de ropa extranjera o de servicios que solo venían de fuera.

 Y sin embargo, Johanna y Odín siguieron viviendo como siempre. Entonces sucedió algo que siempre temieron de jóvenes pero que jamás pensaron que pasaría de nuevo. Recordaban cuando niños que sus padres y en la escuela les habían contado de las bombas lanzadas sobre Japón para terminar la segunda guerra mundial. Aunque por mucho tiempo la gente temió que pasara de nuevo, con el tiempo pensaron que no pasaría ya que las cosas habían cambiado, aparentemente para bien.

 Pero un día que Johana estaba tendiendo la ropa vio un brillo, un magnifico brillo a la distancia. Venía del cielo o de muy lejos. Era como si el sol hubiera bajado a la tierra pero se le viera a través de un espacio muy grande. El fenómeno fue extraño y todos en la región lo vieron. La televisión informó que se trataba de una bomba de hidrogeno, la más grande jamás lanzada. Había sido lanzada en el continente y, según decían, había devastado una zona muy poblada. Y entonces, como viento que arrecia, empezó la guerra. El país atacado cambió de pronto, como un ser vivo que muta para sobrevivir. Y empezó a atacar por todos lados, apoderándose de tierras que siempre había pretendido pero jamás tomado realmente.

 Uno a uno, los países fueron cayendo. Muchos islandeses pensaban que el final del país se acercaba y que serían invadidos pronto. Era solo cuestión de cuando. Pero el tiempo pasó, los primeros tres años de una guerra sangrienta y debilitante, y nunca hubo invasión. Lo que sí hubo fue un cambio en el gobierno que fue lento pero para cuando la gente se dio cuenta, era demasiado tarde. El enemigo no había invadido a la fuerza sino que se había aliado con un partido sediento de poder y este le había entregado el país. Los puertos y las ciudades fueron ocupados lentamente por la potencia extranjera y la gente tuvo que aguantar.

 Johanna y Odín, sin embargo, siguieron un poco como siempre. Estaban preocupados por la situación, al fin y al cabo eran creyentes de la paz y la libertad, pero esto era algo contra lo que no podían hacer nada. Y, de todas maneras, la guerra parecía no afectarles en su rincón remoto del mundo. A excepción de los cortes de luz ocasionales y la escasez de gasolina, no parecía haber nada que cambiara radicalmente su estilo de vida.

 Las cosas cambiaron habiendo pasado cuatro años de la guerra, cuando tuvieron que viajar por carretera hasta un puerto del norte, donde un vecino les había contado que podían encontrar gasolina de contrabando. Era peligroso pero las fuerzas extranjeras permitían este mercado negro, a sabiendas que ellos podían ganar algo de dinero con ello. La pareja viajó unas cinco horas hasta el puerto y se abasteció de todo lo que necesitaban. Trataron de cargar bastante pescado, gasolina, hilos y medicamentos, para no tener que volver en un largo tiempo. Y como eran solo dos, no tenían que comprar mucho.

 Cuando lo tuvieron todo, emprendieron el camino de vuelta pero no llegaron muy lejos cuando encontraron algo que no se esperaban. A un lado de la desolada carretera, en un tramo especialmente oscuro y solitario, Johana vio algo. Parecía un atado de ropa tirada o una llanta vieja. Odín aminoró la velocidad y entonces se dieron cuenta que lo que fuera se había movido. Entonces detuvieron el pequeño vehículo y se bajaron a ver que era lo que pasaba. Con la ayuda de una linterna, encontraron el primer bulto. Era un hombre. Parecía haberse arrastrado hasta el borde de la carretera. Estaba ensangrentado. Parecía que lo habían golpeado. Como pudieron lo subieron al vehículo.

 Cuando Odín fue a arrancar, el pasajero pegó un chillido en el platón de atrás del camioncito. El hombre decía algo pero ellos no le entendían, parecía hablar otro idioma pero se dieron cuenta de que lloraba y señalaba hacia donde lo había encontrado. Se dieron cuenta que tal vez quería algo que llevaba con él así que se bajaron de nuevo y buscaron con la linterna. Pero no encontraron un objeto sino a un ser humano. Otro joven, de pronto un poco mayor, golpeado tan salvajemente como su compañero. Lo subieron al lado del otro y, mientras Odín manejaba, la pareja discutió que hacer.

 La policía ya no ayudaba a nadie y los extranjeros aún menos. Si esos hombres habían sido atacados, era poco posible que nadie los fuera a ayudar. En todo caso nada justificaba semejante paliza. Así que la mejor solución era llevarlos a la casa y ver que podían hacer por ellos allí. El viaje se demoró un poco más de la cuenta porque los baches hacían que los pasajeros se quejaran bastante. Johanna los miraba a cada rato y Odín trataba de ver cada bache frente a él pero era imposible. Cuando por fin llegaron, los bajaron con cuidado y los entraron al granero, donde guardaban la leche que iban a vender y la comida de las ovejas.

 Usaron la mayoría de los medicamentos que habían comprado en el puerto pero parecía que servían de algo. Al otro día, los hombres seguían dormidos pero algo mejor. Los bañaron y les hicieron una pequeña cama en el granero. Lo peor era esperar a ver si alguien iba a venir por ellos. Todavía no sabían si eran criminales o disidentes. Tuvieron que cuidar de ellos por meses hasta que se fueron curando y aprendieron a comunicarse. Para la pareja era como tener hijos de nuevo, les enseñaron el idioma y los hombres aprendieron rápidamente. En un año, se habían convertido en una familia.

 Según lo que pudieron contarles, había cosas que no recordaban. Los golpes habían sido tan fuertes, que había recuerdos que se habían borrado o parecía estar rotos. Recordaban que venían de un país lejano y habían huido de una dictadura patrocinada por los mismos extranjeros que ahora estaban un poco por todos lados en Islandia. Ellos eran disidentes y se apenaron al confesar que habían podido haber sido llamados terroristas. Pero habían tenido que huir. Al principio no eran nada, pero con el tiempo, se acercaron más. El viaje había sido complicado, lleno de dificultades y cuando llegaron al puerto en un barco pesquero, fueron cercados por extremistas quienes los golpearon y los dejaron a morir en la carretera.

 Y, aunque no lo habían dicho por miedo o por alguna otra razón, Johanna y Odín pudieron darse cuenta que entre los dos hombres había algo más que amistad. Lo confirmaron una mañana en la que fueron a despertarlos y estaban abrazados, sonriendo en sueños. Eso a la pareja no le importó. Eran personas que venían huyendo y sus cuerpos lo mostraban: tenían bolsas, estaban muy delgados y su piel era muy pálida, algo verdosa. Con el tiempo, les contaron pero la pareja de ancianos solo les contestaron que ya lo sabían.

 El tiempo pasó y la guerra, siguió. Muchos pensaron que todo terminaría como en la segunda guerra pero no fue así. En la granja, los chicos a los que llamaron Eric y Björn, se fueron encargando de las tareas más difíciles, que ya empezaban a ser una carga para la pareja. Uno acompañaba a Odín con las ovejas y el otro a Johanna haciendo el queso o haciendo el pan. Con el permiso de sus anfitriones, Eric y Björn construyeron otra casita, pequeña, cerca a la de ellos. Se convirtieron en los mejores amigos y compartieron todo, como viejas parejas de amigos. Cuando terminaron de hacer la casa, hicieron una cena especial y les agradecieron, con lágrimas en los ojos, a Johanna y Odín por toda su ayuda y su fuerza.


 El año siguiente fue uno triste. El mundo parecía ponerse más oscuro y, en una expedición al pueblo, Odín sufrió un ataque al corazón y murió. Los chicos y Johanna lo enterraron cerca de la casa. Pocos meses después, ella lo acompañó. La casa había quedado entonces sola y la pareja de extranjeros la mantuvo en pie lo que más pudieron hasta que decidieron que era tiempo de enfrentar su destino e ir a pelear por lo que siempre habían luchado: su libertad. Así honrarían la memoria de dos personas invaluables y siempre queridas, que les habían dado la mano sin pedir nada a cambio y quienes simbolizaban ese amor que ellos morirían por defender.